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Fuera del trabajo

en Sexo con maduras

Fuera del trabajo

 

El día a día y la relación cada vez más cercana entre ambos, les llevó a reunirse en casa del hombre casado donde gozaron de las más agradables caricias que entre dos pueden darse...

 

 

I, I love the colorful clothes she wears

and the way the sunlight plays upon her hair.

I hear the sound of a gentle word

on the wind that lifts her perfume through the air.

 

I'm pickin' up good vibrations

she's giving me excitations.

I'm pickin' up good vibrations (Oom bop, bop, good vibrations)

she's giving me excitations (Oom bop, bop, excitations)

good good good good vibrations (Oom bop, bop)

she's giving me excitations (Oom bop, bop, excitations)

good good good good vibrations (Oom bop, bop)

she's giving me excitations (Oom bop, bop, excitations).

 

Close my eyes

she's somehow closer now

softly smile, I know she must be kind.

When I look in her eyes

she goes with me to a blossom world...

 

Good vibrations, BEACH BOYS

 

 

Desde la habitación contigua y tras traspasar el corto pasillo, el hombre se acercó a la mujer hasta quedar de pie junto a ella. Alto, varonil y vestido de forma informal hacía tiempo que la madura mujer no disfrutaba de tan grata compañía como la que aquella tarde se le presentaba. Sentada a la mesa y con la copa suavemente apoyada entre los dedos, se sintió observada por aquellos ojos oscuros y profundos que sin duda la recorrían de arriba abajo. Mucho más joven que ella, trece años de diferencia entre ambos, Orlando se mostraba claramente interesado por los encantos femeninos lo que a ella no podía más que hacerla sentir alerta.

Fascinada por la actitud de su acompañante, se dejó observar dando un lento sorbo a la bebida. Un Martini blanco acompañado por una aceituna que saboreó dejando correr el palillo entre los labios. Él le habló con voz delicada pero firme al tiempo, haciéndola sonreír sin saber muy bien por qué al elevar la mirada al rostro entregado y de facciones bien marcadas.

Desde su altura, el hombre no perdió detalle de aquellas piernas cruzadas y de piel brillante y tersa. Un chispazo sintió en su interior al recorrer la mirada piernas arriba para acabar fijándola en el principio del corto vestido negro. ¡Era tan hermosa! Vestido negro sin mangas que realzaba a la perfección las sinuosas formas de la cuarentona de edad más que avanzada pero que en realidad parecía mucho más joven de lo que era. Al conocerse, Orlando le había echado unos cuarenta años en un primer momento.

Hablaban sin cesar y en voz baja, sin saber muy bien de qué pero sintiéndose a gusto el uno junto al otro. Teresa no paraba de sonreír a cada palabra que él pronunciaba, bebiendo de la copa de tanto en tanto. Sin darse cuenta coqueteaba con el hombre que no dejaba ahora de cortejarla abiertamente. Eso la hacía sentir relajada y dispuesta a lo que pudiera venir. Orlando resultaba atractivo para cualquier mujer que se encontrara en su sano juicio. Compañeros de trabajo desde hacía ocho meses, desarrollaban sus tareas en distintos departamentos aunque en ocasiones se veían obligados a compartir dossiers y papeleos varios. Eso fue lo que los unió. Un día y otro y otro más, la cercanía entre ellos se fue haciendo más profunda. Divorciada desde hacía nueve años, no se le conocía compañía desde entonces pasando la vida de la oficina a casa y de casa a la oficina con alguna que otra salida muy de vez en cuando. Con Orlando todo aquello cambió.

Casado y con dos hijos, ello no fue óbice para que la madura mujer se dejara rondar. El matrimonio parecía no irle muy bien y ella no pudo evitar sentirse atraída por el guapo donjuán de castaños cabellos y barba poco poblada y descuidada. Una noche se despertó sudorosa y embebida en sibilantes estertores. Respirando anhelante, la mano se encontraba hundida bajo la fina tela de la braga. Se había masturbado pensando en él... debía estar loca pero era completamente cierto. Sin recordar muy bien el sueño sufrido, la escandalosa humedad que su sexo mostraba era prueba clara de lo tumultuoso de lo imaginado. El resto de la noche lo pasó en constante inquietud, teniendo que retirar la mano de la entrepierna para obligarse a no pensar en él.

Y día tras día le encontraba en la oficina, cruzándose en el pasillo, coincidiendo en la máquina del café o viéndole a través de la persiana entornada de su despacho.

-           Estás estupenda -le soltó de sopetón haciéndola soltar una risa nerviosa.

-           ¡Oh, calla por favor!  Me harás sentir incómoda.

-           ¿Incómoda por qué? Es la verdad, no miento en lo que te digo.

-           ¿Tú qué crees?

-           No sé... dímelo tú -respondió su experto acompañante.

Unos interminables segundos en los que nada dijeron, la mirada de ella clavada en los oscuros y brillantes ojos que la embelesaban. Descruzó las piernas apoyada firmemente en los altos tacones, respondió tontamente al tremendo ataque masculino. Estaba claro lo que quería y ella lo deseaba tanto o más que él. Los dos solos en casa de Orlando y aprovechando que su afligida mujer había marchado con los hijos a casa de los abuelos, la oportunidad se ofrecía pintiparada para el cálido encuentro que ambos sabían inevitable. A Teresa se la veía hermosa cada vez que coqueteaba dándole la espalda al abrir la boca en busca de un nuevo trago. Aquellos labios rosados y bien perfilados suponían toda una tentación para el pecado.

-           ¿Quieres brindar?

-           Claro -respondió ella lacónica y en tono susurrante.

Rió notándose intimidada por la mirada de Orlando el cual se la comía con los ojos haciéndola saber el deseo que le consumía. El nuevo trago le corrió, notando la dulce bebida quemarle garganta abajo.

-           Tú también eres guapo.

-           ¿Eso crees?

-           Guapo y atractivo, eso creo sí -declaró dejando salir las palabras sibilantes de entre sus rosados labios.

-           Ponte de pie anda...

Apoyada la mano en el jersey masculino, se elevó sobre los pies aprovechando el hombre para apartar la silla más allá. De pie el uno junto al otro no tardaron en jugar sin poder reprimir el interés que les llevaba. Fue él quien se lanzó sobre la húmeda boca que se abrió recibiéndole con agrado. Los labios mezclados entre sí apoyados con suavidad para poco a poco ir tomando mayor fruición. La besaba en la comisura del labio, ladeando ella la cabeza en un gesto de total abandono. Deseaba aquello hacía rato y se dejaba hacer con total complicidad aunque no sabía dónde podía llevarla aquello. La mano reposando en la barba del hombre, los besos robados la hacían estremecer bajo las ropas. Mientras, las manos por abajo no se mantenían quietas un instante.

