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Haciéndole el amor a mi futura suegra

en Amor filial

Haciéndole el amor a mi futura suegra

 

El mensaje en el móvil le cogió un tanto por sorpresa. Sin embargo respondió a la invitación visitando a la mujer por la que bebía los vientos. Lo que en el domicilio matrimonial ocurrió no pudo menos que dejarle la mar de satisfecho...

 

 

The tax man's taken all my dough,

and left me in my stately home,

lazing on a sunny afternoon.

And I can't sail my yacht,

he's taken everything I've got,

all I've got's this sunny afternoon.

 

Save me, save me, save me from this squeeze.

I got a big fat mama trying to break me.

And I love to live so pleasantly,

live this life of luxury,

lazing on a sunny afternoon.

In the summertime

in the summertime

in the summertime...

 

Sunny afternoon, THE KINKS

 

 

Ella era Beatriz, mi suegra y la mujer con la que perdía el sueño desde hacía dos años. Los dos años que llevaba saliendo con Judith, mi novia a la que conocí en la facultad en segundo año de carrera. Un año más joven que yo, nos llevábamos bien en todos los sentidos que entre una pareja suele haber. Salíamos por ahí, al cine, de copas con los amigos, a la playa en verano que se alargaba varios meses con lo que el moreno y el bronceado nos duraba la mar de tiempo. Me gustaba Judith, con su bronceado destacándole las pecas en la nariz y el rostro. Castaña de cabello, nos acostábamos con asiduidad los fines de semana que era cuando podía pillar el coche de mi padre para salir las noches del viernes y el sábado. Siempre en la parte trasera del coche o allí donde podíamos nos desahogábamos de manera furibunda y excitante.

Judith era ardiente y fácil de calentar, dispuesta siempre a un buen rato de solaz con el que quitarnos el cachondeo. Los top escotados marcándole sus pechos de buen tamaño, los pantaloncillos cortos o los tejanos ceñidos que solía vestir me tenían en alerta continua. Pese a la juventud de ambos, lo habíamos probado todo o casi todo. En el cine metiéndonos mano, en el coche como ya dije, por la noche en la soledad de la playa y disfrutando bajo el manto de estrellas que servía de testigo mudo de nuestras andanzas.

En mi casa imposible estar juntos debido a lo mojigata que mi madre era, diciéndome que nada de nada hasta que no estuviéramos casados. Si ella supiera... Con Beatriz todo era más fácil, marchando con su esposo y dejándonos la casa libre sin  problema alguno. Hasta nos pilló en el salón, una tarde en que llegó a casa de improviso y sin avisar. ¡Menudo corte, tumbado en el sofá encima de Judith y con todo bajado! Levantándome con el susto en el cuerpo, la mujer mantuvo una visión fugaz de mi cuerpo sin quitarme la vista de encima hasta que con un fuerte carraspeo nos dejó allí disculpándose por la inesperada intromisión. Eso fue hace una semana, la tarde del miércoles lo recuerdo perfectamente.

Como ya dije Beatriz era la mujer con la que perdía el sueño hacía dos años, concretamente desde el mismo día en que la conocí. Y no era para menos. Más alta que su hija, de talle fino y anchas caderas, el primer recuerdo que tengo de ella era aquel vestido floreado primaveral, de escote pronunciado y por encima de la rodilla con el que me embelesó por completo. El rubio cabello, evidentemente de bote y recogido en una graciosa coleta con la que parecía más joven, pronto supe de su carácter abierto y liberal. Con su marido las cosas no iban bien, me enteré meses más tarde de manera casual en una conversación con Judith estando las dos en la cocina. Desde el salón y poniendo oído, algo entendí y cómo Beatriz lloraba contándole quizá la última de su marido. Eso hizo que mi interés por ella creciera aún más. Si por lo que fuera no tenía guerra con Judith, aprovechaba para pajearme en la soledad de mi cuarto pensando en la imagen de mi futura suegra y todo lo que para mí representaba.

