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Mi segundo amor 8

en Lésbicos

Capítulo 8 -ley de newton

 

Alondra

 

—Mamá, deja de observar a la multitud  —expuso mi hija.

—No estoy haciendo tal cosa —mentí, mientras situé la mirada al escenario para cerciorarme que mi grupo estuviese realizando su presentación como habíamos ensayado.

—No soy tonta, sé que invitaste a Jane —dijo.

—¿Por qué insinúas tal cosa? —refuté, no podía creer que era tan evidente.

—Oh, vamos, ¿Realmente crees que soy tonta? —me dedico una mirada fulminante.

—¿A dónde te habías metido? —se acercó la coordinadora un poco alterada, interrumpiendo nuestra conversación.

—Ella vendrá, no te preocupes —añadió mi hija, antes de deslizarse por la multitud para saludar a su novia.

—Requiero de tu ayuda Alondra, estamos en aprietos —expresó.

—¿Sucedió algo? —no tarde en preguntar.

—Brenda se acaba de lesionar la mano, ¿Crees que puedas cubrir su presentación? —me sugirió.

La coordinadora había tomado todas las precauciones para evitar que sucediera algo de esa magnitud, pero el destino hacía de las suyas, y una vez más, me llevaba por caminos en los que no estaba preparada para afrontar.

—Di que sí, por favor—sostuvo mis manos—Debemos cumplir el itinerario a como dé lugar, sin importar los contratiempos —sentenció. Eso último sonó más a una orden que a una petición, pero en mi posición, no me encontraba con la autoridad de escoger. Después de todo, seguía siendo la nueva docente y debía acatar las normas de la institución.

—Pero, ¿no interferirá con mi otra presentación? —quise cerciorarme. Me había preparado mucho para tocar aquella canción y lo que más me preocupaba, era el efecto que podría tener frente a Jane.

—No va a interferir, te lo aseguro —me explicó.

—De acuerdo —pronuncié.

Guie mis pasos por el pasillo, en dirección aquel lugar privado. Aquel lugar, donde todos los artistas se trasforman y se convierten en otra persona para interpretar una melodía, bajo la mirada de mil espectadores que son la razón para salir a tocar un instrumento.

Al girar la perilla, mis ojos se situaron en las paredes de la habitación, estaban cubiertas por un satén rosado. Había un tocador rodeados de luces, bulbos de tungsteno situados en torno al espejo, algunos cosméticos y un estuche negro que reposaba sobre una silla de metal.

—Gracias por cubrir mi lugar —dijo Brenda, al salir del baño.

—No te preocupes, hubieses hecho lo mismo en mi lugar—dije, sin mucha preocupación—¿Tu mano se encuentra bien? —pregunté, al notar aquel vendaje.

—Sí —me regalo una sonrisa.

Me acerque para coger el estuche, deslice el cierre y extraje de su interior aquel instrumento de cuerda. Cuando lo sostuve entre mis manos, no tarde en mover las clavijas, debía ajustar las cuerdas a mi mano dominante para ejecutar la pieza que le correspondía a Brenda. Ese proceso no me tomo mucho tiempo y logre ajustar el sol, re, la, mi de manera adecuada.

—Quisiera aprovechar el momento para elogiar a tu hija, suelo darle algunas clases de violonchelo y tiene un don excepcional —mencionó, con una sonrisa en sus labios.

—Podría jurar que aprendió a manipular ese instrumento incluso antes de hablar —dije, al mismo tiempo que un recuerdo se instaló en mi mente.

Había sido un verano muy caluroso en el distrito de Manhattan, me encontraba junto a mis padres y la pequeña Abigail recorriendo los pasillos de un centro comercial. Cuando mi hija salió corriendo a un almacén de juguetes repleto de instrumentos musicales y cogió un pequeño violonchelo entre sus manos. Su abuelo que había sido muy permisivo desde su nacimiento, no tardo en comprar aquel artefacto para dárselo como regalo de cumpleaños. Desde entonces, Abigail, práctico con su juguete hasta que tuvo la edad requerida para comprarle uno de verdad.

—Es momento que vayas al escenario —comentó Brenda.

—Sí —expuse, al retomar mi postura para salir.

—Lo harás bien, confió en ti  —me dio una palmadita en el hombro.