-           Deja que te bese cariño, deja que te bese.

-           Sí sí bésame... hace tiempo que deseaba que lo hicieras.

-           ¿En serio lo deseabas? ¿cuánto hace de eso?

-           Oh unos dos meses, desde que empezamos a tener mayor contacto en la oficina.

-           ¿Y por qué nunca me lo dijiste?

-           Falta de costumbre imagino -reconoció notándose alterada por el creciente deseo.

La mano le corría por abajo, inquieta y obstinada en su quehacer. Por encima de la media, subió muslo arriba hasta alcanzar el triángulo todavía oculto. Los primeros jadeos salieron de entre sus labios mientras el hombre lamía arriba y abajo el cuello femenino. Orlando abandonaba el cuello para volver a besarla y de ahí nuevamente al cuello que lamía y chupaba con fuertes chupetones que la hicieron ahora gritar desconcertada. Aquello estaba yendo demasiado rápido le pareció a ella; a su joven compañero se le veía demasiado lanzado y sabedor de lo que hacía.

-           ¡Para, para... no tan deprisa!

-           ¿No te gusta? -preguntó él sin apartarse de su tarea.

Él también gemía como lo hacía ella, entregados ambos a las dulces caricias que les harían llegar más lejos. Se besaron con avaricia, las lenguas golpeándose antes de irrumpir la de ella en la boca fresca y atrayente de su enamorado. Le abrazó apasionadamente, buscándole la lengua que rápidamente se enroscó con la otra sintiéndola caliente en contraste con el frescor que la cavidad despedía.

-           Bésame Orlando, bésame...

Aquellas simples palabras pero tan llenas de significado, hicieron perder aún más el control al hombre. La mano apoyada en el brazo masculino, los labios volvían a recorrerle el cuello abajo y arriba hasta acabar en un nuevo beso mucho más dulce. Se miraron unos segundos a los ojos sin pronunciar palabra, sólo escuchándose el jadeo irregular de los amantes en el silencio de la habitación.

-           Eres preciosa nena.

-           ¡Oh calla, por favor! ¡No seas malo!, ¿quieres?

-           Me pones malo Teresa -confesó él atrapándola con violencia entre sus brazos.

Nuevamente le comió el cuello entre los tenues gemidos que la satisfecha hembra producía. Las manos se hicieron mucho más perversas, enredadas en las molestas ropas que les cubrían. La del hombre sobre el generoso pecho que apretó con fuerza entre los dedos. La de ella por encima del blanco jersey de punto fino que trataba de llevar arriba. Era Teresa una mujer hermosa, de larga melena morena, sensual belleza y abundantes carnes. La mano del hombre le bajó por el vestido alcanzando las redondas caderas y los muslos largos. Ella gimió turbada pese a morderse el labio inferior haciéndolo doler. Gritó a continuación notando los dientes presionarle el labio. Cerró los ojos y la mano no paraba quieta, moviéndose por encima de la tela en busca de nuevas zonas que explorar.

-           Sigue cariño, sigue... -pidió echándose tímidamente atrás y sin poder abrir los ojos.

-           Te deseo -la voz masculina hecha un mínimo susurro.

De ese modo, el macho alterado siguió avanzando en la ternura de su caricia. Sin dejar de besarla, enganchó entre los dedos la ceñida tela del vestido buscando despojarla del mismo. La madura cuarentona, solícita, ayudó en la tarea levantando los brazos para que la prenda desapareciera lentamente por encima de su cabeza. Orlando se la quedó mirando con los ojos embobados en tanta belleza.

-           ¿Te gusta lo que ves? -preguntó ella sonriendo, perfecta conocedora de sus muchos encantos.

Pese al largo tiempo de abstinencia, Teresa no podía abstraerse a las miradas que los hombres le dedicaban. Un año hacía de lo suyo con Alfredo. Divorciado como ella, le había conocido en una fiesta de amigos. Tras una semana llamándola al móvil de forma insistente, al fin había accedido a verle pese a no saber si realmente lo necesitaba. Debían ser discretos al menos al inicio de sus furtivos encuentros. Alfredo resultó ser un amante comprensivo y delicado. En la cama todo iba más que bien aunque en la relación del día a día no acababan de entenderse. Eso fue lo que les desgastó. Uno decía una cosa y el otro la contraria, a uno le gustaban unas cosas que al otro resultaban completamente fuera de lugar. En la intimidad de la alcoba, Alfredo la hacía sentir como una reina llenándola de caricias que la dejaban más que satisfecha. La penetraba con infinita delicadeza, moviéndose de forma suave hasta acabar ambos en un orgasmo de lo más sincero. Sin embargo, las continuas desavenencias, las discusiones un día sí y otro también acabaron por minar la relación entre ellos.

-           Me gusta, claro que me gusta -reconoció el hombre casado sin dejar de devorarla con la mirada.

-           Ven bésame... lo necesito...

Disfrutando la calidez de los besos que le dedicaba, Teresa aprovechó para hacerse al cuerpo musculado y firme de su amante. La mano cayendo por el costado hasta la cintura, tomó la prenda con los dedos encontrando así la piel tersa del hombre. De forma lenta pero continua fue acariciándole ahora bajo el jersey. Le atraía hacia ella mientras su compañero le devoraba una y otra vez el hombro, besándolo y mordiéndolo con infinita atención.

Un calor bien conocido le corría entre las piernas. Se sentía cachonda y excitada y sabía lo que aquello significaba. Deseaba entregarse a aquel hombre sin importarle que estuviera casado y todo lo que podía traerle de malo. Tímida y reservada en un primer momento, el tratarla de forma conveniente podía convertirla en una leona difícil de parar. Las manos en el culo del hombre, apretándolo por encima del tejano mientras los labios  envolvían los suyos en un beso lleno de sensualidad.

Como si de un movimiento independiente se tratara, la mano de largas y bien cuidadas uñas resbaló sobre la zona tan deseada. Presionó sintiendo una dureza bien conocida entre los dedos. Lo que sintió le pareció de lo más interesante, volviendo a apretar el bulto sin poder evitar lanzar un sonoro jadeo. Rió complacida al imaginar lo que le esperaba.

-           ¿Todo eso es tuyo? -exclamó llevada por la total complicidad.

