Por fin el reloj marca las dos de la tarde. Es hora de abandonar nuestros asientos, pasar nuestros gafetes por el checador y salir rumbo a casa. Generalmente, a pesar de la buena compañía, no disfruto mucho el tiempo que paso trabajando, pero hoy en particular, ha sido un día bastante aburrido. Lo creía difícil, sin embargo, hemos hecho menos cosas de lo acostumbrado. Creo que de las seis horas que dura el turno, sólo dos de ellas estuve haciendo otra actividad, que no fuera bobear o chismear con el compañero de al lado. Afortunadamente terminó. Ahora puedo dirigirme a casa y comer algo, que tanto me hace falta, delicioso.
¡Que suerte¡ Justo al llegar a la parada del camión, el mío va pasando. Últimamente, he tenido que esperar hasta cuarenta minutos para tomarlo. Entre que se demora, o viene tan lleno que no se detiene, se me hace bastante tarde y mis tripas empiezan a resentirlo. Al parecer, la vida me recompensa un día de aburrimiento, ahorrándome tiempo de espera. Subo al autobús y camino hasta la parte trasera, donde se encuentra un lugar desocupado. Cuando voy a medio camino, algunas gotas empiezan a estrellarse contra los vidrios. De repente, el sol se ha ocultado y varias nubes oscuras amenazan con estallar en una fuerte lluvia. Mis ruegos para que la tormenta no inicié antes de que yo llegue a mi casa, y los quejidos de mi estomago por no recibir alimento, me mantienen entretenido. Cuando menos lo pienso, hemos llegado a la estación del tren.
Camino rápidamente y gracias a otro golpe de suerte, el que a una señora se le haya atorado la mochila en la puerta, y el conductor tuviera que abrirlas de nuevo, logró entrar en uno de los vagones. Debido a que es un medio de transporte subterráneo, no se percibe el sonido de la lluvia, por lo que no se si la tormenta ha comenzado o aún tengo tiempo para llegar a mi objetivo. No cabe duda que la fortuna está de mi lado. Al bajar del tren y salir de la estación, sólo caen del cielo pequeñas gotas que apenas y se sienten en la piel.
He llegado a mi casa. Cuando cierro la puerta, repentinamente inicia el que parece un diluvio. ¡Que bien¡ Un minuto más y me hubiera empapado. No es que no lo disfrute, pero hoy traía en mi mochila papeles que no quería resultaran mojados, ni siquiera un poco. Como un alcohólico buscando un poco de vino, corro hacia el refrigerador y lo único que encuentro son gelatinas. El mole, el que sobró de la cena del día anterior, ha desaparecido. Creo que mi buena suerte comienza a esfumarse. Desafortunadamente, no es lo único que se ha ido. Como de costumbre, cada vez que hay un fuerte aguacero, el transformador que nos abastece de electricidad, ha explotado. Ahora no sólo no tengo comida, sino que tampoco tengo luz.
El saber que no puedo salir sin terminar con los zapatos llenos de agua y que no podré utilizar ningún aparato que funcione con electricidad, ha hecho que mi estómago deje de quejarse. Sin más que hacer, camino rumbo a mi cuarto. Me tiro sobre la cama. Miró por la ventana tratando de ver el paisaje, pero lo único que veo es una fuerte lluvia que impide siquiera, observar la acera de enfrente. El pasar del tiempo ha conseguido que me empiece a invadir el sueño. Intentó luchar contra ellos, pero el peso de mis ojos es mucho más fuerte y finalmente, se cierran transportándome a otro mundo. Un mundo donde la lluvia ha terminado y el que no haya electricidad, no me preocupa en lo absoluto.
