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Hechizo de un ángel 2

en Lésbicos

 

Capítulo 2-Sueños ocultos

 

Ashley se encontraba sobre las sábanas de seda, recordando aquellas veces que se vio forzada a salir con algunos chicos y una parte de ella, se sintió avergonzada. No había disfrutado de los placeres de la vida por intentar aparentar que era una mujer normal. Cuando ella siempre supo que era diferente. Aquellos recuerdos, la abrumaron y decidió salir para despejar su mente. Cogió el manojo de llaves que reposaba en la mesa de noche, ese que se distinguía por sus colores llamativos, se colocó sus zapatillas y se dispuso a partir.

No comprendía porque la sociedad poseía sus reglas convencionales, pretendiendo resguardar el secreto de algún placer lascivo que no podría perderse. Aprovechó que el semáforo estaba en rojo y guío sus pies por el paso peatonal en dirección al parque. Al llegar, logró oír los ladridos constantes de los perros que se mostraban muy amenazante, al ver pasar una bicicleta frente a ellos. Pero no le prestó atención.

Dirigió su mirada al cielo, donde observó un grupo de golondrinas. Sonrió, recordando lo fácil que sería la vida si no tuviese que cumplir con sus obligaciones y en la lejanía, percibió aquel banco de madera que estaba ocupado por una pareja mayor. Se cuestionó si era posible encontrar a alguien para compartir los buenos y malos momentos de su vida. Y sin saber cómo, la imagen de Lydia atravesó su mente como un relámpago, generando cierto cosquilleo en su interior y una sonrisa se formó en su rostro. Continúo su camino hasta llegar a la playa, donde una suave brisa acarició su rostro juvenil, inhaló profundamente como queriendo renovar su espíritu y su mirada se situó en el horizonte, perdida en la inmensidad del mar que se rendía ante ella.

Camino a paso ligero por la orilla, disfrutando de la suave sensación del agua chocar con sus dedos y por un momento, se olvidó de sus deberes e inquietudes. Se detuvo en una roca gigante color grisácea con tonalidades verdes, echó un vistazo a su alrededor para cerciorarse de que no hubiese algún animalito que pudiera producirle algún daño físico. Al ver que todo era seguro, trepo la roca con firmeza para sentarse en ella.

Percibió como el sol se ocultaba tras el mar, desprendiendo aquellos colores rojizos con destellos naranjas. Interiorizó la imagen, creyendo que era una viva personificación de una pintura plasmada por Vincent Van Gogh, quien capturó la esencia de los atardeceres. Por un momento, imagino que la chica que conoció por internet, estaba a su lado. Creía firmemente que la sociedad estipulaba que el amor solo debía existir entre un hombre y una mujer, tal como su familia se lo había inculcado todo este tiempo. Pero la sociedad jamás había pronunciado algo acerca del amor entre mujeres—¿Acaso era algo prohibido? o ¿Se trataba de algo que no podían aceptar con facilidad? —se preguntó, al mismo tiempo que sintió el frío apoderarse de su cuerpo.

Recorrió el mismo camino que había trazado hace una hora, compró algunos víveres para la semana y detuvo su andar en un local—El Canon, los mejores libros—murmuró el nombre por lo bajo. Al cruzar el umbral, percibió que toda la propiedad exhalaba una atmósfera de melancolía antigua. Desde la penumbra, distinguía estantes repletos de libros, situado de derecha a izquierda y viceversa, desbordando cierto misteri—¿Hay alguien? —indagó con cierta timidez. Pero nadie respondió, su lado curioso la llevó a recorrer los pasillos, en busca de aquello que pudiese saciar su intriga.

Su mirada se situó sobre una cubierta color verde aceituna “El Manual del imperfecto viajero” tenía por título aquél libro. Ojeó su interior con cierto nerviosismo, como buscando algo que la motivara a comprarlo. Hasta que un párrafo la cautivó: Por esos mundos hay obras mías, donde intento descubrir paisajes físicos y humanos de distintos países. He pensado que quizás sería curioso contar como llegue a ellos, por si mi experiencia puede servir a futuros descubridores de nuevos mundos.

—Veo que encontró lo que buscaba —escuchó una voz masculina a su espalda y eso la atemorizó por un instante.

