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Doña Rafaela, toda una jamona

en Sexo con maduras

Doña Rafaela, toda una jamona

 

Sí amig@s, el día a día suele ser caprichoso y ofrecernos las cosas más inesperadas y sorprendentes. Aquella que se me dio bien que la aproveché o mejor podríamos decir que la aprovechó ella…

 

 

Me hallaba en el súper comprando las cosas que mi madre me había encargado. Con la lista hecha para que nada se me olvidara y con tres hermanos más de los que ocuparse, toda ayuda era poca en aquella casa donde las quejas de mis hermanos y los continuos lloriqueos de la pequeña Adela se encontraban a la orden del día.

Por mi parte, a mis dieciséis años y como el mayor que era, cada vez que salía de casa me servía de alivio y válvula de escape de manera que no era raro el que fuese yo mismo quien me ofreciese a mi pobre madre para ahorrarle parte del tiempo que siempre le faltaba. Mi padre estaba fuera todo el día en el trabajo, así que pueden imaginar todos los días a una mujer sola y con cuatro monstruitos a los que cuidar y alimentar.

Como digo me encontraba en el súper, con la cesta en la mano y buscando algunas de las cosas que todavía me faltaban por recoger. Básicamente el café, pan de molde, queso en porciones y el queso en lonchas junto al chorizo y salchichón para los bocadillos y las cenas. Luego y al salir le diría a Nazaret, la amable dependienta, que me subía la cesta a casa y que más tarde o al día siguiente se la bajaba. Siempre lo hacíamos así, era la costumbre como clientes habituales que éramos.

De un pasillo al otro tratando de que nada me faltase, mirando y remirando para no equivocarme y acertar con lo que mi madre pedía, ya casi estaba para acabar cuando me la encontré girando el pasillo.

-          ¡Hombre Carlos, tú por aquí! ¡Me vienes que ni anillo al dedo!

Era doña Rafaela la que me saludaba de aquel modo tan efusivo que siempre usaba con todo el mundo. Con el carro de la compra a medio llenar, sabía bien lo que sus palabras significaban.

-          Carlos mi amor, ya que no te veo muy cargado, podrás ayudarme a tirar de esto hasta casa –la tez coriácea de su cara se sesgó en una amplia y encantadora sonrisa.

-          Oh claro, claro que no doña Rafaela –esbocé a mi vez una sonrisa con la que no se notara el fastidio que aquello me suponía.

-          Gracias cariño, me haces un favor. ¿te hizo bajar tu madre a por cosas?-una risa de oreja a oreja acompañando estas últimas palabras.

-          Pues sí pero no es mucho lo que hace falta –dije mostrándole la lista de la compra.

-          Vaya vaya, tú siempre con tu lista de la compra… se nota que tu madre te enseña bien.

Acompañándola por los pasillos en busca de lo que nos faltaba, me fijé con disimulo en ella como siempre que me la encontraba hacía. ¿Y cómo no fijarse en una mujerona como aquella? De cincuenta años largos o tal vez ya en los sesenta, viuda hacía dos años de su marido al que las malas lenguas decían que había matado a polvos, era doña Rafaela una mujer con chicha por todos lados. Alta de pecho, un torbellino de mujer que se hacía notar allá donde fuera; jamona, tetuda y con caderas y culazo, al menos noventa kilos en su apenas 1,65 de altura la contemplaban. Como os digo como para no fijarse en ella pese a mis jóvenes años o quizá con más razón precisamente por ello. Las tetas enormes que le costaba mantener por el peso y unos muslos recios y llenos de grasa por la buena vida. Era claro lo que le gustaba comer, sus abundantes carnes no mentían al respecto.

Muchas veces me había tocado y acariciado con la exuberante doña Rafaela. Como me habían confesado varias veces mis amigos que lo hacían cuando nos topábamos con ella en la calle o camino de casa. A mi madre ninguna gracia le hacía verme hablar con ella, sin duda por lo que enseguida os contaré. Doña Rafaela no resultaba especialmente hermosa ni era guapa, pero lo suplía con su gracia y salero innatos además de un morbo terrible con sus miradas caídas e inocentes bajo sus ojos castaños y como quien no quiere la cosa. Era vox populi su vida licenciosa y que era de vida fácil pues ya se la había visto con algún nuevo amigo tomando un café o simplemente acompañándola.

Llevaba aquel día su cabello rubio ceniza, ralo, disperso a los lados y poco apretado, con algún que otro claro en el pelo que recogía en un amplio moño y una mata de cabello espesa que le caía aplanada sobre la frente. La cara era gruesa, coriácea y un tanto brutal. En cambio, tenía un no sé qué en la mirada que cautivaba nada más verla. Desde luego hombres no le faltaban.

Un vestido blanco de escote pronunciado, estampado y floreado de tirantes, bajo el que se reconocía mínimamente el fino tirante del sujetador rojo que apenas podía contener el tremendo pechamen de la madura. Sobre los zapatos rojos de alto tacón se contoneaba moviéndose con dificultad entre los pasillos.

Salimos del súper sin poder desembarazarme de la mujer que, allí a mi lado, no paraba de hablar y hablar de cualquier cosa que le venía a la cabeza. De mis hermanos y de cómo mi madre cuidaba de todos nosotros. Yo la verdad, poco o ningún caso hacía a lo que me decía tan solo interesado en el continuo remover del pecho bajo el escote del vestido. El camino a casa se hizo largo y corto al tiempo. Preguntándome la mujer directamente qué tal iba de chicas y asegurando que más de una tendría interesada en mí. Yo no sabía cómo escapar al interrogatorio, agradeciendo la compañía pero un tanto molesto por tanta  pregunta.

-          Los jóvenes como tú ya empezáis a tener ciertas necesidades –aquello ya comenzó a ponerme alerta.

-          Ya se sabe… las chicas, el empezar a conocer el cuerpo de uno mismo, ciertas necesidades que le llegan a uno… –tan solo ella la que hablaba mostrando una sonrisa sardónica y perspicaz en su gesto.

Al lado uno del otro, nos cruzábamos con gente por la acera mientras le llevaba el carro de la compra y ella la cesta mucho menos pesada con mis cosas. De forma disimulada y tragando saliva de tanto en tanto, yo no dejaba de clavar la mirada en el remover de aquel esplendoroso escote que dejaba vislumbrar la raya de en medio. Me notaba nervioso bajo el pantalón, los pocos años es lo que tiene y además la pérfida doña Rafaela no paraba de sonreírme con su sonrisa franca y sincera. No tardaría en meterme al baño en cuanto llegara a casa, necesitaba desahogar con urgencia gracias a la cercanía de la hermosa mujer. Pero estaba visto que también ella tenía su interés en mí y que no iba a dejarme escapar con facilidad.

