Dulce despertar (1)
Entregada al sueño reparador de la mañana, pronto vino a ella el recuerdo del cálido encuentro vivido el día anterior. Los besos y caricias se apoderaron de ella, recuperando los momentos vividos en compañía de su amante…
You were just twenty years old
when you were run down by a car.
We were all deeply filled with sadness
when we were told of your death.
You always were a happy person
but respect for death.
It was shown in your lifestyle
tell us about your trip into eternity.
After I was supposedly dead
I heard a loud humming.
I moved very fast
through a long dark tunnel.
I felt blackness and darkness
then I found myself outside.
Of my own body, but still close by
and I observed the attempt revive me.
I experienced eternity at first
just a I had always thought it would be.
Angels, ghosts and other creatures came
they greeted me and showed me the way…
Akasha chronicle, MESSIAH
Envuelta en la calidez de las sábanas y del edredón, me encontraba medio adormilada y sumida en un reparador sueño vagando en la indeterminación de mis propios pensamientos. Los primeros rayos del sol empezaban a penetrar a través de las rendijas de la persiana, iluminando tenuemente el amplio dormitorio. Abrí levemente los ojos volviendo rápidamente a cerrarlos. Aún era pronto y dándome la vuelta me entregué al momento de solaz en el que me encontraba. Siempre ha sido mi momento preferido del día. Aquellos veinte o treinta minutos tumbada en la cama, en los que se encuentra una inmersa en el confuso período entre la realidad y la fantasía del sueño, disfrutando de la tranquilidad de la mañana minutos antes de levantarse.
Como dije, aún era pronto y todavía deseaba permanecer un rato más envuelta en el recuerdo de la noche anterior junto a Emmanuel. Emmanuel era el último de mis amantes. Como casi siempre suelen ocurrir estas cosas y sin buscarlo, le había conocido alrededor de un mes atrás en una de las noches en que había salido en compañía de mis amigas. Desde la separación de mi marido, no había vuelto a estar con otro hombre y ya hacía año y medio de aquello. Al principio me costó superarlo, pero gracias al trabajo y a mis amigas finalmente fue poco a poco mejorando el ánimo decaído en el que me encontraba.
Amodorrada una vez más, la figura del hombre pronto se apoderó de mis sueños volviendo a mí las imágenes llenas de sensualidad de horas antes. Sentados en el sofá del salón y el uno junto al otro, enseguida nos olvidamos del televisor para entregarnos a las primeras caricias y besos. Temblé de deseo al notar los dedos de Emmanuel recorriendo mi brazo desnudo. Pegando mi cuerpo al suyo, me abracé con fuerza antes de recibir su boca en un beso suave y fugaz que me supo a gloria. Emmanuel era un hombre agradable y considerado que sabía cómo tratar a una mujer, al menos muy diferente a los modales tan rudos y groseros que Enrique, mi esposo, solía utilizar conmigo.
Los besos no tardaron en ganar en intención, mezclando las lenguas en el interior de mi boca. Empecé a gemir recibiendo la profundidad de sus besos, al tiempo que las manos corrían por mi cuerpo reconociéndolo a través de mis finas ropas. Yo me agarraba a su brazo, con la respiración cada vez más acelerada por el deseo que me envolvía. Los labios carnosos y húmedos de Emmanuel me volvían loca cada vez que me besaba, obligándome a abrir los labios para dar paso a la habilidad de su lengua que rápidamente quedaba estrechada a la mía en un combate feroz y totalmente desconocido para mí hasta hacía bien poco. Nunca Enrique me había besado de aquel modo, con aquella intención y desenfreno con que mi nuevo amante enseguida logró conquistarme.
Sin parar de gemir, las manos masculinas fueron subiendo y bajando acariciándome los muslos para luego dirigirse a mis pechos manoseándolos por encima de la camiseta blanca que llevaba. Bajo la fina prenda, los pezones se marcaban gordos y orgullosos. Era ya nuestro cuarto o quinto encuentro y quería dar facilidades a mi hombre, al hombre al que no tardaría en entregarme una vez más. Él enloqueció ante tan perturbadora imagen y, lanzándose sobre ellos, los chupó y succionó por encima de la tela de la camiseta provocando en mí el mismo estado de locura. Apartándolo de mi lado me deshice de la prenda, sacándola por encima de la cabeza para quedar frente a él con mis pechos desnudos y deseosos de sus caricias. De nuevo cayó sobre uno de ellos, llenándolo de besos para luego chuparlo y lamerlo con total entrega por mi parte. Con mis manos acariciaba su cabeza enredando los dedos entre los crespos cabellos. Dejándome llevar por sus besos, le animaba a continuar con mis palabras y risas de agradecimiento. Me sentía tan a gusto con él que no paraba de apretarlo contra mis pechos dándole a probar ahora uno ahora el otro. Emmanuel respondía lamiendo mis pezones hasta endurecerlos por completo. Luego tomándolos entre los dedos los apretó pellizcándolos hasta arrancarme un grito de queja.
