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Abuelo no te cases

en Sexo con maduros

El que pronostica el clima en el canal local había, por primera vez en su vida, acertado. Una fuerte tormenta de nieve, la más intensa en los últimos veinte años según sus palabras, hacía imposible el salir de casa. Yo tenía una cita con mi novio. Me enfureció saber que no lo vería, más porque tenía unas tremendas ganas de sexo, que por lo mucho o poco que lo quería. No podía hacer nada para remediarlo. Traté de calmarme. Respiré profundamente. Me vino a la mente, la idea de que un programa cómico me bajaría lo caliente. Caminé hacia la sala a ver televisión.

Sentado en uno de los sofás, estaba mi abuelo. El que, tras la muerte de mis padres, se había hecho cargo de mi crianza. El que de niña, cuando no podía dormir en días de lluvia, me leía un cuento. El que, cuando mi abuela pasó a mejor vida, volcó todo su cariño y atención sobre mí. El mismo con quien, desde que la adolescencia y los cambios hormonales llegaron, protagonizaba candentes sueños todas las noches. Ese que, de sólo rascarse los huevos como cualquier macho, me hacía mojar mis pantaletas.

Es cierto, era casi cincuenta años mayor que yo. Era su nieta, también eso lo sabía. De que tan solo imaginar tener sexo con él era una depravación, según las leyes de la decencia, no tenía duda. Pero, ¿cómo no fijarse en alguien como él? ¿Cómo hacerle para no desear estar entre sus brazos, pegadita a su pecho y ensartada en su verga? ¿Cómo? Con ese físico tan atractivo. Con ese aspecto tan varonil. Con ese ingrediente extra y delicioso que agrega la palabra prohibido. Con ese bulto entre sus piernas era definitivamente, imposible. Y esa ocasión, para mi desgracia, lucía aún más irresistible.

Como resignado a que no podría salir ni a la tienda, llevaba ya, puesta su pijama. La camisa estaba abierta. Su pecho y barriga quedaban al descubierto, cubiertos como siempre, de una espesa selva gris. No tenía puestos los anteojos, así que sus profundos y bellos ojos negros me parecieron más hermosos. Su cabellera prácticamente blanca, y abundante a pesar de su edad, alborotada y tapando un poco su frente. Bigote y barba de tres días. Piernas sobre la mesa, abiertas. En medio de ellas y perfectamente apreciable, oculto únicamente bajo la delgada tela del pantalón, su miembro, aún dormido. Era en verdad lindo.

De tan guapo que lo encontré, hasta se me olvidó la molestia que me provocaba su próxima boda. Sí, mi abuelo, recalcando el mi, se había, según él, enamorado de una mujer casi tan joven como yo. Se casarían en la playa, dos semanas a partir de esa tarde. Ese era un hecho que me mantenía enfurecida la mayor parte del día, al grado, incluso, de convertirme en una fría roca; sin embargo, la lujuria que aquella vez me invadía era tan grande, que nada podía apagarla. Era inevitable perder la cabeza. Mi destino estaba marcado. La tormenta de nieve no era más que una señal, para hacer lo que ya hacía tiempo quería: entregarme a su experiencia.

Estaba tan entretenido con la televisión, que no se dio cuenta de mi presencia hasta que, me senté a su lado. Me miró y me sonrió. Me recargué en su hombro. Me acarició la nuca. Metí mi mano bajo su camisa abierta. Entrelacé mis dedos con sus vellos, jalándolos un poco, como lo hacía desde niña, claro que con intenciones mucho más "sucias" que entonces. Me dio un golpecito en la pierna, sin ninguna otra intención que expresar cuanto me quería, pero que a mí terminó por excitarme. Ya no había vuelta atrás. Necesitaba saciar mi hambre.

-¿Qué ves abuelito? - Pregunté con mi voz de niña mimada.

-Nada en particular. Estoy de canal en canal, pero no encuentro algo interesante. - Me respondió con un claro aburrimiento encima.

-Sí no estás viendo algo en especial, ¿entonces podemos hablar? - Me pegué aún más a él.

-Claro, mi vida. ¿De qué quieres hablar? - Apagó el televisor y me miró a los ojos.

-De tu prometida. Quiero hablar de esa.... - hice un gran esfuerzo para no empezar con la lista de insultos - señora.

-Pero Claudia, ya hemos hablado de ella miles de veces. Ya te dije que no voy a cambiar de opinión - se levantó del sillón y se paró frente a mí -, sí es eso lo que me quieres pedir. Tienes que entender que un hombre necesita tener una mujer a su lado.

-Pues tú ya tienes una. Me tienes a mí. O ¿qué? - mis ojos amenazaron con volverse un mar de lágrimas -, ¿no te basta con eso? ¿No te doy el suficiente amor? O, ¿es qué a caso ya no me quieres?

-No seas injusta. Sabes perfectamente que te quiero. Ya te expliqué, que mi matrimonio no tiene nada que ver con eso. Si me caso es porque necesito otra clase de amor, una que tú no puedes darme. Entiéndelo, por favor. - Me pedía como solía hacerlo casi a diario.

