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¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (2)

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¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! Segunda parte.

En el cuarto había dos camas, pero hacía tiempo que una de ellas permanecía intacta. Desde aquel incidente en el bosque, Leonardo y yo manteníamos una relación… más o menos estable, y todas las noches dormíamos juntos, desnudos y abrazados. Inmediatamente después de masticar el último bocado de la cena, nos encerrábamos bajo llave para evitar cualquier imprevisto, y hacíamos el amor hasta que no nos restaba más sangre para levantar nuestros penes. Esa noche también lo habíamos hecho, y una vez satisfechos, una vez estando nuestros culos inundados de semen, comenzamos a charlar.

¿Hoy tampoco me vas a contar cómo empezó todo entre tú y mi hermano? – Le pregunté mientras jugaba con el vello de su torso – Llevas dos meses dándome largas.

Creí que te gustaba que te las diera – comentó haciendo referencia a lo mucho que disfrutaba teniéndolo dentro –, pero si te molesta, no lo vuelvo a hacer.

¡No seas sangrón, Leonardo! Sabes que me encanta tu polla, pero también me encantaría que me dijeras cómo se dieron las cosas entre ustedes, quién se le lanzó a quien y todas esas cosas. ¡Ándale, cuéntame! – Insistí al tiempo que acariciaba sus peludos huevos.

¿Cómo? ¿Así nomás? Yo creo que no has de tener muchas ganas de saber la historia, porque si en verdad las tuvieras, si en verdad te interesara tanto saber lo que pasó esa mi primera vez con tu hermano, ya estarías convenciéndome. – Señaló sobándose la adormecida verga.

No necesitó decir más, en cuanto se agarró el paquete supe lo que debía de hacer para sacarle la sopa y… Me hinqué atrapando sus piernas entre las mías, y fui descendiendo lentamente hacia su sexo, sin dejar de mirarlo a los ojos y lamiendo su cuerpo conforme bajaba. Una vez que su agotado falo quedó al nivel de mi cara, lo envolví con mi boca para tratar de reanimarlo. El tibio y prieto trozo de carne fue ganando grosor y dureza, y junto con los primeros gemidos brotaron también las confesiones, el cuándo, el cómo y el dónde.

El día en que Marco y yo tuvimos sexo por primera vez, fue realmente especial, tanto que recuerdo hasta el más mínimo detalle.

Estábamos en la universidad, en una cena gala para recaudar fondos para el programa de becas. En un principio, yo no tenía intenciones de asistir pues nunca me han gustado mucho las fiestas, pero tu hermano, como siempre, terminó por convencerme. Me rogó que lo acompañara, argumentando que tus padres irían con él y no quería soportarlos toda la noche y solo. Me ofreció pagar mi boleto, rentarme un traje y hacer todas mis tareas en una semana. La propuesta sin duda fue muy buena, pero si acepté no fue por ella sino para estar a su lado. Estaba enamorado de sus ojos, de su boca, de su cuello, de su pecho y… bueno, creo que me entiendes, tú lo has de conocer más que yo. En fin, le dije que sí, y asistimos juntos al evento.

El acontecimiento resultó ser un desfilucho de quinta que no tardó en arrancarnos un bostezo tras otro, ¡sí que estuvo aburrido el asunto! Y para ponerlo peor, a tu padre le dio por relatar la vida de uno de sus parientes. Marco y yo lo escuchábamos aparentando interés, pero la verdad es que no veíamos la manera de escaparnos. Ambos suplicábamos por una salida, pero ninguno, ya fuera por vergüenza o por respeto, se atrevía siquiera a insinuarlo.

Así, buscando algo en que entretenerme, algo que me permitiera seguir viendo a don Marco y que a la vez me sacara un rato de la realidad, comencé a buscar chicles pegados debajo de la mesa y de las sillas. Mis dedos recorrían los bordes esperando encontrarse con uno de fresa o mora azul, cuando por accidente toqué la pierna de tu hermano. El roce provocó que nuestros ojos se cruzaran, y una extraña sensación me hizo estremecer. El frote había sido muy leve, insignificante, pero hubo algo en éste que me sacudió, algo que también estaba en su mirada y que me impulsó a seguir, a ir más allá, a prolongar el tiempo de contacto y dirigirlo a zonas más comprometedoras. Tú sabes que la timidez no es una de mis cualidades, pero con tu hermano siempre me sentí algo cohibido. ¿No sé si a ti te ha pasado lo mismo? Es como si la arrogancia con la que anda por la vida te achicara, te persuadiera de que no estás a su altura. Pero bueno, esa noche me importó un comino que él pudiera verme como poca cosa, o aún peor, que ni siquiera me hiciera en el mundo o que el "nosotros" no estuviera en su cabeza. Arriesgándome a terminar bajo la suela de sus zapatos, dejé que mi mano actuara.

