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Sacrilegio Capítulo 3

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Capítulo Tres.

El castigo a los pecadores.

 

En el palacio Ferrer, llegaban el guardia y sacerdote, quién era recibido por el rey Ferrer quien le besaba la mano y el cura le daba la bendición diciéndole. – Dios santísimo lo proteja.

– El rey Ferrer inclinaba la cabeza, juntando sus manos diciendo. – Y que el espíritu santo descienda sobre su alma.

– El sacerdote hacía gesto de amabilidad ante el saludo del rey; el guardia tomaba los caballos y los iba a acomodar al establo.

Mientras que Kaimorts Ferrer, persignándose besaba la mano del cura diciéndole. – Ave María purísima.

– El cura le respondía en bendición a él. – Sin pecado concebido.

– El padre Urso preguntaba a los mandamases de la ciudadela. - ¿A que debo el honor de venir del templo sagrado al palacio real Ferrer?

– Kay Ferrer le comentaba la situación, mientras caminaban al medio patio del palacio donde habían llevado arrastras a los hombres féminos.

Desde uno de los ventanales del palacio, Ondina miraba pasar al padre Urso hablando con el rey y el príncipe, ella cometiendo indiscreción, fue a avisarle a la reina y a su hija Anabella.

Ondina llamando a la puerta de la hermosa habitación real decía. – Mi niña Abdulá, ¿Puedo pasar?

– Abdulá quién peinaba con mucho amor a su hija Anabella le decía sonriente. – Adelante nana, eres digna de pisar la recamara cuando no se encuentra el rey.

– Ondina entrando, decía haciendo una leve reverencia. – Disculpe mi niña Abdulá, niña Anabella, vengo a dar aviso que el padre Urso está con el Rey Ferrer en el medio patio.

– Abdulá colocó el peine de oro en la mesilla diciendo. – Bajamos en este momento.

– Anabella se levantaba y se acomodaba su vestido diciendo de mala gana. – Ojala no quiera que me vuelva a confesar, tiempo atrás lo hice.

– Ambas mujeres presurosas salían de la habitación real, tras de ellas salía Ondina conservando la distancia que por respeto les debía de dar al rey y la reina dentro del palacio.

Kay Ferrer, Kaimorts y el cura Urso frente a los hombres pecadores que se encontraban amarrados sostenidos por los guardias, escupidos y muy arrepentidos, el hombre menor decía. – Padre, por piedad de dios, déjenos libres.

– El hombre mayor decía con cabeza baja. – Tenga piedad de nosotros, por el espíritu santo.

– El cura sintiéndose ofendido, les decía enojado. - ¡Como se atreven a mofarse de dios de esa manera suplicando piedad cuando lo que hicieron fue un pecado y atentado contra la ley de dios!

– El hombre mayor decía alzando levemente la mirada. – No es pecado amar a una persona.

– El cura persignándose decía. – No es pecado que un hombre amé a una mujer, pero si es pecado que un hombre amé a otro hombre.

– El joven menor llorando alzaba la mirada diciéndole. - ¡Dios dijo, amaos los unos a los otros!

– El sacerdote sintiéndose ofendido, le dio una bofetada diciéndole. - ¡Cómo te atreves a mirarme a los ojos pecador hijo del demonio!

– El rey Kay sentía una pena profunda por los dos hombres, pero sabía que estaba haciendo lo correcto pues el pecado nefando era castigado muy fuertemente.

Kaimorts mirándolos seriamente, levantando su ceja pensaba. – Ojala el cura lo condene a la hoguera o la horca, mejor aún que les corten la cabeza o los torturen en los calabozos.

– Kaimorts disfrutaba el momento.

El padre Urso indignado y muy ofendido, les aventaba agua bendita diciéndoles. – ¡Que el demonio que hay dentro abandone ese cuerpo y permita que estas almas regresen al camino del bien! ¡Oh dios bendito, ayúdame!

– Ambos hombres gritaban suplicando piedad, el hombre mayor le decía. – ¡No estamos poseídos por el demonio, es amor lo que sentimos!

– Los guardias, así como el rey, el príncipe y el cura se asustaron al escuchar esas palabras emanar de la boca del hombre fémino.

Así llegando a la decisión que el sacerdote daba, Urso diciendo ofendido. – ¡Por la encomendación de dios padre todo poderoso que me fue otorgada por el clero, condeno a estos hombres a entregar su alma al creador para ser juzgados por practicar el pecado nefando!

– Ambos hombres comenzaban a llorar, pedían clemencia, pero el cura les decía apenado. - ¡Aquí no puedo hacer nada, si ustedes no están arrepentidos, sólo les queda pedir perdón al creador!

