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Mi primer orgasmo

en Confesiones

Tenía yo doce o trece años, la verdad no lo se con exactitud. Lo que si recuerdo, es que una de mis principales características en ese entonces, y aún en la actualidad sólo que a menor medida, era la curiosidad. Mis oídos eran como radares, siempre alertas a la posibilidad de escuchar algún chisme. Mis manos también hacían lo suyo, buscando todo el tiempo entre las cosas de los demás. No había un solo candado, que fuera capaz de detener mi necesidad de enterarme de todo. No había persona, que ante mis continuas y cansadas preguntas, no abriera la boca para contarme hasta su último secreto. Era un adolescente casi despreciable, algo muy parecido a los seudo periodistas de espectáculos, un ladrón, de noticias y secretos.

Pero no es eso lo que quiero contarles, sino lo que descubrí en uno de esos cajones prohibidos, cerrados bajo llave, que acostumbraba abrir sin permiso. Como cada domingo, y contra mi voluntad, mi padre me llevó a visitar a mi abuela. Nunca entendí porque su empeño en hacerlo. Cuando entraba a su casa, mi lado grosero y malvado se despertaba. No perdía oportunidad para ofenderlos a ella, o a cualquier otro pariente que se encontrara en el lugar. Eso sin contar, que en cuanto me dejaban un segundo solo, hurgaba en las cosas privadas de cuanta gente pudiera. Así me enteré de varias historias, como por ejemplo, el especial gusto que tenía uno de mis tíos por los niños. Pero sin duda lo mejor de todo, fue lo que "investigué" sobre la santa y recatada Concepción, como se llamaba mi abuela, que en paz descanse.

Entre sus cajones de ropa interior, los cuales esculcaba no por fetichismo, sino porque son un lugar común para guardar cosas que no queremos hacer saber a nadie más, encontré una carta. El papel estaba amarillento por los años. Las frases ya no eran entendibles del todo, por el deterioro de la tinta. La fecha y el destinatario de plano habían desaparecido, pero por lo que leí, y el lugar donde estaba oculta, pude adivinar que se dirigía a mi abuela. Esas palabras borrosas me impactaron. No podía creer lo que entraba por mis ojos. La madre de mi progenitor, esa que todos decían era incapaz de cometer pecado alguno, la que acudía diariamente a misa de siete, le había sido infiel a su esposo.

Con tan jugosa información entre mis manos, no podía quedarme con los brazos cruzados. Tenía que averiguar lo que la poca claridad de las letras, no me permitía saber. Sin soltar la carta, caminé hasta donde estaba mi abuela. Le pedí, o más bien le ordené, que fuéramos a su cuarto porque quería preguntarle algo importante. Ella charlaba con mi padre, pero ambos me conocían muy bien, por lo que no se negó. Regresamos a la habitación. Cerré la puerta y le mostré la carta. Se quedó muda al ver lo que había en mis manos. Se sentó en la cama. Empezó a llorar desconsoladamente.

-Mira abuelita, no tengo tiempo para tus lloriqueos. Ahora mismo me vas a contar, todo lo que no pude leer por el estado en que se encuentra la carta. - Le pedí con tono arrogante.

-Pero, mijito, ¿cómo me pides eso? ¿Qué no ves lo mal que me pone nada más de acordarme? - Me preguntó sin dejar de llorar.

-Si te pone mal, o si quieres saltar por la ventana, son cosas que me tienen sin cuidado. Sabes lo curioso que soy. No quiero pasarme las noches preguntándome que fue lo que sucedió con éste hombre - Le dije señalando las hojas entre mis dedos -. Si quieres cortarte las venas, o colgarte de la regadera con tus ridículos calzones, puedes hacerlo, pero no sin antes habérmelo dicho todo.

-Por favor, no me hagas esto. ¿Qué más da que sepas o no los detalles? Ya sabes lo importante, que le fui infiel a tu abuelo, que no soy la persona intachable que todos creen, lo demás no importa. Por favor, te lo ruego, olvídate de esto y regresemos a la sala, con tu padre. - Me suplicó la desesperada anciana.

-¿Qué no son importantes los detalles? ¿Cómo puedes decir eso? Ellos son precisamente lo mejor de las historias. Los detalles son lo que hacen diferente un relato del otro. ¿Crees qué me voy a quedar con la duda, nada más porque a ti no te gusta hablar de lo que hiciste en tu pecaminoso pasado? Estás muy equivocada. O me cuentas todo, o les muestro a todos ésta carta. - La amenacé sin importarme en lo más mínimo su dolor, o el parentesco que nos unía.