Apreté suave y delicadamente su muslo derecho, sin parar de mirarlo. Ese brillo que diera luz verde a mis movimientos se hizo más notorio, por lo que tranquilamente enfilé hacia la parte interior de su pierna. Sobé su ingle por un buen rato sin atreverme a dar un paso más, y cuando finalmente lo hice, descubrí que su bragueta estaba a punto de estallar. Dentro de sus pantalones, su hermosa e inflamada verga clamaba por un canal en el cual alojarse, y el saber que yo contaba con uno me obligó a gemir de gusto.

¿Qué te pasa? – Inquirió tu padre al escuchar mi sollozo.

Eh… – no supe qué decir, y tampoco podía dejar de estrujar el miembro de tu hermano.

¡Asma! ¡Leonardo tiene asma, papá! Seguro el humo del cigarro le está haciendo daño. – Inventó Marco para salvarme de meter la pata.

¿Quieres que nos marchemos, muchacho? – Cuestionó tu madre con tono preocupado.

¡No! No hace falta, señora. No es para tanto. – Sentencié entre jadeos y sin poder frenar los toqueteos al pene de tu hermano, la inmensa excitación que me invadía no me lo permitió.

¡¿Que no es para tanto?! Pero si no puedes ni respirar, hijo. Será mejor que salgamos de aquí y te llevemos con un médico. – Reiteró doña Laura tomando su bolso y poniéndose de pie.

¡No insistas, mamá! Ya te dijo Leonardo que no es para tanto. Bastará con que vayamos a buscar su respirador, se le olvidó en el coche. ¡Siéntate, por favor! Y esperen aquí, que no tardamos. – Les pidió Marco apartando mi mano de su entrepierna.

De reojo noté que se acomodó la erección, y enseguida se levantó invitándome a seguirlo. Atravesamos el salón, y una vez en el jardín me acorraló contra el muro y me besó apasionadamente sin importarle que alguien se diera cuenta. El jugueteo de nuestras lenguas nos ahorró las tediosas explicaciones y las inútiles introducciones, y el intercambio de saliva nos dejó en claro que lo que continuaba en ese momento, era recuperar el tiempo que habíamos perdido en preguntarnos si sentiríamos lo mismo, en pensar que habría ocurrido de habernos atrevido a sincerarnos.

Tomados de la mano, corrimos hasta el edificio más cercano, hasta las instalaciones de la facultad de química. Subimos al tercer piso y entramos a uno de los laboratorios. A tientas, sin más luz que la que nos regalaba la luna, sorteamos los bancos y los instrumentos y nos acostamos sobre el piso, él encima de mí y la lujuria entre los dos. Con la desesperación de meses de tardanza y el apuro de contar con poco tiempo, nos desnudamos a toda prisa y arrojando la ropa a diestra y siniestra. Pronto su definido y estilizado cuerpo quedó al descubierto, y nuestras pollas se juntaron, friccionándose la una contra la otra en lo que fue el inicio de un corto pero placentero encuentro.

¡He soñado con esto desde que te conocí, Marquito! – Le revelé rodeando su culo con mis piernas – Cada vez que me viste chupando una paleta, seguro pensaba en tu verga.

Pues ya no tienes que conformarte con pensar en ella, amor, ahora también puedes probarla. – Me dijo mientras mordisqueaba mi cuello.

No, hoy no. No tenemos mucho tiempo – le recordé estimulando su generoso y blanco trasero con mis pies –, ya será otro día. Mejor métemela y regresemos con tus padres, no vaya a ser que manden a buscar a su hijo consentido.

Tienes razón. – Acordó antes de callarme con un beso.

Sin separar sus labios de los míos, levantó mis piernas y las pasó por encima de sus hombros. Antes de llevar a mi entrada su pene, le dio un par de jalones al mío y me lubricó con un poco de saliva. Cerré los ojos para disfrutar mejor del momento, y a ciegas fue sintiendo como la punta de su mástil empezó a hacer presión. Ya te he dicho que previos a Marco hubo otros más, desde mi profesor de español hasta el carnicero, pero ninguno, ni siquiera el primero, me arrancó un grito como el que escupí cuando tu hermano me penetró. Tiene una polla tan cabezona que incluso me sacó un par de lágrimas, pero no te confundas, gocé como nunca al tenerlo dentro. Sin importarme el dolor, lo impulsé a enterrármela entera y a moverse como una bestia una vez que sus bolas chocaran contra mi culo. Él obedeció sin chistar.

Comenzó a follarme de una manera salvaje, sin contemplaciones de ningún tipo. Con la energía que no acaparaban mi garganta, mi falo y mi esfínter, me estiré para coger un tubo de ensaye tirado justo al lado de nosotros. Sin reparar en lo sucio que pudiera estar, en la infección que le podía causar a tu hermano o en el hecho de que el cristal podría romperse estando en su interior, lo atravesé con el cilíndrico y alargado instrumento, obteniendo como respuestas sus colmillos clavados en mi cuello y una furia mayor en sus movimientos.

