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El ángel de 16 (3)

en Gays

No recuerdo con exactitud lo que sucedió cuando despertamos y vimos a su padre observando como dormíamos desnudos uno al lado del otro. Sentí tanto miedo, más que por mi por lo que podría pasarle a Raúl, que creo borré de mi memoria todo recuerdo de aquel desagradable momento. Lo único que guardo en mi mente son las palabras que nos dijimos antes de que la policía me pusiera las esposas y me metiera en la patrulla.

"No te preocupes por mí amor, te prometo que encontraré la forma de salir de esto y regresaré por ti cuando tengas la edad suficiente para decidir con quien quieres estar.", le dije tratando de aparentar que me encontraba bien, no quería causarle más dolor.

"Te prometo que esperaré todo el tiempo que sea necesario para volver a reunirnos José ¡Te amo y te amaré por siempre¡", le grité con una voz entrecortada por el llanto.

La patrulla se alejó y poco a poco deje de verlo. Aunque por fuera me veía sereno por dentro estaba destrozado. Detrás de mi había dejado a la persona que más quería en el mundo y delante se encontraba un destino que seguramente no resultaría muy bueno. Le prometí que encontraría la forma de salir de esa situación, pero no tenía la menor idea de cómo podría lograrlo. Me sentí aterrorizado de nunca volver a verlo, de pasar mis últimos días en la oscuridad de una celda. No pude aguantar las ganas de llorar.

Cuando vi la patrulla alejarse con José adentro, corrí hacia donde se encontraba mi padre y entre gritos y reclamos golpeé su pecho. Quería matarlo por haberme separado de la única persona que me ha amado. Después de un tiempo me cansé y caí de rodillas al suelo. Mi padre se inclinó un poco para decirme que nunca volvería a ver a ese pervertidor de menores. Sentí un gran miedo, porque sabía que tenía el poder necesario para cumplir su promesa.

Cuando llegamos a la delegación me dieron la oportunidad de hacer una llamada. No tenía muchos conocidos en la ciudad, sólo se me ocurrió llamar a Francisco Duarte, el abogado amigo de mis padres que me ayudó a conseguir el trabajo como profesor cuando llegué a la ciudad después de su muerte. El es un hombre rico y con influencias, pensé que me ayudaría a salir. Cuando llegó a la delegación le expliqué todo y a pesar de la cara que puso y las cosas que me dijo, prometió que haría todo lo que pudiera para sacarme de ahí. Me metieron en una celda y por primera vez en mi vida pasé la noche detrás de los barrotes.

Cuando desperté al día siguiente de la tragedia, lo primero que vi fueron un par de maletas a un lado de la puerta de mi cuarto. Creí que mi padre me propondría salir de viaje con él para olvidar lo sucedido, pero fui muy optimista. Bajé al comedor y me senté junto a él. Después de darle un trago al jugo de naranja me dijo. "Desayuna porque en unos minutos te llevaré con el Padre Ernesto. Terminarás la preparatoria en su internado". No tenía fuerzas ni ánimos para protestar, sólo hice lo que me ordenó y esperé a que saliéramos rumbo al internado.

El ruido de una macana chocando con los barrotes me despertó. Era un policía con mi desayuno, un vaso de agua y un par de insípidos huevos. Estaba comiendo cuando escuché otro ruido, era el mismo policía que habría la celda para que Francisco entrará. Me alegró mucho verlo, pensé que vendría por mi. Cuando me miró me di cuenta de que me estaba adelantado demasiado. Me comentó que al parecer Diego Fonseca era un hombre con mucho poder, que mañana mismo sería el juicio de mi caso, que trataría de que me declararan inocente, pero que no me prometía nada. Salió de la celda y me dejó más aterrado que nunca. Para que el juicio fuera tan rápido el padre de mi bebé debería ser un hombre muy influyente, no creí que fuera a salir bien librado de la situación.

