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En el callejón

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En el callejón.

Fue cuando transitaba por aquellas las más oscuras y peligrosas calles de la ciudad que a mi carcacha se le ocurrió fallar. La máquina empezó a emitir ruidos extraños que se fueron concentrando hasta producir un escandaloso estruendo tras el cual las llantas pararon de girar y un humo gris con olor a quemado comenzó a escapar por las hendiduras del cofre. Ya el cortado de mi novio me había advertido que una desgracia como aquella podría sorprenderme en cualquier momento y me había aconsejado cambiar de coche. ¡Como si fuera tan fácil! Si en lugar de palabras me hubiera dado billetes pues con mucho gusto, pero aparte de mojigato el muy imbécil es un tacaño de lo peor al que no le saco ni para cigarrillos, y trabajando yo de profesora de escuela de gobierno… Total que llevaba conduciendo el mismo esperpento desde los noventas, y mi suerte simplemente no dio para más. Pasaban de las once, no se veía un alma y para mi casa faltaban todavía un par de kilómetros. No quedándome otra opción, y con la esperanza de toparme con un taxi en el trayecto, descendí del auto y me dispuse a caminar.

Me llamo Juana y, como ya lo mencione, soy maestra. Doy clases nocturnas en una primaria del estado a la que le hacen falta hasta salones; los niños reciben los conocimientos en el interior de un viejo autobús a falta de instalaciones. No es que sea la Madre Teresa y me conmuevan las precarias condiciones en que esos escuincles malolientes se preparan para el fracaso, porque hay que ser objetivos: ¿a qué puede aspirar el hijo de un padre alcohólico y una madre costurera que además estudia dentro de un camión con libros de hace dos años sino al fracaso? ¡La verdad! Pero en fin. Como les decía, a mí me vendría valiendo madres el destino de esa bola de piojosos si no fuera porque mi maldito jefe, al yo negarme a dárselas pues es un cerdo que apenas y camina de tan gordo, me castigó poniéndome al frente de esa la única escuela que sirve también como transporte, y ahora tengo que soportar, aparte de los gritos, las carencias y la falta de inteligencia de la mayoría, trabajar bajo un techo de lámina hasta altas horas de la noche. Es difícil, y por eso es que me expreso como perra y no porque en verdad lo sea. Soy un pan de Dios, tan bueno que aún no entiendo cómo fue que él permitió que mi coche se averiara justo regresando de mis labores, ¡y justo a la mitad de aquella la colonia con peor fama en la ciudad! Cómo fue que en lugar de enviarme un taxi o un mecánico, me mandó a un desgraciado que nomás de verme se le antojó viaje. No lo entiendo, pero, siendo honestos, ¡se lo agradezco!

– ¿Por qué tan solita, mi reina? – me preguntó el vago al yo pasar por el poste en el que recargado reposaba el efecto de un churro que tirado sobre el piso aún desprendía su característico aroma –. ¿No quieres que te acompañe, mi amor? ¿No te da miedo que te vayan a hacer algo?