No teníamos mucho tiempo, mas tampoco lo necesitamos. El estar juntos por primera vez, así como la excitante posibilidad de ser atrapados in fraganti y el acelerado ritmo de nuestros respectivos mete y saca, nos condujeron rápidamente al clímax. Sin siquiera rozarme, reventé en siete chorros de esperma que bañaron mi vientre y mi pecho. El orgasmo hizo que lo penetrara con más ganas y pronto, por el tubo de ensaye masajeando su próstata, y su verga bombeándome el culo, él también se vino, mojándome por dentro con su esencia.

Ambos habríamos matado por repetir lo que recién había acontecido, pero tus padres tendrían suficientes sospechas al vernos llegar sin el supuesto respirador, como para agregarle una tardanza excesiva al asunto. Nos vestimos, nos enrollamos en un último y corto morreo y retornamos al salón. Por esa noche nos quedamos quietos, pero sólo por esa noche. Habíamos rebasado la línea y ya no había vuelta atrás. Nos convertimos en amantes a partir de ese momento, aprovechamos cualquier oportunidad para follar y esa es la historia de cómo se dieron las cosas entre tu hermano y yo, ahora ya la conoces.

Con la última palabra de Leonardo dejé de mamarle la verga. La saqué de mi boca y volví a acomodarme entre sus brazos, complacido de haber obtenido lo que quería.

¿Qué? ¿Vas a dejarme así nada más porque obtuviste lo que buscabas, maldito interesado? – Me interrogó alborotándome el cabello.

¿Así? ¿Cómo? ¿A medio palo? Pues… no lo creo. Más bien ha de ser a un cuarto porque ya ni puedes, ya no das para más. – Apunté apretándole la barbilla.

¡Bueno!, creo que es justo después de cuatro polvos – levantó la ceja para presumirse un amante aguantador –. ¿No lo crees así? Digo, porque si quieres más, siempre queda la opción de hablarle a don Marco. No sé, igual resulta que lo desviado te viene de herencia. – Mencionó y los dos nos echamos a reír.

¡Ah, tú siempre tan… bromista y tan gracioso! ¡Buenas noches, amor! – Exclamé besándolo en la mejilla.

¡Buenas noches, pequeño! – Me respondió besándome en la frente.

**********

Voy a darme una ducha, que me has dejado todo sucio. – Comentó Marco parándose de la cama.

No me culpes a mí, no fui yo el que suplicaba ¡échamela en la cara, papá! ¡Échamela en la cara! – Apunté burlándome de él.

¡Síguele, eh! Ya verás cuando salga, mamón. – Me amenazó entre risas antes de encerrarse en el baño.

Marco me había invitado a pasar el fin de semana con él, sus padres y su hermano habían salido de viaje, a visitar a una tía enferma o algo así, por lo que tendríamos la casa para nosotros solos. Yo acostumbraba viajar de regreso a mi pueblo los viernes por la noche, pero no podía desaprovechar una oportunidad como esa. Luego de un telefonazo a mis viejos, empaqué algo de ropa en una mochila, algo que después encontré estúpido pues era obvio que no iba a necesitarla, y tomé un autobús con destino al placer.

Esa tarde, antes de que él se metiera a bañar para quitarse los restos de semen que yo le había regado por el cuerpo, habíamos cogido como conejos. Bien habría podido quedarme descansando muy a gusto, pero la curiosidad me impulsó a hurgar entre sus cosas. Sí, es cierto que éramos muy buenos amigos, tanto que nos prestábamos las nalgas, pero siempre hay cosas que uno no les dice a los demás, secretos que bien pueden estar guardados en el cajón de la ropa interior o debajo del colchón. Con la intención de descubrir esos secretos, de un salto me puse de pie, y comencé a indagar.

Los primeros sitios en los que esculqué poco o nada me dijeron, pero no pensaba detenerme hasta dar con algo verdaderamente comprometedor, así que continué poniendo el cuarto patas para arriba, y finalmente, oculta en unos calcetines viejos con hoyos en los talones, hallé una serie de fotografías en las que salía un chiquillo como de quince años, dormido y desnudo. Los retratos no eran de muy buena calidad, y tampoco mostraban mucha imaginación, pero de que calentaban, calentaban. Mientras Marco terminaba de ducharse, mientras lo esperaba para interrogarlo acerca del origen de esas fotos, repasé una y otra vez la figura de ese adolescente delgado y atractivo.

¿Qué… diablos pasó aquí? – Preguntó al salir del baño – ¿Por qué está todo regado, Leonardo? ¿Qué chingados estabas haciendo?

Buscando esto – le respondí agitando las estampas –. ¿Quieres decirme quién es? ¿Quieres contarme por qué las tenías tan escondidas? ¿Acaso negocias con pornografía infantil? De ser así, debes decirme si tienes más de estás, ¡porque está buenísimo el cabrón! Un poco flaquillo y no muy bien dotado, pero el culo que se carga… ¡ah, qué cosa tan más deliciosa! ¡Dan ganas de comérselo!

Es mi hermano. – Susurró agachando la mirada.