Ya en la puerta del portal de casa, sacó doña Rafaela la llave abriendo y pasando tras ella al instante. No pude evitar el clavar los ojos en aquel culo que el vestido remarcaba. Aquel culo era acojonante en consonancia con el resto del cuerpo, redondo y firme y en el que hubiera hundido la cabeza en ese mismo momento. Me contuve sin embargo, duro como me sentía bajo el pantalón. ¡Dios, qué paja, qué pajote iba a hacerme nada más llegara a casa!

En la estrechez del ascensor, el carro y la cesta nos hicieron quedar muy juntos. Sentía su respiración junto a la mía en el silencio del minúsculo cubículo. Los dos solos en el ascensor, aprovechando la ocasión avanzó hacía mí sin cortarse ya lo más mínimo. Bajando la mano me tocó por encima del tejano, al tiempo que me acercaba los labios plantándome un beso suave y tierno antes de separarse a punto de llegar a mi piso. Yo no sabía dónde meterme, flipando en colores con el rápido roce de la mano reconociendo lo que allí se guardaba.

-          ¿Subirás luego a casa? –me pidió en un susurro antes de que la puerta del ascensor se abriese.

-          Sube al ático cariño, estaremos tranquilos ya verás – un raudo roce con la lengua y enseguida la puerta del ascensor se abría detrás de mí.

Casi me topo de bruces con el señor Paco, el vecino del doce que esperaba el ascensor y al que saludamos, cerrándose la puerta frente a él mientras escapaba yo a la carrera con la cesta de la compra y sin acertar a meter la llave de casa hasta la tercera vez que lo probé. Ufff, casi nos pilla –un suspiro de alivio lancé entre el manojo de nervios que yo era. La entrepierna me dolía, pensé en dejar de lado la idea de masturbarme furiosamente en el baño pues la invitación de doña Rafaela me obligaba a guardar fuerzas y no dejarme llevar por la excitación.

-          ¿Trajiste todo cariño? –la voz de mi madre desde la cocina me hizo volver a la realidad del piso familiar.

¿Cómo lo haría para salir de casa y subir a la de la “femme fatale” sin que nadie ni nada me reconociese por el camino? Debía ir con sumo cuidado en cada uno de mis pasos pues si mi madre se enteraba se iba a liar bien gorda.

-          Sí madre, encontré todo lo que querías –respondí entrando la cesta a la cocina y dándole un beso en la mejilla.

-          ¿Puedes recogerlo? Deja los huevos y la cebolla en la encimera y lo demás lo guardas en la nevera. Carlos, ya sabes dónde va todo… Prepararé una tortilla para todos que tu padre vendrá con hambre canina. Tengo que cambiar a tu hermana, ya es la tercera vez que se hace encima.

-          Sí madre ya me encargo, tranquila no te apures –dije viéndola limpiarse las manos en el delantal, antes de salir en busca de la cuna donde mi querida hermanita berreaba a rabiar.

-          -Échales un ojo a tus hermanos -su tono de voz alta mientras corría pasillo adelante.

¡Pobre madre, tener hijos para eso no sé hasta qué punto compensaba! Un monumento realmente se merecía como tantas otras y a las que apenas hacemos caso por tanta preocupación y sufrimiento como llevan encima.

Comimos mis dos hermanos y yo junto a mi madre alrededor de la mesa. Deseando estaba yo en comer rápido y escapar aprovechando la pequeña siesta que mi madre solía hacer. Era uno de sus pocos momentos de descanso, una vez la pequeña había devorado el biberón y los otros se entretenían un rato con la tele.

Escapé pues de casa con un beso en la mejilla de mi madre, dejándola estirada en el sofá frente a la tele y sin imaginar para nada las malas intenciones que me llevaban. En menos que canta un gallo, subiendo los escalones de tres en tres y sin toparme con nadie, me encontraba frente a la puerta de la casa de mis futuros pecados. Puedo jurar que el corazón me iba a mil por hora en el mismo momento en que presionaba el botón del marco de la puerta. Igualmente puedo asegurar que ni por asomo podía imaginar lo que allí podía suceder y lo que en realidad sucedió entre ambos. Ni más ni menos, doña Rafaela hizo de mí un hombre.

La puerta se abrió y frente a mí apareció la mujer tan deseada, sonriéndome con su amplia sonrisa de oreja a oreja. El pichoncito no había podido resistirse a sus muchos encantos.

-          Sabía que subirías, estaba bien segura. Eres un curiosón como tu padre –con la misma sonrisa sardónica que había mostrado en la calle durante su interrogatorio.

Sus palabras me dieron a conocer que algo entre ella y mi padre sin duda había habido, de manera que las muchas preocupaciones de mi madre no eran ni una invención ni locuras amargas de la edad.

Sin decir más, me tomó de la mano haciéndome acompañarla al interior del inmueble. Doña Rafaela se había cambiado y vestía ahora de manera informal con una camiseta de un verde militar suave y de manga corta bajo la que le reventaban esos pechos de impresión, unas mallas blancas que a duras penas podían guardar tanta abundancia de carnes y que también le reventaban los muslos rollizos y aquel culo de amplias redondeces. Finalmente unas zapatillas para ir cómoda por casa terminaba el atuendo informal y sencillo.

Estaba realmente marcona con aquel conjunto tan prieto y que parecía querer quebrarle la respiración, si no fuera por el poderío tan tremendo que aquellas ubres rollizas atesoraban.

La seguí obediente sin quitar ojo al trasero voluminoso de la madura, a las caderas prominentes y al contoneo tentador que producía a cada paso que daba. Y de pronto y aún en el pasillo se volvió hacía mí. Como una ventosa me ahogó con sus labios. Un beso de tornillo con el que no darme tiempo a la respuesta, cogido como me tenía de la nuca. Como pude y tras el primer instante de sorpresa, traté de separarme de ella.

-          Por favor, por favor doña Rafaela… déjeme, ¿qué hace?

-          ¿Cómo que qué hago? –respondió casi gritando furiosa. No te hagas el sorprendido ahora muchacho, ya sabías a lo que venías.

De pie y a mi lado, el lenguaje corporal de la mujer lo decía todo de su cachondez y deseo ardiente por mi joven persona. Los labios temblorosos, el pecho palpitante y acelerado arriba y abajo bajo la fina camiseta, eran evidentes las muchas ganas que de mí tenía. Y me dejé llevar por su mirada cautivadora y su boca, abriendo ella los labios al juntarlos a los míos. Inclinando ambos las cabezas, sentí cómo me besaba respondiendo yo al beso de manera rápida, brusca y un tanto torpe. Con tranquilidad ahora, la experta madura me ayudó a hacerlo de un mejor modo, mucho más lento y dulce, posándole los labios en su boca y besándola con suavidad. El beso rápidamente se fue alargando en el tiempo, girando las cabezas y cambiando de lado e inclinación al tomar confianza con el otro.