La imagen fugaz de mi cuerpo desnudo pareció levantar el interés de la mujer cuarentona por mi persona. El lunes de la semana siguiente me levanté más tarde de lo habitual. No tenía clase y pude dormir hasta las diez. Al levantarme y mirar el móvil como siempre hacía, encontré aquel mensaje de ella.

"Toni pásate por casa esta mañana, necesito hablar contigo. Estaremos solos".

En calzoncillos y sentado en la cama, la última frase de aquel mensaje reconozco que me puso en alerta. ¿Para qué querría hablar conmigo y todo aquel misterio? Contestándole el mensaje, le dije que en unos tres cuartos de hora estaría en su casa. Así pues me duché y vestí rápido y tras desayunar le dije a mi madre que iba a la facultad como excusa cualquiera. Con Judith no había quedado hasta la noche pues tenía clases todo el día y luego habíamos quedado que la recogería en la biblioteca. El casco puesto y poniendo la moto en marcha, escapé del parking pisando el acelerador con ganas nada más mezclarme con el tráfico de la mañana. La casa de Judith no estaba lejos así que llegué antes de lo que mi mensaje decía.

Desde la calle piqué diciéndome por el telefonillo que subiera. Según subía planta tras planta, me miré en el amplio espejo de cuerpo entero del ascensor. No quería causar mala impresión en Bea de manera que aproveché para darme los últimos retoques antes de verla. Pese a lo mucho que me gustaba, juro que no pensaba nada con ella. Más bien todo aquello me tenía mosca, los dos solos a ver qué demonios querría, Al salir al rellano del ático, apreté el botón de llamada escuchando pronto pasos tras la puerta.

-           Ah hola Toni, pasa -exclamó echándose a un lado para dejarme pasar.

-           Perdona el retraso, vine tan pronto pude. Hoy no tengo clase.

-           No te preocupes, llegaste antes de lo que dijiste en el mensaje. Ya me dijo Judith que habíais quedado a la noche.

-           Pues ya estoy aquí, tú dirás para qué querías verme -dije encogiéndome de hombros al sonreírle abiertamente.

-           Eh sí claro, pero pasa adentro, no nos quedemos aquí -carraspeó algo nerviosa.

En silencio y siguiéndola a través del largo pasillo, observé el bello espectáculo que se me ofrecía. Una bata de seda color burdeos por encima de la rodilla y unas mallas negras era el conjunto con el que cubría su hermosa y esbelta figura. Tragando saliva, los ojos se me perdían en el culo prominente y prieto de mi futura suegra. Llegamos al salón donde me hizo sentar, invitándome a tomar algo con el mismo gesto nervioso.

-           ¿Quieres tomar algo?

-           No gracias, acabo de desayunar. Aproveché para levantarme tarde y tomé algo antes de salir.

-           Anda no seas así, ¿no me acompañas con un café? -preguntó en un susurro alargado, casi inaudible.

Imposible negarme a tan amable invitación, de modo que allí me dejó dirigiéndose a la cocina para preparar los vasos. Desde el sofá y echando un vistazo alrededor, la escuchaba trastear en los armarios. Me puse cómodo deshaciéndome de la cazadora que dejé tirada a un lado. Entonces recordé la tarde con Judith y que aquel era el sofá en el que su madre nos había pillado haciendo nuestras cosas. Un pinchazo noté entre las piernas con aquel solo recuerdo.

Volvió al salón con la bandeja entre las manos, la bata fuera y mostrándose ahora con una camiseta blanca y aquellas mallas negras que ya le conocía y que tan bien le marcaban las estilizadas piernas. Volviendo a tragar saliva, lo primero en que me fijé fue en los pezones marcándose rabiosos bajo el fino algodón blanco. Al momento la tuve sentada a mi lado, dirigida hacia mí, con la pierna doblada y echada hacia delante en busca de la bandeja que había dejado sobre la pequeña mesa.

-           ¿Un terrón como siempre Toni? -me preguntó sabiendo que era lo que siempre pedía.

-           Uno está bien gracias -respondí a sus palabras.

