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¿Por qué a mí? Capítulo 3

en Gays

Hola, gracias por el apoyo a esta historia; me gustaría saber sus opiniones, sugerencias, criticas y comentarios;

pueden mandarlas al correo o contactarme vía FB, con gusto los leere, saludos, que tengan un estupendo día.

 

 

Capítulo III

DE LA NOCHE A LA MAÑANA.

 

 

Perplejo, atónito, estupefacto, anonadado, idiotizado, cómo deseen llamarle a mi reacción; estuve con el doctor durante casi hora y media recibiendo indicaciones sobre mis cuidados de salud; posteriormente me pasaba la orden para el análisis clínico confirmatorio; qué viéndolo de una forma “positivamente lógica”; era de esperarse que sí, soy seropositivo.

En la espera de ser llamado a ingresar al laboratorio; escuchaba el cuchicheo de algunas enfermeras; la enfermera delgada decía. – ¿Supieron lo que sucedió esta mañana?

– Enfermera gordita, morena y simpática hablaba. – No manita, cuéntanos, ¿qué paso?

– La enfermera de mala cara, medio amarga y ya con menopausia hablaba. – ¡Ya niña, dinos!

– La enfermera junto a ella, pero más buena onda y por lo que se ve con más experiencia, parlaba. – Sí niña, no des vuelta al asunto, plática, anda.

– La delgadita respondía con asombro y morbo. – Bien ya, les diré, pero no es ser chismosa eh, pues resulta que el jovencito que llegó esta mañana a urgencias fue el mismo al que ayer se le diagnostico VIH.

– La enfermera simpática dijo impresionada. – ¡Ay dios!, ¡Fue él!

– La enfermera buena decía angustiada. – ¡Santo dios, pobre chiquillo!

– La enfermera agria decía muy seria. – ¡Pues eso le pasó por andar de caliente, habiendo condones y hasta regalados, lo que les pasa!, ¡sí, se escucha mal mi reacción, pero es la verdad!

– Yo las escuchaba dialogar, en lo que mis nervios me terminaban de consumir.

La delgadita le decía. – Bueno sí, pero tampoco era para que tuviera ese destino el pobre.

– La enfermera agria cuestionaba con duda. – ¿Pues qué le paso?

– La simpática enfermera, respondía sin saber bien. – Pues dicen que sus padres lo agarraron a golpes, hasta dejarlo como santo cristo, está muy grave aquí internado.

– Al escuchar eso, ¡nombre!, mi corazón casi se me sale por la garganta sólo de imaginar que eso mismo me llegase a pasar con mi familia.

Posteriormente la enfermera delgadita seria dijo. – Si no sabes no hables, luego por eso se hacen los chismes.

– La buena enfermera, le decía. – Bueno mija, sí eso no paso, entonces me imagino que tú si debes saber qué fue, ¿entonces qué sucedió?, cuéntanos para no quedarnos con la duda.

– Estaba súper nervioso, preocupado y angustiado, inclusive por la curiosidad de saber, me acercaba unos asientos más con cautela y discreto.

La enfermera delgadita, despejaba la incógnita diciéndoles. – Pues no lo golpearon sus papás como se creía; resulta que el joven les escribió unas cartas a sus padres y hermanos, posteriormente se fue a la escuela y ahí desde el tercer piso se arrojó al área de estacionamientos, cayó sobre el concreto; llegó la ambulancia y lo trajeron para acá, aún con vida, pedía perdón, que le quitaran el dolor de cabeza y cuerpo, comenzó a vomitar sangre y ya entrando de urgencia al quirófano falleció; todo fue por saberse infectado a tan corta edad.

– Las enfermeras cambiaron sus semblantes, muy afligidos y tristes.

La enfermera agria dijo. – Me siento muy mal por lo que dije, pobre muchacho, ojalá descanse en paz.

– Yo me estremecí, mi corazón se encogió, mi piel se erizo y sentí una punzada en el pecho.

Sí, quería llorar a moco tendido; era un chico, por lo que decían un jovencillo, me sentí muy mal y sí en mi mente estaban las ganas de quedarme con la duda si era o no portador, ahora por saber eso, decidía que me la hicieran, tratando de aceptar el resultado que fuera.

