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El ángel de 16 (5)

en Gays

Cerré los ojos, no quería ver mi propia muerte, apreté fuerte las tijeras entre mis manos, y cuando estaba a punto de encajarlas en mi pecho la persona que intentaba abrir la puerta de la oficina dijo: "Raúl ábreme, soy yo Hugo". El saber que era Hugo quien estaba detrás de la puerta me tranquilizó e impidió que me suicidara. Tiré las tijeras al suelo, tomé la sotana del Padre para cubrirme y corrí a abrirle la puerta.

Cuando Hugo entró en la oficina comenzó a explicarme que se había quedado en la capilla y escuchó los gritos del Padre Ernesto, quiso hacerme una pregunta, pero volteó la vista hacia el sofá y se quedó mudo. Me deshice de la sotana que me cubría mostrándole a Hugo mi cuerpo desnudo y manchado de sangre. "¿Qué hiciste?", fue lo único que atinó a decirme, como si no fuera obvio que había asesinado al Padre.

Nos quedamos en silencio y por un momento pensé que no había sido buena idea dejarlo entrar en lugar de quitarme la vida, creí que Hugo saldría corriendo a delatarme con alguno de los otros sacerdotes, pero afortunadamente me equivoqué. La idea que me había formado de Hugo cambio en un instante. En unos cuantos minutos me ayudó a limpiarme las manchas de sangre y a vestirme, envolvió las tijeras en una bolsa, abrió la caja fuerte escondida detrás de un cuadro, sacó todo el dinero que estaba dentro de ella, lo metió en un morral y me dijo: "tenemos que salir del colegio antes de que alguien más venga y descubra que el Padre está muerto". Estaba seguro de que Hugo era un adolescente temeroso, hasta cierto punto estúpido, pero la forma en que reaccionó me sorprendió. No le hice ninguna pregunta, sólo tomé la bolsa en la que estaban envueltas las tijeras y salimos de la oficina.

Como mencioné antes, la vigilancia del internado era pésima, por lo que habría sido fácil salir inclusive por la entrada principal, pero no era prudente arriesgarnos de más. Después de que fuimos, cada uno por separado, a nuestros dormitorios a empacar nuestras cosas, nos reunimos nuevamente en uno de los patios menos concurridos por los alumnos y nos brincamos la barda.

Cuando estuvimos fuera del colegio, "libres", nos dirigimos a la central de autobuses y compramos boletos para el pueblo más cercano, nuestra lógica nos llevó a la conclusión de que sería menos probable que nos encontraran en ese lugar por ser, tal vez, el más obvio. Teníamos diez minutos antes de que saliera el autobús, los cuales nos sirvieron para ir al baño y tirar en uno de los botes de basura las tijeras con las que había matado al Padre. Subimos al autobús y traté de olvidarme de todo lo que había sucedido en ese internado.

En el trayecto de la ciudad al pueblo más cercano, Hugo contestó a todas las preguntas que quise hacerle cuando estábamos en la oficina del Padre Ernesto. Me dijo que fue el "asistente personal" del Padre durante un año, que en ese tiempo se enteró de muchas cosas, entre ellas donde guardaba el dinero de los donativos y la combinación para abrir la caja fuerte. También me contó que había quedado huérfano a los once años cuando sus padres murieron en un accidente automovilístico del cual salió milagrosamente ileso. El Padre Ernesto era amigo de su familia y lo llevó al internado donde los primeros años lo trató muy bien, para después cobrarse los favores utilizando su cuerpo cada tercer día por las mañanas y de vez en cuando por las noches. Me dio las gracias por haber hecho lo que él muchas veces pensó pero no se atrevió a concretar. Me dio lástima, sin duda su vida había sido peor que la mía.

Cuando llegamos al pueblo caminamos varias horas buscando una casa en renta. Encontramos varias, pero sólo una que se encontraba a las orillas estaba amueblada. Después de mucho discutir, el dueño aceptó rentarnos el lugar a pesar de ser menores de edad, motivo por el cual aumento "un poco" la cuota mensual. No tuvimos otra opción más que aceptar. De cualquier manera el dinero que nos habíamos robado del internado era bastante y no tendríamos ningún tipo de problema económico por un muy buen tiempo. Cuando le dimos al pueblerino el anticipo de dos meses, este no hizo más preguntas y hasta dijo quedar a nuestras órdenes para lo que se nos ofreciera.

