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Viaje a Cerdeña (1)

en Intercambios

Viaje a Cerdeña (1)

 

Marcharon de vacaciones unos días a disfrutar del Mediterráneo y sus playas. El calor, el descanso y la cercanía entre ellos les llevó a conocerse mucho más gozando de los cuerpos desconocidos de los otros…

 

 

As I walk along, I wonder

a-what went wrong with our love,

a love that was so strong.

And as I still walk on, I think of

the things we’ve done together,

a while our hearts were young.

 

I’m a-walkin’ in the rain

tears are fallin’ and I feel the pain.

Wishin’ you were here by me

to end this misery

and I wonder

I wah-wah-wah-wah-wonder.

Why?

why, why, why, why, why she ran away

and I wonder

a where she will stay-ay

my little runaway

run, run, run, run, runaway…

 

Runaway, DEL SHANNON

 

 

Aquella noche estrellada de finales de setiembre, me entregué por entero a Alberto en el camarote de abajo mientras mi marido hacía lo propio tirándose a Nora en la cubierta del barco. Meses más tarde, recuerdo aquellos días del otoño pasado como una experiencia de lo más agradable y gratificante para los cuatro. Desde entonces hemos repetido en alguna que otra ocasión, e incluso con Nora he tenido el escarceo que ambas apetecíamos. Si lo desean paso a relatarles como sucedió todo.

Días después de iniciarse el otoño estábamos de vacaciones, disfrutando el calor del Mediterráneo y del Tirreno junto a las costas de Cerdeña. Unos días con los que relajarnos de la rutina diaria, gozando del calor de la zona y de las tranquilas aguas de un azul cristalino. En el pequeño velero conducido por Miguel, mi marido, pusimos rumbo desde Mallorca, donde vivíamos. Acompañados por Alberto y Nora a los que habíamos invitado a pasar unos días junto a nosotros. Alberto era socio de mi esposo en la empresa de licores en la que llevaban embarcados ya año y medio, desde que el padre de Alberto había cedido el control en beneficio de su hijo. Con el padre de Alberto, Miguel llevaba largos años haciendo distintos negocios así que conocíamos a Alberto desde bien joven.

Con mi esposo me llevaba de maravilla, éramos felices con los dos hijos que me había dado además del ritmo de vida que llevábamos en el que no nos faltaba un capricho. Me tenía como una reina, el negocio iba viento en popa y en cuanto a la cama no me podía quejar pese a la diferencia de edad entre ambos. Sobrepasados ya los cincuenta y más de diez años mayor que yo, Miguel se comportaba aún de forma más que aceptable a la hora de hacer el amor. Dos, tres veces a la semana con las que sofocar los calores que todavía nos visitaban. Buen aguante en la cama y repitiendo sin problemas, puedo decir que me sentía más que satisfecha a su lado.

Pero pese a ello, Miguel necesitaba algo más. Morboso por naturaleza, al poco de iniciar nuestro matrimonio me contó su interés por otras cosas. Fantasías en las que compartir aventuras con otras personas. Tríos, orgías, intercambios habíamos vivido junto a parejas y desconocidos que buscaban lo mismo. Interesado en las mujeres, no le importaba compartirme con otros si con ello me hacía feliz. Incluso verme con otras mujeres me decía que le ponía loco y que le resultaba de lo más morboso. Comernos las bocas, retozar frente a su mirada libidinosa era algo que le enamoraba, pudiendo disfrutar después de los mejores polvos que entre los dos vivíamos. Por mi parte y sin que entre ambos existieran los celos, también disfrutaba viéndole con otras a las que satisfacía como hacía conmigo.

Con Alberto y Nora ocurrió eso, llevándoles a nuestro terreno sin mucha dificultad. No tardamos en conocer que a ellos les ocurría lo mismo. De veintinueve años él y veintisiete ella llevaban casados poco menos de un año. Una boda fastuosa con montón de invitados en la que conocí el interés de Alberto por mí. Tras bailar con su recién estrenada esposa y su madre, me había invitado a salir a la amplia pista del hotel en el que se celebraba el encuentro. Cogida de la mano y riendo divertida, me dejé llevar animada por mi esposo que tomaba a la suegra del novio, mezclándonos todos en la vorágine de la mucha gente que por allí había. Las luces medio apagadas, la estancia quedaba en penumbra y reflejada por los focos que acompañaban la música de la orquesta. Tonos azules y rojizos sobre nuestras cabezas y el grupo de músicos junto a la joven cantante hacían la delicia de todos. No tardé en perderme con Alberto, bailando muy pegados y escapando a la cercanía de los otros.

El tema movido no tardó en dar paso a uno mucho más lento, una balada para ser exactos, rebajándose las luces hasta quedar la pista a oscuras entre los gritos y silbidos de más de uno. Noté las manos de Alberto corriéndome la espalda desnuda que el elegante vestido dejaba al aire, mientras las mías descansaban sobre el brazo y el hombro de mi acompañante. Sin saber cómo me dejé llevar por él, pegándome de manera peligrosa al sentirme envuelta por sus brazos poderosos y firmes. Los dos muy juntos podía escuchar la respiración reposada junto al oído.

Alberto era atractivo, guapo y atractivo para mí como yo lo era para él de eso no había duda. Las miradas no engañaban, de vez en cuando y de manera poco disimulada me daba unos repasos que pa qué. Y es que una no es de hierro y aquellas miradas debo decir que me hacían sentir interesada en él. Guapo y atractivo como decía, muy guapo y atractivo con el cabello ensortijado perfectamente cortado y el rostro bien afeitado, lo que contrastaba con la barba de tres días que solía llevar y con la que tenía a Nora enamoradita perdida. Como nos tenía al resto de mujeres, entre las que tenía evidente éxito de lo cual el muy ladino sabía sacar el mejor provecho.

Los temas lentos se sucedían uno tras otro, bailando pegados y sin pensar en separarnos. Con alguna que otra copa de más me sentía a gusto junto a él, las manos tomándome con seguridad por la cintura y la espalda para poco a poco notarlas bajar más de lo debido. No me importó, al contrario. Miguel sabía que Alberto me gustaba, no se lo había ocultado en ningún momento y en alguna que otra ocasión mi esposo me había animado a vivir una aventura con su joven socio. Algo que comentas pero a lo que no das mayor importancia aunque en más de una ocasión me había imaginado con él, imaginando cómo sería ser besada por aquellos labios, ser abrazada por aquellos brazos, quedar entregada a aquel hombre más joven que yo.

Nos hablábamos de vez en cuando, susurrando frases cortas junto al oído, comentando cosas sin importancia de la fiesta y de cómo había ido el día. Con la copa en la mano, eché un nuevo trago a mi vodka con limón mientras las manos continuaban removiéndose sobre mi espalda. Aquello empezó a ponerme cachonda, Alberto hecho todo un donjuán sabía cómo tratar a una mujer. Lejos de los otros y envueltos en la oscuridad como aliada, mi cabeza cayó sobre su hombro al tiempo que un tímido gemido escapaba de entre mis labios. No pude evitarlo, juro que no pude evitarlo y pese a lo débil del mismo Alberto lo escuchó. Tan cerca estábamos…

La mano sobre la cintura y por encima de las nalgas pero sin bajar más, le sentí pegarse hasta el extremo haciéndome notar su cuerpo masculino encima del mío, mis pechos envueltos en el suyo y sus primeras palabras con las que tratar de seducirme. Temblé nada más conocer su interés por mí, su voz ronca con la que atraparme y yo hecha un flan en brazos de aquel hombre con el que tantas veces había soñado. Llevándome contra él, el bulto más que aparente se hizo presente sobre mi vientre. Ahora sí, no pude evitar un gritito desesperado al verle tan excitado. Y todo por mi culpa, si seguía del mismo modo estaba segura que todo aquello podía ir mucho más allá. Allí los dos, en su boda y con su mujer y mi marido tan cerca, le daba a la situación un plus de morbo que cada vez me seducía más. Bajo el tanga me notaba irremediablemente mojada. Con un gesto de cordura conseguí parar las manos que ya buscaban mis nalgas, haciendo el peligro aún mayor. Iba a costarme pararle y además no estaba segura de si realmente quería hacerlo, tan lanzado se le veía.

En ese momento juro que me olvidé de mi esposo por completo y de todo aquello que me rodeaba. Un simple beso, corto y apenas perceptible fue suficiente para que mis hormonas se dispararan. Y más se dispararon cuando le escuché susurrarme débilmente que le acompañara. Me sentí complacida pero al tiempo nerviosa perdida. Como dije allí en su boda con mi marido y su querida esposa rondando por allí cerca, resultaba de lo más perverso lo que me pedía. Pero lo deseaba, lo deseaba tanto… Me sentía muy excitada y caliente notándome la humedad bajo el tanga. Como saben no era el primer hombre al que me entregaba, siendo mi esposo cómplice de ello así que sin decir palabra y de manera discreta dejé que me llevara a los baños que por fortuna se encontraban alejados del baile. La pobre Nora tal vez no se llevara parte del festín en el mismo día de su boda, esperaba que mi acompañante tuviera los suficientes bríos como para complacerla aquella noche. Por el camino me crucé con algún invitado que volvía del baño. Separados uno del otro para no levantar sospechas, finalmente nos metimos al de hombres encontrando vacío el cubículo más alejado.

-          ¡Te deseo, te deseo… ven deja que te bese! –me dijo nada más cerrar la puerta buscando la necesaria intimidad.

