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El arte de la felatio - Juegos entre primos (1)

en Amor filial

El arte de la felatio - Juegos entre primos (1)

 

 

La marcha de sus padres facilitó las cosas sobremanera. La cercanía del uno y el otro, el interés por los cuerpos y el calor que todo lo altera les llevó a un rato de placer antes de la necesaria ducha que le relajase…

 

Sucedió muy bien sin saber cómo, sin buscarlo ni pretenderlo aunque seguramente era algo que los dos deseábamos y tarde o temprano debía darse. Y así sucedió finalmente sin arrepentimiento por su parte ni por la mía, sin arrepentimiento de Marta, mi prima, ni por supuesto de mi lado.

Los veranos de sol y calor dan para mucho y más si te encuentras de vacaciones tras todo un largo año de estudios y entre libros de la ciudad. Me encantan los veranos, los veranos en el pueblo de mis padres, todo tan bucólico y sin preocupación alguna más que el pasarlo bien, disfrutando del callejeo sin rumbo, de los amigos en el bar queriendo emular la partida de cartas de los mayores, del ligoteo prematuro e inocente, de la chopera junto al río, de las tardes en la piscina, del calor de los rayos solares y del buen tiempo de cada día.

Lo que voy a contaros amig@s, sucedió ahora hace tres años y todavía lo guardo como un maravilloso recuerdo del que poder dar noticia. Aquel agosto de mis diecisiete años había ido al pequeño pueblo castellano de mis padres, donde disfrutar de un largo mes de vacaciones como casi cada año hacíamos. Allí teníamos los primos y nuestra pequeña cuadrilla a los que hacía tanto no veíamos como es habitual en estos casos. Unos de Madrid, otros de Valencia, Alicante, Albacete, Zaragoza, Barcelona e incluso algunos otros de ciudades más lejanas como Oviedo, Bilbao. Granada y Cádiz. La vida del ferroviario y del funcionario es lo que tiene, destinos lejanos del origen propio donde plantar raíces con la familia esperando un posible cambio de ciudad.

Como digo los sucesos que se dieron tuvieron lugar de forma sorpresiva y no premeditada, no fue algo buscado pero ciertamente aquello nos cambió la relación para siempre. Aquella mañana, nuestros padres habían marchado con los hermanos pequeños de turismo a conocer pueblos cercanos de la comarca reconociendo paisajes, caminos y carreteras. Marta y yo como los mayores que éramos, dormiríamos a pierna suelta tras haber trasnochado y llegado a casa tarde.

Desperté sintiéndome medio amodorrado por los efectos del sueño. Desperezándome entre las sábanas y con las legañas todavía haciendo su función, me deshice de ellas removiendo los dedos por encima de los ojos. Al tiempo, por las rendijas de la persiana la luz de la mañana se veía encontrar acomodo creando en la estancia una atmósfera de contraluz. Tomando el móvil que reposaba en la mesilla, vi que eran las once y media. En el whatsapp, un mensaje de Olivia me decía que quedábamos en el bar a la una, que teníamos que hablar de la peña y de algunos de los preparativos para las fiestas, que no tardara.

Volví a desperezarme, estirando los brazos y bostezando sonoramente mientras con las manos removía los cabellos revueltos. De buena gana hubiera dado media vuelta, volviendo a acurrucarme entre las frescas sábanas en busca de un nuevo sueño. Escuché alrededor y el silencio más absoluto reinaba en la casa. Tal como habían dicho la noche anterior mis tíos y mis padres, marcharían pronto por la mañana. Volví a escuchar prestando mayor atención y de nuevo ni un solo ruido. Marta, como yo mismo, sin duda estaría haciendo la marmota en su cuarto.

Tras desperezarme y bostezar una vez más, poniéndome en pie y descalzo me dirigí al armario en busca de ropa que ponerme. Un bóxer, un polo y unos pantalones cortos de deporte estaría bien. En verano y en el pueblo cualquier cosa está bien y para el bar y de manera informal tampoco hacía falta más. Así pues y con las cosas en la mano, salí del cuarto con la toalla atada a la cintura y camino del baño. A medio pasillo pillé a mi prima levantada o más bien sería mejor decir que me pilló ella.

-          ¿Ya despertaste dormilón? –su voz cantarina riendo divertida al cruzarse conmigo.

-          ¿Hace mucho que estás levantada? –pregunté a mi vez viéndola en ropa de casa.

-          Me levanté pronto sí… no podía dormir. Marcharon todos de buena mañana y dijeron que estarán por aquí para la comida. Tu madre dijo que estemos puntuales a la mesa.