El hombre la besaba para luego bajar por el cuello pasándole la lengua de forma soez. Un escalofrío le recorrió la espalda al ver cómo le bajaba la cazoleta apoderándose así del oscuro pezón. Le tocó suavemente la teta empezando a mordisquearle el pezón que, con el tratamiento, pronto quedó endurecido y erecto. Accionando el cierre y secundándole la madura al dejar caer los tirantes, el sujetador desapareció en el suelo sin hacer apenas ruido. Ahora sí, Orlando pudo pasar de un pecho al otro notándolos duros y firmes bajo los labios. Gimoteando divertida, la mujer se excitaba con cada nuevo roce que le daba. La lengua rodeando la aureola para rápidamente pasar al pezón succionando del mismo como si de un bebé se tratase. Mordisqueó el pezón arrancándole un débil gritito que se hizo largo y profundo al hacer la caricia más intensa. Ella le cogía la cabeza, enredando los dedos entre los cabellos para atraerle mucho más. En voz baja le pedía que siguiera a lo que respondía con nuevos y delicados roces que la llevaban al séptimo cielo. Notó el coño quemarle, hecho agua y supo que el orgasmo no tardaría en visitarla. Deslizando la mano bajo la braga, se masturbó ella misma metiendo y sacando los dedos de forma lenta hasta provocarse el primero de sus placeres.

-           Me corroooo... me corro dios. ¡Qué caliente me has puesto! -sollozó dejando caer la cabeza sobre el hombro masculino.

Besándose una vez más, los débiles gimoteos fueron acallándose segundo a segundo mientras las manos de gruesos dedos la enardecían con su continuo correr. Arrodillado a sus pies, la fue acariciando por encima de la blanca braga de exquisito encaje transparente. La delicada prenda se veía húmeda del tan reciente placer sufrido, una mancha que no engañaba de lo ocurrido instantes antes.

-           Ámame cariño, ámame -se lamentaba clavando los dedos en la cabeza de su hombre.

Sin poder evitarlo, se retorcía al notar la barba creciente encima del muslo. Orlando la llenaba de besos... los muslos, la trabajada barriguilla, el triángulo escondido y que tanto deseaba ver. Con los labios atrapó la tela tirando de la misma hasta hacerla chocar contra el pubis. Teresa se quejó echando la cabeza atrás al sentir el seco golpe.

-           Estás tremenda -declaró él sin por ello abandonar lo que hacía.

-           Gracias muchacho -respondió al piropo con una abierta sonrisa.

Cogiendo la braga la fue bajando, apareciendo de ese modo la hermosa mata de pelo negro. Lo carnoso de aquella raja, estrecha y peluda formando un amplio triángulo de  pelos negros hizo que Orlando enloqueciera por completo. Sin embargo y tomándoselo con calma, no se abalanzó todavía sobre ella. Volviendo al muslo siguió besándolo y mordiéndolo provocando en la mujer un intenso suspiro de desesperación. Al menos medio minuto más tarde fue cuando ahora sí se lanzó en busca del húmedo sexo. Pasándole los dedos por encima comprobó lo muy mojada que estaba, los labios entreabiertos reclamando el tan necesario roce. Acercándose a ella empezó a lamerla, abriéndole los labios para así poder hurgar el interior con la vivaracha lengua. Al tiempo que con la lengua buscaba la entrada vaginal hecha un manantial, con la nariz le rozaba ligeramente el clítoris haciéndolo temblar. La madura mujer se quedó paralizada, aguantando la respiración ante el sorpresivo ataque. Todo aquello le gustaba horrores pues con una de las manos le enterró la cabeza contra su sexo mientras levantaba la pierna dejándola colgar en el aire.

 

-           ¡Cómeme sí... cómemelo todo cariñoooooo!

Él lo hizo, haciéndole abrir las piernas y entretenido en el rico manjar que se le ofrecía. Teresa entreabrió los ojos y mirando abajo comprobó lo que le hacía... esto era como un sueño, tenerlo allí a sus pies dándole el placer que reclamaba -pensó para sí sin decir palabra. Abierta de piernas y él iniciando los primeros escarceos de lengua sobre la empapada flor. El hombre se lo tomaba con calma, tenía todo el tiempo para ella y deseaba disfrutarla al máximo. Abandonando la humedad rosada, besó el interior del muslo, empezándolo a correr lentamente, empapándose con cada centímetro de piel. Ella se quejaba sonoramente, pidiéndole seguir, tratando de llevarle con las manos entre sus piernas. El corazón parecía querer escaparle de tan excitada como estaba. Aquella maldita espera se hacía eterna para ella. Jadeaba acelerada, el cabello cayéndole por encima del rostro. Lo apartó con la mano, interesada como estaba en lo que entre sus piernas sucedía. Aguantando la respiración, notó el lento resbalar de los dedos por el abdomen acariciándoselo con infinita ternura. Luego, las manos de su amante le agarraron las nalgas con decisión masajeándolas por encima una y otra vez.

De forma precisa, metió nuevamente la lengua entre esos labios ardientes y ya conocidos, inspirando animoso para que le oyera. Empapándose de los aromas femeninos, el hombre la fue pasando arriba a abajo humedeciendo con sus babas la abertura. Eso la complacía, apretando más su sexo a la diabólica boca. ¡Creía morir de placer!

La mano traviesa descendió muy lentamente el glúteo pasando adelante en busca del vientre oscuro y frondoso. Teresa se abandonó a las caricias, echando la cabeza atrás y soportando el tormento al notar los dedos acompañar el roce de la lengua. En silencio, los dientes rechinándole por la tensión, sintió la respiración del hombre por encima de su sexo que parecía reclamar con urgencia mayores atenciones. Al fin le introdujo un dedo para continuar con otro, resbalando ambos de forma profunda gracias a la abundancia de jugos que la mujer producía. Anular y corazón entrándole adelante y atrás, follándola con discreción, buscando ambos lo más recóndito de su ser. La madura cuarentona sintió un escalofrío correrle la espalda, erizándosele la piel sin poder poner remedio a ello. Tampoco lo quería. Los pies le fallaron y tuvo que agarrarse a la cercana silla para no caer. Los ojos fuertemente cerrados para disfrutarlo con mayor ahínco, la respiración entrecortada por las caricias cada vez más depravadas a las que su amante la sometía. Entonces un tercer dedo empezó a trabajarle el clítoris, pasando arriba y abajo, masturbándolo de forma delicada pero que pronto lo hizo endurecer entre los lamentos desconsolados de la hembra satisfecha. Aquello evidentemente le gustó, haciéndoselo saber con las primeras palabras tras mucho rato.

-           ¡Oh cariño, me matas... me ma... tas! -confesó deslizando la mano por encima de la mejilla del hombre.