-          Calla, calla… puede oírnos alguien.

-          ¡Te deseo, te deseo! –volvió a repetir esta vez en voz baja y junto a mi oreja.

Su elegante traje negro hacía juego con el mío del mismo color, largo hasta los pies y con una gran abertura dejando el muslo al aire del que pronto se apoderó cayendo la mano sobre el mismo. En el pequeño cubículo en el que apenas podíamos movernos, me atrapó contra la pared haciéndome sentir su peso encima. Pude ver una mirada impúdica llenarle el rostro. Me besó con dureza, abriéndome la boca hasta conseguir meter la lengua mezclándola junto a la mía. Un primer gemido escapó de entre mis labios con la irrefrenable irrupción a la que me sometía.

Contra la pared y echándome Alberto la parte de abajo del vestido alrededor de la cintura, me bajó el tanga mientras le ayudaba elevando el culo mimosa. En el silencio del lavabo, escuché el cierre de la cremallera bajar y enseguida entró en mí de una fuerte estocada. Grité complacida al notar su gruesa polla y de buen tamaño dentro.

-          Chissst, calla –exclamó tapándome la boca con los dedos.

-          Eres preciosa Rosana, realmente preciosa. Tiene morbo follarte con todos ahí fuera divirtiéndose.

-          ¡Qué cabrón eres… sigue, sigue sí!

-          ¿No me digas que no te da morbo estar aquí los dos en el día de mi boda con tu marido y mi mujer tan cerca? Incluso tus hijos jugando ajenos a lo que su querida mamá está haciendo.

-          Métemela… mé… temela toda cabrón.

Gimoteaba con su peso encima, atrapada en la pared jugando los labios y la lengua con el pendiente que colgaba del lóbulo, lamiéndome la oreja de forma obscena. Jadeando mientras me follaba, Alberto me mordisqueó el cuello tímidamente arrancándome con ello continuos gimoteos satisfechos. Tenía que ser algo rápido, no teníamos mucho tiempo si no queríamos que nos echaran en falta. Con la pierna doblada para facilitarle la tarea, me folló una y mil veces y yo solo podía soportar sus esfuerzos, los ojos vidriosos por el placer. Se corrió llenándome de su leche que me quemaba las entrañas, una corrida abundante parte de la cual escapó entre las piernas una vez salió, gimiendo tras el placer obtenido. La leche corriéndome, la llevé a los labios para saborearla. Amarga y salada me pareció, relamiéndome de gusto tras el rápido orgasmo obtenido. La tragué saboreando lo viscoso de su líquido, realmente me pareció exquisito y a él le gustó lo muy perra que me había puesto. Con el cabello alborotado tras el polvo que habíamos echado, respiré profundamente buscando recuperar un ritmo mucho más sosegado.

-          Hace tiempo que tenía ganas de esto, ha estado bien.

-          Gracias –solo pude responder mientras recomponía mi figura bajándome el vestido para colocarlo en su posición inicial.

-          Tenemos que repetirlo putita.

-          Sal tú antes… yo salgo enseguida –dijo antes de darme un morreo con el que dejarme sin aliento. Luego nos separamos, notando su respiración todavía acelerada al correrme los labios por la comisura del mío.

Escapé del baño no sin antes vigilar no ser descubierta. Sin moros en la costa, salí mezclándome con la marabunta que por allí había. Por suerte nadie nos echó en falta ni dijo nada, besándome Miguel cariñoso al enlazarme por la cintura. A lo lejos, vi a mis hijos divertidos con sus primos y otros muchachos que por allí corrían. Me sentí culpable por un momento, pero enseguida pensé en otra cosa como queriendo olvidar lo sucedido. Así pasamos el resto de la noche, bebiendo, bailando y notando las insistentes y disimuladas miradas que mi amante de aquella noche me echaba. Ya en casa, Miguel me hizo el amor con suavidad sin darse cuenta de la visita que mi coño había recibido. Al acabar quedamos abrazados y dormidos entre las sábanas que nos cubrían. Dormí con una cara beatífica de total felicidad, necesitaba descansar y reponer fuerzas.

A la mañana siguiente se lo conté aunque no todo, sintiéndose él cachondo al conocer lo excitado que el joven se mostraba con su mujer. Habrá que poner remedio a ello –fueron sus palabras ante lo acontecido. Los ojos le brillaban de un modo especial y se la comí como nunca se lo había hecho, mostrándome como una furcia para que lo disfrutara más. Luego volvimos a follar como locos recordando lo sucedido. Desde entonces nada había vuelto a pasar, cada uno con su pareja llevando una vida normal. Hasta que llegó el otoño y aquella escapada en la que relacionarnos mucho más.

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Cerdeña es todo un paraíso en el corazón del Mediterráneo. Playas de fina arena bañadas por aguas cristalinas, parajes de interior de una belleza salvaje, un magnífico legado arqueológico y una rica gastronomía hacen de Cerdeña, la segunda isla en tamaño del Mediterráneo, un paraíso por descubrir. De clima mediterráneo insular, los veranos suelen ser prolongados y calurosos mientras los inviernos se caracterizan por sus temperaturas medias y un clima húmedo. En otoño que es cuando fuimos, los días resultaron templados y agradables, ideales para disfrutar de la playa y también de excursiones por el interior de la isla. Atracamos el barco en el puerto tomando como base Cagliari, la capital, y mientras desayunábamos Miguel y Alberto prepararon un pequeño itinerario con lo que nos pareció más interesante de la ciudad. Tras una buena ducha con la que tonificar los músculos, estuvimos recorriendo la ciudad toda la mañana y buena parte de la tarde. Un buen calzado para patear, ropa cómoda y muchas risas fueron los ingredientes perfectos con los que disfrutar del día e irnos conociendo más.

Había mucho que ver así que pillamos el autobús y pusimos rumbo a la primera de las visitas. El castillo de San Michele, situado en el punto más alto de la ciudad, la historia del mismo es, aún hoy en día, objeto de investigaciones, aunque se hace remontar su fundación a la época de los reinos judiciales (siglo X) para la defensa de Santa Igia, capital en aquellos tiempos. Magnífica fortificación, durante largo tiempo fue lugar defensivo militar en el que residía la alta nobleza de la isla. En nuestros días ha dado paso a un centro de arte y cultura interesante de ver. Remodelado en diversas ocasiones, se conservan intactas tres torres y la muralla, circundada por el foso. Finalmente se encuentra rodeado por el vastísimo parque que ofrece las mejores vistas panorámicas de la ciudad. Nora, amante de la fotografía y con la cámara a cuestas, no paraba de hacer fotos de todo lo que veía.

Del castillo fuimos al anfiteatro romano que data del siglo II d.C y de imprescindible visita. 10.000 espectadores enfurecidos y animosos contemplaban desde su graderío los combates de gladiadores o las ejecuciones de la época. Para llegar al mismo, tuvimos que escalar la colina del Buon Cammino. Viendo la arquitectura del recinto, las mujeres estuvimos comentando los avances de aquellos tiempos mientras los hombres tonteaban luchando entre ellos con armas imaginarias lo que nos hizo carcajear a todos.

Siguiendo por el Viale Buon Cammino llegamos a la Piazza Arsenale donde se emplaza la Cittadella dei Musei o Ciudad de los Museos, un conjunto de edificios de entre los que destaca el Museo Arqueológico, indispensable para conocer los orígenes de Cerdeña y la civilización nurágica. En el mismo pudimos disfrutar las colecciones más importantes de arqueología sarda, un amplio muestrario que recogía piezas de la prehistoria hasta la época bizantina. Pese a todo, pronto seguimos camino sin entretenernos mucho más.

A tiro de piedra y ya bien avanzada la mañana, nos topamos con la llamada Torre de San Pancracio. Del siglo XIV es uno de los emblemas de la ciudad, convirtiéndose en lugar imprescindible a visitar. A 130 metros sobre el nivel del mar es punto interesante para contemplar buenas panorámicas de Cagliari desde lo alto de sus 36 metros. Construida para impedir los ataques de los árabes y los genoveses, posteriormente fue usada como prisión hasta la época actual que sirve, junto con la Torre del Elefante, como puerta de entrada al castillo. Las dos juntas son una de las vistas clásicas de la ciudad. Más y más fotos nos echamos en parejas y en grupo, aprovechando la amabilidad de otros turistas que por allí había. Nora y Alberto, abrazados y muy cariñosos, se besaban a la mínima oportunidad que tenían. Por nuestra parte hacíamos lo mismo, me encontraba a gusto junto a ellos, al parecer Nora nada sabía del flirteo que habíamos tenido meses atrás.

Tras descansar un rato, tomamos un helado sentados en un banco. Comprobamos, aunque de todos es bien conocido, el sabor y calidad de los helados italianos. Nata y chocolate a partes iguales es el que elegí, saboreándolo con indudable placer. La siguiente parada pues queríamos aprovechar el tiempo, fue el Palazzo Viceregio en la plaza del palacio, una de las más importantes de la ciudad. Sede de los virreyes españoles data del siglo XIV. Más tarde sirvió de sede de los piamonteses y ocasionalmente acogió a la corte de Saboya en el exilio entre 1799 y 1814. A finales del XIX pasó a ser propiedad de la Provincia siendo decorada por Bushi con temas relacionados con la mitología clásica y la historia sarda. Según propias palabras del guía que nos acompañaba: “Il Palazzo è tappa obbligato per chi esplora il castello di Cagliari. Sede della Provincia è aperto gratuitamente al pubblico, Nelle sue sale si può ammirare lo sfarzo della nobiltà sarda di un tempo”. Mi italiano no es muy bueno pero creo que eso es lo que nos dijo.