Bajo las bragas, ocultas por la falda tejana, sentí un calorcillo subirme entre las piernas. Gemí notándome excitada e inquieta, caliente y húmeda por las caricias que mi macho me ofrecía. Con la mano apretándole la espalda, bajé la otra hasta su muslo. Lo acaricié por encima del pantalón, clavándole las uñas con desesperación a través de la tela del tejano mientras nos besábamos dándonos las lenguas con descaro. Empezamos a desnudarnos con prisas.
Al fin quedamos desnudos, quitándonos la totalidad de la ropa y sin dejar de morrearnos un solo segundo. Tras desaparecer el pantalón, observé su sexo duro y oscuro, aquel sexo al que tan entregada me sentía desde la primera vez que lo vi. Era grande, muy grande, al menos mucho más grande de lo que recordaba era el de mi esposo. Brillante y muy negro, tan negro como el color de su piel mis ojos se posaban en él adorándolo en su total grandeza. Lo masturbé lentamente tomándolo entre mis dedos al tiempo que mi hermoso compañero buscaba la humedad de mi vagina con los dedos. Tumbándome hacia atrás me hizo abrir las piernas, quedando completamente expuesta a él. Un sollozo ronco salió de mi boca imaginando lo que vendría. Deseaba que lo hiciera…
Crucé las piernas captando su interés y, una vez lo logré, volví a entreabrirlas mostrando mi sexo candente y bien cuidado. Emmanuel humedeció sus labios al fijar la mirada en los pocos pelillos oscuros, algo enmarañados y perfectamente recortados que la braguilla echada a un lado dejaba ver de un modo tímido. Sonreí maliciosamente al muchacho y, levantando las piernas, dejé resbalar la prenda hasta hacerla desaparecer por los pies. Con ella entre los dedos la hice caer silenciosamente en el suelo.
Cómemelo, ¿quieres? –le indiqué con voz sugerente.
Enlazándome la cintura con el brazo, me acomodé en el respaldo del sofá con la mirada clavada en la suya en espera de que lo hiciera. Deseaba verlo hundido entre las piernas haciéndome gozar con su lengua. Suspiré ligeramente, entregada por entero a la pasión y deseo que me dominaban.
Flexionando tímidamente las piernas y elevando los pies, las entreabrí mostrando así el sexo a la vista del muchacho. Quería que lo hiciera, quería que me lo comiera hasta hacerme gritar con el roce de su lengua por encima de mi húmeda vagina. Me encontraba muy caliente y no ansiaba otra cosa que no fuera las caricias de mi hombre. Y entonces empezó a suceder lo que tanto había deseado. Hundiendo la cabeza entre mis muslos, Emmanuel inició un suave juego con el vello oscuro de mi pubis atrapándolo con los dientes para enseguida empezar a lamer con la punta de la lengua los abultados pliegues de mi conejito. De ese modo me fui humedeciendo irremediablemente bajo el diabólico roce que los labios y la lengua ejercían en mí. La respiración se me descontroló, respirando con fuerza ante la irrefrenable llegada de los primeros placeres. Meneando la pelvis en busca de su lengua, cerré los ojos y le hablé entre susurros animándole a seguir con tan dulces caricias.
Jadeando y respirando entrecortadamente, me agarré clavando los dedos en sus cabellos sintiéndome envolver por el placer con el que mi macho me complacía. Noté la piel de gallina erizarse gracias al cálido aliento y a la lengua que lentamente se iba abriendo paso entre las paredes de mi vagina. Gemí ahora con fuerza, casi gritando de emoción. Nunca me había sentido amada de aquel modo tan suave y sincero. El muchacho de piel oscura me tenía completamente enamorada y feliz. Tomada de los muslos, me retorcía entre sus manos sin poder controlar el intenso placer que me embargaba.
¿Te gusta Mila? –le escuché susurrarme al tiempo que con la nariz rozaba los vellos rizados del pubis.
Con… tinúa, continúa maldito… eres maravilloso… -respondí recuperando parte del dominio perdido.