Al parecer la suerte estaba de nuestro lado, ya que además de haber convencido al dueño de aquella casa de rentarla a un par de menores, por los noticieros nos pudimos enterar que mi nombre no se mencionaba para nada en el caso de la muerte del Padre Ernesto, de hecho no había tal caso. Lo que en realidad fue un asesinato se había dado a conocer a los medios como un inesperado y fulminante ataque al corazón que había acabado con la vida de uno de los sacerdotes más queridos de la región. Nunca supimos si la Iglesia estaba enterada de los abusos sexuales del Padre en contra de sus alumnos o de algunos otros actos ilícitos y montaron la mentira del infarto para que no salieran a la luz. La idea de que mi padre había tenido algo que ver también me vino a la mente, el que su hijo estuviera involucrado en un caso de homicidio le hubiera traído muchos problemas. No supimos que fue lo que pasó, en un país como el nuestro las influencias y el dinero pueden hacer que cualquier cosa sea posible, pero tampoco nos importó, la policía no estaba buscándonos y eso era lo importante.

Esa noche teníamos que festejar, compramos un par de botellas de tequila y al compás de la música de banda brindamos por nuestra libertad y por nuestro futuro incierto. Después de unos cuantos tragos yo estaba "hasta atrás", ya que no estaba acostumbrado a tomar. Le dije a Hugo que me iría a dormir, y él me ayudó a llegar a una de las recámaras. Cuando encendió la luz, la cabeza me dio vueltas y ambos caímos en la cama, el encima de mí. Por un momento nos miramos fijamente a los ojos sin decir nada y sin que él se bajara de mí. Yo me reí diciéndole que estaba muy pesado, que se me quitara de encima. Él me sonrió, acarició mi mejilla y me plantó un beso en la boca.

Lo que estaba pasando me sorprendió, pero el estado en el que me encontraba no me permitía pensar mucho, y ante los esfuerzos de su lengua por introducirse en mi boca terminé por ceder. Recorría mis dientes y acariciaba mi lengua con tal maestría que comenzó a excitarme. Con la poca conciencia que me quedaba acaricié su trasero. Nunca había puesto mucha atención en el físico de Hugo, para mí no existía nadie más que mi amado José, pero al menos sus nalgas se sentían muy bien, pequeñas pero paraditas. Pronto, y producto de las caricias del uno sobre el otro, debajo de nuestros pantalones comenzaron a crecer nuestros miembros, ansiosos de ser liberados y formar parte de aquel inesperado encuentro.

Hugo se hincó y se quitó la camisa, haciendo lo mismo con la mía. Volvió a inclinarse sobre mí y esta vez su lengua se olvidó de mi boca. Recorrió lentamente, una y otra vez, desde mi cuello hasta mi ombligo, deteniéndose sobre mis tetillas por largos momentos. La forma en que las lamía y mordisqueaba, con tanta pasión y delicadeza a la vez, me encendió tanto que inclusive pensé que llegaría al orgasmo sólo con eso.

Cuando se cansó de hundir su lengua en mi ombligo, sus manos me quitaron el cinturón y me bajó el pantalón hasta los tobillos. Se quedó unos segundos admirando mi cuerpo cubierto sólo por unos ajustados calzoncillos que dibujaban a la perfección la forma de mi verga. Bajó su cara hasta mi entrepierna, y con la punta de la lengua recorrió sobre la tela de los boxers, centímetro a centímetro, toda la longitud de mi palpitante falo. Lo mordía, lo acariciaba y jugueteaba con mis huevos tomándolo con mucha calma, logrando que me pusiera a mil y con balbuceos le rogara que se lo metiera en la boca. Apartó su cara un poco y lentamente fue bajando la única de mis prendas que quedaba en su lugar, hasta que mi polla saltó como un resorte y pudo admirarla en toda su plenitud.