Al fin y doblando una esquina, encontramos una vieja tasca típica en la que entramos a comer. Buena comida de la zona y una jarra de cerveza fría para los cuatro que buena falta hacía. Nos lo habíamos ganado. El joven camarero resultó de lo más amable, lanzándonos continuos piropos a las mujeres españolas pese a la presencia de nuestros maridos. Los italianos son incorregibles, le comenté a Nora tirándome ella un guiño de complicidad.

Entre bostezos por la digestión, nos obligamos pese a todo a seguir la ruta. No había mucha gente en la calle, solo los guiris y nosotros. La verdad es que ¿quién más podía estar a esas horas con ese calor? Sin desfallecer acabamos en la catedral que sirvió de bálsamo perfecto en el que refugiarse. Para mí, el interior de la catedral de Santa María de Cagliari es uno de los mejores rincones que me llevé de la ciudad. Es un interior que, por su mármol policromado, te deja en la retina unas imágenes bellísimas de cierta similitud con el interior de la catedral de Siena. De planta de cruz latina, posee tres naves con transepto y capillas laterales. En la bóveda de la nave central, contemplamos los frescos representando La exaltación de la cruz así como otro dedicado a La piedad y que según la guía de viaje pertenecían a Filippo Figari. En la cripta y según también leímos, se guardan los monumentos fúnebres neoclásicos de María Luisa de Savoia, reina de Francia, y el príncipe Carlo Emmanuele di Savoia.

Desviándonos un poco y para acabar y no hacerme pesada con más detalles de la visita turística, aunque estas cosas querido lector siempre apetece compartirlas, diré que al final del ajetreado día visitamos la Torre dell’Elefante para seguir luego hacia el Bastión de Saint Remy. En cuanto a la primera, a principios del siglo XIV y amenazada por el aumento de Aragón en el mar Mediterráneo, Pisa procedió a erigir enormes torres con el fin de consolidar su fortaleza en el sur de Cerdeña. La torre fue proyectada por el arquitecto sardo Giovanni Capula a principios del XIV y terminada en 1307. Gemela a la de San Pancracio, ha conservado hasta hoy su función de entrada al Castello. Encajonada en una esquina del precioso barrio de Castello, junto a la Iglesia de Santa Croce y el barrio judío, en la fachada sur aparece la pequeña escultura de mármol del elefante, tal vez un símbolo del poder marítimo de Pisa. Salvando las escaleras y el ascensor con el que cubrir un tramo, pagamos el ticket para llegar a la parte más alta de la torre desde la que disfrutar de la caída de la tarde, casi anocheciendo. De forma disimulada y lejos del resto de turistas nos rozábamos entre tímidos ronroneos por parte de las mujeres, besos por aquí y caricias por allá sin duda se presentaba una noche movida.

Una bonita escalinata lleva hacia el bastión Saint Remy, uno de los símbolos de Cagliari el cual comunica el barrio de Villanova con el de Castello. Se construyó para dedicárselo a uno de los virreyes saboyanos en los primeros años del siglo XX. La escalera incorpora los antiguos bastiones construidos por los españoles en la segunda mitad del XVI. Desde su belvedere, la terrazza Umberto I, se puede gozar de una vista de 360 grados de la ciudad. Por una parte el puerto y el mar con el Golfo degli Angeli, y por la otra los tejados del barrio histórico de Villanova, la llanura del Campidano, las montañas del Parque dei Sette Fratelli…

-          Vamos a cenar algo, estoy hambriento –comentó Miguel a lo que todos asentimos tras el largo día que llevábamos encima.

-          Buena idea, te tomo la palabra. Yo también me muero de hambre –aceptó rauda Nora la propuesta de mi esposo.

Callejeando fuimos bajando hasta alcanzar el puerto, al fin en casa. En el silencio de la noche y con una imagen preciosa de las luces de la ciudad reflejadas en el oscuro mar, cenamos algo de pasta regado con un vino blanco. Lo habíamos pasado realmente bien, desde la mañana temí cualquier comentario por parte de Alberto pero debo reconocer que supo comportarse debidamente a excepción de alguna que otra mirada al escote que mi fina camiseta dejaba ver. Durante la cena reímos en buena camaradería con los chistes de todo tipo, incluso verdes, que mi marido y Alberto contaban haciendo que las mujeres nos desternilláramos de la risa. Al final del día y tras haber corrido de un lado a otro se hizo necesario el descanso del guerrero. Retozando en nuestro camarote, les escuchamos hacer lo mismo lo que nos encendió aún más. Entre nuestros gemidos placenteros, los escandalosos gritos de Nora retumbaban en mi cabeza. Juro que imaginé que era Alberto quien me hacía el amor.

El segundo día resultó tan intenso como el anterior o incluso más. Con el alba madrugamos para aprovechar el buen clima que se esperaba. Un café con que ponernos a tono y unas tostadas y ya estábamos todos listos para seguir viendo cosas. Cagliari alberga gran parte de la actividad comercial y turística de la isla. Cuenta con un interesante casco antiguo, el Castello, una estupenda playa (El Poetto en la que más tarde nos bañamos), y un núcleo comercial y de ocio en torno al puerto y al barrio de la Marina, con tiendas, bares, cafeterías y mucha animación. Los orígenes de Cagliari se remontan a la época de los fenicios en el inicio del pasado milenio. Al igual que el resto de la isla, con el paso de los siglos sufrió diferentes invasiones. Romanos, pisanos, genoveses y catalanes dejaron su huella hasta la unificación italiana. El paseo marítimo en el que nos encontrábamos, tiene en su margen del lado montaña unos edificios con sus pórticos y sus palacios de principios del Novecientos, bajo los cuales se disponen unas arcadas que cubren el paso a los peatones que recorren el barrio de la Marina. Este barrio originariamente destinado a alojar las viviendas de los trabajadores del puerto, de los aduaneros, de los pescadores y en general de la gente del pueblo de Cagliari, está estructurado en calles paralelas y perpendiculares.

Para los amantes de la gastronomía genuina pero también para los que aman las atmósferas pintorescas y auténticas, una de las etapas irrenunciables al visitar Cagliari es sin duda el Mercato Civico di San Benedetto. En el barrio de San Benedetto, se encuentra enclavado en el centro de la plaza delimitada por las calles Bacaredda (donde se encuentra la entrada principal), Cocco Ortu, Pacinotti y Tiziano. Sustituyendo al antiguo mercado cívico que se hallaba en el barrio de la Marina, las elegantes arquitecturas de la antigua estructura fueron derrumbadas cuando el ayuntamiento asignó el área a algunos importantes bancos que edificaron allí sus sedes. Hoy encontramos sólo una parte del edificio principal y algunas columnas del edificio soportalado.

Una asombrosa variedad de pescados, crustáceos y mariscos encontramos en la planta baja mientras en la primera planta se recogen los puestos de frutas y verduras, ricos en colores y perfumes, los de las carnes y los de quesos y embutidos, pan, dulces, vinos y gastronomía en general. Compramos unas manzanas de un amarillo esplendente para comer por el camino. Las voces de los vendedores declamando precios y calidades invitando a los clientes a la compra, suponen una atmósfera única con la que conocer el interior del alma de la verdadera ciudad. Paseando entre el tumulto de gentes, Nora inmortalizó con la cámara cientos de instantáneas llenas de color y costumbrismo.

Las doce y media de la mañana, nos dirigimos a la playa del Poetto con ganas de darnos un buen chapuzón. Los bikinis y bañadores bajo las ropas, a los cuatro nos apetecía refrescarnos con un buen rato de playa. Luego volveríamos en autobús para visitar por la tarde otros interesantes rincones. El Poetto es una extraordinaria e inmensa playa de arena blanca limpísima, de agua azul y transparente. La temperatura resultaba ideal para tomar un baño y disfrutar de la brisa marina y, aunque estaba llena de gente, pudimos encontrar sitio en primera línea, quitándonos enseguida las ropas. El primero en meterse al agua fue Miguel, siguiéndole Alberto a grandes zancadas haciendo saltar el agua a sus pies. No pude evitar observarle de arriba abajo, el pequeño slip negro marcándole un culo más que apetecible. Entre las aguas, chapoteamos sin poder evitar los roces aparentemente descuidados pero con los que sentí la sangre hervirme. Las mujeres pasando del uno al otro, besos y piquillos junto a Miguel, alguna que otra aguadilla y tímidos contactos sobre los pechos, las caderas, los muslos y el culo como parte de un juego divertido. Por mi parte, debo decir que alguna polla noté… no sé si la de mi marido o la de Alberto, seguramente la de este último. Acabado el baño, nos secamos encaminando los pasos hacia el autobús de vuelta para comer.

