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Polvos rápidos (10)

en Amor filial

Polvos rápidos (10)

 

Mónica era una suegra muy complaciente con la que pronto me entendí. Desde entonces me las veo y me las deseo para satisfacer a madre e hija pero quién quisiera verse en un problema como ese. ¿No lo creen así?...

 

 

Life is a moment to space

when the dream is gone

it’s a lonelier place.

I kiss the morning good-bye

but down inside

you know we never know why.

 

The road is narrow and long

when eyes meet eyes

and the feeling is strong.

I turn away from the wall

I stumble and fall

but I give you it all.

 

I am a woman in love

and I’d do anything

to get you into my world

and hold you within

It’s a right I defend

over and over again.

What do I do?...

 

Woman in love, BARBRA STREISAND

 

 

Llevaba saliendo casi tres años con Sonia. Al principio fueron simples tonteos para después irse haciendo la cosa más seria. Pertenecíamos al mismo grupo de amigos con quienes salíamos los fines de semana y nos veíamos algún que otro rato suelto durante la semana. Discoteca por las noches, la playa por el día ayudó a que poco a poco consiguiera sacarle besos robados que como pueden imaginar me sabían a gloria. Besos, caricias, achuchones siempre que podíamos hacían que nos calentáramos sin remedio. No tardamos en acostarnos en la parte trasera del coche donde disfrutamos el primero de nuestros polvos. Un polvo rápido pero intenso, de esos polvos de juventud y de los primeros tiempos de relación.

Nos entendíamos bien. Sonia era caliente y todo le gustaba, siempre dispuesta a follar en cualquier lugar en que se diera la ocasión. El coche lo teníamos ya muy gastado conociendo al dedillo las diferentes posturas que nos ofrecía. Pero también las noches de playa, la oscuridad cómplice del cine, los reservados en la discoteca e incluso el probador cuando íbamos juntos a comprar ropa servían como válvula de escape a nuestros más íntimos deseos.

Como digo Sonia era una niña muy fogosa, al menos todo lo fogosa que una muchacha de diecisiete años puede ser. No era la primera a la que me tiraba como tampoco yo era el primero con el que estaba. Como digo el primer polvo fue en el coche. De manera incómoda la follé para luego ser ella la que me montó entre gritos y jadeos desconsolados. La noche fue testigo de nuestro primer encuentro. Dos veces me corrí y ella ni se sabe pero sí sé que para ser la primera vez no quedó excesivamente decepcionada.

A los tres meses ella misma me dio a probar su acceso trasero. Fue difícil y poco satisfactorio para ella pero no por ello perdió interés en su práctica. Poca ropa en el verano, faldas cortas y finas camisetas, evidentemente me tenía embobado con sus muchos encantos. El día a día fue haciendo más profunda la relación saliendo ya como novios y decidiéndonos a las tan temidas presentaciones de padres. Pablo y Mónica formaban un matrimonio algo atípico.

Él, siete años mayor que ella, trabajaba fuera de casa casi toda la semana. La casa y la hija quedaban a cargo de la mujer en la que me fijé nada más verla. Mónica y Sonia parecían hermanas en vez de madre e hija. De cabello teñido y todavía de buen ver, Mónica era coqueta y de sonrisa abierta y contagiosa. Vestía con ropas juveniles para su edad: jerseys, camisetas y tops marcándole los pechos así como pantalones y faldas ciñéndose a su figura como una segunda piel. Desde esa primera vez muchas fueron las pajas que me hice a la salud de mi futura suegra. El encuentro con mis padres fue de  lo más agradable, visitando nuestra casa y esmerándose mi madre en la mesa.

Una noche Mónica nos pilló en plena faena en el salón de la casa familiar. Tras el cine, Sonia me había invitado a ir a su casa al decirme que su madre había salido con unas amigas y que volvería tarde. Era viernes y ambos teníamos ganas de marcha. En el salón, encendimos la tele encontrándonos con una película en la que la escena era de lo más subida de tono. Sonia con la cabeza sobre mis piernas notó enseguida la inevitable respuesta que mi entrepierna mostraba.

-          Tenemos unas dos horas para nosotros…

-          Bien cariño, no perdamos tiempo –respondí echándole el pelo hacia atrás para encontrarme con su bonito rostro que pronto hice mío besándola del modo salvaje que tanto nos ponía.

-          Bésame mi amor, bésame –escuché su débil voz.

Caímos en el sofá hechos un ovillo, Sonia es menuda y más baja que su madre. Las manos se movían sin control tratando de hacer desaparecer las pocas ropas que llevábamos. Ella un mínimo top blanco y una faldilla negra y yo una camiseta blanca y unos tejanos. El top escapó por encima de su cabeza y el mismo camino llevó la falda, apareciendo ante mí en sujetador y braguilla que apenas tapaba toda su belleza juvenil. Sin decir palabra, nos comíamos con la mirada. Nos deseábamos y sabíamos lo que queríamos. Sobre ella, le tomé los pechos por encima del sujetador. Sonia, gimiendo mimosa, me ayudó a que le quitara el sostén saltando los pechos libres al instante. Me relamí nada más verlos aunque ya bien los conocía.

-          Chúpamelos Andrés, chúpamelos… sabes cómo me pone eso.

Lanzándome sobre ellos se los comí con fruición, empezando Sonia a gemir nada más sentir mis labios en ellos. Los pezones erguidos, los chupé pasando del uno al otro. Ella, cachonda como logré ponerla, buscó rápidamente el bulto que bajo el pantalón se formaba. Fue ella quien se relamió, dejándola que pasara la mano por encima del tejano.

-          Estás duro nene.

-          Culpa tuya, ya lo sabes…

-          Me encanta verte así –sonrió con malicia, los labios brillantes en su humedad.