Llenándola de besos la fue lamiendo, pasando la lengua por encima de la raja empapada ya de manera escandalosa. Gemía, jadeaba, gritaba al tiempo, mordiéndose los labios para aguantar tanto placer como sentía. La estaba volviendo loca, se lo hacía tan lento que parecía no querer acabar nunca. Los largos dedos se hundían entre las paredes que los recibían húmedos y gozosos por un nuevo roce más intenso. Adentro y afuera, resbalando por la vagina hasta lo más hondo, girando dentro de ella hasta provocarle un largo gemido de profundo placer. Sacándolos, maltrató el grueso garbanzo duro como una piedra. Primero con la yema del dedo y luego relevándolo con la humedad de la lengua que empapó el botón con sus babas mucho más si eso era ya posible. Paso a paso, el contacto fue ganando en entusiasmo y descaro. La lengua recorriendo los abultados labios en toda su extensión, entrando luego entre ellos para saborear la alegría de aquellos fluidos que manaban sin descanso entre los labios masculinos que los atormentaban. La punta golpeaba las paredes de manera perversa, resbalando por ellas e incidiendo luego al introducirse camino adentro. Mientras, con los dedos la masturbaba furiosamente por encima del encarnado clítoris. Los alaridos femeninos llenaban la habitación, gritando y sollozando entre continuos hipidos que la hacían jadear inquieta. Apretando las piernas para no dejarle escapar, notó las fuerzas abandonarla en un orgasmo cálido e intenso que la hizo caer sobre su hombre. Le costó un largo rato recuperarse, gimoteando y jadeando entre los brazos de Orlando el escozor que entre las piernas notaba. Le había dado dos orgasmos bien seguidos, mucho más de lo que la bella hembra hubiese podido esperar.

-           ¡Joder nene, qué bueno eres! -exclamó antes de resoplar con violencia separando los cabellos que le caían por el rostro descompuesto.

Poniéndose de pie, su atractivo compañero quedó junto a ella. Tomándola el cuello entre las manos, le ofreció la boca que ella besó desesperada. De ese modo los jadeos y lamentos que su boca emitía fueron acallados de forma fulminante. Bajando la mano, encontró la entrepierna masculina de la que se apoderó tras deshacerse experta del molesto botón que mantenía el pantalón cerrado. La mano corría por encima del slip, notando bajo la palma una presencia más que considerable teniendo en cuenta que todavía no mostraba su mejor estado.

-           Ummmm muchacho, ¿qué guardas aquí? -interrogó pérfida sintiéndose dueña total de la situación.

-           ¿Y tú qué buscas chica mala? -respondió Orlando a la malicia de su compañera.

-           No sé... dímelo tú -rió sin dejar un momento de remover la mano arriba y abajo del bulto.

Él la besaba, comiéndole el cuello entre los grititos apasionados que la cuarentona lanzaba. Le ponía a tope, su hasta entonces desconocida compañera de trabajo estaba realmente rica... una mujer de bandera a la que poder poseer sin recato alguno por parte de ella. Los roces por las respectivas entrepiernas continuaron, haciendo que el calor aumentara en ellos de manera exponencial. Se besaban ahora con ternura infinita, como si de una pareja de novios se tratara y no del par de nuevos amantes que en realidad eran. Ella le buscaba con insistencia, masturbando por encima de la tela el enorme bulto que allí se veía. ¡Madre mía! ¿iba a ser todo aquello para ella? Tanto tiempo sin probar uno y allí tenía el agitado músculo quejándose inquieto bajo la prenda que lo cubría. Las bocas se devoraban, llevados por un deseo creciente que ya no les iba a permitir parar.

-           ¡Dé... jame... déjame verla, ¿quieres?

Quedó liberada al fin, apareciendo la cabeza firme y rosada ante la mirada inquieta de la mujer. Tomó el largo instrumento, empezando a acariciarlo delicada entre los dedos. Contuvo la respiración, entregándole a su amante un nuevo beso antes de murmurar débiles palabras entrecortadas y algunas indecencias que al hombre sorprendieron gratamente. Estaba desbocada y su boca lenguaraz así lo acreditaba.

-           Prepárate muchacho, voy a comerte entero. ¿Tendrás bastante para mí no? -preguntó divertida tratando de herir la masculinidad de Orlando.

Él pareció no sentirse atacado por sus palabras, permitiéndola descender entre las piernas hasta quedar parada frente al músculo encabritado. La piel corriendo atrás, volvió a aparecer hermosa a la vista la cabeza inflamada. Sacando la lengua la pasó por encima del glande rosado para luego bajar por el tallo todavía algo flácido. La sensibilidad masculina rápidamente respondió al diabólico roce que la lengua le propinaba. Cada vez más elevada, Teresa la observaba con la mirada extraviada y un claro gesto de condescendencia. Y no tardó en metérsela en la boca, saboreándola hambrienta entre tímidos gruñidos. De nuevo la lengua lamiéndole el glande y parte del tronco para acabar tragando el bálano encendido. Así empezó a chupar y succionar, moviendo la mano adelante y atrás para acompañar el cálido tratamiento. La metía y sacaba, jugando con el tronco arriba y abajo, lamiendo hasta envolverlo de babas y llenándose luego con el grosor incontenible. Le costaba tragarlo, aún no estaba completamente erecto y ya le suponía un buen esfuerzo el meterlo en la boca. Ronroneando y gruñendo, chupaba y chupaba hartándose de polla. No podía dejar de hacerlo y era algo que le encantaba... notar entre los labios crecer el músculo gracias a sus caricias y lametones era algo que la ponía muy cerda. Masturbándole despacio, los dedos se movían muy lentos y con delicadeza a lo largo del tronco venoso. El guapo Orlando sólo podía suspirar, los ojos cerrados y manteniéndole las piernas a duras penas. Acuclillada, ni siquiera las dos manos le daban para estrechar tan horrible instrumento. Sin embargo, y sin perder un ápice de resolución, continuó masturbándole del mismo modo lento. Tragó el miembro erecto hasta el final, teniéndolo que sacar a los pocos segundos tan enorme era.

 

-           ¡Vaya polla Orlando... si lo hubiera sabido antes! -declaró descarada, desenfrenada por la pendiente hecha vicio que la embargaba.

Él nunca la había imaginado así, tan seria como parecía en la oficina frente a lo deslenguada que ahora se le presentaba la madura. Pero le encantaba verla de ese modo, desde luego, tan perra y sucia entre sus piernas dándole placer. Desde su atalaya perfecta, lo cierto era que se la veía sensacional. Con sus oscuros ojos rasgados y los labios carnosos rodeándole el pene, el cabello le caía suelto por encima de los hombros a diferencia del recogido en coleta habitual en ella. Los ojos le brillaban de un modo especial que no le conocía hasta ese momento, de explosiva emoción en ambos. Discreta como lo era de cara al exterior, solía maquillarse los labios de manera leve pero con la que conseguía hacer resaltar su boca húmeda. Un maquillaje neutro dando sombra a los ojos y algo de colorete con el que realzar los pómulos.