-Está bien, te voy a contar lo que pasó hace ya más de 30 años. - Me dijo resignada, al mismo tiempo que yo me sentaba, listo para escucharla y con una sonrisa de triunfo en el rostro.

"Tu abuelo y yo teníamos más de quince años de casados, cuando nos mudamos a ésta casa. En el pueblo donde vivíamos, las cosas no nos pintaban bien. Partimos rumbo a la capital del estado, buscando un mejor futuro para nuestros hijos. Que irónico, mis padres me habían obligado a casarme con él porque era un hombre rico y poderoso, pero en un dos por tres, perdió todo, dinero y posición. Ya no había más razón para permanecer a su lado, que mis seis hijos. Por eso lo seguí hasta Guadalajara, para no quitarles a ellos la oportunidad de convivir con su padre. De haber sido sólo nosotros dos, me habría divorciado de él para escaparme con Jaime, mi verdadero y único amor, quien a pesar del tiempo que había pasado desde que nos separaron, seguía esperando a que corriera a sus brazos. No sucedió así. Los ocho nos vinimos a vivir a la ciudad.

Creí que las cosas podrían mejorar entre nosotros con el cambio de residencia, pero me equivoqué. Por el contrario, nuestra relación se volvió aún más fría y distante. Cada noche que pasaba a su lado, me sentía más miserable. No es que él fuera un mal hombre, no. De vez en cuando llegaba hasta las chanclas a la casa, pero fuera de eso era bueno. La que me ponía tan mal era yo misma, por haber aceptado esa vida, casada con un hombre al que no amaba y nunca amaría. Cuando hacíamos el amor no oponía resistencia, pero era como si me violara, porque lo único que me provocaba era asco. En sus brazos no conocí lo que era el placer. Por más bueno que haya sido tu abuelo, se cansó de mi rechazo y llevaba ya varios años sin siquiera tocarme. Se lo agradecí, después de todo era mejor la abstinencia a soportarlo dentro de mí cada tercer día. Nuestros hijos, junto con el miedo al que dirán, se convirtieron en las únicas razones por la que seguía a mi lado. Ante el mundo éramos el matrimonio perfecto, pero de las puertas para adentro, ni siquiera nos dirigíamos la palabra.

Los primeros días fueron muy aburridos. No conocía a una sola persona, por lo que me la pasaba el día en casa, cuidando de mis hijos. La gente en la ciudad no era como la de mi pueblo. Aquí nadie te da la bienvenida, no te hacen esas convivencias como allá. Gracias al cielo que existía la televisión de sistema de paga. De no tener al menos eso, me habría vuelto loca de tanto aburrimiento. Me la pasaba viendo series y películas, mientras mis niños jugaban dentro de la casa o en la calle, porque cosa curiosa, ellos luego que luego hicieron amigos. Fue hasta que conocí a Estrella, que rompí mi rutina de galletas y televisión.

Como a los dos meses que llegamos a la ciudad, ella se mudó a la casa de al lado. Estrella era una mujer más o menos de la misma edad que yo. Era divorciada y sin hijos. Harta de las habladurías de la gente, decidió empezar una nueva vida en un lugar alejado. Cuando llegó se encontraba en la misma situación que yo, no hablaba con nadie, así que nos hicimos amigas. Salíamos a tomar un café, de compras, o simplemente a caminar. En una de nuestras pláticas, me comentó que su hermano vendría a vivir con ella. Me dio gusto por ella, porque ya no estaría sola, pero no le di mayor importancia. Eso hasta que lo conocí.

Como todas las mañanas, terminé la limpieza muy temprano para ir a misa de siete. Salí de la casa y ahí estaba, tocando a la puerta de al lado, con dos pesadas maletas. Cuando Estrella me habló de él, creí que tendría más edad, pero no, era casi un niño. Bueno, ya pasaba de los veinte, veinticinco me diría después, pero para los cerca de cuarenta que yo cargaba, me pareció un niño. Era realmente atractivo. Estábamos en Enero, por lo que hacía mucho frío y llevaba ropa abultada encima, pero aún así se veía que tenía un buen cuerpo. Su rostro conservaba la inocencia de un chiquillo, nada más que disfrazada por una barba. Y sus ojos, vaya que si eran bellos. Eran oscuros, grandes y expresivos, a través de ellos se veía lo buena persona que era. Me quedé no se cuanto tiempo parada, viéndolo. No fue hasta que me habló, que reaccioné.