Mantuvo su postura por un segundo, como si con ello, su cerebro fuese capaz de rebuscar las palabras correctas para dialogar—Disculpe la intromisión, al entrar no vi a nadie —se excusó Ashley, al mismo tiempo que se giró para distinguir aquel hombre.

—Me encontraba en el depósito arreglando unos libros, por eso no te escuche entrar —manifestó gentilmente el señor.

—¿Cuál es su valor? —preguntó Ashley, señalando el libro.

—Diez mil colones—respondió. Mientras el señor tomaba entre sus manos el libro, Ashley decidió detallarlo con detenimiento, pero éste guío sus pasos a la caja para facturar la compra—Ojala disfrute la lectura señorita —exclamó el hombre, mostrándole una pequeña bolsa.

Ashley le sonrió de manera amable, cogió la bolsa con firmeza y se giró para retomar su camino. Al llegar a su domicilio, se encontró con la silueta de una mujer y por un instante, pensó que era Lydia. Pero resultó ser una de sus vecinas. Al terminar de organizar los insumos que había comprado, cogió el pequeño libro y lo llevó a su habitación. Se deshizo de su atuendo, dejando caer la ropa sobre el suelo tapizado. Cogió una almohada entre sus brazos y comenzó a leer.

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La semana había pasado demasiado lenta para el gusto de Ashley y esa mañana, se encontraba en el área de del hospital San Rafael, juntó con un grupo de siete compañeras. A pesar de que en el lugar había constante movimiento, solo era audible el sonido que producían los monitores, esos que manifestaban los signos vitales. En cuestión de segundos, las alumnas vieron pasar a su docente por el pasillo, quién les hizo una señal para que la siguieran.

—¿Quién me puede mencionarme la clínica que presenta un paciente en estado de shock? —preguntó la docente.

No pasaron ni dos segundos, cuando una chica de cabello castaño, con el color bronce en su piel y ojos oscuros. Pronunció—Los primeros signos que podemos apreciar, se producen como mecanismo compensatorio para mantener el volumen circulante, tales como: Taquicardia, taquipnea, hipotensión, trastornos del nivel de conciencia, alteraciones cutáneas y pulso periférico filiforme.

—Muy bien—dijo la profesora—¿Cuántas clases de shock hipovolémico por hemorragia existe? y ¿Cuál es la más delicada?—le preguntó a Ashley, pero ella tenía la mente ocupada, preguntándose que estaría haciendo Lydia—Señorita Herrera —exclamó la mujer, en tono elevado.

Ashley se limitó a contestar de manera automática—Existen cuatro clases de shock, que van de la menor a la más crítica. La clase cuatro, implica pérdida sanguínea del 40% acompañada de la disminución significativa de la presión sistólica y de la presión del pulso —contestó, sin tomar aliento.

—¡Correcto!—expresó—Para la próxima no la quiero distraída Herrera —manifestó con cierta ironía.

Ashley no le prestó atención, su mente se encontraba en un debate mental—¿Por qué Lydia me atrae tanto?, ¿Podría enamorarme de una mujer?—se preguntó. Pero una voz femenina la interrumpió.

—Recuerden bachilleres, las próximas dos semanas estarán libres, se les agradece no comentarlo con nadie —puntualizó la docente antes de retirarse.

Ashley salió de la unidad crítica a paso veloz, bajo las escaleras a zancadas y fue al comedor del instituto. Al ser prioridad por sus tres años ya cumplidos, pidió su ticket dorado. Después del almuerzo, se dirigió a su departamento para arreglarse e ir a su entrevista. Mientras el jacuzzi se llenaba, esparció tres gotas de lavanda, tal como solía hacerlo cuando estaba ansiosa. Empezó a retirarse la ropa lentamente, como si estuviese acariciando su cuerpo. Se deslizó bajo el agua y dejó correr su imaginación—¿Podre enamorarme de una mujer?—se cuestionó nuevamente. Las suaves olas que se producían por el movimiento del agua, la trasportaron a su subconsciente. Donde llegó a sentir las suaves caricias de Lydia por todo su cuerpo.

Ante la ilusión de aquel deseo oculto, pero ardiente. Se incorporó en el jacuzzi, tomó la toalla blanca que reposaba a su lado derecho y cubrió su cuerpo. Mientras movía de un lado a otro las prendas, se encontró sonriendo ante sus pensamientos—¿En qué rayos estaba pensando?—se regañó—Desear el contacto de mujer sobre mi piel y no cualquiera, sino de Lydia —murmuró.

