Han pasado casi veinte minutos y el autobús número 289 de la ruta 30 no ha avanzado más de dos cuadras ya que el tráfico está insoportable. Casi todos los pasajeros tienen cara de desesperación y el enojo prácticamente les salta de ella, todos excepto uno, el que está sentado en el asiento que da a la ventanilla en la última fila. Su nombre es Gilberto y tiene la mente ocupada en adivinar cuanto dinero tendrá que pagar para que su celular regrese a sus manos.
La noche anterior, después de una noche de parranda en la que se le pasaron un poco las copas, tomó un taxi en el que dejó olvidado uno de los más indispensables artículos para la sociedad actual. A la mañana siguiente, o sea, está mañana, despertó con una resaca terrible que le quitó por completo las ganas de ir a trabajar. Tomó su pantalón para sacar el celular y llamar a la oficina, pero se percató de que este no estaba, lo había perdido quien sabe si en el antro o en el taxi. Bajó a hablar del teléfono de la sala y volvió a dormir sin darle mucha importancia al asunto, en ese momento lo único que quería y necesitaba era descansar.
Unas horas después, mientras soñaba con un bello modelo argentino en ropa interior, escuchó a lo lejos un sonido que terminó por despertarlo a pesar de su negativa por dejar de ver el exquisito cuerpo del hombre en sus sueños. Era el teléfono lo que sonaba. Corrió a contestar, pero cuando levantó la bocina ya habían colgado del otro lado. Pensó que ya no tenía caso seguir durmiendo y decidió tomar un baño, esperando lo ayudara un poco a sentirse mejor.
En el baño tenía un espejo de cuerpo completo frente al cual siempre se desnudaba lentamente, como si estuviera realizando un baile erótico para otra persona, la resaca no evitó que esa vez hiciera lo mismo. Se colocó justo enfrente del espejo e inició su sensual rutina. Se levantó un poco la playera, dejando libre su ombligo, rodeado de un fino y casi inexistente pelaje, pasaba su dedo por encima de él y después lo introducía al momento que con su mano libre descubría poco a poco todo su estómago y pecho para finalmente tirar la prenda al suelo. Pectorales firmes, abdomen plano y marcado y unas tetillas ya erectas por la excitación que le provocaba ver su propia perfección reflejada en el espejo. La siguiente prenda en caer fue el pantalón, que se quitó con una mano ya que la otra la tenía ocupada acariciando su torso. Se quedó solamente en boxers, de esos pequeños y ajustados al cuerpo que marcan a la perfección todo lo que se esconde bajo de ellos. Dio media vuelta y moviendo las caderas fue bajándolos poco a poco, mostrando cada vez una mayor porción de lo que terminó por revelarse como uno de los culos más hermosos; totalmente depilado, bronceado, firme, carnoso, simplemente perfecto. Por el otro lado, su miembro ya despierto por completo se balanceaba de un lado a otro por los movimientos de su dueño, pero este se detuvo repentinamente y se metió a la regadera.
El espectáculo no terminó ahí, ya dentro de la ducha, el agua y el jabón escurriendo por su cuerpo hacían más cachonda la forma en que sus manos se deslizaban acariciando hasta el último rincón. Una de ellas se detuvo en su verga, explorándola, sintiendo las venas que se marcaban en el largo tronco, recorriendo el prepucio para dejar libre una cabeza roja, gruesa y brillante por el pre semen, concentrándose en ella, apretándola delicadamente, pasando uno de sus dedos por el ojo de esta misma, bajando hasta la base para volver a subir, cada vez más rápido, cada vez con más líquidos brotando y cayendo mezclados con el agua y el jabón, llegando a sus peludos huevos para después caer al piso. La otra tomó el cepillo que se utiliza para limpiar la espalda y comenzó a pasearlo por en medio de sus nalgas, estimulando su ano deseoso de volver a probar un buen pedazo de carne después de casi un mes de no hacerlo. Conforme la mano sobre su polla se movía más rápido la otra introducía un poco más del cepillo en su cuerpo. Su cabeza estaba inclinada para atrás, sus ojos en blanco, sus músculos tensos, el mango del cepillo incrustado entero en su agujero y no pudo más, chorros de leche salieron disparados de su pene para rápidamente irse por el caño impulsados por el agua.
Después de ese orgasmo que pensó no se comparaba a los que podía obtener con una persona pero con el que tenía que conformarse por el momento, sintió que hasta el dolor de cabeza había desaparecido. Terminó de bañarse, se vistió y bajó a la cocina para comer algo picante que terminará de reanimarlo. En medio de su desayuno el teléfono volvió a sonar. Se trataba del taxista que había encontrado su celular, lo llamaba para poder devolvérselo, claro está a cambio de una recompensa. Le dio la dirección de su casa y Gilberto prometió salir de inmediato para allá, y así lo hizo en cuanto colgó, ni siquiera terminó de almorzar. Tomó el primer autobús de la ruta 30 que pasó y ahora está en medio de un embotellamiento terrible imaginando la cantidad de dinero que tendrá que desembolsar para recuperar su celular.
Después de casi una hora y media de haber salido de su casa finalmente llegó a la calle donde vivía el taxista. Se bajó del camión, buscó el número de la casa y tocó la puerta. Después de unos segundos le abrió un muchacho hermoso, pensó que de no haber estado tan borracho la noche pasada se habría dado cuenta de su belleza y lo habría invitado a pasar a su casa. Ojos grandes, negros, labios carnosos, cejas pobladas, nariz prominente, una barba mal cortada, pelo castaño y desarreglado, brazos que se notaban fuertes y se admiraban bien gracias a la camiseta que traía puesta, piernas largas y bien formadas casi al desnudo debajo de esos diminutos shorts que escondían además un bulto que seguramente era de grandes dimensiones. Gilberto estaba embobado ante aquel espécimen, ya había comenzado a imaginar que ese macho que tenía a unos cuantos pasos de su cuerpo lo tomaba de espaldas y por la cintura cuando Román, como se llama el taxista, lo tomó del hombro y lo invitó a pasar a su casa.