Mi ropa no es la misma que vestía antes de dormir. Ahora traigo puestos, una playera azul con el número 79 en la parte delantera, unos shorts negros, y un par de tenis color gris. Camino por la calle de Juárez, rumbo a las bancas ubicadas a un costado del Mc Donalds. En una de ellas, está sentado un apuesto caballero de gran estatura y cabello corto. Labios exquisitamente gruesos y detrás de sus anteojos, unos hermosos ojos color oscuro. Lleva puesta una camisa azul que simplemente, lo hace lucir más atractivo. Jeans que marcan a la perfección, unos glúteos que mataría por apretar; y unas sandalias que dejan al aire libre sus grandes pies, los cuales me causan una extraña y morbosa obsesión.
Cuando me ve acercarme a él, me saluda. Después del acostumbrado "¿cómo estás?", bajamos a tomar el tren, el que nos lleve a un lugar donde nadie más disfrute de su presencia, donde sólo yo pueda gozar de su belleza. Durante el camino hablamos muy poco. La tensión sexual que se siente en el aire es tanta, que casi puedo tocarla. Después de veinte eternos minutos, llegamos a mi casa. Al entrar, cerramos la puerta dejando atrás todo deseo que no tenga que ver con el estar juntos, el uno con el otro, el uno sobre el otro.
Como suele pasar, él me pide un vaso de agua. Sacó una tasa con dibujos de Santa Claus y un borde despostillado. La lleno hasta el tope. Se queda bebiendo, mientras yo voy al baño a lavar mis manos. Cuando salgo, él se encuentra sentado sobre el borde del sillón. La luz que entra por el ventanal que está justo detrás de él, hace que se dibujen sombras sobre su rostro que lo hacen ver aún más adorable. Me acerco tímidamente, esperando a que tome la iniciativa. Con una hermosa sonrisa, extiende sus brazos y me arropa con ellos, uniéndonos en un fuerte abrazo que me desarma por completo.
Nos separamos un poco y nos vemos un instante a los ojos, para después acercar nuestros labios. La sensación de los suyos apoyándose a los míos, y su lengua jugueteando dentro de mi boca, hacen que un escalofrío recorra todo mi cuerpo. Su respiración agitada sobre mis mejillas, y sus manos sobre mi espalda, hacen más intensa esa sensación. Sus manos se han movido de lugar y ahora se abren paso entre mis ropas, hasta llegar a mis nalgas. Las acaricia suavemente, para después apretarlas con fuerza y presionar mi cuerpo contra el suyo.
Para entonces, ya estoy más que excitado, pero no contento con eso, uno de sus dedos juega entre mis piernas. Mis brazos han comenzado a temblar un poco. Torpemente, desabrocho cada uno de los botones de su camisa. Dejo al descubierto su pecho, lleno de ese fino bello que amo acariciar. Nuestras bocas han dejado de estar unidas. La mía recorre su cuello, formando un camino con la punta de la lengua y pequeños chupetes, mientras la suya se apodera de mi oreja. El camino que mi boca seguía desciende un poco. Llega hasta sus tetillas, ya duras por la excitación del momento. Recorro sus alrededores para después absorberlas con fuerza, como queriendo que estas dieran leche. Mis manos no se han detenido. Luchan contra un cinturón que parece, por lo difícil que resulta de zafar, ser de castidad. Con su ayuda, he logrado pasar esa barrera y cuando mis manos pretendían bajar un poco más, me detengo por completo ante una tercera presencia, una de la que hasta entonces, sólo tenía ligeras sospechas.
Tras una delgada tela color azul, que define perfectamente las formas de su cuerpo, se encuentra ella, mostrando unas ganas enormes de salir de la prisión que representa su ropa, pero que, tal vez por timidez, no son suficientes para atreverse a hacerlo. Una de mis manos se le acerca y la acaricia, con movimientos suaves que terminan en ligeros apretones a su cabeza. Noto su reacción. La timidez empieza a abandonarla. Su cuerpo, que parecía encorvarse un poco, se levanta con orgullo, dejándome observar sus verdaderas dimensiones. Las palpitaciones que emite, son una señal de que está lista para ser libre. Me pide la ayude con esa tarea.