Al ver mi grueso y apetitoso pedazo de carne, Hugo se olvidó de las delicadezas y se abalanzó sobre él, llevándoselo entero a la boca. Mi pene se hundió en su garganta y su nariz entre mi vello púbico. Creí que empezaría con el clásico sube y baja, pero no fue así. Aguantando la respiración, utilizó su garganta para darle un masaje a mi glande, al mismo tiempo que su lengua lamía el tronco. El tiempo pasaba y Hugo no dejaba salir mi verga de su boca, me impresionó que aguantara tanto tiempo sin respirar, pero más me impresionó la serie de sensaciones que me hacía sentir, la forma en que me estaba llevando al clímax.

Cuando los síntomas de una próxima eyaculación se hicieron presentes, Hugo finalmente liberó mi miembro, comenzó a masturbarme y colocó su boca cerca de la punta. A pesar de que me había corrido en la mañana, una gran cantidad de semen le bañó la cara. Se tragó el que cayó en su boca y con los dedos limpió el que manchaba su rostro y me lo untó en el ano.

Sin descanso alguno, Hugo levantó un poco mis piernas y su lengua se apoderó de mi aún maltrecho agujero, el semen que me untó facilitó que me metiera la mitad de esta y empezara a moverla de manera circular, haciendo que volviera a excitarme y la erección no se me bajara a pesar de haber terminado hacía unos segundos.

Poco a poco fue hundiendo su experta lengua en mí y me tenía entre gemidos y suspiros. Cuando vio que estaba lo suficientemente relajado introdujo uno de sus dedos, el cual buscó mi próstata iniciando un rico masaje al encontrarla. Su dedo apretando tan sensible punto me tenía loco, los gemidos eran cada vez más fuertes y mis manos apretaban las sábanas tratando de calmar las ansias. Con la mano que tenía libre, Hugo terminó de quitarme el pantalón y los boxers y se quitó los suyos. Se hincó entre mis piernas y pude ver su pene totalmente erecto. No es muy grande, mide unos 13 centímetros, pero si es muy grueso y con una cabeza gorda y ya tenía líquidos brotando de ella. Sacó su dedo de mi culo, me acercó a él y levantó mis piernas hasta que quedaron colgando entre sus brazos y mis gluteos chocaban con sus muslos. Puso la punta de su polla entre mis nalgas y después de acariciar mi ano por un momento con ella me la metió entera.

El grado de excitación al que me había llevado su dedo y el que su pene no es tan grande, ayudaron a que el dolor no fuera tanto a pesar de encontrarme aún lastimado por el encuentro con el Padre, su vara y su enorme mástil. Así estuvimos por un momento, dándome tiempo para acostumbrarme a aquel nuevo intruso en mi cuerpo. Después sacó su verga muy despacio y cuando sintió que la cabeza estaba debajo de mi próstata se detuvo. Empezó a moverse muy poco, lo suficiente para que el glande de su miembro continuara con el masaje que su dedo había abandonado.

En muy poco tiempo me encontraba nuevamente gimiendo y apretando las sábanas. A pesar de que Hugo no tiene una estaca enorme entre sus piernas me estaba haciendo gozar maravillosamente, tanto que comencé a gritarle "damela toda, con más fuerza, rómpeme el culo". Levantó mis piernas un poco más y las colocó sobre sus hombros, se recostó sobre mí y empezó a cogerme de una manera brutal. Cada vez que sus bolas chocaban contra mi cuerpo, arañaba su espalda o empujaba sus nalgas hacia mí, tratando de que su polla llegara más adentro. No pudo aguantar mucho al salvaje ritmo que me estaba follando, por lo que en pocos minutos se vino dentro de mí. El sentir su leche caliente llenar mis intestinos terminó de enloquecerme y volví a terminar, esta vez sobre mi pecho.