-          Bésame jovencito, bésame… abre la boca, abre la boca…

Desconectado de todo lo que me rodeaba, me dediqué solo a disfrutar del prolongado y sensual beso que doña Rafaela me regalaba. Con los ojos cerrados y sintiéndola a mi lado, escuchaba su respiración acelerada y sus jadeos entrecortados cada vez que me buscaba la boca. Nos besábamos de forma suave y lenta, dejándonos llevar por las sensaciones y el ritmo del beso, sin prisa alguna, disfrutando del momento y solos los dos en el piso de la veterana.

Poco a poco, la excitación de la mujer la llevó a hacer todo aquello más pronunciado y apasionado de nuevo. Las manos en mis brazos y empinada levemente hacía mí, fue abriendo la boca ofreciéndomela entre murmullos y ronroneos con los que darme a conocer una vez más su deseo irrefrenable. Yo no pude evitar llevarla contra mí y sin saber todavía cómo, bajarle la mano al trasero apretándoselo con fuerza. Doña Rafaela ronroneó ahora de forma sonora, empinándose camino de nuevos besos.

-          ¡Ummmm cariño, sigue sigue… aprendes rápido! –abriendo la boca y volviendo a atraparme con aquella boca que tenía por ventosa.

Me gustó esa forma tan salvaje de besarme, sabía usar los labios succionando con su boca y tirando de la zona superior de los míos en un beso largo y sensual. De ese modo y pegados el uno al otro, me dejé llevar al salón.

-          ¡Bésame, bé… same, me tienes cachonda perdida! –cogida a mi brazo me buscaba la boca con insistencia malsana.

-          Me pone doña Rafaela, me pone mucho… -confesé en una de las veces en que separamos las bocas.

-          ¿Qué te pongo cariño? Pues claro, ni que fueras el primero. Os pongo a todos los chicos del barrio –una fuerte y desvergonzada risotada lanzó.

Abriendo la boca y jadeando de aquel modo tan acelerado, la descubrí sacar la lengua tratando de abrir la mía. Respondí y entonces las lenguas entraron en contacto lúbrico, tocándose mínimamente las puntas. Eso me puso caliente y excitado, notándome duro bajo el pantalón al saberla tan cachonda y entregada a los besos. Con la pasión ya a flor de piel y el ritmo más acelerado, reconocí la lengua vivaracha y juguetona entrándome entre trompicones en la boca. La apreté del culo haciéndola levantar con mi fuerza juvenil, respondiendo doña Rafaela con un suspiro prolongado y apretándose hasta chocar mi pecho.

-          Bufff muchacho, sigue con lo que estás haciendo… me tienes loca…

Las lenguas engarzadas en un baile apasionado, mezclando los labios uno con otro, enterrándome la lengua hasta unirla con la mía. Quedamos unos segundos sin respiración, la mano de la mujer en mi rostro y la mía tomándola del cabello para acercarla. Moviendo las lenguas con libertad, abriendo las bocas y jugando con la lengua de la madura que notaba húmeda y bañada en pasión. Tan pronto nos besábamos con lentitud mordiéndome ella el labio con sus dientes maliciosos, como caíamos entregados a la pasión irrefrenable que los sentidos nos marcaban.

Sentía sus manos bajarme al pecho, unirlas tras mi cabeza y sobre la nuca para llevarme contra ella, apartándole yo el cabello a un lado para verla con la mirada turbia y llena de vicio. Ahora sí estaba para comérsela, no sabía cómo acabaría aquello pero ya no podíamos parar ninguno en el interés por el otro. Respondí jugando y atrapándole la lengua con mis labios, raspándosela con los dientes lo que la hizo gemir complacida. Doña Rafaela era un torbellino de sensaciones encontradas en su cabeza, gimiendo y suspirando largamente con cada nuevo beso que nos dábamos. Me mordíó los labios suavemente, haciéndolo delicadamente y con pasión contenida. La mano bajó al pantalón, rozándome por encima y descubriendo la dureza del bulto que allí se escondía.

-          Ummmm muchacho, cómo me gusta esto –los dedos apretándome por encima de la tela gruesa del tejano.

Yo no sabía dónde meterme, con el ataque tan directo al que me sometía. La palma abierta y traviesa reconociendo el bulto que empezaba a responder al roce. Cayendo sentada en el sofá, quedé inmóvil ante ella sin querer evitar lo que pretendía.

-          A ver muchachito qué cosita tienes aquí… -peleándose con la hebilla, que soltó para luego hacer lo propio con el botón y la cremallera bajándola abajo.

-          … Joder, menuda cosota más buena gastas –exclamó al sacarla y viéndola todavía en descanso pero ya con un aspecto más que amenazante.

-          ¿De verdad lo dice doña Rafaela? –dije dejando que hiciera y con los pantalones caídos y a medio muslo.

-          ¿Qué si lo digo en serio? Muchacho, he visto muchas y puedo decirte que lo que tienes está realmente bien. Las muchachas lo pasarán bien contigo, puedes estar bien seguro.

La contempló unos segundos con atención, los ojos clavados en ella y humedeciendo los labios al pasarse la lengua por encima. La boca abierta y con una medio sonrisa forzada, sacó la lengua al notar el glande rozarle los labios al quedar tan próxima. Murmuró mimosa y cogiéndola con los dedos empezó a jugar conmigo. Mirándome a los ojos, la tomó en la boca metiéndosela un buen trozo y arrancándome un gemido prolongado sin saber dónde meterme. ¡Hija de puta, aquello iba bien en serio!

Chupando y succionando envuelto entre sus labios, comía y la devoraba de forma lenta y entre murmullos callados por lo llena que tenía la boca. Adelante y atrás, tomando velocidad al volver a mirar arriba. Los pómulos desencajados y sin soltarla, chupaba muy despacio, metiéndosela y sacándola hasta el glande. Y de nuevo adentro, ronroneando mimosa al disfrutar de mi sexo. Yo nada hacía más que dejar que ella lo hiciera todo, al fin y al cabo me tenía entre sus manos y era ella la que más sabía de aquello. Ayudándose de la mano continuó haciéndolo, adentro y afuera, succionando el glande y jugando con la lengua por encima.

-          Joder nene, menudo amiguito tienes –declaró nada más sacársela y enganchada con la mano sin dejarla ir.

Unos breves segundos de aliento y de nuevo adentro, ahogándose con ella hasta la mitad. Yo veía mi miembro entrar y no podía creerlo, chupando y lamiendo con la lengua por encima del tronco ya duro y grueso por sus muchas artes. Me la había puesto bien dura y ahora solo se trataba de saber cuidarla para que no acabara rápido.

Así y sonriéndome, se la metía y la sacaba de forma alternativa dándome cierto respiro de tanto en tanto. Yo gemía y suspiraba enardecido cada vez que la boca me tomaba. Soltándola, la polla saltó elevada hacia el techo y la mujer se la quedó mirando con veneración al abrir grandes los ojos. Las manos en mis piernas, me tenía bien cogido para que no escapase a su control.