Nos abrazábamos y besábamos, amándonos con desesperación al notarnos cada vez más preparados. Los labios en una sinfonía de besos acompañaban el movimiento de las manos por encima de los cuerpos. De los pechos bajaban a las caderas que apreté con fuerza mientras las suyas se apoderaban de mis nalgas por encima del tejano. Gemíamos y jadeábamos y cada vez nos besábamos con mayor intención. Sonia mordió mi labio levemente antes de dejar que cubriese los suyos en un beso cálido y que nos puso a mil.

-          Te deseo cariño, te deseo… deja que te la coma…

-          Claro nena, sabes que me vuelve loco.

Entre las piernas comenzó a excitarme por encima del pantalón. Eso me encantó, una sorpresa que aún no me había mostrado. Los ojos encendidos, pasaba la boca sobre el bulto cada vez más y más escandaloso. Desde mi posición, tumbado como estaba, podía ver la cabeza moverse de manera lenta pero precisa. Me estaba excitando sin remedio y con gran placer por parte de ambos.

-          Déjame que te quite esto…

El botón y la cremallera cedieron pudiendo Sonia observar la imagen orgullosa de mi sexo. Ronroneando como una gatita para luego sonreír, jugó con mi pene masturbándolo con lentos y agradables movimientos de dedos y mano. Así estuvo un rato, desplazando la piel arriba y abajo para hacer aparecer el glande hinchado y deseoso de sus caricias. Mirándome desde abajo volvió a sonreír de la forma que sabía tanto me excitaba. Sonia era una niña mona y bien, pero cuando de sexo se trataba se mostraba como la mayor de las guarras. Eso me gustaba claro. Ya la polla a medio crecer, se la tragó de una vez comenzando a chupar y chupar de forma golosa. ¡Ummmmm, qué delicia! El miembro respondió al roce estirándose sin remedio hasta ir llenando poco a poco la boquita de mi chica. La pobre se atragantaba, viéndose obligada a soltarla de vez en cuando. Sin embargo, no por ello dejaba de hacerlo metiéndosela una y otra vez una vez tomado aire. A Sonia le encantaba comer polla, puedo dar fe de ello. Yo gemía como un bendito, dejándome hacer lo que aquella boca maravillosa me ofrecía. Los huevos entre sus labios mientras los dedos recorrían el tallo de abajo arriba y de arriba abajo, produciendo en mí un placer nuevo y desconocido. Ella se relamía sin dejar de mirarme, introduciéndose el miembro hasta la mitad para enseguida sacarlo y empezar a lamerlo con suaves y lentos movimientos de lengua. La pasaba por todo lo largo, los dientes mostrándose como si me sonriera y sin dejar de fijar un solo momento sus grandes y bonitos ojos en los míos. El flequillo le caía por encima del ojo y con un leve movimiento de mis dedos se lo retiré a un lado.

-          ¡Me encanta tu polla… es tan grande y dura! –dijo pasándose la lengua por los labios lo que me provocó aún más.

-          Cómetela nena, cómetela vamos –exclamé tomándole la cabeza por detrás antes de empezar a follarle la boca con mis secos movimientos adelante y atrás.

Mi polla presentaba ya un aspecto amenazador y atroz. Sacándola de la boca, quedó desafiante y curvada ante ella. Echada a un lado, la enganchó entre los dedos para metérsela esta vez casi hasta el fondo. Tosió después de abandonar el feroz instrumento, lo miraba con deseo, sabía lo mucho le gustaba aquella parte de mi anatomía. Al tiempo que jugaba conmigo, Sonia lo hacía consigo misma masturbándose de forma lenta bajo la braguilla. Esto le hacía gemir y sollozar camino de su propio placer. El movimiento de dedos se hacía más rápido al ritmo que lo hacían las mamadas que me daba. Sabía lo que la excitaba comerme el miembro y a ello se entregaba con el mayor interés.

La mano y los labios de Sonia tomaron mayor ritmo chupando y lamiendo, sorbiendo mi sexo al arrancarme gemidos que luego se hicieron gritos al notar el ánimo creciente que se daba. Ciertamente era muy buena haciéndolo, no iba a aguantar mucho más si seguía de ese modo. Cogiéndola de la cabeza empecé a moverme yo también, dando continuos golpes con los que acompañar el movimiento de su boquita. Cada vez que la abría podía ver el piercing de su lengua que tanto me hacía vibrar al rozar la sensible piel de mi glande.

-          Sigue nena, sigue… me vas a hacer correr si sigues así…

-          Eso quiero, verte disfrutar y que me lo des todo.

Los movimientos de ambos se hicieron cada vez más rápidos e insoportables para mí. Iba a correrme, iba a correrme sin remedio y con el mayor de los placeres. La polla hasta el fondo de su garganta, golpeándole el paladar y ella sin apartarse en ningún momento. Me volvía loco la imagen de entrega que presentaba, sin parar de chupar y saborear mi sexo, metiéndoselo y sacándolo tan pronto con los ojos abiertos como cerrados y con el mejor gesto de mamona.

Me voy nena… me voyyyyyy –grité quedando parado y lanzando un gruñido ronco al comenzar a soltar las primeras sacudidas de mi orgasmo.

Dámela cariño, dámela toda en la boca… la quiero toda mi amor –la mano masturbándome y haciendo que los goterones de semen escaparan por su bonito rostro sin control alguno.

Leche cayéndole esparcida por encima del ojo, la frente y el pelo pero también por el suelo y la boca que tragó con deleite en parte mientras el resto le resbalaba por la comisura de los labios llegándole a los senos a través de la barbilla. A Sonia le fascinaba el sabor del semen, saboreándolo siempre que podía. Así lo hizo, tomando lo caído sobre los senos para llevárselo al instante a la boca y saborearlo como había hecho con el resto. Lancé un suspiro agradecido al acabar tan cálido encuentro a lo que respondió ella con una risa abierta y franca.

