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Caricias entre mujeres

en Lésbicos

Caricias entre mujeres

Me llamo Noemí y tengo veintitrés años aunque la aventura que quiero dar a conocer me aconteció cuando apenas había cumplido los dieciocho. Por aquel entonces acababa de empezar la carrera de Bellas Artes lo cual compaginaba como mejor podía con mi trabajo en aquella tienda de ropa femenina…

 

Nunca he sentido igual una derrota

que cuando ella me dijo se acabó.

Nunca creí tener mi vida rota

ahora tan solo arrastro mi dolor.

Y mientras en la calle está lloviendo

una tormenta hay en mi corazón

dame otro vaso aún estoy sereno

quiero beber hasta perder el control.

Cuántas noches soñé que regresabas

y en mis brazos llorabas por tu error

luego un ruido del bar me despertaba

y el que lloraba entonces era yo.

Y mientras ella está con otro tipo

mis lágrimas se mezclan con alcohol.

Ella se fue porqué no me lo dijo

y siento que mi vida fracasó…

Quiero beber hasta perder el control, LOS SECRETOS

 

Me llamo Noemí y tengo veintitrés años aunque la aventura que quiero dar a conocer me aconteció cuando apenas había cumplido los dieciocho. Por aquel entonces acababa de empezar la carrera de Bellas Artes lo cual compaginaba como mejor podía con mi trabajo en aquella tienda de ropa femenina. Llevaba en aquel trabajo unos seis meses y aquel dinero que me sacaba me ayudaba en los gastos de la facultad y para comprarme ropa y mis cosillas. La verdad es que resultaba un trabajo divertido, todo el día peleándome con mujeres de buen nivel social y seguramente cansadas de sus quehaceres diarios y de sus maridos. Mari Luz, la jefa, me tenía aprecio y nos llevábamos bien pues las ventas marchaban a la perfección y además nunca le había dado el más mínimo motivo de queja.

Bueno, pues la historia que deseo contarles tuvo lugar un sábado y la recuerdo como si fuera ahora mismo sin poder evitar sentir un leve cosquilleo entre las piernas recordando todo aquello. Una hora antes del cierre de la tienda vi entrar una mujer de unos treinta y cinco años según le eché a bote pronto. Me gustaba aquello de imaginar la edad de las clientas así que con aquella no iba a ser una excepción. Siempre me hacía un pequeño retrato robot de las clientas que entraban en la tienda imaginando sus vidas, sus alegrías y sus desconsuelos, sus historias de mujeres enamoradas o tal vez despechadas por sus parejas pocos días antes.

Era la primera vez que veía a aquella mujer por la tienda así que dejé que fuera fisgoneando y mirando ropa pues, desde el primer día que entré a trabajar, Mari Luz me dijo que había que dejar a las clientas mirar tranquilamente unos minutos los vestidos y las prendas antes de pasar al ataque. Así lo hice en aquella ocasión mientras repasaba su figura desde el mostrador donde estaba etiquetando un nuevo pedido que había llegado aquel día y que aún no había tenido tiempo de revisar.

De bonitos cabellos cortos teñidos de color borgoña y con ligeras mechas rubias y de unos treinta y cinco años de edad como dije, se la veía una mujer elegante bajo aquel conjunto otoñal de camiseta de tirantes y pantalón gris de lino complementado con una fina y transparente blusilla por encima, un bolso al hombro y sandalias de altísimo tacón todo ello en color fucsia. Estuvo curioseando por la tienda unos diez minutos sin que yo le dijera nada hasta que finalmente acabé con el último vestido del albarán que estaba revisando y entonces fue cuando me dirigí hacia ella.

Me dijo con su gracioso acento andaluz que necesitaba comprar varias cosas y que no sabía por donde empezar. Así estuvimos un buen rato mirando diversos vestidos y algunas faldas y blusas. La verdad es que con su tipo todo le quedaba fenomenal pues, pese a no ser muy alta, mantenía una buena figura con aquel pecho de talla mediana y aquel pompis redondo y levantadito que a buen seguro debía provocar más de un suspiro de admiración.

Ya era casi la hora de cerrar cuando acabó de probarse todo aquel arsenal de prendas. Al fin se decidió por dos carísimas blusas de seda y un bonito vestido en tonos malva que según dijo iba a necesitar para una boda que tenía cercana. Lo cierto es que aquella mujer resultaba agradable y dicharachera con su sonrisa contagiosa y su alegre acento sevillano. Pagó todo aquello con tarjeta American Express y antes de marchar le comentó a Mari Luz que seguramente volvería pronto pues necesitaba algunas cosas más.

Así fueron pasando los días siguientes entre ventas y albaranes cuando, cuatro días más tarde, volví a ver entrar en la tienda a aquella hermosa mujer esta vez acompañada por un joven muchacho de cabellos rubísimos y de unos doce años el cual imaginé que sería su hijo. Aquella mañana me había quedado sola en la tienda pues Mari Luz había tenido que ir al juzgado a arreglar unos papeles de su divorcio así que, con la mejor de mis sonrisas, me dispuse a atender de la mejor manera posible a aquella clienta que tan buena compra había hecho unos días antes.

Tras comentarme que necesitaba mirarse unos pantalones y un bolso le dijo al muchacho acuclillándose frente a él que fuera con su padre al coche pues mamá tenía que comprarse ropa y que allí se iba a aburrir.

Así que está casada. Seguro que el marido tiene que estar como un queso –pensé para mí misma mientras veía salir a aquel mozalbete de la tienda a la carrera.

Una vez solas me fijé más en ella y en el ceñido vestido que llevaba puesto. Era de color amarillo pálido y resaltaba a la perfección su piel oscura y su cuerpo de curvas pronunciadas. Llevaba en una mano una bolsa y con su alegre parlotear me dijo que el vestido que se había llevado para la boda le iba un poco justo y que necesitaba algún que otro retoque. Sonriéndole sin dejar de mirarle a los ojos le dije que fuéramos al probador para verle el vestido puesto y tomar nota de los arreglos que necesitaba. Cerré la puerta del probador una vez entró y le dije amablemente que enseguida volvía con ella pues en esos momentos había entrado otra clienta a la tienda.