Cuando llegamos a la escuela del Padre Ernesto, este mismo salió a recibirme. El sacerdote era muy amigo de la familia, mi padre le ayudaba mucho con sus obras de caridad. Después de que ambos hablaron por un rato el Padre me tomó del hombro y me encaminó a la entrada. Escuché que mi papá se despedía de mi, pero ni siquiera volteé a verlo. El Padre me dijo que no debería ser así, que estando en su internado el me enseñaría a ser una persona de bien. Había algo en sus ojos que me hizo pensar que había algo más en sus palabras que ganas de ayudarme a ser mejor, supe que mi estancia en aquel lugar no sería muy placentera.

El juicio fue meramente un trámite para disimular la guerra de corrupción que se encontraba detrás de todo. Guerra en la que afortunadamente no salí tan perjudicado como creía. Aunque Francisco no logró que el veredicto del juez fuera inocente, si consiguió que la pena fuera lo más ligera posible. El padre de Raúl esperaba una condena de 10 a 15 años, pero sólo fueron 2. Con todo lo que había pensado, al escuchar que nada más serían dos los años que estaría encerrado, casi brinco de la emoción. Francisco se despidió de mi y me prometió que seguiría luchando por reducir la pena aún más. Los policías me sacaron del juzgado y me llevaron al vehículo que me trasladaría hasta el penal.

El Padre Ernesto me llevó hasta mi dormitorio y me dijo que tendría el día libre para que conociera la escuela y me acostumbrara a ella, que mañana comenzaría con las clases. "Que estúpido", pensé yo. Cómo podía esperar que en tan sólo 24 horas me acostumbrara a estar en ese lugar y sin el amor de mi vida. Metí mis cosas en la cómoda que estaba al lado de mi cama y cuando di la vuelta para salir del cuarto me encontré con un muchacho -que adiviné tendría la misma edad que yo- parado a un lado de la puerta. No le presté mucha atención a su apariencia, sólo recuerdo que se presentó como Hugo y se ofreció a mostrarme la escuela. Le dije que sí y salimos del dormitorio.

Después de todo el protocolo por el que tiene que pasar un preso recién ingresado (las fotos, el papeleo, etc.) dos custodios me escoltaron hasta mi celda. Cuando caminábamos por los pasillos los demás internos me gritaban cosas como "adiós mamacita", "que rico culito tienes chiquita", "ya llegó la nueva puta". Traté de no prestarles atención, pero en verdad me intimidaron. Me preguntaba si sería verdad lo que se ve en las películas, si sabrían que estaba ahí por abuso de menores, si me tomarían como su puta. Llegamos al que sería mi hogar por los siguientes 24 meses y después de cerrar la celda, los custodios se alejaron dejándome con Roberto, mi compañero de "habitación".

La escuela era en verdad hermosa, la arquitectura, los inmensos y bien cuidados jardines llenos de flores, la atmósfera llena de alegría. Por un momento pensé que tal vez había exagerado y que en verdad podría pasármela bien, idea que se desechó cuando Hugo me mostró la capilla. Me platicó que la misa se celebraba cada tercer día a primera hora de la mañana y que cuando esta terminaba el monaguillo se quedaba con el padre para ayudarlo en sus "tareas espirituales". Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras me contaba. Los últimos seis meses el había sido el monaguillo, me dio las gracias por haber llegado, ya que los nuevos internos ocupaban ese lugar y ahora el podría ser libre. Cuando le pregunté por qué se ponía así, que qué era lo que hacían con el Padre Ernesto, este llegó y le ordenó a Hugo regresara a sus clases. Me tomó del brazo y me pidió que lo acompañara dentro de la capilla para explicarme lo que hacía con sus monaguillos. Me dio un poco de miedo, pero mi curiosidad fue mayor y entré junto con él al recinto.

Las primera palabras que cruce con Roberto me bastaron para saber que era una buena persona a pesar de encontrarse en el penal por asesinato. Un hombre mató a su esposa después de violarla y en un arranque de furia él le metió tres tiros. Tenía tres años en la cárcel y aún le faltaban otros siete. Cuando le dije el motivo por el que me habían encerrado a mí, me advirtió sobre el "jefe" y su banda. El tal "jefe" era, como su apodo lo decía, el que mandaba entre los reclusos y acostumbraba satisfacer su falta de sexo con los recién llegados; y si la causa por la que llegaban era algún delito sexual los trataba aún peor. Después de todo, lo que contaban en las películas no estaba tan lejos de la realidad, eso me aterró. No quería ser violado y humillado por esos delincuentes, y mucho menos deseaba contagiarme de alguna enfermedad o ser asesinado sin volver a ver a Raúl. Pensé en llamar a Francisco para que me consiguiera una celda especial alejada de los demás presos, pero eso no podría ser hasta mañana. Mientras tanto traté de dormir un poco antes de la hora de la cena.

