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Sacrilegio Capítulo 7

en Gays

Hola! Admito que está historia es muy complicada de desarrollar y  de escribir, pero no por eso dejaré inconclusa su trama,

así que aunque me tarde 10 mil años, terminaré, lo sé... Espero sean pacientes, muchas gracias y que disfruten el texto.

 

Capítulo Siete.

La iglesia y sus sombras oscuras.

 

Luego de que Kaimorts hablara con el cura Urso Rey; dejándole sembrado un temor en su conciencia; él en la sacristía rezaba diciendo. – Sé bien que cometo pecados, pero lo que el príncipe Ferrer solicita es algo que rebasa mucho tus limites señor; ¡apiádate de mí señor, se misericordioso!

– Urso se ponía a rezar muy nervioso e intranquilo; mientras Kaimorts a caballo, regresaba al palacio de una forma pacífica y sin prisas.

Kaimorts iba pensando. – Tengo que ser muy cauteloso e inteligente para quitar de mi camino a los reyes Ferrer, tengo que pensar muy bien las cosas, que el deseo y la avaricia por ser rey no me anule mis planes, lo que deseo hacer y lo que pienso cometer.

– Continuaba su trayecto al palacio, muy pensativo y serio.

En tanto, el carruaje real con ruta al palacio, se cruzaba con el carruaje de Macrina y Ópalo; la reina al verlos, de inmediato exclamo. – ¡Detenga el carruaje, deténgalo!

– El rey preguntaba algo exaltado. – ¡¿Sucede algo reina mía?!

– Respondiendo abría la puerta diciendo. – Nada grave, sólo una cordial invitación, espera aquí.

– Acomodándose el vestido bajaba de brinco la reina.

Macrina por intuición, serena le decía a Ópalo. – Détente un momento.

– Ópalo se detenía, cuestionando serio. – ¿Para qué?

– Macrina le sonreía y con la vista le señalaba que la reina Ferrer se dirigía con ellos.

Ópalo inconforme cruzaba de brazos; Macrina le decía con mano al hombro. – Mulato, sea caballeroso y amable, le conviene serlo.

– Ópalo estaba por responderle, cuando la reina se paraba a un costado de la carreta y sonriente decía. – Un gusto verla por estos rumbos.

– Macrina haciendo reverencia con la cabeza decía. – Honor verla su majestad.

– Ópalo incomodo hacía reverencia con la cabeza diciendo. – Maravilloso medio día tenga usted y su esposo.

– La reina mostraba una cálida sonrisa diciendo. – Amable de su parte; le debo mucho a usted Macrina, es por eso que quiero invitarla a usted y su sirviente a la festividad de mi hijo el príncipe Ferrer y de su primo Fidias; ¿podrán acompañarnos está noche?

– Ópalo sentía una emoción en su interior; pero debido a su carácter, no la mostraba, ocultándola con un gesto de seriedad.

Macrina sonreía y cansada le respondía. – Gracias, estaremos en ese festejo, usted sabe bien lo mucho que quiero a su hijo y al joven Fidias, al oscurecer estaremos allí.

– Ópalo se sorprendía por la respuesta de ella, quedando quieto ante la reina.

Ella amablemente les decía. – Seguiré agradecida siempre con usted, dios la acompañe.

– Macrina haciendo nuevamente referencia respondía. – Dios siempre la proteja.

– La reina con sonrisa a Ópalo se despedía y él algo nervioso agachaba la cabeza.

Regresando al carruaje real, el rey cuestionaba. – ¿Los invitaste?

– Respondiendo ella sonreía. – Sí, gracias a ella Kaimorts nació y Fidias logró sobrevivir.

– El rey no muy contento movía la cabeza diciendo. – Cierto, además ella le guarda cierto cariño a ambos, no veo el por qué no deba asistir.

– Ordenaba él con su mano al conductor. – Continué el camino.

– El carruaje se comenzaba a mover, con trayecto al palacio Ferrer.

En parte Ópalo, Macrina y Adrián; que dormía sobre unas tablas sueltas regresaban con rumbo a su aldea; cuando en su trayecto escuchaban unos gritos de dolor y sufrimiento provenientes de un barranco.

