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Sexo bajo cero

en Amor filial

Sexo bajo cero.

Fue alrededor de las dos de la mañana que su teléfono sonó. El entrenamiento del día anterior lo había dejado sumamente agotado y por lo profundo de su sueño tardó un buen rato en escuchar el timbre de su celular. Preguntándose quién rayos podría llamarlo a esa hora, estiró el brazo buscando el aparato. Una vez que lo encontró, aceptó la llamada y lo llevó a su oído. Con una clara modorra distorsionándole la voz, se dispuso a contestar.

¿Bueno?

¿Soñabas conmigo, hermanito?

¿Svetlana? ¡¿Para qué diablos me llamas?!

¡Oye! ¿Por qué me hablas así? ¿Por qué te enojas?

A ver… El entrenamiento me tiene muerto, mañana es la ronda final de la competencia, necesito descansar, tú me llamas a mitad de la madrugada y todavía cuestionas mi molestia. ¡Te pasas, de veras!

¡Ay! No es para tanto, Alexei. Yo también estoy cansada y escúchame: tan fresca como una lechuga y con las pilas bien puestas.

¿Para eso me llamaste? ¿Para presumirme que tienes más aguante?

Yo no te estoy presumiendo eso, pero ahora que lo mencionas… Sí, en definitiva tengo más aguante. Tú nada más dos palos y caes rendido.

¡No seas payasa! Me refería a… Bueno, para qué te explico. Mejor dime para qué llamaste.

No. Primero contéstame lo que te pregunté: ¿estabas soñando conmigo, hermanito?

¡No, no estaba soñando contigo!

¿Entonces con quién?

¡Ay, no sé! ¡No me acuerdo! ¡Y dime ya qué quieres o te cuelgo!

Está bien, está bien. Quiero que vengas a entrenar conmigo.

¡¿Qué?! ¿A entrenar? ¡¿Estás loca?! ¿Cómo me pides eso cuando te estoy diciendo que estoy muerto y necesito descansar para mañana? Además, ¿cómo pretendes que ensayemos si la pista está cerrada?

Eso no es cierto.

¡Claro que sí!

¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué estoy yo adentro?

¡Ay, hermanita! Es imposible que estés dentro de la pista. Si crees que me vas a sacar de la cama con una mentira tan obvia como esa, estás muy equivocada.

Y… ¿Si te dijera que además de estar sobre la pista estoy desnuda? ¿Que con la mano que no tomo el teléfono me masturbo? ¿Que ni el frío del hielo me quita lo caliente? ¿Que estoy deseando que vengas a cogerme? ¿Seguirías acostado en tu camita?

¿Estás hablando en serio? ¿De verdad estás sobre la pista?

¿Ahora sí me crees? ¡Qué predecible eres, hermanito! Nada más escuchas la palabra coger y tu actitud es otra.

¡Ya! Dime si de verdad estás sobre la pista. ¿Cómo fue que conseguiste entrar? ¿Acaso… ¡No!

¡Sí! ¡Exactamente cómo estás pensando! Una linda muchachita sin inhibiciones, un oficial con las ganas reprimidas, nadie alrededor… Todo estuvo ni mandado a hacer.

¡A ver, cuenta! ¿Cómo fue?

Alexei se levantó emocionado, ya sin molestia ni modorra, sintiendo como su sexo comenzaba a erguirse nada más de imaginar lo que a continuación su hermana le relataría. Después del cuerpo de Svetlana, de la blancura de su piel, lo definido de sus músculos, la redondez de sus pequeños pero firmes senos y la tibia perfección de su entrepierna, no había nada que al chico le excitara más que oírla confesar sus aventuras. Con los oídos bien abiertos, sentado al borde de la cama con sus bóxer formando ya una gran carpa, se preparó a escuchar la de aquella madrugada.