Con mano temblorosa la vi servir el terrón en mi taza para a continuación hacer lo mismo con la suya. Dándole las gracias ambos nos pusimos a dar vueltas a la cucharilla removiendo el azúcar con rapidez.

-           Marcelo marchó pronto y Judith poco después -dijo ella musitando en voz baja y como alargando las palabras.

-           Sobre las ocho iré a buscarla, hoy tenía clases hasta las cuatro y luego me dijo que pasaría por la biblioteca a por unos libros que necesita para un trabajo.

-           Ten cuidado con la moto, siempre tengo miedo que os pueda pasar algo.

-           Tranquila mujer, Judith sabe controlarme y cuidar de los dos -respondí tras dar un pequeño sorbo a mi taza.

Sin poder evitarlo, los ojos se me iban sobre la redondez de aquel par de pechos en los que los pezones se marcaban de forma escandalosa pareciendo querer romper la fina tela de la camiseta.

-           Sí, las chicas para eso son más responsables...

-           Eso es, ya conoces a J...

No me dejó acabar. Sin comerlo ni beberlo y tirándose sobre mí me la encontré sin esperarlo encima plantándome un beso, los labios sobre los míos y con la lengua tratando de abrirse paso. El empuje de la lengua vivaracha y jugosa me obligó a abrir los labios sin poder resistirme a tan inesperado ofrecimiento. Respondí al beso con prontitud, no podía dejar de lado la oportunidad que la mujer tan deseada me daba. Enseguida las lenguas quedaron enlazadas en el interior de mi boca, respirando acelerada Beatriz la empujaba buscando llegarme al paladar. Acelerada como digo, se la veía ansiosa y completamente descontrolada. Pasando la pierna por encima, quedó sentada encima los dos enfrentados de la manera más sensual que pueda imaginarse. Mis manos cayeron sobre ella, enlazándola por la cintura y llevando la otra sobre el rotundo muslo para, de inmediato, hacer lo mismo con la otra. Así la tenía bien enganchada, los dos besándonos y respondiendo al ataque furioso de la mujer madura.

-           Debo estar loca Toni... ¿hace mucho que lo hacéis?... en fin eso es algo normal a vuestra edad, la verdad es que me puse muy cachonda el otro día cuando os vi -confesó sin gesto alguno de vergüenza para de nuevo quedar ambos unidos en un beso largo y sensual con el que perder el aliento.

Las lenguas luchando en combate feroz, por abajo aprovechaba para conocer el cuerpo de mi futura suegra. Cuerpo que conocía bien pero evidentemente no en tan ardiente situación. La había visto muchas veces en bikini o bañador en los muchos días que habíamos pasado con mis suegros en la playa. Bañadores que le estilizaban la figura o bikinis que dejaban ver algo más de su sinuosa figura. Luego era mi novia la que lo disfrutaba, desahogándome con ella la calentura que su madre me producía. Más de una vez Judith agradeció lo muy fogoso que me mostraba, ajena por completo a quien era la culpable de todo aquello.

-           ¡Sí Toni, acaríciame toda... acaríciame! -exclamó al tirarse hacia delante completamente lanzada en la vorágine que nos envolvía.

-           ¿Y tu marido y tu hija? -pregunté en un momento de fugaz entendimiento.

-           ¡Oh cállate quieres! Tú bésame... bésame por favor.

Lo hice llevándola contra mí, hasta notar los duros pechos pegados al torso que el fino jersey cubría. Saboreé los labios jugosos de la mujer, pegados con fruición los unos a los otros acallando con ello el tímido murmullo que su boca producía. Ahora fui yo quien le di la lengua que rápidamente mezcló con la suya de manera experta. Gemía, jadeaba y el escucharla me excitaba más y más. La mano en la espalda, la bajé al culo lo que provocó en ella un largo y sonoro suspiro. Arqueada hacia atrás, lo decía todo con el rostro de inmensa felicidad que mostraba. Gimiendo nuevamente, acalló el placer que la consumía al apretar los labios con fuerza.

-           ¡Me pones muchacho... me pones mucho! -declaró con los ojos cerrados notando mis manos correrle las nalgas.