Adentrándonos en la Marina y como recomendación de unos turistas alicantinos a los que habíamos conocido el día anterior elegimos L’Oca Bianca, de comida autóctona, tranquilo y con buena carta. Para empezar probamos el hummus, y el delicioso Tomino grigliato al miele di corbezzolo, toda una exquisitez para los sentidos. Luego como plato principal Miguel reclamó la costata di cavallo, pidiendo Alberto brochetas de cordero especiado y servido con salsa de yogurt. Muy buena pinta ambos platos. Para nosotras, pasta con brécol y anchoas por parte de Nora mientras yo me decantaba por la pizza de pecorino que estaba deliciosa con su masa fina y un sabor increíble. El tiramisú estaba de vicio mezclado con un delicioso café y el vino de la casa también muy bueno y fácil de entrar lo que nos hizo acabar algo achispados. Por un precio más que decente la verdad es que salimos encantados. La tarde la gastamos en conocer aún más la ciudad, perdiéndonos entre calles estrechas y aprovechando para comprar algunos recuerdos que llevarnos. El anochecer nos sorprendió sin apenas darnos cuenta, nuestro segundo día ya casi se había consumido pero tras la cena vino lo mejor.

De vuelta al barco y separados en la calle brevemente unos de otros, les vimos besarse y comerse las bocas sin vergüenza alguna por su parte, creo que como una táctica de él para provocarme. Unos pasos por delante de nosotros, ella se dejaba abrazar pasándole Alberto el brazo por el cuello para atraerla. Alberto parecía ser un amante aplicado y considerado por los cuidados y arrumacos que con su mujer tenía. Por encima de las ropas se acariciaban empezando a excitarse, riendo y gimiendo Nora como una gatita. Les miraba embelesada, sus cuerpos jóvenes y en el frenesí de las caricias. Observándoles sintiéndome inquieta con la imagen de ambos mezclada, recordé el cálido encuentro junto a Alberto en el baño, le deseaba… y a ella también.

-          ¿Te gusta? –escuché la voz de mi esposo preguntarme en una de esas.

-          Me gusta sí.

-          ¿Te gustaría volver a tirártelo? –preguntó perfecto conocedor de lo que entre Alberto y yo hubo.

-          Claro, ¿por qué no? Y a ella también, ¿no te parece encantadora?

-          Uffff cómo me gustaría ver eso.

-          Quién sabe, tiempo al tiempo… de momento disfrutemos de ambos, ¿te parece?

En el barco Miguel puso rumbo mar adentro pero sin alejarnos de la ciudad, quedando mecidos por el suave oleaje. Nos duchamos y cambiamos, vistiéndome solo con el conjunto gris de blonda formado por sujetador y tanga que tanto me gustaba y una mínima camiseta blanca por encima que insinuaba más que mostraba mis encantos. Al salir con los otros noté las miradas inquisitivas que Alberto me lanzaba, gritándole Nora divertida al percatarse de ello.

-          Ey, ¿qué miras tú?

-          Eh, nada nada –respondió él negando tontamente entre las risas de su esposa.

-          Mujer déjale que mire, es normal –dijo mi marido dirigiéndose a la joven muchacha que se encontraba enganchada a su chico.

-          ¿Es que no te importa?

-          Nora, confío en mi esposa así que si un hombre guapo como Miguel la mira lo considero como lo más normal del mundo.

-          Vayamos a los sofás a tomar algo. ¿Qué os apetece? –zanjé dándoles la espalda en la que imaginé clavada la mirada de Alberto.

Dos coñacs con hielo para ellos y unas cervezas para nosotras, quedamos los cuatro sentados en los amplios sofás de asientos deslizantes y respaldos reclinables. Volvía a tener ganas de guerra y tal vez aquella noche se daba algo entre los cuatro. Sobre la tela negra de los asientos, nos encontramos las mujeres en medio mientras los hombres nos acompañaban a los lados. La joven rubia vestía un top de un fucsia chillón y un corto pantaloncillo tejano con el que dejaba sus bronceadas piernas al aire, a las que Miguel no quitaba ojo cada vez que ella giraba la vista para comentar algo con su marido. Sabía que le gustaba Nora, de hecho le gustaban todas y una joven veinteañera como aquella seguro que resultaba de lo más apetecible para sus turbios pensamientos. Los hombres con sus polos de manga corta y bermudas por encima de la rodilla, hablábamos los cuatro de diferentes cosas mientras disfrutábamos de nuestras bebidas a pequeños sorbos. Poco a poco la cosa se fue animando, haciéndose los besos continuos entre las parejas. Olvidados los unos de los otros, nos amábamos y besábamos entregados al deseo por el otro. Tras un último beso y abrazada por Miguel por detrás, me recosté sobre él sin apartar la mirada del joven matrimonio. Nora parecía ardiente por los besos que se daban, las lenguas y las piernas entrelazadas al tiempo que con las manos se acariciaban sin hacer caso a nuestra presencia. Al fin se separaron riendo al verse observados por nuestras inquisitivas miradas.

-          Pueden seguir muchachos, por nosotros no se preocupen –comentó mi esposo más que interesado en las curvas de la chica de su socio.

-          Perdón me dejé llevar por la emoción –dijo ella mostrándose un tanto vergonzosa por las palabras de Miguel.

-          Nada de perdón, os escuchamos follando anoche y resultó de lo más interesante.

-          ¿Tanto se nos oía? –preguntó ella tras mi comentario.

-          Hija pues claro, menudos gritos dabas. Nos pusieron a tope –aseguré riendo todos al unísono.

-          Lo siento pero sí, soy muy escandalosa… y Alberto es tan buen amante…

Aquellas palabras actuaron en mí como un aguijonazo, volviendo a recordar el día de su boda y para mí tuve que reconocer la razón que tenía. No pude evitar la tímida mirada en Alberto, cerrando los ojos al instante al verme sorprendida por la suya. Los abrí recostándome nuevamente sobre mi esposo, notándome inquieta ante la situación que se avecinaba. Tenía ganas, me moría de ganas por un buen polvo. ¡Guau, es increíblemente atractivo! –pensé embebida en mis propios pensamientos. Les miré, la mano de él tomándola por la cintura para acercarla. Eran hermosos, con la hermosura que daba la juventud de sus años. Ella rubita y más alta que yo, los pechitos se le marcaban puntiagudos bajo el top. Mientras, los brazos masculinos la envolvían cobijándola sobre su pecho en el que ella dejaba descansar la cabeza. De nuevo los recuerdos me atormentaron de cuando me sentí abrazada por él, deseaba volver a estar con Alberto. Había pasado tanto tiempo de aquello…

Frente a frente nos mirábamos los cuatro, ya con ninguna vergüenza por mi parte. Nora respondía del mismo modo, acurrucada en su esposo y estirando las piernas en el sofá. De espaldas a su compañero, aproveché para centrar la mirada en el trasero que el pequeño short remarcaba de manera violenta. Sonreí aviesa mientras creía dibujarse una pícara expresión en mi rostro. Empezaba a notar un conocido cosquilleo entre las piernas. Me fijé en sus pechos, redonditos y de gruesos pezones que se notaban a través de la tela. Más pequeños que los míos, me hubiera gustado chuparlos y lamerlos hasta arrancarle débiles gemidos de satisfacción. El ambiente se notaba caldeado en el silencio de la noche, no sé si los gestos de unos y otros pero era evidente el deseo que a todos nos embargaba.

Por suerte Miguel vino en mi ayuda haciéndome incorporar al separarse de mi lado. Dirigiéndose a la pareja, propuso jugar al póker saltando Nora con ademán sorprendido pero también con mirada alegre mostrando lo mucho que la idea le excitaba. Seguramente no esperaba la forma en que los acontecimientos se sucedieron. Yo tampoco –lo confieso aunque debo decir que la iniciativa me encantó.

-          Chicos está esto muy parado, ¿qué tal si jugamos a algo antes de ir a dormir?

-          ¿Jugar a qué? –preguntó la joven interesada en la propuesta.

-          ¿Qué tal algo de póker?

-          Ummmm, no sé jugar mucho pero si me enseñáis. Alberto sabe pero yo he jugado dos veces apenas.

-          Tranquila es fácil y lo pasaremos bien.

Volvió con la baraja en la mano y nos sentamos mezclados en el suelo, enfrentado Miguel a mí me encontraba con Alberto y Nora a los lados. Con la poca luz que había empezamos a jugar, repartiendo Alberto las cartas. Jugamos varias partidas, ganando dos de ellas mientras los hombres ganaban las restantes. Nora falsamente enfurruñada, decía que no se le daba bien aquel juego. Entonces fue cuando se encendió la gran idea, llevando la noche por caminos mucho más sinuosos para los cuatro.

-          Esto resulta un poco aburrido para Nora, ¿Por qué no le ponemos algo de interés?

-          ¿Qué propones? –soltó Alberto sonriendo abiertamente.

-          Bueno… en sí el juego sería el mismo solo que apostando algo cada vez. Podríamos jugarnos ropas en cada partida.

-          ¿Jugar al strip póker? ¿no puede volverse un poco peligroso? –le preguntó el joven.

-          Todo lo peligroso que nosotros queramos –respondió mi marido con rapidez.

No me lo esperaba pero realmente me encantó la malicia de mi esposo. En esos momentos estaba dispuesta a todo aunque no sabía cómo respondería la pareja. Sin embargo, un brillo especial cubrió sus rostros viéndoseles eufóricos por la idea. Estirándose toda ella, Nora quedó apoyada en un codo dándome la espalda y con los pies dirigidos a su marido. La observé detenidamente, sus cabellos sueltos por encima de los hombros y la piel bronceada que daba ganas de mordisquear. Bromeaban riendo entre ellos mientras Miguel repartía esta vez. Sin cortarme un pelo miré de forma directa y provocativa al joven, devolviéndome él una mirada penetrante y fugaz para bajarla después hacia mis muslos antes de apartarla finalmente. Me deseaba, estaba segura de ello. Aquello parecía marchar, me sentía cada vez más excitada y nerviosa y eso que no habíamos empezado. Ahora fui yo la que fijé la atención en la entrepierna de Alberto, descubriendo un tímido abultamiento entre ellas. Me humedecí los labios cambiando yo también de posición.