Siguiendo con lo suyo, le masturbaba entre los dedos pasando a continuación a lamer y chupar los huevos cargados del rico néctar que más tarde saborearía. Chupaba y lamía con fiereza, rascando con las uñas por encima hasta conseguir sacarle una queja desgarrada. Metiéndoselos en la boca, con la mano seguía masturbándole rítmicamente. Su poderoso amante, ahora tan débil, gemía como un bendito. Del uno pasaba al otro sin darles un instante de descanso, fascinada por aquel par de bolas que colgaban ante ella. Abandonando tan exquisita tarea, escaló la gruesa dureza hasta alcanzar el capuchón el cual mordió levemente, golpeándolo después con suaves roces de los labios y la lengua. El macho agradecido se mantenía tenso y expectante ante el próximo paso que la experta lengua le dedicara. Abrió los labios haciendo introducir lentamente y centímetro a centímetro el largo aparato. Se emborrachó de él, entrecerrando los ojos y con los pómulos inflamados por tan perturbadora presencia. Volvió a chupar elevando el ritmo a cada segundo que pasaba. Orlando gimoteó tímidamente ante la maravilla de felatio que le ofrecía mientras con los dedos acariciaba las mejillas de su bella compañera. La abundancia de babas apoyaban el resbalar de los labios por encima del tronco vibrante de placeres. Un millón de sensaciones se acumulaban en el cerebro del hombre que acompañaba entre las manos el rápido movimiento de la cabeza. Llevándole una de ellas hasta la nuca pudo así ayudar en la frenética mamada.

-           Continúa , continúa así vamos...

-           ¿Te gusta cariño?

-           Eres fantástica... me haces el hombre más feliz del mundo.

-           Me encanta tu polla... larga y dura. ¡Espero que luego me lo sepas recompensar! -sonrió maliciosa guiñándole un ojo a continuación.

Sacando la lengua le lamió a todo lo largo, corriendo calmosa desde los testículos hasta el glande, volviendo a bajar y de nuevo hacia arriba para rodearlo y tragárselo con un rápido movimiento de labios. Orlando casi ni se dio cuenta pero pronto se notó enlazado hasta el fondo. Se la había metido toda, topando los labios con el pubis sin dar muestra alguna de ahogo. De ese modo la tuvo unos segundos para acabar sacándola reluciente y brillante.

-           ¡Perfecto, ya la tienes lista hombretón!

-           ¡Qué guarrilla estás hecha!

-           ¿A que no lo imaginabas eh? -dijo antes de darle un último besito de tregua.

Dejó que la levantara, quedando firmemente apoyada en los altos tacones de sus bonitos zapatos rojos. Con un fuerte movimiento de mano la hizo volver de espaldas a él. Teresa no pudo menos que gritar ante el brusco zarandeo. De anchas caderas, piernas delgadas y culito pequeño pero bien definido, al hombre se le hizo la boca agua viéndola tan ofrecida.

-           ¿Qué pretendes maldito? Dime, ¿qué pretendes? -musitó removiéndolo entre sollozos.

Agachándose la excitó aún más dándole unos suaves mordisquillos en las paredes traseras, abriéndolas con los dedos para indagar entre ellas. Besándolas amoroso, se empapó de aquel par de manzanas redonditas y firmes. Ella se retorcía removiéndolas traviesa por encima de la boca que la exploraba. Se mordió el labio inferior para no gritar el deseo infame que la dominaba. ¿Sería capaz de querer probarlo en su primer encuentro? Y lo más importante, ¿sería ella capaz de dárselo? Hacía mil años que nadie la penetraba por ahí, pero la sola idea de pensar en aquella posibilidad era algo que la atraía pero también la preocupaba al tiempo. Siguió comiéndoselo, las manos apoyadas en los muslos y sin parar de llenar de besos las prietas carnes.

-           Sigue cariño, sigue... me gustaaaa.

Masajeándose ella misma el pecho, sin darse cuenta de cómo removía las apetecibles posaderas de forma inconsciente. Eso provocaba a su compañero que, sin pensarlo, la hizo gritar al golpearle con saña una de las nalgas. Volvió a hacerlo uno, dos, tres cachetes hasta hacerla enrojecer bajo la mano.

-           Con cuidado... no seas brusco, ¿quieres?

-           Perdona nena, me dejé llevar por la emoción.

-           Es comprensible, no pasa nada.

El muchacho la relajó volviendo a besar las carnes doloridas, hundiéndose entre las piernas para lograr así una mejor visión de sus objetivos. Abriéndole las nalgas con las manos, empezó a jugar con el agujero trasero al pasar la lengua por encima. De ahí pasó al coñito empapado para ir alternando del uno al otro entre las respuestas que la agradecida mujer daba. La lengua la raspaba arriba y abajo, corriendo de la ávida abertura al agujero oscuro y cerrado que el hombre trataba de estimular. Teresa se cogía a la silla echándose adelante para poder aguantar la encantadora sensación.

-           ¡Ummmmm, sigue cariño, sigue sííííííííííí!

La travesura del hombre se hizo más intensa al traspasar el cerrojo trasero con la humedad que buscaba dilatarla. Del coño al ano, del ano al coño y así una y otra vez hasta conseguir humedecer convenientemente ambos agujeros. Ella moría de placer, los ojos en blanco cada vez que la lengua la rozaba. ¡Menudo experto estaba hecho... verdaderamente fantástico! Con todo aquello se sentía ya más que preparada para la deseada penetración, no sabía por dónde pero estaba ansiosa porque lo hiciera. Así se lo hizo saber con voz ronca y con la que todo lo decía.

-           Sí mi amor, sí... fó... llame no lo soporto más...

-           ¿No aguantas más nena?

-           ¡Fóllame... fó... llame maldito! -reclamó mostrando toda la urgencia que la invadía.

Con los dedos acariciándole los labios escocidos de pasión, el atractivo macho se tomó con la mano el miembro hecho piedra para, al momento, llevarlo a la entrada bañada en fluidos. Ahí la pasó unos largos segundos entre los labios abiertos sin de momento ir a más. Eso hizo que la mujer aullara frenética, tirándose atrás hasta notarlo completamente pegado a ella. Los dedos le resbalaban sobre la madera fría del respaldo de la silla, no podía más... necesitaba tenerlo dentro y tenerlo ya!!