Macrina inquieta decía. – Para mulato, para.

– Adrián despertaba y cuestionaba intrigado. – ¿Escucharon lo mismo que yo?

– Ópalo se bajaba de la carreta y decía serio. – Sí, todos escuchamos.

– Macrina ordenaba diciendo. – Vayan a ver qué sucede, puede ser alguien en peligro.

– Adrián se bajaba de la carreta diciendo. – Vamos Ópalo.

– El mulato y él caminaban pasando entre los altos matorrales y arbustos; pisando con cuidado llegaban a la barranca, dónde veían al fondo a dos novicias y a una monja tratando de ayudar a otra monja que se quejaba de fuertes malestares estomacales.

Ópalo al verlas decía. – Las ayudaremos.

– Adrián cuestionaba asustado. – ¿Cómo?

– Ópalo miraba y veía un sendero de bajada a poca distancia de donde estaban.

Él señalaba diciendo. – Por allá, dirige la carreta con ese rumbo, bajaré por aquí para ver qué sucede.

– Adrián asustado le decía. – Sí, lo haré, con mucho cuidado.

– Adrián se regresaba presuroso y Macrina al verlo así preguntaba. – ¿Qué sucede?

– A lo que le respondía mientras tomaba el control de la carreta. – Unas monjas están tratando de ayudar a una de las suyas, al parecer está grave, grita mucho y se coge el estómago con ambas manos.

– Macrina seriamente le decía. – No es el estómago.

– Adrián intrigado cuestionaba. – ¿Cómo dice usted?

– Macrina titubeando decía. – ¡Avanza, avanza, debemos ayudarlas!

– Adrián exigía velocidad para llegar al punto donde esas monjas estaban; en lo que Ópalo bajaba cuidadosamente la barranca.

Él les gritaba. – ¡Tranquilas, las ayudaremos, descuiden!

– La Monja Santa decía mostrando seriedad. – Tranquila hermana Quina, tranquila, nuestro creador no nos desamparará, ha llegado ayuda a nosotros.

– Quina que estaba recostada sobre una gran piedra decía entre quejidos. – No aguanto, me duele, fue muy fuerte el golpe, me duele.

– Las novicias Elena y Rosa se miraban temerosas y al ver a Ópalo acercarse ocultaban sus manos con un poco de sangre entre sus hábitos.

Ópalo al llegar preguntaba un poco sofocado. – ¿Qué le sucede hermana?

– A lo que Santa respondía fría y soberbia. – Cortamos con rumbo a la iglesia, íbamos a ver al padre Urso de pronto la novicia Elena resbaló y al quererla ayudar entre todas, no pudimos y caímos al barranco, la hermana Quina está herida y no sabemos ¿por qué?

– Santa miraba con dominación a las novicias y con su mano les hacía seña que guardaran silencio; Quina estaba pálida, sudando frío y con intenso dolor y muchos gritos.

Ópalo se acercaba y apenado decía. – Usted disculpe hermana, debo averiguar que sucede.

– Ópalo palmeaba la zona del estómago y se percataba que estaba inflamado y duro; cuestionaba preocupado. – ¿Se golpeó con alguna roca hermana?

– Quina suspiraba respondiendo. – Sí, supongo.

– Ópalo no estaba seguro de lo que pensaba, así que decidía esperar a que Adrián y Macrina llegaran a ese punto.

Nerviosas las novicias y las monjas, al igual que el mulato aguardaban a que Macrina llegara.

Estando una vez ahí, Macrina bajaba de la carreta ayudada por Adrián, preocupada decía. – Deben recostarla en un lugar plano para ser revisada.

– Adrián y Ópalo se disculpaban y ayudando a la monja Quina la movían a un lugar plano.

Quina se quejaba mucho, se sostenía la pansa y decía. – ¡Me duele mucho, de verdad duele!

– Macrina seria decía. – Es lo que me imagino.

– Santa seria y fría la miraba preguntándole. – ¿Qué imagina usted bruja hierbera?

– Macrina le sonreía y respondía sarcásticamente. – Lo que usted y otras monjas hacen bajo los túneles de la iglesia, a lo que ustedes recurren conmigo a escondidas.