Pero no terminamos con aquello. Jóvenes como éramos, nuestros encuentros daban fácilmente para dos orgasmos e incluso alguno más. Me gustaba y excitaba tanto Sonia que mis recuperaciones se daban rápidas para deleite de ambos. Entre besos y caricias, pronto volvimos a la gresca. Era momento de otras cosas. Inclinándome sobre ella, me ofreció sus húmedos labios para acabar unidos en un beso largo y jugoso, mezclando las lenguas y salivas en su boca. La mano en mi nuca me tenía fuertemente cogido, continuando de aquel modo con el beso de amor que disfrutábamos. Con las manos recorría su menudo cuerpo, moviéndolas de arriba abajo por encima de sus bellas formas y animado por sus placenteros quejidos. Ella se agarraba a mis brazos gimiendo al notar mis labios en su cuello. Se lo lamí y chupé, sintiéndola temblar entre mis manos. Cada vez estaba más excitada. Volvimos a besarnos con desesperación uniendo las lenguas de forma perversa, notando el ardor de sus besos, los labios fundidos con los míos y mis manos en su rostro haciéndolo ladear para bajar por el cuello que sentí vibrar una vez más bajo mis labios. Se dejó llevar por mí, atrayéndola con fuerza contra mi cuerpo al escucharla gimotear levemente.

-          Hazme el amor Andrés… hazme el amor, lo necesito…

-          Claro preciosa, me muero de ganas.

Llevando los dedos entre sus piernas noté las braguitas desesperadamente húmedas. Sofocada y con el pelo cayéndole por el rostro, se la veía preparada para todo. Me apreté a ella haciéndola sentir mi evidente excitación, pegado a su cuerpo y con las manos en los pechos que masajeaba con devoción. Ambos gemíamos, yo sobre su terso cuello y ella creo que sin saber muy bien donde estaba. La besé lanzándole el aliento al separarnos, palabras llenas de emoción y descaro. Bajé las manos a sus caderas y de ahí al culillo que tanto me gustaba. La escuché gemir con mayor energía.

-          ¡Fóllame… fóllame, dámela toda vamos! –exigió apartándose de mi lado para empujarme con las manos.

Doblándose sobre sí misma y tomándolas con los dedos, se deshizo de las diminutas braguillas azules de encaje quedando así lista y dispuesta. Una simple silla era perfecta para nuestros más íntimos deseos. Haciéndome sentar se acercó quedando sobre mí. Nos besamos con suavidad, notando el sabor de su boca, uniendo labios y lengua para empezar a jugar con ellos. Nuevamente los dedos entre sus piernas, encontré el coñito ardiendo y sin parar de rezumar jugos. Sonia suspiró abandonando mi boca y fue cuando aproveché para caer sobre el cuello que lamí y mordí hasta hacerla gritar. Un chupetón dejé como prueba clara de ello. Los dedos en su coño metí uno, dos e incluso un tercero abriendo la hendidura todo lo que daba. Los fui moviendo primero dos de ellos, follándola de forma lenta, haciéndome al calor de su empapado sexo. Luego los acompañé de otro más para segundos después sacarlos y llevarlos a su boca para que probara el calor de sus jugos. Sonia se corrió gimiendo sin control alguno, chupando y lamiendo mis dedos hasta dejarlos limpios de restos de su orgasmo. Desde mi posición pude disfrutar el verla mordiéndose el labio inferior con vehemencia para así calmar la pasión. Conocía bien aquella imagen y puedo decir que era lo que más me gustaba de nuestros turbios encuentros.

Cayendo sobre mi hombro, gimoteó desconsolada al abrazarse con fuerza. Pero no la dejé descansar. Cogiendo mi polla busqué la entrada de su vulva para apretar lentamente, acogiéndome en su interior al notar abrirse los labios. Estaba tan mojada que entré en ella con facilidad pasmosa, haciéndola sentir cada centímetro de mi dura herramienta. Con los ojos cerrados al notarse llena de mí, Sonia lanzó un respingo seguido de un placentero lamento de inquietud.

-          ¡Joder Andrés, cómo me gusta tu polla… qué dura la siento! –exclamó con los ojos en blanco y el gesto derrotado.

-          Hazme el amor… por favor, hazme el amor –apenas pude entender su voz hecha un hilillo.

Con las manos en su trasero, comenzamos los dos a movernos iniciando un lento ritmo con el que ir tomando confianza. Sonia empezó a gemir con cada nuevo golpe que le daba. Se movía en círculos alrededor del eje que era mi sexo, tragando y expulsándolo para volver a caer en un cabalgar lento y premioso. El balanceo fue ganando en rapidez, removiendo ella las caderas de forma experta al acompañar el batir de su pelvis contra la mía. Cabalgaba con fuerza, el rostro descompuesto por el placer que la consumía. Tomándola de las caderas, empujé elevándola con mis impactos lo que provocó en Sonia un grito de júbilo al verse ayudada por mi vigor. Las manos tras mi cabeza, subía y bajaba sin descanso, moviéndonos ahora de forma lenta para tomar nuevos bríos. Ambos jadeábamos comiéndonos las bocas, buscándonos con desesperación, chupándole el pecho que me entregaba cada vez que caía encima. Y entonces escuché la voz de Mónica al sorprendernos en plena faena.

Nos separamos, tratando de cubrirnos con las manos para escapar de la mirada escrutadora de la mujer. Junto al quicio de la puerta, quedó quieta con los ojos clavados en mi sexo duro como el cemento, tieso y elevado del que rápidamente apartó la vista.

-          ¡Oh perdón chicos, no sabía que estabais en casa!… os dejo solos, continuad con lo vuestro… -dijo no sin echar un nuevo y fugaz vistazo entre mis piernas al entornar levemente la puerta antes de cerrarla por completo.