Cuando entramos a la capilla el Padre Ernesto me explicó detalladamente todos y cada uno de los deberes de un monaguillo durante la misa. No eran muchas las cosas que tendría que hacer, así que las memoricé de inmediato. También me dijo que cuando terminaba la misa tendría que quedarme para ayudarle a guardar todos los utensilios que se utilizan en la celebración y para rezar un poco. Según sus palabras Hugo era budista, pero cuando su madre murió y su padre se casó con una mujer muy católica entró al internado para aprender las costumbres de la religión que predicaba su madrastra; es por eso que no le gustaba ser monaguillo y se ponía así cada vez que hablaba de ello. Cuando terminó de justificar al pobre muchacho me dijo que me fuera a cambiar para la cena y salimos del lugar. No creí ni una sola de sus palabras. No sabía porque Hugo había soportado todos los abusos del Padre, pero si sabía que yo no permitiría que hiciera lo mismo con migo.

Cuando faltaban unos minutos para las ocho de la noche los custodios abrieron todas las celdas, para que al escuchar el timbre que anunciaba la hora de la cena todos los presos pudiéramos salir hacia el comedor. Pensé en quedarme dormido, pero las reglas no lo permitían, así que tuve que formarme para recibir mis alimentos. Busqué con la mirada a Roberto y fui a sentarme junto a él. Mientras cenábamos, el "jefe" se acercó a nuestra mesa y se presentó muy educadamente dándome la bienvenida y poniéndose a mis órdenes. El "jefe" es un hombre alto y con los músculos marcados por el ejercicio, imponente. Me pareció muy amable y agradable, pero sabía que esa cortesía no era más que una señal para que me prepara a ser su juguete sexual. Terminé de cenar apresuradamente y me fui a mi celda a dormir, algo que no pude hacer por el pánico que me invadía al imaginar lo que aquel hombre podría hacerme.

Cuando llegué al comedor Hugo me indicó con la mano donde se encontraba sentado y caminé hacia su mesa. Estaba sólo, al parecer no era un alumno muy popular o disfrutaba de la soledad. Durante la cena ninguno de los dos pronunció palabra, nos dedicamos a comer y cuando terminamos nos fuimos cada uno a su dormitorio. Los cuartos no pasaban de los seis metros cuadrados, apenas y cabían la cama y la cómoda, eran en verdad muy pequeños, de mi recamara podrían salir fácilmente seis de ellos. El estar acostumbrado a las comodidades me incómodo mucho la primera noche que dormí en el internado; pero más me incomodaba el que la mañana siguiente sería mi primer día como monaguillo. No estaba seguro de cómo podría librarme de las intenciones del Padre Ernesto, en caso de que las palabras de Hugo y mis sospechas fueran ciertas.

Me levanté asustado por el ruido que los custodios hacían para anunciar que teníamos que levantarnos. Según lo que me dijeron al entrar a la prisión teníamos que despertarnos a las seis, tender nuestras camas, darnos un baño y estar en el comedor a las siete en punto para el desayuno. Tomé mi toalla, mi jabón, y caminé a las duchas junto con Roberto. Aquello podría haber sido una bella imagen en otra ocasión, hombres desnudos mostrando una gran variedad de vergas, pero el miedo no me permitió admirar absolutamente nada. Me desnudé rápidamente y de la misma manera comencé a bañarme, quería salir de ahí cuanto antes. Mientras enjabonaba mi cuerpo escuché un silbido y de inmediato todos los hombres que se encontraban en las duchas de los lados se fueron rumbo a los vestidores. Escuché la voz del "jefe" que me decía: "así te queríamos tener, sólo y a nuestra merced", empecé a temblar.