No tardé en volver con ella pues la señora mayor a la que atendía no encontró ningún bolso que fuera de su gusto. Volviendo al probador le pregunté en voz alta tras la puerta si ya tenía el vestido puesto contestándome ella que ya casi estaba. Segundos más tarde abrió la puerta del probador diciéndome que le apretaba algo de la cintura y que si se podía hacer algo con eso. De forma muy profesional le dije que no había mucho problema, que sólo habría que ensanchar mínimamente la tela y que con ese simple arreglo le iba a quedar de fábula.

Pues me quitas un peso de encima porque creía que no iba a tener solución y que iba a tener que cambiarlo.

No mujer, nada de eso. No será necesario; sólo déjemelo y en dos días lo tiene.

¿Dos días? –me preguntó con cara de fastidio. ¿No podrías tenérmelo antes? –dijo ahora cambiando en un momento su cara a un gesto casi de súplica.

Bueno, si lo necesita con urgencia se lo puedo tener para mañana por la tarde –respondí al instante tratando de tranquilizarla.

Perfecto, si me lo tienes para mañana por la tarde perfecto. Por cierto, ¿cómo te llamas? Eres muy buena dependienta aunque se te ve algo joven –dijo como tratando de crear una mayor intimidad entre nosotras.

Le dije mi nombre mientras tomaba nota del arreglo que había que hacerle. Mientras tanto ella me dijo que se llamaba Mamen y que vendría mucho más a menudo a visitarnos pues teníamos una ropa que le gustaba mucho. Me levanté quedando junto a ella y entonces fue cuando me preguntó si tenía pareja diciéndole yo que no, que aún era muy joven para eso.

¿Y qué edad tienes? –me preguntó acercándose aún más a mí.

Dieciocho, señora –contesté con rapidez a su pregunta.

Dieciocho años… -repitió ella con voz susurrante y como si estuviera pensando en otra cosa.

Fue cuando sentí su presencia casi encima de mí y su mirada felina como si quisiera devorarme con ella.

Dieciocho años… -volvió a repetir entre susurros notando yo la cercanía de aquel bello cuerpo junto al mío. Con dieciocho años ya no eres ninguna jovencita… -exclamó sin poder reprimirse.

Fue en ese momento cuando noté el leve roce del dorso de su mano de largas y bien cuidadas uñas por encima de mi rostro acariciándomelo de manera suave y delicada. Podía sentir su respiración ligeramente galopante mientras acariciaba mi mejilla con enorme ternura y cariño. Me quedé como paralizada sin saber cómo responder ante la inesperada caricia que aquella bella mujer me daba.

¿Realmente estaba tratando de provocarme y seducirme aquella mujer de bonitos ojos color avellana y ligeramente rasgados y a la que estaban esperando en la calle su marido y su hijo? –pensé sin saber dónde meterme y rezando porque Mari Luz o alguna otra clienta no se presentara en la tienda en una de esas casualidades que tiene la vida.

Sin esperar más acercó su cara a la mía haciéndome sentir la fragancia fresca de aquel perfume que llevaba. Noté cómo sus húmedos labios se posaban sobre los míos sin que tuviera fuerza alguna para negarme. Sus labios expertos parecían querer quemarme los míos haciéndomelos sentir cálidos y ardiendo. Nunca hasta entonces ninguna mujer me había besado y, a fuer de ser sincera, debo decir que aquello no me desagradó lo más mínimo dejándome hacer por ella sin responder a su caricia.

Empinándose sobre sus pies retiró mis largos cabellos castaños a un lado y acercó su boca a mi oreja la cual empezó a chupar y a lamer con sus labios y su lengua haciéndome estremecer aquel simple roce. Pronto los chupetones y lametones se convirtieron en pequeños mordiscos que tuvieron la virtud de hacerme lanzar un profundo suspiro demostrándole así lo mucho que aquello me gustaba.

Con los ojos cerrados disfrutando de lo que Mamen me hacía, noté cómo se separaba de mí y al entreabrir los ojos la vi quitarse el vestido y ponerse el suyo para después recoger sus cosas mientras decía con sonrisa maliciosa:

Me gustas… me gustas muchachita, pero ahora tengo que marcharme que mi marido y mi hijo me están esperando. ¿Tendrás el vestido para mañana, verdad? –la escuché decirme al tiempo que la veía escapar de la tienda corriendo camino de la calle.

Ni tiempo me dio a responderle quedándome allí parada y sin saber muy bien lo que había pasado. Aquella noche apenas dormí pensando en Mamen y en lo que había ocurrido en la tienda. Recordé la sensación agradable del roce de sus labios sobre los míos y cómo luego se había apoderado de mi pequeña orejilla maltratándola con suavidad y delicadeza. Sin poder evitarlo tuve la necesidad de masturbarme de modo furioso evitando, sin embargo, gritar para que mis padres no me oyeran desde su habitación.

A la mañana siguiente estuve nerviosa y sin centrarme en nada de lo que hacía, tanto que hasta la misma Mari Luz se dio cuenta de que algo me pasaba.

Hija, ¿qué te pasa esta mañana? No estás como siempre, a ti algo te preocupa –me dijo mostrándose un tanto preocupada por mi actitud de aquel día.

No me pasa nada Mari Luz, de verdad –le contesté con una sonrisa forzada y viendo como pese a mis palabras no se quedaba muy convencida.

Por mi cabeza no hacían más que pasar y repasar las imágenes de aquella mujer junto a mí acariciándome y besándome de manera lasciva. Ya casi al mediodía sonó el teléfono diciéndome Mari Luz desde el almacén que contestara a ver quién era. Una voz sensual y femenina preguntó por mí al otro lado del aparato contestando yo que era yo misma. Sabía perfectamente que era ella y de nuevo aquella sensación tan envolvente volvió a apoderarse de todo mi cuerpo.

Sabía que eras tú –me dijo con voz susurrante. Tenía tantas ganas de hablar contigo. Me gusta tu voz a través del teléfono, resulta terriblemente cálida y agradable –aseguró quedándonos ambas mudas unos segundos al aparato sin decir una sola palabra.

Sólo quería pedirte que tengas el vestido preparado y que te espero esta tarde en la calle a la hora de salir. Esta noche mi marido y mi hijo no están en casa y tengo ganas de verte, cariño. No me falles –la oí colgando al momento sin dejarme una vez más darle respuesta.

