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Orestes, el jardinero de mis padres

en Interracial

Orestes, el jardinero de mis padres

Hacía tiempo que se sentía atraída por aquel guapo jardinero que trabajaba a las órdenes de sus padres y aún más lo estuvo desde el momento en que se lo encontró en el cobertizo en el que vivía el muchacho solazándose en compañía de su tía…

 

They tried to make me go to rehab, I said no, no, no

yes I’ve been black and when I come back, you’ll know, know, know

I ain’t got the time

and if my daddy thinks I’m fine

just try to make me go to rehab I won’t go, go, go.

I’d rather be at home with Ray

I ain’t got seventy days

cos there’s nothing, there’s nothing you can teach me

that I can’t learn from Mr. Hathaway.

Didn’t get a lot in class

but I know it don’t come in a shot glass…

Rehab, AMY WINEHOUSE

 

Era una tórrida mañana del mes de julio, una de aquellas mañanas calurosas en las que los rayos del sol aprietan fuerte y ayudan a echar una cabezadita en la tumbona junto a la piscina. Aquella mañana de mediados de mes me había levantado pronto, sobre las nueve, pues la resaca del día anterior no me dejaba dormir dando vuelta tras vuelta desde las siete y media. Así pues allí estaba tumbada bajo la brisa veraniega y durmiendo cómodamente instalada cuando al fin desperté notándome la garganta completamente reseca, producto sin duda alguna, del tabaco de la noche anterior y de los vodkas de más que había bebido.

Me levanté con cierta dificultad de la tumbona y me encaminé hacia la cocina en busca de un buen zumo de naranja con el que poder remediar mi necesidad urgente de bebida. Abrí el frigorífico y llené el vaso hasta arriba vaciándolo en segundos para, seguidamente, llenar medio vaso más el cual bebí con igual celeridad.

A través de la pequeña ventana entraba la luz del día, atravesando los visillos largos y vaporosos que le quitaban su estridencia y llenando la estancia de una claridad discreta. Mirando a través del cristal me encontré con la imagen agradable y masculina de Orestes, el guapo, extrovertido y parlanchín jardinero que cuidaba las plantas, el césped y la piscina de la casa de campo a la que íbamos todos los fines de semana y los meses de verano.

Orestes trabajaba en casa desde hacía cuatro años cuando una mañana lo enviaron de una empresa de colocación aceptándolo mi padre tras una media hora de entrevista en la que el hombre demostró al parecer todos los conocimientos necesarios para poder llevar a cabo su trabajo. Tras dos meses a cargo de la empresa de colocación, finalmente mi padre lo contrató aumentándole el sueldo y ofreciéndole comida y casa en el enorme cobertizo de cuya reforma se encargó él por entero.

De algo más de treinta años, Orestes llevaba en España cinco de ellos a la que había llegado procedente de su Cuba natal. Había venido solo en busca de una vida mejor y estoy totalmente segura que nunca agradecerá lo bastante la llamada de la agencia de contratación y la posterior entrevista con mi padre.

Como digo tenía algo más de treinta años y desprendía sexo por todos y cada uno de los poros de su piel. Era bellísimo como sólo los hombres y mujeres caribeños lo son. Cercano al metro ochenta y con un porte fino y de delicadas maneras aquel hombre me tenía enamorada desde la primera vez que lo vi. De aspecto masculino y varonil, con sus penetrantes ojos oscuros con los que parecía querer traspasarte, sus cabellos eran crespos y alborotados y llevaba una pequeña barba de un par de días. Negro como el tizón y de piel fina y sensible, era fuerte y corpulento y tenía sus músculos bien cuidados y definidos gracias al mucho ejercicio que hacía. Su sonrisa era franca, limpia y abierta y en la misma destacaba su bien cuidada boca de dientes blanquísimos que resaltaban sobre el negro, negrísimo de su piel. Sus piernas eran algo delgadas pero de pantorrillas bien marcadas mientras sus brazos eran fuertes y poderosos, de bíceps bien desarrollados. Su pecho torneado y poco velludo, el cual solía mostrar desnudo de forma habitual, junto a su estómago bien plano y sin un gramo de grasa me tenía completamente loquita. Y no sólo me tenía loquita a mí sola…

Según pude comprobar de primera mano también mi tía Mónica se sentía fuertemente atraída hacia aquel hermoso macho. Las relaciones entre mis tíos no marchaban todo lo bien que un matrimonio bien avenido podría desear. Las discusiones entre ellos eran continuas y era vox populi entre la familia que mi tía le ponía los cuernos a mi tío aunque también era completamente cierto que nadie la había sorprendido en falta.

Sin embargo, estas cosas siempre se acaban descubriendo saliendo finalmente a la luz por mucho empeño que pongas en que no sea así. Siempre hay un error, un desliz inevitable que lo echa todo a rodar y algo así sucedió en esta ocasión aunque, claro está, no iba a ser yo quien destapara los intereses adúlteros de mi querida tía Mónica.

Fue una noche, volviendo de estar con mis amigos, cuando descubrí al guapo cubano y a mi tía Mónica haciendo el amor en el viejo cobertizo donde vivía el muchacho. Aquella noche tranquila del mes de octubre, aquella noche en que la luna brillaba de un modo especial subía las escaleras del jardín camino de casa cuando al pasar por delante del cobertizo de Orestes escuché un gemido inconfundible que me puso alerta al instante. Se habían olvidado la ventana del salón abierta y, curiosa por naturaleza como yo era, no pude resistir la tentación de mirar lo que sucedía dentro de aquella habitación.

El salón se hallaba a media luz, entre tinieblas, iluminado tan sólo por las llamas de la chimenea que acondicionaban mínimamente la estancia. En medio del salón sentado en aquel amplio sofá de tres plazas en elegante piel gris oscuro pude ver la figura perturbadora de Orestes mientras mi tía se encontraba arrodillada ante él con el miembro del muchacho delante de su cara. La visión de aquella polla hizo que me humedeciese entre las piernas sin poder remediarlo. ¡Juro que tuve que morderme los labios para evitar gritar de emoción ante la imagen de aquello que colgaba entre las piernas de aquel hombre! ¡No me extraña que mi tía estuviera tan interesada en él!

Lo que aquel hombre mostraba entre las piernas era un enorme ariete de unos veinte centímetros, negro como el carbón y brillante gracias a las caricias que mi tía le había prodigado ensalivándolo en su totalidad. Reconozco que no pude evitar sentir envidia de Mónica por poder disfrutar de semejante ejemplar. Mi afortunada tía se metió de una sola vez aquella negra estaca la cual llenó su boca por entero. Observé atónita cómo aquel pene llenaba las sonrosadas mejillas de mi tía mientras ella se la comía una y otra vez como si en ello le fuera la vida.

