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¿Por qué a mí? Capítulo 5

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Hola, agradezco a los lectores que me siguen leyendo y apoyando, saludos y que tengan un grandioso día.

 

 

Capítulo V

ESTUVE A PUNTO DE.

 

 

Pero yo estaba muy molesto con ese tipo; ¿quién se cree para interrumpir mi acto?; furioso, tomé impulso y de nuevo intenté aventarme, pero esta vez tres policías me bloquearon; como jugadores de futbol americano; en el piso, me intentaron llevar a un hospital; pues pensaron que estaba loco.

Sin embargo el joven violinista, impedía que me llevaran y les decía. – Tranquilos, me haré cargo del chico, no pasará nada, se los aseguro. – ¿Verdad? – Se dirigió a mí, guiñándome el ojo.

Yo tartamudeando, le seguí el juego contestando. – Sí, sí, claro… sí, él estará cuidándome.

– Los policías conformes; cómo siempre la justicia conchuda; me dejaban en paz, la gente se disipaba y regresaba todo a la normalidad; excepto yo, que estaba muy enojado.

Pero el violinista, me miró, diciendo. – Te salvé la vida amigo, mínimo las gracias.

– Le mostraba el dedo medio, hablando. – ¡Aquí tienes tus gracias, imbécil!

– El muchacho se rio, para luego decirme. – Ya no hay gente que te impida aventarte, sí deseas suicidarte, ¡hazlo!, pero eso sí, procura no caer sobre mi cojinete que uso o más bien usaba para tocar.

– Me puse cerca del barandal, nos miramos fijamente; como sí lo estuviese retando; y decidido, quería finalizar con esta vida tan mal vivida y mal administrada; no tenía caso seguir, pero ese tipejo me obligaba a seguir vivo cuando no quería estarlo.

Él serio me decía. – Vas a cometer el peor acto que una persona joven pueda hacer, ¿estás consciente del dolor tan grande que causarás?; no quiero impedirte nada, es tu derecho, es tu vida, ¿pero lo haces porqué ya no tienes otra opción?, ¿lo qué te sucede es algo sin remedio?, ¿ya no hay alternativa?

– Sin mirarle al tipo, tragué saliva, para responder. – No puede existir ningún dolor más grande de lo que ya estoy pasando; ya estas impidiendo lo que deseo hacer, suena estúpido, pero mi vida fue hermosa y yo mismo la arruiné por irresponsable; así que no hay más opciones, no hay más remedio, la única alternativa es esta.

– El violinista, asustado; lo estaba, aunque se contenía; me decía. – ¡Dios puede ayudarte!

– Ahí sí, fue cómo que algo gracioso, por qué cuando escuché eso, me comencé a reír ahora sí como un loco y de la risa, me tiré al piso.

Él sólo me veía extrañado, confuso y tal vez pensando que de verdad yo sí estaba medio zafado de un tornillo; al pasar mi ataque de risa, me limpié las lágrimas y en el suelo del puente peatonal, le hablaba. – Lo siento, lo siento, pero fue muy chistoso eso que dijiste, ¡dios!, ja ja ja ja ja ja, dios no quiere a la gente como yo, dios es malo, dios es, pues, pues es alguien que comienzo a dudar de su existencia.

– El chico me extendió la mano diciéndome. – Creo hice mal y bien en mencionar a dios en esto.

– Le tomé la mano y ayudándome a levantar, decía. – Pues sí, haces mal, dios no existe y si existe, creo le gusta ensañarse con gente buena y a la mala la deja con bien.

– El chico, me miraba cuestionando. – ¿Por qué lo dices?

– Respondía con una, creo yo, buena respuesta. – Pues lo digo por qué dios según lo que dice en ese libro llamado biblia, que él expulsó a un ángel de su “paraíso”, volviéndolo malo; pero si nos ponemos a analizar; el malo vendría siendo dios, ya que permite que la maldad siga adelante; él en sus palabras o cómo sea que le llamen a los “supuestos escritos”, relata que acabó con la gente con sin fin de plagas, ahogó personas y obligaba a hermanos casarse con sus cuñadas que quedaban viudas o incluso hasta daba derecho en tener más de una esposa; bizarras las cosas, extrañas y bastante locas lo que se narra; por eso y muchas cosas más, pienso que dios no existe y si existe, que vergüenza con su vida; ¿alguna duda?