¡¿Tu hermano?! ¡Puerco atascado! ¿Hasta con la familia te metes? No… y a mí que me daba miedo insinuarte algo. De haber sabido, te… ¿por qué tienes unas fotos de tu hermano desnudo? ¿Ya te lo cogiste, cabrón? – Inquirí con morbo – Pero sí aún es un bebé, te pasas de veras.

¡Ay!, no te hagas el santo, que te has metido con más chicos. Además, no pasó nada. No es lo que te imaginas. – Aseguró dándome la espalda.

¿Ah no? Y… – caminé hacia él y le restregué en su lindo trasero la erección provocada por los retratos – ¿entonces por qué no me miras a los ojos? ¿Me vas a negar que el chamaco te gusta? ¿Me vas a mentir, a mí?

Está bien, no te lo voy a negar. Tienes razón al pensar que me gusta – confesó al tiempo que movía sus glúteos masajeándome la verga –, pero en verdad que no pasó nada. ¡Bueno!, nada que lo haya lastimado.

¡Ah! Entonces sí pasó algo, ¿no es así? Cuéntamelo todo, chiquito. ¡Cuéntamelo, sí! ¡Por favor! – Le pedí buscando su agujerito con la punta de mi endurecido pene.

De acuerdo, te lo voy a contar. – Accedió al sentir que empezaba a atravesarlo.

Mi hermano y yo nunca nos hemos llevado bien, no hay día en que no peleemos. Él piensa que me la pasó molestándolo por placer, pero la verdad es que lo hago por envidia. Podrás preguntarte qué diablos puede envidiarle alguien como yo a un escuincle como él, ¿no? A la mejor te parece ilógico o idiota, pero de él nadie espera nada. Bien podría reprobar el año o embarazar a una chica, y a nadie le importaría. En cambio, todos tienen sus ojos puestos sobre mí. Cosa que hago, cosa sobre la que opinan. No te imaginas lo difícil que es mi vida, siempre esforzándome por no decepcionar a los demás, siempre sufriendo por cumplir esas metas que ellos mismos no pudieron alcanzar.

Has de estar pensando que soy un pendejo por pensar así, por quejarme de ser guapo, inteligente y con un futuro prometedor. Yo también lo hago, a veces. Pero créeme, no es fácil vivir una vida que tú no elegiste, una vida diseñada para darle gusto a todos menos a ti. Para que te des una idea, antes de empezar a estudiar leyes le mencioné a mi padre que quería ser actor, que una profesora me veía buenas aptitudes y que, de ellos darme permiso, podría conectarme con las personas indicadas para iniciarme en el teatro. ¿Sabes lo que él me dijo? "¡Ah, que muchacho tan bromista! Pero sí todos sabemos que quieres ser un gran abogado". Eso fue todo, no volvimos a hablar del tema y ahora heme aquí: estudiando algo que odio, algo digno de mi genio.

Por eso es que siempre le he tenido coraje a Joaquín, porque él puede hacer lo que quiere, hasta desperdiciar su vida en la mediocridad si así se le antoja. Por esa razón siempre busco la manera de humillarlo y hacerlo sentir mal. Y fue en ese mi afán de chingarlo, que se me ocurrió lo de las fotos. Navegando por Internet, me vino a la cabeza la idea de retratarlo y distribuir las imágenes por la red. ¿Qué puede ser más vergonzoso que tus conocidos te vean desnudos en sus propias computadoras? Con esa pregunta en mente, puse manos a la obra.

Sin que nadie se diera cuenta, pulvericé un par de pastillas para dormir de las que usa mi madre, y condimenté con éstas un vaso de jugo de naranja. Cómo ya has de haberte dado cuenta, ¡no me pierdo las telenovelas! Esperé a que termináramos de cenar y nos metiéramos a la recámara, para dar el siguiente paso. Joaquín se puso su ropa de dormir, y cuando estaba a punto de acostarse, tratando de sonar lo menos falso posible, le ofrecí la bebida.

¿Quieres un poco de jugo? – Lo cuestioné estirando el brazo – Creo que me serví demasiado.

Eh… sí. – Aceptó un tanto extrañado por mi repentina amabilidad, y se bebió hasta la última gota.

Para que no sospechara nada, me encerré en el baño como de costumbre y, aunque no me metí bajo de él, dejé que el chorro del agua cayera. Estuve haciéndome tonto por cerca de una hora, lapso que consideré prudente para que los fármacos hicieran efecto, y transcurrido ese tiempo, abrí la puerta y, efectivamente, lo encontré profundamente dormido, 0creo que incluso roncaba. Sonriendo por saberme victorioso, caminé hacia él con la intención de desvestirlo. Con mucho cuidado, le fui quitando una a una sus prendas hasta que quedó en cueros. Entonces lo acomodé boca arriba, con los brazos apuntando a la cabecera y las piernas abiertas, y corrí por la cámara. La encendí, la enfoqué y… algo inesperado sucedió. El tenerlo frente a mí, desnudo y con su verguita reposando sobre sus huevos, comenzó a excitarme.