La vi pasear por la casa sin saber muy bien qué hacía. De un lado para otro revoloteando a mi alrededor y yo allí plantado ante ella y todavía bajo los efectos del sueño. A sus quince años bien avanzados ya casi dieciséis, Marta era una rubita que en el año que hacía que no la veía había realmente pegado un buen estirón. Todavía bajita pero ya bien formada, todos los chicos íbamos como locos por ella. Con más de uno habíamos comentado lo muy desarrollada que estaba y debo reconocer que, desde mi llegada, más de una paja me había hecho pensando en ella.

En la piscina, los bikinis mojados hacían las delicias de todos. Como las de su madre, las grandes tetas para sus quince años dejaban marcados los pezones bajo la tela del sujetador. ¡Y qué pitones guardaba! Podéis imaginar cómo íbamos tras ella, babeando y hablando a todas horas entre los chicos. Junto a Flora y la pizpireta Sofía formaban el trío de preciosidades del verano, quedando el resto de chicas aparcadas en el interés de los chicos.

-          ¿Vas al baño? –preguntó viéndome con la toalla a la cintura y las ropas en las manos.

-          Si, voy a ducharme que he quedado en el bar con Olivia, Rosalía y Jaime –respondí a su pregunta mientras me dirigía al baño junto a ella.

-          ¿Os quedasteis hasta muy tarde? –un tono de envidia advertí en su pregunta.

-          Bueno, estuvimos un buen rato cascando. Serían las dos y media cuando me acosté.

-          Ojalá pueda quedarme yo pronto hasta tan tarde –un nuevo lamento de envidia en sus palabras.

-          Pronto podrás pequeñaja, para fiestas a ver si conseguimos que puedas quedarte más rato –exclamé alborotándole el pelo con los dedos.

-          ¿De veras lo dices Juan? ¿Hablarás con mis padres… harás eso por mí? –los ojos abiertos como platos por la emoción.

-          Bueno, bueno, no tengo nada que hablar con tus padres. Eso es cosa de ellos pero ya vas siendo mayorcita y además en fiestas la manga es más larga.

Al final del pasillo y ya cerca del baño, dos besos de agradecimiento me plantó alzándose de puntillas para quedar a mi altura. Un ramalazo involuntario noté teniéndola tan cerca, una respuesta entre las piernas poniéndose aquello alerta ante los muchos encantos de mi querida prima. Como decía y como las de su madre, las grandes e increíbles tetas para sus quince años se marcaban tentadoras y ufanas bajo la corta camisetilla blanca, que le quedaba pequeña y que dejaba la barriguilla y el ombligo al aire. Los grises leggings deportivos se ceñían igualmente a los glúteos y piernas bien formados de la joven muchacha. Estaba para comérsela. Mitad adolescente crecida mitad mujer, más cerca se encontraba de esta segunda opción que de la primera.

-          Perdona, deja que entre… tengo unas ganas horribles de mear –exclamó riendo al pasar corriendo a mi lado.

Y allí estaba ya sentada y con los leggings bajados sin el menor pudor, pudiendo yo empezar a escuchar el correr de la orina. Con los pies colgándole, la imagen que presentaba resultaba de lo más turbadora viéndola a sus cosas sin preocuparse de mí.

-          Te dejo que acabes –en la puerta busqué cerrarla.

-          Oh no no, pasa… enseguida acabo no te preocupes –exclamó mientras aquel conocido ruidillo me retumbaba los oídos una y otra vez.

Se la veía de lo más sexy con los muslos al aire y los leggings a los pies, meando a su rollo y sin la menor preocupación.

-          ¿Te da vergüenza verme mear primito? –sonrió maliciosa al contemplarme turbado sin atreverme a entrar.

Enseguida se puso en pie, secándose con el papel la humedad entre las piernas de las que pude descubrir, en un rápido vistazo, los pocos pelillos oscuros que le poblaban el triángulo del pubis. Las bragas subidas con rapidez y también los leggings, quedando así nuevamente arreglada. A su edad me sorprendió lo natural que frente a su primo se había mostrado, sin vergüenza alguna pese a mi presencia. Nunca la había visto así y el poder disfrutar la imagen de su sexo desnudo y cubierto de pelos, repercutió en mi persona notándome duro y nervioso bajo la toalla. Marta se percató de ello, sonriendo ladina y animándome a entrar junto a ella.

-          Pasa primito, ya acabé.