¡Claro que no quería que me acompañara! ¿Qué se creyó ese estúpido? ¿Que una reina como yo, única cosa que atinó, le iba a hacer caso? Es cierto que mi novio nada de nada y de vez en cuando diario me busco a un hombre que me complazca, pero a un hombre y no a una galería con patas. Así se lo dije. Bueno, así se lo grité, porque a los cabezas duras las cosas sólo les entran a gritos. ¡Si lo sabré yo que soy maestra! ¡Y el muy tarado todavía se molesto! Luego de insultarme con una sarta de vulgaridades que ni mis alumnos más guarros, se siguió detrás de mí, acosándome, haciéndome propuestas indecorosas que la verdad, sí se me antojaba, pero una no puede pretender ser más de lo que es sino actúa como tal. Podía haberse descompuesto mi carcacha, podía no traer el dinero suficiente para pagar un taxi en caso de que pasara, podía ser mi ropa prestada y mi cabello rubio falso, ¡pero nunca perdería el estilo! Y haber aceptado a la primera revolcarme con aquel mugriento sujeto de brazos tapizados de víboras y flores… En fin que aceleré el paso tratando de perderlo, pero el muy maldito no se me despegaba. Andaba a mi ritmo y a mis espaldas, intentando convencerme de que le chupara eso que ya se había sacado y que orgulloso, grueso y largo se meneaba con su caminar. Sí, el muy descarado traía la verga de fuera. Cuando giré la cabeza para calcular a cuántos metros de mi lindo cuerpecito se encontraba fue que se la vi, y entonces sí que tuve miedo. El tipo tenía una verga que… ¡Bueno! Debió de medirle como unos veinte y estaba gruesa, gruesa y con una punta moradita y regordeta que ya se me escurre la saliva y… ¡¿Qué diablos estoy diciendo?! A lo que me refiero es a que tenía un monstruo entre las piernas con el que seguro, siendo yo casi una virgencita, me habría destrozado el culo y… ¿Que por qué el culo? Pues… porque una tiene sus preferencias, y ¡ultimadamente qué les importa! ¡Ustedes no están aquí para juzgar o preguntar sino para leer! Limítense a eso. ¡Por favor!

¿En qué estaba? ¿En qué estaba? ¡Ah, sí! Les decía que el individuo aquel se cargaba una tranca que a una se le mojaban las bragas y… ¡Estúpida! ¡Ya te delataste otra vez! ¿Qué van a pensar los que te leen? ¡Que eres una puta! Y no es que no lo seas, Juanita, pero al menos disimula y mejor sáltate esa parte, que tu gusto por las pollas ni a trancazos. Pásate a cuando luego de correr como locos, tú por delante y él por detrás, así como te encanta, llegaron hasta un callejón.

– Ahora sí, chiquita, de aquí no te me escapas – me advirtió el mugrosito al ver que de un lado de la calle estaba él y del otro un muro, que no tenía más opción que ser ensartada por su verga, esa que se sacudía sin pudores y que atraía mis ojos, y que me llenaba la boca de saliva, la entrepierna de jugos y… ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya! ¡Cállate y continúa con la historia, golosa! ¿Qué rayos sucedió después?

¿Después? Pues el tipejo me escupió una amenaza tras otra y me dijo con lujo de detalles lo que iba a hacer conmigo. Voy a romperte la blusita y la faldita, mami. Voy a estrujarte las tetas y a morderte los pezones hasta que te duelan, maldita zorra. Y luego voy a tumbarte en el suelo y te la voy a clavar de un solo golpe y hasta el fondo. Y te va a entrar como si nada porque de seguro ya estás que chorreas, ¿no es cierto? Admite que mueres por tenerme dentro, ¡perra! Eres tan puta que no me quitas la vista de encima, casi puedo sentir como me la maman tus pupilas, pero no desesperes que pronto la tendrás hasta cansarte, hasta rogarme ya no más. Nada más que antes regálame un par de grititos, ¿no? Para que no se vea tan fácil. Para sazonar el asuntito. Todavía me acuerdo perfecto de sus palabras, porque nada más de escucharlas retumbando en mi cabeza me mojo. La lascivia que derramaban sus frases, la tosquedad y la malicia que escurría su voz y los ríos de lubricante que brotaban de su hinchado glande me tenía pero si bien caliente, no podría negarlo. Aquel impresionante instrumento coqueteando con mis ojos hizo que me dejara de una vez por todas de apariencias y comencé a gritar fingiendo que estaban por violarme, lo cual hasta cierto punto era verdad y por lo tanto hacía que todo aquello fuera aún más excitante.

– ¡No me violes, por favor! – chillaba yo, sacando mis nulos dotes de actriz –. ¡No me la meta, señor desconocido! ¡Se lo ruego! ¡No me rompa el culo con esa vergota que se carga! ¡No me folle por detrás mientras sus dedos me masturban! ¡No, por favor! ¡Nooooo! – aullé cuando el sujeto me tuvo ya entre brazos y empezó a desgarrarme la ropa a jirones.