Apenas estaba agarrando el sueño cuando abrieron la puerta de mi dormitorio para avisarme que era hora de despertar y tomar un baño para asistir a misa. Renegando me levanté. No tenía ganas de bañarme, así que me fui directo a la capilla. Ahí ya se encontraba el Padre Ernesto, quien me dio la vestimenta que debería usar como monaguillo. Uno a uno fueron llegando todos los alumnos, que calculé serían alrededor de tres cientos. La misa transcurrió lentamente y cuando creí que me quedaría dormido escuché al Padre decir "vayan en paz, la misa ha terminado". En menos de tres minutos todos habían salido y me encontré sólo con el Padre, quien me pidió que lo acompañara a la oficina ubicada detrás de una puerta en el altar de la capilla. Pude negarme y salir corriendo, pero quería saber lo que se traía entre manos, así que lo obedecí y entré. El cerró con llave y el terror se apoderó de mí, me di cuenta de que había hecho mal en hacerle caso, pero ya no había vuelta atrás.

El "jefe" no estaba solo, lo acompañaban otros cuatro hombres de diferentes edades y físicos. Caminaron hacia mí y el menos fornido de todos me dijo: "De seguro ya sabes lo que hacemos con los nuevos, ¿verdad? Te recomiendo que cooperes y no te irá tan mal". Él tenía razón, de cualquier manera nada podría hacer contra cinco hombres. No me quedaba más que obedecer lo que me dijeran esperando no me lastimaran tanto, les pregunte que querían que hiciera. De inmediato se me acercó el más joven de ellos, un muchacho rubio, con un cuerpo atlético que no pasaría de los veinte. De un golpe me hizo caer de rodillas ante él y con su mano acercó mi cara a su miembro aún flácido. No necesité más para comenzar mi "trabajo". Me metí en la boca aquella verga y está empezó a crecer. Era una polla delgada pero grande, de unos 20 centímetros, apenas y podía abarcarla toda sin ahogarme. Sin duda habría disfrutado del delicioso manjar si fuera otra la situación, pero desgraciadamente no era así.

En cuanto cerró la puerta, el Padre Ernesto se abalanzó sobre mi y comenzó a besarme y acariciarme. "Siempre me has gustado Raulito, cuando tú papá me dijo que vendrías a terminar la preparatoria en mi escuela me alegré muchísimo. Se que tu también me deseas, así que no te resistas", balbuceaba el lujurioso sacerdote. Mientras con una mano trataba de quitármelo de encima, con la otra buscaba algo para golpearlo. Encontré un candelabro y con todas las fuerza que pude reunir lo estrellé contra su nuca. De inmediato me soltó y se llevó las manos a la cabeza para descubrir que estaba sangrando. Su rostro cambió de una enorme excitación a una terrible furia. Se acercó a mí nuevamente y me dio un puñetazo. El golpe me hizo estrellar contra la pared y caí desmayado, quedando a su merced.

Aunque no me agradara, traté de darle a aquel joven la mejor mamada de su vida. Al parecer lo estaba logrando, porque gemía de placer y me tomaba de la cabeza para hundir su pene en mi garganta. La escena excitó a los otros tres hombres que acompañaban al "jefe", vi como se acercaban a nosotros ya con sendas erecciones, esperando que llegara su turno. Yo continué con lo que hacía. Aceleré el ritmo con el que mi boca subía y bajaba por el tronco de la virilidad del rubio buscando que acabara lo más rápido posible. A los pocos minutos sentí como su falo comenzaba a palpitar y se ponía más duro, la señal de que estaba a punto de correrse. Se salió de mi boca y vació todo el líquido contenido en sus testículos sobre mi cara. Me sentí sumamente humillado, pero no tuve tiempo para compadecerme de mí mismo porque el sujeto que me aconsejo no resistirme metió su verga en mi boca, era su turno para que le diera placer.