– El muchacho, serio, me dijo. – Efectivamente hice mal en mencionar a dios, entonces sí, deberías de suicidarte.

– No sé si él usó la psicología inversa o que carajos, pero mi reacción fue irritable y dije. – Ya me frustraste el momento, se me fueron las ganas, gracias por nada.

– Él, se sonrió y dijo. – Únicamente querías llamar la atención, ¿verdad?

– Eso me hizo enojarme más y hablé. – No, no fíjate, no quería llamar la atención, simplemente quería suicidarme, acabar con esta perra vida que me está tocando vivir y punto, ¡quería hacerlo en plena soledad!, pero tú te entrometiste en mi camino, ¡tú arruinaste mi momento!

– Él me daba la espalda diciendo. – Hazlo ahora, pero procura morir bien, de lo contrario estarás medio-vivo postrado en una cama y dependiendo de enfermeras o máquinas para tu eterna agonía, disfrutando de la cárcel que tu cuerpo se convertirá para tu alma.

– Pues sí, el tipo me estaba confundiendo e irritando, el método que estuviera utilizando conmigo, hacía efecto.

Ya malhumorado, volteaba al tipo y mirándole le decía. – ¡Qué rayos haces aquí!, ¡lárgate ya, déjame morir en paz, a gusto, no te pedí que me detuvieras, vete y déjame!, ¡no sabes el grave error que cometiste al impedir suicidarme!

– El tipo, se agachó, dejó su estuche y su morral en el suelo y sin deberla ni temerla, ¡zas! Que me da un buen abrazo.

La gente normal se hubiera apartado, golpeado al tipo y salido huyendo, pero yo, al no ser “normal” ni con una vida “normal”, sentí ese abrazo como si juntaran los cachitos de mi alma, corazón y ganas de vivir en un sólo montoncito; correspondí el abrazó y pasó lo que debía de pasar; ¡me puse a llorar a moco tendido!; estuve así con él como por 15 minutos, llorando, ensuciándole su camisa con mis mocos y saliva; ¡eso era lo que en verdad necesitaba!, un abrazo y sentirme en confianza para llorar.

Luego de haber flaqueado ante el violinista desconocido; él amablemente me invitaba a caminar; aunque no lo conocía, no sabía ni su nombre, acepté y caminé a su lado; íbamos sin rumbo y sin hablar, nos acompañaban los sonidos del viento al soplar, la gente en su andar, los carros y autobuses al circular; nuestros pasos nos condujeron al parque “la laguna”.

Tras mucho andar, y yo desanimado, el chico violinista me decía. – ¿Quieres hacer una parada aquí o seguimos caminando?

– Observé el gran cambio que habían realizado al parque “la laguna” y hablé. – Pues sí, desde que lo remodelaron y mejoraron el lugar, no había entrado.

– Ya estando ahí, nos sentamos a una orilla del gran lago, él quitándose los zapatos y arremangándose el pantalón, me decía. – Te caería bien tener un poco de contacto con el agua.

– Se sentaba a mi lado; cuidando que su instrumento no se mojara.

Y yo le copiaba diciendo. – Está bien, lo haré.

– Él me sonrió y yo hice lo mismo.

¡Qué guapo es!, aunque insisto, sus rastas no me agradan mucho; introduje mis pies al agua y ¡prr!, estaba helada, pero muy rica; hice unos gestos y él sonriendo dijo. – Estuviste a punto de suicidarte sin sentir remordimiento por tus seres queridos y ahorita si sientes lo frío del agua; ¡exagerado!

– Lo miré con ojos a medio cerrar y dije. – Ya muerto no hubiese sentido remordimiento, al contrario hubiese sentido un alivio, descanso y libertad, pero como cierta persona; no diré quién; me impidió hacerlo, pues heme aquí sintiendo la frialdad del agua.

– Se sonrió, yo también y aproveché para salpicarle con mis pies un poco de agua.

Él me miró con asombro y parlando. – ¡Oye!, eso no es justo.

– Él usando sus pies y manos, me salpicaban con más agua; admito que ese momento, me hizo olvidar de mi depresión y tristeza.