¡Menuda polla tienes cabrón! ¡Es enorme…me encanta! –la escuché decir con dificultad debido a la distancia que había entre la pareja y yo.

El hombre, sin pronunciar palabra y sólo ayudándola en la mamada teniéndola cogida del cabello, la apretaba con fuerza contra su sexo demostrando de aquel modo el gran placer que sentía. Yo, ante el espectáculo que se me ofrecía, no pude menos que introducir una de mis manos entre la tela de la falda iniciando una lenta masturbación para así calmar mi creciente desazón. Noté mi coñito empapado y encendido de deseo como pocas veces había estado. Jamás hubiera podido imaginar la escena con la que mi tía y el apuesto jardinero me estaban obsequiando.

El joven cogió entre sus dedos los cabellos de Mónica y sin dejarla respirar le fue follando la boca hasta obligarla a sacarla para poder respirar. Mis ojos quedaron clavados unos segundos, que para mí me parecieron interminables, en aquel duro y grueso instrumento de considerable tamaño. La rosada cabeza aparecía húmeda y reluciente mientras las venas del tallo se marcaban mostrándolo orgulloso, altivo y deseoso de ocupar otro de los agujeros de la dichosa hembra. Desde mi posición podía escuchar los débiles gemidos y suspiros de placer que emitía aquel guapo joven.

¡Vamos córrete de una buena vez…dame tu leche…vamos la quiero toda! –exclamó Mónica masturbándolo furiosamente entre sus dedos al tiempo que recogía la polla del hombre entre sus labios para, a los pocos segundos, volver a sacarla observando el fuerte palpitar de aquel bello monolito.

Orestes gozaba como un loco retorciéndose en el sofá hasta que finalmente acabó explotando sin remedio llenando el bello rostro, la boca y la barbilla de mi amadísima tía la cual cerró con fuerza los ojos soportando impertérrita la abundante catarata que el cubano le ofreció. Una vez finalizó la corrida, Mónica abrió los ojos sonriendo de felicidad y llevándose los dedos a la barbilla recogió parte del semen masculino llevándolo al instante hasta sus labios saboreándolo con enorme satisfacción.

¡Me encanta tu leche…sabes que me encanta ver cómo te corres entre mis manos! –exclamó mi tía mirando al muchacho con ojos de completa enamorada.

Mónica, tú también sabes lo mucho que me gusta cómo me la comes. Tienes una boca que me vuelve loco.

¿De veras te gusta cómo te lo hago? –le preguntó ella con voz mimosa pretendiendo con ello excitar al hombre.

Lo haces de maravilla. No te engaño al decirte que pocas mujeres lo hacen como tú, cariño –respondió Orestes haciéndola incorporar hasta llevarla junto a él besándose ambos de manera apasionada.

A punto estuve de marchar de allí pero una fuerza superior a mí me hizo permanecer quieta observando el merecido descanso de los amantes. Gracias a Dios que lo hice pues de lo contrario me hubiese perdido el segundo asalto de aquel combate encarnizado. Tras aquella fantástica felación ambos amantes quedaron tumbados y satisfechos sobre el sofá besándose y acariciándose sus ardientes cuerpos. Orestes envolvía entre sus brazos el cuerpo menudo pero de curvas bien marcadas de mi tía Mónica. Ésta, ronroneando como una gatita en celo, se aproximó a su bello compañero y ofreciéndole su boquita se besaron con pasión contenida uniendo sus lenguas y traspasándose sus salivas mientras con sus manos reconocían sus respectivas anatomías.

Aquel intenso reconocimiento duró un largo rato en el que Mónica se ocupó del pecho velludo entreteniéndose en especial en los pezones del macho el cual parecía gratamente satisfecho con lo que su compañera le hacía. Por su parte, las poderosas manos del hombre dedicaron sus atenciones sobre las nalgas y los muslos de ella al mismo tiempo que besaba y lamía el cuello de mi tía arrancándole profundos suspiros de placer.

Aquellas caricias no podían desembocar en otra cosa más que en la inevitable excitación por parte de ambos, así que no tardaron demasiado en hallarse los dos en plenas condiciones para continuar con tan agradable fiesta. Quedé enormemente sorprendida al ver cómo era mi tía la que tomaba el mando de las operaciones reclamando nuevas atenciones por parte del joven muchacho:

Eh, dame un respiro. Tan seguido no…-escuché decir a Orestes sonriendo de forma maliciosa.

Oh, tú tienes toda la culpa, cariño…me has hecho insaciable. Nunca lo había deseado tanto. ¿De veras no vas a poder darme un poquito más de placer? –le interrogó ella provocándole con la mirada mientras se humedecía los labios con la lengua.

Pues claro que sí, mi amor. Me recupero en treinta segundos…

¿Estás completamente seguro? No me engañes, eh…-dijo ella entre susurros al tiempo que agarraba entre sus dedos el pene del hombre el cual ya empezaba a mostrar la terrible erección que había podido ver apenas unos minutos antes.

De ese modo disfruté viendo cómo era mi tía Mónica la que tumbaba al hombre sobre el sofá para, a continuación arrodillarse entre sus piernas acogiendo nuevamente aquella gruesa culebra dentro de su boca. Al parecer era algo que ambos gozaban al máximo pues se entregaban a ello como si fuera lo último que hicieran en sus vidas.

Mónica se tumbó en posición inversa a la de él y le puso el coño sobre su boca mientras volvía a hacerse furiosamente con el rabo de chocolate del joven cubano al notar los primeros lametazos de aquella húmeda lengua sobre su sexo. Aquel espléndido sesenta y nueve que ambos montaron me hizo enloquecer de emoción necesitando sin remedio calmar mis deseos. Tuve que llevar de nuevo mi mano hacia mi entrepierna, la cual destilaba una gran cantidad de jugos, en el mismo momento en que empecé a oír la mezcla de suspiros, sollozos y gemidos que Mónica emitía gracias a las lamidas que el guapo jardinero le dispensaba sobre su inflamado clítoris y sobre su coñito de bien cuidado y recortado vello. La lengua del muchacho corría arriba y abajo pasando del coño al oscuro agujero anal para de ahí volver nuevamente a la húmeda vulva haciendo estremecer a la excitada hembra.

Mientras tanto la herramienta del joven volvía a adquirir las monstruosas dimensiones con las que mi vista se había deleitado, como respuesta a las caricias que su pareja le proporcionaba. La capacidad de aquel joven era tremenda y de ello se aprovechaba mi tía Mónica saboreando y degustando con enormes ganas aquel bello instrumento de ébano que tenía ante ella. Aquella polla era realmente tremenda y tanto mi tía como yo estábamos como embobadas frente a semejante músculo el cual palpitaba a la espera de recibir mayores atenciones por parte de su amante.