– El cura dándose media vuelta les decía. – Su majestad, príncipe, es decisión suya elegir el proceso de castigo para ambos hombres.

– Kaimorts seriamente sugirió. – Padre mío, sugiero que ambos hombres terminen en la hoguera, que sus cuerpos sientan arder y se acostumbren a lo que pronto será su morada.

– El rey en tono serio dijo. – Eso se me hace muy cruel para ellos, el mejor castigo es condenarlos a la horca y que sus cuerpos sean arrojados a los pantanos o con las pirañas.

– El cura Urso decía lamentándose. – Almas limpias que son tentadas por el demonio y por el pecado de lujuria; es algo muy lamentable que dos hombres deban pagar con su alma ese pecado atroz.

– Persignándose, él caminaba para retirarse, mientras que Kay daba instrucciones a los guardias que ambos hombres fueran llevados a los calabozos subterráneos del palacio, para después junto con el padre Urso caminar a la entrada principal.

Y Kaimorts quedándose ahí, tronando los dedos decía. – ¡Y cuidado donde alguno de ustedes intente escapar, porque yo mismo les adelanto su muerte! ¡Me oyeron infelices!

– Ambos hombres siendo nuevamente tirados al suelo, escupidos por los guardias y también por el príncipe Ferrer eran arrastrados hasta los calabozos subterráneos, Kaimorts disfrutaba el sufrimiento de ambos hombres que entre lamentos y lágrimas pedían clemencia.  

Regresando al patio principal del palacio, el rey Kay así como el cura caminaban, estando a la vista, Abdulá preocupada y Anabella nerviosa, preguntaban. - ¿Qué ocurre que escuchamos gritos y lamentos de súplica?

– Anabella agarrándose las manos decía. – Íbamos a saludarlo a usted padre, pero al escuchar esos gritos, mejor nos regresamos.

– El rey les decía en tono suave. – Calmadas mujeres, solo un delito que se ha cometido.

– Abdulá, apenada se disculpó diciendo. – Gloria eterna a usted padre, disculpe mi falta de educación, pero la preocupación me tenía confusa.

– El padre siéndole besada su mano decía amablemente. – Gloria eterna a usted reina, no hay que disculpar, comprendo que la situación fue algo incomoda y angustiante, cada vez más hay pecadores lujuriosos por esta hermosa ciudadela.

– Anabella besando la mano al padre decía. – Que la virgen proteja su alma con el manto bendito.

– El cura respondía amablemente. – Y me libre de todo mal.

– El padre preocupado decía al rey Kay. – Bueno espero que lo sucedido con esos hombres no afecte los cumpleaños del príncipe Kaimorts y del joven Fidias.

– Kay despreocupándolo le decía. – No afectará nada, el castigo de esos hombres se realizará el día de mañana cuando el sol acaricie con sus rayos dorados el monte de los sacrificios.

– Abdulá, preocupada pregunto. – ¿Sacrificios? ¿Qué sucede?

– Kaimorts quién estaba regresando al patio principal y ver que Ondina estaba oculta entre las columnas del palacio, él interrumpiendo decía serio. – Madre que mi padre le comente lo sucedido dentro del palacio y en privado, puesto que me doy cuenta que tenemos sirvientes un poco entrometidos.

– Kaimorts regresando su mirada con un poco con recelo a Ondina que se ocultaba detrás de una de las columnas del palacio real la hacía sentir avergonzada.

Ondina al ver que había sido descubierta, se persignaba y avergonzada se acercaba al padre diciendo. – Dios lo bendiga padre, disculpe que me haya entrometido en algo que no debía.

– El sacerdote Urso le era besada su mano el cual dándole la bendición a Ondina le decía. – Dios bendiga su alma hermana Ondina, su indiscreción es entendible, es su deber en esta casa informar las cosas que suceden en este inmenso palacio.

– Anabella un tanto chocada se disculpaba haciendo reverencia diciendo. – Me paso a retirar, bendiciones padre.

– Anabella besaba la mano del sacerdote quién le daba la bendición de forma amable; ella pasaba a retirarse.

Y él cura algo extrañado pregunto. – ¿Dónde está Fidias?

– Kaimorts en tono burlón decía. – Seguramente está en su habitación dibujando o haciendo cosas de personas delicadas como lo es él.

– Ondina defendiendo a Fidias decía. – El niño Fidias se encuentra en su habitación descansado de tan largo paseo que tuvo y después de nadar demasiado.

– Kaimorts haciendo mueca de inconformidad se cruzaba de brazos y miraba de mala manera a Ondina.

Pues Ondina ha demostrado querer más a Fidias en estos últimos soles, aunque ella en realidad quiere a ambos jóvenes por igual, pero Kaimorts siente que no es así.