Nada más colgar yo supe lo que aquella llamada significaba. Aquella mujer deseaba estar a solas conmigo y yo no iba a tener fuerzas para decir que no. Deseaba tanto volver a sentir aquellos labios trémulos y tan femeninos besándome de manera apenas perceptible, que no pude evitar notar un escalofrío recorriéndome todo el cuerpo. Mari Luz desde la puerta del almacén me preguntó quién había llamado diciéndole yo que era la clienta que había dejado el día antes el vestido para arreglar.

Si durante toda la mañana había estado nerviosa perdida, podéis imaginaros como estaba ahora tras haber recibido la invitación de aquella hermosa treintañera a conocernos de un modo mucho más íntimo y lujurioso. Toda la tarde estuve como volando en un sueño, sin parar de jugar con el bolígrafo entre mis dedos y sin prestar ninguna atención a lo que hacía.

Noe, mañana espero que estés más por la labor de lo que has estado hoy. No sé qué demonios te ha pasado durante todo el día pero quiero que prestes más atención a las cosas –me dijo Mari Luz mientras cerraba la puerta de la tienda y se despedía de mí hasta el día siguiente.

Despidiéndome de ella entre disculpas que no debieron sonar demasiado convincentes, me quedé allí en medio de la acera escuchando a los pocos segundos el claxon insistente de aquel coche aparcado al borde de la acera. Volviéndome hacia aquel ruido me encontré con que allí estaba esperándome Mamen con la ventanilla bajada y haciéndome gestos para que me acercara. A partir de ese momento perdí el mundo de vista fijando mi atención en aquella bella mujer que tan sorbido me tenía el seso.

Allí dentro de aquel flamante Honda Civic en color rojo metalizado me esperaba aquella mujer hecha pecado y a la que estaba segura no iba a poderle negar nada que me pidiera. Con su sonrisa traviesa y sus brillantes ojos clavados sobre mi rostro, nuevamente volví a sentir aquella extraña sensación recorriéndome todo el cuerpo al verla acercarse y empezar a sentir aquellos labios fundirse con los míos. Mamen, muy segura de sí misma y mucho más experta que yo, apoyó con suavidad sus dedos detrás de mi nuca para después enredarlos entre mis cabellos mientras me besaba de un modo delicioso y diferente. Con algo de urgencia noté su lengua presionar sobre mis labios hasta que consiguió que los abriera ligeramente dejando paso libre a su apéndice dentro de mi boca.

Noté su lengua ardiente abriéndose paso a empellones en el interior de mi boca y cómo se enzarzaba con la mía mezclando nuestras salivas en un beso mucho más sensual y apasionado. Sin esperar más dejó caer su mano con delicadeza sobre mi muslo cubierto por la tela de la falda que llevaba aquel día para, al momento apretarlo con fuerza entre sus dedos haciéndome emitir un ligero suspiro de satisfacción. Aquella mujer transpiraba pasión y sexo por todos y cada uno de los poros de su piel y yo creí marearme durante un breve lapso de tiempo recibiendo aquel intenso y prohibido beso entre mujeres. Cerrando los ojos me olvidé de todo, de donde estábamos, allí dentro de aquel coche y pudiendo ser vistas por cualquiera que pasara por la calle. Apoyando mis manos en sus brazos respondí a aquella caricia besándola ahora yo de manera furiosa y desenfrenada, deseándola de un modo salvaje y totalmente desconocido para mí.

Separándose de mí la vi sonreírme de nuevo con aquella mirada felina que tanto me atraía y antes de poner el coche en marcha la escuché decirme apenas musitando:

Tranquila mi niña, tranquila… todavía tenemos que esperar un poquito más. Veo que aprendes rápido, eso me gusta. Nena, no sabes las ganas que tenía de verte… llevaba todo el día esperando tenerte a mi lado. No te preocupes por el vestido que mañana a primera hora pasaré a recogerlo. Creo que voy a tener una muy buena razón para venir a menudo a tu tienda –dijo mientras encendía el motor del coche encontrándonos en pocos segundos inmersas en la locura del tráfico de la ciudad.

Mientras no hacíamos más que pasar semáforo tras semáforo a velocidad de vértigo, fijé mi atención en el atuendo que mi nueva amante llevaba aquella noche. Vestía de forma mucho más juvenil e informal que las dos veces anteriores que nos habíamos visto, con aquella corta camiseta marrón oscuro que le dejaba la tripilla al aire y en la que descubrí un pequeño piercing presidiendo la redondez del ombligo. Aquella imagen me sorprendió gratamente pues debo reconocer que no hubiera imaginado algo así en una mujer como aquella. Adornaba sus orejas con unos pequeños pendientes con la clave de sol que me encantaron nada más verlos y cubría sus poderosas piernas con unos tejanos ceñidos de un color blanco inmaculado. Unas zapatillas Converse en tono marrón a juego con la camiseta eran el complemento perfecto a aquel conjunto tan juvenil y divertido.

Pasamos calles y más calles sin dejar de hablar de diferentes cosas y sintiéndome yo cada vez más envuelta por la mirada penetrante de Mamen la cual de tanto en tanto abandonaba levemente la mirada del asfalto centrando toda su atención en mí. Incluso en dos ocasiones apoyó su mano de manera fugaz en la mía abandonándola al instante para volver a tomar el volante con fuerza. Estos roces de sus largos y finos dedos sobre mi mano me hicieron poner en alerta en espera de un mayor avance por su parte.

Salimos de la ciudad camino de la carretera de la costa y cada vez su coche tomaba una mayor velocidad bajo los pies de mi nueva compañera. Al fin la vi desviarse por una carretera al inicio de la cual un cartel indicaba la proximidad de una zona residencial bien conocida. Casas y apartamentos de lujo, con grandes jardines y piscinas resultaron para mí todo un paraíso quedándome completamente prendada con aquellas bonitas vistas al mar. La casa de Mamen era un edificio de dos plantas con una amplia terraza que daba directamente a un acantilado por encima del mar. El salón era de estilo colonial distinguiéndose claramente por el inconfundible sello artesanal que lo caracterizaba. Los muebles daban a la estancia un toque original, respetando al mismo tiempo la infraestructura de la casa con su belleza tranquila y sus líneas sosegadas. En toda la habitación destacaba como color por excelencia el blanco mezclado a la perfección con la gama cromática del beige y los marrones del mobiliario macizo y del sofá de tres plazas que descansaba junto al enorme ventanal. Las cortinas en suaves tonalidades lilas suponían el contrapunto ideal a todo aquel ambiente tan amable y acogedor y en el que se respiraba una fascinante tranquilidad.