Dentro del humilde pero cómodo lugar, el taxista le ofreció una cerveza a su invitado, quien la aceptó con mucho gusto, y después se dispuso a continuar con la rutina de ejercicio que había sido interrumpida minutos antes cuando fue abrir la puerta. Gilberto se sentó en un sofá y Román tomó una cuerda y empezó a saltar, se notaba que no estaba usando ningún tipo de ropa interior, porque debajo de los shorts su miembro saltaba al mismo ritmo que su cuerpo, imagen que de inmediato calentó al primero. Intentando enfriarse un poco y esperando que su erección no se notara, Gilberto inició a charlar con su anfitrión preguntándole que pediría a cambio de devolverle su celular, este le contestó que no quería dinero, sino un favor para un amigo, que en cuanto terminara con su rutina le explicaría el porque, que tuviera un poco de paciencia y mientras tanto se terminará la cerveza que tenía en la mano. Al dueño del aparato no le molestó el tener que esperar más tiempo, deseaba seguir observando ese monstruo que se movía de arriba a abajo oculto bajo la delgada tela de los shorts y tratar de dibujar en su mente su forma.
Esto no pudo suceder, Román terminó de ejercitarse y después de decir que traería el celular se perdió por un pasillo no sin antes quitarse la camiseta, mostrándole a Gilberto su moreno, peludo y mojado pecho. Parecía como si lo estuviera provocando, recibirlo primero casi desnudo, ponerse a brincar la cuerda frente de él sabiendo que no usaba ropa interior y quitarse la camiseta ante sus ojos pudiendo haberlo hecho después. Desde el cuarto siguió con la plática preguntando que tal se la pasaba uno en antros como el que ayer había visitado quien ahora estaba sentado en su sala, si en verdad los antros gay eran tan divertidos como se rumoraba. La pregunta tomó por sorpresa a Gilberto, que si bien había comenzado a sospechar las intenciones del taxista no podía estar seguro de ellas.
-Es mejor de lo que cuenta la gente, deberías de ir algún día para que lo compruebes por ti mismo.
-Bueno, pues si tú me invitas con gusto visitaría alguno.
-Claro que si, pero antes dime de una vez cual es el favor que quieres que le haga a tu amigo.
-Que ansioso me resultaste. Está bien, te lo voy a decir ya, es más, ven a la recámara para que el mismo te lo diga.
-Creí que no había nadie más en la casa.
-Pues ya ves que si, ven al cuarto.
Gilberto estaba sudando del morbo que le provocaba pensar que en lugar de uno serían dos los machos que se lo cogerían como paga al favor de devolverle su celular. Se preguntaba si el segundo estaría tan bien como el taxista, si se lo tirarían al mismo tiempo o uno por uno, qué tan grande estaría lo que brincaba bajo los shorts y cómo la tendría su amigo. Camino lentamente hacia la habitación sintiendo como su propia verga se ponía cada vez más dura y empezaba a dolerle de lo caliente que estaba. Llegó a la puerta y cuando miró para dentro de la recámara vio a Román sentado sobre el borde de la cama, completamente desnudo, con las piernas abiertas, este le dijo: "te presentó a mi amigo Pancho, a él es al que le tienen que hacer el favor". Pancho se trataba del apodo para su falo, un miembro descomunal que fácilmente rebasaba los veinte centímetros de longitud, grueso en su base y aún más a medio camino, oscuro y terminando en una cabeza casi morada, gorda y de las mismas proporciones que todo lo demás, venas a punto de estallar rodeando su palpitar y descansando bajo de él, colgando entre sus piernas, un par de testículos igualmente enormes, llenos de pelos y cargados con grandes cantidades de leche que serviría de alimento para los orificios de su víctima.
Gilberto se quedó helado, no serían dos quienes entrarían en él, pero el que lo haría era sin duda el mejor de todos los que había visto. Su lengua recorría sus labios evitando que la saliva que salía de su boca no cayera al suelo. Sintió un cosquilleo en el ano, que sabiendo que por fin volvería a probar un pedazo de carne como deseaba, y que pedazo, daba muestras de alegría. El olor a hombre, sudor y semen mezclados entraron por su nariz y lo condujeron hasta el manjar del cual provenía. Se inclinó un poco, puso la lengua sobre Pancho e inició a comer como hace mucho tiempo no lo hacía. Ramón gemía, estaba igual o más caliente que quien le proporcionaba placer a él y a su amigo, sus gemidos aumentaban en intensidad y no permitió que Gilberto continuara con lo que hacía, estaba demasiado caliente y deseaba pasar al siguiente nivel desde el inicio, lo levantó con sus fuertes brazos para después ensartarlo en su enorme estaca de un solo intento. Al sentir su cuerpo atravesado por algo que sentía casi en su garganta, Gilberto gritó, pero más que de dolor, de placer, de experimentar nuevamente ese doloroso pero delicioso placer de ser penetrado, su grito fue tan fuerte que cerro la puerta de la habitación y sólo ellos fueron testigos de lo que hicieron las siguientes dos horas.
Gilberto no recuperó su celular, Ramón se negó rotundamente a devolverlo, pero eso no fue motivo de discusiones o enojos, después de todo podría volver por él algún otro día y así entablar una relación más amistosa con Pancho.