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Sacrilegio Capítulo 2

en Gays

Capítulo Dos.

Definiendo Personalidades.

 

Año 1750, a tan solo tres soles y dos lunas de que los jóvenes Kaimorts Ferrer y Fidias Carabellí cumplieran veinticinco años, en el palacio se hacían los preparativos de las comidas que se darían en honor a los cumpleaños, Ondina a pesar de su edad, seguía activa al cuidado de los tres jóvenes que vivían en el palacio Ferrer, ella dándoles instrucciones a las criadas de que dejaran limpia y reluciente dicha morada, pues quería que el cumpleaños de sus niños como ella les dice, fuera un momento impresionante para los invitados a la ceremonia.

En tanto, en el jardín del palacio Ferrer, Abdulá y su hermosa, joven y tierna hija Anabella cortaban unas rosas rojas para decorar el comedor para la comida; Anabella disponía de tan solo diecinueve años, un cabello rizado color castaño claro, resaltando esa mirada color miel brillante y expresiva, esas cejas tan bien delineadas que poseía; la bella joven era muy hermosa, muy bella y muy coqueta; sus padres los reyes Ferrer, la tienen muy bien vigilada, pues aún no está en la edad para que tenga pretendientes. 

En la gran laguna después de cabalgar un largo rato bajo los intensos rayos del sol, desnudos se encontraban nadando Kaimorts y Fidias, quienes aprovechaban el calor para refrescarse en las aguas cristalinas de dicho lugar.

Kaimorts retando a su primo le decía. – Unas carreras de aquí hasta las piedras gigantes de allá, quién pierda le comprara una botella de vino fino al ganador, ¿Aceptas?

– Fidias sonriendo decía. – Bien, trato hecho.

– Estrechando sus manos, ambos desnudos se sumergían al agua y competían, pero Kaimorts al ver que estaba perdiendo un poco molesto se detuvo y pensó. – Nadie la gana al príncipe Ferrer, nadie.

– Él decidió hacer trampa así que fingiendo ahogarse y pidiendo auxilio asustando a su primo le decía. - ¡Ayuda, socorro! ¡Me atore!

– Fidias se detuvo y al ver que su primo estaba en peligro, se regresó asustado para auxiliarlo diciéndole. – Tranquilo, voy a ayudarte.

– Fue cuando siendo auxiliado por su primo, Kaimorts sumergió su mano al fondo y agarro un puño de tierra el cual se lo aventó en la cara de Fidias; él burlándose le decía. – Caíste tonto.

– Kaimorts empujaba a su primo, haciéndolo sumergir, él agarraba ventaja, en lo que Fidias salía a flote y quitándose la tierra de la cara.

Él un poco molesto, se salía de la laguna y se secaba con una de sus prendas; Kaimorts al ver eso riéndose le decía. – Pareces fémino, no aguantas nada, marica.

– Fidias vistiéndose le decía. – Tal vez sea eso, pero no tramposo como tú Kaimorts.

– Kaimorts se salió de la laguna del otro extremo y caminando escurriendo le iba diciendo seriamente. – Espero lo que dices sea en broma, recuerda que el feminismo en hombres es pecado y se condena cortándole la virilidad aquel que cometa ese pecado.

– Fidias un tanto nervioso le decía. - ¡Ya lo sé! ¡Ahora apúrate que debemos regresar al palacio para la comida!

– Kaimorts sonriendo decía. – Recuerda que me debes una botella de vino fino.

– Fidias le aventó la ropa en cara y le decía molesto. – Eres un tramposo, así no te compro nada, ahora apúrate que ya nos debemos de ir.

– Kaimorts se vestía un poco lento, para así hacer enojar más a su primo.

Pues a comparación de Fidias, Kaimorts era un poco necio, inmaduro, un poco vulgar y a veces cruel, soberbio y un tanto arrogante; Fidias era todo lo contrario a su primo, pues esos hermosos ojos color miel caracterizados por el brillo radiante, sus pestañas largas y chinas, esas cejas que solían parece dibujadas, caracterizaban a que Fidias poseyera en su ser unos grandes, nobles y fuertes sentimientos; pues es fiel amante de la naturaleza y sobre todo le gusta la igualdad y la equidad; pero el régimen de gobierno que tenían era muy cerrado para ese tipo de pensamientos tan liberales.