No podía dormir. Ya sabes que, contrario a lo que a ti te pasa, los entrenamientos me dejan con ganas de más. Me resulta imposible conciliar el sueño cuando las piernas y los brazos me palpitan. Pues bien, para aprovechar mi insomnio, decidí que lo mejor sería volver a la pista y ensayar la rutina de mañana un par de horas más. Ambos sabemos que eso está prohibido, pero también sabemos que siempre consigo lo que quiero. Conciente de que el guardia se negaría a abrirme, me vestí con poca ropa para persuadirlo de que sí.

¿Cómo te vestiste, hermanita mía?

Con una blusa pequeñita y ajustada que no disimulara la erección de mis pezones a causa de las bajas… temperaturas.

¿Se te transparentaban? ¿Se notaba lo oscuro de tus botoncitos?

¡Sí! Tanto que daban ganas de besarlos.

A mí ya me dieron. Quisiera tenerlos en mi boca y morderlos hasta hacerte retorcer, ¡gritar de la emoción! ¡Ah, cómo me gustan tus pechitos! ¡Cómo quisiera perderme en ellos y… ¿Qué más llevabas puesto?

Una minifalda que apenas me tapaba el culo.

¿La roja de cuadritos?

Sí, esa misma.

¡Perversa!

¡Sí, con esa se me ve prácticamente todo y… ¿Qué crees?

¡¿Qué?!

¡No traía calzones!

No…

¡No! El aire se colaba entre mis piernas y me acariciaba la rajita. Y como no me había bañado, como no me había lavado todo ese sudor que el entrenamiento nos sacó, ¡me apestaba el coño! ¿No lo hueles? ¿No se te ha puesto dura nada más de imaginarme caminando por la calle con el culo casi al aire?

…

Alexei no pudo responder. Las palabras de su hermana lo habían excitado a tal grado, que sus bóxer habían ido a parar al suelo y con la derecha se hacía una acelerada paja. Svetlana era una de esas mujeres de inconfundible aroma, una de esas hembras que con el más mínimo esfuerzo físico desprendía por cada poro de su cuerpo ese inconfundible olor a sexo que tanto lo enloquecía. Varias veces le había pedido no se aseara, varias veces le había pedido se le sentara encima de la cara y lo embriagara con su esencia y ¡cómo había gozado! Ahora sus dedos recorrían la rosada hinchazón de su falo mientras que su nariz buscaba en el ambiente una pizca de aquel sensual perfume.

Te hice una pregunta, hermanito. ¿Por qué no me contestas? ¿Por qué no… ¡Ah! Ya te la has de estar jalando, ¿verdad?

¿Cómo podría no estarlo haciendo? ¿Cómo si me vuelves loco?

Pues así mismo cómo tú te pones se puso el oficial cuando me vio. Toqué a la puerta, y cuando acudió a mi llamado se quedó con los ojos bien abiertos. Tardó un momento en reaccionar y cuestionar la razón de mi visita. No podía quitarme la vista de encima, pero yo sí pude quitarme la ropa y mostrármele desnuda, provocando que sus pantalones de inmediato se abultaran.

¿No me vas a abrir? – inquirí separando unos centímetros las piernas, dándole un doble sentido a mis palabras.

Este… No puedo abrirle, señorita Volkova – me respondió con los ojos puestos en mi coño.

Entonces, ¿vas a dejar que me quede afuera con todo el frío que hace, así destapadita como estoy? – lo interrogué pegando mi cuerpo al cristal –. ¿Vas a permitirlo cuando podrías cobijarme con tus brazos? – me apreté los senos ofreciéndoselos –. ¿Me vas a negar la entrada, siendo que yo te brindo a ti la mía? – introduje un dedo en mi vagina –. Ábreme, ¿sí? – le supliqué con tono de colegiala en apuros –. Ábreme y verás como lo disfrutas – le prometí lamiendo en círculos el vidrio.