Nos quedamos parados, inmóviles en nuestra desnudez y tardamos un rato en responder a la sorpresa de la presencia de Mónica. Sin embargo, Sonia quería acabar de manera que empezó a animarme a continuar con aquello. De nuevo dentro de ella y con las manos apoyadas en mi pecho, Sonia se arqueó en toda su belleza de joven hembra, la cabeza echada atrás y los pechos elevados y desafiantes.

-          Muévete pequeña… muévete sí nena…

-          Ssssshhhh, no hagas ruido… hazme el amor sigue… -me conminó a continuar tomando ella misma el ritmo que más le convenía.

Las palabras antes diáfanas se volvieron opacas e inconexas en su lento cabalgar. De nuevo aumentó el ritmo de la follada, moviéndose las tetas a un lado y otro mientras mi polla se enterraba hasta lo más hondo de su ser. Tímidos grititos y aullidos escapaban de sus labios para no ser escuchada, reclamando seguir en lo que me pareció entenderla. Los ojos entreabiertos y en blanco, los dientes le rechinaban para luego prorrumpir en un torbellino de lamentos con los que animarme a seguir. Sollozaba no sé muy bien si de dolor o de placer, lo que sí sé es el rostro de profundo placer que mostraba. Enganchó un orgasmo con un segundo, apoyada en mis hombros y dándome la boca para que la besara. Mi sexo continuó deslizándose entre las paredes que lo envolvían, escuchándola suspirar sorprendida.

-          Así mi amor, sí… métemela toda hasta el fondo.

-          Me encanta follarte nena.

-          Lo sé, vamos sigue –pidió ofreciéndome la lengua que noté arder entre mis labios.

Gimió una vez más abierta por mi miembro que la hería, hundiéndose para salir de aquella flor tierna y llena de humedad. Empezamos a movernos de forma acompasada, dentro y fuera, arriba y abajo, acercándonos sin remedio al orgasmo que nos llevara al necesario descanso. Aún pude aguantar algo más el agradable cabalgar al que me sometía, notando sin embargo la cercanía del irrefrenable placer.

-          ¡Me voyyyyyyyyyy… me voy a ir nena! –anuncié elevándola con un último golpe de riñones.

Doblándose al arquear el cuerpo acabamos corriéndonos entre débiles gemidos para no ser oídos, explotando en el interior de su hambriento coñito que parecía no querer dejarme escapar. De ese modo, todo el aliento recuperado salió a borbotones llenando las paredes de leche. Sabía lo mucho que le gustaba que se lo echara dentro.

-          ¡Sí, sí Andrés… dámelo todo, dámelo todo ummmmmmmmmmmmmm!

Perdido el control y con el rostro desencajado, llegó al último de sus orgasmos con el que soltar la mucha tensión acumulada. Temblando toda ella se abrazó a mí, dejando que le comiera el cuello y la oreja mientras mis manos reposaban en las redondeces de su trasero. El semen corriéndole por dentro, lloraba y gemía derrotada por un éxtasis largo e intenso. Abrazados el uno al otro y tomada por la cintura, nos dimos las bocas en un suave piquillo con el que encontrar la distensión que nuestros rendidos miembros reclamaban.

Separándose de mi lado noté parte del semen caer sobre el muslo, semen como prueba palpable del apasionado momento que acabábamos de vivir. Pero en mi mente calenturienta anidaba ya el veneno de Mónica. Aquello cambió todo, vaya si lo cambió. No podía quitármela de la cabeza, pensando a todas horas en ella y en que nos había visto juntos en su propia casa. Incluso follando con Sonia imaginaba que era Mónica con la que estaba, consiguiendo con ese simple pensamiento mayor vigor y orgasmos más placenteros.

Finalmente, lo que tenía que suceder sucedió apenas una semana más tarde. Todo resultó rápido y fácil, sin preguntas por su parte ni quejas por la mía. Algo inevitable y deseado por los dos. Sólo sé que pronto estuvimos besándonos y amándonos sin cortapisas ni buscar culpables. Mónica era una suegra muy complaciente con la que pronto me entendí.

Aquella tarde de sábado habíamos quedado por la noche para vernos y disfrutar de nosotros, sin recordar que Sonia me había dicho que iba con Rosa de compras. Quedé cortado al encontrarme en la puerta con Mónica. Una fina camiseta azul claro de tirantes, sin sujetador debajo y un mínimo short tejano como indumentaria con la que me recibió. Con una sonrisa me hizo pasar llevándome al salón donde me hizo sentar. Aquel salón de tan grato recuerdo y que seguramente también a ella le hacía rememorar cosas.

-          Sonia no está, marchó hace un rato con una amiga y no sé cuándo volverá.

-          ¡Oh, es verdad, no me acordaba. Qué despiste llevo!… me voy, vendré más tarde a recogerla.

Pero no me dejó claro, invitándome a tomar algo para luego decirme que no marchara tan pronto. De forma disimulada, mis ojos caían fijos en el canalillo así como en los pezones que se marcaban sin remedio bajo la camiseta. De cabellos anaranjados y ojos verdosos era bella a rabiar. No pasaron ni cinco minutos que ya estábamos liados. Ella misma me ayudó a quitar la camiseta. Nos besamos y comimos con emoción malsana. Los dos lo deseábamos y lo sabíamos así que no había nada que hablar. Estábamos solos sin nadie que nos molestara. Su marido fuera y Sonia que tardaría horas en volver, la oportunidad perfecta para ambos.