Diez minutos después de eso, salió ahora un químico muy apuesto y simpático; con voz de gladiador, mencionó. – Job Cáceres.

– Me incorporé nervioso y pasé muy serio.

Él me decía amable. – Buenos días, siéntate, descúbrete el brazo que desees en lo qué te muestro el equipo a usar.

– Haciendo el protocolo que hacen todos o casi todos los laboratorios, me mostraba las agujas estériles y demás instrumentos a usar.

Nervioso y tenso, le preguntaba justo cuando estaba por ligarme. – Disculpe, ¿hay algún problema que venga desayunado?

– El químico me dijo amablemente. – No, no hay problema realmente, estar en ayunas sólo sirve para tener seguridad en los datos de la glucosa y los lípidos, pero el resto de los resultados analíticos da igual si el paciente ha comido o no.

– Exhalé y al mostrarme muy nervioso, exclamé antes de que me pinchará. – ¡No, espere, no!

– Él se detuvo, me miró y dijo. – No dolerá, ¿o es tu primera vez que te pinchan?

– Sonrió y yo pensé de manera vulgar. – “Pues no es la primera vez, ya me han pinchado, con gruesas y venudas o con delgadas, cabezonas, pero gruesas y largas ¡jamás!, aunque se ve que usted si está bien despachado". 

– Miraba su entre pierna en lo que pensaba esas palabras.

Él de nuevo me preguntaba. – Disculpe, joven, ¿es su primera vez que lo pinchan?

– Reaccionando, decía tenso. – ¡Sí, es decir no, bueno sí!, ¡ay qué estúpido!

– Él químico exclamó. – ¡¿Perdón?!

– Avergonzado, hablaba. – No, no, usted no es estúpido, disculpe, estoy muy nervioso por los resultados; no es la primera vez que me sacan sangre.

– El químico amablemente me decía. – Descuide, no pasará nada, sea lo que sea, con medicamentos, con un buen control y constante chequeos, usted podrá llevar una vida normal y sana; además que aquí mismo tenemos ayuda médica y psicológica en caso que requieras del apoyo.

– Suspiré, a mi mente venían sin fin de reacciones familiares y de amistades.

Sería el sidoso, el infectado, mi cabeza estaba invadida de pensamientos negativos; el químico al verme así, me comenzó a aflojar la liga diciendo. – Tranquilo, no es el fin del mundo, te vamos a ayudar y brindar apoyo, descuida, estarás bien.

– Mi quijada temblaba, mis manos igual, estaba frío; parecía cubito de hielo, la presión se me había bajado más de lo normal.

El chico me decía. – Con información y cuidados, estarás bien, es cosa de que tú lo requieras, no te dejes por miedo, por ignorancia y recurras al suicidio como el chico de esta mañana.

– Yo me cimbré, mi corazón palpitaba lento y lo único que pude emanar vocalmente fue. – ¿Sabía quién era?

– Recibiendo como respuesta por parte de él. – Sí, se llamaba Calixto; ayer recibió los resultados de su prueba confirmatoria, se le diagnostico SIDA; no llevó control, ni cuidado, no sabía si quiera que estaba infectado; se enteró demasiado tarde.

– Exhalé, estiré mi brazo y cerraba los ojos; indicándole que prosiguiera con los análisis.

Con mucha pena y vergüenza, me decía. – ¡Acabo de cometer una falta ética y profesional!, ¡discúlpeme!, no quiero que vaya a pensar mal de mí o del personal de este hospital; perdón.

– Con los ojos cerrados y tensos, le hablé. – No, no se preocupe, no diré nada sobre esto, hizo mal, es verdad, pero descuide, prosiga con esto, por favor.

– Aclarado el asunto, él me ligaba de nuevo y buscaba la mejor vena en mi brazo.

En lo que yo en mi mente me decía asombrado. –“¡No puede ser, no puede ser, fue Calixto!, ¡el chico de unos dieciséis años que estaba ahí sentado con angustia y pena; ahí solito y consumiéndose en la enfermedad!, ¡pobre muchacho, ojalá esté descansando en paz!”.