Blusa de color rosa ganada a una señora fofa en medio de un pleito en el tianguis: quince pesos. Sostén con relleno heredado de mi madre para disimular la falta de recursos para una cirugía de bubis que me las deje como pelotas de playa: casi treinta años de aguantar a la desgraciada. Falda recta a rayas negras y azules obsequiada por mi prima la de San Francisco: dos sonrisas falsas y uno que otro beso en… Calzonzotes de abuelita ya con algunos agujeros y el resorte flojo: tres por veinte. Los dientes del vaguillo tratando de desprenderme los pezones: un gemidito callado por sus dedos en mi boca. La mano del tatuado saciando su sed en la fuente entre mis piernas: un escalofrío de pies a cabeza. El saber que aquella polla enorme que te pica el vientre pronto te picara por otros lados: ¡parar de escribir estupideces que no aguanto más! ¡Que la quiero dentro! ¡Fóllame ya, hijo de la mugre! ¡Fóllame ya!

Mis suplicas le encendieron los ojos, y presumiéndome su fuerza me arrastró hasta el muro que cerraba el callejón estrellándome de espaldas contra los ladrillos. Su boca de labios resecos y lengua atravesada por un tubo de metal adornado en un extremo con un ridículo y pequeño dado se prendió de mi cuello llenándomelo de mordiscos que me pusieron duras las tetillas y empecé a estirármelas. Vete más abajo, ¡hijo de puta! ¡Muérdeme el coño, arráncame los vellos! ¡Méteme la verga! Pero por detrás, no se te olvide que soy perra. Me agarró de los cabellos y me dio media vuelta volviéndome a estrellar contra la dura y astillosa pared. Así que a la perrita le gusta por atrás, ¿eh? ¿Quiere que se la meta ya? ¿Quiere que le rompa el culo? Sus manos se apoderaron de mis nalgas, sus negras uñas se clavaron en mi carne trazando surcos rojos que aumentaron mi impaciencia. La necesitaba dentro de una vez por todas, ¡aquel desconocido lleno de tatuajes me calentaba como nadie! Y ya faltaba poco, prometía restregándome su excitación a lo largo de mi raja. Haciéndome sufrir. ¡Pídemela, perra! ¡Pídeme que te la meta, puta de quinta! ¡Pídemelo!, y se lo pedí. Y sin siquiera avisar que me la dejó ir. Enterita y hasta el fondo conduciéndome al orgasmo.

– ¿Qué? – inquirió extrañado al ver que mis esfínteres se volvían una carrera de espasmos por apretarle con más fuerza su dura y palpitante verga. Que mis manos golpeaban el muro como si quisieran derribarlo y de mi boca brotaban maldiciones e incoherencias anunciando que con intensidad y anticipación yo me corría –. ¿A poco ya, mi reina? No, ¡si no aguantas nada! Si esto apenas va empezando – señaló asiéndome de la cintura para comenzar a arremeter contra mi tambaleante anatomía –. Si conmigo hay para rato – prometió empezando a cogerme con tantas ganas que yo me sacudía como lavadora.

Hay veces en que preferiría haber sido hombre, porque de serlo tendría una próstata y gozaría como una loca cuando me la metieran por detrás como a mí me gusta, pero bueno. No seré hombre, pero igual gemía como una bestia del placer que me provocaba aquel vaguillo hurgando entre mis lastimadas nalgas con su miembro impresionante. Entraba, salía. Entraba, salía. Sus huevos chocaban contra mi vulva, esa dentro de la que sus dedos hacían maravillas produciéndome emociones que me acercaban otra vez al clímax. ¡Dame más duro, cabroncete! ¡Un poquito más, un poquito más! ¡Ah, que ya me corro por segunda! ¡Así! ¡Así!