Un poco empapados y con un poco de confianza, él me preguntó. – Bueno y a todo esto, ¿puedo saber tu nombre?

– Suspirando respondí. – Sí, si puedes saber cómo me llamo, soy Job, mi nombre es Job.

– El chico violinista soltó una carcajada diciendo. – ¡Job!, qué irónico, en serio, ¡qué irónico!

– Intrigado y sin comprender el motivo de la carcajada, cuestioné. – ¿Cuál es el chiste?

– Él me respondió un poco apenado. – Discúlpame, no era mi intensión reírme, no me rio de tu nombre, al contrario es bonito y poco común, pero ¿sabes lo que significa?

– Mi ignorancia se hizo presente y pues sinceramente le contesté. – No, la mera neta no.

– Él observando su reflejo en el agua, me decía. – Tu nombre significa “aquel que soporta penalidades”.

– Y yo sin comprender, interrogué. – ¿Y ese fue el chiste?

– Él me miraba a través del reflejo diciendo. – Pues el chiste está que tú no estás aguantando las penalidades que la vida, el destino, el universo te tienen preparadas para ti, la prueba está en lo que pasó hace un rato.

– Agaché cohibido mi cabeza, suspiré y dije. – De haber sabido que no iba a soportar esto, me hubiesen puesto otro nombre acorde a mi personalidad.

– El chico, notó mi pesar, sintiendo algo de pena, su mano me daba una palmadita en la espalda al mismo tiempo que me decía. – No quise hacerte sentir mal, de verdad, disculpa, no sé qué esté pasando por tu vida en estos momentos, pero tú aún eres fuerte, debes resistir, soportar y aprender a no rendirse, siento que eres un chico fuerte.

– Un poco triste, dije. – No te preocupes, no me haces sentir mal, más de lo que ya, no creo, mi vida se encuentra en un gran bache en estos momentos y ya no sé si salir o dejarme hundir, además apenas y me conoces para decir que soy un chico fuerte.

– El muchacho, bajaba su mano al suelo y decía. – Discúlpame de todas formas, suelo bromear para levantar el ánimo, no me gusta ver a la gente triste y tal vez no te conozca bien, pero siento que si eres un chico fuerte, solamente que ahorita tropezaste con algo muy grande y te costará trabajo levantarte.

– Le miré, él igual y me di cuenta que poseía unos ojos de un tono como avellana y miel, sin llegar a tonalidad verde pero sin ser café; unos ojos muy bonitos.

Al reaccionar, parpadee y pregunté. – Bueno, a todo esto, ¿Cuál es tu nombre?

– Él me extendió su mano y regalándome la sonrisa más bonita de todas las que me obsequió durante ese día, me respondió. – Mi nombre es Renzo; un gusto Job.

– Su nombre era poco común como la tonalidad de sus ojos y poco común a mi nombre; nos estrechamos las manos y me sentí bien, me sentí a gusto, me sentí pues, pues bien.

Justo en ese instante que nos estábamos por comenzar a conocer, mi celular timbraba; con incomodidad, interrumpía el saludo y sacaba mi teléfono de mi morral.

En el I.D me aparecía la foto de Bimba, así que atendí. – Hola amiga, ¿qué paso?

– Ella preocupada, me cuestionaba. – ¡¿Dónde andas Job?!, ¿dónde te metes qué no avisas?, tu mamá ya vino a buscarte aquí; ella anda bien preocupada, ¿qué haces?, ¿algún ligue o amante en turno?

– Me sonroje al saber lo que mi mamá había hecho y contesté. – Bimba tranquila, no ando con nadie, estoy bien, sólo es un asunto personal, luego te comentaré, te veo luego.

– Ella no conforme con mi respuesta, me decía. – No me ocultes cosas, somos amigos, cuentas conmigo siempre, cuentas con nosotros siempre, así que tennos confianza, a tu mamá no le dijimos nada de tu desmayo, pero comunícate con ella que está muy preocupada; y bueno, más vale que vengas ahorita a ensayar, montaremos nuevos pasos ya que Jackie ya hizo acto de presencia y pues tenemos que seguir.