Me preguntó si conocía a Estrella, si sabía a donde había ido, a que hora regresaría. Le contesté que era muy buena amiga de ella, pero que no tenía la menor idea de donde podía estar. Se acercó a mí y se presentó como Arturo, dándome la mano. Estiré la mía para corresponder el saludo, y una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo cuando la apretó. Apenas y pude decirle mi nombre. En ese instante, mi conciencia me decía que me alejara de él, que convertirme en su amiga no era buena idea, pero no le hice caso. Aunque lo hubiera deseado, que no era así, ya no podía dar marcha atrás, quedé prendida a él. Por primera vez en ya bastantes años, falté a misa. Estaba sola, por lo que lo invité a pasar a la casa, para que esperara a su hermana.

Entramos y se sentó en la sala. Fui a la cocina para traerle un café. Cuando regresé, él ya se había quitado la chamarra. Se había quedado con una playera ajustada al cuerpo, que marcaba perfectamente sus firmes pectorales y sus fuertes brazos. Me puse muy nerviosa y por poco le derramo el café sobre la ropa. Él se dio cuenta, me preguntó si me encontraba bien. Me limité a sonreírle, me sentía como una adolescente estúpida. Me serví una taza de la bebida. Comenzamos a charlar de su vida, del porque había decidido vivir con su hermana, de como era su relación con ella y otras cosas más. La verdad no ponía atención en lo que me decía, estaba embobada con su galanura.

Luego de más de una hora de "escucharlo", tocaron a la puerta y me devolvieron a la realidad. Era Estrella, había salido a correr y quería preguntarme por su hermano. Le dije que él estaba conmigo, que lo había invitado a pasar para que no la esperara en la calle. Ambos me dieron las gracias y se fueron a su casa. Por un lado me sentí aliviada, yo estaba casada y no era posible que me fijara en un jovencito, menos si se trataba del hermano de mi mejor amiga; pero por el otro, en cuanto Arturo cruzó la puerta, me deprimí. Me la pasé todo el día pensando en él, tratando de imaginar como se vería sin ropa. Esos pensamientos eran como una tortura. Mi religión y mi educación me decían que estaba prohibido, pero el corazón no entiende de eso. Ni el corazón, ni las ganas de hombre.

Tenía la esperanza de que su imagen se me fuera de la mente, pero pasaron los días y ahí seguía, bien clavada, cada vez más hondo. Cada que lo veía tartamudeaba y me sudaban las manos. Poco me faltaba para lanzarme a sus brazos y pedirle que me hiciera suya. Lo peor de todo, es que él parecía haberse dado cuenta. A los remordimientos de pensar en otro hombre estando casada, se sumó el pensar que él me creía una vieja ridícula, temblando por un muchachito. Esto último me preocupaba demasiado, incluso más que el estar pecando. Todas las noches me preguntaba si podría gustarle. Era cierto que para mi edad me conservaba muy bien, mi cuerpo no era desagradable ni mucho menos, pero también era verdad que ya no era una quinceañera. Me mataba el no saber si yo también le gustaba. Pronto lo descubriría.

Un día fui a su casa, buscando a Estrella. Ella me había prometido prestarme unas revistas de cocina con recetas deliciosas desde hace tiempo, y no lo había hecho. Era el pretexto perfecto para verlo a él, aunque fuera solo un momento. Toqué a su puerta y me dejó esperando en la sala, mientras ella encontraba las revistas. Esperaba ver a Arturo, pero no de aquella manera. Entró buscando a su hermana, vestido solamente con un bóxer tan ajustado, como la playera del primer día. No pude evitar mirarlo de arriba a abajo. Como imaginaba, tenía un torso y un estómago que delataba su afición por el ejercicio, lampiño, no como el peludo de mi esposo. Sus brazos fuertes y sus piernas gruesas y potentes. Y debajo de su ropa interior, un bulto que se antojaba grande y gordo. Era todo un Adonis. Ni su cabello alborotado, ni las lagañas en sus ojos, le restaban atractivo. Sentí que mis pezones se endurecían con su sola presencia.