Y así fue como sucedió y como lo disfruté. Y así, y con vuestro permiso, os lo cuento:

Los dos en el baño y echando la mano abajo, Marta tiró de la toalla abajo cayendo esta pronta al suelo entre mis pies. De ese modo quedé frente a ella y con un bulto incipiente bajo el slip de la noche anterior. Evidentemente estaba excitado y era claro que lo estaba por ella.

-          ¿Qué tienes ahí abajo Juan? ¿Acaso es por mí? ¿No me digas que te gusta tu primita? –rió divertida viéndome tan parado y carraspeando una disculpa.

La oportunidad perfecta para ambos se daba estando los dos solos, la casa solitaria y sin nadie que pudiese molestar. Acercándose peligrosamente, Marta se empinó nuevamente de puntillas hasta acabar posando los labios en los míos dándome un tímido piquillo. Piquillo que me supo a gloria, viniendo de quien venía y con la que tantos pensamientos había tenido. Sin darme opción a la negativa y sin esperarlo, llevó la mano a la cintura atrapando la tela entre los dedos y dejándola bajar en silencio. Un nuevo piquillo con el que sellar la complicidad entre ambos, sin decirnos nada más que los gestos callados pero que tanto significaban por parte de uno y otro.

Marta cayó arrodillada a mis pies, escrutando y observando interesada mi miembro medio endurecido y aún caído. No por mucho tiempo y gracias a las caricias y atenciones que mi querida prima le iba a ofrecer. Sin más ni más lo agarró entre las manos, comenzando a pajearlo y haciéndose poco a poco al mismo. Yo, que ciertamente no esperaba aquello y menos de ella, pegué un respingo quedando tenso con el roce lento de sus dedos a lo largo del pene.

-          Ssshhhh tranquilo, verás qué fácil –exclamó haciéndome callar al llevarse el dedo a los labios,

Los papeles estaban cambiados, mi querida primita más joven y aparentemente menos experta era la que llevaba la voz cantante, teniéndome allí plantado con el sexo fuera y pajeándolo lentamente arriba y abajo. Gemí débilmente ante la delicada caricia con que me complacía. Quieto en medio del baño, las manos de dedillos pequeños pero ya duchos en la materia se removían camino de la apetecida respuesta. Cerré los ojos dejándome hacer al volver a gemir esta vez de forma más rotunda.

-          Tranquilo Juan… tranquilo… déjame a mí… -a mis pies la veía correr la mano y los dedos con lentitud pasmosa, sin prisa alguna y esperando seguramente la rápida respuesta al roce.

Ahora con las dos manos me masturbaba con mayor facilidad, ya mucho más duro y casi completamente estirada. La muchachita quinceañera lo disfrutaba, corriendo los dedos a lo largo del tallo, agarrándolo con ambas manos ante lo dilatado que ya empezaba a aparecer. El tamaño de mi miembro parecía escandaloso, incluso para Marta que lo miraba entre confundida y pasmada ante el despliegue y la dureza mostrados.

-          Joder primito, qué enorme es –declaró pajeándola arriba y abajo en busca de una mayor presencia.

Con aquel simple diminutivo, ese simple “primito” resonándome los oídos, Marta me hacía conocer quién era quien mandaba, que era suyo y que me tenía en sus manos, teniéndonos a su merced y haciéndonos a mi amigo y a mí los protagonistas de la fiesta. Cerré los ojos dejándome llevar al bufar de manera satisfecha. Al abrirlos y ya de manera mucho más rápida, me masturbaba tirando la piel atrás y dejando aparecer el glande hinchado por el mucho nerviosismo que me producía. Las piernas parecían fallarme, las rodillas a duras penas me sostenían mientras aquella brujilla continuaba con lo suyo de nuevo de manera lenta y pausada. Ciertamente lo disfrutaba tanto o más que yo, allí en el suelo observándola crecer y palpitar con el ir y venir de sus dedos activos y diligentes en la tarea. Yo ya no dejaba de gemir y gruñir mi placer, aquellas manos me tenían loco en su lentitud llevando la piel atrás para de nuevo cubrir el grueso champiñón haciéndolo desaparecer a sus ojos.

Marta parecía que nada hacía, como si lo hubiese hecho toda la vida y sin pizca alguna de corte o embarazo. Sin duda no era su primera vez como tampoco lo era la mía, aunque por mi parte poco había hecho hasta entonces. Los ojos brillándole de emoción, los dedos seguían moviéndose inquietos pero sin tampoco querer llegar a más al menos de momento. Clavados en los míos la veía pajearme, el glande rosado y firme y con su boquita abierta y la lengua corriéndole por encima de los blanquecinos dientes. ¡Qué vicio me daba verla así!