Había un ambiente de paz en la habitación y tomando eso como partida, decidió vestirse antes que se le hiciera más tardé. Se colocó un pantalón negro, zapatillas del mismo color, una blusa blanca y un maquillaje sencillo. No quiso enterarse de la hora que apuntaba su reloj de pulsera, pero dedujo que ya era tiempo de salir. Mientras iba en el taxi, revisó el texto que le envió Megan minutos después de su llamada aquel día, donde contenía la dirección—Calle Girardot número 34-40 edificio Alianza—expresó Ashley, al pasar por un lado. Le dio las gracias al taxista y admiro el lugar. La fachada del consultorio, era muy hogareña y no parecía un centro de salud. En la parte superior del mismo, enmarcaba su nombre con letras verdes <Centro médico San Juan de Dios> La puerta estaba entre abierta como dando a entender que no debían llamar para entrar, así que Ashley la empujó suavemente.

Su interior era totalmente distinto a lo que reflejaba su fachada hogareña. El color variaba de un café suave a un matiz blanco hueso. Para su fortuna, había una persona en el mostrador que vestía un traje de chaqueta azulado y sus facciones eran de una mujer de no más de treinta años. Ashley se acercó con cierta timidez a la mujer y se presentó de manera jovial—¡Buenas tardes!—dijo—¿Dónde puedo encontrar a la señora Megan? —indagó con mirada penetrante.

—¿Quién la busca? —investigó aquella mujer.

—Ashley Herrera —contestó.

—¡Oh! Es usted —pronunció la secretaria y le indicó el camino que debía recorrer.

Ashley asintió ante la información, comenzó a caminar a paso ligero por los pasillos. Se encontró con una sala de espera repleta de usuarios sentados en bancos de metal y una habitación que albergaba numerosos artefactos como: ultrasonido, laserterapia, mecanoterapia, termoterapia, entre otros. Al llegar al consultorio número dos, toco la puerta con sus nudillos.

 —Adelante —dijo una dulce voz.

—¡Buenas tardes! —dijo Ashley.

La mujer del escritorio, cruzó su mirada con la recién visitante—¿Vienes a la entrevista? —indagó.

—Sí —contestó Ashley, quien se encontraba cohibida ante la mirada profunda de aquella mujer y no pudo evitar admirar sus rasgos. Era más o menos alta o eso daba la impresión de sus piernas largas muy bien tonificadas para su edad, su silueta era delgada, sus ojos irradiaban seguridad. Tenía un cabello negro a la altura de sus hombros y su manera de sonreír era atractiva.

—Veo que es muy puntual —expresó tajante la mujer.

—Más de lo que imagina —objetó Ashley.

—Me gusta que mis empleados sean puntuales—expuso la mujer, retomando su postura inicial. No me digas señora, me haces parecer vieja. Dime Megan, por favor —agregó.

—De acuerdo —puntualizó Ashley, sin dejar de observarla.

—Antes que nada, gracias por asistir a la entrevista. Cabe mencionar que ya leí tu hoja de vida y quedé fascinada. También pude notar que aún estudias, ¿Cierto? —quiso cerciorarse.

—Sí —contestó Ashley.

—Entiendo—expuso Megan—Quisiera hacerte otra pregunta si no te molesta —agregó, mirándola directamente a los ojos.

—Usted dirá —dijo Ashley.

—¿Por qué te interesa este empleo? Perfectamente podrías trabajar en un hospital —indagó Megan.

Ashley se paralizó. No porque temía responder, sino que la mujer tenía la razón, ella podría estar trabajando en un hospital si así lo deseaba. Inhaló una bocanada de aire, para intentar aclarar sus ideas—No me veo en un hospital las veinticuatro horas del día —confesó.

Megan a sus cuarenta años y por su vasta experiencia era capaz de ver más allá de la apariencia física. En Ashley, no era la excepción. En su mirada no solo podía notar la confusión ante la pregunta, sino que también lograba percibir un destello de ilusión que le recordaba a su hija. Esa misma joven, que se fue de casa a los quince años y nunca volvió—Mañana comienzas a trabajar en horas de la tarde y yo seré tu supervisora —expuso.