– De tan ido que estaba, ni si quiera sentí el piquete y la extracción; cuando finalizó, él dijo. – Ya pasó; mañana por la mañana estarán tus resultados y posteriormente pasaras con el doctor; tranquilo y calmado chico, a veces salen falsos reactivos como falsos no reactivos, ojalá seas de un falso reactivo positivo y de nuevo tengas calma en tu vida; se ve que eres un joven alivianado y cero libidinoso.

– Al escuchar eso último, me dieron ganas de reírme, pero me aguanté y sólo pensé. – “Como se nota que no me conoce el químico, si tan sólo supiera que fui todo lo contrario y por eso estoy como estoy”.

– Puse cara seria y dije. – Pues no se crea, si fuera como usted piensa de mí, no estaría en esta situación.

– El químico se sonrojó y me abrió la puerta diciendo. – No se le olvide mañana sus resultados; estos no llegan por correo, debido a la hermética discreción que se tiene, usted deberá recogerlos con esta tarjeta que le entrego.

– La tomé, guardé en mi cartera y dije. – Gracias, buen día, hasta luego.

– El chavo, me sonrió diciendo. – Buen día, tranquilo, saldrá bien, tenga fe.

– Me salí, ignorando ese último comentario.

¡No deseaba nada más positivo por este día!; evacué el nosocomio y caminé y caminé con la nube de preguntas sin respuestas que se avecinaban.

Yo recordaba que una vez cuando me enfermé de la garganta; hace unos años atrás; estuve en un tratamiento de antibióticos, pero debido a que esa infección no cedía, recurrí a la ayuda de mi padre; en ese entonces él ya estaba separado de mi mamá y en proceso de divorcio; bueno él me llevó al hospital dónde él trabaja y su colega me examinó, al cabo de unos minutos, habló muy serio con mi padre y él me cuestionaba serio. – ¿Ya has tenido relaciones sexuales?

– Con pena respondí. – Sí, ¿por?

– Pero nunca, nunca, nunca especifiqué si con hombres o mujeres; pero ya tenía una vida sexual bastante activa, ya a mis 17 años en ese entonces, estaba más recorrido que la carretera México-Puebla.

El doctor y mi padre me dejaban ahí en la camilla sentado en la espera de que regresaran; en lo mientras, me sentía muy cansado, adolorido y lo que quería era seguir durmiendo por la maldita infección que me tenía tumbado; posteriormente mi papá regresó con mucha seriedad, me sacó del hospital con cara de poco amigos y en el camino a casa me decía. – Debes estar en ayunó de doce horas, te van a realizar una prueba de sangre.

– Me entregaba la orden médica y me sorprendía, pues era la solicitud de la prueba de E.L.I.S.A; la cual en el hospital no me la hicieron por qué a mi padre le daba vergüenza que su hijo le hicieran esa prueba y resultará positiva; a parte que ahí no tenían reactivos suficientes para realizar la prueba, según ellos, por eso me los hicieron particulares.

Cuando me los realizaron y entregaron, salí negativo; estaba limpio, ni un reactivo; por lo consiguiente me hicieron otro estudio que me arrojaba como diagnostico la famosa enfermedad de Mononucleosis infecciosa; conocida también por la enfermedad del beso; es una enfermedad infecciosa causada por el virus de Epstein Barr, aparece frecuentemente en adolescentes y adultos jóvenes, y los síntomas que la caracterizan son fiebre, faringitis o dolor de garganta, inflamación de los linfonodos y fatiga.

Mi infección era tan severa; puesto que tenía blanquecina la garganta y amígdalas; que por eso pensaron que tenía VIH; pero eso fue hace tiempo; creo debí ser responsable y cuidarme; ya con esa alerta que recibí, debí ser más consiente y protegerme, no que ahora sufro las consecuencias.

Y es que sí, es rico tener sexo sin condón, sentir el miembro erecto, caliente y duro entrar y salir del ano; en caso de ser pasivo, como yo; se disfruta mucho cuando los testículos rebotan en las nalgas y sientes como lubrican con saliva el recto, en lo que se está excitado; muy delicioso y satisfactorio sentir como el semen lo expulsas de tu colon con una calma y lentitud que a tu pareja activo lo vuelve loco e incita a tener más sexo; el sexo oral, uff, ni se diga, es sabroso, rico y placentero, más cuando se vienen en tu boca; pero sí, la calentura puede más que la razón y responsabilidad, ahora heme aquí, infectado y con muchos miedos en mi pesar.