Tras lograr que aquello se enderezase nuevamente mi tía se incorporó dispuesta a disfrutar del sexo del hombre dentro de ella. Sentándose encima de él movió sus apetitosas nalgas de forma sensual tratando de estimularle aún más.

Vamos muchacho, fóllame que me tienes loquita porque me lo hagas –dijo acercando su boca al oído del muchacho y mordiéndole levemente el lóbulo de la oreja.

Sin darse un momento más de espera, cogió entre sus dedos la polla del chico y dirigiéndola a la entrada de su vulva se dejó caer sobre él clavándose buena parte de aquel oscuro instrumento. Mónica lanzó un fuerte gemido al sentirse empalada de aquel modo pero no por ello disminuyó su deseo sino que, muy al contrario, con un fuerte golpe de riñones empujó hacia abajo hasta notarlo totalmente dentro de ella.

¡Te siento…es tan bueno! –exclamó con cara de completa felicidad al tiempo que apoyaba las manos en los brazos del hombre.

Así, así muy bien…ábrete bien de piernas, cariño. ¿La sientes dentro de ti? –apenas pude escuchar decir al chico.

Sí…sí la siento…es estupendo. La siento dentro de mí hasta los huevos –dijo ella cerrando fuertemente los ojos mientras arqueaba la espalda como si de una serpiente se tratase.

Orestes agarró las bonitas nalgas de mi tía ayudándola a acomodarse sobre su miembro para que así la penetración le resultara mucho más fácil. Mónica sollozaba sin parar tratando de hacerse al tamaño horrible de aquel pene. Por unos segundos imaginé que era yo la que era follada de aquel modo tan estupendo y sin poder controlarme moví mis dedos con mayor rapidez hasta conseguir correrme ahogando el grito que anunciaba salir de entre mis labios.

Recuperándome aún de aquel silencioso orgasmo, abrí ligeramente los ojos al oír los primeros gemidos de la mujer proclamando el inicio de la copula. Allí estaban los dos empezando a moverse y rotando mi tía sus posaderas sobre la pelvis de su joven amante. Él la ayudó sujetándola de las caderas y penetrándola de forma decidida. Los gemidos, mitad doloridos y mitad de placer de Mónica llenaron la habitación haciéndose a cada paso más y más profundos.

Echándose hacia atrás llevó una de sus manos entre las piernas en busca de los cargados testículos del hombre los cuales acarició entre sus dedos logrando con ello que su compañero gimiera de emoción. Orestes, con la mirada completamente perdida por el placer que estaba sintiendo, dirigió su vista hacia la ventana donde yo me encontraba y cruzando nuestras miradas me sorprendió acariciándome de manera violenta ante la imagen perturbadora del polvo que ambos estaban gozando. El rostro sudoroso del muchacho pasó de la sorpresa inicial al descubrir mi presencia, al morbo más absoluto al observar cómo no podía apartarme de aquel encuentro que me atraía como un imán. Lo cierto es que, en esos momentos, no era capaz de dejar de mirarles viéndoles entregados a los mayores placeres sexuales. Verlos allí follando de aquel modo tan tremendo, ver a mi tía cabalgando de manera furiosa sobre aquel poderoso corcel juro que era mucho más de lo que podía haber imaginado o soñado en las locas noches de la soledad de mi cuarto. El joven macho, fijando su atención en mi persona, me sonrió de manera cómplice mientras jugueteaba con uno de sus dedos en la entrada posterior de Mónica la cual lanzó un ahogado suspiro al recibir tan inesperada visita en tan estrecho canal.

¿Qué haces, cariño? Dime, ¿qué idea loca te corre por la cabeza? –le preguntó mi tía Mónica estirando el cuerpo hacia arriba al tiempo que movía el culito de forma voluptuosa.

¿Acaso no lo sabes? –respondió Orestes con voz entrecortada por el deseo que segundo a segundo le iba consumiendo por dentro. Me gustaría follarte ese culito tan rico que tienes.

Mi niño, tu polla es tan larga y gorda que deberás ir con cuidado para no lastimar mi pobre culito.

Tranquila que seré cuidadoso para no hacerte daño –dijo el hombre antes de lanzarse a por el cuello de la mujer.

Lo cierto es que tuve que dar la razón a las palabras de mi tía en relación al tamaño considerable del miembro de aquel atractivo cubano. Sólo imaginar poder ser sodomizada por aquel bello ejemplar hizo que me estremeciera de miedo. Aquel pene, gracias a las delicadas atenciones femeninas mostraba un aspecto amenazante y verdaderamente formidable.

Levantándola en brazos sin dificultad alguna la llevó hasta la enorme mesa del salón apoyándola sobre la misma de espaldas a él. Cogiéndola de forma decidida la obligó a abrir las piernas y metiéndose dos de sus dedos en la boca los humedeció convenientemente para después dirigirlos al estrecho agujero de su compañera masajeándoselo con enorme delicadeza. Una vez lo hubo impregnado con su saliva forzó el oscuro agujero intentando conseguir que el mismo se fuera dilatando poco a poco para así facilitar la posterior entrada. Mi tía ayudó en tan ardua tarea removiendo las caderas demostrando así lo mucho que le gustaba.

Orestes la agarró del hombro y llevándola hacia él acercó su boca al oído de la mujer murmurándole palabras que, pese a no poder llegar a mis oídos, imaginaba el contenido lascivo que las mismas podían encerrar. Mi tía sonrió como una bendita moviendo aún más sus nalgas y animándole a que la sodomizara. Al fin pude observar, sin dar crédito a lo que mis ojos veían, cómo el joven le cogía una pierna por detrás de la rodilla haciéndosela levantar y cómo dirigía el redondo glande hacia el culito de mi tía y apretando con fuerza iba entrando en aquel estrecho conducto.

¡Con cuidado, muchacho…házmelo de forma delicada que sabes que mi culito es muy estrecho! –exclamó Mónica al sentirse empalada de aquel modo tan cruel.

Al parecer la muy puta estaba más que acostumbrada a ser sodomizada pues pese al dolor que debió suponerle tan tremenda follada, su cuerpo a los pocos segundos se acomodó a aquel bello ejemplar meneando su culito sin parar. Nuevamente sentí cómo el orgasmo volvía a visitar mi entrepierna gracias al roce de mis dedos sobre el endurecido clítoris. Mis dedos masajeaban con gran rapidez mi pequeño botoncito excitada por aquel par de cuerpos que tanto placer se daban el uno al otro.