Ambos jóvenes con sus ropas puestas, ya iban de camino al palacio, montados en sus respectivos caballos recorrían a paso un poco recio y presuroso, pues el momento de la comida es sagrada en toda familia y más en esa época.

Las diferencias eran tales en ambos pues Kaimorts montaba un caballo joven de color negro y de pelaje fino; y Fidias montaba en un caballo blanco cansado, viejo y a poco de morir, al que quería mucho, pues ese caballo era el único recuerdo que tenía de su padre Lope Carabellí, quién murió de una rara enfermedad en la piel, y pues tenía largo rato de haber muerto, pero siempre en los recuerdos de su ser.

Durante el trayecto al palacio, a lo lejos, veían a un grupo de guardias del mismo palacio Ferrer que tenían a dos hombres rodeados y amenazantes con sus espadas entre unos árboles; los jóvenes muy sorprendidos y curiosos, se acercaron para ver que sucedía, cabalgando a donde se encontraba el grupo de guardias.

Al llegar se daban cuenta que uno de los guardias tenía del cabello y con la espada en su cuello a un hombre de unos treinta años aproximadamente y otro guardia tenía agarrado de los brazos a un joven de unos veinte años semidesnudo el cual estaba rodeado de tres guardias con las espadas apuntándole.

Fidias al ver eso, exclamó preguntando. - ¡¿Qué sucede?! ¡¿Por qué los tienen a esos hombres así?!

– Un guardia dijo. – Su majestad, joven Fidias, estos hombres estaban fornicando entre ellos y eso es un pecando contra la ley de dios.

– Kaimorts al enterarse de eso, con mirada imponente levantaba la ceja derecha y decía cruelmente. – ¿¡Fornicar!? ¡Pues que esperan para llévenselos al palacio! ¡Ya saben qué hacer!

– Los guardias comenzaban a amarrar a los hombres quienes pedían clemencia y piedad, pero de forma cruel Kaimorts se bajó de su caballo, les escupió a ambos hombres y les decía. – Piden clemencia y piedad, cuando saben perfectamente que esta ciudadela es de estricto régimen religioso y sobretodo gobernado por unos reyes extranjeros que también poseen un régimen fuerte y decretos imponentes.

– Kaimorts tronando los dedos le ordenaba a los guardias. - ¡Ustedes llévenselos arrastras directo al palacio para que sean juzgados por mi padre y el sacerdote Urso Rey!

– Fidias con sentimientos encontrados, bajaba de su caballo y le decía a Ferrer. – Creo que esas no son formas, ellos deben irse en la carreta y no arrastrados, si se van así morirán de aquí al palacio, ¡No seas inhumano!

– Kaimorts lo miró con fuerza y le exclamó. - ¡Soy el príncipe Ferrer, futuro rey y debo de comenzar a poner orden! ¡Se hace lo que diga, no lo que tú palabrees!

– Fidias no doblegándose ante la mirada e imponencia de Kaimorts le decía. - ¡Se van en la carreta! ¡Llevo toda la responsabilidad, pero así se harán las cosas! ¡Además aun no eres el rey, solo eres príncipe! ¡Así que hagan lo que les pido, amárrenlos y súbanlos en la carreta, pero permitan que se vistan los dos! ¡Por favor!

– Kaimorts al ver que los guardias acataban mejor las órdenes de Fidias y no las de él, le decía molesto. - ¡Tal parece que quién es príncipe eres tú y no yo! ¡Ni en tus sueños, pero bueno no quiero discutir tengo hambre y sed!

– Kaimorts se montaba de nuevo a su caballo y se adelantaba.

Mientras que Fidias amablemente se acercaba a los hombres quienes mostraban temor y arrepentimiento, ambos se agachaban y el más grande decía arrepentido. - ¡Disculpe su alteza, pero solo estábamos amándonos!