Parecía un pulpo con las manos corriéndole el cuerpo de manera totalmente descontrolada, teniéndola abrazada para al momento dejarlas caer a la cintura y más allá. Ella reía divertida dejándose llevar por mi juventud desbocada. Respondía a mis besos abriendo la boca y dejando que las lenguas se mezclaran una con otra. Gemía con la respiración intranquila, los dos caídos sobre el sofá y sin parar de besarnos mientras las manos no cejaban en su empeño por conocer más. La de ella en mi espalda, tumbada boca arriba y aguantando mi peso, al tiempo que las mías acariciaban ahora los pechos por encima de las ropas para luego hacer lo mismo con los muslos libres por completo de molestia. Notaba la piel femenina erizarse bajo mis dedos, Mónica era fogosa como siempre había sospechado. Tan fogosa o más que Sonia y de ello pensaba aprovecharme. Volvió a darme la lengua que recogí entre mis labios, apoderándome de ella en el interior de la boca.

-          ¡Espera, no seas impaciente! Tenemos un buen rato para nosotros, no hay prisa alguna.

-          ¡Me gustas Mónica, me gustas… no puedo soportarlo! –confesé al volver a lanzarme sobre ella.

-          Lo sé Andrés. Sé cómo me miras cuando Sonia no está –confesó también ella al tratar de separarme de forma nada convincente.

Nuevos besos la hicieron enmudecer, mordiéndole el labio al acallar la pasión que la dominaba. Nuevas caricias en aquellos muslos que me hacían perder la razón cada vez que los apretaba.

-          ¿Qué quieres que hagamos muchacho?

-          No sé, dime tú qué te gusta…

-          Ummmm, la verdad es que todo. ¿Sabes que me dio un morbo tremendo veros la otra noche?... tuve que hacerme luego un dedo en la cama –reconoció en voz baja.

-          A mí también me dio morbo que nos vieras.

-          ¿De verdad? –preguntó con falsa sorpresa.

Una vez más la hice callar, besándola al masajearle la dureza de los pechos todavía ocultos a la vista. Mónica me llevaba contra ella, acariciándome la espalda, pasando las uñas con suavidad a lo largo de los hombros para después bajarlas por los brazos. De ahí hacia arriba, recorriendo la espalda hasta alcanzar la nuca con la que jugó al dedicarme tenues palabras al oído.

-          ¿Me das lo que vi el otro día?

-          ¿Cómo dices?

-          ¡Oh, no te hagas el tonto… ya sabes a qué me refiero!

Bien lo sabía. Haciéndome poner en pie y bajando el tejano, la polla a medio excitar quedó frente a la mujer que tanto deseaba. Echándose el pelo atrás con un gracioso golpe de mano, Mónica observó con interés mi sexo, sin poder evitar mostrar su deseo al lamerse con fruición los labios.

-          Buena polla, me encanta –aseguró para enseguida metérsela en la boca comenzando la lenta mamada.

Chupaba mientras con la mano me masturbaba moviéndola arriba y abajo. El miembro empezó a responder a tan agradable caricia.

-          Ummmmm, muy bien… lo haces de maravilla continúa…

-          ¿Te gusta muchacho? –preguntó tomándose un instante de respiro.

De nuevo en la boca y con la mano apoyada en la nalga, la madura mujer empezó a mostrar lo mucho que de aquello sabía. Chupaba sin prisas, disfrutando lo que hacía, succionando el glande que desaparecía entre sus labios con cada nuevo ataque. La sacó pasando la lengua de abajo arriba para luego jugar con la inflamada cabeza que se veía amoratada y brillante. Saboreándola con dulzura, de su garganta escaparon toda una serie de sonidos guturales que tuvieron la virtud de excitarme aún más. El ver el interés que demostraba y cómo mi polla crecía y crecía entre sus labios, provocó en mi cuerpo un temblor de la cabeza a los pies. Tuve que cogerme a ella ayudándola de ese modo en su tarea. Los dedos en los cabellos, acompañando el continuo movimiento adelante y atrás. Tremenda comida de polla me estaba dando, era mejor que la hija. No se cansaba de chupar y mamar, largo rato estuvo así.

Con la mirada hacia arriba y clavada en la mía, la tragó más de la mitad succionando con rapidez y maestría. El roce sensual y provocativo de los dientes por encima del tronco me hizo gemir animándola a seguir. Ella, los ojos entrecerrados, continuó chupando y lamiendo con mayor rapidez y energía. Metiéndose por completo el grosor de mi pene hasta llenarle la boca y teniéndolo que sacar en busca de aire. ¡Uffffff, me volvía loco el saber que era ella quien me lo hacía! Tenerla entre mis piernas entregada al placer de la mamada y allí en su propia casa.

Me daba morbo verla arrodillada entre las piernas, chupando con el anillo de casada corriendo sobre mi miembro cada vez que salía de su boca. La cabeza moviéndose, comiendo con ganas y a buen ritmo, el pensamiento tan lejos de su esposo en esos momentos. Deshaciéndose de la camiseta, los preciosos pechos quedaron a la vista. Se los acaricié levemente mientras ella continuaba masturbándome entre los dedos. Las tetas al aire pasé la polla por encima, dándole pequeños golpes con mi dureza excitada. Al fin la atrapó entre ellas iniciando una lenta cubana que pronto fue ganando en intensidad. Yo empujaba dejando ver la cabeza inflamada entre el par de montañas que la mujer tenía. Me la cubría por entero, solo el glande sobresalía con cada uno de mis impulsos. Gemía disfrutando lo que me hacía, el movimiento cada vez más rápido y difícil de controlar.

-          Quiero comerte el coño.

-          ¿Sí cariño? ¿Eso quieres? –preguntó sin dejar por ello de seguir con lo que hacía.