– Miraba el reloj de mi celular, lo colocaba de nuevo a mi oído y decía. – ¡Se me fue el tiempo!, gracias amiga, sé bien que ustedes son grandes amigos y por eso los quiero, les contaré a su debido tiempo, me comunicaré con mi mamá en lo que tomo un taxi, llego en veinte, prometido.

– Bimba me decía un poco tranquila. – Bien, aquí te esperamos, apúrate.

– Finalizaba la llamada y Renzo haciendo mueca de pena, me hablaba. – Me imagino que ya debes irte.

– Le decía en lo que sacaba mis pies del agua. – Sí, lo siento, pero espero y si no hay problema, nos podamos ver.

– Renzo igual sacaba sus pies y me decía animado. – Sí, claro, no hay problema, siempre y cuando no te vayas a querer suicidar.

– Me reía un poco diciéndole. – ¡Ay ya supéralo!, descuida, por el momento la idea de suicidarme no está en mis planes.

– Me comenzaba a poner mis calcetines y Renzo con su teléfono en mano, me preguntaba. – ¿Me podrás dar tu número de celular?

– Le sonreí y dije. – Sí claro que sí.

– Le proporcioné mi número de celular y ya con mis tenis puestos le pedí el suyo, me dio su número y le esperé para que se pusiera sus zapatos.

Ya listos, Renzo y yo caminamos a la salida del parque y él me preguntó. – ¿Puedo tomarte una foto?

– Desconcertado exclamé. – ¡Una foto!

– Renzo me decía sonrojado. – Sí, una foto tuya para asignarte a mis contactos, espero eso no te incomode.

– Yo con un poco de prisa, dije. – No soy muy fotogénico, pero va, me dejó tomar la foto, pero préstame tu teléfono y me la tomo yo, y ten tú el mío y haz lo mismo.

– Intercambiamos teléfonos para así tomarnos la foto y asignarla en registro de contactos; una vez realizado eso, ambos nos despedimos y tomamos caminos en contra a cómo llegamos; claro, él se fue caminando y yo tomaba taxi.

En trayecto al AMBAD, me ponía en contacto con mi mamá; por teléfono íbamos discutiendo y alegando de qué ella no debía ser tan alarmista para haber realizado semejante show con mis compañeros de baile; ella me reclamaba que como hijo y mientras viviera bajo el mismo techo con ella, debía de rendirle cuentas y sin fin de cosas más; nuestra discusión finalizó con un cortón de llamada debido a mi gran enojo con mi madre.

Entraba a la academia y al verme Bimba, me decía sofocada. – ¡Llegaste al fin!

– Flavio sudando, me decía. – Job estamos por agregar nuevos pasos, hemos ensayado muchísimo.

– Yo estaba de espaldas y de momento, sentí un agarrón de nalgas con una voz femenina muy familiar decirme. – ¡Ya extrañaba estas nalguitas suavecitas!

– Me di la media vuelta sonriendo y hablando. – ¡Deja mis pocas nalgas en paz!

– Jacqueline con una sonrisa me daba un gran abrazo diciendo. – ¡No sabes las ganas que tenía de darte un grandísimo abrazo!

– Yo la abracé muy fuerte y emocionado dije. – ¡Me da gusto verte de nuevo, nos hacías falta!

– Ella es otra gran y buena amiga, hemos sido pareja de baile desde que estábamos en último año de secundaria; con el tiempo fuimos acoplándonos y perfeccionando técnicas, aprendiendo pasos y experimentando ritmos; ganamos 3er lugar en cumbia, 2do en hip-hop y reggaetón, 1er y 3er lugar en baile de salón, tango, danzón y flamenco; estamos ensayando para un concurso de salsa que será en quince días; pero últimamente Jackie se ha sentido algo mal cada que le viene su periodo y se ausenta por varios días; sólo que en esta ocasión fue más tiempo, ya que se fue de vacaciones con sus padres a España, dónde sus hermanos trabajan.