Estando a las afueras de A.M.B.A.D, me daba cuenta, de qué caminé bastante y no me sentía del todo bien; no quise entrar en pánico; más de lo que ya; así que ingresé, saludé como siempre a mis compañeros y maestros.

Al verme, Bimba se me acercó con preocupación, preguntando. – ¿Cómo estás?, ¿te sientes bien?

– Le sonreí respondiendo. – Mejor que nunca.

– Bimba afirmando, decía. – ¡Así se habla amigo!

– Flavio; nuestro amigo y mi único mejor amigo heterosexual; se nos acercaba y decía tras darme una palmada en la espalda. – Mi buen Job, ya hemos avanzado mucho, espero te aprendas la coreografía.

– Alardeando de mis habilidades, dije. – ¡Oh!, ahorita en un ratito me aprendo la coreografía.

– Contentos de verme ahí, Bimba y Flavio; junto con los demás compañeros bailarines; me mostraban los pasos nuevos agregados a la coreografía, en lo que yo hacía mis estiramientos.

Reconozco que no me sentía muy bien, pero estaba haciendo mi mejor esfuerzo; estábamos a un mes del intercolegial y deseábamos ganar, no nos dejaríamos, seríamos la mejor presentación de ese día.

Con verlos bailar, mi piel se erizaba, me emocionaba mucho y por un instante se me olvidaba mi enfermedad; minutos después, me les uní; aunque algo torpe, confundido y con errores, me iba aprendiendo los nuevos pasos; cuando por fin logré dominarlos, me sentía como pez en el agua; repetimos, repetimos, repetimos, repetimos y repetimos hasta que por fin nos quedó bien sin errores o atrasos.

Al no estar la maestra supervisándonos, se les ocurrió a mis compañeros practicar un poco la rumba flamenca; Bimba y Flavio fueron pareja de baile, mientras que yo los observa sentado; no soy tan bueno en ese ritmo, pero hago mi esfuerzo; en eso Keila; otra gran amiga y muy guapa; me pedía que bailará con ella; accedí, me levanté y comencé a ser llevado por el ritmo de la melodía “bamboleo”.

Es claro que en este género, las mujeres deben siempre moverse mejor, con sensualidad y firmeza; sin perder la delicadeza en las manos; los hombres sólo somos complemento para que ellas se luzcan; sin duda la improvisación y nuestra pasión por el baile la llevábamos muy bien; me sentía a gusto, me olvidé de mis males; en ese salón de espejos, lo único que se respiraba era el ritmo de la música y se escuchaba el golpeteo en el suelo de nuestros pies y los aplausos al marcar pasos; nos sentimos de España al estar bailando; de pronto, al finalizar la canción, mi respiración se alentó y fue como si el tiempo se detuviese en mi cara, se me movía el piso, el cielo y, y, y, ¡paz, al suelo!

Unos minutos después, despertaba en la enfermería de la academia y junto a mí la enfermera; me había desmayado y no reaccionaba; por suerte Flavio y otro compañero me trajeron cargando aquí; afuera se encontraban Flavio, Bimba y Keila; y por supuesto también la maestra Starenka; que aunque su temperamento es recio y un poco estricto, siempre se preocupa por el bienestar de todos sus alumnos o de la mayoría de ellos.

Un poco más estable y con más color; según la enfermera; me dejaban salir de ahí y me podía reincorporar a los ensayos; pero la maestra, al verme, seria me dijo. – ¡Ni creas que dejaré que regreses a ensayar!, ¡vete a casa, descansa y cuando te sientas bien, regresas!

– La miré extrañado por su forma de dirigirse a mí, en lo que ella me abrazaba diciendo. – Anda, por favor, eres de mis mejores bailarines, así que por favor vete a descansar.

– Se apartó de mí y dándose la media vuelta, camino para regresar al salón.

En lo que mis amigos, me decían que me fuera a descansar, que no me quedará a ensayos; Flavio amablemente se ofrecía a llevarme en su carro, pero le dije que no era necesario, tomaría un taxi, que se fueran a seguir ensayando para luego mostrarme los pasos.

Keila y él se fueron, pero Bimba me acompañaba a la salida a la espera del taxi y me decía con preocupación. – Cuando llegaste estabas y te veías muy pálido, tenías las manos frías, más de lo normal, ¿estás bien?