Mónica paró finalmente, dándome un último lametón para seguidamente ponerse en pie invitándome a seguirla. Llevado de la mano fuimos a su cuarto, fotos de su marido y ella en distintos lugares, fotos sobre las mesillas de noche de los dos con Sonia. Los tres sonriendo de manera cómplice a la cámara. Allí estaban su marido e hija a los que íbamos a hacer cornudos sin el menor escrúpulo, el deseo era superior a la razón. Deseaba demasiado a aquella mujer y a ella parecía pasarle lo mismo conmigo. Empezamos nuevamente a jugar, las lenguas corriendo en el interior de las bocas, salivas mezcladas, una y mil caricias por encima de los cuerpos.

Respirando con intranquilidad, se separó para ir a dar a la pared en la que quedó apoyada dándome la espalda pero con la mirada fija en la mía. Mirada seria pero que reflejaba vicio y deseo sin duda. Sin dejar de mirarme se humedeció los labios con lascivia, la mano en la nalga y la pierna doblada y firme sobre la sandalia de alto tacón. Jugó provocándome con sus gestos, arqueando el cuerpo, respirando con fuerza al elevar el pecho y echando el culo atrás, levantándolo después. Las dos manos sobre la pared y la cabeza abandonada al cerrar los ojos ronroneando como una gatita. La imagen era de lo más erótica que uno pueda imaginar, acariciándose el cabello con los dedos y sin dejar de suspirar y gemir. Ronroneando una vez más, llevó los dedos entre los dientes en un gesto de lo más perverso.

Caí sobre ella comiéndola a besos, apoderándome del cuello, la oreja, la mejilla al responder Mónica riendo agradecida. De nuevo las manos atrapándola bajo mi peso, los dos pegados como lapas haciéndole sentir mi sexo encima del culo que levantó aún más. ¡Uffff, cómo me ponía… cómo me ponía aquella madura!

-          ¡Muchacho… muchacho, con calma! ¡La impaciencia vuelve a poder contigo! –exclamó con voz entrecortada, la impaciencia también dominándola.

-          ¡Te deseo Mónica… te deseo con locura!

-          ¡Oh, bésame cariño!

Se quitó el corto pantaloncillo, soltando el botón y bajando la cremallera con urgencia. Sentada en la cama, abrió las piernas ofreciéndose por entero. Ya frente a ella aparté la prenda a un lado comenzando a chupar y lamer el cálido y bien cuidado coñito. Pasando la lengua por encima, cubriéndolo con los labios, arrancando los primeros gemidos a la hermosa mujer. Lo encontré sabroso, trabajándolo con infinito interés, quería que gozara y prepararla convenientemente para lo que después vendría. Estaba muy mojada, empapada en jugos que bebí y saboreé pasando la lengua sobre la rajilla, metiéndola tras abrir los labios y atacar luego el interior de la vagina. Mónica aguantaba el aliento, el vello erizándosele, arqueando levemente el pubis en busca de mi boca. Golpeaba con la lengua una y otra vez y con ello los gemidos y lamentos fueron ganando en sinceridad. La flor femenina abierta en su totalidad y mi lengua hundida en ella disfrutando el néctar que desprendía. Aquel coño no paraba de producir jugos y la mujer se retorcía bajo mis caricias, empujando la pelvis contra los labios al patalear perdido ya el control de sí misma.

-          Sigue cabrón, sigue… qué bien lo haces…

Besando y lamiéndole el interior del muslo, la dejé descansar mínimamente para enseguida volver a caer sobre la vulva que parecía pedir clemencia a gritos. Me entretuve en lo carnoso de su sexo, pasando la nariz para empaparme con el calor de sus efluvios; en una de esas respiré con fuerza escuchándola jadear inquieta. La madura que algún día sería mi suegra se retorcía, elevando el tronco para buscar mi cabeza a la que se agarró con desesperación. Ahora era yo quien la veía disfrutar de aquel modo, gimiendo su placer, respirando con evidente dificultad, reclamando mayor atención por mi parte. El poco vello que cubría el pubis sirvió de aliciente para mis más depravados deseos, empecé a jugar con el mismo respirándole encima, haciéndole sentir la calidez de mi aliento al tiempo que acariciaba el clítoris con la yema de los dedos. Ella descansó el pie en mi espalda, los ojos cerrados y los labios fuertemente apretados reflejando el tormento que la embargaba.

Con las manos trabajándola sin descanso, recorrí cada poro de su ardiente y sudoroso cuerpo. Alcancé uno de los pechos masajeándolo entre mis dedos, apretando el pezón para ofrecerle mayor placer mientras por abajo continuaba la limpieza de bajos. Mónica gruñía y hablaba de forma entrecortada, temblando próxima a un nuevo orgasmo, palabras que no lograba entender tan entregado a mi tarea como estaba. Acabé pasando la lengua por encima de la raja, lamiendo arriba y abajo, hundiéndola de tanto en tanto hasta alcanzar el clítoris. Ella misma me enseñaba su sexo abriéndoselo a los lados. Acompañando las caricias le metí dos dedos, empezando a masturbarla con rapidez al encontrar el punto G que estimulé convenientemente aumentando sus gemidos. Intensifiqué el placer que sufría apoderándome del clítoris que succioné y lamí como un demonio, chupándolo y mordisqueándolo levemente en su total abandono. La hermosa mujer gritó sorprendida, bajo el roce que mis dientes le producían en zona tan sensible de su anatomía. Ahora sí cayó rendida toda ella sobre la cama, alcanzando un largo y tumultuoso orgasmo con el que llegó a eyacular un manantial de jugos del que me aproveché ahogándome en el mismo hasta beberlo por completo.