El oscuro falo del hombre estuvo bombeando en el culo de mi afortunada tía durante un rato que se me hizo eterno, tan magnífico era el aguante que demostraba.

¿Te gusta? –la interrogó sin dejar de golpear cada vez a mayor velocidad.

No te pares…no te pares –sólo pudor responder ella agarrándose con firmeza a los lados de la mesa como si de ese modo pudiese soportar mejor tan salvaje ataque.

Mi pobre tía gozó de varios orgasmos seguidos, mezclando uno con el siguiente y sollozando y bramando como loca cada vez que el muchacho se la clavaba. Aquel polvo resultaba bestial para mí viéndolos allí follando como perros y la verdad es que debo reconocer que me corrieron grandes deseos de haber sido yo quien ocupara el lugar de Mónica. El placer que ella demostraba era incomparable volviéndose hacia él e incitándole a que siguiera con aquel ritmo agotador.

Me masturbé con fuerza en busca de un nuevo orgasmo mientras observaba cómo ellos estaban a punto de alcanzar su propio clímax. El guapo muchacho se quedó parado unos instantes y lanzando un fuerte grito extrajo como pudo su polla del interior de aquel culo y se corrió sobre sus nalgas y su espalda llenándola con su abundante leche. Quedé fascinada ante la corrida de aquel hombre pues al menos lanzó cuatro grandes trallazos los cuales fueron a parar sobre el cuerpo extenuado de la mujer. Mi tía, con los dedos metidos entre sus muslos, se estuvo acariciando hasta conseguir finalmente su propio placer. Cayó sobre la mesa tratando de recuperar el aliento al tiempo que su compañero se derrumbaba sobre ella besándole cariñosamente la espalda y el hombro.

Ha sido estupendo…eres el mejor amante que una mujer pueda desear…

¿Te ha gustado, mi amor? –le preguntó aquel hermoso macho de piel oscura antes de hacerla volver hacia él y unir sus labios a los de ella en un beso lleno de delicadeza.

Por mi parte, y tras haberme corrido por última vez me arreglé las ropas con dificultad y desaparecí camino de casa hasta acabar encerrada en la soledad de mi dormitorio, desnudándome y metiéndome al fin en la cama donde me dormí al instante.

Desde aquella noche ya nada volvió a ser igual para mí. Mi mente calenturienta de joven en la flor de la vida no hacía más que pensar en aquel cuerpo desnudo y en el poderío sexual de aquel magnífico macho de piel de ébano al que había visto follando con mi tía de aquel modo tan brutal y, lo peor de todo, que me había descubierto observándoles.

Así pues los siguientes días traté de espiarlo, mientras trabajaba, escondida entre los árboles o tras las puertas sin que él pudiera verme aunque estaba bien segura que el recuerdo de aquella noche continuaría vivo en su memoria. Mis ojos, ávidos de experiencias, no paraban de recorrer su torso desnudo y brillante bajo los rayos del sol como aquella mañana en que, escondida tras los visillos de la ventana de la cocina, pude verle arreglando unas plantas tan sólo cubierto con un diminuto y estrecho pantalón de color blanco bajo el que se marcaba aquel animal que yo tan bien conocía.

Reconozco que él fue el culpable de que aquel verano fuésemos al apartamento que tenemos en vez de quedarnos en la anónima ciudad. Después de mucho pelear con mis padres conseguí al fin que accediesen a ir diciéndoles yo que para mí resultaría mucho mejor para poder preparar las asignaturas pendientes. Aquel año había resultado complicado para mí pues estuve tres meses largos en cama de manera que no pude ir a las clases obligatorias de laboratorio.

Tras el tortuoso encuentro de aquella noche disfrutado por mi tía, repito que aquel hombre se convirtió para mí casi en una obsesión soñando multitud de noches en compañía de aquel muchacho. Por descontado que aquellos sueños representaban tórridos encuentros en los que se desarrollaban toda la gama de fantasías que podían ocupar una mente joven y deseosa de emociones fuertes como la mía.

Las mañanas las aprovechaba para estudiar hasta mediodía y luego por la tarde, después de echar una pequeña siesta, volvía al estudio hasta media tarde para más tarde despejarme un rato en la piscina o saliendo con mis amigos. Como digo la cercanía de aquel guapo moreno me tenía la cabeza trastornada y siempre que podía le espiaba, observando su cuerpo fibroso y sus movimientos mientras arreglaba el jardín o limpiaba la suciedad de la piscina. Su cuerpo, siempre con el torso desnudo o cubierto tan sólo con una simple camiseta de tirantes señalaba bien a las claras todo lo mucho que aquel hombre podía ofrecer. Aquel cuerpo tan varonil, de pecho musculoso y vientre liso, me hacía perder por completo el oremus viéndome obligada a la menor oportunidad que tenía a hacerme un buen dedito en la soledad de mi cuarto o bien en el baño mientras me duchaba. Sin embargo, todo aquello tarde o temprano debía necesariamente de cambiar haciéndose nuestros encuentros mucho más cercanos y habituales…

Una tarde me quedé sola en casa pues mis padres debieron ir al pueblo a comprar unas cosas diciéndome que estarían de vuelta a la hora de la cena. Aquel era el día libre de Orestes así que éste había aprovechado para escaparse unas horas de sus tareas diarias. Aprovechando el estar sola, dejé los libros a un lado y me dediqué a investigar en el cobertizo del muchacho. Tuve suerte pues una de las ventanas, la más próxima al pasillo, se encontraba abierta así que por allí me introduje.

La morada de Orestes mostraba un cuidado exquisito hasta en los más mínimos detalles. Todas las paredes estaban pintadas de un blanco inmaculado y la decoración era una mezcla entre láminas encuadradas en marcos de estilo moderno, alguna pequeña acuarela representando una escena costumbrista y jarrones y figuras clásicas. Al final del pasillo se llegaba al salón donde tuvo lugar el ardiente encuentro con mi tía Mónica. Un escalofrío me corrió por todo el cuerpo al recordar aquel cálido suceso.

Con sumo cuidado para no tirar nada ni dejar rastro de mi visita, recorrí las diferentes estancias hasta llegar al dormitorio del chico. La cama estaba sin hacer y en el galán que había en uno de los rincones aparecían colgadas, de forma descuidada, una camiseta de aquellas que yo tan bien conocía junto a un par de pantalones tejanos. Llevé la camiseta a la nariz y durante unos segundos sentí el fuerte aroma masculino que desprendían aquellas ropas usadas.