-           ¡Tú también me pones Bea!

-           ¿De verdad? Algo sospechaba... no sé miradas fugaces, lo serio que a veces te pones cuando te hablo.

Una vez más besándonos, la apreté con fuerza contra mí reconociéndole el cuerpo por encima de las ropas. Sus jadeos se unían a los míos, imparables ambos en la senda del deseo. Seguí acariciándole el culo, pasando las manos de las caderas a los muslos prietos y rollizos. Los cabellos le cubrían el rostro lo que la hacía más bella aún. Los labios temblorosos, rosados y sedientos de besos y de los que me apoderé besándola ahora de manera mucho más calmada, saboreando el beso, reconociéndole los labios pegados a los míos.

La cosa avanzó al obligarme con urgencia a levantar los brazos y tomar el jersey entre sus manos, elevándolo hasta hacerlo desaparecer por la cabeza. Llegados a ese punto estaba más que claro lo que la mujer que iba a ser mi suegra deseaba. En el salón de su casa, los dos solos y con su marido e hija fuera no había opción a la duda en cuanto a sus pretensiones. Y yo por supuesto no deseaba más que lo mismo. Tantas pajas disfrutadas a su salud, tantos pensamientos libidinosos con la mujer madura para luego ser Judith la que se llevaba la mejor parte de todo aquello.

-           Ven cariño, deja que te bese.

Lanzada sobre mí, empezó a lamer y chuparme las tetillas produciendo en mi persona una imparable sensación de placer. El solo roce de la punta de la lengua me provocaba cosquillas que se hicieron un escalofrío eléctrico a lo largo de la espalda. Los ojos le brillaban de un modo desconocido para mí, nunca la hubiera imaginado en aquel estado tan enloquecido y depravado, al menos no de aquel modo. De los labios bajaba a la barbilla mientras con las manos me acariciaba el torso desnudo bajándolas descontroladas. Con la lengua me corría el pecho, entretenida en el vello con el que jugaba haciendo pequeños movimientos circulares. Eso me encantaba y así lo anuncié gimiendo débilmente.

-           ¿Te gusta Toni? -preguntó centrando la mirada en mí y sonriendo maliciosa al sacar la lengua.

-           Claro que me gusta... siento cosquillas con lo que me haces.

-           Eres un buen muchacho, me encanta -susurró volviendo a caer sobre mis pezones lamiéndolos y pasando del uno al otro.

Notando nuevamente el roce de aquella lengua, cerré los ojos dejando reposar la cabeza en el respaldo del sofá. Con la mano acompañaba el movimiento de su cabeza, enredando los dedos en su media melena rubia con la que jugar, abandonado al placer que me daba. Entonces me incorporé abriendo los ojos de golpe al sentir la mano de largos dedos apoyada suavemente en mi entrepierna.

-           ¿Qué haces?

-           Ssshhhh calla cariño. ¿es que no quieres eso? -musitó poniéndome el dedo en la boca para hacerme callar.

-           Sí sí, claro que sí -respondí cayendo atrás al dejarme llevar por ella.

-           Así me gusta, que seas un buen muchacho -los ojos encendidos al apretarme el bulto bajo sus dedos.

Se entretuvo unos segundos haciéndolo, masajeándome por encima del oscuro tejano lo que provocó en mí la inmediata respuesta.

-           Ummm no está nada mal lo que aquí se nota... no está nada mal -los dedos se movían traviesos buscando provocar en mí la reacción deseada.

-           Si lo trabajas bien verás que aún estará mejor -le dije respondiendo a su desvergüenza.

-           Ven... ¡vamos a la habitación! -exclamó tomándome de la mano con urgencia para ponernos los dos de pie.

Me llevó corriendo y casi a trompicones a lo largo del pasillo, la prisa era más que evidente en ella. Enseguida acabamos en el amplio dormitorio matrimonial. No conocía aquella estancia más que de pasar de largo así que todo resultó prácticamente nuevo para mí. Un amplio ventanal en la parte derecha, dando paso al blanco rabioso que el sol producía. Un gran armario de madera clásica, a juego con la cómoda de varios cajones y sobre la que uno podía verse de medio cuerpo en el espejo vertical. Las cortinas del mismo estampado fino que la colcha de la cama. En ella caímos abrazados, Beatriz haciéndome sentir todo su peso encima.