– Santa se abrumaba, se acomodaba los hábitos y le decía seria. – No sé de qué habla, mejor ayude a la hermana Quina.

– Macrina mostraba ligera sonrisa y Santa la miraba fríamente.

Quina al ser recostada en unas tablas que habían bajado las novicias por indicaciones de Ópalo, comenzaba a sangrar de manera sorpresiva; las novicias cautelosas se ensuciaban las manos con un poco de tierra para ocultar la sangre seca que en sus manos traían.

Macrina al verla sangrar exclamaba diciendo. – ¡Necesitaré que le quiten la ropa interior y levanten los hábitos, está mujer está rechazando una criatura!

– Las novicias asustadas y nerviosas quedaban perplejas.

Quina impresionada y nerviosa temblaba gritando. – ¡No, no puede ser!

– Santa fría quitaba de su lado a las novicias Rosa y Elena; diciendo alterada. – ¡Quítense si no van ayudar!

– Ellas se apartaban temerosas, Adrián estaba muy sorprendido, Ópalo estaba todo lo contrario y se ponía a buscar hierbas que detuvieran la hemorragia.

Macrina al ver a Adrián parado ahí sin moverse, le gritaba. – ¡Muchacho, vaya con las novicias y déjeme a mí con el mulato haciendo el trabajo!

– Adrián impresionado se dirigía con las novicias.

Rosa preguntaba nerviosa. – ¿La hermana Quina está embarazada?

– Adrián impactado respondía. – Sí, al parecer.

– Elena tomaba el rosario y temblando preguntaba. – ¿Morirá?

– Adrián temeroso le respondía. – No sé, no lo sé.

– Rosa se persignaba y Elena le decía anonadada. – Hermana pidamos a nuestro creador que la hermana Quina se salve y su criatura igual.

– Rosa se acercaba diciendo con cara de preocupación. – Ave maría purísima.

– Elena respondía de igual forma. – Sin pecado concebido.

– Ambas novicias se ponían a rezar con mucho fervor y mostrando cierto arrepentimiento.

Adrián las miraba y les notaba algo extraño en ambas manos y en las mangas de sus hábitos que tenían sangre seca; las novicias no se percataban que Adrián estaba a punto de describirlas, ¿pero esa sangre de quién será?

Luego de un lapso; Macrina lograba sacar la criatura del vientre de Quina; Santa muy sería veía al feto en proceso de desarrollo aún moverse.

Y Quina semiinconsciente decía. – Me siento mal, muy mal.

– Macrina le decía tratando de calmarla. – Tranquila, se te adelanto el parto, tu cuerpo rechazó a la criatura y perdiste mucha sangre.

– Ella dirigiéndose a Santa, le decía. – Será mejor que la llevemos a la aldea, ahí estará mejor cuidada, estamos más cerca.

– Santa muy seria le contestaba. – No, no la llevaremos al convento.

– Macrina molesta le decía. – ¡No puede caminar!

– A lo que ella le contestaba de una forma seca. – ¡No la llevaremos arrastrando sí es posible!

– Ópalo furioso le decía. – ¡¿Usted qué es?! Es una persona inhumana que aunque porte esa túnica tiene el corazón duro como roca y no se compadece de su compañera.

– Santa le decía seriamente. – Dios perdone tu forma de dirigirte a mí, tú eres un pecador, no pretendas mostrar bondad cuando en tu ser careces de ello.

– Ópalo le decía incomodado. – Seré lo que usted quiera y diga, pero eso no me impide decirle a usted sus verdades.

– Macrina con criatura en manos le decía molesta. – Que el creador me perdone, pero usted es una monja sin vocación, amargada y llena de resentimientos, algún día todo lo que hacen ustedes su congregación, junto con el padre Urso se sabrá, entonces así perderán poder ante los demás.

– Santa les decía molesta. – ¡Se les está olvidando ¿quiénes son ustedes y quiénes les brindan apoyo para que no sean condenados por parte del clero y de la santa inquisición?! Ustedes llevan las de perder si nos llevan la contra o tratan de revelar ciertos asuntos en los que principalmente ¡tú bruja hierbera has sido participe!, acéptenlo pierden más de lo que nosotros.