Continuando con mi registro abrí las puertas del amplio armario ropero y yendo más allá abrí uno de los cajones encontrándome con la ropa interior de mi amor platónico. ¡Aquello fue para una muchacha como yo el acabose! Cogí entre mis dedos aquellos slips, tangas y bóxers que, para una joven inquieta como yo, significaban mucho más de lo que podía esperar.

No pude resistirme al bello tesoro que tenía entre mis manos así que eligiendo uno de aquellos diminutos tangas que estaba segura que a duras penas podría ocultar lo que el muchacho escondía entre sus piernas, aquel tanga de fino algodón y de color gris claro, lo llevé a mi rostro emborrachándome con el olor a suavizante de aquella prenda íntima. Imaginar aquella prenda envolviendo el pene de Orestes me puso cachonda perdida así que la acerqué a mi entrepierna restregándola contra la misma hasta acabar corriéndome sin poder aguantar mis más perversos pensamientos.

Me imaginé entre sus brazos, envolviéndome con su cálido aliento, diciéndome al oído todo aquello que me hubiera gustado oír, todo aquello con lo que me hubiera excitado hasta entregarme por entero a aquellos músculos tan negros y tan poderosos. Pese a cuidar todos los detalles, parte de mi orgasmo fue a parar sobre la prenda masculina manchándola sin remedio.

Escuché el coche del muchacho parando junto al cobertizo. ¡El muy cabrón había vuelto mucho antes de lo que había supuesto! Con el tanga aún entre mis dedos me alarmé pensando poder ser descubierta. Traté de dejar todo como lo había encontrado y, en cuanto al tanga mancillado, creí preferible guardarlo bajo mis ropas que dejarlo allí como prueba más que evidente de mi visita. Por fortuna pude escapar por la ventana que había encontrado abierta justo en el momento en que Orestes abría la puerta.

Tras aquel suceso los días que siguieron me encontraba como si hubiera cometido el peor de los pecados, inquieta a todas horas pensando si habría cometido algún posible error que demostrara mi presencia en sus habitaciones, pensando si habría echado en falta su tanga el cual guardaba yo como el mejor de los tesoros. En la soledad de mis noches nada más acostarme me veía obligada irremediablemente a masturbarme con su tanga metido entre mis piernas e imaginándolo junto a mí.

Siempre que podía evitaba su presencia y cuando no era así mantenía mis nervios a flor de piel creyéndome en todo momento observada por él. Pese a todo, las pocas veces que crucé alguna palabra con el muchacho me tranquilicé un tanto al ver cómo su actitud hacia mí parecía la misma mostrándose conmigo amable y divertido como siempre lo era. Respiré tranquila al pensar que quizá no habría echado en falta tan preciada prenda.

Sin embargo, todo se acaba sabiendo tarde o temprano de manera que una buena mañana mientras estaba tumbada en la toalla tomando el sol con mis gafas de sol puestas una sombra se posó sobre mí. Al abrir los ojos me encontré con su mirada sobre la mía mirándome de forma extraña.

No te asustes, Sandrita. No te asustes que soy yo. Sólo quiero hablar contigo un rato de una cosa.

Un tanto sobresaltada me incorporé sobre mis codos al tiempo que él se sentaba junto a mí.

Bien, tú diras lo que quieres –dije recuperando los nervios y encarándole directamente.

Oh, no te preocupes que no es nada demasiado importante…bueno al menos eso creo –exclamó mientras me miraba de arriba abajo con total desvergüenza.

Temblé viendo cómo me miraba. Con aquella mirada parecía desnudarme por completo, con sus ojos brillantes y oscurísimos centrados en las partes de mi cuerpo que más interesantes podían resultar para un hombre como aquel. Sus bonitos ojos y su sonrisa reflejaban un deseo feroz por mi joven anatomía de formas delicadas pero que ya mostraban su creciente desarrollo. En especial fijó unos segundos su atención en el sujetador de mi bikini el cual creí que resbalaba por mi piel con su sola mirada.

Mira cariño, sólo quería preguntarte una cosa y espero que me digas la verdad sino me veré obligado a hablar con tus padres.

Ahora sí que temblé mucho más sintiéndome atrapada e imaginando lo que iba a decirme.

Hace días vi escapar por la ventana de mi cobertizo una figura femenina y después descubrí que, entre mis ropas, faltaba uno de mis tangas. Sé que fuiste tú así que sólo reconócelo y de ese modo lo olvidaré todo y no diré nada a tus padres.

¿Y cómo sabes que fui yo? –pregunté tratando de contraatacar ante su directa acusación.

Veamos, no sé si te quieres hacer la tonta o la lista conmigo pero te recomiendo que no me mientas. Te tengo aprecio y eres demasiado bonita como para que lo hagas así que desembucha de una buena vez –dijo agarrándome con fuerza de la muñeca intentando yo separarme de él.

Callé al sentirme atrapada por la seguridad de sus palabras. Cada vez veía peligrar más mi situación y además no encontraba salida posible a la misma. Teniéndolo prácticamente encima de mí forcejeé con todas mis fuerzas y logré desasirme de él poniéndome en pie y saliendo corriendo hasta conseguir refugiarme en casa. Al llegar a mi cuarto respiré afanosamente hasta recuperar algo del aliento perdido. De momento había podido escapar de él pero, ¿cómo escapar un día sí y otro también teniéndolo a todas horas tan cerca de mí?

Después de aquel día decidí evitarlo a todas horas pero, pese a todos mis intentos, por mi cabeza no hacía más que aparecer la figura perturbadora de aquel hermoso jardinero de rostro tan atractivo y sonrisa tan seductora. Mis orgasmos nocturnos se hicieron aún más habituales sin que hubiera día en que no me masturbara pensando en aquellos labios tan carnosos y en aquellas manos tan masculinas y varoniles.

Una semana más tarde, durante una noche especialmente calurosa y en la que, no me dejaban conciliar el sueño el calor junto a mis asiduos pensamientos morbosos en relación al cuerpo de piel oscura de Orestes, tuve que ir a la cocina en busca de algo que beber para calmar mis ansias. Fui a la cocina a oscuras y, ya en la cocina, abrí el frigorífico agarrando la botella de zumo de naranja. Me senté en la mesa junto a la ventana y mirando al jardín observé la luz encendida del cuarto del muchacho. Sin poder pensar en otra cosa, imaginé qué podría estar haciendo a esas horas.

¿Estará sólo o acaso se encontrará acompañado por alguien? –pensó mi cabeza con rapidez.

Estuve durante medio minuto luchando en mi interior mientras corría como la pólvora llenando mis pensamientos la idea de espiarle nuevamente para, al instante, echarme para atrás pensando en el encuentro que ambos habíamos tenido junto a la piscina.