Él pareció ni inmutarse. Me saludó muy normal. Me preguntó por su hermana. Le dije que había subido a su cuarto, a traerme unas revistas de cocina. Me sonrió y se acercó a mí, diciendo "ahí estás". Se inclinó sobre el sillón, dejando su cara muy pegada a la mía. Pude sentir el calor de su entrepierna sobre mi muslo, calor que recorrió mi cuerpo. Suspiré y él se levantó. Tenía en su mano una camisa. Estaba detrás de mí, en el respaldo del sofá, por eso se había inclinado de esa manera, pensé. La excitación se me bajó y me sentí la más estúpida de las mujeres. Traté de aparentar que no me pasaba nada. Afortunadamente, Estrella llegó con las revistas y salí corriendo justo después de darle las gracias.

Una vez en mi casa, me reprochaba el haber suspirado. Era imposible que el no se hubiera dado cuenta. Si antes no pensaba que era una idiota, de seguro empezaría a hacerlo. Mi respiración estaba acelerada y no daba señas de normalizarse, la imagen de su cuerpo semi desnudo no se lo permitía. Nada más de dibujar en mi mente, el contorno de su miembro aprisionado por la tela, subió de nuevo mi temperatura. Metí una mano bajo mi falda y mis pantaletas estaban mojadas. Quería masturbarme como una loca, darme placer yo misma por primera vez, pero no lo hice. En lugar de eso, fui a la iglesia a confesarme. Era una pecadora por tener esos pensamientos. Me sentía terrible. Todas mis creencias me decían que era una cualquiera, pero aún así no podía apartarlo de mi cerebro. Tenía que calmar mis ansias, y la única forma de lograrlo, era entregándome a él. Aunque me condenara a ir al infierno, tenía que hacerlo, tenía que estar en los brazos de Arturo.

A la mañana siguiente, cuando los niños se habían ido a la escuela y tu abuelo a trabajar, me propuse saber lo que se sentía hacer el amor con Arturo. Saqué la puta que llevaba dentro y me vestí lo más provocativa que pude. Me puse un vestido que ya no usaba desde que me había casado. Me quedó un poco apretado, pero era el único que no me tapaba las rodillas. De ropa interior, elegí un conjunto negro de encaje, pero después pensé que lo mejor sería no usar. Solté mi pelo y pinté un poco mi cara. Si Estrella acostumbraba a hacer lo mismo, al menos los miércoles, en ese momento estaría corriendo, y no regresaría hasta pasadas las ocho, justo como el día en que su hermano llegó. Era mi oportunidad de encontrarlo solo. Salí de la casa. Dudé en tocar a su puerta, de repente toda la seguridad que había ganado desapareció. Me volví a preguntar si yo le gustaría a alguien como él. Estuve a punto de marcharme, pero finalmente me decidí a seguir con mis planes.

Tardó un poco en abrir, era temprano y seguramente estaba dormido. Como la vez anterior, sólo llevaba puesto el bóxer. Me dijo que su hermana no estaba, pero que pasara, que podía esperarla adentro. La puerta no le permitió ver bien mi vestimenta, pero en cuanto entré, sus ojos se clavaron sobre mí. El saber lo que estaba a punto de hacer ya me había excitado, mis pezones, al no llevar sostén, se notaban claramente erectos, él lo notó. Por primera vez se puso nervioso frente a mí. Lo interpreté como que yo también le atraía. Le dije que estaba ahí porque Estrella me prestaría más revistas, y que no podía esperarla, que si podía pasar a su cuarto a buscarlas. Sin hablar, me señaló el camino a la habitación de su hermana.

Entramos y me puse a buscar en los cajones de la cómoda. Podía sentir su mirada recorriendo mi cuerpo. Ya no había duda, él lo deseaba tanto como yo. Para llegar al cajón inferior, en lugar de sentarme sobre la cama, me agaché. El vestido se levantó y dejó mis nalgas al aire. En cuanto vio que no llevaba ropa interior, supo cual era la verdadera razón por la que había tocado a su puerta. Se acercó a mí. Me tomó por la cintura y me apretó fuertemente contra él. Su verga ya no estaba dormida, se presionaba contra mis glúteos con toda su dureza y longitud. Instintivamente, comencé a acariciarla con ellos. Llevé mis manos a su trasero y casi me corro de sólo tocarlo. Lo apreté y le clavé las uñas, estaba firme y levantado. No tuve mucho tiempo para seguir acariciándolo. Arturo me dio media vuelta y me azotó contra la pared.