Desperté atado a un escritorio, inclinado, con el culo al aire y totalmente desnudo. El Padre Ernesto estaba sentado enfrente de mí, también desnudo y con una vara en la mano. Se levantó y mientras caminaba hacia donde me encontraba me decía que había cometido un grave error al haberlo golpeado, que ahora estaba obligado a ser rudo para castigarme por mi desobediencia. Se paró enfrente de mí y comenzó a pasar su miembro por toda mi cara. No podía experimentar ninguna otra sensación que no fuera asco al sentir las singulares caricias sobre mis mejillas y como el artefacto que hacía las mismas crecía un poco más con cada una de ellas. De pronto el Padre se detuvo e intentó meter su polla en mi boca, pero yo me resistí. Al ver que no estaba dispuesto a cooperar, el sacerdote levantó la vara y la dejo caer con gran fuerza sobre mi desprotegida espalda. El dolor que me provocó el golpe me hizo gritar, lo que aprovechó para penetrarme hasta la garganta con su enorme mástil.

El pene que ahora tenía en mi boca no era tan grande como el anterior, lo que facilitó la tarea. Su dueño tampoco tomaba mi cabeza para hundirlo hasta el fondo, algo que agradecí y traté de corresponder haciendo mejor mi trabajo. A diferencia del rubio, a este le acariciaba las bolas e intercalaba lengüetazos en la punta del glande con lentas y prolongadas mamadas, entre otras variaciones. Chupaba, mamaba y besaba con gran emoción aquella verga, por un momento llegué inclusive a disfrutarlo, lo que me provocó una erección. Mis esfuerzos dieron frutos muy pronto y ahora mi garganta fue la que sintió cada una de las descargas de semen de aquel hombre. Los otros dos sujetos que faltaban discutían para ver quien sería el siguiente, ambos estaban tan urgidos que decidieron hacerlo al mismo tiempo. Ambos estaban muy bien armados con 18 cm de carne gruesa y caliente. No me agradó la idea de tenerlos a ambos al mismo tiempo, pero no tuve otra opción. Abrí lo más que pude la boca para recibirlos.

El falo del Padre estaba alojado en mi boca y se movía lentamente para afuera y luego para adentro. Yo no ponía nada de mi parte, por lo que volví a recibir otro golpe que me hizo entender que sería mejor tomar parte en el "juego". No podía mover mucho la cabeza, por lo que solamente me dedique a mover mi lengua sobre el tronco de la verga del Padre. Este me decía cosas como "sigue así perrita" o "que rico mueves tu lengüita, zorra" y de vez en cuando me golpeaba la espalda con un poco menos de fuerza. Me hizo pensar que no era el que yo le diera placer con mi boca lo que le gustaba, sino humillarme. Así pasamos más de veinte minutos, lo supe porque podía ver el reloj colgado en la pared. Mi lengua estaba cansada y entumecida, dejé de moverla y el Padre sacó su pene de mi boca. Caminó a un lado del escritorio y lo perdí de vista. Me di cuenta de que estaba detrás de mi cuando sentí que la vara azotó una de mis nalgas. No acababa de recuperarme del golpe cuando el otro glúteo también fue azotado sacándome un grito y unas cuantas lágrimas.

El tener aquellos dos órganos dentro de mi cavidad bucal era asfixiante, agotador. Casi no podía seguir el ritmo de sus movimientos y por poco me desmayo al sentir como ambos raspaban las paredes de mi garganta. La erección que tenía volvió a bajar. Afortunadamente el placer que les proporcionaba el frotar la polla de uno contra la del otro me ayudo para que alcanzaran el clímax. Los dos terminaron casi al mismo tiempo y grandes cantidades de masculina leche inundaron mi boca, misma que derramé cuando los hombres sacaron sus herramientas de ella. Me desplomé en el piso creyendo que había terminado mi "tortura", pero me olvidaba del "jefe". Creí que él también querría su respectiva mamada, pero al ser el líder aspiraba a algo más. Entre el rubio y el menos musculoso me levantaron y me pegaron contra la pared abriendo mis piernas. El "jefe" pego su verga ya tiesa contra mi trasero y me susurró al oído: " ahora viene lo mejor putita". No alargó en lo más mínimo el momento, algo que después agradecí pues no quería prolongar mi humillación, colocó la punta de su fierro en mi ano y de un solo golpe lo metió hasta el fondo.

