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Dos hermanas para mí

en Trios

La tenía desnuda y en mi cama, con sus senos desparramados hacia sus costados, sus piernas abiertas, mostrándome su húmedo y tibio sexo y mirando directamente a mi entrepierna, esperando que me deshiciera de mis pantalones para poder admirar esa verga que deseaba con ansia. La tenía desnuda y queriendo ser mía otra vez, como todas las tardes de jueves, cuando alguien tocó a la puerta.

Le pedí que no hiciera caso y siguiéramos en lo nuestro, pero insistió en que abriera, que podría ser algo o alguien importante. "Uno nunca sabe cuando le va a llegar la suerte", me dijo. Sin más remedio, me puse la camisa y caminé hasta la entrada de mi departamento, sin querer realmente averiguar quien llamaba pero resignado a hacerlo.

En cuanto abrí la puerta, la sangre se me bajó hasta los pies y mi corazón empezó a latir como si quisiera salir corriendo de mi pecho. Yo sabía que no debía atender a esa persona que había osado interrumpir un encuentro con mi chica. Yo lo sabía, pero ella me insistió. Me obligó a abrir y entonces me encontré frente a frente con una hermosa mujer de piel morena y cabellera larga y castaña, lo cual habría sido como un regalo celestial, si no se hubiera tratado de otra de mis amantes y, para complicar más las cosas, hermana de la que en mi cama estaba. No sabía que diablos hacía en mi departamento ya que el jueves no era para ella, pero ahí estaba. Ahí estaba y yo, me encontré de pronto en una inesperada e incómoda situación.

- ¿Qué haces aquí, Rosaura? Ya sabes que el jueves no es día para vernos, sino día de domino con mis amigos, ¿recuerdas? - Le pregunté.

- Ya lo se, amor. Ya lo se, pero tenía ganas de verte. Tenía ganas de que también hoy me dieras mi ración. - Respondió, sobando mi paquete por encima del pantalón.

- No sabes cuanto me gustaría dártela, entera y hasta tres veces, pero estoy ocupado. ¿Por qué no te vas? ¿Por qué no te vas y regresas mañana? Te prometo hacer todo lo que tú, mi niña hermosa, me pidas. - Sugerí.

- No, yo te quiero ahora. ¿Para qué esperar hasta mañana? ¿No te gusta lo que ves? ¿No quieres tenerlo, ahora mismo? Tócalo. Tócalo, mi amor. - Me invitó, acariciando sus enormes tetas por encima de esa casi transparente blusa.

- Cla...claro que me gusta y mucho, pero ya te lo dije: estoy ocupado. Regresa mañana, por favor. - Le pedí.

- ¿Por qué te niegas a complacerme? ¿Por qué me dices que estás ocupado, si tus amigos no están y traes puestas puras fachas? ¿Por qué? ¿Qué me ocultas? ¿Estás con otra mujer? Sí, eso es. ¿Quién es? ¿Con quién estás? Dímelo, desgraciado. Dímelo. - Exigía en medio de gritos que su hermana Julia terminó por escuchar.

- ¿Qué pasa Rolando? ¿Por qué tanto escán... - Esa que tenía desnuda y en mi cama se quedó muda al darse cuenta de lo que sucedía.

Las dos hermosas mujeres se miraron fijamente, sin hacer nada, completamente paralizadas, no supe si por la sorpresa o por la rabia que sentían la una hacia la otra o hacia mí, por haberlas engañado siendo hermanas. Se observaban de arriba abajo y yo nada más estaba esperando el momento en que se lanzarían definitivamente contra mí, pero eso nunca ocurrió. En lugar de desquitar su furia contra el único culpable, contra mí, la una corrió hacia la otra y, en medio de gritos e insultos, empezaron a pelear.

No esperaba que tuvieran esa reacción, pero me agradó. Además de ser un halago para mi ego el que dos hembras preciosas, hermanas por si la belleza fuera poco, se pelearan para decidir quien se quedaba con mi cuerpecito, admirarlas enfrascadas en esa lucha me resultó sumamente excitante. Verlas, a una desnuda y a la otra en camino de, agarradas de los pelos, soltándose bofetadas y rasguños, hizo que esa erección que perdiera al descubrir quien llamaba a la puerta regresara. Regresara con más fuerzas y más ganas.

Mientras ellas continuaban haciéndose daño, yo me desnudé y me senté en el sofá, para tener una mejor perspectiva del erótico espectáculo al que sólo le faltaba lodo para ser una fantasía hecha realidad. Golpes iban, golpes venían y mi miembro se ponía cada vez más duro. Cuando cayeron al suelo, una sobre la otra y comenzaron a rodar, yo empecé a masturbarme, pues no había mejor estimulo que el que tenía enfrente. Empecé a masturbarme mirando a ese par de lindas damas sacar las uñas, viendo sus encantos tambalearse de un lado a otro, observando sus figuras perfectas y sus hermosos rostros en aquella sensual lucha.