De nuevo volvimos a besarnos con suavidad pasmosa en comparación con lo intenso de antes, seguramente quería saborearlo y alargarlo mucho más. La ternura de los besos, el temblor de su cuerpo, lo entregada que se la veía hicieron que la besara con la dedicación debida. Las manos resbalándole arriba y abajo, se dejaba acariciar sin recato alguno, gimiendo y jadeando de forma alterada con cada nuevo beso.

-           Bésame Toni, sí bésame lo necesito -confesó la nariz apoyada en la mía a unos mínimos milímetros el uno del otro.

Las respiraciones pegadas, pudiendo sentir el aliento desbocado de la mujer madura reclamando cantidad de caricias y nuevas sensaciones. Caricias y sensaciones que le ofrecí pasándole las manos por cada una de sus bellas formas. El rostro con alguna que otra arruga producto del paso del tiempo, el hombro que mordí por encima de la tela, las manos bajándole por los costados camino de algunas de sus más peligrosas zonas. Gimoteó entrecerrando los ojos al sentirse cogida por las caderas. Echándome atrás la atraje hasta conseguir tenerla sentada sobre mí, los dos abrazados como los enamorados que ahora éramos.

De forma aviesa me dio la lengua que golpeé con la mía en un juego divertido y sensual al tiempo. Nos miramos a los ojos y esa sola mirada nos hizo saber lo mucho que nos deseábamos. No hizo falta decir nada más, esa simple mirada era más que diáfana de lo que por dentro nos corría. Pecosa como su hija, le daba aquello un aspecto adorable y entre juvenil y alegre a su rostro. Nos besamos con suavidad extrema, mezclando las lenguas y las salivas en el interior de su boca. De la espalda y las caderas la tenía tomada mientras ella me abrazaba por la nuca con las piernas rodeándome por detrás. Nos separamos y apartándome los pelos caídos sobre la frente me dijo que le parecía muy atractivo.

-           ¡Por favor, no le hagas daño a Judith! La pobre es tan delicada...

Aquellas palabras en la situación en la que nos hallábamos me parecieron de lo más extrañas y fuera de lugar. Se estaba enrollando con el novio de su hija y me hablaba de lo delicada que Judith era y que no le hiciera daño. ¿Acaso pretendía hacerme culpable de aquello cuando había sido ella quien lo había provocado? ¿Y qué le estaba haciendo ella con su desmedida locura? Debía estar loca, lo suficientemente loca que las cosas de la lujuria hacen ser. Subiendo la mano la llevé a su pecho apretándolo con fuerza a través del blanco de la tela. Beatriz gruñó levemente al posar la suya en la mía, acompañando el amable roce y agradeciendo sin duda la presión que le ejercía. A la carga de nuevo, los besos se hicieron uno saboreando sus gruesos labios con los que tanto había fantaseado. Abrazándola con desesperación para atraerla hacia mí, nos morreábamos escuchándose el obsceno entrechocar de los labios cada vez que abríamos las bocas para volver a juntarlas de manera procaz y ávida. Me gustaba besarla, sin duda besaba mejor que Judith entregando la lengua a la menor oportunidad que se le daba. Con las manos cogiéndola de la larga cabellera lacia, se la acaricié enredando los dedos en el rubio torbellino que le cubría el bello rostro confiriéndole a sus facciones una expresión de total entrega.

Me mordió los labios y yo se los mordí con fuerza haciéndola gritar. Si la mujer madura pretendía ser perversa yo iba a serlo con ella más aún. Aulló dolorida cogida a mis brazos, corriéndole el labio inferior un hilillo sanguinolento que sorbí vampíricamente. Atrapándole una segunda vez el labio inferior, tiré de él con afecto y suavidad permitiendo la relajación del mismo. La callé metiéndole la lengua hasta rozarle el paladar, que recorrí luchando a brazo partido para apoderarme de su lengua de la que arrastré absorbiendo la punta con mis labios. El aliento revolucionado, Bea respondía el ataque deshaciéndose como pura mantequilla entre mis dedos.