Tirando la mano atrás, agarró con presteza el grueso músculo. Agarrándolo cada vez con más fuerza, le acarició el glande entre los dedos. Él agradeció el calor de aquel contacto mientras ella le suplicaba que la hiciera suya. Colocado a sus espalda, restregó la horrible erección por el sexo hecho manantial al tiempo que Teresa se removía intentando encajarla en ella, cosa que logró quedando apoyada ahora en la pared que le servía de perfecto soporte al que agarrarse. Entró despacio. haciéndola sentirse centímetro a centímetro empalada por aquella barra hecha fuego. Le quemaba, le quemaba toda y tuvo que morderse el labio con violencia para no perder el sentido.

-           Sigue, sigue...

-           ¿Te hago daño? -escuchó las débiles palabras junto a su oído.

-           No no... tranquilo, todo va bien... métela toda vamos.

Quedando quieto tras ella disfrutando la multitud de jadeos desacompasados que la cuarentona emitía, empujó de una vez para acabar unidos el uno al otro. La mirada femenina volvió a perder el oremus, los ojos en blanco con la respiración parada y mientras, pudo notar los huevos de su amigo haciendo tope contra ella. Abriendo los labios tanteó inquieta el aire que le faltaba, la gruesa erección parada en su interior permitiéndole recobrar el aliento. Se sentía como ida, como si de un mundo lejano se tratase y del que no querer volver. La quemaba toda pero al tiempo le quería más y más, notarle quieto tras ella dándose a conocer lo mucho que les gustaba.

 -          Eres preciosa pequeña.

-           ¡Oh gracias muchacho... me encanta que me digas esas cosas.

Echado sobre ella pudo sentir el peso del joven macho pegado a su espalda, el pecho velludo y varonil del que empezaban a escapar los primeros brotes de sudor. Ella también notó calor, tenerle tan pegado y la tensión que les envolvía era normal lo que sucedía. Volviéndose a él le pidió que la besara. Se besaron de forma suave, casi imperceptible, posados los labios de Orlando en los sensuales de su compañera. Él sacó la lengua, golpeando la una con la otra de modo perverso. Después aprovechó para pasarla por el cuello largo y terso, subiendo por el mismo hasta alcanzar el diminuto lóbulo en el que se entretuvo lamiéndolo y provocando en la mujer un torbellino irrefrenable de emociones. Doblándose hacia delante, elevó la cabeza notando el vello erizársele. ¡Le gustaba... le gustaba aquello! Incorporándose, el excitado macho clavó la mirada en la perfecta imagen de la espalda curvada que se perdía en el culo bien apretado que tan loco le ponía.

-           Voy a follarte cariño, no puedo esperar más.

-           Hazlo sí -exigió abriendo las piernas todo lo posible y con las manos clavadas en la pared.

Comenzaron moviéndose acompasados al escucharse los primeros gemidos de la afortunada mujer. Ella no dejaba de suspirar, quería que le diera pero tanto placer sentía que era incapaz de pedirlo. De todos modos, los gestos y continuos jadeos eran completamente inconfundibles de lo que le pasaba. Bajando la cabeza, buscó la entrepierna del hombre para acariciar levemente los huevos cargados de rico semen. Orlando gruñó largamente ante la inesperada atención que su amante le dispensaba. La polla se hundió en el interior del coño provocando que los dos no pudieran más que lanzar un lamento de puro deleite. La madura cuarentona se sentía llena de aquel hombre que en esos momentos era el suyo. Eso era lo único que ahora la importaba, tenerlo dentro de ella y poder gozar de su compañía. Con las manos notó abrirle el culo y cómo la polla la penetraba moviéndose adentro y afuera a un ritmo más que decente. Tirando el culo atrás ayudaba pérfida en la follada, buscando así que la cadencia se intensificara.

-           Dame más fuerte, más fuerte cariño.

-           Sí tómala toda putita... tómala.

-           Ummmmm, dime esas cosas, me encanta.

Él hombre volvió a sorprenderse ante la actitud que la lasciva hembra mostraba pero pronto entró en aquel juego de palabras cálidas y también soeces. Desde su posición veía el miembro entrar y salir del coñito tragón que se abría acogiéndole entre sus paredes hambrientas. Teresa removía las caderas, ordeñándole con sus descarados movimientos deseando tenerle más adentro. Él respondió empujando con fuerza hasta quedar parado para volver a salir escapando de su cálido encierro. La mujer se quejó abiertamente reclamando que siguiera. Con la mano le atrapó volviéndole a llevar para notarse nuevamente poseída.

-           Muévete putita, muévete.

-           Sí cabrón sí... dame con fuerza quieres -exclamó con los ojos vidriosos y casi gritando.

Su agradable compañero de trabajo así lo hizo, martilleándola con fuertes golpes de riñones que la empotraban contra el blanco de la pared. La espalda arqueada en toda su belleza, dejaba que la comiera el cuello mientras continuaba follándola una y otra vez. Los gritos descontrolados se apoderaron de la mujer que aguantaba el rápido suplicio como mejor podía. Adelante y atrás, adentro y afuera haciéndola sentir en la gloria. ¡Era bueno, realmente bueno!... la pobre mujer era perfectamente consciente que un nuevo orgasmo se le avecinaba. De puntillas tras ella, le llegaba hasta lo más hondo haciendo que los sollozos y lamentos se multiplicaran en la madura hasta el infinito. La escena resultaba de lo más hermosa, cualquiera que les hubiera visto no hubiese podido evitar exhalar un profundo suspiro de emoción. Así se corrió una vez más sin que su amigo frenase el ritmo sostenido con el que la llevó al clímax. Más bien al contrario, retorciéndose sobre sí misma, gimoteando entrecortada y con la mirada perdida un sinfín de chispazos eléctricos le corrieron la espina. Él continuó penetrándola sin que pareciese llegarle el cansancio. Tan fuerte le dio que pensó la levantaba en el aire. Enlazada por la cintura y la cadera no le daba posibilidad de escape de manera que el placer fue creciendo en ella hasta alcanzar un nuevo orgasmo aún más ruidoso que el anterior.

-           ¿Te corriste otra vez  putita? Así me gusta verte cariño.

-           Maldito cabrón... qué bueno eres, qué bueno eres...

Parando unos segundos se besaron apasionadamente, metiéndole la lengua hasta la garganta que ella enlazó con la suya en un beso lleno de intenciones. Se miraban a los ojos, bufando él agotado y jadeando la mujer muerta de cansancio. Sin embargo, les quedaba todavía mucho más que darse. No pensaban dejar que aquello terminara tan pronto. Con un golpe seco volvió a empotrarla, arrancándole con ello un nuevo grito debilitado. Un segundo y otro más para empezar a moverse con rapidez malsana y volver a parar de golpe concediéndole descanso. Teresa se incorporó pudiendo notar el aliento agitado contra la oreja. Se la comió chupándosela con lascivia para enseguida musitarle amorosas palabras que la hicieron sentir en la gloria.