– El hombre joven derramando unas lágrimas, agachaba su cabeza diciendo. - ¡Por el espíritu santo, ruego a usted que no nos maten!

– Fidias amablemente les decía. – No agachen la cabeza ante mí, yo no soy de la realeza, solo soy familiar y un ser humano, no les puedo asegurar la vida, pues no soy quién decide, entiendo que ustedes se quieran, pero hay momentos y lugares, este sendero aunque se ve solitario es uno de los más transitados aquí.

– Los guardias al ver que ambos hombres se habían terminado de poner sus ropas, se acercaban y comenzaban a amarrarles las manos y pies.

Fidias al ver que los guardias los amarraban, les decía. – Procuren no atarlos fuertemente de las manos y pies, pues merecen sentir libertad por lo menos en su sangre.

– Los guardias obedecían la sugerencia brindada por Fidias, una vez ya amarrados, ambos hombres eran cargados y puestos en la carreta que los guardias tenían en su protección.

Fidias preguntaba curioso a uno de los guardias. - ¿Qué es lo que llevan?

– El guardia le respondió. – Fruta fresca recién cortada, verduras recién cosechadas, velas, cirios y aceites para la iluminación del palacio.

– Fidias subiéndose a su caballo, les decía. – Espero hayan pagado muy bien por eso, últimamente ha habido quejas que ustedes suelen quedarse con oro y plata que se les brinda para los pagos de nuestro alimento y luz.

– El guardia le decía serio. – Esta vez no su majestad, somos el grupo honesto del palacio, el otro grupo solo se encarga de brindar protección y seguridad al palacio, su majestad.

– Fidias montado en su caballo le decía. – De ser así vámonos que Kaimorts ya tiene ventaja y seguramente dará su versión a mis tíos de este suceso, avancemos.

– La carreta con los víveres y los hombres dentro, avanzaba siendo custodiado por nueve guardias.

Fidias iba suspirando y admirando la naturaleza, pero a la vez iba pensando en lo que fuera a suceder con dichos hombres, que lo único que estaban haciendo era amarse.

A la llegada en el Palacio Ferrer, Kaimorts le daba a un sirviente que pusiera al caballo en su lugar, mientras que presuroso entraba al palacio atravesando el inmenso jardín.

Al ver Ondina entrar presuroso a Kaimorts le decía sonriente. – Tal parece que le viene ganando la necesidad mi niño Kaimorts.

– Él subiendo a las recamaras, le decía gritando. - ¡No es eso nana! ¡¿Dónde está mi padre?!

– Ondina amable le respondía. – Él rey está en una partida de ajedrez con uno de los sirvientes en su recibidor privado.

– Kaimorts regresando a la planta baja, enojado iba diciendo. - ¡Mi padre y su forma tan extraña de tratar a los sirvientes!

– Ondina le detenía y le sonreía levemente diciéndole. – No se enoje niño, le hará mal, tan chulo que es usted y haciendo cólera tan joven, eso no debe ser.

– Kaimorts alejándose de ella, un poco exaltado le decía. - ¡Nana, gracias por preocuparte por mí, pero ya soy un adulto, así que déjame en paz!

– Kaimorts se dirigió al recibidor privado de su padre, dejando a Ondina algo pensativa dándose cuenta que ya había pasado mucho tiempo del intercambio de recién nacidos.

Kaimorts caminaba al recibidor privado donde su padre se encontraba en una entretenida partida de ajedrez, atravesando el gran y largo pasillo alfombrado con unos tapetes de terciopelo fino traídos de Inglaterra color marrón, estaban clavadas al piso con clavo de plata fabricado por los herreros de la ciudadela exclusivamente para el palacio, de pared en pared unos candelabros fijos a la pared de oro puro, para alumbrar el extenso y largo camino, los ventanales decorados con mucho esmero por escultores griegos que fueron traídos para decorar el interior y exterior del palacio Ferrer, habían cuadros de pared en pared a ciertas distancias que le daban vida a ese pasillo, dichos cuadros eran pictóricos mostrando la descendencia de los Ferrer.