– Macrina y Ópalo se miraban con cierto disgusto.

Santa seria les decía. – Así que las cosas se hacen como yo diga, les guste, ¡o no!

– Quina estaba desfallecida, ella preguntaba. – ¿Vive, qué es, quiero saber?

– Santa se hincaba a su lado y mirándola a los ojos le decía. – Hermana Quina tuvo la oportunidad de decir el estado en el que usted se encontraba, ¿por qué no lo hizo?

– A lo que ella la miraba con cierto rencor respondiendo. – Por qué quería tener la dicha de ser madre como la virgen maría y como usted.

– Santa abrumada la miraba asustada y volteaba a ver a Macrina y Ópalo quienes no habían escuchado nada de lo que Quina había dicho.

Santa susurrándole al oído le decía. – La ventaja es que el hijo que tuve, lo tuve antes de dedicarme a dios, no cometí la estupidez que tú.

– Quina comenzaba a respirar precipitadamente, preguntando nuevamente. – ¿Qué fue?

– A lo que Macrina se le acercaba mostrándole en manos el pequeño feto, respondiendo. – Al parecer iba a ser un niño, aún se mueve.

– Quina emanando lágrimas decía. – Dios padre bendito perdóneme por faltarle a su honor, por ser una pecadora.

– El viento comenzaba a soplar; Quina decía sofocada. – Recibe a esa criatura en tu seno señor, apiádate de mí.

– Quina estaba muy mal, entre la vida y la muerte.

Santa al ver como estaban las cosas, se levantaba y les decía a ellos. – En el estado de cómo está la hermana Quina, pido que nos lleven hasta la iglesia, para que esté más cómoda.

– Ópalo de inmediato se trepaba a la carreta y comenzaba a hacer espacio entre las cosas que habían comprado.

En tanto Macrina sonreía ligeramente diciendo. – Se ha dado cuenta de las cosas, su creador le ha mandado una señal, una prueba de que existe y se encuentra decepcionado de ustedes y de la forma en que representan su imagen.

– Macrina colocaba el feto que lentamente dejaba de moverse sobre los hábitos de Quina y gritaba. – ¡Adrián, hermanas, necesitamos ayuda!

– Santa quedaba incomoda y molesta ante el comentario de Macrina, se cruzaba de brazos y al llegar las novicias y Adrián; ella mostrando preocupación decía. – Llevaremos a Quina a la iglesia, está muy mal, debemos llevarla a que le den los santos oleos.

– Las novicias preocupadas derramaban lágrimas y Adrián se disponía a ayudar a Ópalo a hacer espacio en la carreta.

Pasando el rato las novicias, las monjas y Macrina iban en la carreta, a pie iba Adrián turnándose con Ópalo para dirigirla.

Mientras Fray Odón caminaba cerca del rio; no muy lejos de donde habían estado las monjas y las novicias; él iba muy pensativo, cuando de pronto a lo lejos sobre unas piedras, encontraba a una persona de baja estatura tirada; de inmediato él corrió para ver quién era y al estar justo frente de la persona, se llevaba un gran y terrible susto.

Fray Odón exclamaba. – ¡Dios mío, ¿quién fue la persona que te hizo eso?!

– Hincándose miraba al cielo y decía con profunda tristeza. – Que está persona descanse en paz y recibas su alma de este pobre inocente en tu gloria dios padre todo poderoso y misericordioso.

– Rezaba por el alma de la persona; que se encontraba desnuda, de espaldas y con múltiples golpes en brazos, piernas, espalda y con el cráneo prácticamente destrozado.

Luego de rezar él invadido por la curiosidad, volteaba el cuerpo y se sorprendía al ver que era la cara un niño de apenas trece años, con múltiples moretones en la cara y pecho.

Llorando Fray Odón decía. – ¡En paz descanses y perdones a quien te haya hecho esta atrocidad!

– Odón triste continuaba su camino de regreso a la iglesia; dejando el cadáver ahí hasta esperar a que el rio con más fuerza arrastrará el cuerpo lo más lejos posible.

Al llegar a la Iglesia; Urso Rey era llamado con urgencia por Adrián; Urso al verlo entrar presuroso a la sacristía le decía molesto. – ¡No eres digno de pisar este suelo bendito, aléjate de aquí hijo de satanás!