-          Sí sí doña Rafaela, siga siga… así así…

Desde mi altura veía su cabeza moverse adelante y atrás, tragando y saboreando el grueso animal, introduciéndolo hasta donde podía que realmente era mucho. De nuevo con la mano, me masturbaba ahora acompañando el ir y venir de mi miembro en su boquita golosa. ¡Dios, qué bien lo hacía!

-          Así así, muy bien señora –exclamé poniéndome yo en movimiento al ser quien ahora se movía follándole la boca.

La veterana dejó que fuese yo quien le llenara la boca, empujando contra ella y obligándola a tragar sin descanso. En la amplia habitación solo se oían mis gemidos ahogados y el suave murmullo de sus labios por encima del tronco brillante.

-          Flop, flop… ummmmm Carlos muchacho, me encanta, me encanta tu polla.

Comía y lamía al tiempo, sacándola y pasándole la lengua a lo largo del tallo que como digo brillaba de sus babas. Atrapándome hambrienta los huevos de los que tiró enganchados por los labios. Dos, tres veces lo hizo de esa manera sin dejar aquella sonrisa perversa con la que me regalaba.

Cogiéndose los pechos con las manos volvía a tragarla, devorándola al hacer círculos con la boca, sin dejar de murmurar y ronronear como una gatita sedienta de más. Le encantaba, era evidente lo mucho que le gustaba y a mí aún me gustaba más que lo hiciera. Follándole la boca no dejaba de animarla a que siguiera, golpeándole el interior de la boca, dejándola sin aliento al tragar quedando ambos parados. Con la mirada medio perdida, la descubrí abriendo la boca aún más hasta irse metiendo paso a paso el resto de mi miembro de no mal tamaño. Flipé en colores, toda la polla en su boca y allí quedó unos segundos largos sin abandonarla para nada.

Ahora sí la sacó, respirando el aire que necesitaba y jadeando con mi polla entre sus dedos. Abrió la boca y dejó posar el glande en su lengua, lamiéndolo por debajo entre mis sollozos placenteros de puro goce. Aquello estaba siendo toda una clase acelerada para un muchacho joven e inexperto como yo lo era. Un montón de sensaciones me llenaban la cabeza en manos de la mujer madura.

-          Dámela, dámela… me encanta –poseída por la lujuria una vez más la boca se llenó tragando el grueso músculo hasta el final.

De ese modo, los huevos hicieron tope con el labio inferior, unos instantes parada gozando el grosor que le ofrecía. Lo mejor era escucharla ronronear como una gatita, como la putita que era y con aquella cara descompuesta por el vicio que la consumía. La lengua corría por encima muy despacio y sin quitarme ojo, de la base arriba y de nuevo abajo para acabar con un tierno besito en la punta del cipote. ¡Hija de puta, qué buena era aquella perra!

-          Anda nene, ayúdame quieres –ronroneó de aquel modo que tanto me ponía y levantando los brazos dejó que le resbalase la camiseta por la cabeza.

Y entonces vino algo todavía mejor. Excitada a tope y sin soltarme, me llevó la polla sobre sus tetas. Deshaciéndose del cierre que sujetaba la prenda por delante, ella misma dejó caer los tirantes a los lados cayendo el sujetador al suelo. El par de moles que tenía por pechos me saludaron briosos y caídos por el peso. Realmente acojonante el tamaño de aquellas mamas tan blancas y de pezones enormes y oscuros. Y entonces como digo vino lo mejor.

Cogiéndomela entre sus tetas me la envolvió con sus carnes enormes, haciéndola desaparecer de la vista pese a lo largo del miembro. Así comenzó a masturbarme sollozando y pidiendo que se lo hiciera, que le follara las tetas que eso le encantaba. Cerré los ojos sin creer lo que veía, la hermosa mujer a mis pies y reclamando aquel trato inhumano para ambos, arriba y abajo arriba y abajo entre el par de montañas que tenía. Los dos gimiendo y sin parar de proferir palabras inconexas llenas del vicio que nos movía. El roce de aquellas mamas me hacía temblar entero, aquella carne fina y tersa sobre la que destacaba el par de oscuros pezones de enorme tamaño.

-          ¡Dámela mi niño, dámela… me encanta tu polla… dios, es tan grande!

Y la follé de aquel modo tan completo, dejándome llevar por su experiencia, por aquel par de tetas entre las que morir uno. Arriba y abajo y resbalándole, la cabeza aparecía amoratada y por arriba mientras la veterana gemía y suspiraba llevada por la emoción. La mirada de nuevo en la mía, con sus labios temblorosos no dejaba de pedir más y más. La muy perra se moría por eso.

Adelante y atrás y animado por mi posición elevada, la polla enhiesta y dura le corría entre las mamas en una suerte de cubana sin fin. Bajando la cabeza me atrapó el glande al escapar por arriba, lamiéndolo y dándole besitos para enseguida dejarle caer las babas encima.

-          Doña Rafaela, doña Rafaela pareeee…-cada vez más rápidos los movimientos de ambos.

-          ¿Qué te ocurre pequeño? ¿ya no aguantas más? –preguntó soltándome y sabiendo que ya poco me quedaba.

Yo nada respondí, temblando todo entero bajo el poder de la madura sesentona. Me iba a correr y doña Rafaela me ayudó a ello.

-          Córrete pequeño, córrete… deja que mamá te lo haga –dijo agarrándomela con la mano y dándole cálidos golpecillos con la lengua que me hicieron vibrar aún más.

Los dos gemíamos en voz alta ahora, llevados por la pasión y ajenos al mundo que nos rodeaba. Entre las tetas una vez más, la buena mujer me pajeaba sin dejar de soltar gritos descontrolados al removerme sobre ella sin descanso. Arriba y abajo, arriba y abajo dios, no iba a aguantar mucho más aquel tormento.

-          Sí sí sí –exclamaba yo entrecortado cada vez que aquellas carnes me abrazaban.

-          Dámelo muchachito, dámelo… dame tu leche pequeño –las palabras se aceleraban al ritmo que sus pechos lo hacían.

-          Qué bueno, sigue sigue follándomelas…

Exploté entre sus montañas de carne dando rienda suelta a mi locura. La madura mujer me lo sacaba todo, saltando por los aires en busca de su boquita ansiosa. En forma líquida y espesa la leche le golpeó la barbilla, goteándole luego el pecho como forma inevitable marcada por la gravedad, haciéndola caer sobre sus carnes.

Con rapidez se llevó la polla a la boca succionando y chupando de forma salvaje, tragando y tragando mi sexo con los ojos entrecerrados y cara de guarrilla. La hice seguir chupando cogiéndola de la cabeza y chocándola contra mi vientre haciéndola ahogar. Respirando con dificultad, la sacó de la boca apareciendo brillante y todavía con algún resto de semen.

-          Joder nene, qué corrida te pegaste, me encanta. ¿Quieres que mamá te la deje bien limpita? –el morbo de la mujer me hacía retorcer en mi debilidad posorgásmica.