-           Me vuelves loco nena... menuda gatita estás hecha.

Ella sonrió ronroneando en respuesta a lo que el hombre le decía. Le gustaba verle así, tan enamorado y entregado a la tarea de darle placer. Tan lejos se veían en ese momento su mujer y su hijo... olvidado por completo de ellos, sólo deseaba disfrutar el cuerpo ardiente y de formas sinuosas y bien formadas de la madura hembra. Ella lo agradecía removiéndose alterada bajo sus brazos, el culillo en pompa recibiendo toda la fuerza que el joven macho mostraba. Elevando la pierna hasta doblarla, quedó cómodamente apoyada en la silla. De ese modo, las entradas y salidas se hicieron mucho más fáciles, deslizándose el miembro acusador con mayor agilidad y energía.

-           ¡Fóllame, fóllame ummmmmmmmmmmm!

-           Sí nena, sí... tómala toda -exclamó escapando de ella sin poder controlar su deseo.

Teresa quedó expuesta con los codos apoyados en el respaldo de la silla, abierta por entero de patas en espera del nuevo paso con el que su compañero pensaba contentarla. Besándole el culo, luego lo mordisqueó sacudiéndose ella bajo sus labios. La lengua árida y rasposa inició un lento ir y venir por las cercanías del oscuro anillo que tan bien se le ofrecía. ¡Hijo de puta, cómo le gustaba aquello! Le pasó un dedo por encima, de arriba abajo muy despacito hasta alcanzar el rosado agujero. Se lo rozó levemente sacándole un lamento desconsolado.

-           Dios... -murmuró débilmente ahogándose en su propio delirio.

-           Ay Orlando querido, qué gusto me das.

-           Tienes un culito muy apetecible.

-           ¡Qué malo eres! Vamos sigue, dame placer -pidió elevando el culillo apoyada firmemente en los altos tacones que la sostenían.

Apretando el dedo, el sellado anillo fue abriéndose a la lenta presión que sobre el mismo ejercían. La encantadora madurita de oscuros cabellos gimió complacida, doblándose por el repentino empuje al menear el trasero alrededor del dedo que lo penetraba. Las caderas y el culo movíéndose de forma circular en torno al dedo infame que tanto la hacía disfrutar. Los ojos nuevamente en blanco, se arqueó toda ella por aquel placer insólito y largamente olvidado.

-           Si cabrón sí... sigue así, sigue... no te pares -una agradable sensación le iba subiendo por el cuerpo.

Sacando el dedo se lo metió entre los labios hasta retirarlo húmedo y listo para continuar. Buscando el hueco, introdujo mínimamente el dedo lo que la hizo gemir sin remedio. Sin duda le gustaba sentirlo indagar en tan escondido rincón. Sacó el dedo una vez más. De ahí pasó a entretenerse acariciándole las redondas nalgas. Moviendo las manos por encima, las apretaba entre los dedos fascinado por la dureza que presentaban. Era aquel un culo tremendo, redondo, poderoso, provocador y al que sin duda pensaba hacer suyo o morir en el intento. Realmente se la veía tan dispuesta y no todos los días se presentaban oportunidades como aquella -pensó mientras le plantaba la mano sobre el glúteo izquierdo. Hundiendo el dedo lo metió hasta la segunda falange, empapado como estaba entraba de maravilla entre los quejidos desfallecidos que la mujer producía. ¡Era tan hermosa... menudo pedazo hembra se iba a agenciar! Un rato que le pareció eterno estuvo profanando la delicada entrada.

-           Eres tan hermosa.

-           Gracias pero seguro que mientes para hacerme sentir especial.

-           No te miento Teresa... eres tan distinta a mi mujer.

-           ¿En serio? ¿y en qué somos tan distintas? Tengo curiosidad...

-           No sé... para empezar mucho más ardiente y con un cuerpo para pecar una y otra vez.

-           Jaja... no me hagas reír zalamero. Los hombres sois tan mentirosos que sois capaces de cualquier cosa para conseguirnos.

-           ¿Y eso es malo?

-           No claro que no tonto. Vamos continúa con lo que me estabas haciendo -bramó tomándole de la cabeza para acercarle a ella.

Sin responder a lo que le decía, volvió a presionar hasta encajar el dedo al final del estrecho canal. Ella quedó tensa, murmurando inquieta el goce que la abrumaba.

-           Lo tienes ya abierto. ¿Te gusta pequeña?

-           Me gustaaaa... claro que me gusta.

-           Menuda gatita estás hecha.

Era la segunda vez que se lo decía y le encantaba que lo hiciera. Siempre mostrándose recatada y discreta, podía al fin presentarse abierta al sexo cosa que a cualquier mujer suele costar horrores. Tanta espera la hacía rabiar.

-           ¿Me follas el culo?

-           ¿Eso quieres?

-           ¿No es lo que quieres tú?

-           Sí claro, es solo que no esperaba que me lo pidieras.

-           Culpa tuya, me has puesto tan perra que no puedo esperar a que lo hagas.

Abriéndose ella misma las nalgas, anheló mimosa la cercana sodomía. Con el arma en ristre se acercó a ella haciéndola temblar. Verla tan gruesa e inflamada producía pavor. Sólo pretendía que fuera delicado con ella.

- Házmelo despacio por favor.

- Claro nena, tranquila -aceptó consolándola mínimamente con un beso en el cuello y luego cayendo sobre el hombro.

La atravesó con facilidad pasmosa, tan dispuesta se encontraba que la estrechez se fue abriendo sin mayor dificultad al empuje del miembro encabritado. Primero la cabeza y luego la mitad del tronco quedando parado dentro de la mujer.

-           Despacio cariño, con cuidado -protestó en voz baja, los ojos medio llorosos por el dolor que le hacía sentir.

-           Me tienes muy cachondo nena.

-           ¿Y cómo te crees que me tienes a mí? La verdad que dolorida pero deseando continuar hasta el final -reconoció al mezclar una sonrisa forzada al indudable suplicio al que la sometía.