Elementos modernos encontraban su sitio de la mano del acero y de la forja, haciéndose notar en forma de pequeños detalles tales como remates en las sillas y en la mesa que presidía uno de los rincones del comedor. Sobre la mesa un jarrón de mimbre con tallos de bambú transmitía un mensaje de fresca naturalidad. Por otro lado aquel elemento decorativo y moderno quedaba igualmente presente a través de los sutiles adornos mates de la gran lámpara de pie que iluminaba toda la estancia.

Una alfombra de tupidos flecos y de grandes dimensiones cubría todo el suelo ofreciendo al salón una dimensión mucho más completa. En las paredes colgaban diversos cuadros de estilo abstracto y también imágenes en sepia de lugares bien conocidos de diversas ciudades europeas como Roma, Lisboa, Praga o Londres. Por último el ventilador de aspas de madera y rafia colgado del techo fue llenando todo el salón de un delicioso frescor en el mismo momento en que Mamen lo puso en marcha por medio del mando a distancia que descansaba sobre la repisa repleta de libros de la chimenea.

Mamen, todo esto es precioso –comenté sin dejar de admirar cada uno de los rincones y elementos que formaban todo aquel conjunto.

¿Te gusta, cariño? A través de muchos años hemos ido montando esta casa a gusto de mi marido y mío. Pero no te quedes en pie y siéntate cómoda que yo vuelvo enseguida –dijo no sin antes encender el equipo de música a través del cual se empezó a escuchar un suave y delicado tema instrumental.

Allí me quedé unos minutos sentada en aquel sofá marrón de fría piel y disfrutando de la tranquilidad de aquella casa y de aquella noche que tantas emociones fuertes prometía. Sacando mi móvil del bolso llamé a mis padres diciendo que no me esperasen aquella noche a dormir pues había quedado con mi amiga Maribel para pasar la noche y que me iba a quedar a dormir en su casa. Una vez hube colgado llamé a continuación a Maribel, mi mejor amiga, para decirle que me escudara en mi mentira y que ya le contaría todo cuando la viera. Maribel, como siempre en estos casos, rió divertida diciéndome que sería una tumba y que estaba ansiosa porque le contara todo con pelos y señales y por saber quién era mi nuevo acompañante.

Si ella supiera –pensé escuchándola hablar entre alegre y divertida al otro lado del teléfono.

Guardando el móvil en el bolso escuché ligeros ruidos procedentes de la planta superior al tiempo que trataba de acomodarme a aquella casa de ensueño y decorada de modo tan exquisito. Al fin apareció Mamen vestida con un elegante y corto camisón en color morado el cual dejaba al aire la totalidad de sus espléndidas piernas.

Perdona que no te haya invitado a tomar nada. ¡Qué despiste el mío! –exclamó caminando sobre sus piececillos descalzos hacia el mueble bar hecho de madera de nogal y lleno de copas y de bebidas de todo tipo. Dime, ¿qué te apetece tomar? ¿un whisky, cognac, ginebra?

Sin dejar de contemplar un solo segundo su bello cuerpo de espaldas a mí contesté que un gin tonic estaría bien para mí. En segundos se volvió sonriéndome de aquel modo tan malvado y llevando entre sus dedos una copa de cognac para ella y un vaso de tubo con mi gin tonic. Enseguida la tuve sentada a mi lado entregándome mi bebida y ofreciéndome al momento su copa para que ambas brindáramos por el amor. Se había quitado los pendientes viéndose ahora sus pequeñas orejillas desnudas bajo sus oscuros cabellos. Sin dejar de mirarnos a los ojos ambas dimos un largo trago a nuestras bebidas pudiéndose escuchar al fondo el sonido cálido del equipo de música. Deseaba tanto que me besara nuevamente que no sabía qué hacer ni cómo comportarme, sintiéndome en esos momentos un tanto torpe y estúpida jugando una y otra vez con mi vaso de tubo cogido entre los dedos.

Al parecer mi actitud nerviosa no debió de pasar desapercibida para ella pues acercándose a mí y sin decir palabra agarró mi vaso y quitándomelo lo dejó reposar sobre la mesa de cristal que tenía junto a ella. Lo cierto es que me sentía un tanto aturdida junto a ella aunque al mismo tiempo su compañía me hacía sentir de maravilla y segura de mí misma teniéndola allí a mi lado.

Aquí estaremos mucho más cómodas pues fuera hace un poco de frío –dijo susurrando y acercándose cada vez más y más a mí.

Una vez más noté el roce del dorso de su mano apoyado sobre mi mejilla igual que aquella mañana en que nos encontramos a solas en la tienda. Y otra vez me quedé totalmente paralizada ante aquella simple caricia pero que tanto conseguía turbarme. Con sus dedos apartó a un lado, con elegancia inaudita, los pocos cabellos que caían sobre mi rostro. El silencio podía cortarse con un cuchillo en espera de aquellos acontecimientos que, sin duda alguna, iban a producirse a no tardar. Sus ojos revoloteaban por encima de los míos como intentando hipnotizarme con su mirada rasgada y llena de misterio.

Nuestros rostros se encontraban tan cercanos el uno al otro que podía notar la catarata de cosquillas que me producía su respiración golpeando una y otra vez sobre mi cuello. Tomándome de las manos me susurró al oído si me habían gustado sus besos, respondiéndole yo que sí asintiendo al mismo tiempo con un leve movimiento de cabeza. En ese momento Mamen ya no aguantó más el deseo que la envolvía y, posando sus labios sobre los míos, volvió a besarme de aquel modo tan dulce que sólo ella sabía emplear. Un beso tímido que lentamente se fue transformando en uno mucho más apasionado cuando su lengua empezó a juguetear entre mis dientes y luego en el interior de mi boca. Mi lengua cambió su fisonomía a la de un pequeño pene y mi bella compañera no hacía más que chuparla y devorarla mientras la espuma de su saliva era la ambrosía perfecta que embriagaba todos mis sentidos por entero.