Continúe mi camino a paso lento, incluso antes de hacer mi aparición sobre el escenario, la tensión del público era palpable. Mis nervios no tardaron en aparecer, eran unos nervios que me hacían estar alerta, deseosa de demostrar mis habilidades a un público que no conocía. Sin importar las horas de estudios, las horas de preparación y dedicación, el resultado sería el mismo.

Todos tenemos una historia detrás del escenario, unos renuncian a la comodidad económica, otros renuncian a su familia, pero nada de eso tiene un significado propio. Porque la meta final, es cumplir el sueño de tocar en un evento como este.

Antes de subir al escenario, sitúe mi mirada al público para buscar la silueta de Jane. Cuando la vi, una ola de sentimientos me invadió y fue inevitable que mi corazón comenzará a latir fuertemente. Ya no había duda alguna, esa mujer me atraía demasiado, pero no estaba segura si el sentimiento era mutuo. Mientras mi mente pensaba en todo aquello, logré escuchar mi nombre, retire la mirada del público y camine al centro del escenario.

—Buenas tardes, gracias por asistir a este evento—mencioné—Quiero recordarles que al lado oeste del conservatorio, se darán unas prestaciones libres y están cordialmente invitados —añadí, al mismo tiempo que coloque el violín entre mi clavícula y la mandíbula para evitar que resbalara en mi hombro.

Mientras que mi mano derecha, tomó con suavidad el arco, colocando la punta del meñique en la parte lisa de la vara, el dedo anular y medio alineado con la punta del meñique. A su vez, coloque mi pulgar debajo de la vara y frente a la nuez, cerca de las cerdas. Inhalé una bocanada de aire y deslice el arco por las cuerdas para emitir el sonido.

Jane

 

Desde bachillerato, nos han hablado sobre las leyes de Isaac Newton, que explican el movimiento de los cuerpos planetarios al combinarse con la ley de gravitación universal. Esos tres principios, permitieron comprender varios de los fenómenos mecánicos en su tiempo, pero jamás explicaron que esas leyes podían aplicarse en las relaciones interpersonales.

Los últimos cinco años, estuve bajo la ley de inercia, con varias partículas que se movían a mí alrededor en línea recta, pero sin ejercer ningún contacto que pudiera provocar un cambio en mi vida. Sin embargo, todo eso cambio, el día en que Alondra se topó en mi camino, permitiendo que su velocidad vertiginosa actuara de manera positiva en mí.

Tal como si fuera ese empujón que necesitaba para salir de mi estado de reposo, como si su presencia había sido diseñada para causar un cambio en mi rutina diaria. Quizás no lo había pensado de ese modo, ni había estudiado la posibilidad de que las leyes de Newton se aplicarán a otra cosa que no tuviese que ver con física, pero cuando compartí el fin de año a su lado. Fue una experiencia inimaginable que removió algo en mí.

Desde entonces, comprendí que la ley de acción y reacción, había sido activada entre nosotras, tal como un interruptor a punto de ser encendido. Pues para cada acción, existe una reacción igual y opuesta. Aquella noche, fui yo quien ejerció la fuerza sobre Alondra, y no estaba segura cual podría ser su reacción, pero ese concierto a donde me había invitado, podría ser un indicio de sus planes.

—El semáforo está verde —expresó Leila.

Retome mi postura, moví la palanca de cambio y pise el acelerador. Íbamos algo retrasadas al punto de encuentro y todo era por culpa del mecánico. Pese a que me había confirmado que estaba solucionado el problema con el alternador, en último momento, me expreso que el auto también estaba presentando una fuga de aceite.

Por lo que me toco firmar unos papales adicionales mientras se resolvía el asunto y por si fuese poco, esa tarde el tráfico estaba terrible. Desde fin de año, no me había encontrado con Alondra y realmente hasta se me había olvidado la relación que tenía su hija con la prima de Olivia. 

Sin embargo, hace unos días, recibí un mensaje de su parte invitándome a un concierto que darían en el conservatorio donde impartía clases. Quise negarme en primera instancia, pero termine accediendo a sus encantos.  

—¿Estás bien? —preguntó mi amiga.

—¿Qué? —contesté. No entendía a donde quería llegar con su pregunta, claro que estaba bien, sólo que mi mente estaba un poco dispersa.