Cogido a sus cabellos y temblándome las piernas, la vi lamer y chupar con avidez hasta acabar finalmente con todo aquello. Caí junto a ella y pronto la madura reaccionó besándome con pasión infinita, sacando la lengua y apretándome los labios hasta hacerlos abrir. Lengua contra lengua estuvimos así unos segundos, recuperándome yo poco a poco mientras las manos de ambos nos corrían desatadas los cuerpos.

Tras correr divertida al baño para asearse convenientemente de la copiosa corrida, pronto volví a tenerla a mi lado. Envuelto por sus abundantes carnes, doña Rafaela me llevaba contra ellas, ahogándome en la fina piel de su pecho que notaba duro y fresco contra mi rostro. Me sentía en la gloria entre aquellas formas algo fofas de mujer cercana a los sesenta. Ambos seguíamos sin dejar de besarnos, jadeando en la locura total que nos envolvía y con ganas evidentes de continuar.

-          Brrrrrr, qué perra me tienes cariño –exclamó casi gritando.

Pero entonces los dos tuvimos que callar de golpe en nuestros arrumacos y gemidos amorosos.

-          ¿Doña Rafaela, le pasa algo? ¿Qué son esos gritos? ¿Se encuentra bien?

-          Mierda, ya está esa chismosa de la Rosario poniendo oreja para enterarse de todo, maldita bruja chismosa.

-          No, no es nada señora Rosario No ocurre nada –declaró con risa nerviosa y llevándose los dedos a la boca para que callara, al tiempo que se acercaba a la ventana respondiendo en voz alta sin poder evitar el jadeo.

-          ¡Mujer que no se puede echar una la siesta con tanto grito. Cierre la ventana y vale ya de tanto grito y jadeo. Que las demás también queremos echar una cabezada, por diosssss!

La señora Rosario que para nada era tonta, sabía bien de qué iba todo aquello. Tantas veces la habíamos oído los vecinos, que nuestros gemidos y jadeos la habían puesto alerta sin duda. Doña Rafaela bien conocida era en el vecindario. De hecho todos los vecinos, jóvenes y mayores, éramos conscientes de sus escarceos amorosos. La gran diferencia era que en esa ocasión el afortunado compañero de juegos era nada menos que yo. La mujer se excusó como pudo sin que la otra quedara conforme y pronto volví a tenerla a mi lado, riendo la veterana al verme tan cohibido y preocupado.

-          Tranquilo mi niño, nos dejamos llevar por la pasión. Tranquilízate, tú disfruta y déjame que yo me encargue de todo.

Menuda puta estaba hecha, con un menor en casa y con ganas de seguir pese a todo.

-          ¡Vamos al catre, pequeño que hace mucho que no me doy una alegría! –exclamó tomándome de la mano con urgencia y haciéndola seguir pasillo adelante.

Llegamos al dormitorio, un dormitorio bastante demodé por cierto. Se trataba de una estancia de regulares dimensiones, de apariencia ochentera y decorada en blanco y albaricoque. Dos cuadros pasados de moda y de paisajes frondosos llenaban las paredes. Las paredes en color gris y morado mientras las cortinas y las dos butacas de cuero eran de aquel albaricoque horrendo. La cama todavía deshecha, hablaba bien a las claras del poco quehacer de la madura. Con aquellas sábanas revueltas y arrugadas por el sueño, los cuatro almohadones y cojines tirados por encima de cualquier manera me hizo pensar que allí quería que la hiciera mía. No era mal lugar pese a lo estropeado del dormitorio. La persiana echada casi hasta abajo, la estancia quedaba en una tenue penumbra.

Los dos ya desnudos por completo, ella solo con la pequeña braguita que apenas le cubría nada. La veterana se lanzó a la cama quedando mostrada con las piernas dobladas y abiertas. El pecado la acompañaba, brillándole la mirada de aquel modo tan turbio y enigmático para un joven como yo. Se removió entre las sábanas revueltas, ronroneando y haciéndomelo de ese modo mucho más difícil. ¿Cómo aguantar la tentación aquella en forma de madura experta y con carnes que le sobraban por todos lados? Qué maravilla de mujer, frente a ella me mantenía aún en pie sin dar el paso definitivo.

-          Anda Carlos ven con mamá… verás cuántas cosas podemos hacer…

La mirada se me nublaba, todo aquello era demasiado claro y fácil para mis pocos años. Una mujer como aquella entregándose de manera fatal y dispuesta a todo. Arrodillándome en la cama, gateé lentamente hasta quedar junto a ella. Sonriéndome con lujuria, me acogió entre sus brazos con fuerza. Nuevamente envuelto entre sus carnes, creí perder la razón ante lo abundante de sus chichas. Llevándome contra ella, caí ahogado entre sus grandes mamas. Como forma de supervivencia empecé a chuparlas y lamerlas, mordiéndole suavemente la carne y comenzando luego a chupar y comerle los oscuros y sensibles pezones.

-          Muy bien mi niño, aprendes pronto –los gemidos y jadeos volvieron a sus labios.

Yo solo hice que ahogarme en ella, abriendo la boca lo que podía para atrapar aquel pezón tan enorme y redondo. Lo chupaba y lamía viéndome recompensado por los grititos y lamentos que la veterana profería. Seguí y seguí jugando con la aureola al pasarle la lengua por encima, abriendo de nuevo la boca para hacerme con el órgano sensible. Ella me ayudaba, golpeándome la cara al remover las tetas que tomaba entre sus manos. Pasé al otro pezón maltratándolo de igual modo que a su compañero, chupándolo y tirando del mismo enganchado entre los dientes. Eso la hizo gritar de manera más vehemente, apretándose los labios para que no la escucharan.

-          Sigue nene, sigue… eres malo, como me gustaaaaa.

Abandonando el par de redondeces, me elevé hacia ella para caer en un beso cariñoso y corto, un mínimo piquillo para enseguida abrir la mujer la boca entregándome la lengua. La mano en mi cuello, nos besábamos arrodillados el uno junto al otro, cogida como la tenía por la cadera mientras los jadeos femeninos quedaban silenciados por mi boca. Apartándome a un lado, se soltó el cabello dejándolo caer sobre los hombros al remover la cabeza a los lados. Me gustó aún más, con los cabellos largos sueltos y cubriéndole el rostro parte de ellos.

-          Ven, túmbate en la cama –con las manos me hizo caer atrás boca arriba.

Y así comenzó a trabajarme ella, atrapándome el miembro medio fláccido pero deseoso de nuevas caricias. Sacando la lengua la pasó por encima, provocando en mí un temblor ineludible nada más sentirlo.

-          Vamos a ver qué hacemos con esto.