Ondina preguntaba amablemente al cura. - ¿Desea usted hablar con el niño Fidias?

– El cura sonriendo en respuesta decía. – No deseo molestar al joven Fidias, seguramente ha de estar descansando, una siesta es algo sagrado así como la iglesia y la palabra de dios.

– Kay preguntaba de nuevo. – ¿En verdad no desea hablar con Fidias?

– El padre reafirmaba su respuesta y sonreía amablemente.

Abdulá amable le preguntaba. - ¿Se queda usted a merendar padre?

– El cura nuevamente respondía. – Benditos sean sus alimentos, gracias, pero merendé un poco antes de venir aquí, bueno sin más que hacer, me despido dios los bendiga a todos, mañana dios mediante los veré a usted su majestad y a usted príncipe en el monte de los sacrificios.

– El padre Urso dándole la bendición a la familia real, se despedía, mientras que Kaimorts amablemente decía. – Así será dios mediante nos permita y bueno yo lo acompaño padre.

– Kay le ofrecía el brazo a su esposa Abdulá y ambos decían. – Dios le guie en su camino padre.

– Ambos haciendo reverencia se despedían del sacerdote.

Ondina de igual forma se despedía diciendo. – Bendiciones en su caminar.

– Uno de los guardias era llamado por Kaimorts quién tronándole los dedos le decía. – ¡Trae el caballo del padre Urso ya!

– El guardia de inmediato iba por el caballo.

Kaimorts amablemente caminaba con el padre a la entrada principal del palacio para despedirle, el guardia le daba su caballo y el cura le decía. – Gracias hijo, dios te bendiga.

– El guardia se retiraba y Kaimorts amablemente le decía. – ¡Vaya con bien padre Urso, dios lo guíe en su caminar!

– El padre ya montado sobre el caballo se despedía dando la bendición al príncipe Ferrer y se iba.

Pero entre los arbustos, alguien estaba mirando lo que sucedía, un poco asustado al ver que el padre pasaría cerca de ahí, la persona que estaba vigilando se acostaba entre las hierbas para no ser visto, una vez ido el padre, nuevamente se asomó y comenzó a mirar analizando cada uno de los muros y guardias que protegían al palacio Ferrer. 

En tanto, dentro del palacio, en el gran comedor de cedro fino, con veinticuatro sillas del mismo corte de cedro, con cortes elegantes, delicados y la finura de la madera, en los asientos y respaldos de las sillas estaban decoradas con cojinetes de tela de seda con algodón finos y bordados a mano de algunas sirvientes del palacio.

Los Ferrer se sentaban a comer en tan elegante comedor.

Fidias que después de haber llorado bajaba al comedor, un tanto inapetente decía. – Disculpen la grosería al cura, me sentía indispuesto.

– Anabella le decía sonriente. – Pues con nosotros no debes de disculparte, debe ser con el mismo padre.

– Kaimorts sonriéndole decía. – No te preocupes primito, no hiciste falta en las decisiones tomadas para los infelices hombres, siéntate y disfruta la merienda.

– Abdulá y Kay sintieron un pesar, una preocupación, ambos se sentían un poco mal dentro de sí mismos.

Fidias al ver un poco cabizbajos a sus tíos les dijo. – Bien me sentaré a merendar aunque no tengo mucha hambre, aun así les hare compañía para que no parezca descortés.

– Kay dio la orden de que comenzaran a servir la merienda a la servidumbre.

Las criadas comenzaban a servir en las vajillas de porcelana europea que estaba sobre los manteles de encaje fino inglés, junto con los cubiertos de plata labrados con la letra “F” y las copas de vidrio con base de oro que eran llenadas con vino de cosecha española, la familia Ferrer merendaba a gusto entre opiniones y comentarios sobre el asunto de aquellos pobres hombres que fueron condenados a la horca por cometer el pecado nefando.

Mientras estaban en los últimos términos de la comida, Kay Ferrer decía seriamente. – A solo unos cuantos soles de que mi primogénito y mi sobrino cumplan veinticinco años, ha llegado el momento de la selección de sus esposas para así convertirse en hombres verdaderos y más tú hijo mío, para ser rey debes tener una esposa y obedecer cada decreto de la realeza Ferrer.

– Kaimorts dándole un sorbo a su copa de vino, con porte decía. – Yo estoy en la más correcta disposición padre para encontrar esposa, debo elegir una doncella puritana y fértil.

– Fidias un poco nervioso, bajaba la cabeza, pues se sentía un poco avergonzado.

Anabella al ver a su primo así sonreía diciéndole. – Primo, ¿No piensas decir algo sobre la selección de tu esposa?