¡Ah, se me olvidaba!, Flavio es novio de Jackie y pues por eso él se unió con nosotros, para estar más tiempo con ella; Flavio baila muy bien, le faltaba esculpirlo y estilizarlo para que se luciera más, cuando le toca o tiene que bailar con Jackie, son tan, pero tan unidos, que la química entre ellos crea una transmisión de emociones e inexplicables sensaciones con sólo verlos bailar; podría decirse que se fusionan; ¡yo sugerí que ellos deberían concursar en salsa y no yo!; pero Starenka quiso que fuera ella y yo, pues tenemos más tiempo bailando que con Flavio; pero aquí entre nos, siento que ellos lo hacen perfecto, dignos de puros dieces.

Y bueno, la maestra nos mostraba los nuevos pasos y Keila aportaba otros; aunque se veían fáciles, había cierto grado de dificultad; siendo sincero, mi cuerpo estaba ahí, pero mi mente por allá; no dejaba de pensar en mi diagnóstico, en la forma en que tendría que decirles a mis familiares, a mis amigos y también en decirles a todos con los que tuve sexo durante, bueno, pues durante el tiempo en que me haya contagiado; me pregunto sí existe una prueba o algo para saber la fecha exacta o una aproximación de contagio; tampoco dejaba de pensar en que estuve a punto de partirme la cara al aventarme del puente o de romperme hueso a hueso, todo por sentir la soga al cuello, pero, ¡no hay peros!, ¡me lo gané, es mi culpa, soy un estúpido, marica, puto irresponsable sidoso!

– ¡Job, Job!, ¡Job!, ¡Tierra llamando a Job! – Hundido en mis pensamientos, apenas y escuchaba a Bimba gritarme.

En eso, Starenka me echó agua de su botella diciendo. – Has estado muy distraído últimamente, ¿estás bien?, ¿acaso ya no quieres seguir?

– Miré a Bimba, ella a mí y leí en su mirada que ella ya estaba sospechando algo.

Pasé mi vista a la maestra y respondí nervioso. – Estoy bien, sólo es qué me cuesta un poco de trabajo aprenderme los pasos, ¡es la edad!

– Starenka satisfecha, dijo. – Si de edades hablamos, yo te digo que estás muy jovencito, tranquilo, eres hábil y excelente bailarín, concéntrate y tranquilo.

– Se dio media vuelta y grito. – ¡Bien chicos desde el inicio y con lo ya aprendido!

– Bimba se me acercó y en susurros dijo. – Yo sé que algo te pasa, te conozco, confía en mí.

– Serio la miré y hablé. – No me pasa nada estás bien paranoica como mi mamá.

– Retomé mi posición y me reintegre a los ensayos, tratando de no pensar en mi nueva situación.

Bimba hizo lo mismo, pero podía sentir las miradas de ella, de Keila, Jackie y Flavio sobre mí, pues imaginaba que ya estaban sospechando algo o suponiendo algo.

Lógico que esta pinche enfermedad no la voy a poder ocultar mucho tiempo, sufriré de diarreas, falta de apetito, fatiga, debilidad y pérdida de peso; es lo poco que logro recordar de los síntomas del VIH; ¡me da un perro coraje!, es que cómo es posible, cómo pude ser tan pendejo, ¡todo por mi pinche calentura!, ¡mis deseos sexuales!, ¡creo sí es un castigo que me están dando desde allá arriba por ser maricón!, ojalá me maté un carro y acabé con mi vida mediocre, ¡no merece mi mamá tener un hijo joto y para el colmo sidoso!, ¡soy el gran error de la naturaleza en todo el árbol genealógico de ambas familias!

Por más que intentaba concentrarme, no podía, ¡no, no podía!, era algo complicado y pues me estresaba en lugar de relajarme; aun así, ensayé hasta que Starenka decidió darnos un breve descanso.

Aprovechando Bimba nos decía. – ¡Vamos a movernos al ritmo de Britney, a ver sí así hacemos llover!

– Al escucharla decir eso y posteriormente poner la canción, mi cuerpo se erizó y me incitó a bailar.

Al saberme los pasos de hombre y de mujer, me fue muy fácil anexarme a la coreografía que Bimba, Keila, Jacqueline y otras chicas montaron igualando a la del vídeo; cada que me movía al ritmo de “I´m a slave for you”, sentía que todo iba a estar bien, pero por otro lado seguía una pregunta con incógnita respuesta; ¿por qué a mí?

 

 

Gracias, hasta luego.

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