Extendió mis brazos, sujetándolos de las muñecas. Acercó su cara a la mía. Me miró a los ojos y pude ver toda la lujuria contenida en ellos. Nos besamos apasionadamente. Sentir su lengua jugando con la mía...fue maravilloso, alejó todas los miedos y todas las dudas. Restregó su erecto miembro contra mi sexo. Hacía movimientos de arriba a abajo, como si me estuviera penetrando. Mi concha escurría con ganas. Cambió su boca a mi cuello y yo gemía como loca. Soltó mis brazos y volví a tomarlo por el culo. Lo pegué más a mí. Gracias a las delgadas telas de mi vestido y su bóxer, se distinguía muy bien la forma de su pene, que seguía creciendo y poniéndose más como una roca. Llevó una mano a mi raja y la sobó por encima de la ropa. El contacto de sus dedos, aún cuando no era directo sobre mi piel, fue mágico. Dejando a un lado mis mojigaterías, le rogué que me atravesara con su carne caliente. Se lo pedía a gritos. Se bajó los calzones y...

-Te cogió ahí mismo, en el cuarto de su hermana. - La interrumpí.

-¿Qué? No, no me cogió ahí mismo. - Me dijo un poco molesta. Al parecer ya le había agradado eso de revelarme sus secretos y le enfadó que la interrumpiera a media historia.

-Pero, ¿por qué? ¿Qué pasó? Ya estaban en eso... - No me permitió terminar de hablar.

-Si quieres saber lo que pasó, pues cállate ya y déjame continuar. Si vuelves a interrumpirme, te juro que no te cuento más nada. No me importa que les muestres la carta a tus tíos. ¿Entendido? - Preguntó con un tono que nunca antes le había escuchado.

-Perdón, me emocioné, pero no lo vuelvo a hacer. - Le prometí.

-Está bien, entonces sigo donde me quedé. - Dijo ya más calmada.

Como te estaba diciendo antes de que me cortaras la inspiración, él se bajó los calzones. Con la punta de su falo rozó mis labios vaginales. Me agarró de la cadera, y cuando pretendía atravesarme, escuchamos que alguien entró a la casa. Era Estrella, que había llegado más temprano de lo esperado. Mientras corría se torció un tobillo, así que tuvo que parar y regresar a su casa. Rápidamente, cerramos los cajones, él se subió los bóxer y salimos de su cuarto. Me oculté en el de Arturo. Cuando su hermana se recostó a descansar, abandoné mi escondite y me fui a mi casa, no sin antes acordar, que terminaríamos otro día lo que dejamos pendiente.

Me pareció eterno el tiempo que pasó para que llegara ese momento. Estrella necesitaba reposo, no podría correr en al menos dos semanas. Arturo estaba a cargo de su cuidado, por lo que tampoco podía ausentarse mucho de la casa, no queríamos levantar sospechas. Esperamos hasta que ella se recuperara, para poder completar lo de aquella mañana. Mientras tanto, para saciar un poco nuestra sed de sexo, charlábamos por teléfono. Él me decía las cosas que me haría cuando me tuviera en su cama, y yo mojaba mis bragas. Me acostaba sumamente excitada. Decidí no masturbarme, ya no por prejuicios, sino porque quería esperar a explotar con su polla taladrando mis entrañas.

El plazo se cumplió. El tobillo de Estrella se restableció. Ya no había que esperar más que una cuantas horas. En cuanto el primer rayo de sol entrara por la ventana, correría a su casa y me perdería entre sus brazos. Me levanté, mandé a mis hijos y a mi marido a sus destinos, y me vestí como aquella mañana, con el vestido corto y sin ropa interior. Ya sin los nervios de la vez anterior, caminé a su casa, desesperada porque abriera la puerta. Me estaba esperando, así que no tardó ni dos segundos en dejarme entrar. Salté sobre él. Rodeé su cuello con mis brazos y su cintura con mis piernas. Me detuvo por las nalgas y nos fundimos en un efusivo beso. Sin dejar de besarnos, y sin dejar de enredarlo con mi cuerpo, subimos a su dormitorio. Me quitó la ropa, me tiró sobre la cama, cerró la puerta, y se acostó encima de mí.

Comenzó a lamer mi cuello y fue bajando lentamente hasta mis senos. Los estrujaba contra su rostro. Con la punta de su lengua, dibujaba círculos alrededor de mis pezones, sin siquiera tocarlos. Quería desesperarme, y lo estaba consiguiendo. Le supliqué que me los chupara, pero no me hizo caso. Pasó a mi vientre y luego a mi mojado sexo. Paseaba su boca por arriba de él. Podía sentir su respiración sobre mi pubis, pero tampoco le dio al menos un beso. No me había tocado, y yo ya estaba a mil grados. Las ganas con que lo deseaba eran tan grandes, y la situación tan excitantemente prohibida, que una sola de sus miradas podía causar estragos en mi cuerpo.