Eres tan bonita… y tan terriblemente adorable –la escuché decirme una vez nos separamos unos breves instantes la una de la otra.

Me haces sentir tan bien y tan segura estando a tu lado –confesé con voz trémula y viendo cómo sonreía tímidamente al oír aquellas palabras tan llenas de sentimiento.

Ella miró mi cuerpo de arriba abajo y su descarada mirada no pudo dejar de sobrecogerme unos segundos. Mi experta compañera dejó escapar una leve sonrisa la cual tuvo la virtud de lograr tranquilizarme mínimamente. Agarrándome el cuello entre sus dedos Mamen volvió a besarme haciéndome sentir sus labios húmedos sobre los míos mientras me dejaba acurrucar entre sus femeninos brazos. Me abrazó muy tiernamente y luego besó mi hombro con extrema dulzura lo cual provocó en mí un ligero temblor de emoción al sentir tan maravillosa caricia sobre mi piel. La tenía tan encima de mí que apenas podía percibir su gesto dominante y lujurioso junto a mi cara. Abrazadas, nuestros cuerpos de bellas formas se unían empezando a notar los primeros sudores de nuestra pasión creciente. Su entusiasmo y ardor me hacían encender entre los más oscuros abismos del placer.

Sus curvas eran bellas y hermosas y sin esperar más nos acariciamos pasándome ella la mano por la espalda mientras mis manos masajeaban sus nalgas por encima de la fina tela de su camisón. Su piel era tan brillante y tersa como la seda y el aroma tan cercano de su perfume me hacía perder la razón cada vez que lo percibía. Luchamos allí estiradas sobre el sofá hasta que, no sé cómo, Mamen consiguió acabar sentada sobre mí teniéndome de ese modo completamente a su merced. No pude moverme ni escapar pues ella era mucho más fuerte que yo y, por otro lado, tampoco me veía con fuerzas para hacerlo no queriendo otra cosa que no fuera entregarme a sus más perversos deseos.

Hechizándome con sus ojos recorrió mi cara con sus dedos al tiempo que me decía lo bonita que era. Sonreí de forma vergonzosa como cuando mamá me reprendía por cualquier cosa siendo yo mucho más pequeña. Llevó sus manos a mis pechos que se encontraban duros y excitados bajo la blusa que los ocultaba.

¡Qué duros los tienes, cariño! –no pudo menos que exclamar mientras se humedecía el labio inferior pasando la lengua por encima del mismo.

Los estuvo sobando unos minutos hasta que no pude más y noté cómo empezaba a mojarme entre mis piernas. Cerré los ojos cayendo mi cabeza sobre el almohadón que descansaba a mi lado. Le entregué mi lengua y ella, ni corta ni perezosa, empezó a mordisquearla jugando sin descanso hasta que acabó introduciendo su lengua dentro de mi boca al tiempo que su mano llegaba a mi entrepierna y, metiéndose entre la tela de mi braguilla, sus dedos iniciaron un lento maltrato sobre mi cálido tesoro. Lancé un fuerte suspiro al sentirme atacada de aquel modo tan maravilloso e inesperado. Mamen sonrió con malicia al notarme tan empapada y dispuesta completamente a sus caricias.

Al ir con falda no le resultó nada difícil dar con los rincones más escondidos de mi cuerpo. Haciéndome volver la cabeza a un lado, mi cuello y mi orejilla quedaron a su disposición y entonces noté un fuerte lametón sobre mi oreja que me hizo estremecer por entero gracias a aquella caricia tan obscena pero tan sumamente encantadora al mismo tiempo. El aliento de Mamen parecía quemar la fina piel de mi cuello cada vez que respiraba haciéndome sentir el enorme deseo que la invadía.

Sus manos traviesas recorrían mi cuerpo arriba y abajo deleitándose con mis muslos para luego subir por mis costados hasta acabar apoderándose de mis pechitos los cuales recibieron su caricia haciéndose sentir bajo la tela de la blusa. Ella lo apretó con delicadeza y enseguida empezó a quitarme la ropa mientras continuaba besándome y sobándome. Ya no sentía nada de todo aquello que me rodeaba, notando tan solo el roce continuo de aquellas deliciosas manos que tanto me gustaban.

La blusa desapareció a la velocidad del rayo y el mismo camino siguió la falda quedándome así sólo cubierta con el sujetador y la minúscula braguita. Mi respiración se aceleró de modo irrefrenable imaginando lo que estaba a punto de acontecer, la llegada de aquella caricia tan deseada sobre mi joven y casi virginal coñito.

Estás completamente empapada, cariño –la escuché decir mientras la miraba con mis ojos entornados y sin saber exactamente cuál iba a ser su próximo movimiento.

Su mano se apoderó de mi desnuda tripilla haciéndome aquel simple roce gemir débilmente. Abandonada a mi suerte, sentía aquella caricia aparentemente tan inocente pero que tanto me ponía, rozar mi vientre lentamente con la palma de su mano una y otra vez, una y otra vez.

De mi tripilla pasó a mis pies desnudos contemplándolos como si de un par de tesoros se tratara. Levantando uno de ellos empezó a chuparlo, primero el dedo gordo y luego el resto de dedos mientras yo no paraba de pedirle que continuase con todo aquello diciéndole lo mucho que me gustaba. Así noté sus labios seguir y seguir chupando ahora un dedo y ahora otro en una sucesión de caricias sin fin que me hicieron enloquecer sintiendo cómo un suave cosquilleo me corría por la pierna. De un pie pasó al otro jugando igualmente y subiendo y bajando por el empeine hasta acabar de nuevo en los dedos limpios y pequeños, muy pequeñitos y femeninos. Poco a poco fue subiendo por la pantorrilla hacia mi rodilla, pasando de largo hasta mi muslo el cual manoseó con fuerza entre sus dedos notándolo bien rotundo.

Mamen empezó a obsequiarles con pequeños besitos pasando de un muslo al otro y, sin dejarlos descansar, se introdujo entre mis glúteos besándolos una y otra vez y sin dejar de darles suaves lametazos con los que me los llenaba de saliva. Yo durante todo este tratamiento no hacía más que gemir y jadear perdida totalmente la razón y sin dejar de agarrarme al almohadón para así poder calmar mínimamente el deseo que me consumía por dentro.