– Fidias un poco sonrojado y nervioso, agarro y bebió de sorbo de su copa.

A lo que Kaimorts fríamente dijo al verlo nervioso. – No se preocupen por Fidias, no le gustan las doncellas, él es fémino y prefiere pecar e ir contra la ley de dios, que cumplir con la naturaleza de los hombres. ¿No es así?

– Kay un poco serio lo miró y Abdulá se sorprendió persignándose, pero Fidias un poco enojado exclamó ante lo dicho por su primo. - ¡Eso es una vil mentira Kaimorts!

– Kaimorts sonriéndole levantando la ceja le decía. – Bueno de ser mentira, ¿Cuándo quieres que se comience con la selección de esposas?

– Kaimorts gozaba de ver a su primo ponerse nervioso.

Fidias sonrojado bajaba la cabeza y comenzaba a jugar con sus dedos, Kay seriamente le preguntó. - ¿Entonces qué, no piensas buscar esposa?

– Abdulá animando a Fidias le decía. – Eres un gran mozo y seguramente la mujer que llegases a tener como esposa te dará hermosos hijos.

– Fidias sintiéndose entre la espada y la pared, dijo sin pensar las cosas. – La verdad no deseo casarme, lo que deseo es consagrar mi alma, mi espíritu y mi ser a dios.

– Fidias levantando la cabeza y veía como Kaimorts al escuchar lo dicho se sorprendía mucho, Anabella se impactó y los reyes Ferrer muy admirados se miraban entre ellos.

Fidias apenado se levantó del asiento y dijo. – Disculpen.

– Kay sintiendo que algo estaba un poco mal, se trató de levantar e impedir que Fidias se fuera, pero Kaimorts le dijo serio. – Padre deje que se vaya, al fin de cuentas no pertenece a nuestra familia real, es solo un simple familiar en segundo término.

– Los reyes se sentían apenados ante lo sucedido, así que Abdulá sintiéndose incomoda decía. – Bueno creo que iré a tomar una leve siesta, esto me abruma mucho.

– Abdulá se levantaba de su asiento diciendo. – Gracias a dios por bendecir esta comida.

– Los presentes en la mesa le respondían levantándose de sus asientos. – Gracias a dios nuestro.

– Abdulá se iba a su habitación acompañada de una de las sirvientes.

El rey Kay realizó lo mismo diciendo. – Bueno también descansaré un poco, la merienda hizo estragos en mis entrañas, permiso y a dios gracias por estos benditos alimentos.

– Kaimorts se levantaba de su asiento y decía educadamente. – Gracias a dios nuestro.

– Anabella levantada decía. – Gracias a dios nuestro, me paso a retirar, de igual forma deseo de una siesta.

– Kaimorts levantado al ver que se quedaba solo les decía serio. – De ser así también iré a tomar una siesta.

– Kay y Anabella esperaban a que la mesa fuera levantada por la servidumbre, mientras que Kaimorts bebía de gran sorbo lo que restaba de su copa.

Ondina regresando de la cocina, al ver que la mesa era recogida, exclamaba. - ¡Gloria al padre por estas comidas!

– Una vez levantada la mesa, se disponían a irse a su siesta la familia Ferrer, no sin antes que Ondina preguntara curiosa al rey.  – Disculpe su majestad, disculpe el entrometimiento, ¿pero deseo saber si los pobres hombres probaran bocado alguno?

– Kay apenado decía frente a sus hijos. – El simple hecho que estén condenados, no implica que no se les lleve alimento alguno, será su último bocado antes de partir a su condena, así que adelante Ondina puede llevarles a esos infelices la comida que sobró.

– Ondina haciendo reverencia, iba de inmediato a ordenar que a los pobres hombres probaran bocado.

– Kaimorts enojado exclamaba. - ¡Padre, ¿Cómo puede ser tan de buen corazón, para permitirles a esos pecadores que prueben alimento?, eso no es bien visto!

– Kay adelantándose le respondía sabiamente. – El simple hecho que hayan pecado y cometido delitos ante las leyes eclesiásticas, no me hace obligatoria el negarles la comida, si lo hago estaré faltando a un pecando capital, entonces a mí de la misma forma que ellos seré condenado.

– Kaimorts moviendo la cabeza de inconformidad decía. - ¡Pues eso no me parece! ¡Eres el Rey y puedes hacer lo que se te plazca! ¡Eres la máxima autoridad en esta ciudadela!

– Anabella volteaba diciéndole a su hermano. – Pero nuestro padre lo hace por humanidad y caridad, por bien propio.