Cuando vio que golpeaba el colchón, finalmente se dignó a darme un placer mayor. Hundió su cara entre mis piernas, saboreando con locura mi vulva. Me penetraba con su lengua y yo me estremecía. Chupaba sin parar y me sentía cada vez más caliente. Estaba en la gloria, pero lo estuve aún más cuando tomó mi clítoris con sus dientes. Lo estimulaba como nunca nadie lo había hecho. Las sensaciones que me provocó eran tan nuevas, como intensas. Mis uñas rasgaban las sábanas. No se si fue mi calentura, o que en verdad era un maestro del sexo oral, pero estaba a punto de venirme. Habría querido que me mamara la concha toda una vida, pero necesitaba algo más contundente, quería tenerlo dentro. Él lo sabía. Apartó su boca de mi raja y separó mis piernas. Se hincó en medio de ellas, ya desnudo, se había quitado el bóxer mientras me lamía. Por primera vez, vi su pija fuera de la ropa interior, en todo su esplendor. Era apenas la segunda que veía, antes de mi marido no estuve con ningún hombre, pero comparándola con la de él, me pareció enorme. De la punta escurrían abundantes chorros de lubricante. Las venas se le marcaban mucho y daba pequeños saltitos. No pude admirarla mucho tiempo. Arturo, apoyándose de mis muslos, la introdujo entera en mi vagina.

Lo mojados que estábamos ambos, facilito el trabajo. Su verga entró sin ningún problema. Se deslizó hasta tocar fondo rápidamente y sin causar dolor. En cuanto sentí que sus testículos chocaron contra mi culo, experimenté un orgasmo avasallador. Me da un poco de vergüenza de decirlo, pero a mis casi cuarenta años, era el primero que tenía. Por primera vez supe lo que significaba el máximo punto del placer. Un calor y un cosquilleo me recorrían de arriba a abajo. Las piernas me temblaban. Mi coñito se cerraba sobre el pene de Arturo, apretándolo y haciéndome sentir delicioso. Rasguñé su espalda para desahogar un poco el mar de emociones que me invadía. Me acabé la voz en gritos y gemidos. Fue muy poco el tiempo que duró, pero fueron los segundos más felices de mi vida, al menos hasta ese momento.

Al ver que había alcanzado el clímax tan rápido, Arturo comenzó a follarme con furia y velocidad desde el principio, sin la preocupación que tienen algunos hombres, de no poder satisfacer a su pareja antes de la eyaculación. Sus embestidas eran brutales. Su enorme y palpitante falo entraba y salía de mi cueva con fuerza, destrozándome, devolviéndome la poca excitación que había perdido con el orgasmo. Cerré mis piernas sobre su espalda, para que no se escapara. Y no lo hizo en los próximos veinte minutos. Continuó bombeándome hasta hacerme estallar por segunda vez, de manera más intensa que la anterior. Mis espasmos sobre su pene, fueron demasiado para el grado de calentura que él tenía. Se vació dentro de mí, con siete chorros de abundante semen que después escurrieron por mis piernas, mezclados con mis propios jugos. Se desplomó sobre mí. Su miembro fue perdiendo dureza paulatinamente, hasta que se salió. Fue entonces que se acostó a mi lado. Se veía hermoso con el sudor cubriendo su pecho.

Todo resultó mejor de lo que había pensado, pero aún no estaba satisfecha. Quería más de su polla dentro de mí, más orgasmos y más leche inundando mi gruta. Me arrodillé frente a su flácido falo y me lo metí en la boca. Arturo, que estaba quedándose dormido, lo único que no me agradó del todo, despertó de inmediato. Me encontró tratando de devolverle la vida a su instrumento. Me acarició la espalda y las nalgas mientras tanto. Poco a poco, con los movimientos de mi lengua, su pija fue ganando tamaño y firmeza de nuevo. Cuando estaba otra vez lista para la batalla, me pude dar cuenta de sus verdaderas dimensiones. Me había parecido enorme, pero no sólo lo aparentaba, sino que en verdad lo era. No podía meterla entera en mi boca.