-Te refieres al amor carnal, ¿verdad? Al sexo. Tú lo que quieres es alguien con quien coger. No lo niegues. - Ataqué de manera sorpresiva, para desconcertarlo y dar el siguiente paso.

-Pero....Claudia, ¿cómo...cómo... - tartamudeaba de lo apenado que estaba por mis comentarios - cómo me hablas de esa manera? Soy...tu abuelo.

-Sólo digo la verdad, y si eso es lo que quieres, lo que te hace falta, vas a ver como también te lo puedo dar yo. - Terminé de sorprenderlo.

Antes de que pudiera reaccionar a mis palabras, me incliné un poco y le bajé los pantalones y el bóxer. Por primera vez, pude ver con lo que tantas veces había fantaseado. Su pene era tan grande y grueso como lo había imaginado. Y lo mejor es que ni siquiera había despertado. Dormía acostado sobre un par de testículos gordos y peludos. Trató de subirse la ropa, pero fue muy lento y no se lo permití. Me abalance sobre él. Me metí su falo a la boca.

Su sabor era exquisito, un poco salado, y su olor bastante fuerte, mezcla entre sudor y orina. Lo chupaba como una loca, tratando de despertarlo. Mi abuelo me empujó suavemente. Me pidió que me detuviera, pero era obvio que deseaba lo contrario. Podía saberlo, porque no pudo evitar gemir, y sobre todo, porque su verga comenzaba a reaccionar a mis lengüetazos. Continuó suplicándome, con una voz cada vez más apagada, que parara. Entre más grande se ponía su trozo de carne, más débiles eran sus peticiones. Llegó el momento en que estas cesaron. Ya sin más sonidos que no fueran de puro placer, ambos pudimos disfrutar del momento.

Aún cuando su grado de dureza no era el de un jovencito, su herramienta era impresionante, mucho más larga y gruesa que la de mi novio. No me cabía en la boca, pero me las arreglaba con las manos. Subía y bajaba por todo su tronco, con más ganas conforme pasaba el tiempo. Luego me detenía en su capullo, que por su manera de jadear, adiviné era muy sensible. Lo rodeaba con mi lengua o le daba ligeros mordiscos. Las primeras gotas de lubricante brotaron, aderezando el platillo que con tanto gusto me estaba comiendo.

Aceleré el ritmo de mi mamada. Estaba muy caliente por las cosas que, cuando se soltó por completo, me decía mi abuelo:"Claudia, que bien lo haces", "así, cómetela toda, que es tuya", "que putita me saliste", entre otras frases. Su polla se ponía cada vez más dura. Como pude, me quité la falda y las bragas. Estaba a punto de venirse, así me lo aviso. La saqué de mi boca para hacerle una paja, al mismo tiempo que introducía dos dedos en mi coñito. Sus gemidos se hacían más fuertes. Cuando su boca escupió un prolongado sí, su pija escupió en mi cara el primer chorro de semen.

Le siguieron varios más, se corría como un jovenzuelo. Con cada disparo que recibía, me masturbaba con más violencia. Antes de que expulsara el último, exploté en un orgasmo que me recorrió de pies a cabeza, abrí la boca para gritar y me lo tragué. Usé su miembro como cuchara. Limpié mi cara con él y después me comí toda su leche, dejándolo reluciente. Me tiré en el sofá, un tanto cansada. Él se sentó a mi lado. Acariciaba mis piernas. Me miraba de una forma diferente, lleno de malicia.

-No te imaginas cuanto soñé con este momento. - Me dijo, posando su mano sobre mi sexo.

-Pues ya ves, sólo era cuestión de pedirlo. Yo también lo...ah... - metió un dedo en mi cuevita - quería.

No dijimos más. Agachó su cabeza y me besó, ya no en la mejilla como a su nieta, sino en los labios, como la mujer que ahora era, su mujer. Su boca se abría de par en par, como si quisiera devorarme. Su lengua hurgaba en mi garganta y sus dedos, porque ya eran dos, seguían dentro de mi concha. Me estaba excitando de nuevo y él también. Su pene, recargado en mi estómago, crecía y se ponía firme como hacía unos instantes.

-Hazme tuya - le susurré al oído -. Quiero que me partas en dos - apreté su ya erecto instrumento - con éste monstruo. Destrózame.

-No seas ansiosa - se negó -, primero me voy a comer tu mojado coñito.

-No, por favor. Ya habrá oportunidad para que te lo comas después. Lo que yo necesito es una verga caliente atravesando mis entrañas. Lo que quiero es que me folles hasta que te pida que no. Por favor - le supliqué -, dámela ya.

-Está bien, golosa - sacó sus dedos de mi entrepierna -, no te desesperes.

Se hincó entre mis muslos y los separó lo más que pudo. Puso la punta de su mástil sobre mis labios vaginales. Todavía se dio un tiempo para frotarme con ella, aumentando mis ansias. El roce de su suave glande en mi vulva...me enloquecía. Mis puños se cerraban, rasgando la tapicería del mueble. Movía la cadera, tratando de penetrarme yo misma. Era inútil, se necesitaba más fuerza, la que yo no podía reunir, no en el estado de éxtasis en el que me encontraba.