Al fin mi curiosidad acabó ganando la partida y así como estaba vestida con una simple camiseta blanca y el pequeño pantaloncillo de dormir me dirigí hacia su casa. La luz de su cuarto brillaba débilmente y según pude escuchar al acercarme estaba viendo la televisión de cuyos altavoces salían pequeños gemidos.

Allí estaba echado en su cama con el edredón a un lado y medio desnudo mientras contemplaba una película porno. Sin apartar los ojos de la pantalla no hacía más que acariciarse el pecho y el vientre subiendo y bajando su mano mientras la otra la tenía sobre el bulto que se marcaba entre sus piernas. De nuevo vinieron a mi mente las imágenes de aquella noche en que lo sorprendí junto a mi tía Mónica besándose y amándose como dos posesos.

En la pantalla podían verse dos tipos junto a una chiquilla con el cabello recogido en dos graciosas coletas y vestida de colegiala con una blusa blanca, una diminuta minifalda en cuadros negros y verdes y unos largos calcetines blancos hasta la rodilla. De la pantalla mi mirada corrió de nuevo hasta el cuerpo del hombre el cual se hallaba absorto viendo la escena subida de tono que se desarrollaba en el televisor. Aquella jovencita, aproximadamente de mi edad, no tardó en arrodillarse a los pies de aquel par de actores y, ni corta ni perezosa, les abrió los pantalones haciéndose al instante con sus gruesas vergas.

Noté cómo mi entrepierna se humedecía del modo que tan bien conocía y una necesidad imperiosa de masturbarme me corrió por la cabeza ante la presencia inquietante de aquel moreno entre las piernas del cual aquella enorme hinchazón ya parecía querer romper la tela del slip. Me hallaba tan absorta en aquel cuerpo que, al querer colocarme en mejor posición para poder contemplar al muchacho a mi antojo, mi pie resbaló de la piedra en la que estaba apoyada yendo a caer al suelo donde mi cuerpo produjo el inevitable ruido que yo tan poco deseaba. Pese a incorporarme con prontitud del suelo, el ruido provocado por mi caída hizo que Orestes acudiera aún más raudo encontrándome junto a la ventana y sin posibilidad alguna de escape.

¡Vaya, vaya…al fin te encuentro! Sandra, ¿qué estabas haciendo junto a mi ventana? ¿Acaso estabas husmeando? Tendré que hablar con tus padres pues deberías saber que esas cosas no se hacen.

Cogida en falta de forma tan evidente no supe qué decir para salir del paso. Tan sólo pude quedarme quieta frente a aquel macho tan deseado y, sin remedio, mi vista recorrió su cuerpo desnudo cubierto sólo por el pequeño slip del que parecía sobresalir aquella anaconda que en alguna ocasión ya había visto. Recuperándose de los primeros instantes de sorpresa, a los pocos segundos Orestes me sonrió agradablemente y me invitó a entrar a su casa.

Accedí sin reserva alguna a su invitación pues aquello era algo que deseaba desde hacía mucho tiempo. Estar allí a solas junto a aquel enorme negro que tanto me gustaba. Cogiéndome con delicadeza de la mano me hizo entrar a su dormitorio diciéndome que tomara asiento sobre las arrugadas sábanas de su cama. No tardó en cerrar la puerta apagando después el televisor y pasando a continuación a sentarse junto a mí. Yo me noté temblorosa por su presencia, tan deseosa estaba de que algo pudiera ocurrir entre nosotros.

Volviendo a sonreír, el apuesto cubano me dijo que hacía días que quería hablar conmigo pero que siempre parecía evitarle. No respondí nada a sus palabras pudiendo sólo recordar imágenes pasadas viéndole trabajar en el jardín para acabar finalmente en los turbios recuerdos de aquella noche en compañía de mi tía Mónica. Levantando levemente el rostro fijé mi mirada, como en un rápido fogonazo, sobre el bulto que reposaba entre sus piernas para, al momento separarla, tratando de conseguir que el muchacho no se apercibiera. El silencio entre los dos podía cortarse con el filo de un cuchillo. No deseaba otra cosa más que entregarme en brazos de aquel hermoso macho de piel de ébano pero mi timidez me coartaba a la hora de ser yo quien diese el primer paso…

Ayudándome en mis dudas, Orestes se levantó poniéndose en pie frente a mí. En esa posición pude disfrutar de cada uno de los músculos de su bello cuerpo. Sus brazos de bíceps bien desarrollados, su pecho algo velludo y desnudo como tantas veces había contemplado, su rostro sereno en el que destacaban aquellos labios carnosos que tanto me enloquecían. Bajando mi vista por aquellos brillantes miembros finalmente centré mi atención en el abultamiento formado entre sus piernas. ¡Cuánto tiempo había deseado tener aquello entre mis manos y al fin lo iba a tener para mí sola! –pensé unos segundos viéndolo cubierto por la fina tela del slip. Acortando la distancia existente entre ambos al fin lo tuve a pocos centímetros de mi rostro de manera que cogiéndome de la melena llevó mi cara contra su entrepierna demostrándome bien a las claras lo que quería que le hiciese. Y por supuesto lo hice.

Cariño, dame placer –susurró débilmente apoyando sus gruesos dedos en mi cabeza.

Con sus dedos enredados en mis cabellos le permití que sumergiera mi rostro entre sus muslos. Abandonándome al deseo cerré los ojos dejándome llevar por mis instintos. Su olor era tan masculino, tan penetrante que me incitaba a continuar, me seducía emborrachándome de él. Empecé a darle pequeños mordisquillos por encima de la tela, notando cómo la polla de aquel hombre iba creciendo más y más con cada uno de los movimientos que le daba con mis labios y mi lengua. Escuché a Orestes gemir de forma desesperada mientras me apretaba con fuerza contra él. Teniéndolo apoyado sobre mi mejilla sentía palpitar su pene buscando recibir mayores caricias por mi parte.

Lentamente, muy lentamente fui dejando caer aquella prenda masculina apareciendo su rizoso e ingobernable vello púbico poco antes de que viese saltar su larga y gruesa polla mostrándose libre de cualquier molesto impedimento. Abrí los ojos como platos frente a aquel enorme monolito que veía apuntar orgulloso hacia delante. ¡Dios mío, la verdad es que visto tan de cerca parecía aún mucho más inmenso y aterrador!