Hugo estaba exhausto y se tiró sobre mí. Me abrazó y me besó tiernamente para después decirme "te quiero mucho Raúl". Entre mi borrachera y la satisfacción que me habían dejado esos momentos de sexo, le contesté: "yo también te quiero José". No me di cuenta, ya que me quedé dormido después de tan agotadora y satisfactoria cesión, pero el escuchar el nombre de otro hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas. Se levantó de la cama, limpió los restos de semen, recogió su ropa y se marchó a la habitación de al lado.

A la mañana siguiente desperté sin acordarme del todo bien de lo que había sucedido entre Hugo y yo. Cuando salí de la recámara, él estaba en la cocina preparando unos chilaquiles para quitarme la cruda que adivinó, tenía. Mientras desayunábamos me preguntó quién era José. Su pregunta hizo que lo poco que había olvidado de la noche anterior regresara a mi cabeza. Quise darle una disculpa, pero el me dijo que lo único que necesitaba era saber todo respecto a José. Le conté desde la primera vez que lo vi hasta el día que mi padre nos encontró durmiendo juntos y nos separó mandándolo a él a la cárcel y a mí al internado. Le mostré el anillo que llevaba en mi mano, el que había prometido no quitarme pasara lo que pasara, le dije lo mucho que extrañaba a mi único y gran amor y comencé a llorar. Hugo me abrazó y me dijo que seguramente algún día volvería a reunirme con José. Me prometió que mientras eso pasara él no volvería a intentar tener sexo con migo, que seríamos amigos y nada más.

Y eso fue en lo que nos convertimos, en los mejores amigos. Si llegamos a masturbábamos juntos, pero nada más, nunca volvimos a tener una noche como la primera en aquel pueblo. Así pasó poco más de un año, tiempo en el que fuimos conociendo a la gente del pueblo entre fiesta y fiesta, gente que terminó por adoptarnos como unos más de ellos y se convirtió en la familia que nunca tuvimos.

Pero entre tanta fiesta el dinero que teníamos se fue acabando. Tuvimos que empezar a buscar trabajo, ya que nos daba pena vivir de la caridad de los vecinos, pero en aquel pueblo los empleos eran muy pocos y muy mal pagados, aún más para un par de adolescentes sin experiencia laboral alguna. Si queríamos seguir viviendo con las comodidades que hasta entonces habíamos tenido no nos quedaba otra que aceptar la propuesta de Jacinto, un chamaco de nuestra edad que trabajaba como "sexo servidor". Muchas veces nos había comentado que estábamos de muy buen ver y que su patrona la "doña" no dudaría en contratarnos. Decidimos que tomarle la palabra sería lo mejor, así que lo llamamos y quedamos de vernos en la plaza principal del pueblo para que nos llevara con su patrona.

Nos había citado a las diez de la mañana, pero ya eran las diez treinta y no se veía por ningún lado. Cuando nos levantamos de la banca en la que estábamos sentados para regresar a la casa, vimos que en la esquina venía Jacinto. Se disculpó por haber llegado tarde y nos fuimos rumbo a la casa de la "doña". Caminamos alrededor de veinte minutos hasta llegar a una bella casa de dos pisos con un amplio y bien cuidado jardín, rodeado de un cancel plateado. Jacinto tocó el timbre y de inmediato se abrió el portón. Entramos los tres a la casa y desde la terraza nos saludó una hermosa mujer, quien, con un acento que me dijo era extranjera, le ordenó a Jacinto que se fuera y dejara que subiéramos solos hasta su recámara. Este salió deseándonos suerte. Entramos a la casa y subimos las escaleras. La voz de la "doña" nos condujo hasta la que era su habitación.

Nos invitó a pasar y después de servirnos un café nos explicó todo lo referente al "trabajo". Cuando terminó, nos ordenó desnudarnos para darnos el visto bueno. No era momento de mostrarnos pudorosos, así que rápidamente nos despojamos de todas nuestras prendas. La "doña" nos miraba de arriba abajo tratando de disimular que le gustaba lo que veía. Nuestros cuerpos adolescentes, delgados pero bien formados, nuestros pectorales firmes, nuestros vientres planos, nuestros penes en reposo pero apetitosos, nuestros culitos blancos y paraditos, todo le agradaba a aquella bella mujer, tanto que con una mano empezó a acariciar sus senos, señal de que estaba excitada.