Dos minutos de caricias y besos para acabar Mónica chupándome el pene tras hacerme tumbar en la cama. Desde mi posición podía ver las fotos de familia, cerré los ojos dejándome llevar por la caricia perversa de la mujer. Pasando la punta de la lengua por encima de mi barriga, dándole un besito antes de metérsela entera, chupando enloquecida todo el glande inflamado hasta golpearle el paladar. Los labios carnosos alrededor de mi miembro, envolviéndolo para al momento dejarlo libre. Yo gemía, mezclándose mis gemidos con el ruido de su boca. A mi lado, se elevó en su belleza madura a lo que respondí lamiéndole ligeramente el pezón. Las tetas se veían duras y con los pezones en punta, estaba cachonda perdida y dispuesta a todo.

-          Buena polla tienes muchacho, dámela… vamos la quiero toda.

Deslizando las bragas piernas abajo quedó tan solo con las negras medias y las sandalias que le daban aspecto de femme fatale. Cruzando la pierna al otro lado, enseguida quedó empalada y sentada sobre el miembro erecto. Un largo lamento escapó de su boca al sentirse llena de mí, los ojos en blanco y los labios temblorosos de deseo.

-          Ummmmmmm dámela Andrés… lléname toda…

Cabalgaba lentamente, tragando mi pene y volviéndolo a tragar con cada nueva caída. El coño húmedo y experto se acomodó al miembro atroz, acogiéndolo entre sus paredes e iniciando el amable balanceo de la copula. Las manos sobre mi pecho y la mirada en la mía, la veía gimotear empezando a descomponérsele el gesto. Un golpe seco y quedó ahora sí totalmente llena, mi pene alcanzando lo más profundo de su vagina al empujar con determinación y fiereza. Las manos atraparon el culo que no paraba de moverse arriba y abajo, elevándose en toda su belleza para caer nuevamente haciéndome sentir su peso. Gemía, jadeaba y murmuraba a veces en voz alta, otras simples sollozos de acuerdo al ritmo más o menos rápido o lento que nos imponíamos. En uno de los golpes salí de ella, para enseguida enchufarle de nuevo el miembro provocándole un satisfecho suspiro.

-          Sí cabrón sí, ¿tenías ganas de follarte a la madre de tu novia eh?

-          Claro, ¿y tú de follarte al novio de tu hija, no es así?

-          Tiene morbo sí… ¿no me dirás que no? –la escuché responder antes de atraerla para quedar unidos en un largo beso.

Se movía con comodidad, apoyada una mano en el pecho y la otra en la sábana que empezaba ya a revolverse sin remedio. Clavaba las uñas en la misma, respirando sin control, cabalgando arriba y abajo y gritando al notar mi mano golpeándole la nalga.

-          ¿Te gusta eso eh?

-          Me gusta sí… me gustaría probarlo.

-          A todos os gusta… bueno quizá algún día si te portas bien –dijo escapando de sus labios una sonrisa pícara y llena de lasciva avidez.

Estaba bien seguro que acabaría siendo mío, su sonrisa sincera no engañaba. Sólo había que ser paciente y aprovechar el momento propicio que seguro pronto llegaría. Mis pensamientos volaron al mundo real en que me encontraba, soportando el continuo movimiento de la madura hembra que no cejaba en su empeño de buscarse el mejor de los placeres. Los gritos llenaban el dormitorio, menuda perra y allí en la misma cama que compartía con su marido. Yo pensaba en otras cosas para no irme todavía. Quedamos quietos, Mónica cogida a mi brazo mientras le clavaba los dedos en las carnes tersas del culo.

-          ¡Qué bueno, qué bueno! ¡Me encanta follarte!

-          Eres bueno muchacho, tienes buen aguante… me gusta. – reconoció lamiéndose los carnosos labios.

Cambiamos de postura tomando la bien conocida del misionero. Así la tenía a mi total disposición, las piernas abiertas y lista para lo que le pidiera. Era aquello un sueño que no quería que terminara nunca. Entré en ella centímetro a centímetro, viéndola soportar mi empuje para acabar en un gemido lastimero. Me fui moviendo lentamente, sintiéndome atrapado por aquel sexo que ardía de lujuria. La hermosa mujer se dejaba hacer, recibiendo los lentos movimientos y elevando la pierna hasta apoyarla en mi hombro. Mi mano en su pecho, lo apretaba entre mis dedos notándolo duro y firme. Continué follándola adoptando a cada paso un ritmo más decidido. Me hundía de nuevo hasta el final dejando que la tierna flor me absorbiera al abrirse. Los gemidos volvieron a ganar en entusiasmo, Mónica era una hembra fogosa y agradecida. Tomándome contra ella, cruzó las piernas clavándome las largas uñas en la espalda.

-          ¡Dios sigue… eres fantástico muchacho!

-          ¡Oh sííííííííííííííííííííííííííííí…!

Los huevos golpeando contra ella sin descanso, en un mete y saca interminable y agotador. Los golpes se escuchaban fuertes con cada nueva entrada que la sometía.

-          ¡Más profundo Andrés, más profundo! ¡Me tienes loca… me tie… nes locaaaaaaa! –exclamó antes de caer gritando en los brazos del éxtasis, los dedos acariciando el duro botón del clítoris.

Dejé que se recuperara de este último orgasmo. A mí también me hacía falta, ambos sudábamos a mares. Pero los dos queríamos más, no había duda de eso. La hice poner de espaldas, llevándola contra el cabecero de la cama en el que quedó con las manos firmemente apoyadas mientras abría las piernas mostrándose preparada para un nuevo encuentro.

-          Levanta el culo querida –pedí al darle un suave cachete en el mismo.

Mónica aceptó con un débil ronroneo que me puso encendido. Allí estaba con el culo en pompa y abierto. Un culo soberbio, redondito y apetecible que daba ganas de comer y morder. Y así lo hice arrancándole un lamento de puro goce. Los dientes en su carne la excitaban, removiendo el culo que golpeaba mi nariz y labios en un momento de deliciosa unión. Lo chupé pasando los labios y la lengua por encima, viéndola gemir complacida. Dos minutos después ya estaba ardiendo por sentir mi sexo dentro. Doblando la pierna, dejó el hueco libre para un nuevo acoplamiento.