Después de eso, el oficial fue incapaz de mantener su postura y, luego de nerviosamente sacar las llaves de su bolsillo, me permitió la entrada para de inmediato abalanzarse contra mí y besarme los pezones. Estaba tan entretenido con ellos que fui yo la que lo separó. Lo puse contra la pared y fui descendiendo hasta quedar mi rostro frente a frente con su bulto. Le di unos cuantos besitos por encima de la tela, le bajé el cierre y finalmente extraje su babosa e inflamada verga.

¿Cómo la tenía?

¿Qué pasó, hermanito? ¿Acaso te me estás volteando?

¡No digas estupideces! Sólo quiero saber cómo la tenía, si te pareció más rica que la mía.

¡Eso nunca! La tenía gordita y cabezona, pero nadie como tú. Lo sabes.

¿Te gusta mi verga, hermanita?

¡Mucho!

¿Desearías tenerla entre tus labios en este preciso instante?

¡Por supuesto!

¿Se la chupaste pensando en mí? ¿Se la mamaste imaginando que era yo?

¡Siempre!

Dime cómo.

Me la tragué enterita desde un principio. No por atrabancada sino porque así lo quiso el tipo. Estaba tan caliente, que en cuanto sintió que le rocé la punta me la enterró hasta la garganta y empezó a follármela. La verdad es que no me dejó hacer nada. Me agarró de los cabellos y usó mi boca como un coño. Yo me limité a recibir sus embestidas y a escucharlo gemir como un toro.

¡Ah!

La polla se le ponía más dura con cada arremetida. Las venas se le ensanchaban anunciando su venida.

¡Dios!

Y de repente… Se corrió en mi boca.

¡Sí! ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiií!

Uno, dos, cuatro, siete chorros de semen fueron los que me tragué. Luego me la sacó, y se la limpié dejándosela como nueva.

…

¿Alexei? ¿Todavía sigues ahí? ¡Bueno!

Perdón, hermanita, pero es que…

Sí, ya lo sé. ¿Cuántos chorros disparaste tú?

¡Como veinte!

¡Mentiroso!

¡Ah, es que no sabes cómo me ponen tus puterías! ¡No sabes cuántas ganas tengo de cogerte!

Y, ¿qué esperas? ¿Por qué no te lanzas para acá? Ya te dije que estoy desnudita y bien caliente, deseando como una zorra me la metas.

¡Ya vas! Dame unos minutos y vas a ver cómo te follo.

Está bien. Pero apúrate que el oficial vendrá en cualquier momento por otra mamada.

¡Ni madres! Ahora me toca a mí.

Pues date prisa, entonces.

Voy para allá.

Alexei apagó su celular y de un salto abandonó la cama. Sin preocuparse por limpiar los restos de esa venida provocada por escuchar la historia de Svetlana, se vistió a toda prisa y salió corriendo hacia la pista, ubicada a unas cuantas cuadras de la villa olímpica donde él y los demás atletas se hospedaban en espera de sus respectivas competencias. No era largo el camino a recorrer, así que tampoco lo fue el lapso en que lo hizo. En menos de lo que canta un gallo, el muchacho se encontró a las afueras del lugar y llamó a su hermana con desesperación. Y fue el tiempo que tardó ella en acudir, el que aprovecharé para narrarles un poco más de la vida de ambos. La del uno o la del otro, que para el caso son lo mismo.

Svetlana y Alexei nacieron en Moscú, ella un año antes que él. Hijos de ex campeones olímpicos, desde niños se dedicaron por completo al deporte, al principio por obligación y después por mera costumbre. Primero que un par de zapatos, ambos escuincles se subieron en patines y antes que a caminar se enseñaron a deslizar. Antes de llegar a los diez conocían a la perfección las bases de la danza sobre hielo y a los quince y catorce respectivamente se convirtieron en los reyes de su país. A partir de entonces, comenzaron a dominar la escena del patinaje conquistando tanto a jueces como a público con su enorme carisma e indudable talento. De campeones de Rusia pasaron a serlo de Europa y del mundo, siendo una medalla olímpica la única faltante en sus vitrinas.