Asustada ante aquella presencia tan perturbadora para una jovencita como yo, alcé los ojos hacia su rostro encontrándome con el gesto grave de su semblante como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por contener su inmensa excitación y sus grandes ansias por disfrutar de un placer mucho más intenso. Y fue entonces cuando me arrojé por aquella larga pendiente y sin posible vuelta atrás agarrando aquel grueso y moreno instrumento entre mis dedos, haciendo resbalar mínimamente la piel del prepucio dejando aparecer el suave y brillante glande. Se veía tan palpitante, indefenso y apetecible que, sin poder resistirme, me lancé sobre aquella cabezota prodigándole un par de delicados lengüetazos. Temblándole las piernas como si fuera a caerse, le escuché suspirar agarrándose aún más fuerte a mis rubios cabellos.

Elevé nuevamente la vista hacia él y pude notar en su mirada perdida que no se resistiría más, de manera que inicié mis caricias lamiendo primero aquella oscura cabezota para, poco a poco, ir metiendo aquel largo torpedo en mi boquita con cada chupada que le daba. De ese modo se la ensalivé hasta dejarla bien reluciente y luego me hice con ella con la otra mano estirándola contra su vientre aprovechando para así lamerla de abajo arriba como si de la paleta de un pintor se tratara, masajeándole al tiempo suavemente sus cargados colgantes por encima del slip. Tras unos minutos de estarle regalando con ese tratamiento él me paró en seco en mi mamada, se cogió él mismo su pene y llenó por entero mi boca con su grueso dardo llegándome hasta la garganta. Yo sujeta a aquellas columnas que eran sus muslos, aguantaba como podía mientras el joven me agarraba la cabeza con las dos manos comenzando al momento a dar fuertes golpes de riñones follándome él mismo la boca.

Aquella sensación tan salvaje de entrada y salida de su polla en mi boca con cada arreón que me daba, me resultaba difícil de soportar produciéndome fuertes arcadas y necesitando sacarla de mi boca de vez en cuando para poder respirar. Sin embargo, debo reconocer que era mejor que ser yo quien se la mamara, sentirme dominada, sentir que era él quien llevaba el mando de las operaciones siendo yo un simple pelele en sus manos, clavándomela una y otra vez hasta el final notando su glande junto a mi garganta mientras sus huevos hacían tope sobre mis cansados labios. Primero hizo la follada lenta y agradable haciendo resbalar todo aquel ariete dentro de mi boca para, segundo a segundo, ir adquiriendo mayor velocidad en sus embestidas haciéndolas tan feroces e incansables que tuve que cogerme a sus nalgas para poder aguantar. Aquel macho de piel tan oscura, aquel bello ejemplar de orígenes caribeños estuvo largo rato sin decir palabra, tan sólo gimiendo y sollozando su placer débilmente mientras enredaba sus dedos en mis alborotados cabellos.

La presión que ejercía sobre mí se hizo tan insoportable que tuve que detenerlo, saliéndose al fin unos segundos y sujetándola para restregarla contra mis inflamados pómulos. Noté el líquido pre-seminal de Orestes mojándome mi cara de hembra entregada y luego cómo me la golpeaba con su polla como si del mazo de un juez se tratase. Al notarme usada de aquel modo enloquecí por completo pidiéndole que me diera más y cogiéndole aquel bocado lo llevé de nuevo a mi boca empezando a chupárselo como si en ello me fuera la vida.

Pero, pese a mi creciente deseo, me obligó a sacarlo diciéndome que tenía otras ideas para mí, que todo llegaría a su debido tiempo y que le dejara hacer a él. Sus ojos brillaban de un modo que nunca le había visto antes, ni siquiera en el famoso episodio con mi tía Mónica. Sin esperar más se deshizo del slip y haciéndome incorporar me quitó la camiseta dejando mis pechitos al aire.

Tienes un cuerpo muy apetecible. No sé como no me fijé antes en él –exclamó mientras me hacía volver de espaldas a él tumbándome boca abajo en la cama.

Levantándome el trasero me fue deshaciendo del pantaloncillo del pijama haciéndolo descender por mis muslos y pantorrillas hasta que, con dos graciosos golpes de mis pies, le ayudé a que desapareciese cayendo al suelo. Así pues y con mi culito tan ofrecido, se dedicó a mordisquearlo y manosearlo obsequiándome, de tanto en tanto, con fuertes manotadas que me hacían gritar de emoción. Estaba tan excitada, tenía tantas ganas de ser follada por mi guapo jardinero que no hacía más que remover mis nalgas de forma circular animándole a que lo hiciera. Pese a mis evidentes deseos, Orestes no hacía más que retrasar el tan deseado momento haciéndome sufrir mi total decepción. Estaba tan acostumbrada a mis rápidos polvos juveniles en los mugrientos lavabos de las discotecas que aquella aparente calma por su parte me hacía descolocar.

Tranquila locuela, cuánto más esperes a que te lo haga más lo desearás…

¿Te gusta hacerme sufrir, eh maldito cabrón? –respondí fuera de mí.

Recorrió mis redondas montañas con su húmeda lengua, saboreándolas con suaves mordiscos que me hacían vibrar al sentir el roce de sus dientes sobre mi piel. Al momento sus caricias se hicieron más osadas al notar sus dedos buscándose un lugar en mi tierno trasero. Me retorcí agarrándome a las sábanas, estremeciéndome al gozar el contacto amenazante de aquellos dedos en zona tan peligrosa de mi anatomía y que nunca había sido vulnerada hasta ese momento. Sólo lograba tranquilizarme cuando el hombre me entregaba sus dedos metiéndolos en mi boca para luego llevarlos de nuevo a mi canal posterior jugando con los sensibles terminales nerviosos de mi estrecha entrada.

No tardó en emplear una nueva táctica cambiando sus dedos por su lengua con la que se entretuvo pasando de mi sexo a mi ano humedeciendo ambos agujeros con su saliva y notándome con ello cercana al orgasmo. Estirada en la cama y ahogando mis gemidos sobre las sábanas me cogió de la cintura levantándome las nalgas quedando así expuesta ante él a cuatro patas. Al fin el momento tan deseado parecía haber llegado. Contuve la respiración al sentir la proximidad de su pene junto a mi sexo y me agité al percibir cómo restregaba su dura banana sobre mi inflamada rajita. Traté de relajarme abriendo las piernas para así facilitarle la tarea y cerré los ojos con los primeros empellones de su sexo sobre mi coñito. Lo noté entrar poco a poco, primero la cabeza y luego parte de su tallo quedando quieto en mi interior para que me fuera haciendo al tamaño enorme de aquel magnifico instrumento. Lancé un prolongado gemido de satisfacción sintiendo en mi interior aquella sensación tan intensa y dolorosa pero tan agradable al mismo tiempo teniendo dentro de mí la punta de su dardo para, a continuación, ir entrando todo el resto. Juro que pensé que mi inexperto coñito no aceptaría la entrada de aquel coloso, que el profundo daño que me provocara me haría perder el sentido pero, sin embargo no fue así pues gracias a los jugos producidos por mi sexo junto a los suyos, favorecieron el acoplamiento ayudando a que su polla fuera metiéndose paso a paso, acomodándose por entero dentro de mi persona.