– Kay dirigiéndose a su primogénito decía. – Kaimorts en la realeza no solo es mandar y ordenar, decidir el bien de la gente de esta ciudadela, sino que también hay decretos que debemos seguir, decretos como los que el padre Urso obedece por parte de la iglesia y el clero; cada dinastía así como cada iglesia tiene sus decretos fundamentales para el bien del líder eclesiástico o rey.

– Kay comenzaba a subir las escaleras, seguido de su hija Anabella.

Kaimorts en desacuerdo, agarraba una rosa de las que decoraban la mesa y pensaba maliciosamente. – Cuando yo sea rey, esos decretos desaparecerán y entonces así reinare a mi gusto, sin guiarme de pergaminos estúpidos e inservibles; seré yo el príncipe Ferrer que marque el fin de una dinastía y el comienzo de una nueva.

– Levantando la ceja, con muchas ganas y sed de poder, Kaimorts destrozaba la rosa roja, clavándose las espinas en las yemas de los dedos y brotándole ligeras gotas de sangre.

En tanto, Fidias quién había salido del palacio a caminar por los jardines, después de haberse sentido bastante incómodo y abrumado; los recorría de forma lenta y pacífica, admirando cada flor que decoraba los arbustos, admiraba cada insecto caminar entre el pasto verde y bien cuidado del jardín del palacio.

Fidias suspirando, se sentaba sobre una piedra, mirando al cielo decía arrepentido. – Dios santísimo y bendito, envíame el castigo por ser un pecador, por no sentir afecto por las doncellas y sentir sentimientos hacía otro ser igual a mí.

– Sus bellos ojos miel derramaban varias lágrimas en vista al cielo, las gotitas recorrían esas mejillas chapeadas del apuesto joven y pensando decía. – Padres lamento no haber sido el hijo que hubieran deseado que fuese, soy un pecador del nefando y merezco la peor de las condenas.

– Fidias se secaba sus lágrimas, se incorporaba de la roca y tomaba rumbo hacía los establos; estando ahí un sirviente, Fidias pedía el favor de que le ensillaran su caballo, de forma inmediata su caballo estaba preparado para montar.

Fidias montándose y al ver que dos guardias lo estaban por seguir, el serio decía. – Amables caballeros, les suplico que no me sigan, me se cuidar solo, traigo la daga de plata que era de mi madre, les ruego que a los reyes ni a nadie del palacio diga que salí.

– Los guardias acataban órdenes del joven Fidias, dejándolo salir del palacio por una de las rejas laterales.

Entre los arbustos estaba la misma persona que estaba espiando la entrada del palacio, solo que esta vez esta persona se había movido a los costados buscando la manera de entrar al palacio Ferrer, pero al ver que Fidias salía solo sin ningún guardia, la persona decía con voz grave. – Ellos tienen a dos de los nuestros, pues yo me llevaré a uno de los suyos.

– El hombre salía cortando camino entre los arbustos para no ser visto.

Fidias quién iba a paso lento con su caballo, se dejaba llevar por el instinto del animal, yéndose entre arbustos y perdiéndose entre los árboles, pues lo único que él quería era olvidarse de ese momento a vergonzante que su primo Kaimorts le hizo pasar en el comedor.

Fidias al darse cuenta que había perdido camino, se asustaba, nervioso no sabía si regresar al camino y seguir o perderse entre los arbustos, pues su intención no era regresar al palacio, su intención era buscar su propio castigo ante saberse que también es pecador del nefando, él suspirando cerraba los ojos, cuando de pronto de entre uno de los matorrales, el hombre se asomaba y aventaba un charpazo haciendo que la piedra golpeará el costado del lomo del caballo haciendo que relinchara y se parará en dos patas tirando a Fidias al suelo.

Estando él en el piso un tanto aturdido observaba nervioso a su caballo, cuando se incorporó del suelo, un hombre mulato, buen mozo lo tomaba por la espalda diciéndole. – Te mueves te mato.

– Fidias un tanto nervioso deslizo su mano izquierda sobre su capa, mientras que con la derecha sujetaba el brazo del hombre mulato.

El hombre le decía con voz grave. – Sus últimas palabras.

– Fidias mostrando nerviosismo pero a la vez astucia, sacaba de entre su capa la daga de plata que era de su madre Koldavica, apretándola del mango, en un movimiento rápido, él se la clavó en el brazo, haciendo que el hombre lo soltará quejándose del dolor, de un giro, Fidias le quitaba la daga del brazo y se ponía en posición de defensa.

El hombre mulato con voz muy grave decía. – Vaya que eres hábil.

– Fidias mostrando valentía decía. – Da la cara infeliz ladrón.