Pero para llegar al punto de ser considerados una de las mejores parejas en la historia de la disciplina a pesar de su juventud, tuvieron que sacrificar prácticamente todo: juegos, amigos, escuela. La mayor parte del día se les iba en entrenar, y el poco tiempo que les restaba fue siempre insuficiente para mantener cualquier tipo de relación. Así se acostumbraron a tenerse sólo el uno al otro, a compartir cada experiencia y a contarse sus secretos, los cuales no podían ser muchos estando todo el tiempo juntos, siempre uno al lado del otro. Y fue así, conforme fueron creciendo, conforme la adolescencia les fue alborotando las hormonas y no encontraron a alguien sobre quien desahogar todo ese remolino de nuevas y bajas pasiones, que no les quedó más remedio que quitarse las dudas entre sí. Su paso de hermanos a amantes fue casi natural.

Su primer acercamiento ocurrió una tarde de invierno ensayando la rutina que presentarían en los siguientes campeonatos mundiales. Su padre, encargado de dirigir el entrenamiento, sufrió un accidente que lo obligó a acudir al hospital, dejándoles el curso de su preparación a ellos mismos. Como era de esperarse, al verse libres de la estricta presencia de su progenitor y entrenador, los chicos se olvidaron de la disciplina y se limitaron a jugar, a corretearse el uno al otro por toda la pista. A hacerse caricias que no por ser entre hermanos los dejaron de excitar. Él le rozaba ligeramente las nalgas mientras que ella le sobaba la entrepierna como no queriendo, y así las cosas se fueron encendiendo.

Cuando Svetlana, argumentando que se había cansado y en realidad huyendo de lo que con temor veía venir, se enfiló hacia la salida, Alexei se apresuró a alcanzarla con la intención de detenerla y seguir jugando un poco más. Ya que ella se encontraba mucho más cerca de la puerta, el muchacho se vio obligado a deslizarse a tal velocidad que una vez estando a unos cuantos metros de ella le resultó imposible detenerse. No sin antes advertirle del inminente choque, el joven se llevó a su hermana de corbata. Los dos cayeron en seco sobre el entarimado que rodeaba la pista. Él encima de ella. El pene morcillón justo entre los glúteos.

– ¿Qué haces? – inquirió Svetlana al sentir que su hermano comenzaba a restregarle el paquete.

– Lo que hemos estado deseando desde hace un par de años – contestó Alexei acelerando su vaivén.

– ¡Estás loco! Yo no estoy deseando nada – aseguró ella no con mucha convicción –. ¡Quítateme de encima! – le exigió en un tono que más bien pedía lo contrario.

– No te hagas, hermanita. Sé muy bien que tú lo quieres tanto como yo – apuntó él ya sobándole las piernas –. Ya no somos unos niños. Te he escuchado masturbarte a solas en tu cuarto y estoy seguro que tú me has escuchado a mí. Y ¿sabes qué? Cada paja, cada gota de semen que mi verga escupe es en tu nombre, en nombre de este rico par de nalgas que te cargas y que tantas ganas tengo de follar. No me digas que tú no sientes lo mismo, ¿eh? Que no te corres imaginando que soy yo el que te penetra y no tus dedos. No me lo digas porque no voy a creerte. Porque no me voy a ir de aquí sin que te coja – aseveró rasgándole la falda y las bragas –. He esperado ya dos años, y ahora que mi padre no nos friega no te he de desaprovechar – apuntó sacándose su enhiesto miembro.

– No, Alexei – susurró la jovencita levantando las caderas, dándole un mejor acceso a su hasta entonces por una polla inexplorada cueva.

– ¡Así está mejor! – exclamó su hermano finalmente atravesándola.