Ya por llegar al recibidor, él pensaba maliciosamente. – Debo dar una versión no muy exagerada para que así mi padre ordene un castigo fuerte.

– Kaimorts sonriendo tocaba la puerta, pero su padre Kay Ferrer quien estaba muy concentrado en la partida de ajedrez no prestaba atención al llamado; el fiel sirviente, amablemente le decía. – Su majestad, a la puerta llaman.

– Kay apenado sonreía cálidamente y decía. – El ajedrez me apasiona, en un rato continuamos; sí adelante, pasa.

– Kaimorts algo molesto entraba echando rabia por la boca. – Padre, entiendo que a sus fieles sirvientes los trate amablemente y de forma cortes, pero deslinda y distrae a ellos de sus obligaciones en el palacio.

– Kay en tono serio le decía. – Así se deben de tratar a los sirvientes para que no se vayan, en la dinastía Ferrer nos han inculcado la educación y la amabilidad, el no dejarnos dominar por el poder que se nos brinda.

– Kaimorts al ver que el sirviente estaba sentado mirándolo estar parado a unos pasos de la puerta; él muy enojado exclamó. - ¡Inútil, quítate, lárgate de aquí y déjame hablar con mi padre a solas, es muy urgente!

– El sirviente temeroso se levantó del asiento, por su nerviosismo tiraba parte de las figuras de porcelana del ajedrez; lo cual hacía enfurecer más a Kaimorts diciéndole. - ¡Indio estúpido, tu salario en plata y oro se verá disminuido por tu estupidez!

– El sirviente disculpándose salía muy apenado y avergonzado por lo sucedido.

Kay al ver a su hijo tan enfadado, le decía seriamente. - ¡Esas no son formas de tratar a nuestros sirvientes! ¡Ni yo que soy el rey los trato de esa forma tan altanera! ¡Además es un ajedrez viejo, ya estaba muy usado! Pero bueno, dime que es lo que tienes tan urgente que tratar. 

– Kaimorts camino para sentarse, levantándole la ceja a su padre le decía. - ¡Tal vez debería de ejercer un poco de fuerza y ser más altanero para que las cosas no se salgan de control, padre!

– Kay se levantaba de su asiento enojado le decía. - ¡Soy tu padre y me debes respeto!

– Kaimorts con mirada sostenida a su padre, le decía. – Respeto te deben, los hombres que estaban pecando, eso es lo urgente que vengo a comentarte para que usted padre se encargue de castigarlos.

– Kay preguntándose que era, se volvía a sentar, respirando profundo y calmándose.

Kaimorts le comentaba lo sucedido a versión suya, sobre lo que habían pasado con dichos hombres en el sendero de regreso al palacio Ferrer.

Mientras tanto Fidias entraba al palacio Ferrer un tanto preocupado y presuroso; al ver a Ondina que estaba supervisando la limpieza de las alfombras, él le preguntaba amablemente. – Nana, ¿Has visto entrar a mi primo Kaimorts?

– Ondina mirándolo con ternura, respondía. – Sí mi niño, el niño Ferrer entró como alma que lleva Judas a buscar al Rey.

– Fidias preocupado decía. – Gracias, nana ¿sabes dónde está?

– Ondina amablemente respondía. – Niño Fidias, el rey se encuentra en el recibidor privado, en una partida de ajedrez con uno de los sirvientes.

– Fidias disculpándose y pidiendo permiso, se dirigía a dicho lugar para hablar y abogar para esos hombres que solo se demostraban su amor.

Él estando por ir al recibidor privado de su tío, veía venir caminar, cabizbajo al sirviente, al cual le preguntaba lo que pasaba, él sirviente le contaba y Fidias amablemente le decía que no se preocupara y lamentara, que él abogaría por él, el sirviente más relajado, besaba la mano de Fidias y salía del pasillo para seguir con sus labores.