– El hombre mulato le daba la cara y fue en eso cuando ambas miradas hicieron un enlace entre ellos; el mulato de ojos café obscuro se unía ante la hermosa mirada color miel de Fidias, ambos sintiendo su corazón latir se quedaban anonadados ante el uno al otro.

El caballo de Fidias se ponía más nervioso y Fidias trataba de calmarlo diciéndole. – Quieto trino, quieto, calmado aquí estoy.

– El mulato apretándose el brazo le decía. – Peleemos como hombres, sin armas.

– Pero Fidias siendo siempre fiel a su lado pacífico y tolerante le preguntaba. - ¿Mejor dime que quieres?

– El mulato le respondía con pregunta un poco adolorido. - ¿Para que deseas saberlo?

– Fidias mostrando tolerancia le respondía. – Quiero saber el motivo por el cual usted me ataca, quiere oro se lo doy ahorita mismo.

– Fidias comenzaba a arrancarle a sus vestiduras los botones y broches de oro que tenía incrustados, así como a su capa le arrancaba los botones, nervioso se los aventaba diciéndole. – ¡Ahí los tiene! Son todos suyos, con eso le alcanza para víveres o ir a una fonda y pedir buenas comidas, o ir a una posada y solicitar un baño, pues buena falta le hace.

– El hombre mulato le decía sonriendo. – ¿Cree usted que todo se trata de oro y plata joven? Pues se equivoca.

– Fidias confuso preguntaba. - ¿Entonces que quiere?

– El mulato le respondía serio. – Quiero a Humberto y Doroteo, los dos hombres que se llevaron a la fuerza al palacio Ferrer, no diga usted que no, pues nos avisó una india que estaba merodeando por ahí.

– Fidias sorprendido decía. – ¡Así que esos son los nombres de esos pobres hombres!

– El mulato serio le decía. – Sí, esos hombres son pertenecientes a nuestra aldea.

– Fidias sorprendido baja la guardia diciéndole – ¡Hablemos como dos personas educadas! ¿Quiere?

– Bajando su daga y guardándola, el mulato se sorprendía más y decía. – ¡Yo no soy una persona educada!

– Fidias al ver que sangraba mucho el mulato, preocupado le decía. – No me importa que no sea educado, pero permítame ver esa herida, le lastime mucho.

– El mulato mirando fijamente los ojos de Fidias decía. – Usted lo hizo en defensa propia, pero en vista que usted ha bajado la guardia haré lo mismo y de igual forma.

– El mulato guardaba su charpe, rompía de sus ropas viejas un trozo de tela y se lo amarraba para detener la sangre que emanaba de la cortada que Fidias le había dado.

Fidias se ponía nervioso al ver los brazos venosos y musculosos del hombre; entre titubeos preguntaba. – Déjeme… Déjeme ver… Ver bien…

– El mulato molesto y un poco apenado le decía. – Mejor deje en libertad a esos dos hombres y no les haremos nada.

– Fidias curioso pregunto. – ¿Sus hombres? ¿Aldea? No entiendo.

– El mulato desconfiado le decía. – Es un Ferrer, de imbécil le digo a usted sobre la aldea.

– Fidias afirmando decía. – Cierto, soy un Ferrer, pero en segundo término, no soy un Ferrer de la realeza.

– El mulato mirando esos ojos color miel y darse cuenta de la verdad, le respondía. – Es la aldea de los pecadores, oculta entre los bosques y montes, solo habita gente que ha escapado de sus condenas, de las viviendas donde eran siervos, gente que ha sido excomulgada por cometer pecados y gente creída poseída por el demonio, solo esa gente puede habitar ahí.

– Fidias recordando decía. – Entonces la leyenda es cierta, esa aldea existe, nunca ha sido encontrada; ustedes se esconden muy bien.

– Fidias queriendo ayudar al hombre, este le decía molesto. – ¡Creo no debí decirle nada! ¡Esa aldea es un secreto y usted es un Ferrer! ¡Tendré que matarlo!

– Fidias indignado, sacaba nuevamente su daga y se la ponía en cara sobre su mano al mulato diciéndole. – De ser así, le doy mi daga, usted mismo máteme con ella y déjeme aquí con mi caballo, al fin de cuentas no tengo que perder.

– El mulato al ver el valor de Fidias, le agarro la daga y le dijo. – Es extraño, pero confiaré en usted; pero quiero a mis hombres libres.

– Fidias mostrándole leve sonrisa, le respondía. – Confié usted en mí.

– El mulato le devolvió su daga y Fidias agarrándola le decía. – Lamento no poder ayudar, sus amigos Doroteo y Humberto han sido condenados a la horca mañana al salir el sol, en el monte de los sacrificios; en verdad desean verles libres, vayan e intercéptenlos camino al monte.