Sin dejar de acariciarle los pechos, me dispuse a quitarle la camiseta lo que la hizo vibrar entera dejándose llevar por el poder de mis manos. Lo cierto es que no opuso resistencia alguna a mi requerimiento, tan excitada estaba y tanto lo deseaba. De golpe me encontré con aquel par de rotundas montañas, de carnes prietas en las que destacaban los pezones oscuros y gruesos. Me apretó contra ella jadeando sonoramente, corriéndome la piel de la espalda en pequeños círculos de sus cuidadas uñas. Con premura subió y bajó por mis hombros y brazos, besándome y jugueteando con el vello de mi torso desnudo. Así volvió a lamerme dulcemente las tetillas, arrancándome pequeños gemidos de satisfacción con cada nueva succión. Noté mis músculos tensarse con el experto operar de la mujer madura.

-           Sigue Bea, sigue... me gusta eso.

Siguió unos segundos y pronto volvimos a quedar enfrentados, su mano descansándome en el hombro y los pies descalzos colgándole. Los besos se sucedían sensuales, comiéndonos las bocas con avaricia malsana. Mis labios envolviéndole los suyos en un beso húmedo y tierno con el que excitarla jadeando inquieta. Cayendo sobre ella, me hice con su cuello que lamí y chupé descarado, animado por el respirar agitado de la cuarentona.

-           Sí muchacho sí, me encanta eso... ,me vuelve loca que me besen el cuello y me coman los pezones.

-           Tomo nota de ello -comenté en un turbio susurro con el que encenderla más.

Echada la cabeza a un lado, aproveché su total entrega para devorarlo con lascivia llenándolo de besitos como mejor forma de calentarla. Era obvio que lo conseguía pues los grititos y gemidos sonoros no engañaban. Gimoteaba, suspiraba hondamente retorciéndose con cada nuevo lametón en zona tan sensible de su anatomía. Del cuello bajé a los pechos continuando el agradable tratamiento que le proporcionaba. Llegué al pezón grande y oscuro que empecé a lamer pasando la lengua de forma descuidada, casi imperceptible para ella. El simple aliento cálido por encima la excitó sobremanera, agarrándome de los brazos y exigiendo mayor interés. Entre murmullos provocativos, la mujer chupó con deleite el dedo que le di a probar. Los ojos caídos y con mirada de cordero degollado, entreabrió escasamente los labios para devorar el dedo con fruición como si de otra cosa se tratara. Mirándola tan entregada, la actitud perversa que mi encantadora suegra revelaba no pudo más que hacerme sentir un punto de emoción.

Venciéndola atrás y con las piernas colgándole de la cama, continué mi labor en los pechos y pezones que a esas alturas aparecían propensos a cualquier locura. Cayéndole encima me acerqué peligrosamente a ella, iniciando el cortejo de las caricias y masajes, apretándole uno de los pezones que luego pellizqué con decisión estirándolo al comprobar la perfecta respuesta al elevarse erguidos. La besaba al tiempo aprovechando su debilidad, dándole la lengua que enganchó en un nuevo beso lleno de sensualidad, la sensualidad que su cuerpo desprendía. Beatriz trató de removerse como un gato enjaulado, buscando escapar a mi dominio y ser ella quien controlara la situación. Pero no lo consiguió, apoderándome de su boquita y metiéndole la lengua una vez más a lo que ya no presentó negativa alguna, dejándose abrazar las manos por las mías. Entrelazamos los dedos con fiereza, succionándole el pezón y magreándole el otro seno mientras por abajo le clavaba los dedos en la parte baja de la nalga.