Svetlana gimió al sentir que la punta de aquel falo entraba en ella. Su hermano estaba en lo cierto, también a ella él se le antojaba y el que por fin estuviera sucediendo la animó sobremanera. El constante uso de pepinos y otros utensilios y el que su vulva estaba que se derretía le permitió que el grueso y alargado instrumento de Alexei se alojara entero en su interior con la facilidad que una cuchilla se desliza sobre el hielo. Y una vez estando unidos, una vez sus sexos acoplados, empezaron a moverse con energía pero con suavidad, con una violencia armonizada. Justo como si estuvieran compitiendo.

– ¡Oh, Dios! ¡Esto es la gloria! – clamó Alexei sin pararse de mover –. ¡Qué rico me la aprietas!

– ¡Y tú cómo me llenas! – replicó Svetlana –. ¡Dámela más duro, hermanito! – imploró llevándose una mano al clítoris –. ¡Cógeme como a una puta! – ordenó impulsándose para recibirlo con más fuerza –. ¡Cógeme como si fueras a partirme en dos!

– ¿Así, hermanita? ¿Así es como te gusta? – inquirió el adolescente tomándola de la cintura para penetrarla con más furia –. Pues así te la daré. ¡Toma, perra! – le decía metiéndosela hasta el fondo –. ¡Trágatela toda, maldita zorra! – le gritaba arremetiendo con más ganas.

– ¡Ay! – gemía ella con cada embestida –. ¡Ay! – chillaba ella por sus propias caricias.

– ¡Sí! – gimoteaba él follándola cada vez más rápido –. ¡Ya casi! – anunciaba él el pronto escupitajo.

– ¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! – sollozaron ambos ante la llegada del potente orgasmo.

Ahí termina la historia del primer encuentro. Ahí pasaron de ser hermanos a ser amantes y… Svetlana finalmente apareció, finalmente le abrió la puerta y en efecto, tal como lo dijera por teléfono, iba desnuda y con los labios y los muslos húmedos de excitación. Alexei no resistió lo cachondo de la escena y se le lanzó encima llenándola de besos y arrumacos. Le tocó los senos, le masajeó los glúteos y la apretó contra su cuerpo para anunciarle su erección. Ella lo rechazó, y luego de estrujarle los testículos se echó a correr.

– Si quieres cogerme, tendrás que alcanzarme – sentenció deteniéndose a la orilla de la pista para colocarse los patines –. ¡Claro – piso el hielo –, eso si puedes dejar de retorcerte! – se alejó deslizándose en un solo pie.

Le tomó a Alexei algunos minutos el recuperarse, el poder caminar a pesar del dolor. Lentamente, con una mano sobre el muro y otra en la entrepierna, sobando suavemente sus lastimadas bolas, el molesto y avivado chico se dirigió hasta donde un par de patines lo esperaba. Después de desnudarse, dejando libre esa imponente verga que con todo y el apretón de huevos se negaba a declinar, se puso los patines y entró a la pista dispuesto a cobrarse con una buena sesión de sexo anal.

– ¡A que no me atrapas! – se burlaba ella dibujando círculos por todo el hielo.

– Ya verás cuando lo haga – murmuraba él acechándola, aguardando el momento preciso para capturarla.

– ¡A que no me atrapas! – insistió Svetlana con las bufonadas –. ¡A que no… ¡Ay! – gritó al verse sorpresivamente por su hermano sujetada.

– ¡Ahora sí, chiquita! Vas a pagar por haberme exprimido los testículos – amenazó Alexei conduciéndola hacia uno de los muros de contención –. Me la vas a pagar exprimiéndome ahora la polla, pero no como haces diario sino con este rico agujerito – apuntó pasándole un dedo por el ano.

– ¡¿Qué dices?! – lo cuestionó ella incrédula.

– Justo lo que oíste, hermanita: que te voy a romper el culo en venganza por lo que me hiciste – ratificó él separándole las piernas.