Sonriendo sabiéndose ganador de aquella batalla, el joven hundió la lengua succionando la rosada abertura y aquello me hizo estremecer, notando la cabeza darme vueltas mientras me retorcía pataleando en el aire en busca de alivio. Un alivio que evidentemente no iba a encontrar. La lengua empezó a chuparme arriba y abajo, una y otra vez recorriendo la humedad de mi sexo camino de mis más íntimos rincones. Con las manos traté de agarrarme donde pude, manoteando y enterrando los dedos con desesperación en la tela del sofá. Me encontraba en la gloria, en uno de esos momentos de total felicidad que un hombre puede ofrecer a su pareja. Jugaba raspando las paredes de mi sexo, metiendo y sacando la lengua, haciéndome sentir su respiración acelerada por el creciente deseo…
Así mi amor, así… sigue así, me encanta…
Me encantaba sentir aquel continuo y agradable roce sobre parte tan sensible de mi cuerpo y, aguantando la respiración, cerré una vez más los ojos dejándome llevar por la calidez de su boca. Una ráfaga eléctrica se apoderó de mi interior corriéndome de pies a cabeza hasta acabar explotando en mi cerebro. Me encontraba muy cachonda y, sin poder controlarlo, mis gemidos, sollozos y lamentos fueron ganando en desatino e intensidad. El salón se vio envuelto por toda una suerte de gritos, suspiros y palabras sin el más mínimo sentido.
La cadencia de las chupadas fue en aumento con cada grito que yo daba, llorando de felicidad al ver cómo la lengua devoraba la concha para luego pasar a mi agujero posterior lamiéndolo sin consideración alguna.
Chúpamelo cariño, chú… pamelo… me vuelves loca, maldito cabrón. ¡Dios, qué bueno eres!
Disfruta Mila… quiero que te corras en mi boca como una perra. Gozar tus jugos ahogándome en ellos.
Del coño pasó al culo y así una y otra vez sin darme respiro alguno. Yo me cogía los pechos retorciendo los oscuros pezones hasta hacerme gritar. Aquella mezcla de dolor y placer me tenía trastornada y así estuve un largo minuto gozando los lametones de Emmanuel y la presión que mis dedos ejercían sobre los pezones. Frente a mis ojos quedaron rígidos y duros, doloridos bajo el constante apretar.
Subiendo a mi cara atrapó la boca besándome apasionadamente. De ahí bajó al cuello dándome un chupetón que me duró varios días. Reí como una putilla viéndolo tan enloquecido y entusiasmado en su labor. Provocándole con la mirada le entregué mis pechos sobre los que cayó lamiendo los pezones que cada vez notaba más irritados.
¡Me vuelven loco tus pechos tan jugosos y duros!
Sí mi amor, chúpamelos y hazme gozar con tus labios y tu lengua.
Tras un rato de estarlo haciendo, fue bajando lentamente hasta mi ombligo sin abandonar por ello las tetas y los pezones que continuaba rozando con las yemas de los dedos, para de nuevo pellizcarlos en un momento de picardía. Alcanzó la raja dejando yo descansar la pierna sobre su espalda. Empezó a lamerme con extrema lentitud, recreándose en mi placer. Acercando la nariz olió el aroma de mi sexo, olor a hembra caliente y mojada. Con las piernas dobladas y bien abiertas, lamió los jugos vaginales los cuales se hincharon aún más si ello era posible.
Lamió la rajilla, penetrándome con la lengua para volver a sacarla al instante. Descubrió el clítoris, estimulando el sensible órgano con lentos movimientos circulares de sus dedos que acompañó con suaves lametones de su lengua. El diminuto garbanzo respondió endureciéndose sin remedio y yo gritando completamente agradecida ante tan dulce caricia. Creí mearme de gusto al sentir mis jugos abandonarme camino de la boca del apuesto moreno. Emmanuel empezó a lamer primero de forma lenta y luego mucho más rápida, bebiendo los flujos que mi vulva le entregaba. Mi cuerpo se tensó arqueándome entera al notar cómo estiraba mis pezones de forma aviesa hasta hacerme gritar de dolor.
Los estiró entre sus dedos para acabar soltándolos finalmente. Grité no sé si de placer o de dolor, me resultaría difícil calificarlo y él, ya lanzado y excitado por mis gritos, tiró de ellos y los apretó aún más. Un nuevo orgasmo me llegó, uno más de los muchos que me había hecho disfrutar con sus caricias y su lengua lamiendo mi concha y mi clítoris. Elevando las piernas y las caderas me corrí con un largo suspiro de satisfacción…