Metiéndosela en la boca como ya había hecho antes y comenzando a chupar el cálido helado del modo amable que yo conocía. Se la metía y la soltaba, desplazando la piel atrás, apareciendo el glande rosado frente a sus ojos que lo devoraban inquietos. Adelante y atrás, los gemidos leves volvieron también a mí con lo lento del roce. Masturbándome con la mano y los dedos, haciéndola responder sin remedio con sus cariñosas atenciones. La otra mano corriéndome el muslo, comenzó a recorrer la parte interna del mismo llenándolo de tiernos besitos. Yo gemía agradecido, la vista clavada en el techo para enseguida bajarla a los cabellos alborotados de la hembra madura. Comía y chupaba, succionando hambrienta hasta conseguir que aquello apareciera finalmente tieso y elevado.

-          Hazme el amor pequeño.

-          Métemela métemela mi niño, no aguanto más –me invitaba al incorporarse quedando a cuatro patas y apartándose la braga roja.

Un coñito peludo y oscuro, rosado y mojado apareció frente a mí al abrírselo la mujer echando los labios a los lados.

-          ¿Te gusta muchacho? –se mostró abierta y muy perra al sacarme la lengua invitándome a probarlo.

Aquel culo como ya os dije resultaba acojonante y más al tenerla así abierta y deseosa porque la follara. Se lo comí llenándolo de besos y pequeños mordisquitos con que hacerla removerse alborozada. Echándome sobre el mismo, comencé a pasarle la lengua por encima del sexo. Húmedos aromas me recibieron al rozarle la lengua, los labios y la nariz a lo largo de la raja y la mata de pelos. Jadeos entrecortados abandonaban a la madura, removiendo el culillo reclamando así el roce. Gemía, gimoteaba alterada apretándose los labios con rabia. Y no dejaba de pedirme que lo hiciera.

Abriendo la boca, me ahogué ahora de otro modo muy diferente pero igual de apetecible. Raspándola con la lengua, traté de introducirla entre los labios empapados e hinchados por el deseo. La pasé arriba y abajo de la raja, lamiéndola y saboreándola como mejor sabía.

-          ¡Oh sí, oh sí… qué perra me pones!

Subiéndola arriba hasta descubrir el agujero oscuro y escondido de su vergüenza. No me atreví a más, bajando a terrenos más conocidos e igual de amables. Humedeciendo la zona con mis babas, busqué el botoncillo delicado y diminuto y empecé a devorarlo entre los gritos desconsolados de doña Rafaela. Enseguida se puso duro bajo mis labios y mi lengua, envolviéndolo con los labios para seguir luego metiéndole levemente la punta de la lengua en el interior de la vulva rosada. La mujer se retorcía hecha un mar de nervios, echando el culo atrás buscando mi boca.

Girando la cabeza volví a dedicarme a la rajilla, rozándola suavemente, sacando la lengua y jugando con el par de labios que tan felices la recibían. Mientras y con dos de mis dedos, la follaba resbalándolos suavemente entre las paredes de la vagina. Bebía y bebía el néctar del flujo femenino, tanto echaba que parecía que se meaba y tal vez así era. Con los labios enganché tirando de los de ella, lo que la hizo convulsionar entera en forma de orgasmo prolongado y encogida sobre sí misma. Sollozaba, hipaba hecha un puro lamento, cansada y agotada por el placer de mi boca cada vez más avezada en dichas lides.

-          ¡Maldito cabrón, qué bueno eres… qué pronto aprendes! –los cabellos cayéndole por el rostro, sonrió desencajada y ufana.

Y ahora sí me supe preparado para poseerla y hacerla mía. Elevándose majestuosa sobre la cama, la vi quedar a cuatro patas removiendo maliciosa el trasero. Más claro el agua aquel ofrecimiento tan descarado y lleno de erotismo que me hacía. Para allá que me fui con la polla en ristre y cogida entre los dedos. Nervioso como estaba no atinaba a metérsela y tuvo que ser ella la que me ayudara, llevándola a la entrada y echando el trasero atrás. De tal manera que abriendo los labios hinchados me acogió en ella. Frente al vasto espejo de pie, se la introduje pudiéndose ver la mujer sus gestos de vicio y reclamo. ¡Qué gran placer el que sentí sabiéndome dentro del coñito tragón!

-          ¡Ummmmm nene, qué bien que la siento! –los dos parados un breve instante disfrutando el cálido acople.

Tirada hacia delante pude ver el gesto placentero y con la boca abierta de la madura.

-          ¿Le duele doña Rafaela? –mis pocas lecturas de juventud me hicieron preguntarle preocupado por ella.

-          Oh, no muchacho para nada. Al revés me encanta, déjamela sentir… no te muevas aún…

Y allí nos encontrábamos los dos quietos, una madura sesentona y un jovenzuelo, todavía casi un niño, enganchados como perros el uno al otro. La naturaleza sabia me hizo empezar a moverme sin que nadie me dijera nada. Moviéndome despacio, cogida de las caderas como la tenía, y el rostro de la mujer mirándome atrás hasta acabar cruzándose las miradas.

-          Muévete Carlos, muévete… fóllame anda, poco a poco…

Bien cogida como la tenía, como digo la naturaleza sabia me llevó a empujar, resbalando y dejándome ir entre las paredes empapadas que me absorbían adentro. Despacio, muy despacio parte de mi sexo la fue cubriendo con su lento deslizar. Tan usado sin duda lo tenía que nada costaba, mezclándose rápidamente los jugos femeninos con el ir y venir del tronco que veía brillar cada vez que escapaba de ella. Los primeros gemidos y suspiros abandonaron los labios de doña Rafaela, gimoteando y removiéndose para así ayudar la inexperta follada. Despacio, muy despacio mi miembro grueso y curvado iba tomando confianza con aquella vulva que me atraía como la miel a las abejas. Yo y sin decir nada, me dejaba llevar por lo agradable de aquel lento ir y venir.

Agarrada y con la cabeza hundida entre las sábanas, la mujer elevó orgullosa el trasero. Yo quedé flipando ante tanta belleza como me descubría, tragando saliva y notándome la garganta seca sin todavía no saber muy bien qué hacer. Una vez más fue ella la que con sus tenues palabras me indicó el camino a seguir.

-          Vamos muchacho, más deprisa… empuja más deprisa vamos.

Tirando ella el culo atrás y follándose ella misma, mientras con las manos la tenía bien enlazada comenzando a moverme yo también. De ese modo y cada vez más fácil fuimos moviéndonos el uno y el otro, respirando acelerada y pidiéndome más la hermosa mujer. Y yo lo hice, las manos en las amplias caderas y empujando y golpeando el trasero que tanto me hacía enloquecer. Gimiendo y respirando también acelerado y nervioso, sin embargo no la soltaba aprendiendo bien a llevar el ritmo que yo mismo me ponía. Follándola lento y luego más rápido, ganando el movimiento en impulso y velocidad al verla tan entregada y sollozando débilmente.

Volvió la mujer a echar la mirada atrás, apretando los labios y mirándome con aquel gesto de entrega completa para enseguida cerrar los ojos doblando la pierna al favorecer el regular golpeo. Sollozaba, se quejaba en voz baja, pedía más cerrando los ojos bajo mi empuje cada vez más osado.