El orgasmo me volvió a llegar, y el mugroso aquel ni se inmutaba. Su pene continuaba cepillándome los intestinos con una furia que mi ano ya sangraba escurriéndome las piernas. Fuera, dentro. Fuera, dentro. ¿Te gusta, zorra? ¿Te gusta como es que te follo? ¿Te gusta sentir mi verga dentro? Por supuesto que me gusta, pero ya detente. ¡Por favor, que me haces daño! Si eso era lo que querías, así que ahora ni te quejas. ¡No me la metas por detrás, por favor! ¡No me rompa el culo con esa vergota que se carga! ¡Ahora te aguantas! ¡Y muévete que quiero que me sepa rico este polvito! Y ahí está la idiota de la Juana meneando las caderas como licuadora haciendo un jugo. Exprimiendo los pepinos y las zanahorias para sacarles un relleno que nada tiene que ver con ellos, uno blanco y espesito que poco a poco iba subiendo por aquel venoso y grueso tronco que no paraba de follarme. El mugrosito bramaba, su falo me embestía hasta adentro y yo agitando las nalguitas para complacerlo. El mugrosito gemía, su verga se hinchaba más y más a punto de estallar, y yo que ya le había vuelto a tomar el gusto y no quería se detuviera. Ya casi me vengo, no quiero que lo hagas. Te voy a llenar el culo de leche, no pares de cogerme. Ahí te va el primer trallazo, aguanta un poco más que me masturbo para yo también corredme. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. ¡Seeeeeemen! ¡Uh!

Por más que le rogué no eyaculara, el desconsiderado me inundó de esperma los adentros dejando a esta muñeca insatisfecha. Y no hay peor cosa que una mujer abandonada a medio palo. En cuanto se salió de mí, le caí a cachetadas y porrazos exigiendo me cumpliera, demandando terminara de romperme el culo, pero el muy hijo de perra sólo se burlaba de mi frustración. ¿Quiere más la nena? ¿Se quedó con ganas? ¡Ay, malditos hombres! ¡Cómo los odio! ¡Cómo me gustaría que en lugar de volverse maricones aprendieran a darnos gusto! ¡Cómo quisiera que en lugar de plantarse frente al televisor a ver el fútbol nos pusieran un poquito de atención al menos por un rato! ¡Y luego se quejan de que les digamos jotos, cuando al menor descuido se manosean las nalgas dizque festejando el gol! ¿Qué dijiste, mal nacida? ¡Bola de putos come mierda! Eso sí no lo permito, ahora verás. ¡No! ¡No, no, no! Guárdate eso, por favor. Guárdate eso y mejor saca lo otro, ¿para qué una navaja? ¿Cuándo pasó eso que yo ya ni me acuerdo? ¡No, por favor! ¡Ah! ¡Ahhhhhhhhhhhhhhh! El frío del metal haciendo añicos la defensa de mis manos, despejándome la cara y perforando la garganta para que de mi boca nunca vuelva a brotar una sola crítica para el fútbol, que eso sí es sagrado para el mugrosillo. ¡Una puñalada! ¡Dos puñaladas! ¡Tres, cuatro, el marcador se inclina a su favor y la vida se me agota entre abucheos y mentadas para mí que era tan buena! ¡Que soy tan buena!, yo no pude fallecer. No si ni siquiera lo recuerdo y ahora mismo escribo para ustedes la historia de cómo un total desconocido me folló hasta hartarse. ¡¿Qué diablos les pasa?! ¿Por qué no leen? ¿Por qué nadie me escucha? ¿Por qué nadie me busca ni hace nada? Sí, sé que soy una persona insoportable, pero aún así no merecía morir. ¡¿Por qué, Dios?! ¿Por qué si yo hasta te había agradecido haberme mandado al tatuadillo?, ¡qué tonta que fui! ¡Qué imbécil que soy! ¡Qué estúpida que nunca más seré! ¡Que alguien haga algo! Que alguien regrese el tiempo o al menos vengue mi caso, ¿que no lo valgo? ¡¿Que a nadie le importa?! Bueno, ¿por qué habría de importarles? Si alguno de ustedes fuera el agravado, debo admitir que me seguiría de largo.

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