Nos pidió que nos besáramos y acariciáramos uno las nalgas del otro. Hugo tuvo que romper su promesa de no volver a intentar nada parecido a aquella noche, pero entendí que no podía ser de otra manera si queríamos quedarnos con el trabajo. En poco tiempo ambos estábamos totalmente empalmados, nuestros miembros se frotaban el uno contra el otro apresados entre nuestros cuerpos. La "doña" ordenó que paráramos y nos acercáramos a ella.

Mientras caminábamos se quitó la bata que traía puesta y pude ver un cuerpo tan hermoso que aún siendo de mujer me excitó. Su piel era muy blanca, tanto como la mía. Su rostro de finos rasgos y hermosos e intensos ojos azules, su cabellera rubia, sedosa y brillante, su cuello largo, sus hombros preciosos y sus brazos delgados colgando de ellos. Sus pechos grandes, pero no exagerados, un poco caídos por la edad. Su cintura pequeña seguida de unas caderas amplias y unas piernas firmes y muy bien torneadas, entre ellas una mata de pelos negros que se veían un poco mojados por lo caliente que estaba la señora. Por un segundo pensé que después de todo era bisexual, porque me entraron unas ganas enormes de poseer a tan divina mujer, pero creo que más allá de su género lo que me excito fue el momento en sí, ya que nunca más volví a poner los ojos en otra fémina.

Ya estando junto a su cuerpo pude percibir un fuerte olor a sexo, diferente al que despide un hombre, pero igual de embriagante. Tomó mi verga con una mano y empezó a masturbarme, yo me fui directo a sus pechos, sintiendo por primera vez lo que es besar unos pezones. Hugo estaba detrás de ella, restregándole la polla en su suave y firme trasero. Una de mis manos bajaron acariciando lentamente su vientre y al llegar bajo su cintura, mis dedos tocaron con detenimiento sus labios vaginales y su clítoris, cuando hice esto último ella comenzó a gemir. Me di cuenta de que ese era el punto más sensible de la anatomía femenina, por lo que seguí tocándolo hasta que sentí una lengua sobre mi dedo. Era Hugo, que pretendía practicarle sexo oral. Lo deje encargarse de esa parte de la "doña" y continué con sus pezones.

En poco rato logramos calentarla como, después nos lo diría, no lo habían hecho en mucho tiempo. No paraba de gemir y sus uñas se encajaban en mi espalda. Ni yo ni Hugo parecíamos querer detener lo que estábamos haciendo, pero las suplicas de la "doña" nos obligaron. "Ya no aguanto más, metanmela ya por favor", nos gritaba con cierta desesperación.

No la hicimos esperar más. Separé sus piernas y coloqué entre ellas mi verga, la cual hundí en su cuerpo de un solo intento. Nunca había penetrado a una mujer, la sensación era diferente y muy placentera, la forma en que me apretaba y se movía me fascinaron. A los pocos minutos la "doña" comenzó a gritar y sentí como sus paredes vaginales aprisionaban mi miembro con gran fuerza. La mujer estaba tan excitada que no tardó mucho en alcanzar el primer orgasmo mojándome con sus jugos.

Hugo aprovechó ese momento. Se paró detrás de ella, le abrió las nalgas y sin piedad la ensarto por el culo. Lejos de dar signos de dolor, la "doña" emitía sonidos de placer y nos gritaba palabras que nos calentaron más. Yo por delante y Hugo por detrás, ambos nos movíamos al mismo brutal ritmo, sacudiendo el cuerpo de nuestra futura patrona, haciéndola gozar al máximo.

Sin dejar de atender a la "doña" ambos buscamos las nalgas del otro y unimos nuestros labios en un beso que la hizo explotar por segunda vez. En esa ocasión no pude resistir la forma en que apretó mi pene y me vacié dentro de ella. A los pocos segundos los gemidos de Hugo me hicieron saber que el también había terminado.