Él continúo el largo camino al recibidor privado y justo a la mitad, veía venir furioso a su tío el rey Kay Ferrer y tras de él, muy sonriente y con la ceja levantada a Kaimorts, quién le decía. – Así se deben tratar las cosas Fidias, aprende.

– Fidias queriendo hablar con su tío, le era imposible, pues el rey estaba que reventaba en cólera.

Él al regresar a lo que era la sala y el gran recibidor principal, daba las órdenes a un guardia de que fuera a buscar al sacerdote Urso Rey y que viniera lo antes posible al palacio, pues se trataba de dos hombres que habían pecado a las leyes de dios; Kay Ferrer salía del palacio y caminaba al gran patio donde estaban los guardias custodiando a los hombres; tras de él salían su hijo y su sobrino para ver lo que pasaría.

Al salir ellos, se quedaron a una distancia discreta del rey, Kaimorts en voz baja y alegre, decía. – Esos pecadores merecen morir en la hoguera.

– Fidias apenado le decía. – No, no fue tanto el pecado que cometieron, si hubieran matado o robado te daba la razón, pero es algo ligero.

– Kaimorts mirándolo fijamente le dijo. – Que bueno que tú no serás heredero del trono Ferrer, serías un mediocre como príncipe o rey.

– Kaimorts regresaba su mirada maliciosa al rey y los guardias, mientras que Fidias bajaba la cabeza, suspirando, apretaba sus puños y se armaba de valor para hablar con su tío.

Él caminaba decidido, mientras que Kaimorts lo miraba diciendo. - ¡Pobre .estúpido, tu intento de humanidad no servirá!

– Kaimorts se burlaba de su primo, que decidido le decía a su tío. – Disculpe su majestad, pero estos hombres no hicieron delito que merezca la muerte.

– Fidias con la dulce mirada que lo caracterizaba hacía sentir al rey un sentimiento especial; él rey apenado le decía. – Entiendo que usted sobrino mío quiera abogar por estos hombres, pero en decisiones como estás, se necesita el consejo de la iglesia.

– Fidias se sentía impotente ante los hombres sujetados por los guardias, ellos alzaban la mirada, la cual demostraba temor, miedo y arrepentimiento.

Fidias se acercaba y les decía. – Lamento no poder ayudarlos, ya escucharon, aquí no tengo influencia para su abogacía.

– El joven hombre apenado suplicaba. - ¡Su majestad, no permita que nos torturen!

– Fidias regresaba su mirada al rey, el cual al sostener la mirada de su sobrino sentía un sentimiento fuerte hacía él; Kay apenado decía. – No puedo hacer nada.

– Fidias suspiraba y dándole la espalda a su tío le decía. – Hagan lo que ustedes crean que es mejor.

– Fidias se regresaba dentro del palacio muy triste e impotente, al pasar junto a Kaimorts, él se burlaba diciéndole. – Te lo dije Fidias, no eres más que un pobre humano dominado por sus sentimientos de nobleza, así nunca llegarías a ser un buen príncipe, que bueno que nunca en tu vida serás perteneciente de la realeza.

– Kaimorts se reía cruelmente, Fidias solo se detenía a escuchar lo que su primo le decía, al terminar, Fidias continuaba su paso al palacio, triste y derramando unas lágrimas.

Entrando al palacio Ondina al verlo, se preocupaba preguntándole. - ¿Sucede algo mi niño Fidias?

– Él le respondía sin mirarla. – No sucede nada, nada nana.

– Fidias subía las escaleras para irse directo a su habitación, dónde ahí se encerraba y se acostaba en su fina cama, abrazando una almohada se ponía a llorar al sentirse impotente. 

En tanto en la iglesia, el guardia entraba en busca del sacerdote, persignándose ante el cristo crucificado, buscaba gritando. – ¡Padre Urso! ¡¿Padre Urso usted está aquí?!

– Un fraile llamado Odón salía de la biblioteca parroquial, al escuchar que buscaban al cura, él apenado le decía. – Hermano, el padre Urso no está, ¿Qué se le ofrece hermano?

– El guardia agachaba la cabeza y decía. – Me envío el Rey Ferrer porque necesita consultar algo importante con el cura.

