Nunca fui uno de esos adolescentes enamorados de las pajas, de esos que no se duermen sin antes hacerse una. No puedo decir que nunca lo hice, pero la frecuencia entre una y otra, era la suficiente para no despertar a media noche a lavar mis calzoncillos. La masturbación nunca llegó a ser, ni siquiera un poco, una de mis actividades favoritas. Mucho menos cuando experimenté el sexo en pareja. No tenía una experiencia realmente placentera en éste campo, no hasta el domingo pasado, cuando luego de más de diez años de haberla descubierto, finalmente disfruté de ella.
Mi novio y yo, por varias razones que no tiene caso mencionar, sólo tenemos relaciones los domingos. Toda la semana esperamos ese día. Por teléfono, no hay día que ese tema no salga a colación. Comprenderán que cuando algo inesperado, nos hace imposible seguir esa costumbre, nos sentimos realmente frustrados. No es que el sexo sea lo único, pero si es muy importante, y cuando algo o alguien arruinan nuestra oportunidad de tenerlo, casi me deprimo. El domingo pasado, fue uno de esos días en que algo fuera de nuestro control, sucedió.
Un día antes, o sea el sábado, yo estaba ayudando a mi madre con las labores de limpieza. Mientras cantaba los éxitos de mi artista favorito, trapeaba el piso de la sala. En una de las veces que me incliné para pasar el trapeador por debajo de los muebles, sentí algo como una punzada en la espalda. No podía ni levantarme, me dolía horrible. Me fui caminando como anciano hasta mi cuarto, y me tiré en la cama. El dolor se fue debilitando, hasta que pude volver a ponerme de pie, pero no desapareció por completo. Toda la tarde y noche, tuve que caminar con mucho cuidado, además de no permanecer en la misma posición por tiempos prolongados.
Tenía las esperanzas que las molestias se esfumaran durante mis sueños, pero no fue así. El domingo todavía tenía el dolor, si bien no igual de intenso, aún estaba. Aún así intentamos tener relaciones, pero no pude disfrutarlo de la misma manera, la espalda me dolía con cada movimiento. Generalmente, mínimo son tres rounds, pero esa vez fue nada más uno. Nos quedamos acostados, hablando, tratando de resignarnos a esperar una semana más para continuar.
Pero la verdad, cuando estás junto a la persona que amas, desnudos en una cama, las manos no pueden permanecer inmóviles. Empecé a acariciar su pecho y a besar su cuello. Él no respondía a mis caricias, decía que no quería lastimarme, que era mejor que no hiciéramos nada. No le hice caso, seguí con mis provocaciones. Bajé la mano que tenía en su pecho. Me apoderé de su verga, que comenzaba a endurecerse, incapaz de mostrarse indiferente. Estuve así un rato, sin moverla, hasta que su mano también tomó la mía. Me preguntó si nos masturbaríamos mutuamente hasta terminar. No era eso lo que estaba en mi mente, pero sería una manera nueva de disfrutar, eso sin contar que no me lastimaría. Le contesté que si.
Entonces iniciamos una paja alternada. Yo subía y bajaba mi mano por el tronco de su erguido miembro, él hacía lo mismo con el mío. No podíamos hacer mucho ese día, por lo que no tenía caso apresurarnos en aquel nuevo juego, nos masturbábamos con calma, sin prisa alguna. Sentía su mano rodear mi falo, estimularlo con sus movimientos, al mismo tiempo que la mía palpaba la dureza de su miembro, esa que en otras circunstancias estaría atravesándome el culo. Nos mirábamos a los ojos. Nuestras manos seguían con su trabajo. Juntamos nuestros labios.
Su lengua entrelazándose con la mía, aumentaba el placer de la chaqueta que me estaba haciendo. Quité su mano de mi pene. Tomé el de ambos con la mía, y empecé a masturbarnos al mismo tiempo, con nuestras vergas rozándose. No podía agarrar ambas de la misma manera que una, pero la torpeza de los movimientos, era reemplazada por la exquisita sensación que provocaba la piel de una sobre la otra. Aquella paja, si bien no igualaba una buena follada, tampoco estaba resultando tan mal. Seguí apretando lo mejor que podía nuestras pollas, acariciando hacia abajo una y hacia arriba la otra.
Esa forma de masturbarnos, no era suficiente para hacernos tener un orgasmo. El placer había llegado a ese punto en que es muy fuerte, pero no puede alcanzar la cima, ese punto que llega a desesperar. Su mano intervino para no dejar que eso pasara. No volvimos a jalárnoslas alternadamente, hubiera sido prácticamente lo mismo. Cada quien se ocupó de su propia verga.
Nos veíamos a los ojos, y de vez en cuando bajábamos la mirada, para ver como se masturbaba el otro. Nuestros cuerpos se frotaban al nivel de las piernas y los brazos. Observábamos uno, la expresión de placer en el rostro del otro. Nuestras manos se movían con gran velocidad. Todo eso mezclado provocó que sintiera un fuerte orgasmo y me corriera como un loco. Los chorros de semen salían disparados en todas direcciones. Cuando vio que me estaba viniendo, él también lo hizo, pero a diferencia de mí, puso su mano para contener su eyaculación y no manchar las sabanas, almohadas o el piso.
Cuando el último disparo se impactó en alguna parte, me desparramé sobre el colchón. Había gozado de esa paja como de ninguna otra. Él me acarició el pelo, encontrándose con restos de leche, ya seca y pegada a mi cabello; la había expulsado con tal fuerza, que llegó hasta mi cabeza. Nos reímos por el nuevo gel que estaba usando, y volvimos a besarnos. No habíamos podido coger a gusto, pero estábamos, de una manera diferente, satisfechos.