También en eso de mamar pollas era una inexperta, nunca lo había hecho, pero me esforcé por hacerlo lo mejor posible. Me imaginé que era una paleta, y así lo traté. No debí hacerlo tan mal, porque él respiraba aceleradamente y no dejaba de tentarme el culo. El contraste entre la dureza del tronco y la suavidad de la punta, fue lo que más me gustó. En un instante me había vuelto adicta a su pene, no quería dejar de chuparlo, pero tampoco quería que terminara en mi boca. El deseo de volverme a sentir penetrada fue más fuerte. Me lo saqué de la boca. Lo tomé de la base y apunte el glande a mi concha. Me fui sentando lentamente sobre él, para disfrutarlo centímetro a centímetro, para gozar como abría mis labios y se alojaba poco a poco en mi interior, dándome un enorme gozo, tan enorme como él.

Una vez que lo tuve totalmente dentro, inicié una cabalgata desenfrenada. Me movía de atrás hacia adelante, de arriba a abajo o de forma circular. Me llenaba, si, por completo. Entraba de golpe golpeando lo más hondo de mi coño, si, volviéndome loca, sacándome largas expresiones de satisfacción. Con sus manos apretaba mis tetas o mi clítoris, multiplicando todas las sensaciones. Como ya había eyaculado una vez, pasó más tiempo para que volviera a hacerlo. Lo aproveché muy bien. No paré de ensartarme en su gruesa y rica pija. Me levantaba y me sentaba de nuevo, hasta que sentía la punta clavándose en mi alma. Me corrí tres veces con su polla dentro, o tal vez más, los orgasmos venían uno tras otro. Por un momento, olvidé lo que era vivir sin tenerlos. Su verga comenzó a hincharse dentro de mí, lo noté mejor que la primera vez que me penetró, hasta que expulsó sus blancos y tibios fluidos. Fue maravilloso, pero todo tiene un fin. El de nuestro encuentro llegó con la última gota de semen.

Eran casi las ocho y Estrella estaba por llegar. Me vestí rápidamente y me despedí de él con un beso, prometiéndole volver a la mañana siguiente. No dijo palabra alguna, nada más me sonrió. Ese día no pude quitar la cara de alegría. Por vez primera en toda mi vida, había sabido lo que era sentirse mujer entre los brazos de un hombre. Mi primer orgasmo había tardado muchos años en llegar, pero por la intensidad con que lo hizo, valió la pena esperar. Dormí como un bebé, soñando con él, feliz porque al día siguiente volvería a verlo. Estaba decidida a cambiar a mi costumbre de ir a misa de siete, por la de hacer el amos con Arturo. Mis intenciones se quedaron en eso, porque esa mañana no se repitió jamás.

Cuando al día siguiente me quedé sola y salí corriendo a buscarlo, nadie contestó a mi llamado. Agaché la mirada, triste y resignada a no verlo, y me encontré son un sobre que sobresalía por debajo de la puerta. Lo jalé y conseguí sacarlo, no se lo fuera a robar alguien más. Pensé que sería para alguno de ellos, pero tenía mi nombre. Era la carta que ahora tienes en tus manos. Ahí me decía que se marchaba de Guadalajara. No pudo decírmelo de frente, antes de que me marchara el día anterior. Me pedía perdón y me daba las gracias por todo. Me dijo adiós, prometiendo nunca olvidarse de mí. El mundo se me vino encima.

Me encerré en mi recámara a llorar mi desdicha. Había vuelto a perder al hombre que amaba. Me había quedado sola otra vez. No se si cumplió mi promesa, y todavía me recuerda, pero yo lo hago detalladamente. En mi mente están grabados sus facciones, su cuerpo, las sensaciones que me provocó, todo. No podría olvidarlas, ya que aparte de la carta me dejó algo más. Lo supe un par de meses después. La noticia de que estaba embarazada, me devolvió parte de la felicidad que se fue con él, pero reaccioné y me di cuenta de la gravedad de la situación. Tenía que hacer algo.

La noche que me enteré que estaba preñada, volví a tener relaciones con tu abuelo, después de mucho tiempo. Le rogué a Dios que no descubriera que el hijo no era suyo. A pesar de los pecados que había cometido, faltando a los principios que me habían inculcado mis padres, me escuchó. Tu abuelo nunca sospecho que tu tía Carmen era en realidad hija de Arturo, el jovencito con el que viví los minutos más felices y plenos de mi vida. Si, tu tía Carmen, a la que una vez abofeteaste, es el fruto de mi infidelidad. Fin de la historia."