Tan pronto lento como luego más deprisa, los dedos me masturbaban y yo no me explicaba cómo podía aguantar aquello sin correrme todavía. Quieto y con la imagen de Marta jugando con mi sexo, el silencio entre ambos se hacía eterno, tan solo el correr de los dedos y las manos adelante y atrás, adelante y atrás.

-          Sigue Marta, sigue… -me escaparon esas solas palabras como un leve susurro.

-          ¿Te gusta Juan, te gusta? –aquellas manos haciendo maravillas conmigo, alargando todo aquello tanto como pudiera.

Al fin paró, poniéndose de pie y dejando de lado mi terrible erección para acercarse de nuevo aceptando que fuese ahora yo quien la besara. Una experiencia ciertamente agradable aquella, pues era la primera vez que la besaba de aquel modo tan distinto al habitual. De nuevo ganándome en malicia, respondió sacándome la lengua con la que rozar mis labios a medio besarla. Por abajo, los dedos me apretaban los huevos rozándolos suavemente y produciéndome con ello nuevas sensaciones hasta entonces desconocidas. ¿Hasta dónde querría llegar aquella locuela? Era obvio que pretendía más de mí, pero cuánto más. Y de nuevo, bajando la mano a mi sexo empezó a masturbarme con la suavidad de sus dedos corriendo a lo largo del tallo, teniéndome bien cogido. Mientras, me ofreció la boca besándonos ahora con confianza plena, escuchando el gemido de la muchacha lo que me puso a rabiar.

-          Déjame que la pruebe –declaró dejándose caer una vez más al suelo.

La polla bien tiesa para mis jóvenes años, aparecía levemente caída y con el capuchón rosado al aire. Marta se relamió, pasándose la lengua al sonreírme de aquel modo con el que tantas cosas sugería. Con las manos me corría el vientre y la barriga, subiéndolas arriba al apretar el torso tímidamente velludo y formado.

Bajándolas por los costados hasta la cintura, me fijó una mirada de niña buena antes de ascender las manos hacia el pecho. Yo esperaba con impaciencia cada uno de sus pasos, deseándola abiertamente e imaginando miles de cosas junto a ella. Marta murmuraba su emoción, los ojos en los míos, acariciándome lentamente con los dedos y ahora con las uñas al bajarlas rozándome con extrema delicadeza. Suspiré fuertemente.

Abriendo la boca, Marta respiraba de forma alterada, allí arrodillada a mis pies haciéndome disfrutar sus lentas caricias. Las manos pasaron cerca de mi entrepierna camino de los muslos que recorrió, bajándolas a las rodillas y hasta los pies. De pie y aguantando la tensión que me afligía, esperaba el momento en que lo hiciera. Aquello no podía quedar así, seguro que ella también lo deseaba aunque todavía me hizo sufrir un poco más.

Aquella brujilla siguió acariciándome con lentitud y parsimonia, sin prestar atención alguna a lo que entre mis piernas colgaba, pareciendo dejarlo de lado al menos por el momento. Tan solo moviendo las manos arriba y abajo, corriéndome la barriga y el pecho, cayendo a los muslos para llevarlas luego al trasero que apretó con fuerza entre los dedos. Así estuvo apretándolo un rato largo, hundiendo los dedos entre los turbios gemidos que yo producía. No pude más y se lo hice saber.

-          Marta, por favor… no me hagas sufrir más…

-          ¿Sufrir? ¿No te entiendo? ¿Qué quieres decir con eso? –musitó sonriendo aviesa ante lo diáfano de mi situación.

-          No te hagas la tonta –exclamé balbuceando al echar el vientre adelante.

-          ¿Ah, es eso? –volvió a reír divertida con mi absoluta debilidad.

Nada más dijo, tan solo haciéndome rabiar al jugar con mi piel erizada por lo terrible de la situación a la que me sometía. Finalmente acercó los labios y con dos golpecillos en el glande descubierto me hizo vibrar entero, quedando tenso y sostenido a duras penas sobre los pies. Jamás hubiera imaginado que lo hiciera tan bien, siguiendo los pasos y tomándoselo con calma y sin prisa alguna. Abriendo golosa la boquita empezó a jugar tímidamente, poco a poco y tratando de tomar la confianza que había tenido con las manos. Enganchada con la mano, chupó y succionó acompañándolo con el lento movimiento alrededor del tronco. Cerré los ojos emitiendo un gemido lastimero que enseguida se tornó en un largo suspiro de puro goce. Aquella dulce boquita me la estaba poniendo dura sin remedio.