Mis nalgas quedaron rojas y con moretones antes de que el Padre dejara de azotarme. Cuando lo hizo me preparé para ser penetrado por aquel animal desviando mi mente a algún bello recuerdo. Sentí como acariciaba mi culo con sus dedos, tratando de que me relajara y fuera menos difícil la penetración. Pero no fue su miembro lo que sentí en mi interior cuando terminaron sus caricias. El hijo de perra me enterró la vara con la que antes me había pegado. Sentí que me partía en dos y la sangre en poco tiempo escurría por mis piernas. No paraba de llorar, lo que creo lo puso más caliente e hizo que introdujera una mayor parte de la vara en mi interior. Las fuerzas me abandonaban poco a poco y paré de llorar, estaba semiinconsciente. El Padre sacó el palo lleno de sangre y se recostó sobre mi, dispuesto a seguir cogiéndome. A pesar de que su verga era enorme y gruesa no sentí dolor alguno, pero tampoco placer cuando me penetró. Me encontraba en estado de shock y ya no me importaba lo que hiciera con migo, sólo quería que terminara pronto aquella pesadilla.

Intenté gritar del enorme dolor que significó recibir aquel descomunal pene en mi interior, pero mi boca estaba cubierta por una mano. No pude observar el falo del "jefe" en toda su plenitud cuando mamaba los de sus compañeros, pero podía adivinar que era de grandes dimensiones porque me estaba desgarrando con cada una de sus embestidas. No tuvo compasión alguna, sacaba todo su miembro y lo volvía a meter de una manera tan salvaje que el dolor nunca cesó. Repitió la misma acción una y otra vez por bastante tiempo. Estaba sangrando, me dolía todo y no veía para cuando fuera a terminar, comencé a perder el sentido. Como entre sueños escuché que mi victimario respiraba agitadamente en mi oído, "por fin va a acabar", pensé. Efectivamente así sucedió, una gran cantidad de semen me baño los intestinos y el "jefe" se salió de mi cuerpo. Me sentí afortunado de que todo hubiera terminado, pero en cuanto mi culo fue abandonado por el mástil del líder de la banda, otro lo volvió a invadir. Este entró sin realizar ningún esfuerzo ya que estaba completamente abierto. Enseguida comenzó a follarme y comprendí que tendría que soportarlo a él y a los otros tres. Lo único que hice fue resignarme.

El Padre Ernesto estuvo cogiéndome cerca de media hora, por lo que alcancé a ver en reloj colgado en la pared. Todo ese tiempo me mantuve inmóvil, con la mirada perdida y con mi mente en otro sitio, en aquel fin de semana que pasé con mi amado José. Ni siquiera me di cuenta cuando el Padre se vino dentro de mí. Lo único que escuché fue su voz diciéndome: "Por hoy hemos terminado Raulito, y quiero felicitarte porque tu culito estuvo delicioso. Voy a desatarte para que puedas darte un baño y te vayas a tus clases, no quiero que te atrases en tu educación. Recuerda que pasado mañana vamos a vernos de nuevo. Se que es mucho tiempo y no podrás soportar la pena de no tenerme dentro de ti, pero así es la vida". Esas últimas palabras me hicieron temblar. No podría soportar algo similar otra vez.

Me fueron cogiendo uno a uno los cuatro amigos del "jefe". Entre todos terminaron de desgarrarme por dentro, y cuando terminaron simplemente me soltaron y se fueron entre risas de satisfacción. En cuanto sus brazos dejaron de sostenerme me desplomé por completo. Ahí estaba yo, tirado en medio de las regaderas de la prisión, con el semen de cinco hombres y mi sangre escurriendo por mis piernas y con el culo desecho. No tenía fuerzas ni siquiera para levantarme, no quería hacerlo. Deseba que la tierra se abriera y me tragara en ese mismo instante, pero también quería seguir vivo para ver de nuevo a mi bebé. Pensando en él finalmente perdí el sentido por completo y me quedé ahí, tirado e inconsciente, soñando que mi suerte sería mejor en el futuro.

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