Una, Rosaura, la que llegó a interrumpir y la de menor edad entre las dos por un año, era un poco bajita, pero bien proporcionada. Bueno...su busto era un poco grande para su frágil cuerpo y su baja estatura, pero de cualquier manera lucía precioso en ella. Trigueña de ojos color miel, piernas torneadas, caderas anchas y cintura estrecha, finas facciones y una cabellera brillante y sedosa, una verdadera belleza. Y la otra, Julia, un tanto más alta y más delgada, con senos más pequeños y en general menos carne, pero igual de atractiva, con su pelo negro y sus ojos verdes, "herencia de mi padre", alguna vez me dijo. Ambas eran preciosas y, peleándose por mí, se veían aún más. Habría sido difícil decidirme por una de las dos.

Las repasaba con la mirada de pies a cabeza, mientras ellas seguían enredadas en una feroz batalla, cuando me vino una idea la mente. Pensé que habiendo un macho como yo en la recámara, no tenían que decidir quien de las dos se lo quedaría. Pensé que lo mejor sería quedarme con ambas, quedarme con esos dos cuerpos esculturales que tantas tardes, la una los martes, jueves y sábados y la otra los lunes, miércoles y viernes, me habían alegrado. Con esa idea fija en el pensamiento y sin dejar de masturbarme, para resultarles más irresistible, me propuse comunicarles la gran idea que se me había ocurrido.

- ¡Rosaura¡ ¡Julia¡ Pongan atención. - Ordené.

Al principio no me hicieron el más mínimo caso, pero bastó con que gritara una segunda ocasión para que pararan de pelear y, después de mirar mi enhiesta y babosa polla, me dieran su atención.

- ¿Para qué diablos pelean? ¿Para qué diablos discuten y se insultan, si tengo para ambas? No tienen porque seguirse lastimando en su afán por decidir quien se quedara conmigo, puedo complacerlas a amabas. - Aseguré.

Mis palabras, llenas de cinismo y egocentrismo, les parecieron una total sorpresa que aparentemente, al menos de primera instancia, las molestó más de lo que ya estaban. Creí que mi atrevimiento, en lugar de conseguirme dos bellas chicas, sólo me traería una buena golpiza, pero su reacción me impactó. Pensé, por la forma en que me veían, que se darían cuenta de que había jugado con ambas y me mandarían muy lejos, pero, en un arrebato de locura y lujuria, las dos corrieron directo a mi palpitante y endurecido pene, iniciando otra lucha, una por meterlo en su boca.

- Calma, chicas. No se desesperen ni vuelvan a pelear, que hay para las dos. - Presumí, sabiendo que en efecto mis dimensiones eran lo suficientemente buenas como para ser compartidas.

Entonces conocí el cielo. Las dos bellas hermanas pasaban sus lenguas a lo largo de mi verga y una corriente eléctrica me recorrió de los pies a la cabeza, con una intensidad que jamás había sentido y lo que nunca, que me hizo gemir como un animal. Se movían de un lado a otro, lamiendo y chupando mi sexo como verdaderas ninfas, mientras yo acariciaba sus generosos traseros. Ellas se metían a la boca, la punta de mi herramienta una y mis huevos la otra, mientras yo les metía, mis dedos traviesos, en el culo. Y en esa posición estuvimos un buen rato, hasta que les pedí que se sentaran en mis piernas. Me obedecieron y, al quedar al nivel de mis manos, comencé a estrujar los pezones de ambas, negros los de una, rozados los de la otra. Empecé a jugar con ellos, mientras los tres nos uníamos en un mojado y exquisito beso.

Rosaura, con ayuda de su hermana, se desnudó para estar en las mismas condiciones que nosotros y nos enredamos en un toqueteo que nos condujo al suelo, donde ya con más espacio, nos exploramos con manos y lenguas de arriba abajo los unos a los otros. Cuando yo acariciaba a Julia, ella acariciaba a su hermana y ésta a mí, cambiando de objetivo conforme rodábamos por la alfombra.

Luego la menor me llevó de regreso al sillón y siguió mamándome la verga, con un ritmo impresionante que jamás había utilizado. Su hermana se acomodó para que le comiera su concha y así lo hice, como un perro hambriento lamí aquella cálida y mojada vulva que olía a flujo menstrual, un aroma que me enloqueció e hizo que mi lengua se moviera más aprisa, con más ganas.

Los jugos de Julia resbalaban por mi barba y cuello, se derramaba como ninguna, aún mucho antes de llegar al clímax su sexo ya parecía un mar. Y mientras tanto, la que se encargaba de mi polla se la sacó de la boca para, inmediatamente después, dejarse caer sobre ella y enterrársela hasta el alma. Era el paraíso, por un lado una morena de fuego saltando sobre mi hinchado miembro y por el otro, una exquisita flor abriéndose de par en par para mi boca, para darle paso a un par de mis dedos. Era como si los tres hubiéramos sido parte de un todo que al reencontrarse, al gozar juntos de los placeres del sexo, todos los prejuicios, todos los rencores y todas las envidias se hubieran marchado, sumergiéndonos en un océano de deliciosas emociones. Nos sincronizábamos a la perfección y hacíamos una espléndida pareja de tres.