Te juro que nunca lo había visto con otros ojos, a la mejor no me parecía feo, pero el simple hecho de que fuera mi hermano lo etiquetaba como imposible. No sé que fue, si el que estuviera a mí merced o lo tierno que lucía con los ojos cerrados, pero mi pene empezó a levantarse, poco a poco hasta alcanzar una dureza y un tamaño que hasta a mí me sorprendió. Ese muchacho sí que me encendió, y dejé de hacerle caso a la razón. ¡Bueno!, creo que eso pasó desde el momento en que se me ocurrió la idea de fotografiarlo como Dios lo trajo al mundo, pero en fin, para el caso da lo mismo.

Sin más motivación que el deseo, me senté a su costado y coloqué mi mano encima de su dormido miembro. Con la esperanza de que el estado en que se encontraba su dueño no le impidiera sufrir una erección, comencé a acariciarlo. Tardó un poco en reaccionar, pero a fin de cuentas apuntó hacia el cielo y estuvo listo para la masturbación. No era muy grande, por lo que mis dedos casi lo abarcaban entero. Empecé a menearlo con cierta torpeza, la que me daban lo agitado de mi respiración y la falta de lubricación. Para facilitarme el trabajo, me aparté un rato de él y busqué entre mis cosas el lubricante con sabor a coco que utilizaba cuando me penetraba con pepinos o zanahorias.

Ya con el tubo en la mano, regresé a la cama, pegué su falo a su estómago y lo unté con el líquido. Librándome del aceite, esparcí la sustancia por todo el tronco de su polla, palpando con dedicación cada centímetro de su suave piel, y una vez que ésta se me resbalaba lo suficiente, empecé a subir y bajar a lo largo de ella, primero con paciencia y después con desesperación, con tal intensidad que aparentaba querer arrancársela. Cuando noté que las venas se le saltaban más de lo normal, me detuve y aguardé un poco, hasta considerar que el cosquilleo de la eyaculación había pasado.

Luego me dediqué a su glande, lo apreté con delicadeza y froté el delgado ojillo de la punta. Se le fue poniendo cada vez más rojo, y fue entonces que no resistí la tentación de probarlo, de tenerlo en mi boca. Primero lo envolví con mi lengua y después le recogí el lubricante, al cabo que ya no sería necesario teniendo mi saliva. Habiéndola dejado completamente limpia, me fui tragando el resto de su verga, y cuando la tuve toda dentro me olvidé de sutilezas. Se la mamé como un loco babeándole los pelos del pubis y enterrándomela en la garganta con furia. Se la mamé hasta que el semen contenido en sus bolas me estalló en el paladar, y yo me lo tragué extasiado.

Me bebí hasta la última gota de su leche, y entonces lo volteé boca abajo. Mi miembro estaba que explotaba y necesitaba desahogar mis ganas en el que seguramente sería un tibio y estrecho canal. Me arrodillé entre sus piernas, lo levanté de la cintura y… me arrepentí de ensartarlo. Algo dentro de mí me impidió aprovecharme más de la situación, y terminé viniéndome con una paja. Después, ya no para subirlas a la red sino para verlas cada vez que se me antojara y él ni caso hiciera de mis insinuaciones, le tomé unas cuantas fotografías, concentrándome especialmente en su hermoso culo, ese que desde entonces se volvió mi obsesión y por el cual suspiro todas las noches, acordándome siempre de lo que ese día prometí: si alguna vez he de follármelo, será sólo si él me lo pide.

El relato de Marco llegó a su fin justo al mismo tiempo que yo me vacié en sus intestinos. Ayudado por las morbosas escenas que sus palabras dibujaron en mi mente, y aferrado a sus firmes pectorales, le disparé un chorro de semen tras otro y, luego del último, deslicé mi mano por su ejercitado abdomen y cogí su polla.

¡La tienes durísima, Marquito! – Exclamé al descubrir su potente erección.

Así se me pone nada más de acordarme de esa noche, nada más de imaginarme el trasero pachoncito de mi hermano. – Señaló apartándose de mí.

Pues el mío no está tan bueno, pero si tú quieres… – me puse en cuatro sobre el suelo ofreciéndole mis redonditas y peludas nalgas.

En cuanto se percato de que las paredes de mi ano se separaban llamándolo, se hincó detrás de mí y me penetró con la facilidad que le otorgaban los tres encontronazos anteriores. Inició un feroz mete y saca que me hizo gritar de la emoción, y aunque tal vez me cabalgó pensando en su hermano, a mí no me importó. Siempre y cuando no dejara de metérmela, me daba igual en quién soñara.

**********

Fue en el verano, durante el periodo de vacaciones, cuando Marco regresó a la casa por unos días. Mis padres recibieron una llamada y supe que era de él. Enseguida me ordenaron que subiera a la camioneta esperando que les hicieras uno de mis clásicos berrinches, pero yo los sorprendí obedeciéndolos con gusto. Seguro se quedaron de a cuatro con mi actitud, preguntándose el porque de mi cambio, tratando de adivinar las razones que ustedes ya saben. Como si fuéramos una familia ejemplar, fuimos a recoger a mi hermano los tres. En el trayecto al aeropuerto, incluso platicamos un poco. Estábamos realmente irreconocibles.