El primero en perder fue Miguel, diciéndole yo que se quitara el polo que hacía calor aquella noche. Todos rieron ante mi atrevimiento y en la segunda quien tuvo que pagar prenda fue Alberto, pidiéndole la joven que hiciera lo propio para no dejar a su amigo en desventaja. Volvimos a reír con un nerviosismo creciente. Las miradas no mentían, antes breves se hacían ahora intensas y procaces. Todos entusiasmados por lo desconocido a lo que todo aquello podía llevarnos, al menos en mi caso así era. Poco a poco fuimos deshaciéndonos de prendas, animados y excitados ya nadie quería dejar de jugar. Perdí yo y sin dudarlo me deshice de la camiseta, quedando con el bonito sujetador gris de blonda ante ellos. Un silbido de admiración escapó por parte de mi marido. Los ojos de los tres, incluso los de Nora cayeron sobre mí dejándome observar por ellos sin buscar taparme.

Quien más quien menos, todos fuimos quedando desnudos y sin evitarlo la vista se me iba irremediablemente hacia los bultos de los chicos, aunque más al de Alberto por la novedad. A Nora le pasaba lo mismo con Miguel en este caso, pues en más de una ocasión pude engancharla con la mirada fija en él. Centré también la atención en los pechos de la joven, no apartándola de ellos al verme sorprendida por ella. Solo en ropa interior, tenía un cuerpo bonito de curvas exquisitas y sinuosas. Las tetas con el bronceado del mar y en las que destacaban los oscuros y duros pezones, sin duda por la excitación que la dominaba. Era bellísima y no pude más que humedecerme los labios deseándolos.

Jugábamos y bebíamos, cerveza ahora para todos en buena hermandad. Pero en una de esas Alberto hizo que las cosas derivaran en otro sentido. Perdió Nora y su marido pidió que las mujeres nos diéramos un beso con lengua, apasionado y sensual. Poco a poco la cosa se iba poniendo de lo más interesante para el grupo. Ni corta ni perezosa y con cara de inocente, la vi abrir los labios sacando tímidamente la lengua lo que me dio un morbo infinito. Entonces acercándome a ella y cogiéndola por el mentón con cariño, ayudando la joven al abandonar la cabeza atrás, rocé mi lengua de forma suave con la suya dándole pequeños toquecillos con la punta para acabar envolviendo el labio inferior con mis labios. Separadas la una de la otra, la observé humedecerse demostrando lo mucho que le ponía.

Volví a acercarme esta vez con mayor interés, uniendo ambas las bocas para en una tercera intentona abrir los labios en un beso cálido con el que ir avanzando. Sonriendo perversas le pasé la mano por detrás del cuello, llevándola hacia mí para besarnos de forma inconfesada. El beso se hizo sensual y desenfrenado a rabiar. Lengua sobre lengua en el interior de su boca, la apreté con fuerza loca de deseo. Su boca fresca mezclada con el calor de las salivas, me excitó hasta límites insospechados gimiendo con la pasión de Lesbos. Sentir sus firmes pechos rozando los míos, produjo en mí un inevitable estremecimiento corriéndome de la cabeza a los pies. Arrastradas por la emoción del momento, Nora me tomó el rostro besándome en la boca de manera apasionada y salvaje, apremiando mi lengua con la suya fundidas en un abrazo que nos llevó a gemir con las caricias mutuas en cada rincón de nuestros cuerpos. Al fin nos separamos, mirándome la muchacha con una sonrisa de pillina con la que me desmontó por completo. Con el aliento entrecortado se la veía excitada y salida, evidentemente aquello le había gustado tanto o más que a mí. Entretanto los hombres nos jaleaban entre gritos y silbidos, más que calientes por el espectáculo que les habíamos ofrecido.

-          Madre mía, qué morbo tienen estas mujeres.

-          Desde luego que sí –respondió mi esposo entregado con la imagen de las dos.

-          Bueno, se acabó el espectáculo. Sigamos jugando –dije quedando en mi sitio, la mirada turbia que me costó recuperar.

Perdió Miguel en la siguiente ocasión y, lanzada por completo, le pedí a la joven que le hiciera una felatio. Puesto en pie y arrodillada ella a sus pies, tras quitarle el bóxer se la lamió y chupó hasta ponérsela como un palo de dura. Separándose Nora un momento de él pude ver aparecer la polla de mi marido, el capullo brillante de las babas de ella. Él gemía complacido con el trabajo de aquella boca y lengua de las que unos instantes antes había yo disfrutado. Mientras les veíamos, Alberto y yo cruzamos las miradas diciéndonos todo sin decir palabra.

Llegó mi turno y entonces fue Nora la que me pidió que me corriera haciéndome un dedo delante de todos. Todos quedaron expectantes. Echándome atrás y abriendo las piernas empecé a acariciarme muy lentamente, gimiendo de tanto en tanto con el movimiento de mis dedos. Me deshice del sujetador con rapidez, quedando mis grandes pechos al aire. Los tres me miraban, comiéndomelos con la mirada e interesados en cada una de mis caricias. Cogí una de las tetas sobándomela con descaro, pellizcando esta vez el pezón, apretándolo y pasando la yema del dedo en pequeños círculos. La otra mano la fui bajando muy poco a poco, tomándome mi tiempo y provocándoles con mis lentos movimientos.

Mordí el dedo atrapado entre los dientes, y así fui recorriendo primero la mejilla que sentía arder bajo mis dedos, la barbilla, el cuello pasando por la garganta hasta acabar en el otro pecho que acaricié llevándolo a la boca para jugar suavemente con los pezones, ahora el uno ahora el otro. Los lamí haciéndolos crecer con el ligero juego que mi lengua y labios les daban y con cada nuevo lametón gemía levemente, los ojos entrecerrados por el placer que yo misma me procuraba. Continué bajando al deslizar la mano por el abdomen y la cintura, metiéndola bajo el tanga para encontrar el poco vello que me cubría el pubis. Con los dedos tiré la tela a un lado, mostrando la raja al interés colectivo. La atractiva rubia no perdía detalle de cada uno de mis movimientos, removiéndose agitada sin saber cómo colocarse. Alcancé los pelillos retorciéndolos entre aquellos para seguir avanzando y acabar en la vulva húmeda de jugos. Volví a gemir, abriendo los ojos y cruzando la mirada nublada con la de mi esposo que disfrutaba el juego que frente a ellos desarrollaba.

Los dedos corriendo arriba y abajo, acariciando con lentitud exasperante los labios abultados para, una vez reconocida la zona, comenzar a gemir de forma placentera al hacerlo con mayor premura. Mojada y lubricada, entré uno de los dedos en la vagina comenzando de ese modo a moverlo adelante y atrás, masturbándome furiosa mientras acallaba los primeros gemidos y lamentos al morderme el brazo. Me removía sin dejar de masturbarme, adentro y afuera buscándome lo más hondo de mí misma para gozar la propia follada. Un segundo dedo metí haciendo la caricia más profunda, abriendo las piernas al tirarlas hacia delante. Con ello la imagen que les daba era completa, seguramente no se perdían detalle de nada de lo que hacía.

Los dedos se hundían entre los pliegues hechos un charco, rápido y una y otra vez produciéndome estertores de satisfacción, pequeños grititos de puro goce con cada nueva entrada. Me retorcía sobre mí misma, jadeando con dificultad, la respiración pesada entregada por completo al deleite con el que me complacía. Pegué un quejido en el silencio que me rodeaba, relajándome y haciendo la follada más lenta y pausada. Adentro y afuera, adentro y afuera cubriendo los dedos con el brillo de mis jugos. Los saqué, los ojos medio abiertos en el momento en que los llevé a la boca disfrutando lo amargo de su sabor. Me supo a gloria y así estuve chupándolos hasta dejarlos limpios de mis placeres. Sonreí al pensar en que me miraban y continué con lo mío, todavía no me había corrido tal como Nora me había pedido. Debía ser más intensa en mis roces, implicarme aún más en ello hasta que el orgasmo me visitara. Aunque también deseaba atrasarlo lo máximo posible, gozar de mis propias caricias provocando en mí un placer pleno con el que llegar al clímax.

Doblando las piernas y elevándolas para quedar más mostrada, tomé el botón de mi placer entre los dedos iniciando un suave pero permanente movimiento por encima. Pronto respondió a la llamada, aumentando de tamaño con la cada vez más rápida masturbación. Dos dedos penetrándome la vagina mientras pasaba los otros sobre el clítoris de manera furibunda. Nuevamente removiéndome con la paja que me daba, la cabeza se me iba a otros lugares mucho más distantes, viejas fantasías llenas de vicio y perversión que tanto me atormentaron en la adolescencia. Con alguna bella compañera del internado juntas en la soledad del baño, acariciándonos y reconociéndonos los cuerpos mutuamente. O aquel familiar lejano, al que conocí en ciertas vacaciones en casa de mis tíos y con el que al fin descubrí mi sexualidad en compañía de un miembro del otro sexo.