Nuestros cuerpos se movían sin parar, uno impulsado por el compás de los otros y pronto llegamos a la cima máxima de la satisfacción. La primera en hacerlo fue Julia, quien se corrió de una manera tan abundante que hasta su hermana se animó a beber de sus fluidos, para después estallar con mi verga en su interior y, por sus contracciones, hacerme terminar a mí también, inundando su útero con mi semen.

- ¡Dios mío¡ Eso fue fabuloso. - Exclamó Rosaura, emocionada por lo que acabábamos de hacer y olvidándose por completo de aquella pelea con su hermana y del hecho que yo las había engañado.

- Sí, fue espectacular. Debemos repetirlo. - Aconsejó Julia, aún bajo los efectos del orgasmo, con la voz entrecortada.

- Pues, ¿qué esperan? Pónganme de nuevo a tono. - Pedí, señalando mi pene a media hasta con la mirada.

Las bellas hermanas entendieron la señal y de inmediato, como si en verdad les urgiera hacerlo de nuevo, comenzaron a mamármela y me la pusieron tiesa otra vez sin muchos problemas, eran una experta en su trabajo y yo estaba muy caliente.

Para que ellas también recuperaran la excitación perdida, las acosté en le piso, hombro a hombro, para, alternadamente, hundir mi rostro en sus sexos. Me pasaba de uno a otro, metiendo lengua, dedos, nariz y lo que se pudiera con tal de tenerlas deseosas de verga. Ellas no perdieron el tiempo y, al mismo tiempo que sobaban mutuamente sus senos, se besaron con esa sensualidad que sólo dos mujeres pueden imprimirle a un beso, con esa extraña, excitante y morbosa mezcla de perversión y amor, de lujuria y ternura, de inocencia y pasión.

Verlas perdiéndose el miedo, explorándose la una a la otra y entrando en nuevos terrenos, unos en los que tal vez nunca imaginaron entrarían, me calentó aún más de lo que estaba y no podía esperar para meter mi endurecido instrumento en alguna de las dos, en la blanca o en la morena, en la delgada o en la de enormes senos, en la que fuera pero estar en su interior, sintiendo su calor.

Julia me tiró al piso y, calmando mis ansias y sin previo aviso, se sentó sobre mi sable, tragándoselo entero de un sólo intento con su tibia y estrecha cueva. Rosaura también se sentó, pero encima de mi boca, para que le chupara esa su depilada y olorosa entrepierna, algo que al instante hice con mucho gusto, sintiendo como la que estaba atravesada por mi pene daba inició a un violento y profundo sube y baja.

A una la satisfacía con mi lengua y a otra con mi verga. Cumpliendo con mi promesa, tenía para hacer gozar a las dos y ellas ponían de su parte para hacérmela más fácil. Mientras una se dejaba hacer cariñitos por mi boca y la otra no dejaba de saltar con mi polla alojada en sus adentros, las dos se regalaban atrevidas y sensuales caricias que, por la posición en que me encontraba, sólo podía imaginar. Se tocaban la cara, rozaban sus pechos y apretaban sus pezones. Unían sus labios en besos, tanto pacientes como apasionados, compartiendo sus gemidos, su saliva y su disfrute.

Julia se movía muy bien sobre mi pene y estaba a punto de hacerme eyacular, por lo que aceleré el tratamiento bucal sobre Rosaura, poniendo especial atención en su clítoris, más inflamado que nunca. Lo mordí y lo estrujé hasta que conseguí que se viniera, justo antes de que yo disparara mis potentes chorros de esperma en la vagina de su hermana, quien al ver nuestros respectivos orgasmos y ayudada por esas caricias en sus tetas, también explotó, con su acostumbrada escandalosa manera.

Las dos se levantaron de sus asientos, la menor de mi boca y la mayor de mi verga. Se acostaron a mis costados y las abracé, pegando sus rostros a mi pecho, invitándolas a besarse, lo que hicieron ya sin pudor alguno, como si no fueran hermanas y habiéndose olvidado de esa pelea de hacía unos cuantos minutos. La idea de compartirme les había gustado, al parecer, más a ellas que a mí.

Nos quedamos dormidos al poco tiempo y al despertar, ya habiendo recuperado las energías gastadas, comenzamos otra vez. Entre las dos me alistaron para el combate y, al igual que las ocasiones anteriores, fui alternándolas a la hora de la penetración, algo que por un momento, por la forma en que una complementaba a la otra, pensé ya no querían. "Ha de ser la sangre", me dije, sin darle mayor importancia pues, a final de cuentas, tenía a las dos para mí y estaba en medio de un sueño que fue mejorando con el paso de los días. Un sueño que, en el futuro, presentaría un único problema: decidir si me llamaban "mi amor" o "cuñado".

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