– Adrián sin importarle mucho lo que le decía, hablaba. – No vengo a rezar, ni mucho menos pedir perdón, vengo a avisarle que una de las monjas está muriendo.

– Urso asustado exclamaba. – ¡Dios Santo!

– Urso salía a prisa y Adrián tras de él.

Al ver Urso al ver entrando a la iglesia a Macrina, Santa, las novicias y que Ópalo cargaba en brazos a la hermana Quina y entre sus brazos cruzados un cuerpecito inerte ensangrentado; impactado Urso les decía. – ¡Pasen, llévenla por ese pasillo al fondo!

– Ópalo presuroso caminaba, junto de él Macrina.

Urso gritaba impaciente. – ¡Odón, Odón!

– La iglesia vacía ocasionaba un eco de su voz un tanto estremecedor; Adrián caminaba lento tras de ellos, las novicias se detenían a persignarse lamentándose la tragedia y Santa sólo veía fríamente a Urso preocupar.

Ópalo recostaba a Quina en una cama sencilla, Macrina trataba de ayudarla a no sufrir mucho, Adrián estaba atónito, al igual que las novicias; quienes se quedaban rezando; Adrián caminaba para evitar ser testigo de esa desgracia, recargándose en uno de los grandes pilares de ese pasillo.

Urso estaba angustiado y temeroso, Santa para calmarlo le iba diciendo como habían pasado las cosas.

Urso neurótico preguntaba. – ¡¿Hicieron lo que ordene?!

– Santa vigilando que nadie los escuchara le respondía seriamente. – Sí, hicimos lo que siempre hacemos, pero esté engendro del demonio tenía fuerza, por eso la hermana Quina se puso así, por qué el niño alcanzo a golpearla fuertemente en el vientre con su pie cuando tratamos de aventarlo al rio, hasta que una de las novicias con un tronco le golpeó la cabeza y fue así como pudimos librarnos de él.

– Urso se molestaba diciendo. – ¡No, no, no!

– Santa asustada le hacía con la mano. – Shh… nos pueden escuchar.

– Urso moderando su voz, continuando molesto decía. – Eso no quería que hicieran, era fácil ahogarlo y dejarle ahí que la corriente lo arrastrarla lejos, ahora entiendo por qué tú y las novicias vienen manchadas de sangre.

– Santa sonreía diciéndole. – Las manchas de sangre son de la hermana Quina.

– Urso entendía y decía sínicamente. – No cabe duda que nuestro creador siempre nos protegerá, siempre nos ayudará y librará del mal.

– Santa le decía seria. – Amén padre.

– Ambos caminaban al fondo del pasillo para ver a Quina.

En lo que Adrián salía del pilar e impresionado decía. – Son unos malditos degenerados, ¡merecen la orca!

– Adrián se salía de la iglesia con mucho rencor y resentimiento, pensando. – Algún día pagaras Urso por eso, por lo que me hiciste y por lo que seguramente has de hacer en los túneles.

– Adrián apretaba sus puños y decía con coraje. – Sí sales librado, yo mismo me encargaré de que no, con mis manos me encargaré.

– Adrián algo pensante, se subía a la carreta a esperar a irse de la iglesia.

En el interior de la iglesia, luego de dar los santos oleos a Quina y de rezar; Urso pedía amablemente a Ópalo y Macrina retirarse; pues ya no había nada más que hacer.

Macrina le decía esperanzada. – Se puede hacer el intento.

– Urso le decía lamentándose. – No hay nada que hacer noble mujer, dios pagará lo que hiciste por ella.

– Ópalo serio decía. – Ya escuchó, no hay más que hacer.

– Macrina miraba el rostro pálido de la mujer y recordaba a la madre fallecida de Kaimorts; derramando una lagrima daba la espalda y caminaban para salir.

Santa al verlos irse les decía seria. – Ni una palabra a sus aldeanos o a cualquiera de los que ustedes conozcan, recuerden quién protege a quién.

– Ópalo se mostraba serio diciendo. – Descuide, no se dirá nada a nadie.