De pronto y sin esperármelo, mi avezada amante se deshizo del camisón y puso sus pechos sobre mi cara. Eran redonditos y bien formados y se veían durísimos y necesitados de mis caricias. Yo, un tanto tímida y aturdida, empecé a pasarles la lengua y a morderlos haciéndola gemir lo cual logró excitarme aún más. Bajó de nuevo entre mis piernas y siguió mordiéndome y besándome por todos lados hasta que lentamente fue acercándose a mi entrepierna. Así vi cómo acercaba su boca al interior de mis muslos al tiempo que masajeaba con lentitud mi tripilla. Dejando caer muy lentamente mi braga con su boca a través de mis muslos, el roce de sus labios y de su lengua sobre mi ingle me hizo suspirar profundamente y entonces, haciéndome separar las piernas, Mamen se hundió entre ellas metiendo al momento la punta de su lengua en el interior de mi vagina. Dando un fuerte respingo por lo delicado de aquella caricia empecé a agitarme de forma convulsa entre sus manos notando la llegada de un orgasmo incontrolable y que me hizo gritar y sollozar disfrutando de aquel placer tan dulce y único. Había estado tanto rato deseándolo y aguantando la tensión que no pude menos que llorar comenzando a caerme pequeñas lágrimas a través de mis mejillas.

Sin embargo, esto no pareció ser suficiente para mi hermosa treintañera pues, sin darme respiro, se puso a morder, lamer y chupar mi pequeño botoncito haciéndome gritar aún más hasta que un nuevo orgasmo me visitó notándolo mucho más salvaje y duradero. Con los ojos cerrados y el rostro fuertemente congestionado no hacía otra cosa que retorcerme y arañar la almohada y la piel del sofá mientras le entregaba a Mamen la totalidad de mis jugos los cuales bebió y sorbió con gran placer pasándome la lengua arriba y abajo consiguiendo hacer de ese modo mucho más intenso mi placer.

Caí sobre el sofá sudorosa y sin dejar de boquear en busca del aire que me faltaba y entonces vi a Mamen colocarse sobre mí en posición inversa y entregándome de esa manera su sexo para que lo saboreara. Un 69 que me encantó al ver frente a mi cara su almejita húmeda y con el vello bien recortadito que cubría su monte de Venus. Inmediatamente recogí el testigo que me daba y agarrándola de la cintura empecé a hacer lo mismo que ella me hacía a mí.

Empezó a gemir al momento gracias a mis lametones sobre su rajita la cual no tardó en dejar escapar los ardientes efluvios del amor saboreándolos ahora yo como antes había hecho ella conmigo. Lamí y lamí su clítoris el cual succioné entre mis labios hasta lograr endurecerlo al máximo. Mamen chillaba y berreaba como nunca había visto hacer antes a nadie. La capacidad de entrega de aquella mujer resultaba verdaderamente asombrosa. Al parecer debía llevar días deseándome y al lograr tenerme entre sus brazos toda su pasión escondida había explotado como un torrente desbocado haciéndola disfrutar de aquel modo tan auténtico y salvaje.

Mamen movía sus caderas arriba y abajo, adelante y atrás y en círculos logrando de ese modo que la penetración de mi lengua fuera mucho más profunda. Ambas estábamos totalmente entregadas a los placeres de Lesbos disfrutando de nuestros cuerpos y sin reparar en ninguna otra cosa. Estoy completamente segura que si alguien hubiera entrado en ese salón en esos momentos, ninguna de las dos hubiéramos abandonado nuestras tan dulces tareas.

Sin darnos un momento de respiro ella introducía la punta de su lengua y sus dedillos en mi coñito al mismo tiempo que yo le respondía con la misma moneda jadeando y gruñendo las dos una y otra vez. Pronto noté aquel terremoto producirse en ella en el momento en que empezó a correrse dándome sus jugos de un modo que parecía estarse completamente meando de gusto. Seguí comiéndome su sexo haciéndola reventar de placer y caer sobre mí cansada y exhausta por el orgasmo obtenido.

Ha sido fantástico, muchachita… realmente fantástico –aseguró con voz entrecortada y fatigada por el enorme placer que le había procurado con mi lengua y mis dedos.

Descabalgó de encima de mí fijando su vista en la mía con un tremendo gesto de felicidad que delataba el intenso desahogo que había sentido. Toda su cara era un espejo de lujuria y lascivia, su cuello pálido y largo se levantaba sobre la perfecta curva de sus hombros. Sus senos resultaban generosos y turgentes y sus rosados y apetitosos pezones invitaban al pecado apuntando al frente excitados y erectos. Su vientre era terso y plano seguramente debido al mucho ejercicio practicado para poder lograr semejantes abdominales a su edad. En fin, que todo el cuerpo de aquella mujer llamaba al vicio y a la perdición.

Mamen al observar mi gesto de profundo estupor sonrió, al tiempo que se arrodillaba dejándome contemplar la imagen de su espalda desnuda y la apertura de su trasero que escondía la hermosura de sus partes más entrañables. Tomé asiento a su lado y ya perdidos los últimos vestigios de mi juvenil vergüenza, aproveché su indefensión para acariciarle el cuello y besarla en los labios. Mi amiga entreabrió complacida su boca y me dejó saborear su lengua que noté mojada, punzante y necesitada de mis besos.

Separándonos la vi cogerse sus pechos con ambas manos y decirme con voz trémula:

Vamos Noe, acaríciamelos… son todo tuyos, tócamelos mi amor…

Relevando sus manos con las mías empecé a tocárselos de un modo algo brusco y desconsiderado sin poder ocultar mi inexperiencia en ese tipo de caricias.

¿Nunca has estado con una mujer? –la escuché preguntarme con un leve brillo de conmiseración en la mirada.

La verdad es que no… esta es mi primera vez con otra mujer –respondí con voz temblorosa pero sin dejar de sobar aquellos senos de buen tamaño y firmeza.

¡Oh cariño, eres tan dulce y deliciosa! Desde el primer momento supe que no me equivocaba contigo. Pero deja que te ayude a hacerlo –exclamó retorciéndose ligeramente los pezones con sus propios dedos.