Lentamente, bajo esa delgada tela color azul y puedo apreciar su excitante desnudes. Parece un soldado, ya que a mitad de su cuerpo se inclina como sacando el pecho. Su piel es morena. Se oscurece aún más, al llegar a su rostro de extraña belleza. No son dos los ojos que tiene, sino uno; uno que apenas y parece tener fuerzas, para mostrar una pequeña abertura, un pequeño ojo que aparenta no percibir la luz. Esa apariencia poco común, no resulta desagradable en lo más mínimo; me hace olvidarme del apuesto caballero, de quien hasta hace unos momentos, me hacía experimentar las sensaciones más ricas.
Me concentro en ella. Con una mano al principio y después con las dos, acaricio por completo su cuerpo, desde la base hasta llegar a su único ojo, el cual intento abrir sin mucho éxito. Las caricias van subiendo en velocidad y ella parece disfrutarlo, lo noto por la rigidez de sus músculos y sus palpitaciones más constantes.
He dejado en el completo olvido al galán de labios gruesos y gran estatura; sin embargo, a él parece no importarle. Las caricias que recibe la mujer de un solo ojo le resultan placenteras, puedo percibirlo por los pequeños sonidos que emite, muestra de placer y gozo. Animado por dichos sonidos, esta vez es mi boca la que continua con las caricias, postrando mi lengua sobre aquel ojo solitario que ha comenzado a derramar algunas pequeñas légrimas. Como buscando más de ese llanto, muevo mi lengua dentro de él por un rato, para después recorrer todo lo largo de su anatomía.
Mis caricias parecen excitarla cada vez más. Lo se porque a pesar de que no dice una sola palabra, sus movimientos son más violentos. Procurando darle todo el gusto que merece, y para calmar ese llanto, mis manos se unen a mi boca en la tarea de recorrer su cuerpo. Los sonidos de placer de parte de él, son más notorios. Los movimientos de ella, más continuos. Motivado por esto, mis caricias también son más rápidas y atrevidas. Mi piel está completamente erizada.
De pronto, siento como todo el cuerpo moreno de la extraña mujer se tensa. Con un poco de miedo por provocarle un llanto mayor y más profundo, aparto mi rostro unos centímetros. Miro fijamente al pequeño ojo, que en lugar de devolverme la mirada, comienza a llorar a chorros, mientras los sonidos de placer del hombre de pelo corto, se convierten casi en gritos.
Las lágrimas tienen la misma particularidad de todo su cuerpo, son espesas, y no transparente como suelen ser, sino blancas. Algunas de ellas han caído sobre mi cara. Con una de mis manos las recojo y las llevo hasta mi boca. El sabor también es bastante peculiar, pero no por eso deja de ser exquisito. La mujer misteriosa muestra nuevamente señales de timidez. Su cuerpo empieza a encorvarse. Parece esconderse dentro de una capa de piel que sale desde su base. Ante su repentina indiferencia, me vuelvo a acercar a mi bello hombre de ojos color oscuro. Nos fundimos en un beso lleno de ternura y amor. Volvemos a abrazarnos y me susurra al oído: "te quiero".
La alegría que me provocan esas palabras, es interrumpida por un sonido que me impide contestarle. El sonido de unas llaves abriendo la puerta, me regresa a la realidad, dejando al atractivo hombre y a la mujer misteriosa, dentro de aquel mundo de sueños. Con un poco de decepción, me levanto, sólo para darme cuenta de que algunas de las lágrimas de aquel ojo que no percibía la luz, extrañamente han llegado hasta mi ropa interior. Al parecer, aquel sueño me ha dejado una trusa mojada y unas ansias casi asfixiantes de que llegue el próximo domingo, día en el cual podré encontrarme nuevamente con aquella misteriosa mujer. Día en que podré contestar a las palabras del apuesto caballero de gran estatura y labios gruesos, con un: "yo también te quiero".