"Métemela ya cabrón", le gritaba, "ya quiero tenerla dentro, por favor no me martirices más". Mis ojos se llenaban de lágrimas y él que no hacía caso. Su sonrisa era malévola. Sabía que me tenía en sus manos, a su nieta la pura y casta, y eso le satisfacía más, incluso, que el mismo hecho de penetrarme. Dejó que le rogara por un buen rato. Mi espalda se arqueaba como si fuera a romperse. No podía soportar un segundo más la sensación de su falo acariciando mi rajita, haciéndome saber vacía. Comencé a llorar de impotencia, con lo que al parecer, me gané su compasión. Apoyándose contra mis piernas, y gracias a lo mojada que estaba, me ensartó hasta el fondo de un sólo intento.

A pesar de lo excitada que estaba, no dejó de dolerme. Su polla era de gran tamaño y sentí que en verdad me partía en dos, como se lo había pedido. Sus pelitos haciéndole cosquillas a mis duros pezones, su barriga aplastando mi vientre y sus dulces besos en mi oreja, ayudaron a que el ardor pasara y empezara a disfrutar de sus feroces estocadas. Mi boca repasaba las vocales, pronunciando una letra con más sensualidad que la otra. Acompañando a mis gemidos, estaba el sonido de su pija entrando y saliendo de mi vagina. Terminé en menos de un minuto.

A partir de ese segundo orgasmo, pareció como si viviera en un eterno clímax. Mi abuelo tenía el aguante de un chamaco, que digo el de uno, el de tres juntos. Me cogió en todas las posiciones que se le antojaron. Cuando se cansó de estar acostado sobre mí, me pidió que me sentara sobre él. Mientras yo lo cabalgaba, el sobaba mis enrojecidos senos. Después me atrapó contra la pared, levantó mis piernas sobre su cintura y me penetró con más rudeza. Sentía la punta de su espada desgarrando mi, luego de casi una hora de mete y saca, maltratada gruta. Ya no tenía fuerzas ni para balbucear, me abandone al placer que me daba su miembro.

Una vez harto de darme por delante, me puso en cuatro sobre la mesa y me atacó por detrás. Mientras me bombeaba sin compasión alguna, estiraba mi clítoris como si quisiera arrancarlo. Llegó otro orgasmo y yo sentía que no resistiría uno más. En eso su verga ganó grosor, abriendo mi esfínter al máximo y llenándolo con su corrida. Tras la última gota de su semen, se desplomó sobre mí. Así, con sus cien kilogramos dificultándome el aire, y su verga aún alojada en mi interior, le hice una pregunta.

-¿Te gusto abuelito?

-Claro que me gustó mi niña. Lo disfruté como un loco. Y a ti, ¿te gustó?

-Por supuesto. Nunca imaginé que tuvieras tanto aguante. Te tomaste en serio eso de destrozarme, ¿verdad?

-¿Te estás quejando?

-No, para nada. Éste ha sido el mejor polvo de mi vida. Nada le pides a un jovencito.

-Gracias mi vida. Tú también estuviste muy bien. Que coñito tan más delicioso.

-Bueno, ya que te agradó tanto coger conmigo, y ahora que el que sea tu nieta ya no impide que te de todo lo que necesitas, ya no tienes porque casarte.

-Espérate, espérate. Es cierto, me encantó follarte, pero eso no significa que haya cambiado de opinión acerca de mi boda.

-Pero, ¿cómo que no? ¿Para qué la quieres a ella si me tienes a mí? ¿Para qué, si el sexo conmigo fue tan bueno?

-Creo que estás equivocada, yo no me caso con ella por el sexo. Lo hago porque la amo, y eso nada lo puede cambiar.

-Entonces no sirvió de nada que me revelara ante ti como la puta que soy.

-¿Cómo de que no sirvió de nada? Claro que sirvió, y de mucho.

-¿A si? Y, ¿cómo para qué? o ¿por qué?

-Pues para darnos cuenta de lo bien que nos llevamos en la intimidad. Es cierto que me voy a casar, pero eso no significa que no podamos repetir lo que acabamos de hacer. Podrías ser mi amante.

Estaba claro, que nada del mundo lo convencería de no casarse, con esa mujer tan horrible de la que se había enamorado. No valía la pena seguir sufriendo por eso. No tenía caso gastar mis energías en vano. Acepté la propuesta. Lo besé y tomé su miembro. Al sentir el contacto de mi lengua sobre la suya, su preciosa polla reaccionó de inmediato. A los pocos segundos, volvió a estar en todo su esplendor. Me acosté boca arriba. Abrí las piernas y me penetró. Ya no hubo dolor, cada centímetro que avanzaba su pija dentro de mí, fue de goce total. Faltaban dos semanas para la boda. Afuera, la tormenta de nieve seguía. Nosotros, recuperamos todo el tiempo perdido. Ya no éramos más, nieta y abuelo, éramos simplemente, un hombre y una mujer. Éramos amantes.

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