Casi sin darme cuenta busqué el agujerillo estrecho, rozándolo con lentos y sutiles movimientos que tuvieron la virtud de excitarme aún más. Los dedos procurándome un placer inmenso tanto en uno como en otro agujero, pasando alternativamente de uno al otro, la cabeza dándome vueltas me faltaba ya poco para el deseado final. Moví los dedos con ligereza inaudita, casi con violencia camino del orgasmo. Hasta el fondo, escuchándose el chapoteo que los dedos producían al introducirse en mi interior. Los saqué llevándolos al culo que fui penetrando entre gritos desconsolados al alcanzar el clímax más intenso. Fuertes espasmos me envolvieron el cuerpo, retorcida sobre el suelo sin parar de buscar alivio al acariciarme el pecho y la parte baja del vientre. Tenía el clítoris completamente enrojecido e inflamado. Caí hecha un guiñapo entre los gritos de los tres pérfidos que me acompañaban.

-          Guau, qué orgasmo más bueno Rosana. Te entregaste hasta el final –escuché la voz de Nora jalearme.

-          Estupendo, ha sido realmente estupendo –exclamó Alberto sin quitarme ojo de encima.

Con el rostro encendido por lo cachonda que me había puesto, fui recomponiendo lentamente la figura. Resoplando, descubrí con agrado las pujantes y escandalosas erecciones que se les veían a los hombres. Sin decir palabra quedé sentada en espera de la próxima prenda a pagar. Alberto se apresuró a repartir las cartas. Y fue cuando volvió a perder Nora, dando mi esposo la puntilla a la noche.

-          Nora has perdido, te toca pagar prenda. Propongo un intercambio de pareja. Rosana y Alberto pasarán la noche juntos mientras nosotros hacemos lo propio.

-          ¿Qué dices Miguel? Creo que te has pasado con eso –exclamó Nora quejándose sin creer las palabras de mi esposo.

-          El juego es el juego y hemos venido a jugar. ¿O acaso te echas atrás? –le preguntó lanzándole una mirada brillante.

-          ¿Echarme atrás yo? Ahora verás…

Poniéndose en pie y sin encomendarse a dios ni al diablo, seguramente sólo a sus instintos más primarios, le alargó la mano a mi marido haciéndole seguirla. Pronto escaparon escaleras arriba camino de la cubierta. Por mi parte y viendo a mi compañero guiñarme el ojo, me hizo acompañarle al camarote en busca de la necesaria intimidad.

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Persiguiéndome hasta el camarote donde solía pasar las noches con mi esposo, me lanzó sobre la cama quedando sentada en la misma.

-          Deseaba esto hace tiempo, sabes no tengo suficiente con Nora. Necesito mucho más…

-          Ufffff, no me digas eso –exclamé posicionándome de la mejor manera.

-          ¿Por qué no? Es completamente cierto.

-          Lo sé tonto, yo también tenía ganas de estar contigo. Bésame anda.

Gateando sobre la cama le animé a que me siguiera. Cayó a mi lado, arrodillado para con urgencia acercarse buscándome la boca. Nos besamos con suavidad, juntando los labios para apretarlos con la presión precisa. Notando el deseo que le embargaba igual que me pasaba a mí. Saqué la lengua, provocando la unión con la suya en un beso mucho más cálido y sensual. Mientras, Alberto con las manos me tomaba el rostro haciéndolo ladear al tiempo que la otra resbalaba por mi cuerpo hasta alcanzar el pecho. Me dolían las tetas, duras e hinchadas y con los pezones muy gruesos. Gimiendo levemente, me junté al muchacho sin dejar de besarnos locos de pasión. Las manos en sus brazos me dejaba amar, los ojos entrecerrados bajo la poca luz que el camarote ofrecía. Como en el día de su boda, deseaba sentirme suya y tenerle dentro de mí haciéndome gozar desesperada.

-          Bésame Alberto… bé… same cariño.

-          Te deseo, te deseo… no sabes cómo te deseo.

-          Yo también a ti, pero tomémoslo con calma. Tenemos horas para nosotros, no las prisas de la otra vez.

-          Tienes razón, quiero disfrutar de ese cuerpo tan deseable que tienes.

-          Uffffffffffff.

Arrodillado frente a mí, quedó en pelotas al deshacerse del slip tarea en la que ayudé bajándoselo con un fuerte golpe de mano. Me besó el cuello entre los jadeos que ambos producíamos. Separándome, le miré a los ojos para enseguida caer sobre el torso velludo que lamí y besé descendiendo en busca de lo que tanto tiempo llevaba aguardando. Le besé la barriga, el vientre rozando con la cara su sexo inflamado. Me la metí de una sola vez tragando gran parte de ella. La tenía completamente dura, del modo en que la había disfrutado en la estrechez de aquel baño. Chupé con ganas, la cabeza arriba y abajo y sin soltarla un solo instante. Ayudándome de la mano, le masturbé mientras con los labios envolvía el glande que notaba llegarme al paladar. Alberto nada hacía, solo mantenerse arrodillado, quieto y sin parar de gemir con mis atenciones. Apoyada en sus recios muslos, volví a tragarla todo lo que mi boca daba. Sin necesidad de las manos, me encontraba cómoda frente a aquel coloso al que hacía palpitar con mis succiones. Quería que disfrutara como yo lo hacía. Evidentemente le gustaba. Noté su mano por el cuerpo, acariciándolo suavemente para acabar en el culo del que se apoderó tomando luego mi sexo encharcado. Los dedos por encima de mis labios, deseosos de acoger la presencia que tanto necesitaban. Entonces fue cuando los noté resbalar en el interior de mi vagina. Di un respingo al sentirlos empezar a follarme de forma rápida. Con la mano resbalando de su culo al muslo, continué con lo mío atragantándome con su grosor.

-          ¡Me encanta… dámela, dámela toda… la quiero toda cariño!

-          Cómetela Rosana, lo haces muy bien.

-          Gracias, quiero que lo pases bien –dije con sonrisa perversa.

-          Lo haces perfecto, te lo aseguro pequeña. Eres una mamona estupenda.

-          Ummmmm –volví a metérmela de una sola vez.

Sacándola para darle un mínimo respiro, pasé la lengua a lo largo del tronco desde la base hasta la cabeza amoratada y muy gruesa. Era un músculo grueso y venoso, algo más largo que el de Miguel y en el que la sangre corría bombeando y agradecida a la labor. Pese a lo concentrada que me encontraba, no me pasaron desapercibidos los sollozos, ronroneos y lamentos que a través de la ventana abierta se escuchaban. Aquellos dos lo estaban pasando bien, de eso no había duda. Seguí con lo mío, ofreciendo a mi joven compañero el mejor de los placeres con mis lametones y succiones. Chupándole los huevos, me los metí en la boca notándolos duros y cargados. Eso me hizo ser más aviesa, lamiéndolos y jugando con ellos provocando en mi hombre constantes gemidos de placer.

-          Joder Rosana, qué bien lo haces. Chupa guarrilla, chupa… me vuelves loco.

-          ¿Qué tal vas? –pregunté tomando algo de aire.

-          De maravilla, la chupas de miedo cabrona.

Aún le quedaba para correrse, ya me encargaba yo de ello. Quería disfrutarlo mucho más y que me diese todo lo que su cuerpo masculino y varonil guardaba. Deseaba tener su polla dentro de mí y que me follase hasta acabar los dos rendidos. Despacio y lamiéndole entero, la barra de carne se veía húmeda de mis babas que esparcía con los labios y la lengua sin cesar en mi ataque. Centrada en el hinchado capuchón, lo envolví rozándolo lentamente con los labios para dejarlo libre y de nuevo apoderarme del mismo cerrando los ojos. A Alberto se le veía en la gloria por lo mucho que disfrutaba, cogido a mi cabeza para que no le abandonara. Adelante y atrás y así una y otra vez hasta que le sentí temblar bajo mis caricias. Paré permitiéndole un breve descanso, el pobre lo necesitaba con urgencia.

La mano del hombre sobre mi pecho, me incorporé para besarle una vez Alberto se deshizo del slip quedando totalmente desnudo. Tumbado en la cama monté encima, removiéndome sobre su rostro que inspiraba mis aromas al tiempo que comenzaba a lamerme. Entre débiles grititos saboreé el roce continuo, moviéndome adelante y atrás para hacer el placer más intenso. Mi joven amante lamía gozoso, el rostro congestionado por el deseo. Yo gemía y sollozaba con el contacto de su lengua por encima de mi órgano más sensible. Hundía la lengua en el interior de la vagina para luego sacarla y volverla a meter, y así una y otra vez. Sentía también el roce continuo de la nariz sobre la piel, ahogado el joven en su mágica tarea. Mientras mis manos le ayudaban abriendo los labios a los lados, con las suyas me tomaba los pechos masajeándolos sin descanso. Los pezones hechos pitones cayeron en su poder, retorciéndolos y apretándolos entre los dedos hasta hacerme gritar de dolor. Duros como piedras al pellizcarlos con lujuria malsana.

-          ¡Oh sí mi amor, chupa… chúpame toda dios!

-          Así cariño así… deprisa, deprisa… sí qué gusto.

Entre mis piernas Alberto no podía hablar, tan ensimismado estaba bebiendo el manantial de jugos con que le obsequiaba. Lo hacía bien, metiendo la lengua entre los pliegues para después pasarla por toda la raja arriba y abajo acabando finalmente en el botón endurecido. Cada vez más rápida, la nariz en tensión con los pelillos bien cuidados y sin dejar de succionar con deleite.