– ¡No! ¡No lo hagas, por favor! – rogó la muchacha al sentir aquel falo acomodarse entre sus nalgas –. ¡No te atrevas, Alexei! – advirtió atemorizada por el dolor que sin duda su hermano le provocaría al por atrás atravesarla –. ¡No lo hagas sino… ¡AYYYYYYYYYYYYYYY! – aulló al él metérsela hasta dentro y de un intento.

– ¡Ah, pero qué apretadita estás! – expresó el chaval dando inicio al mete y saca –. ¡Qué rico que me envuelves, hermanita! – señaló agarrándola de sus tetas pequeñitas.

– ¡Me las vas a pagar, imbécil! – ladró Svetlana bajándole una mano de sus pechos a su sexo, animándolo a penetrarla por delante con sus dedos –. ¡Me las vas a pagar por haberme forzado a esto!

– Pues no parece disgustarte tanto – insinuó Alexei recorriéndole los labios, esos por los que no podía gemir como ya empezaba a hacerlo –. No te mueves como si te estuviera yo obligando.

– ¡Cállate ya y limítate a follar! – demandó ella agitando las caderas.

– ¡Puta! – le sopló él al oído con cariño y concentrándose en gozar.

Se mantuvieron por un lapso considerable inmersos en el ajetreo, hasta que uno primero y luego el otro explotaron. Las estocadas por detrás y las caricias por delante transportaron a Svetlana a un orgasmo apabullante por el que incluso se escapó un instante de este mundo. Los espasmos vaginales estrujándole los dedos y los anales abrazándole la verga hicieron que Alexei copiosamente se corriera en medio de alaridos de placer. Y junto con ellos, observándolos desde las gradas, sentado en una butaca haciéndose una paja, también el oficial se vino, derramando su esperma sobre la fila de adelante, descubriéndole a ambos su presencia.

– Ojala le haya gustado – le dijo la chica al uniformado al escucharlo eyacular.

– Este… Perdón, yo sólo… – intentó justificarse el oficial.

– No se disculpe, tómelo como un agradecimiento por habernos permitido entrar – mencionó Alexei antes de salir del hielo.

– Hasta luego – se despidió Svetlana abandonando la pista junto con su hermano, dispuesta a ahora sí, contenta y satisfecha, irse a dormir.

Ese mismo día, un poco más tarde, con la intención de colgarse al cuello la medalla de oro, continuando así con la hegemonía rusa en la danza sobre hielo, los hermanos Volkova saltaron a esa pista que horas antes los oyera gemir, que horas antes los viera gozar. El sonido local anunció su participación, y entre aplausos y porras del público comenzaron su rutina, esa que de ejecutarse sin errores les concedería la victoria. Durante los primeros minutos todo transcurrió a la perfección, los elementos de Svetlana y Alexei fueron correctos y todo apuntaba a que conservarían el primer lugar obtenido después de las dos rutinas previas. Pero aún faltaban componentes, y fue a mitad de uno de ellos, en una cargada que de haber estado descansados habrían elaborado sin problema, cuando los brazos de él no respondieron y ella cayó al suelo, arrancándoles a todos una expresión de asombro y terminando con el sueño. Las calificaciones de los jueces, como era de esperarse, fueron severas y mandaron a la pareja hasta el tercer lugar. Su progenitor y entrenador, al verlos recoger el bronce en lugar del oro se sintió morir. Con la cara roja de rabia y decepción, les envió una mirada de reclamo en la que ellos ni siquiera repararon. Svetlana y Alexei sonreían y se abrazaban como si fueron ellos los verdaderos triunfadores, los campeones. Tal vez su padre, su país y el mundo entero podrían estar con ellos enfadados, pero se mostraban alegres y contentos. Sus risas irradiaban una enorme felicidad, una que sólo el oficial encargado de cuidar la pista supo entender. Una que nada tenía que ver con ganar o competir. Una que ni la más cruda derrota les podría arrebatar.

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