Orlando no podía creer su suerte, una mujer tan deliciosa y dispuesta a ofrecerle lo que tan pocas querían. Continuó con sumo cuidado, moviéndose con lentitud extrema permitiendo a su amiga el irse acostumbrando al dardo envenenado. Sin embargo, una vez unidos el uno al otro, fue ella misma la que empezó a moverse pidiéndole seguir. Suspirando de placer y con la mirada echada atrás divisó por encima del hombro lo que le hacía mientras movía las caderas llorosa y con los labios trémulos, lo que animó a su amigo a aumentar el ritmo. Le excitaba verla así. Tan sumisa y activa al tiempo, entregada a lo que el macho dominante pretendiera de ella. El uno contra el otro, los movimientos eran ya mucho más profundos y rápidos. Cogida de las caderas, el hombre empujaba de forma acelerada y ayudado por la lubricación anterior. Resbalaba hasta el final, entrando y saliendo con golpes algo bruscos pero que a la mujer fascinaban en su completa demencia. Se sentía llena de él, fundidos en uno solo entre los grititos que no podía evitar lanzar. Por delante llevó la mano a su coñito para así calmar mínimamente el ardor que la consumía. Viendo lo fácil que resultaba y cómo no se quejaba, el hombre casado volvió a azotar la nalga que tan amablemente se le brindaba. Teresa gritó ante la nueva serie de azotes, olvidando de ese modo la atención en lo otro. Perdido el control de sí misma se toqueteaba por encima de los pechos, bajando la otra mano abajo para pasarla por la barriga y de ahí más abajo hasta llegar al muslo donde la apoyó clavando las uñas en el mismo. De vuelta arriba se cogió el pecho para con la lengua empezar a rozarse el oscuro pezón. Orlando flipaba comprobando lo depravado de la madura.

-           Clávamela cabrón, vamosssss con fuerza.

-           Sí zorrita sí... toma polla. ¿eso querías eh?

-           Sí sí... dame polla, me estás volviendo loca!!!!!

Un sueño hecho realidad, entre los bufidos del uno y los lamentos de la otra se estaba tirando a la mujer más inaccesible de la oficina. Muchos la habían pretendido, entre ellos Aurelio y Juan compañeros ambos de departamento y que habían entrado a trabajar al mismo tiempo que él. También se sabía del interés de don Mateo por la atractiva cuarentona pero de todos ellos había pasado, dejando tras de sí un aura de firmeza e incluso cierta prepotencia. Ahora la tenía ante él, mirando a Antequera y sin dejar de pedir más y más.

-           ¡¡¡Ah qué bueno... sigue sigue, me vas a romper cabrón!!!

-           ¿La quieres hasta el fondo?

-           ¡Oh sí... métemela... métemelaaaaaaa!

Desde luego resultaba de lo más placentero notar cómo los testículos cargados le golpeaban las rollizas y macizas nalgas una y otra vez. Creía morir de placer, tan locos se encontraban ambos.

-           Vamos fóllame el culo, follámelo. Me duele pero me gusta.

El rostro pegado a la pared, un enorme gusto le nacía subiéndole entre las piernas gracias a la acción directa que dos de sus dedos producían en ella. Masturbándose el clítoris, débiles jadeos le brotaban entre los labios. Caricia a caricia, el dolor intenso fue dando paso a un placer exquisito. Le miraba pícaramente, el rostro desencajado por el cansancio. Llevándola hacia él, se apoderó entre los dedos de uno de sus pechos mientras le lamía el cuello con malsana afición. Exasperado, un fuerte chupetón le dio que la exhausta hembra tendría que disimular unos cuantos días en el trabajo. ¡Menudo cabrón! Teresa jadeaba soportando con entereza las fuertes embestidas, en una mezcla de leves suspiros con fuertes berridos con los que demostrar el placer que sentía. Atrapó el respaldo de la silla como forma de mantenerse en pie, tan salvajes eran ya los embates que le asestaba. Largos suspiros les envolvían, lanzándose sucias palabras con las que animarse a seguir.

-           ¿Te gusta zorrita? ¿te gusta cómo te lo hago?

-           ¡Oh sí sí, me encantaaaa! -aulló rechinándole los dientes.

-           ¡Rompémelo vamos... la quiero toda, la quie... ro toda! ¡Arrrrrgggghhhh sí sigue... me matasssss!!!

Bufando con vigor creciente, el macho acalorado la sodomizó hasta levantarla del suelo del fuerte golpe que le dio. Cogida de la cadera y el hombro se enterraba hasta el fondo para luego salir casi por entero. Clavándola y desclavándose sin descanso, notó el orgasmo llegarle.

-           Me vengo Teresa, me ven... go... no aguanto mássss.

-           ¿Sí, te vas? Échamelo en la cara... sí échamelo todo.

Escapando de su lado y agachándose hasta quedar arrodillada, le quitó decidida el preservativo para empezar a ordeñarle con ambas manos.

-           ¡Córrete, maldito hijo de puta! ¡Venga córrete muchacho!

Él rugía, bramaba, resoplando por lo cercano del clímax. Arrebatándole el miembro, se masturbó de manera furiosa... tan rápido lo hizo y tan excitado estaba que, con prontitud, empezó la fiesta sorprendiéndola con tremendo gesto de vicio por parte de la mujer. Quedando parado, los ojos entrecerrados y gimiendo su placer, el líquido espeso y blanquecino le abandonó saltando por los aires. Levantando la cara y con la boca abierta, Teresa recibió los primeros chorreones de leche cayéndole sobre la lengua y la comisura del labio. Los siguientes, más abundantes, le llenaron la mejilla, el ojo y la nariz llegándole también al pelo. Perdida de semen, sonreía loca de contento animándole a llenarla más. Orlando, descontrolado por la pasión desatada, aún escupió unos últimos borbotones eyaculando sobre la barbilla femenina y el pecho. Ella recogió el cálido y espeso semen, llevándose la mano por el bello y pringoso rostro al tiempo que se lamía los dedos saboreando el amargo fluido. Mientras y por abajo, se masturbaba una y otra vez en busca del postrero orgasmo que la dejara exhausta y complacida. Irrefrenables espasmos, un fuerte latigazo le corrieron el cuerpo hasta acabarle en el cerebro en forma de agradable cosquilleo que sintió abandonarla haciéndola morir de placer.

-           ¡Qué bestia... me llegaste al ojo!

-           Perdona nena.

-           No pasa nada. ¿Estabas bien cargado eh? -exclamó limpiándose con el dedo el desastre cometido.

-           Ufffff, qué corrida más buena - dijo mirándola ufano mientras recuperaba el aliento.

-           ¡Delicioso cariño, me encanta saborearlo entre los labios!

Relamiéndose de gusto, le fue limpiando al saborear los últimos restos de líquido seminal. El pene, derrotado y algo flácido, respondió arrogante al beso delicado y sensible con el que la mujer le obsequió.

Se ducharon juntos, una ducha fría que les distendió los músculos cansados sirviéndoles así de perfecto relajo. Pasaron la noche embutidos entre las sábanas del lecho matrimonial, disfrutando de nuevas caricias y conociéndose mucho más el uno al otro...

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