Los tres estábamos exhaustos, el momento no había durado mucho, pero fue tan placentero que nos dejo bastante cansados. Nos acostamos en el piso y la "doña" nos dijo que habíamos pasado la prueba, que desde ese momento quedábamos contratados. Ambos nos alegramos mucho, por fin teníamos trabajo, tal vez no el más decente y bien visto, pero si uno que nos permitiría ganar el dinero suficiente para mantener nuestro ritmo de vida y que además nos daría placer. "¿Qué más podríamos pedir? ", pensé, para luego contestarme: "me gustaría saber cómo está mi José y mucho más me gustaría verlo". Después de unos minutos de descanso nos dimos un baño y nos fuimos a la casa a descansar, con la promesa de nuestra ahora jefa de conseguirnos esa misma semana nuestros primeros clientes.

A pesar del enorme sentimiento de culpa que sentí por traicionar a Raúl la primera noche que tuve relaciones con Roberto, continué teniéndolas regularmente hasta que llegó el día que cumplí mi sentencia, el cual se adelantó un par de meses gracias a mi buena conducta.

Antes de salir de prisión le prometí a Roberto que le pediría a mi amigo Federico lo ayudara a reducir su sentencia por lo menos un par de años y que lo visitaría cada semana. Haciendo un gran esfuerzo para no llorar, me dio un abrazo de despedida antes de que los guardias me sacaran de la celda. Estaba enormemente feliz por salir de aquel lugar, pero una parte de mí estaba muy deprimida al dejar a ese adorable hombre sólo.

No pasó mucho tiempo para que cumpliera la primera de mis promesas, al salir de la cárcel me estaba esperando Federico. Me recibió con un abrazo y me llevó hasta mi casa. Le di las gracias y él se marchó asegurándome que lograría que la condena de Roberto fuera más corta.

El volver a estar en mi casa fue una sensación que no podría describir con exactitud, maravillosa. Finalmente estaba libre y podría reunirme con mi querido Raúl, quien hace unas semanas había cumplido la mayoría de edad, así que esta vez no habría ningún problema en que viniera a vivir con migo.

Me subí al auto y el manejar me pareció más emocionante que la primera vez que lo hice. Pensaba ir a la casa de Raúl para que esa misma noche se viniera a vivir con migo, pero antes tenía que ir a ver a mi doctor para hacerme un chequeo general y la prueba del SIDA, tuve relaciones sin protección durante mi estancia en prisión y no quería contagiar a mi bebé.

Después de terminar de hacerme todas las pruebas necesarias me dirigí a casa de mi nene. Cuando llegué toqué el timbre, una de las sirvientas cruzo el jardín y cuando llegó al portón me dijo que el niño Raúl no estaba en casa, que su padre lo había internado en un colegio de sacerdotes, pero que se había escapado y ahora no sabían donde estaba. Quedé un poco confundido por la forma tan revoltosa en que me contó todo la muchacha de servicio, me hubiera gustado pedirle más detalles o hablar con alguno de mis otros alumnos, pero creí que sería inútil. Manejé de regreso a mi casa y después de mucho pensar, el esperar me pareció la mejor opción.

Decidí esperar hasta que se cumplieran los dos años desde la última vez que nos vimos, si no aparecía para entonces, lo buscaría por mar y tierra. El primer mes pasó lentamente. Cuando regresaba de dar clases (empleo que recuperé gracias a Federico) me pasaba horas mirando hacia la calle, con la esperanza de verlo caminando hacia mi casa. Cada que el teléfono sonaba corría a contestar anhelando fuera él, pero no hubo ninguna noticia de mi niño. Lo que llegó a mi puerta fue un sobre con los resultados de la prueba de VIH, creí que yo tenía que ir por ellos, pero ahí estaba el sobre a los pies de mi puerta. Lo abrí y saque la hoja. Las manos me temblaban, leí con cuidado cada línea y maldije a la vida y a Dios cuando supe el resultado. ¡Me habían contagiado de SIDA¡ Todos mis planes se vinieron abajo, ya no podría seguir al lado de mi bebé. Ya no volvería a sentirlo dentro de mí nunca más.

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