– El mulato sorprendido le decía. – Comete traición a su sangre.

– Fidias montándose en su caballo le respondía. – Traición no, justicia sí, pues esos hombres solo se amán, más no pecaron en nada, como sea tome lo que dije como traición o consejo, según le convenga.

– Fidias avanzando poco a poco, le decía al mulato. – Tome los broches, botones y decoraciones de oro que le arranque a mis ropas, es una ofrenda de disculpa hacía su persona.

– Fidias se iba perdiendo entre los arbustos regresando al camino, mientras que el mulato se quedaba ahí impresionado por esa mirada tan dulce que radiaba de los ojos de Fidias.

La luna estaba por salir, Fidias regresaba al palacio, un guardia le preguntaba lo que le había pasado, sobre él porque había regresado de tal forma y donde había estado, Fidias le respondía que había visto a unos mendigos sufriendo por hambre y que de forma generosa él les había dado el oro de sus prendas para que pudiesen comprar comidas y pasar la noche en alguna posada; el guardia le sonreía y le daba felicitación por tan amable gesto, aunque en realidad no había sido así.

Fidias de forma discreta entraba al palacio y subía las escaleras de forma lenta y discreta para que no se dieran cuenta; él ya en su habitación se quitaba la ropa y de forma discreta se la daba a Ondina para que la quemará, contándole la misma historia que al guardia en justificación a las ropas desgarradas.

Fidias mirando por el ventanal la luna salir y el cielo estrellar, pensaba mucho en ese hombre, su voz y su cuerpo; curiosamente lo mismo le pasaba al mulato que desnudo en el rio se lavaba, pensando en la mirada noble de Fidias.

Ópalo, curándose el brazo, solo suspiraba y veía la luna salir rodeada de estrellas, pensaba. – ¡Qué bello mirar! ¡Qué hermoso mozuelo!

– Ópalo al igual que Doroteo y Humberto son féminos, a diferencia que Ópalo nunca antes se ha enamorado y tenido algún tipo de encuentro con un hombre.

Al sol siguiente, ya rumbo al monte de los sacrificios, los hombres lloraban y pedían clemencia, pero Kaimorts soberbiamente les gritaba. - ¡Jamás pecadores hijos del demonio jamás!

– Kay y Kaimorts iban en el carruaje Ferrer, mientras que los hombres iban en una carreta bajo los rayos del sol.

A lo lejos eran vistos por la emboscada que había sido preparada por la aldea de los pecadores, comandada por Ópalo, pero al ver que eran demasiados guardias, sus acompañantes lo fueron dejando cobardemente, pues le decían que eran muchos guardias y que en combate era inminente el triunfo de los Ferrer pues eran más.

Ópalo sintiéndose impotente, quería atacar, pero una leve cobardía le impidió defender a esos hombres, que solo los miraba escondido diciéndoles. – Lamento mucho lo que les sucederá.

– Ópalo agachado, sin ser visto, bajaba por un barranco, para así caminar y tomar rumbo de regreso a la aldea de los pecadores escondida entre montes y arbustos.

Estando ya en el monte de los sacrificios, el verdugo enmascarado, estaba preparado para la orden de que jalara la palanca y ambos hombres pecadores, perecieran.

El cura Urso les aventaba agua bendita diciéndoles. – Almas sumisas ante las cadenas del demonio, liberales sus almas después de este sacrificio como condena ante los pecados causados por lucifer en dos seres que fueron débiles ante él.

– Kay estaba apenado por el suceso, pero Kaimorts disfrutaba con sonrisa el sufrimiento de los hombres, con una mirada cruel, levantaba la ceja pensando. – Ojala mueran todos los féminos del mundo y no se propaguen a más allá.

– Kaimorts sonriendo gozaba de ese sufrimiento, comiendo uvas, cruelmente decía. – ¡Accionen la palanca!

– El verdugo sujetaba con dos manos la palanca para tirarla hacia atrás haciendo que el suelo se doblara hacía abajo y así los hombres colgaran de las sogas hasta morir asfixiados.

El padre Urso rezaba hincado pidiéndole a dios por las almas, unas cuantas personas con antorchas querían quemarles sus partes a los hombres, pero los guardias de los Ferrer impedían dicho suceso.

Las pocas personas les gritaban. – ¡Mueran! ¡Pécoros! ¡Indecentes! ¡Poseídos! ¡Infelices!

– Entre demás cosas; el desprecio de las personas de la ciudadela ante los hombres féminos y las mujeres machorras era inmenso; una ciudadela gobernada por unos reyes con estricto régimen católico y que ellos mismos inculcaron esa religión, habían hecho de las personas gente de mente muy aprensiva, creyente y fanática de la religión católica.