Como que te ha hecho bien el cambio de hermano, ¿no? – Comentó mi padre refiriéndose a Leonardo – Como que ya no estás tan amargado. – Agregó buscando molestarme, lo supe por su maliciosa sonrisa.

Sí, como que me ha hecho bien – apunté de lo más calmado, impresionándolos todavía más –. Como que ya no estoy tan amargado.

Creo que ya no deberíamos de cobrarle por quedarse con nosotros, Marco – sugirió mi madre –. El que haya cambiado tanto a Joaquín, me parece suficiente paga.

¿Cómo? ¿Leonardo les paga por quedarse en mi cuarto? – Inquirí ante la desconocida información.

Sí, seiscientos pesos al mes – me respondió mi papá –. Cuando nos pidió que lo aceptáramos como nuestro huésped, él mismo fijo esa cifra. ¿No lo sabías? ¡Qué raro! Creí que se llevaban muy bien, que te lo contaba todo.

No, sí nos llevamos muy bien, es sólo que… eso no lo sabía. – Señalé al tiempo que mi ego se inflaba, de pensar que le gustaba tanto a Leonardo que estaba dispuesto a pagar por coger conmigo.

Pues ahora ya lo sabes. – Afirmó mi mamá justo antes de llegar a nuestro destino.

Atravesamos la barrera de seguridad del estacionamiento, escogimos un lugar sombreado donde situar la camioneta, y nos fuimos caminando hasta la sala de arribos internacionales. A los pocos minutos apareció mi hermano, arrastrando una maleta y más guapo que nunca. Se había dejado crecer el pelo y traía una barba de tres días que le agregaba un toque rebelde y sucio a su siempre pulcra imagen, un toque que me resultó encantador. Se le notaba que no contaba con mucho tiempo para el ejercicio y que a su dieta le había sumado muchas grasas, porque en lugar del abdomen plano y marcado que le conocía, traía una pequeña barriguita que igual me pareció muy sexy pues lo hacía verse más real, más natural. Mostrándonos sus ya no tan blancos dientes y estirando el brazo que le quedaba libre, enfiló para donde estábamos parados.

Papá, mamá: ¡qué gusto me da volver a verlos! – Exclamó abrazándose de ambos e ignorándome por completo – ¡No saben cuánto los extrañé!

¡Y nosotros a ti, hijo! – Contestaron a coro su saludo.

Oye, ¿no te estás olvidando de algo? – Lo interrogué insinuando que yo también quería un abrazo – Estoy pintado, ¿o qué?

En su mirada, en el brillo de sus hermosos ojos color miel, adiviné la extrañeza que le causó mi pregunta. Titubeó por un instante antes de acercárseme, pero a fin de cuentas me aprisionó entre sus brazos, y yo, procurando que los viejos no se dieran cuenta, restregué mi abultada entrepierna contra la suya y le di un beso junto a la boca.

¡Me alegra mucho que estés aquí! – Le dije una vez que nos separamos.

A… a mí también. – Balbuceó tratando de comprender que habían significado ese descarado roce y ese aparentemente inocente beso.

Tu hermano está muy cambiado, hijo. – Sentenció mi padre dándome una palmada en el hombro.

¡Es cierto! Ese amigo tuyo, Leonardo, le ha hecho mucho bien – aseguró mi madre –. Si vieras lo bien que se llevan, hasta parece que en verdad son hermanos.

Marco volteó a verme de manera sospechosa al escuchar los comentarios de nuestros progenitores, como si de repente hubiera entendido lo que ahí pasaba. Me pidió que lo ayudara con la maleta, y salimos del aeropuerto. Cubrimos la cuota de estacionamiento y en media hora estuvimos en la casa.

Eran las seis cuando llegamos, por lo que faltaban dos horas antes de la cena, dos horas que utilicé en inquietarlo, en emitir frases con doble sentido que lo fueron calentando, preparándolo para lo que seguramente ocurriría en la noche, en la privacidad de la que por unos días volvería a ser su recámara. Y ya sentados a la mesa, se me vino a la mente la historia que me relatara Leonardo, e imité lo que en ella me contaba. Mi hermano estaba realmente turbado, sin saber que hacer, esa seguridad y ese tratarme como a un perro se habían esfumado con los agarrones de huevos que le estaba propinando, agarrones por lo que me dirigía miradas asesinas y por los cuales a la vez su miembro empezó a crecer, haciéndoseme agua la boca.

Al terminarnos la ensalada y el pastel que había preparado mi madre, me invitó a irnos a dormir y yo me rehusé argumentando que quería ver un programa en la televisión. Claramente molesto y confundido, se marchó con dirección a la habitación. Yo me senté en la sala y encendí el televisor sin más intenciones que perder el tiempo y desesperarlo más. Entre comercial y comercial, transcurrió casi una hora antes de que me decidiera a alcanzarlo en nuestro cuarto.