—¿Por qué actúas de la misma manera cuando Alondra estará a tu lado? —frunció el ceño.

—No lo sé —me encogí de hombros. Era como si sintiera miedo a afrontar las cosas, como si algo dentro de mí me indicara que no era correcto, que debía alejarme para evitar salir lastimada en un juego sin sentido.

—¿Crees que suceda algo entre ustedes? —inquirió, mientras yo salía del embotellamiento en el que nos encontrábamos.

—No lo sé —mi voz tembló. Ni siquiera había pensado en esa posibilidad, sólo me causaba curiosidad el efecto que ella tenía en mí.

—No puedo evitar que alguien te lastime—su mirada estaba perdida—Tampoco puedo protegerte de todo, aunque lo desee, sólo me queda decirte que siempre podrás contar conmigo —giró su rostro y me regalo una sonrisa. Una sonrisa que me trasmitió algo de calma y seguridad en mi misma.

—Gracias mi pequeña saltamontes —expuse, antes de cruzar a la izquierda.

—Quizás no seas el momento adecuado, pero quiero expresarte que le propuse matrimonio a Olivia —su rostro tenía una felicidad inimaginable.

—Felicitaciones, ¿cómo se lo propusiste? —no tardé en preguntar.

—Antes de retomar las clases, hicimos un viaje a la isla Margarita, donde nos conocimos—se sonrojó—Caminamos por la playa y en pleno atardecer, me arrodille y le dije, ¡Cásate conmigo! —me explicó.

—¡Caray! Que propuesta más romántica—expresé, al mismo tiempo que estacionaba mi automóvil—¿Supongo que seré la madrina? —manifesté.

—Por supuesto, Olivia te lo iba a pedir —desabrochó su cinturón de seguridad para bajarse.

—Creo que no alcanzamos a escuchar ninguna de las presentaciones de música clásica —dije, al tomar su brazo para acelerar el paso. Cuando entramos al recinto, percibimos una melodía de Vivaldi, las cuatro estaciones, que era interpretada por un pequeño grupo y en el centro, se encontraba Abigail con su Violonchelo.

Caminamos despacio entre la multitud hasta encontrarnos con Sofía y Olivia que habían llegado unas horas antes. Me ubique en mi asiento y decidí escuchar lo que quedaba de esa presentación, no recordaba la última vez que había venido a un sitio como este o tomar tiempo de escuchar música clásica, pero allí estaba yo, haciendo una actividad que salía de mi rutina.

Unos minutos más tarde, la silueta de Alondra apareció en el escenario, traía consigo un violín y a su derecha, estaba una mujer de cabello negro con un acordeón entre sus manos. Se acercó al micrófono y dijo unas palabras a las que no le preste la más mínima atención, pues mis ojos estaban admirando su grandioso atuendo.

Sus piernas estaban cubiertas por un pantalón negro de cuero, portaba una blusa manga larga de color gris con cuello en V que hacia juego con su figura, mientras que en su pecho, se lograba apreciar un collar muy peculiar. Se trataba nada más y nada menos que el collar de Arwen Evenstar, el que usaba la Elfa en el señor de los anillos.

Aunque estábamos a una distancia prudente, se me era inevitable no admirar su cabello color miel que estaba perfectamente recogido con una cola, permitiendo detallar las facciones de su rostro. Un rostro que tenía una ligera capa de maquillaje, acompañada de una sonrisa sensual que me encendía como un volcán a punto de erupción. En ese momento, caí en cuenta que me estaba mintiendo a mí misma y que todo aquello podía traspasar los límites y convertirse en algo más.

Sin embargo, intente mantenerme firme y disfrutar de esa presentación. Aunque mi cuerpo comenzó a actuar por sí solo, y mi piel no tardo en erizarse por semejante bombón que tenía frente a mí, trague grueso y respire hondo para calmar mi mente que estaba fuera de sí.  Me deje guiar por la suave melodía que desprendía aquel violín, Alondra interpretaba un hermoso Tango-Por una cabeza y aquella chica que la acompañaba, le llevaba el ritmo adecuadamente.

Al culminar la interpretación de aquella pieza, Alondra hizo una pequeña reverencia al público y camino por el mismo lugar de donde había salido, mientras que mis ojos se permitieron seguir su contoneo de caderas. Una sensación extraña se apodero de mí y por una fracción de segundos, desee besarla.