-          Ahhhhh muchachito, con cuidado… despacio, muévete despacio.

Hice caso a lo que la experiencia me marcaba y así mis entradas se hicieron ahora lentas escapando de ella para volver a entrar de forma muy delicada. Una, dos, tres veces lo hice para paso a paso tomar de nuevo velocidad y ritmo acompasado al ritmo que aquellas caderas me marcaban.

-          Dámela nene, dá… mela… ahhhhhhhhhhhh.

Los lamentos llenaban la habitación junto al rechinar de mis dientes bajo el ritmo cada vez más acelerado que nos dábamos. Se la metía hasta donde podía que prácticamente era todo, aquel coñito tragón me enganchaba haciéndome resbalar adentro y afuera con la presión a la que me sometía. Yo cerraba los ojos sin creer en mi suerte, aquel culo entre mis manos y golpeándome el vientre con el ritmo de la follada. Flop-flop resonaba la ardiente unión cada vez que uno avanzaba el vientre o la otra echaba el trasero atrás.

La follé así muy lentamente unos dos minutos imagino, tapándole la boca para que sus primeros grititos no dieran a conocer lo que allí pasaba. La veterana se removía inquieta, buscándose su propio placer al llevar los dedos entre sus piernas, acariciándome los huevos al echarlos atrás, mordiéndome el trozo de mano que su boca entrecortada pudo alcanzar. Gritaba ahogada bajo la mano, los ojos cerrados y sin parar de quejarse disfrutando  todo lo bueno que mi bisoñez y torpeza le daba.

Las tetas pegadas a la cama, la follaba sin descanso, adelante y atrás y parando al poco para una vez más retomar el ritmo acompasado. La mano ahora en su brazo, la escuché gritar enloquecida lo que me hizo volver a tapar su hermosa boquita. Levantada a cuatro patas y con el culo subido las tetas se le movían descontroladas una y otra vez, arriba y abajo y a los lados con cada uno de los golpes con que la complacía. Adentro y afuera, rápido y lento no dejaba de darle y darle con mi pausado ritmo.

-          Calle doña Rafaela, calle o nos oirán –boqueé pegado a su oreja y eso la hizo comprender, gimoteando su enorme placer pero diciendo que sí al mover la cabeza.

Cogiéndola del pelo, seguí follándola sin saber muy bien cómo podía aguantar la cadencia que nos dábamos. Besándole cariñoso la espalda, lamiéndosela suavemente para volver a incorporarme y seguir dándole con fuerza y sin descanso. Para ser mi primera vez con ella la verdad no estaba nada mal como me portaba. Al menos así me lo demostraba la sesentona con sus lamentos y sollozos cada vez que quedaba enterrado en su trasero.

-          Joder nene, joder… me corro muchacho, me corroooooo.

Quedamos los dos quietos, dejándola yo reposar su placer que entre las piernas se manifestaba en forma de larga y explosiva corrida, bajándole los jugos entre los muslos. Descabalgué de ella y metiendo la cabeza entre sus piernas me entregué a chupar y lamer el aroma amargo y hecho fuego de la mujer madura.

-          Joder, joder nene, qué bueno qué bueno –hipando entregada al placer de su orgasmo, un orgasmo explosivo y prolongado que la hizo caer derrotada entre las sábanas deshechas.

Los dos juntos y tras un tímido reposo, me uní a ella en un beso apasionado y con la peor intención al menos por su parte. Aquello supongo marchaba para ella mejor de lo que esperaba y quería aprovecharlo hasta el final. Cogido por el rostro y la nuca, me besaba dándome a probar los labios que sentí ardientes junto a los míos. Sacando doña Rafaela la lengua y buscándome la boca entre los continuos jadeos entrecortados que lanzábamos. El tiempo ya no contaba para mí, no sabía ni me importaba qué hora era ni cuánto tiempo llevábamos así. Tan solo mis manos se dedicaban a correr las redondas formas de la mujer, bajándolas y subiéndolas desenfrenadas entre el creciente delirio que nos movía.

Así y cayendo atrás, la vi sentar en aquella otra butaca y en la que hasta entonces no había reparado; de un gris subido parecía lo único aparentemente moderno de aquel dormitorio. Era amplia y cómoda y resultaba perfecta para continuar con lo nuestro. Con las piernas abiertas y pasándose los dedos por encima de la pepitilla, me provocaba con la mirada perdida y sus ojos medio en blanco reclamando que me uniera a ella.

La vulva rosada y el triángulo oscuro quedaron ante mis ojos que, en mi excitación juvenil, los devoraron hambrientos. Los pliegues de los labios se veían húmedos del reciente orgasmo, mostrándose el clítoris hinchado y necesitado de mucho más. Doña Rafaela lanzó los dedos por encima, acariciándose la raja en círculos entre los grititos que producía. Se masturbaba furiosa, dándose placer, abriéndose los labios para meter dos de sus dedos. Espatarrada y sin parar de gimotear y sollozar, levantó las piernas dejándolas dobladas y colgando mientras con los dedos continuaba el roce furioso, infligiéndose la mujer el agradable masturbar hasta acabar introduciéndose dos de los dedos y hasta un tercero.

-          ¡Qué cachonda estoy, qué cachonda me tienes muchacho! –declaró casi gritando, así abierta y suspirando y quejándose en su total indefensión.

-          -Fóllame Carlos, fó… llame vamos… no me hagas esperar más… -se mordía el labio inferior antes de incorporarse buscando quedar mejor sentada.

Se lo comí unos segundos, comiéndole el conejito, devorándolo y bebiendo los cálidos fluidos que en abundancia producía. Murmuraba y ronroneaba herida, apretándose los labios y pidiéndome seguir. ¡Menuda ninfómana estaba hecha aquella sesentona!

-          Sí, sí pequeño… métemela, métemela toda –pedía entrecortada mientras con las manos le cogía las piernas tratando de buscar la mejor manera.

Boca arriba y abierta de piernas, con un suspiro satisfecho se dejó penetrar acertando yo ahora sí a la primera. Cayéndole suavemente, mi polla dura y dispuesta le entró abrazada por sus paredes igual que mi espalda a la que sus brazos y manos acogieron contra ella. Abrazados el uno al otro, estuvimos unos segundos descansando nuestro placer. El suyo al saberse penetrada por un chico joven y casi imberbe y el mío al poder disfrutar de semejante hembra con la que tantas veces había soñado. Con las piernas dobladas de la mujer y mi polla lubricada por sus muchos jugos, el acople volvió a hacerse fácil entre ambos.

-          Fóllame mi niño, métemela duro y profundo.

El chochito tan abierto y empapado me absorbió resbalándole hasta lo más hondo, cayendo la mujer madura en un grito desconsolado pero pleno de energía. Aquella mujerona seguramente era más de lo que nunca hubiese podido imaginar. Mis primerosjuegos con las chicas de mi edad nada tenían que ver con aquel paraíso de carnes y abundancia de experiencia.