Tratando de no hacer ruido para no avisarle que había entrado, me quité toda la ropa y emprendí el camino hacia el baño, donde él estaba esperándome con ansias, según pude juzgar por lo entreabierto de la puerta. Con la misma cautela con la que crucé el umbral de la recámara, hice lo mismo con el del baño y lo encontré sumergido hasta el cuello, recostado dentro de la tina con los ojos cerrados. Atravesé la habitación hasta llegar al borde la bañera y metí los pies en el agua, despertándose él al sentir mi presencia.

¿Qué haces aquí, enano? ¿Quién te dijo que podías hacerme compañía? – Me cuestionó tragándose mi verga con los ojos e incorporándose hasta que su torso salió a la superficie.

Tú – le contesté al tiempo que me sentaba frente a él –, al dejar la puerta entreabierta.

Permanecimos inmóviles y en silencio por unos segundos, retándonos mutua y calladamente a dar el primer paso. La tensión que había en el ambiente era en verdad alta, y ninguno de los dos se convencía de romper la acuosa y transparente barrera que nos separaba. Era como si a pesar de desearnos con todas las ganas, el hecho de ser hermanos y la mala calidad de nuestra relación siguiera pesando más.

Al final, fui yo quién se atrevió a avanzar. No pude soportar lo calmado que estaba el cuarto, y estiré la pierna derecha hasta tocar su paquete con la punta de mis dedos. No pude evitar sonreír al percatarme que su pene estaba ya algo erecto, delatando la enorme calentura de que mi hermano era preso. Con cierta precaución, algo temeroso de que pudiera rechazarme, empecé a masturbarlo con la planta del pie. Poco a poco, su miembro fue ganando tamaño y pronto su regordeta cabeza escapó del agua como un periscopio, momento que empleé para atraparla entre ambos pies y acelerar el ritmo de mis caricias, provocándole leves pero sensuales gemidos que acabaron de borrar mis dudas.

¡Ya no aguanto más, cabrón! – Expresó luego de unos minutos, abalanzándose sobre mí y apoderándose de mi boca.

¡A ver, a ver! ¿Qué dijiste? ¿Acaso fue esa una grosería? – Lo interrogué haciendo mofa de la intachable educación que solía presumirme.

¡Ahora no, por favor! Ya habrá tiempo para que te burles y te rías, Joaquín. Guárdate tus comentarios y acompáñame a la cama, que muero por meterte la verga. – Me rogó sin dejar de besuquearme.

¿A la cama? Pero si estamos todos mojados – comenté buscando agotar su paciencia –, ¿no quieres que antes nos sequemos?

¡Ya, Joaquín! ¡Vamos! – Insistió obligándome a salir de la bañera.

Una vez fuera del agua, caminamos de regreso a la recámara, él sobándome las nalgas y yo dejándome querer. Un rastro de agua quedó a nuestro paso, y ni siquiera nos preocupamos por apagar la luz. Lo único que en ese momento importaba era volvernos uno, estrechar los lazos familiares.

Acuéstate boca arriba y hazte el dormido. – Me mandó estando ya al pie de la cama.

¡¿Qué?! ¿Qué me haga el dormido? ¡Sí que eres pervertido, hermanito! – Le dije haciéndome un poco del rogar.

¡Ya no juegues, enano! Haz lo que te pido, ¡por favor! – Clamó con urgencia.

Está bien. – Acepté echándome a lo largo del colchón, con la vista y la polla apuntando al cielo, y el deseo navegando por mi cuerpo.

¡No seas tramposo! Cierra los ojos. – Exigió antes de atacar.

En cuanto seguí su última indicación, Marco se puso en cuatro sobre mí y repartió besos por toda mi cara para finalmente posar sus labios en los míos. Ensalivó mi boca por un buen rato, y después fue lamiendo el resto de mi cuerpo. Se hundió en el vello de mis axilas, jugueteó unos segundos con cada una de mis tetillas, llenó mi ombligo con su lengua y me mordió en la ingle antes de tragarse mi inflamada verga. Aunque con dificultad, estuve haciéndome el occiso pues se suponía que estaba dormido, pero al sentir sus expertos y estimulantes lengüetazos en mi falo no pude continuar fingiendo.

Llevé mis manos a su nuca y entrelacé mis dedos en su cabellera, al tiempo que, conforme mi pene rasgaba con más furia la suya, jadeos cada vez más fuertes salían de mi garganta. Las piernas me temblaban y la cabeza me daba vueltas de lo mucho que estaba disfrutando. Levanté la cara para observar cómo me la mamaba, y la imagen de mi rojiza y dura virilidad perdiéndose entre sus labios fue suficiente para tocar la cima. Antes de que mi hermano comentara algo así como agacha la cholla, que los dormidos no ven cómo se las chupan, me corrí copiosamente tomándolo por sorpresa y bañándole el rostro con mi semen.