Recogí sus enseñanzas tomándolas al pie de la letra y sin parar de dibujar círculos y, nada más pellizcar su rosado pezón, sentí cómo sollozaba débilmente poniendo los ojos en blanco completamente abandonada a mí. Mi mirada cayó sobre aquel par de senos abultados y desvalidos. Los pezones habían crecido y apuntaban hacia el techo deseosos de una boca que los envolviera. Bajándome sobre ella nos besamos para luego dirigirme hacia sus pechos cuando ella me invitó a chuparlos. Teniendo un pecho bien agarrado se lo fui chupando y lamiendo escuchándola gemir satisfecha con lo que le hacía. Haciendo mi caricia mucho más traviesa, mordisqueé levemente el pezoncillo obligando a Mamen a lanzar un fuerte grito de sorpresa para enseguida retorcerse sobre el sofá como una culebra.

¡Eres una chica mala! ¡Veo que aprendes rápido! –dijo con la voz entrecortada antes de llevarme con sus manos hacia el otro pecho en el que repetí el mismo tratamiento anterior.

Tengo una buena maestra –le sonreí ahora yo mirándola a los ojos y sin parar de llenarle los pechos con mi saliva.

¿Te gustan mis pechos? –preguntó entre susurros.

Me encantan… tienes unos pechos preciosos. Duritos y bien grandes –aseguré mientras nos dábamos unos segundos de alivio y descanso.

Cambiando de postura la vi sentarse frente a mí para, al momento, abrir bien sus piernas.

Vamos, mi amor. Ven aquí y chúpamelo como antes… me ha gustado mucho.

Colocándome entre sus piernas observé el triangulillo de su vello púbico perlado del rocío de los jugos de su vulva la cual se hallaba totalmente húmeda y empapada.

Cómemelo, por favor. Venga cómemelo, tengo tantas ganas –dijo indicándome su coñito con los dedos.

Yo jugueteé con los pliegues que ocultaban su hermoso tesoro y me emborraché con los efluvios que escapaban de su ardiente sexo. Mamen, mi querida Mamen, no hacía más que jadear y emitir frases ininteligibles mientras se estremecía arriba y abajo recibiendo una y otra vez mis diabólicas caricias. Viéndola así de entregada la descubrí realmente deseable y apetitosa. Sus manos revolvieron mi pelo apoyándolas en mi cabeza como dándome la seguridad que me faltaba para continuar y seguir adelante. Mi lengua abrazaba la abertura de su rajita y pronto sus gemidos se transformaron en gritos ahogados y sus temblores en violentos golpes de sus caderas y de su pelvis como suplicando acabar con todo aquello lo antes posible. Pero yo sabía que no era así, sabía que Mamen disfrutaba de todo aquello y que precisamente aquellas últimas caricias eran las que más le gustaban. No dejaba de jadear y jadear deseando más y más.

Acaricié el corazón de aquel monte donde se escondía su prenda más valiosa. Ella se quedó inmóvil como aguardando la llegada de aquel estímulo sin posibilidad alguna de poder eludirlo. Su rincón más escondido era carnoso y sonrosado, tanto que creí perder la razón con su sola imagen devorándolo con mi mirada viéndolo tan húmedo y delicado.

Empecé a introducir con facilidad mi lengua en el coñito de mi compañera y así mi saliva se juntó con los jugos que Mamen destilaba entre pequeños grititos y movimientos espasmódicos. Ella apretó mi cabeza contra su vulva con fuerza como deseando que mi caricia se hiciera mucho más profunda y ciertamente no la decepcioné jugando con su clítoris y sus pliegues sin darle descanso alguno. Sus piernas se separaban al máximo al tiempo que ella levantaba su pubis para favorecer aún más mi trabajo.

Su gesto aparecía descompuesto y se tensaba cada vez que la atacaba rozando los pliegues húmedos y el botoncito endurecido en que se había convertido su clítoris. Sin embargo su mirada parecía animarme a continuar indicándome que aún no había alcanzado el límite de sus fuerzas. De ese modo metí toda mi lengua y seguí sorbiendo y lamiendo pues no podía defraudar a aquella hermosa hembra que tan loca me tenía.

¡Así cabrona así, qué bien lo haces! –dijo mientras se erguía y al momento se desplomaba sobre el sofá gritando como una desesperada.

El mundo pareció pararse unos segundos sin notar nada más que el roce de mi lengua sobre su húmeda almejita que no dejaba de producir líquidos que yo bebía como podía. Al mismo tiempo acompañé la caricia de mi lengua con uno de mis dedos el cual metí en el interior de su sexo acompañándolo al momento de otro más y luego de un tercero.

¡Dios, qué bueno es esto! ¡Estoy a punto de correrme… para, para! –me pidió casi llorando. Es tan bueno, sigue cariño, sigue… me dijo sin parar de moverse adelante y atrás como si quisiera follarse ella misma con mi lengua y mis dedos.

Y entonces subí por su rajita hasta alcanzar el clítoris el cual se veía solitario y sin nadie que lo defendiese, esperando la llegada de su amante para que lo hiciera vibrar y sentir las miles de caricias de mi lengua y mis labios. Primero lo acaricié de forma tierna, sin que apenas lo notara pero luego ya pasaron a ser mis labios los que lo envolvieron succionándolo una y otra vez hasta hacerla correr entre gritos y aullidos que llenaron el amplio salón mientras Mamen daba la sensación de enloquecer gracias a mis muchas atenciones.

De forma increíble se retorcía con lo que le hacía, encadenando un segundo orgasmo al primero que tuvo pero este segundo resultó aún mucho más escandaloso y satisfactorio, un orgasmo largo y placentero con el que cayó en un estado de relajación y cansancio agradeciéndome con sus ojos bañados en lágrimas todo el placer que le había ofrecido. Con mis dedos enlacé los pelillos que cubrían su monte de Venus y luego inicié un juego con su ombliguillo haciéndola temblar y sin poder hacer otra cosa más que morderse el labio inferior para poder soportar aquel estado de ansiedad que la envolvía. Al fin suspiró y se arrodilló delante de mí dándome otro largo beso para corresponderme de esa manera lo mucho que la había hecho gozar.

Cariño, pocas veces he sentido así como tú me has hecho sentir. Realmente para ser tan joven sabes como hacer gozar a una mujer –me aseguró al tiempo que jugaba con mis cabellos apartándolos de mi cara y llevándolos a un lado para así poder contemplarme a su antojo.