A mis pies tenía a mi querida primita, con la que jamás hubiera esperado algo así aunque tantas veces lo había fantaseado. Una cosa es eso y otra el tenerla allí entre mis piernas, saboreando y devorando mi sexo duro y erguido. Sin dejar de chuparla envuelta con los labios, con la mano me masturbaba adelante y atrás arrancándome un suspiro tras otro. Me sentía en la gloria, algo tan inesperado y agradable con una viciosilla como Marta. Echando el vientre adelante empecé yo ahora a follarle la boca, enterrándosela buena parte de ella. La muchachita no se apartaba de su trofeo, sabía bien cómo hacerlo pese a sus pocos años.

Jugando con el glande, metiéndoselo entre los labios y rozándolo con maestría y con la lengua por abajo. Las miles de sensaciones que mi pene recibía me hacían empujar su boca. Continuó masturbándome mientras con la boca chupaba y chupaba para lamerla por encima al dejarla ir brevemente. Todo esto lo hacía con la mirada elevada hacia la mía, abriendo y entrecerrando los ojos con gesto de entrega completa. Los ojos en blanco y el rostro contraído por el grosor que la llenaba.

Pero no paraba de hacerlo, era evidente que no era la primera que lo hacía y que mucha más experiencia que yo atesoraba. Y yo lo disfruté, gozando de aquella boca de labios gordezuelos y rosados recorriendo el recio tronco mucho más de la mitad.

Temblé todo yo y de ese modo paró unos instantes, ofreciéndome el respiro que tanto necesitaba. Me pajeó lentamente, dándome descanso, soltándolo de entre los dedos para observarlo palpitante y elevado al cielo. Bajando la mano, le aparté a un lado el largo mechón que le caía sobre la frente.

-          ¿Cómo vas? ¿te queda poco primito?

-          Si sigues así, no aguantaré mucho –declaré abiertamente.

-          Bien, iré despacio. Quiero disfrutarlo un poco más –los dedos subiendo y bajando la piel hasta quedar medio glande cubierto.

Pasando la lengua por el tallo, lo lamió suavemente desde la base hasta arriba. Un besito sonoro sobre el glande hinchado, reflejo de la angustia que lo dominaba. Ahora y con el miembro bien sujeto, lamió y jugó con los huevos metiéndoselos en la boca, degustándolos en su dureza y relamiéndose los labios al soltarlos con un “flop” sonoro.

-          Cómemela pequeña… cómemela –mi voz apenas perceptible en el silencio del cuarto de baño.

Vuelta a las andadas, se la tragó ahogándose con ella. Metiéndosela hasta donde podía que ciertamente era mucho. La polla aparecía brillante de sus babas para, al momento, desaparecer en busca del paladar hambriento. Golpeándole luego el pómulo con la fuerza del miembro al entrarle, lo comía succionando del mismo con interés renovado. Yo temblaba entre continuos gemidos y suspiros, cogido a su cabeza donde las manos reposaban acompañando el lento ir y venir de la boca.

Pensé no tardar mucho en correrme y tirando de su pelo atrás la hice parar. El miembro brillante de sus babas quedó tieso y vanidoso frente al rostro desencajado por la difícil tarea.

-          Para para o me harás correr –exclamé gozoso y entrecortado al apartarla de mi lado.

Marta lamió, golpeando mínimamente el grueso capuchón que se contrajo conmovido hasta quedar horriblemente firme. Las piernas parecían fallarme por la intensa emoción y alargando la mano la cogí enterrando los dedos en el rubio cabello. Bien sujeto entre los dedos, tan solo el glande se veía del que una gota de líquido preseminal buscaba escapar el apenas visible agujerillo. Aprisionado por los dedos y sin dejarlo escapar, el hinchado capuchón se removía inquieto dejando finalmente resbalar la gota glande abajo. Con un lametón experto, la muchacha la enganchó al acoger los gordezuelos labios el glande excitado. Dos veces más sucedió aquello, los primeros estertores del orgasmo abandonándome y recogiéndolos ella al devorar ávida el miembro con la boca.

Succionando muy lentamente para no llevar aquello a mayores, las babas me corrían tronco abajo para enseguida tomarlas con la boca al tragar de una vez. Adelante y atrás, jugando con la lengua y rozando arriba y abajo el grueso tallo en el que las venas se marcaban de forma poderosa y temible.