– Sonreí para responderle con un chascarrillo. – Sí, estoy bien, es normal en mi estado.

– Bimba se preocupó y exclamó. – ¡¿Cuál estado?!, ¡No me asustes!

– De la misma forma, hablé. – Sí, mi estado, es que estoy embarazada. – Solté una de mis ligeras, discretas y estruendosas carcajadas, ja ja ja ja… Para luego recibir por parte de ella un pellizco en mis costillas.

Ella seria me decía. – Eres un menso, me preocupo por ti, eres mi amigo, nuestro mejor amigo, sabes que siempre nos preocuparemos los unos por los otros, así que, cuídate, te queremos mucho.

– Tragaba saliva, me mordía la lengua para no decirle mi pesar y hacía la parada al taxi.

Sin mirarla, le decía. – Descuida, es sólo cansancio, estaré bien, anda regresa y a bailar, que los pasos deben continuar.

– Me subí al taxi en los asientos traseros y di mi dirección.

Bimba se quedó con la preocupación de mi salud, pero siento que no era momento de decirle y/o mencionarle el asunto; durante el trayecto a mi casa, me mostraba con semblante serio, triste y con deseos de llorar; mi celular no dejaba de sonar; Claudio insistía en vernos, pero a como me sentía y a como me trató en la mañana, era la persona menos indicada que deseaba ver.

Llegaba a mi casa, pagaba, me bajaba y entraba a mi dulce hogar; mis hermanos aún no llegaban y mi mamá estaba alistando la mesa para comer; dejaba mis cosas en mi habitación y regresaba a verla.

Le saludaba y ella me miraba diciendo. – Te sientes mal, ¿verdad?

– Le respondí. – Sí, sí má, un poco mal, descuida, nada grave.

– Mamá me ponía la mano en la frente diciendo. – Pues fiebre no tienes, estas helado, seguramente se te volvió a bajar la presión; anda ve a dormir, pero antes, come un poco, para que tengas algo en la panza.

– Tenía hambre, pero pocas ganas de comer, sin embargo, para no hacerle el feo, me serví un poco de arroz, con frijoles refritos y queso, mi agua y me sentaba; estaba comiendo tranquilo e ignorando las llamadas que Claudio me hacía cada 30 segundos.

En eso, mi mamá se sentaba a comer y me decía exclamando. – ¡¿A qué ni sabes?!

– Pasando el bocado, preguntaba. – ¿Qué?

– Ella me decía impactada. – Pues fui a la carnicería y me encontré a la vecina que es bien chismosa, ahí nos platicó que Pedrito; el chico que vivía aquí cercas, ves que te comente en la mañana.

– Haciendo mi cara de intriga, decía. – Sí mamá, sí recuerdo y ubico a Pedro, ¿qué pasó?, ¿no fue quién se murió?

– Mi mamá exclamaba. – ¡Bueno ese niño!, ¡pues sí se murió, pero no de lo que según tenía!, ¡sino porque sus papás lo menospreciaron por declararse gay!, ¡que según, preferían que se muriera o no haberlo tenido, a que saliera joto!

– Me quedé paralizado en mi asiento.

Pedro no había muerto de SIDA, como rumoreaban, sino por qué sus padres no lo querían gay; ¡pues cómo!, sus padres se la viven en el templo y según su religión, eso es un pecado atroz; mi mamá me seguía detallando el chisme; pero yo estaba en mi mundo, en mis pensamientos.

Movía la cabeza, me levantaba de mi lugar y le decía. – ¡Mamá, mamá!, luego me platicas, me siento mal, creo dormiré, discúlpame, lavas mi plato por favor, me llevo mi vaso de agua a mi habitación, te quiero.

– La dejaba ahí con cara de preocupación y me iba a encerrar a mi recamara.

Tomaba un poco de agua, me quitaba mis zapatos, mi pans y me dejaba caer en la cama; pensaba en como de la noche a la mañana mi vida se había echado a perder, se había arruinado por completo; sentía que el silencio me embriagaba, deseaba gritar y gritar, pero no encontraba las palabras adecuadas; colgaba mis ojos a la ventana y el sueño lentamente me ganaba.

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