-Ahora que lo sabes todo, te voy a pedir, que por lo que más quieras, no se lo cuentes a nadie, por favor. - Me suplicó.

-Si no soy tan malo como tú crees. Te prometo que no abriré la boca - salió del cuarto sintiéndose aliviada por mi promesa y no pudo escuchar lo demás -, pero lo que no puedo asegurarte, es que no escriba tu confesión, le modifiqué unas cuantas cosas, y años después de tu muerte, a través del internet, la comparta con cientos de lectores.

Mas de edoardo

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Simplemente amigos

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Un lugar en la historia...

Veinte años

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Razones

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Tu culo por la droga

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Cantos de jazmín

El mejor de mis cumpleaños

Tres por uno

Con el ruido de las sirenas como fondo

Heridas de guerra

Regalo de navidad.

Botes contra la pared

Cenizas

Madre e hija

Dímelo y me iré

A las 20:33 horas

A lo lejos

Prostituta adolescente

En la plaza principal

¿Por qué a mí?

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Tantra

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Río de Janeiro

Dos hermanas para mí

Sucia pordiosera

Un Padre nuestro y dos ave María

Ningún puente cruza el río Bravo

Tengo un corazón

Metro

Regresando de mis vacaciones

Masturbándome frente a mi profesora

Un beso en la mejilla

Buen viaje

TV Show

Noche de bodas

Infidelidad virtual

Máscaras y ocultos sentimientos

Caldo de mariscos

Suficiente

Una más y nos vamos

Interiores y reclamos

Cancha de placer

Caballo de carreras.

Puntual...

La ofrecida

El fantasma del recuerdo

Tiempo de olvidar

París

Impotencia

Linda colegiala

La corona

Tratando de hacer sentir mejor a mi madre.

En la parada de autobuses

Crónica de una venta necesaria.

Serenata

Quince años

Gerente general

Lavando la ropa sucia

Cuéntame un cuento

¿A dónde vamos?

Licenciado en seducción

Háblame

Galletas de chocolate

Entre espuma, burbujas y vapor

Madre...sólo hay una

Sueños hechos realidad

Más ligera que una pluma

Una botella de vino, el desquite y adiós

Cien rosas en la nieve

Gloria

Wendy, un ramo de rosas para ti...

Juntos... para siempre

El apartamento

Mentiras piadosas

Vivir una vez más

Pecado

Julia, ¿quieres casarte conmigo?

Dos más para el olvido

Para cambiar al mundo...

Embotellamiento

Ya no me saben tus besos

Húmedos sueños

Por mis tripas

Ximena y el amante perfecto

Quiero decirte algo mamá

Inexplicablemente

Entrevistándome

Recuerdos de una perra vida (4)

Recuerdos de una perra vida (3)

Recuerdos de una perra vida (1)

Recuerdos de una perra vida (2)

Zonas erógenas

Una vela en el pastel

Frente al altar

Ojos rosas

Mala suerte

Abuelo no te cases

Kilómetro 495

El plomero, mi esposo y yo

En medio del desierto

El otro lado de mi corazón

Medias de fútbol

El entrenamiento de Anakin

Examen oral

Un extraño en el parque

Tres cuentos de hadas

No podía esperar

La fiesta de graduación

Dejando de fumar (la otra versión)

Feliz aniversario

Ni las sobras quedan

La bella chica sin voz

Una noche en la oficina, con mi compañera

La última esperanza

Pedro, mi amigo de la infancia

Buscándolo

Sustituyendo el follar

Dejando de fumar

Tan lejos y tan cerca

La abuela

Entre sueños con mi perra

Tu partida me dolió

Ni una palabra

Mis hermanos estuvieron entre mis piernas.

Compañera de colegio

La venganza

Tras un seudónimo

Valor

La vecina, mis padres, y yo

La última lágrima

Sueños imposibles

Espiando a mis padres

La amante de mi esposo

Al ras del sofá

La última cogida de una puta

Confesiones de un adolescente

Esplendores y penumbras colapsadas

Volver

Celular

El caliente chico del cyber

Friends

La última vez

Laura y Francisco

El cliente y el mesero (3-Fin)

El cliente y el mesero (2)

El cliente y el mesero (1)

El ángel de 16 (6 - Fin)

El ángel de 16 (5)

El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El pequeño Julio (la primera vez)

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side