¡Dios mío, creí que no iba a poder soportarlo! –exclamé sintiéndome llena de él al tiempo que con mis uñas arañaba con desesperación la almohada.

Dentro ya de mí todo su falo, apoyó sus manos en mis caderas y empezó a moverse con lentitud para ir tomando mayor ritmo poco a poco. Su negra polla golpeaba contra las paredes de mi vagina haciéndome sentir satisfecha y deseosa de que siguiera dándome aún más fuerte. Notaba un fuerte escozor dentro de mí pero a la vez el placer era tan intenso que todo lo demás no importaba dejándome llevar por aquel guapo muchacho. Apenas pasaron unos segundos más cuando sin darme cuenta me visitó el orgasmo haciéndome aullar sintiendo los continuos embates que me daba con su grueso martillo.

Aquel orgasmo fue el mejor que nunca hubiese sentido dejándome derrotada sobre la cama con aquella extraña mezcla de quemazón y goce al mismo tiempo. A los pocos segundos me vi obligada a morder la almohada cogiéndome al cabecero de la cama al sentir su acompasado golpear una y otra vez sin darme respiro alguno. Aquel hombre parecía querer acabar conmigo follándome de manera salvaje como si buscara hacerme llegar a un nuevo clímax aún más intenso.

Orestes respiraba con dificultad detrás de mí hasta que acercando su boca a mi oído me mordió la orejilla llenándola con su saliva mientras emitía sonidos inconexos y sin sentido alguno. Su pecho sudoroso se restregaba contra mi espalda y sus testículos embestían contra mí con cada uno de sus golpes. Yo acompañaba sus movimientos gritando y sollozando y pidiéndole que continuara con tan dulce tormento. Ambos sudábamos entregados al placer de nuestros cuerpos envueltos por el calor diabólico de aquella noche y el roce continuo de nuestros miembros hacía que aquel calor se hiciera aún más intenso. Poco a poco sus acometidas fueron perdiendo fuerza, tan difícil debía resultar para él mantener aquel ritmo tan salvaje. Le agradecí su aguante y que aún no se hubiera corrido pues estaba cansada de mis jóvenes amantes y sus rápidas eyaculaciones.

Quedándonos quietos volví la cabeza hacia él y le rogué que cambiáramos de postura aceptando Orestes de buena gana sacando su dardo de mi coñito antes de caer tendido sobre la cama. Me acerqué a él y le ofrecí mis labios uniéndolos a sus labios carnosos. Abrí mi boca permitiendo el paso de su lengua la cual juntó con la mía mezclando nuestras cálidas salivas. Aquel hermoso negro me llevó contra él apoderándose con una mano de uno de mis pechos mientras dejaba reposar la otra sobre mi nalga acariciándola con la palma de la mano y los dedos.

Tanteando con mi mano por todo su trigueño cuerpo encontré su bello sexo el cual no había perdido nada de su rigidez mostrándose duro y vanidoso entre mis dedos. Me incorporé sobre él y me hice con su fatigado e irritado miembro por todo el esfuerzo realizado. Lo masturbé con delicadeza al mismo tiempo que jugaba con el vello de su pecho haciendo pequeños remolinos con el mismo. Mi guapo jardinero me acariciaba los brazos y los hombros acabando en mi cabello mientras me decía suaves palabras cargadas de dulces sentimientos. Sin dejar de jugar con su pene me hundí entre sus piernas y me dediqué a lamerle y chuparle las bolas las cuales sentí sensibles a mis cuidados. Me encantó jugar con ellas golpeándolas con la punta de mi lengua y saboreándolas con mis labios.

Una vez hecho esto, quise ser yo quien llevara las riendas de aquel encuentro y cogiéndole su negro y brillante sexo me dispuse a clavarme yo misma tan tremendo estilete. Me senté sobre él dándole la espalda y de ese modo pude ver en primera fila cómo entraba en mi enrojecida y empapada vulva. Me sentía cómoda dejándome caer hacia atrás apoyando las manos en la cama a la vez que su polla me taladraba llegándome hasta lo más profundo. Gimoteé poniendo los ojos en blanco y cayendo en un nuevo orgasmo que me hizo perder el control una vez más. El muchacho me tenía agarrada de los costados hasta que dirigió una mano hacia mi sexo masturbándome a la vez que se movía elevándome en el aire para dejarme caer a continuación clavándomela entera. Así estuve cabalgándole, notando el rápido vaivén de su polla entrando y saliendo con cada uno de mis saltos y escuchándole gruñir dándome fuertes golpes de riñones mientras me follaba con movimientos acelerados.

Necesitaba sentir su semen, aquel semen que demostrara el placer gozado por los dos así que le pedí que se corriera preguntándome Orestes si podía venirse dentro de mí. No había pensado en eso así que descabalgando le agarré su pene pajeándolo ferozmente entre mis dedos hasta que le hice correr gritando y escupiendo su cálido semen el cual cayó sobre mis muslos y mi pubis. Así terminamos sudorosos, jadeantes y exhaustos en los brazos del otro después de copular igual que animales salvajes.

¡Menuda corrida, muchacho! ¡Qué suerte que hayas aguantado tanto! –dije sin soltar aún su polla la cual palpitaba dando los últimos coletazos de tan delicioso encuentro.

¡Me ha encantado, Sandrita! Eres una chica muy, muy mala pero reconozco que me ha encantado…

Me dejé caer sobre mi apuesto macho y girando la cabeza le entregué mis labios besándonos nuevamente de forma cariñosa y delicada.

¡Tenía tantas ganas de que me hicieras tuya! ¡Desde la noche que te vi follando con mi tía no he pensado en otra cosa! –le confesé abiertamente.

Yo también tenía ganas de disfrutar de ese delicioso cuerpo que tienes. Pero otro día quiero que sientas toda mi leche dentro de mí.

Me encantará que me lo des todo y sentirme llena de ti –susurré en voz baja antes de levantarme del lecho recogiendo mis cosas y vistiéndome a toda prisa sintiendo correr parte de su semen por mis piernas.

Vestida al fin volví a besarle y dejándole allí tumbado abandoné el cobertizo en busca de mi habitación donde dormí como un lirón tras aquella formidable sesión de sexo.

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