Sin siquiera limpiarse los restos de mi venida, Marco me giró y se lanzó a hacerme un rico beso negro que me arrancó aullidos de gozo. Sus dedos y su lengua hicieron gran parte del trabajo, pero lo que más regocijo me causó fue su barba. Ustedes han de entender cuando hablo de ese exquisito cosquilleo que producen los pequeños vellitos, ese suave y placentero raspar capaz de enchinarte la piel. ¡Ah, me caliento nada más de acordarme!

¡Qué culo tan más… apetecible! – Me halagó luego de salir de entre mis nalgas y antes de reptar cama arriba – ¡Y es todo para mí! – Se regodeó repasándolo una y otra vez con su inflamadísimo y baboso glande.

¡Sí, es todo para ti! – Recalqué moviéndolo en círculos.

Ahora vas a saber lo que es bueno, hermanito – me advirtió separando mis glúteos –. Te voy a dar la follada de tu vida. – Amenazó colando su hierro hasta mi entrada posterior.

¿Qué? ¿No quieres que te lo pida? ¿No que sólo así lo harías? – Lo cuestioné haciendo alusión a las palabras que él dijera luego de haberme tomado aquellas fotografías.

Con que Leonardo te lo contó todo, ¿no? – Me susurró al oído.

¡Sí, todo! – Gemí al sentir su barba rascando el lóbulo de mi oreja.

Dime, ¿esto también te lo contó? – Preguntó cubriéndome la boca para impedir que gritara al recibir la regordeta punta de su falo.

No pude responder a su interrogante, pero de haberlo hecho le habría dicho que no, pues ni mil palabras habrían descrito con justicia lo que experimenté cuando me penetró. Tampoco podría explicar las sensaciones que se apoderaron de mí al él enterrarme el resto de su espada ni cuando comenzó a meterla y sacarla con las ganas guardadas desde aquella noche en que se arrepintiera de tomar ventaja de mi condición. Sólo puedo decir que el placer que me produjo fue tan grande, que me pareció efímero el tiempo que lo tuve dentro. Antes de yo pensarlo, mis intestinos fueron bombardeados con potentes y abundantes chorros de esperma que me obligaron a eyacular por segunda ocasión, a pesar de que hacía poco de la primera. Y una vez habiéndonos vaciado los dos, permanecimos en la misma posición aguardando a que nuestros corazones recuperaran el ritmo habitual. Su pene fue perdiendo firmeza, pero no me abandonó del todo, pues para que su ancha cabeza saliera se necesitaba de un empujón que no estaba dispuesto a dar. Lo deseaba en mi interior eternamente.

¿Puedo preguntarte algo, enano? – Inquirió mientras me peinaba tiernamente con sus dedos.

Pues… de que puedes, puedes, ya que yo te conteste es otra cosa. – Señalé entre risas.

¡Payaso! ¡A ver!, dime algo: ¿quién coge mejor: Leonardo o yo? – Cuestionó echándome una mirada de ¡por favor!, di que yo.

No lo sé, no estoy seguro. Para poder elegir a uno, creo que necesitaría follar con los dos al mismo tiempo. – Argumenté medio en broma medio en serio, negándome a darle el gusto de escuchar su nombre.

Pues entonces vamos a buscarlo. – Propuso saltando de la cama.

¡¿A su pueblo?! ¡No manches, Marco! – Exclamé con tono de estás bien loco, cabrón – ¡Ni que me urgiera tanto, ni que fuera yo el que quisiera saber! Déjate de mamadas y vente a dormir. – Le dije ofreciéndole mi pecho como almohada y mis brazos como manta.

De acuerdo, pero no creas que me voy a olvidar del tema. – Afirmó regresando a la cama.

Si quieres mañana lo discutimos – prometí –, igual no es tan mala idea.

Está bien. ¡Buenas noches Joaquín! – Me dio el último beso de la sesión.

¡Buenas noches, Marco! – Lo besé en la frente – ¡Buenas noches, Marquito! – Le agarré la polla y ambos nos reímos antes de que nuestros párpados cayeran.

Como si los papeles se hubieran invertido y fuera el menor el que protege al mayor, me dormí cobijándolo con mi cuerpo, sintiéndome feliz del giro que había tomado nuestra relación. Entre sueños tuve tiempo para meditar la propuesta de encontrarnos con Leonardo, y terminé por estar de acuerdo con ella. No me interesaba en lo más mínimo compararlos al uno contra el otro, pero estaba seguro de que los tres juntos podríamos pasar un muy buen rato. Después de todo, dos vergas son mejor que una.

**********

Nota: Cuando escribí la primera parte de este relato no pensé en una segunda, pero debido a que en la mayoría de sus comentarios lo comentaban, decidí hacerlo. No estoy seguro de que el resultado haya sido del todo bueno pues no lo planeé así desde un principio, pero igual espero haya sido de su agrado. Ah, y fallen: la historia es completamente inventada, pero si viajas seguido a Guadalajara y de cualquier manera te interesa conocerme, sólo tienes que decirlo.

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