A ambos hombres se les era cuestionados su última voluntad; el cura Urso les preguntaba. – ¿Qué desean de última voluntad?

– Kaimorts gritaba impaciente. – ¡No merecen última voluntad a los hijos del pecado!

– Kay su padre le apretaba la mano diciéndole seriamente. – ¡Hijo, es parte del proceso!

– Kaimorts haciendo gesto de inconformidad, levantaba la ceja y cruzaba de brazos.

Mientras que el cura Urso les preguntaba insistente. - ¿Su última voluntad?

– Ambos hombres entrelazaron sus manos, los presentes se impactaban y se persignaban.

El cura cerrando los ojos se persignaba diciendo. – ¡Ave María purísima!

– Los hombres agarrados de las manos, se giraron ayudándose y mirándose a los ojos llorosos en ambos, se dieron frente a las personas un tierno beso en los labios.

Las personas se persignaban, se asqueaban de ver eso y el príncipe Ferrer levantándose de la silla exclamó con mucho odio. - ¡Tira de la palanca ya!

– El verdugo jalaba la palanca, haciendo que el suelo de tablas se doblara hacia abajo, haciendo que los hombres aun besándose cayeran al vacío tensando la cuerda, moviendo sus pies, mirándose el uno al otro, quedaban finalmente girando sobre las cuerdas, hasta que al fin murieron ahorcados.

Sacrilegio.

 

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¿Por qué a mí? Capítulo 9

¿Por qué a mí? Capítulo 8

¿Por qué a mí? Capítulo 7

¿Por qué a mí? Capítulo 6

¿Por qué a mí? Capítulo 5

¿Por qué a mí? Capítulo 4

¿Por qué a mí? Capítulo 3

¿Por qué a mí? Capítulo 2

¿Por qué a mí? Capítulo 1

Gay, casos de la vida real.

Gay, casos de la vida real.

Gay, casos de la vida real.

Gay, casos de la vida real.

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El Otro. Parte 3

El Otro. Parte 2

El Otro. Parte 1

Gay, casos de la vida real.

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 18

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 17

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 16

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 15

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 14

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 13

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 12

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 11

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 10

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 9

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 8

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 7

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 6

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 5

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 4

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 3

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 2

Amor, Pasión o Deseo. Capítulo 1

Gay, casos de la vida real.

Antes de Rockear al Destino. Capítulo 3

Antes de Rockear al Destino. Capítulo 2

Antes de Rockear al Destino. Capítulo 1

Gay, casos de la vida real.

El chico de mis sueños. Final Alternativo Dos.

El chico de mis sueños. Final Alternativo Uno.

El chico de mis sueños. Capítulo 8

El chico de mis sueños. Capítulo 7

El chico de mis sueños. Capítulo 6

Breve Mensaje a mis Lectores.

El chico de mis sueños. Capítulo 5

El chico de mis sueños. Capítulo 4

Heridas de Amor.

El chico de mis sueños. Capítulo 3

Gay, casos de la vida real.

El chico de mis sueños. Capítulo 2

Sacrilegio Capítulo 7

El chico de mis sueños. Capítulo 1

Show en Cam Four... (Parte 3, final)

Show en Cam Four... (Parte 2)

Show en Cam Four... (Parte 1)

Sueños de una Noche

Nuestro Secreto

Es Cuestión del Destino. Capítulo 19

Es Cuestión del Destino. Capítulo 18

Es Cuestión del Destino. Capítulo 17

Es Cuestión del Destino. Capítulo 16

Es Cuestión del Destino. Capítulo 15

Es Cuestión del Destino. Capítulo 14

Es Cuestión del Destino. Capítulo Especial Pt. 2

Es Cuestión del Destino. Capítulo 13

Sacrilegio Capítulo 6

Es Cuestión del Destino. Capítulo 12

Es Cuestión del Destino. Capítulo 11

Es Cuestión del Destino. Capítulo 10

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Es Cuestión del Destino. Capítulo 6

Es Cuestión del Destino. Capítulo 5

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Es Cuestión del Destino. Capítulo 1

Sacrilegio Capítulo 5

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Licua-Mix de Relatos 2013

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Sacrilegio Capítulo 2

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Luna de Miel Capítulo 15 Gran Final

Luna de Miel Capítulo 14

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Luna de Miel

En los ojos del amor Capítulo 37 Gran Final

En los ojos del amor Capítulo 36

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Rockeando al Destino Capítulo 23 Gran Final

Rockeando al Destino Capítulo 22

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Rockeando al Destino Capítulo 4

Rockeando al destino Capitulo 1

Rockeando el Destino Capítulo 3

Rockeando al Destino Capitulo 2