-          Agggggggggggggggg… ummmmmmmmmmmm… agggggggggggggggg…

Quieto tras ella era Mónica quien se movía, con movimientos de caderas adelante y atrás, rotando luego el trasero en pequeños círculos alrededor del rabo acusador. Gemía y era ella misma quien se follaba entre sollozos y lamentos cada vez más placenteros. Arqueaba la espalda, el culo elevado y dispuesto a continuar, la cabeza echada atrás para volver a gimotear como una gata herida. Cayéndole las manos para agarrarla por las caderas, tomé el relevo iniciando una copula rápida y poderosa con la que hacerla gritar y quejarse en su delirio de hembra satisfecha. La penetraba hasta el final, haciéndole sentir los huevos pegados, empujando con todas mis fuerzas de joven macho. Mónica seguramente creyó encontrarse en la gloria bajo el empuje incesante al que la obligaba. La cabeza sobre la cama y el cuerpo levantado soportando los golpes más y más fuertes. Nos complementábamos bien, yo alargando todo lo posible el coito y ella disfrutándolo como la perra que era.

-          Sí, sí… ¿así nena?

-          Sí, sí continúa muchacho… eres tremendo.

Mónica se corrió, la cara hundida entre las sábanas y mi peso cubriéndola por completo. Hablamos unos breves segundos, diciéndonos lo mucho que lo gozábamos, pidiéndome ella mucho más. Respondí elevándome para caer con toda la fuerza, provocando en ella un grito desgarrado. Así seguí follándola sin que la hermosa mujer pudiera hacer nada al respecto, solo abandonarse a las miles de sensaciones que la envolvían.

-          ¡Jódeme, jódeme no te pares!

-          Sí me encanta joder ese coñito tragón que tienes…

-          ¡Ummmmmmmmm, sigue maldito!

El estar follándome a Mónica me daba fuerzas para seguir, aguantando como pocas veces lo había hecho con Sonia. Aquella madura era toda una ninfómana y yo el macho que la complacía en cada uno de sus deseos. Me pedía que le tomara los pechos, que la penetrara sin descanso, que la besara dándole a sentir el calor de mi boca. Nos morreamos continuando con la faena que parecía no tener fin, el cuello también sufrió los ataques de mi lengua lamiéndolo y chupándolo con mayor interés al escuchar los continuos grititos desconsolados que producía.

Cogida de la cintura provocaba que se la clavara ella misma con su incesante movimiento de caderas. Mis manos en sus muslos y nalgas acariciándolos con devoción bajo el empuje de los sexos. Nos besábamos sin dejar de copular a cada paso de forma más profunda. Mónica se quejaba al notarse llena de mi miembro inflamado y duro que parecía buscar lo más hondo de su ser.

-          ¡Sí empuja… empuja con fuerza muchacho!

Gemí anunciando mi pronta corrida. Noté la vista nublarse, las piernas fallarme y cómo el placer me abandonaba sin remisión.

-          Mónica, voy a correrme.

-          ¿Ya muchacho? ¿te vas ya? –preguntó con evidente ansiedad.

-          Sí córrete, córrete vamos… me encanta la leche, vamos lléname, dámela toda…

Le entregué una lechada copiosa. Una lechada copiosa que se unió a su placer en un orgasmo casi simultáneo. Escapando con prontitud, me corrí en la cara de la mujer. Arrodillada frente a mí, el líquido blanquecino cubrió su bello rostro de espesos y abundantes goterones. Tuvo que cerrar un ojo para evitar el lefazo cayéndole encima. Tanto rato aguantando el placer notaba los huevos dolerme. El resto fue a parar a la boca y la lengua que sacaba tratando de recoger lo que faltaba. Cerró la boca saboreando el botín recibido para volver a abrirla mostrando el semen sobre la lengua. Disfruté la imagen llena de morbo que presentaba. Finalmente se lo tragó, sonriendo con vicio al sacar la lengua en actitud claramente obscena.

-          Oh vaya, tendré que cambiar las sábanas. Mira cómo dejaste todo… exclamó al ver las gotas caídas sobre las blancas sábanas.

-          …pero me ha gustado.

Nos besamos acabando de aquel modo con el excitante y placentero primer encuentro.

-          Otro día te daré el culo, ¿quieres?

-          Pues claro, me encantaría probarlo ya te lo dije.

-          Ummmm, me gustaría que me dieras por culo, es una de las cosas que más me gustan…

Escuchándola hablar me moría por hacerlo mío, por sodomizar aquel trasero tan enorme.

-          ¿Se lo has hecho ya a Sonia?

-          Claro, parece que aprendió mucho de ti –contesté raudo a tan directa pregunta.

-          No seas malo conmigo y por favor, no le hagas daño. Es demasiado sensible para sufrir.

-          Andrés cariño, no quiero ser una molestia entre Sonia y tú. Es mi hija y no lo merece. Sólo te pido que me hagas feliz si alguna vez nos apetece. ¿Lo harás? –me pidió con mirada embelesada.

Menuda puta estaba hecha, aquello era una petición a repetirlo en toda regla. Ninguna culpabilidad mostraba por lo sucedido. Sonia no lo merecía pero me pedía que la follara de vez en cuando. Por supuesto accedí a sus deseos, una hembra como aquella no era para perdérsela. A partir de entonces tuve que complacer a madre e hija de forma mucho más habitual de lo que mi cuerpo era capaz de soportar. Los encuentros con Mónica se hacían cada vez más continuos y mi sexo lo padecía como pueden imaginar. Tras despedirme de la mujer, aquella noche no pude complacer debidamente a Sonia, un simple revolcón que resultó de lo más frustrante para ella aunque yo ya llevaba lo mío.

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