Empezó a moverse ella antes de que yo lo hiciera, enseñándome y dándome así clases aceleradas en ese mundo desconocido del sexo. Elevando el vientre contra el mío, se dejaba follar lentamente o más bien era doña Rafaela quien lo hacía conmigo, removiéndose entre gemidos y suspiros de su boca de labios rosados y temblorosos por la tensión.

-          Muévete pequeño, muévete… ves qué fácil –era ella la que se removía buscándose nuevos estertores de placer.

-          Ummmmmmm –entrándole de forma seca y lanzando la mujer un nuevo murmullo lleno de vicio.

Empecé una vez más a moverme, teniéndole cogida la pierna que descansaba en mi hombro cuán larga era. Entrándole y follándola hasta caer hundido en ella, abriéndole los labios muy lentamente y viendo doña Rafaela cómo mi polla le entraba. Adentro y afuera, tomándome mi tiempo. Si algo había aprendido era a no tener prisa y disfrutar con calma en beneficio de los dos. Los labios femeninos se abrían con cada nuevo sollozo de su boquita temblorosa, pidiéndome seguir y dejando caer la cabeza sobre el amplio respaldo. Se la hundí hasta el final, despacio pero de forma segura, atrapándome su vagina en el mar de jugos que era. Gemía, gritaba, bramaba derrotada, tomándola suavemente del cabello para caerle quedando enterrado en su sexo.

Ahora más deprisa comencé un rápido vaivén, entrándole y saliendo, hundiéndome entre sus paredes para salir de ella en mi mucha emoción oyéndola protestar furibunda.

-          No te salgas, no te salgas… dámelaaaaaaaaaaa.

De nuevo dentro de ella, la follé con fuerza y haciéndola vacilar sobre la butaca, cerrando los ojos que luego puso en blanco al quedar completamente en su interior. Los huevos la golpeaban haciendo tope en ella, enlazada por el muslo y quedando parado un instante. Bajando sobre la madura, la besé devolviéndome el beso de manera cariñosa y agradecida. Para ser la primera vez con ella al parecer no iba nada mal.

-          Métemela, métemela fuerte… fóllame, fó… llame.

Nos corrimos casi al tiempo, la mujer apenas un instante antes. La vivaracha culebra la penetraba una y mil veces, dejándome caer en ella entre besos apasionados hasta conseguir sacarle el último de sus orgasmos.

-          Ven cariño, ven… fóllame, fó… llame con fuerza… -exclamó casi gritando al tomarme con sus manos apretándome a ella.

Tras un breve reposo inicié el lento movimiento, entrándole tímidamente, corriéndole el coñito hecho puro manantial de jugos, los labios femeninos succionándome para dentro y dejándome ir en un suave y amable copular. Aquel coñito estaba tan usado que poco o nada costaba jugar con el mismo, tomando el polo masculino confianza plena con el polo femenino como el enchufe al entrar en contacto con la corriente.

Un puro frenesí de emociones eléctricas nos corrían a ambos, la mujer removiendo las caderas al acogerme en su interior y yo notando en la espalda correrme todo un ramalazo de prolongada intensidad, que me acabó explotando en la cabeza en forma de gruñido intenso ante lo sofocante de la situación. Doña Rafaela se corrió finalmente, sollozando afligida y tomada entre mis brazos que la sostenían con las pocas fuerzas que me quedaban. Sin dejar de darle, la contemplaba desmadejada sobre la cama, exhausta y bella en su plena madurez. Los cabellos sudorosos y cayéndole a mitad del rostro le tapaban uno de los ojos.

Poco después y casi acompañándola en su éxtasis, fui yo quien me fui siguiéndola en su placer al explotar en mi veloz cabalgar. La follé tal como me pedía, de manera fuerte y del modo que la naturaleza sabia me marcaba en mi total locura. Adelante y atrás, adentro y afuera, gritando y gimiendo los dos en nuestro enloquecido ir y venir. Copulando ambos como desesperados, mi pobre sexo no daba para más en su aguante. Me iba a correr y así se lo dije.

-          Córrete Carlos… dámelo todo, dámelo –gritó tirándome hacia atrás con las manos y echándose ella adelante.

Con los dedos me deshizo de la goma con pericia y fue en el mismo momento que la leche saltó por los aires, yendo a parar de manera desbocada sobre el cuerpo hermoso y de abundantes formas de la madura sesentona. Lo recibió pajeándome entre los dedos y viendo caerle la lefada por los pechos y la mano que de forma tan segura me sujetaba. Cerrando los ojos, me desplomé sobre ella cansado pero feliz.

-          Joder muchacho, ha estado muy bien… lo digo en serio –exclamó sonriente imagino por la cara de pasmado que yo debía tener tras el orgasmo obtenido.

Goteándome todavía lo postrero de mi corrida y observando su rostro de puro goce, la descubrí metiéndose el dedo al pajearse y como lo sacaba después para saborear el líquido viscoso. Eso resultó un agradable descubrimiento para mí, ver a una mujer como aquella disfrutar de mi persona y de lo que mi joven cuerpo le había dado. Como digo lo saboreó relamiéndose y probando un dedo y luego otro, enseñándome la lengua rosada por la que corrían los grumos blanquecinos de mis fluidos mezclados con los suyos.

Unos minutos después y descansando del tute que nos habíamos metido, los dos abrazados nos besábamos comiéndonos las bocas con lascivia sin fin. Mis manos bajándole las piernas, la sesentona se dejaba besar mostrándose enamorada ante un jovencito como yo lo era. Echando un vistazo a la mesilla vi la hora que era. Una hora y media larga habíamos estado enganchados entre besos y arrumacos varios. La verdad que había valido la pena, pero debía marchar o mi madre me echaría en falta si no lo estaba haciendo ya. Se lo dije y doña Rafaela comprendió, los dos vestidos y sentados en la mesa de la cocina.

-          Espera quince minutos para salir, ¿quieres una coca? Seguro que esa chismosa está aún tras la puerta –comentó mientras sacaba del frigo dos latas.

Al día siguiente mi madre parecía estar con la mosca tras la oreja aunque nada dijo, no así una semana más tarde en que se montó la de San Quintín al destaparse todo, gracias a la fisgona de la señora Rosario que sin duda me había visto cuando salía. Eran bien conocidos en el vecindario los escarceos de la buena señora pero el liarse y acostarse con el chico de la vecina ya era el acabose.

De todos modos, mi madre no pudo hacer otra cosa que acabar perdonando mi pecado de juventud como siempre las madres hacen con sus hijos. Eso sí, teniéndonos para mi desgracia bien atados en corto a ambos para que el desliz no volviera a darse pues doña Rafaela me echaba unas miradas cada vez que nos cruzábamos que paqué.

¡Porca miseria!

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