¿Te ha gustado? –le pregunté sonriendo y con aquella falsa modestia que en esos momentos estaba tan lejos de poder sentir.

Ha sido fabuloso, mi amor. Pocos orgasmos he disfrutado como los tuyos y puedo asegurarte que han sido muchos los que me han hecho gozar –dijo llevándome hacia ella para poder abrazarnos de manera suave y delicada. Y ahora prepárate que tengo un amiguito que te va a encantar –me dijo levantándose y volviendo a recuperar aquella mirada felina que tanto sabía seducirme.

¿Qué es? –pregunté un tanto curiosa y divertida.

Es un amiguito que me hace compañía de vez en cuando –respondió sacando de entre las almohadas un arnés que había escondido minutos antes sin que yo me diera cuenta.

Sin tardar se lo puso apretándolo bien a su cintura para enseguida apuntarme con él como si de un elemento del género masculino se tratara.

Vamos Noe, ponte de espaldas que voy a hacerte gozar como pocas veces lo hayas hecho –pronunció aquellas palabras recuperando la seguridad que tan bien conocía en ella.

Está bien pero ten cuidado con eso que es muy grande y grueso –dije sin apartar mi mirada de aquel grueso consolador de brillante tono negruzco.

Tranquila mi niña que te volverás loca con él. Puedo garantizarte que nunca me ha fallado hasta ahora…

Mamen se tumbó a mi lado y empezó a jugar con mi espalda dándome pequeños besitos y recorriéndola con su lengua arriba y abajo. Gemí de puro placer gracias a aquella sensación que me corría desde la nuca hasta el lugar donde acaba la espalda y se inicia el bello espectáculo de mi trasero. Una corriente eléctrica que me hizo caer rendida abrazada a la almohada la cual mordí con desesperación para poder ahogar el largo gemido que buscaba escapar de entre mis labios. Ella se incorporó y con sus manos me ayudó a abrir las montañas de mi culito. Quise facilitar su lento avance y doblé mis rodillas para elevar el trasero hacia mi compañera. Situándose detrás de mí se introdujo en busca de mi pequeño agujerito comenzando a subir y bajar a través de la raja que formaban mis dos protuberantes manzanas. A cada paso que daba rozando mi oscuro agujero un grito placentero salía de mi garganta. Durante un tiempo que para mí se hizo eterno, mi hermosa compañera me estuvo humedeciendo el culito con su saliva pasando su lengua una y otra vez.

Con uno de sus dedos frotaba el estrecho ojete haciendo círculos alrededor del mismo con la yema del dedo. Mi corazón se aceleró y mi respiración se ahogó notando aquella caricia que tan pocas veces había sentido y que debo reconocer tanto placer me estaba procurando.

Fóllame, por favor… fóllame, lo necesito tanto –exclamé sin parar de remover mis caderas para así animarla a que lo hiciera.

Con gesto serio se colocó detrás de mí teniéndome apoyada y vencida sobre el brazo del sofá. De ese modo mi culito quedaba bien ofrecido a todos sus deseos. Desde mi posición podía ver aquel falso pene que imitaba a la perfección el grosor y las rugosidades de uno de verdad. Cogiéndolo entre sus dedos noté cómo Mamen lo apoyaba sobre mi estrecho agujero sin meterlo todavía, tan solo haciéndomelo sentir sobre las inmediaciones de mi culito.

Yo, entre sollozos lastimeros, no hacía otra cosa que rogarle que me lo metiera, que no aguantaba más aquella espera. Sonriendo por su triunfo, Mamen apuntó el largo consolador y lo fue clavando de manera suave y profunda al mismo tiempo, gimiendo yo de satisfacción y sintiéndome a la vez quemar por dentro cuando dando dos fuertes golpes lo introdujo quedando totalmente dentro de mí.

Lancé un fuerte quejido creyendo romperme por dentro, tan salvaje sentí la penetración de mi compañera horadando mi casi virginal agujerito. Sólo dos veces habían tratado de profanarlo así que podéis imaginar mi falta de experiencia. Pronto ella empezó a moverse marcando el ritmo de la follada, sodomizándome cada vez a mayor velocidad entre mis berridos y aullidos de dolor y de placer al tiempo. Llevando su mano a mi sexo logró de ese modo tranquilizar mínimamente mi creciente agitación por la presión que aquel largo cilindro ejercía en el interior de mi pobre ojete.

¿Te gusta, cariño? –me preguntó de forma entrecortada antes de volver a empujar para clavarse hasta lo más hondo de mi ser.

Me gusta… me gusta. Me duele pero me gusta al mismo tiempo –tuve que reconocer sin dejar de acompañar sus movimientos con golpes de mis caderas para así follarme yo misma contra ese falso apéndice.

Ambas sudábamos a mares, lo noté al hacerme mi amante apoyar en su pecho apretando sus erectos pezones contra mi espalda una y otra vez mientras se apoderaba de mi cuello chupándolo con auténtica furia. Tuve que morderme los labios para reprimir mi placer, el cual sentía aparecer desbocado entre mis piernas cada vez que Mamen me acariciaba con sus dedillos. A los pocos segundos y casi como si de un milagro se tratara fue mi propio culito el que empezó a devorar el consolador de mi amiga, dilatándose y tragándolo sin dificultad alguna. El orgasmo se me presentó sin avisar y así mi cuerpo tembló agradecido ante aquel rápido mete y saca que me abría mis paredes traseras cada vez más y más.

Me corro… me corro sí –confirmé meneando las caderas y con la cabeza apoyada sobre el brazo del sofá mientras Mamen me tenía bien cogida por las caderas.

Así, mi amor… así, disfrútalo. Me ha gustado tanto follarte como si de un hombre se tratase –me dijo al oído llevándome nuevamente contra ella notando su respiración desbocada antes de abandonar mi cuerpo sacando su horrible instrumento de mis entrañas sonando del mismo modo que hace un tapón al abandonar el cuello de una botella.

Aquella noche dormimos abrazadas sobre su cama para, ya por la mañana, acompañarme ella hasta la esquina de mi tienda donde trabajé todo el día la mar de alegre y divertida lo cual fue recompensado por mi jefa con una comprensiva sonrisa.

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