– Santa le aventaba a él un saco de oros y le decía. – Es la paga que el padre Urso ordenó para ustedes, no cuenta como su manutención.

– Macrina la miraba con cierto desprecio diciendo. – Luego vendré por lo que a ustedes les corresponde dar.

– Santa les daba la bendición con una sonrisa, diciendo. – Que dios padre nuestro creador los proteja y guíe su camino amables personas.

– Macrina y Ópalo salían de la iglesia donde su ambiente era oscuro, de muchas sombras, turbio y con muchos secretos entre sus paredes y pilares.

Adrián al verlos salir sonreía, Macrina igual y Ópalo cargando el saco con oros, le miraba con cierta ternura; habiendo una conexión entre sus miradas; nuevamente tomaban trayecto a la aldea en su carreta; Adrián iba callado sin decir nada de lo que había escuchado.

Macrina agotada iba diciendo. – Mulato creo que al anochecer estaré más cansada de lo que ya me encuentro, espero asistas al nombramiento del príncipe Ferrer.

– Adrián al escuchar eso, desconcertado preguntaba. – ¿Les invitaron?, ¿piensa ir usted y Ópalo?

– El mulato serio respondía. – Macrina no irá, podrás ir conmigo si lo deseas.

– Macrina le sonreía diciendo. – Dormías cuando la reina se bajó de su carruaje y nos invitó al mulato y a mí.

– Adrián se sorprendía y decía. – Cuando duermo, me duermo muy profundo.

– Ópalo mostraba una notable sonrisa y preguntaba a Adrián. – ¿Vamos o no?

– A lo que él contento decía. – Sí, claro, deseo ir.

– Ópalo regresaba la mirada al frente pero de reojo miraba a Adrián que le observaba con mucha ternura y amor.

Macrina los miraba con felicidad a ambos pensando. – Se desatara un conflicto por el amor del mulato, sólo espero no haya sangre derramada.

– Los tres seguían el trayecto a la aldea.

Fray Odón llegaba a la iglesia, triste y llorando, dispuesto a contarle al padre Urso lo que había visto a la orilla del rio, pero se daba cuenta que no estaba y que la cama donde él solía dormir estaba sin la sabana que la cubría.

Fray Odón se preguntaba. – ¿Dónde podrás estar Urso Rey?

– Cerraba la habitación sin haber observado que en el piso habían pequeñas gotas de sangre.

Mientras que en los túneles de la iglesia; Santa, Urso las novicias Rosa y Elena, cargaban con esa sabana envuelta a Quina, quien aún estaba con vida; la colocaban en una catacumba sin sellar.

Quina moribunda preguntaba, agonizando. – ¿Qué hacen? ¿Qué… qué piensan… piensan hacerme?

– Santa le colocaba un crucifijo diciéndole. – Estarás con vida cuando te sellen en tu catacumba hermana.

– Quina por la debilidad no podía moverse ágilmente; ella asustada pedía ayuda. – ¡Piedad, por piedad… clemencia ante esta sierva del señor!

– Las novicias algo tensas y abrumadas comenzaban a sellar la catacumba dónde Quina estaba; ella lloraba y pedía ayuda.

Urso se persignaba diciéndole. – ¡Dios reciba tu alma hermana nuestra, hija de dios padre todo poderoso, que goces del paraíso!, ¡descansa en paz!

– Santa sonreía diciendo. – Que así sea, amén.

– Quina aún con vida poco a poco era encerrada en la catacumba.

Mientras que Santa les decía a las novicias. – Sin miedo, la madre superiora sabe que existen novicias y monjas lujuriosas que se aprovechan de los jóvenes frailes para pecar contra los mandatos que nuestro creador nos manda, así que no debe existir temor por lo que suceda, pues monja o novicia que se le cae el embarazo muere, así que eso diremos.

– Urso se alegraba y tranquilizaba ante la astucia de Santa; tomándola del brazo y llevándosela a uno de los pasillos para tener sexo con ella, en lo que las novicias terminaban su labor con un poco de tranquilidad.                                       

Sacrilegio.

 

Muchas gracias por su tiempo y paciencia les deseo un gran día, también les invito a que me comenten, escriban al correo o anexén en FB, saludos.

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