—Es una lástima que no llegarán a tiempo para ver las otras presentaciones —dijo Abigail.

—Tuvimos algunos problemas para llegar—respondí—¿Nos podrías llevar al lugar que menciono tu madre? —no tarde en preguntar. Pese a que me había perdido la música clásica, estaba decidida a escuchar otros géneros musicales y más si se trataba de melodías románticas.

—Por supuesto —sonrió Abigail, entrelazó sus dedos con los de Sofía y comenzaron a caminar despacio.

Durante el recorrido, observe algunos lugares del conservatorio, desde un cuarto con varios instrumentos hasta un pequeño jardín interno que daba aire fresco al lugar. Sólo podía escuchar las conversaciones de las chicas, pero sin ánimos de intervenir, simplemente me deje guiar por aquel sendero hasta que llegamos a un grupo de personas que estaban sentadas sobre el césped y frente a ellos, había una silla de madera.

Nos sentamos sobre el césped para disfrutar de los jóvenes que interpretaban algunas canciones de pop, ranchera, rap, reggae y baladas. Sin duda, aquellos chicos eran muy originales y creativos, llevándome a un lugar distinto, a un lugar donde no había sombras, donde la tristeza se había ausentado por unos breves minutos.

—¡Hola!—sonrió Alondra—Para cerrar este ciclo de presentaciones libres, quisiera dedicar esta canción a una persona que se encuentra entre la multitud, espero que sea de tu agrado —dijo, sin dejar de mirarme.

Mi corazón comenzó a latir fuertemente y sentí como mis mejillas se ruborizaron ante aquella confección, ¿Alondra me estaba dedicando una canción?—me cuestioné. Porque no estaba segura del efecto que podría tener en mi aquellas letras que aún desconocía.

Los acordes de la canción “No te puedo olvidar” de Luciano Pereyra, comenzaron a sonar provocando que mis emociones se intensificarán y como consecuencia, mis ojos se cristalizaron y un escalofrió recorrió mi espalda. Aquellas palabras que eran tan simples, estaban teniendo un efecto en mí que no podía controlar.

Miro el cielo y yo te imagino,

Eclipsé de luna y no estás conmigo.

Un viñedo al ras del camino

Recuerdo tu boca, las uvas y el vino

 

Voces que vienen

Y me hablan

Luces que prenden y apagan

 

Mi respiración se aceleró, sentí un nudo en la garganta y mi boca se secó. No podía mover ni un músculo, solo escuchaba atentamente cada letra y como esta, entraban en mi cabeza haciendo un eco. A cada estrofa que pronunciaba Alondra, me regalaba una sonrisa pícara como invitándome a unirme a su canción, como si quisiera que me levantara para ir a su lado y bailar con ella.

Y yo no te puedo olvidar

 

Si me hizo bien, si me hizo mal

Si ya no sé cómo parar, no sé ni a dónde voy, voy

Lloró cuando estoy bien, rió cuando estoy mal

Voy como un loco, ya no sé quién soy, soy

 

Su voz, me estaba volviendo loca, era tan suave y dulce al mismo tiempo, que algo dentro de mí, deseaba que solo cantará para mí y nadie más.

Remedio, veneno cómo curaría?

Esta herida, en mi alma partida

Verano o invierno, yo no escogería

Me quedo en tu otoño, todita la vida

 

No estoy segura en que momento culminó la canción, pero la enorme ovación que hicieron los presentes, me volvieron a la realidad, dejándome estática y con mi mirada centrada en aquella mujer de ojos color violeta.

Hola mis queridos lectores, lamento que la semana pasada no pude publicar como era debido; por eso, esta semana he decidido dejarles dos hermosos capítulos. Espero sean de su agrado. Para los que deseen escuchar la canción completa que Alondra le dedico a Jane, aquí les dejo en enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=zs82VhlJEQ0

Hombrefx: Hola corazón, creo que este capítulo responde a tu interrogante. Claro que las chicas se comenzaran a conocer un poco más, pero que les vaya bien, es algo que te dejo de tarea para los siguientes capítulos. Descúbrelo por ti mismo. Un beso, cuídate.

 

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