-          Sigue muchachita, sigue… lo haces fenomenal.

Animada por mis palabras, Marta comenzó a chupar y lamer llenándose de nuevo la boca con mi pene. Tragaba sin descanso haciéndome gemir, sin preocuparse de otra cosa que de aquel helado que tan loca la ponía. Adelante y atrás, mi mano empujándole la cabeza y el vientre contra su boca haciéndola ahogar. La soltaba de vez en cuando en busca de aire que respirar, parando un breve momento para enseguida continuar con los cálidos lametazos sobre el glande. Cubriéndome el miembro de tiernos besitos con los que ceder a su tormento. El glande, el grueso tronco arriba y abajo que colmó de uno y mil cariñosos besos llenos de sensualidad infinita. Yo la veía hacer, la mirada medio perdida  en su rostro entregado a la fascinante tarea de la felatio. Me iba a correr, me iba a correr con mi querida primita, no me quedaba ya mucho para ello.

Entre los labios atrapó el glande lamiéndolo por encima con la lengua, tímidos lametazos de forma lenta pero continua. Muy lentamente, muy despacio y sin ayuda ahora de las manos. Pasando la lengua en pequeños circulillos sobre tan sensible zona de mi cuerpo. Gemía abandonado a sus diabólicas artes, la lengua corriendo lenta y sin descanso en nuevos círculos que ayudaba con los húmedos labios.

El “flop-flop” de la boca y la lengua continuaba incansable camino de un goce mayor. El miembro inquieto y terriblemente tieso, favorecido por el rozar y rozar de la traviesa lengua.

-          ¿Qué tal vas primito? ¿te gusta lo que te hago?

-          Me tienes loco bichilla… continúa… vamos sigue sigue.

Apoyándome el pene sobre el vientre, se comió los cargados testículos seguramente ávida del líquido blanquecino que guardaban y que a no mucho tardar le entregaría. Chupando y lamiéndolos, enganchándolos con los labios para devorarlos con delectación, masturbándome con rapidez y arriba y abajo bien segura de su próxima victoria. Yo me removía adelante y atrás, costándome mantener el equilibrio, las continuas caricias acercándome el éxtasis a pasos agigantados. Se la metió una vez más en la boca, saboreándola, llenándose de mi vigor y energía, el glande golpeándole nuevamente el interior del pómulo y corriendo ufano luego hacia el interior de sus fauces. Parando en su incansable quehacer, para atrapar el glande con la lengua y los labios succionando del mismo. Nuevos y definitivos circulillos por encima hasta conseguir hacerme correr.

Y entonces el día se hizo noche para mí, cerrando los ojos y explotando en su boquita que empezó golosa a recoger lo que pudo de todo aquel manantial abundante de líquido viscoso y blanquecino. Tanta explosión se le vino encima que no pudo ponerle control en su totalidad. Rezumándole parte de la misma por las comisuras de los labios, un segundo y tercer disparo le fueron a dar al labio superior cayéndole en la lengua que sacaba ansiosa de mí. La vi tragar lo que pudo, un nuevo disparo corriéndole estampado en el rostro hasta llegarle a la frente y el pelo. Chilló cerrando los ojillos, sorprendida por lo violento de la lefada, los últimos grumos goteándole la barbilla y el pecho abajo.

La imagen se mostraba dantesca, allí a mis pies y con aquellos numerosos goterones caídos por todos lados. Salpicando el suelo del baño, llenándole el rostro estropeado por el placer, el semen cubriéndole la lengua donde lo mantuvo dejándomelo ver. Los dedos con los que me sujetaba se veían envueltos en fluidos, resbalando parte de ellos al suelo y recogiendo el resto al llevárselos a la boca.

Un dedo, dos y tres saboreó, limpiándolos convenientemente antes de tomar el miembro lamiéndolo y engulléndolo hasta dejarlo libre de restos de la batalla acaecida. Un dulce beso de despedida y aquí no ha pasado nada.

-          ¿Quieres repetir? –exclamó sonriendo traviesa al abrir la boquita mostrando sus dientes blancos por los pocos años.

-          Eres una brujilla.

-          Lo soy… pero seguro que te ha encantado –dijo poniéndose de pie y haciéndome sentir el sabor amargo de la perversión al besarme.

-          Anda dúchate o harás tarde en el bar –se despidió saliendo del baño y dejándome allí plantado sin saber muy bien lo que había ocurrido.

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