—Muchas gracias—expresó con entusiasmó—Daré lo mejor de mí —añadió.

Megan se despidió de ella y quedaron de verse al día siguiente para que empezara a trabajar. Ashley quiso llamar a su amiga para contarle la buena noticia, pero en su lugar, se fue directo a su hogar.

Al llegar, encendió su portátil para revisar su correo, ya que esperaba la asignación de su profesor de comunitaria. Mientras que la página cargaba, se colocó un atuendo cómodo. Después de unos minutos, divisó un sobre amarillo en su bandeja de entrada, le dio clic y examino su contenido. Le sorprendió que aquella mujer que había conocido unos días atrás, se tomara la molestia de escribirle.

E-mail

Fue extraordinario conversar contigo mientras cocinaba. Eres una persona muy cariñosay las palabras que me expresaste, son sinceras y salen del corazón de una verdadera amiga. 

Solo hemos intercambiado algunas palabras en todo este tiempo y siento que te conozco desde siempre, encontrarte ha sido una oportunidad única. ¿Sabes? Estoy triste porque no sé de ti. Sé que has de estar ocupada con tus estudios y lo comprendo. No lo malinterpretes, pero te extraño. Espero te encuentres bien. Me gustaría que conversáramos de nuevo. Cuídate besos. Lydia.

Ashley se sentía feliz. Jamás le habían escrito algo tan lindo, tal como Lydia lo hizo en ese correo. Se mordió el labio inferior, mientras debatía que responder.

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Lydia había salido temprano de su trabajo con la excusa que tenía una cena familiar, pero lo que desconocía su jefe, era que ella deseaba descansar. Las últimas semanas le habían exprimido toda su energía en el restaurante por la numerosa clientela que albergaba el lugar, ni su fiel amigo logró escabullirse con la facilidad que lo hizo ella ese día en particular.

Antes de ir a su hogar, decidió pasear por un centro comercial de la pequeña metrópolis, anhelaba despejar su mente de su vida cotidiana. Al recorrer los pasillos de aquel prestigioso lugar, su mirada se fijó en un colgante de plata que contenía un dije de una nota musical. Por un instante, recordó aquella conversación que tuvo con Ashley cuando la conoció, ella le había confesado que le gustaba escuchar música. Sin pensarlo, le indicó a la joven del mostrador que le envolviera ese colgante en una pequeña caja perlada. A medida que la mujer efectuaba el proceso de compra, se detuvo a detallarla. Era una joven de estatura mediana, delgada, piel trigueña, cabello liso de color castaño, ojos claros y rostro gentil. Sin poder evitarlo, imaginó que esa chica podría ser su amor prohibido.

—Son treinta mil pesos —expresó la joven, perturbando los pensamientos de Lydia.

Lydia hurgo en el interior de su bolso de cuero Hynes Águila para sacar el dinero, se lo extendió a la chica con sutileza y con la otra mano tomó su regalo. Dirigió sus pies al exterior del local, en dirección a la parada. En el camino, no dejaba de pensar en Ashley—¿Qué estará haciendo en estos momentos?—se preguntó. Ansiaba tanto conversar de nuevo con ella que imaginaba verla en los lugares que frecuentaba. Al llegar a su hogar, se despojó de su atuendo, se dio una ducha relajante y revisó su correo.

E-mail

Querida Lydia, no sabes lo alegre que estoy al ver tu correo, sé que estoy perdida estas últimas semanas y me disculpo. Te cuento, conseguí un empleo en un consultorio de fisiatría, se podría decir que ahora haré las dos cosas al mismo tiempo (trabajar y estudiar). Aquel día, me agradó conversar contigo mientras te veía cocinar, porque negarlo, no sabes cuánto deseo repetirlo. No malinterpreto tus palabras, sé que parecerá algo descabellado, pero también te extraño. Cuídate besos.

Lydia sonrió, cualquier tristeza que haya tenido por no haber conversado con Ashley, se le quitó al instante. El deseo en que pudiera ocurrir algo más íntimo que una simple amistad entre ellas, se hacía más real. A pesar de sus comodidades, en el fondo se sentía sola, no tenía una pareja estable con quien compartir todo lo que había logrado en su vida—Puede que Ashley sea heterosexual, pero no cambiaría por nada su compañía —se dijo a sí misma.