– Fray Odón serio le decía. – Seguramente es algo fuerte, espero no tarde el padre Urso.

– Fray Odón regresaba a la biblioteca con algo de misterio y precaución, el guardia salía al atrio al no tener obtener respuesta del Fraile; el guardia esperaba a fuera por si regresaba, ya que el guardia pensaba que el sacerdote había salido al convento o de urgencia; cuando en realidad, el cura se encontraba en el sótano de la iglesia, entre los túneles subterráneos y en uno de los cuartos secretos pertenecientes al sótano que se encontraban bajo el altar principal de la iglesia.

El cura y una monja se encontraban en pleno acto sexual; sobre una vieja cama, el sacerdote tenía sexo con la monja, el cual la besaba y tocaba los senos con mucha pasión y lujuria, la monja sin sus hábitos y completamente desnuda se dejaba fornicar por el cura, quién la penetraba de forma rápida y pasional, la monja gemía y gritaba de mucho placer, mordía el hombro del sacerdote, el rechinido de la cama, los jadeos y los sofocos solo eran escuchados solamente por ellos y unas cuantas ratas que pasaban entre los canales de ventilación de dicho sótano, ambos en pleno acto sexual, llegaban al momento en que fundiendo en un grito consumían su acto de fornicación.

Después de un rato, la monja ya con sus hábitos puestos le decía al cura. – Dios nuestro creador lo bendiga.

– El cura acomodándose su sotana y besando su rosario le decía. – De igual forma a usted hermana, no se le olvide llevarse parte del diezmo a la madre superiora.

– La monja estaba por irse por el otro lado del túnel que unía al convento y los otros monasterios con la iglesia, cuando el sacerdote la agarro fuertemente del brazo y le decía. – Por bien de ambos, esto queda entre nosotros y estos pasadizos.

– La monja lo miro y dijo. – Así será padre, así será.

– El cura tomó a la monja y la besó apasionadamente provocándole otra erección, la monja al sentir la erección le decía. – Aún tiene ganas.

– El cura separándose de ella le decía de forma sería. – ¡No! Y más vale que no comente nada de esto, de ser lo contrario, usted hermana y yo tendremos serios problemas.

– La monja besándole la mano, decía. – No tenga preocupación alguna, padre.

– La monja tomaba el respectivo túnel con camino al convento, mientras que el padre regresaba a la iglesia, subiendo por las pequeñas escaleras que conducían del sótano a la superficie del templo católico, él empujaba una puerta de madera, la cual ocultaba al salir colocando unas piedras y moviendo el altar de la virgen para que no fuera descubierto dicho sótano.

Una vez fuera y sin ser visto, se persignaba y decía. – Bendito seas señor.

– El guardia que estaba fuera desesperado e impaciente al no saber del cura y ver que el sol se estaba centrado, nuevamente decidió entrar, sorprendiéndose al ver al padre orando en una de las bancas, él guardia exclamó. – ¡Padre Urso!

– El padre se volteaba y veía al guardia acercarse, nervioso se persignaba y se levantaba.

El guardia le besaba la mano agachándose diciéndole. – Dios padre lo bendiga.

– El cura dándole la bendición le decía. – Dios hijo lo proteja.

– El sacerdote preguntaba. - ¿Qué se te ofrece? ¿Vienes a confesarte?

– El guardia agachado le respondía. – No padre, no vengo a eso, solo vengo por usted, ya que su majestad el rey Ferrer solicita de su presencia, pues dos hombres pecaron ante las leyes de dios.

– El cura impactado de forma hipócrita se persignaba y decía. - ¡Santo cristo! ¡El pecado nefando! ¡Vamos, no perdamos más tiempo!

– El guardia y el cura salían de la iglesia.

Pero antes de irse el padre le dejaba a cargo la iglesia al Fray Odón Quirino quien aceptaba con gusto, el Fraile desde uno de los ventanales veía como el padre y el guardia en sus respectivos caballos tomaban camino rumbo al palacio Ferrer.

Sacrilegio.

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