Hacíéndome levantar, quedé tumbada de lado en la cama. Las piernas dobladas y respirando con dificultad esperando su próximo movimiento. Levantando una de ellas para mostrarme mejor, pasó ahora la mano por la rajilla. Enganchada del vientre acarició la vulva empezando a meter un dedo entre los abultados pliegues. Gimoteé cayendo sobre las sábanas, a las que me agarré soportando la tensión. Lo metió entrándolo hasta el final, favorecido por lo muy mojada que estaba. Así me fue follando primero lento y luego más y más rápido produciendo en mí un placer intenso. Arrodillado entre mis piernas, la imagen que le ofrecía imagino que debía resultarle de lo más sugestiva. Introducido de nuevo, el dedo se removía adelante y atrás sacudiendo las paredes que lo envolvían. Ese primer dedo no tardó en verse acompañado por un segundo, abriéndose la vulva bajo su empuje. Con estupor por mi parte, vi acometer otro dedo y uno más que entraban y salían llenos de mis líquidos. Sollocé quejándome inquieta por la presión que producían, removiéndose inquietos y decididos. Creí morir de gusto, el placer abandonándome entre las piernas con el continuo ir y venir.

-          Tranquila pequeña, relájate y verás que lo pasarás bien.

-          Eres fantástico… ¿qué pretendes hacer conmigo?

-          Ya lo verás, tú sólo relájate y disfruta.

Me dejé llevar cerrando los ojos y entregada a sus sabios consejos. Poco a poco fue tomando mayor actividad, hundiéndose con descaro y velocidad. Acallando los jadeos, mordí los labios al abrir los ojos víctima de su dominio. Alberto me follaba con rapidez, la vulva abierta de manera casi milagrosa para que por ella se hundieran los traviesos dedos. Sacándolos me los dio a probar, notando mis jugos cálidos y amargos. Luego él hizo lo mismo, viéndole gozar los aromas de mi sexo empapado.

-          ¡Me encantan tus jugos pequeña… estás ardiendo!

-          ¿Y cómo quieres que esté? Me tienes cachonda perdida.

-          Eso está bien. Así quiero tenerte pequeña guarrilla.

-          No me digas esas cosas, ¿quieres?

-          ¿Acaso te molestan?

-          Calla y dame placer. Hazme correr, lo necesito –respondí echándome adelante para quedar completamente expuesta.

Nuevamente fue metiendo los dedos uno a uno, mi sexo tomándolos agradecido por el nuevo placer que se avecinaba. Presionaba cada vez más y más y fue cuando supe lo que en realidad pretendía. Lentamente y sin dejar de empujar vi cómo mi sexo se abría dando paso al puño entero. Un dolor fuerte e intenso me invadió haciéndome gritar. Despavorida no pude aguantar la tremenda sensación que aquello me ocasionaba. Me corrí entre continuos chillidos y aullidos de puro placer, meándome al tiempo escapando el líquido entre mis piernas. Sí, no lo pude evitar. Aquel cabrón me puso tan perra que el orgasmo se mezcló con mi abundante meada. Saltando por los aires para ir a parar al suelo, por suerte no cayó mucho sobre la cama.

-          ¡Cabrón cabrón, me meo de gustoooooooooo!

-          ¡Sí córrete guarrilla, córrete así… muy bien! –sus palabras sucias me animaban mientras sentía el orgasmo hacerse un segundo entre los gritos que daba.

Metiéndose en mi entrepierna saboreó el sexo encharcado sin darme opción a la réplica, a él también se le veía lanzado y yo lo suspiraba claro. Introdujo la lengua en la vagina, chupando mi humedad hasta dejarme bien limpia. Con las manos en su cabeza le apretaba pidíéndole seguir, el aliento de su boca haciéndome arder. Todo aquello resultó tremendo para mí, abatida en la cama por uno de mis mejores orgasmos.

Tras tomar un mínimo aliento, comencé a comerle la polla tumbado sobre la cama como se encontraba. De espaldas a él y a su lado, se la chupaba devorándola con devoción. Echada a un lado en un breve descanso que le permití, me giré mirándole con sonrisa traviesa al quedar arrodillada. Le deseaba, me moría por darle placer, por saborear ese miembro joven una y otra vez. Seguimos mirándonos, los ojos reflejados en los suyos en los que se veía el mismo deseo. Tiesa como la tenía, me la metí en la boca sin necesidad de las manos. Alberto gimió complacido, haciéndose el gemido un gruñido ronco al pasar la lengua, lamiendo y chupando el tronco con emoción. Con los dedos le cogía los huevos para apretarlos y lamerlos de manera deliciosa. El chico flipaba con lo lanzada que estaba, mientras enredaba los dedos en mis cabellos estimulándome a continuar.

La tomaba y la abandonaba, excitada al máximo con el contrincante al que me enfrentaba. Gruesa, dura, la cabeza hinchada y amoratada palpitando con cada nuevo roce. Me encantaba, quería hacerle sufrir y así paraba y continuaba según veía responder el pene inquieto. Deprisa o despacio, envolviéndolo con los labios para tragarlo o bien soltándolo al lamerlo del modo más perverso que sabía. También me ayudaba de la mano, moviéndola sobre el tronco adelante y atrás. Me ahogaba con él pero no quería dejarlo escapar. En esos momentos era mío y ya no me acordaba de los otros, aunque de vez en cuando se escuchaban los mismos jadeos y lamentos procedentes del exterior. Alberto gemía, los ojos cerrados para abrirlos al levantar la mirada hacía mí. Sonrió con mi locura, volviendo a caer atrás dejándose llevar.

-          Chupa chupa… estás hambrienta nena.

-          Hambrienta sí, hambrienta de ti… glupsssssssss.

-          ¡Sigue sí… joder nena, joder!

Yo no cejaba en mi empeño, enloquecida y sin parar de pasar la lengua bajando hasta apoderarme de los testículos que se notaban sólidos y cargados. Moviendo la cabeza me los metí en la boca, dando al muchacho un placer intenso por como suspiraba. Quedamos en posición inversa formando un agradable 69. De ese modo, podía cerrar las piernas en torno a la lengua maravillosa que me lamía. Alberto me tenía cogida de la pierna y la nalga, enterrando la lengua para volver a sacarla jugando con los alrededores de tan sensible zona. Los dos al tiempo, actuando golosos en respuesta a las caricias del otro. Ahora sí le tenía bien sujeto, abriendo la boca para gimotear con el cálido roce que mi entrepierna sufría. De nuevo los jugos volvieron a mí, escuchándose con el paso de la lengua por encima de la vulva. ¡Cómo me ponía, me ponía totalmente cardíaca sintiendo el placer escapar por la boca!

Tragué polla, hundiéndola una y mil veces para ahogarme con su poderío masculino. Hasta el paladar y golpeando el interior de la mejilla con aquello tan largo y duro, realmente me costaba pero seguía y seguía. Rugiendo emocionada, escupí repartiendo las babas arriba y abajo quedando el pene brillante de mi pasión. Y mientras, él continuaba por abajo metiendo la lengua y abriendo los labios con los dedos para poder hacerlo más profundo. Acompañando la caricia, llevé el dedo a mi agujero posterior hundiéndolo tan húmedo como se encontraba. Casi me corro de gusto una vez más pero, por fortuna, pude reprimirme pese a lo mucho que me costó. La lengua malsana me penetraba sin descanso, adentro y afuera para luego golpear el clítoris produciéndome una sensación de alivio. Alberto chupaba y me follaba con uno de sus dedos, retorciéndome bajo su ataque tirando la pierna arriba. Con rapidez movía el dedo entre el movimiento circular de mi culo, moviendo las caderas para disfrutar aún más el roce de aquel dedo maldito. Los ojos fuera de las órbitas, vueltos de revés para acabar quedando en blanco… ¡Cabrón, cabrón… me iba a hacer correr!

-          ¡Sí sí Alberto… me vas a hacer correr maldito!

-          ¡Córrete sí… dámelo otra vez, dámelo sí… lo quiero!

-          Sigue sigue… dios qué bueno… me corro, me corro sííííííííííííí.

Me corrí una vez más, entregándole la abundancia de mis fluidos. No sé qué me ocurría pero con Alberto sentía una atracción especial con la que notarme aún más cachonda de lo que en mí es habitual. El joven macho me gustaba debo reconocerlo, haciéndome partícipe de todo lo que en la cama podíamos inventar. Su poderío masculino, su pecho velludo y con el que me gustaba jugar, su pene grueso y brillante que me llevaba al punto exacto de ebullición.

Desmontando a un lado quedé con la cabeza sobre la almohada, sonriéndole y reclamando ya lo que tanto necesitaba. Deseaba tenerle dentro, no aguantaba más la espera y era ya momento de dar el siguiente paso. Se lo dije abiertamente aunque seguro que sabía bien lo que tanto ansiaba. Necesitaba con urgencia la amenaza de su sexo que veía colgarle entre las piernas. Elevado y curvado, se veía listo y así abrí las piernas esperando el terrible aguijonazo. Se unió a mí besándome con ternura, al entregarme su lengua áspera y cálida que descubrí juguetear con la mía. Cerré los ojos entregada por entero abriéndolos para encontrarlo junto a mí, el aliento rozándome la mejilla. Fue cuando se lo dije.

-          ¡Fóllame Alberto, fóllame… te necesito!