Salió a la terraza para admirar las estrellas de esa noche iluminada, con cautela se apoyó en las barandillas de metal imaginando una vida al lado de Ashley, realmente le gustaba esa mujer. No tenía idea de cómo enamorarla, ni cómo convencerla que amar a una mujer, no era tan malo como la sociedad pensaba—¿Cómo es posible que esa chica me robado el corazón en tan poco tiempo? —se cuestionó. Guío sus pies a la cama y observó su ordenador. Ashley recién se había conectado y una sonrisa se formó en su rostro.

Lydia —¡Hola guapa! Extrañaba charlar contigo.

Ashley —¡Hola!

Ashley odiaba admitirlo, pero aquella mujer se estaba instalando en su corazón sin poder evitarlo. Había deseado tanto charlar con Lydia, que al parecer la había llamado con el pensamiento.

Lydia —¿Podemos conversar por cámara?

Ashley —Será un placer.

El corazón de Lydia se aceleró y su pulso aumento, tal como si hubiese corrido un maratón. Se encontraba ansiosa por ver de nuevo a Ashley.

—¡Hola! —expuso tímidamente Ashley, mientras colocaba su ordenador en la baldosa.

—¡Hola guapa!—exteriorizó Lydia alegremente—Veo que prepararas algo de comer, ¿No es muy tarde para cenar? —indagó.

—Sí, pero apenas estoy llegando a casa —manifestó Ashley, mientras terminaba de preparar la cena.

—¿Qué cocinas? —preguntó Lydia, al mismo tiempo que sus ojos se perdían sobre la piel tersa de Ashley y observó un pequeño tatuaje en forma de estrella que se ubicaba en la parte inferior de la cadera.

—Unos quiches de champiñones con queso parmesano, los preparé yo misma —contestó Ashley, al mismo tiempo que los servía en un plato.

—Se ven deliciosos—sonrió Lydia—Me alegra que tengas empleo, así cubrirás tus gastos —añadió.

—¿Qué tal estuvo tu día? —investigó Ashley a medida que ingería un bocado.

—Muy bien, te compre un pequeño obsequio —expresó Lydia, apartándose de la cámara para buscar la pequeña caja.

Ashley estuvo a punto de ahogarse con su cena, al ver las piernas desnudas de Lydia y ese trasero redondo que se marcaba perfectamente en ese diminuto short.

—Aquí está —exclamó Lydia, ubicándose de nuevo en la pantalla.

—¿Me dirás que hay en su interior? —indagó Ashley, colocando el plato en el fregadero.

—No te han enseñado que nunca se debe decir el regalo que le darás a alguien —objetó Lydia mostrando la caja blanca perlada.

—No —bromeó Ashley, conforme tomaba el computador entre sus manos para llevarlo a su dormitorio.

—Nunca es tarde para aprender cosas nuevas —apremio Lydia con un bostezo.

—Ya es tarde para ti, porque no vas a dormir —sugirió Ashley acomodándose en su cama.

—Por esta vez, temo que aceptaré tu propuesta—exteriorizó Lydia—Me gustó conversar contigo —añadió.

—No apagues tu ordenador, por favor—suplicó Ashley—Quiero velar tus sueños —imploró espontáneamente.

Lydia obedeció gentilmente, acomodó su portátil sobre la mesa de noche y la ubicó de tal manera que su amor platónico la viera dormir—Feliz noche guapa —expuso, antes de cerrar sus ojos.

—Dulce sueños—dijo Ashley. Sin poder evitarlo, comenzó a delinear el cuerpo de Lydia sobre la pantalla de su ordenador, imaginaba la suave piel que ésta podría tener, su olor, la sensación que ese roce sutil le pudiera generar a Lydia. No pudo mitigar el hormigueo que comenzaba a sentir en su intimidad—Creo que estoy comenzando a enamorarme de ti —murmuró.

Esa noche, detalló las facciones de Lydia, imaginando cómo sería probar sus labios, entrelazar sus dedos juntos a los de ella o cómo sería hacer el amor con una mujer. Estuvo así por largo rato, deseando hacer infinidades de cosas con la chilena, hasta que el sueño la venció. 

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