-          ¿Quieres que te folle nena?

-          Ummmm, me muero porque lo hagas.

-          Está bien, abre más las piernas…

En posición del misionero me penetró sin esperar a más. A la primera costó pero a la segunda entró perfecta. Enganchada al largo instrumento, gimiendo levemente al morder el labio con desazón. Me llenó entera como aquella noche en el baño del restaurante. Miles de recuerdos volvieron a mi cabeza, los ojos cerrados dejándome empalar por él. Al fin lo tenía todo dentro sintiendo los huevos hacer tope. Quedé parada, mirándole a los ojos antes de echar la cabeza atrás suspirando de emoción. Las manos en los pechos, subí una al cabecero con el que la cabeza me rozaba. De un solo golpe, arrancándome un gemido lastimero que pronto se convirtió en una sucesión de ellos al empezar a movernos al ritmo que me dictaba. Le tenía dentro de mí, ¡wow, tanto tiempo deseando tenerle y al fin le sentía golpearme con su fuerza arrolladora! Cayendo una y otra vez, acompañado por el movimiento de mis caderas con el que atraerle aún más. El ritmo se hizo rápido y sostenido, ciertamente nos entendíamos a la perfección de lo que ambos sacábamos provecho. Agarrada a su brazo, sollozaba y gimoteaba con cada nuevo golpe. Llegándome hasta el final al caer sin consideración alguna, golpes duros y secos con los que dejarme sin respiración. En mi debilidad entreabría los ojos para pedirle que siguiera, agradeciendo por completo el ritmo que llevaba. El miembro resbalaba arrollador entre mis paredes y yo solo podía soportarlo del mejor modo que podía, esto es jadeando camino de un nuevo placer. Me encantaba, juro que me encantaba. ¡Era tremendo!

-          ¿Te gusta pequeña? ¿dime… te gusta?

-          Me encantaaaaaa. ¡Qué polvo más rico muchacho! –exclamé respondiendo junto a su oreja que lamí con lascivia maligna.

-          Muévete Rosana, muévete… así así, muy bien.

Las piernas levantadas, las dejé caer para quedar mejor apoyada. Y así siguió, siguió y siguió, entrando y saliendo, clavándose entre gruñidos furibundos. El joven macho parecía querer romperme, su peso cayendo al hundirse en mi coñito que sentía irritado pero ávido de más. Adentro y afuera y no se detenía, las pelvis unidas por la locura del sexo sin descanso. Los dos bufábamos, resoplábamos, nos animábamos con palabras soeces e insultantes. Eso me ponía aún más, tenerle abrazado diciéndome las palabras más sucias que una pueda escuchar.

-          ¡Cabrón cabrón, dame con fuerza cabrón! ¡Sí rómpeme!

-          ¡Sí puta sí… toma polla, toma polla putita!

-          ¡Oh sí, sigue sigue!

-          ¡Toma polla, toma… muévete pequeña zorrita, muévete vamos!

Nos insultábamos removiéndonos sobre las sábanas revueltas, moviéndonos acompasados sin parar de gritar ahora descontrolados. ¡Madre mía, qué polvo… qué polvo! Alberto aguantaba bien y yo lo disfrutaba, notando las fuerzas irse entre las piernas. Cogida de las mismas, me follaba con enorme ímpetu, entrándome hasta los huevos que rebotaban desenfrenados. Con el rostro enloquecido por el momento, el joven me daba una y mil veces alargando milagrosamente su orgasmo. De las sábanas me agarraba con fruición, clavando las uñas en ellas sabiéndome tan loca como él. Mientras me follaba, con dos dedos me penetraba yo misma abriendo el anillo anal para hacerlo más perverso. Me corrí soportando sus ataques, no se detenía y el ruido del moverse sobre mis líquidos se hizo presente con las continuas entradas y salidas.

-          ¡Más, más, más… joder qué bestia!

Acariciándole la espalda para bajar las manos a su culo, crucé luego las piernas tras él para atraerle más. Lo quería entero dentro de mí, no me cansaba de él y de su polla incansable. La mirada se me nublaba, imaginé que no tardaría en correrme de nuevo pero Alberto no daba muestras de lo mismo. Quedamos parados, haciéndolo ahora mucho más lento, moviéndose el muchacho con suavidad para acabar saliendo finalmente de mí entre mis quejidos de protesta.

-          No la saques no… por favor, no la saques.

-          Date la vuelta pequeña –su voz ronca me pidió ayudándome a volver tomada de la cintura.

Tumbada en la cama sin dejarme incorporar, me penetró con violencia como el animal en que se había convertido. Grité al sentirme llena de él. Bien apoyado con las manos a los lados, Alberto comenzó a caer de forma lenta y continua tomándome luego de la cintura para adoptar un ritmo más vivo. Me tenía agotada pero loca por sentirle más. ¡Qué poderío, qué potencia de joven macho! Incorporada a cuatro patas, dejé que me amara a su total placer que era también mi propio placer. Nuevamente volvieron los golpes secos y seguros, brutal en sus envites cada vez más duros, pegado completamente a mí. Cayendo hacia delante, soporté como mejor pude los movimientos adelante y atrás, clavándose y desclavándose el miembro imparable. Madre mía cómo me daba, no os lo podéis llegar a imaginar. Los ojos en blanco, la respiración entrecortada mezclándose con los jadeos de mi joven amante. No te pares, no te pares nunca –pensaba para mí mientras las manos se enredaban en la tela arrugada de las sábanas. Y así seguimos unos minutos más, no sé exactamente el tiempo pues lo perdí totalmente de vista entregada a lo que me hacía. Con la mano me masturbaba yo misma, rozándome el grueso aparato cada vez que entraba hasta el fondo.

-          Joder nene, dame con fuerza… ¡rómpeme, rómpeme toda!

-          Así así, muévete Rosana… qué culo más rico tienes.

-          Arggggg, arggggg… sigue, sigue muchacho.

La polla martilleándome entre las paredes me aproximaba a un nuevo placer, seguramente el más intenso de todos. Quería que se corriera en mí, sentir su leche saltar entre sus placenteros gemidos. Jadeábamos, nos decíamos de nuevo palabras sin sentido, lanzados en la espiral irrefrenable del momento. Me gustaba hablar cuando lo hacía. Con Miguel la confianza era habitual, pero con Alberto descubrí que disfrutaba del mismo placer, que le daba el mismo morbo que me daba a mí todo aquello. Así yo le hablaba y él me respondía, como lo hacíamos después al revés sin cortarnos para nada, conociendo de ese modo todo lo que podía llegar a excitarnos. Tan cómodo como se encontraba, no paraba de caer, clavándose entre mis paredes irritadas y humedecidas que recibían al terrible invasor abriéndose complacidas. En el cristal del cabecero de la cama podía ver la cálida escena que ambos formábamos, mi feminidad envuelta por el cuerpo musculoso y viril. Con la cabeza a un lado hundida en la cama, continuó sin descanso y el orgasmo ya me llegaba sin remedio. Se lo dije y así me dio más fuerte aún, reclamando yo la corrida por su parte.

-          ¡Córrete cariño, vamos córrete… lo deseo… dámelo todo, dámelo todooooo!

-          Si nena sí, voy a correrme, un poco más un poco más.

Teniéndole bien cogido por los huevos, los apreté haciéndole correr al salir de mí entre gritos desconsolados. Nos corrimos al tiempo, yo tumbada por entero mientras la leche me saltaba sobre la espalda y las nalgas. La noté saltar furibunda, corriéndome por la espalda al tiempo que sentía el orgasmo escapar una vez más. El coño me quemaba, había sido aquella una sesión de lo más satisfactoria y agradable. Ciertamente nos teníamos ganas y ya no sabía las veces que me había hecho correr. Los dos reímos antes de caer abrazados, besándonos y comiéndonos las bocas con fruición. Morreándonos hasta perder el aliento, las manos nos corrían abajo y arriba haciéndome con su culo que apreté con fuerza entre los dedos. Me besó en la mejilla, su mano resbalándome por el pecho y diciéndome lo mucho que le había gustado. Divertida, le sonreí respondiéndole del mismo modo.

-          Eres una buena perrita… me ha encantado.

-          Maldito cabrón, qué fogoso eres. ¿Te quedaste bien a gusto eh?

-          Joder, qué polvo… eres una mujer de bandera.

-          Gracias pero parte de culpa también es tuya.

-          Buffff, necesito descansar.

-          Por favor abrázame con fuerza, abrázame con fuerza.

Acabamos abrazados y derrotados uno en brazos del otro, hablándonos mimosos, besándonos con ternura infinita en el cansancio que nos dominaba. Sólo pensaba en si aquello podía volver a repetirse. Afuera se escuchaba a los otros terminar con lo suyo, gritos de Nora mezclados con la voz ronca de mi esposo, corriéndose sin duda y entregándole a la jovencita lo mismo que yo había recibido. Todos aquellos días fuimos folladas y sodomizadas con gran placer por parte de ambas. Montada sobre Miguel y sodomizada por Alberto al que mi esposo había invitado amablemente a hacerlo, entre los dos consiguieron sacarme alguno de mis mejores orgasmos. La misma suerte siguió Nora con mis miradas encendidas sobre los tres, participando junto a ellos sin dejar un segundo de acariciarles. Pero todo eso, si se da el caso, lo contaré en una próxima ocasión. De momento es más que suficiente con lo que nos ha ocupado…

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