Derrotada, la madura sonreía feliz con su sonrisa de niña buena al notar mi mano en su pecho turgente por el cual sentía auténtica devoción palpándolo sin descanso. Para mí era ya todo un empeño el poseerla, una verdadera ofuscación el hacerla mía por completo, no pensaba en otra cosa que no fuera eso. Bajo mis dedos sus pechos se movían al son de su agitada respiración, arriba y abajo como si fueran a reventar por la emoción. Con la lengua rodeé la aureola del pezón, lamiendo suavemente el ardor que el oscuro pezón desprendía. Lo chupé humedeciéndolo con mi saliva frotándole las tetas, al escuchar sus gemidos llenando el silencio de la habitación. Mis dientes mordisqueaban los pezones cada vez más gruesos y sensibles.

-           Así así sigue... sigue haciéndolo cariño...

Pero no le hice caso, pese a sus súplicas quise cambiar a otra cosa en la que llevaba pensando largo tiempo. Sin dejar de besarla, bajé la mano entre las piernas alcanzándole el glúteo que noté rotundo. La subí lentamente sintiendo el cuerpo de la hembra madura excitarse sin remedio. Se agitaba sobre la cama, agarrada con desesperación, alargando la mano allá donde podía. Sin avisar, le hundí la mía en el triángulo abriendo ella las piernas de manera automática. La imagen resultaba irresistible para mis ojos que la devoraban recorriendo la figura femenina con avidez. Beatriz sollozaba impaciente, la piel erizándosele con el leve roce que mis dedos le procuraban. Aquella sinfonía de gemidos y lamentos sonaba a música celestial para mis oídos.

Avanzando, descendí por su vientre rozando la lengua por encima, acariciándolo con mis tiernos besos al resbalar su fina piel. Ella exaltada en su inquietud, arañó mi espalda produciéndome un placer intenso al sentir las uñas bajarme lentamente hasta la cintura. Al mismo tiempo, de sus labios escapaban borbotones de obscenidades con las que avivar el fuego de mis deseos.

-           Dios Toni, eres fantástico... qué gusto y qué cachonda me pones... quítame las mallas, por favor... no puedo esperar más.

Haciéndole abrir más las piernas la deshice de las mallas con fuertes tirones que la hicieron gruñir intranquila. Mi suegra, la amante inesperada, apoyó la pierna en mi hombro abandonándose al siguiente de mis movimientos. Observé el sugerente tanga que prácticamente nada cubría, de un lila suave con un encantador lazo rosa y a través del cual podía vislumbrarse la pequeña tirilla del vello del pubis. Como digo, el bonito tanga de encaje apenas le tapaba la húmeda rajilla al tiempo que presentaba una gran mancha destacando en el mismo. Con la mano la palpé por encima de la delicada prenda. Evidentemente estaba empapada en jugos.

-           ¡Me tienes loca muchacho! No imaginaba que pudiera ser así de bueno.

-           Puede ser aún mejor -consideré respondiendo a sus palabras.

-           ¿Mejor aún? Wowwww -exclamó lanzando un grito de sorpresa.

-           ¡Anda retira el tanga! ¡Sacámelo cariño! -gritaba revolcándose entre mis manos.

Subiéndole las piernas, se lo arranqué dejando descender el tanga a lo largo de sus piernas y con un golpe gracioso del pie la exquisita prenda cayó al suelo dejándola escurrir entre mis dedos. Aspirando entre sus piernas, el cálido aroma que desprendía creció en las fosas nasales hasta acabar golpeándome el cerebro. Creí morir de deseo por ella.

            Cómemelo cariño... vamos cómemelo Toni... no aguanto másss

-           ¡Vamos chupámelo, me muero de ganas... vamos dame caña, qué perra me has puesto cabrón! -rugió hecha un mar de nervios y con los ojos abiertos como platos.

Besé su vientre mientras con las manos le magreaba las piernas, el interior de los muslos subiendo por ellos hasta alcanzar la entrepierna. La mujer de rubios cabellos cubriéndole los hombros temblaba toda ella echando el cuerpo adelante para facilitar el acercamiento. Sin dudarlo, le entreabrí los muslos para pasarle la palma acariciándole suavemente el pubis recortado y la raja más que mojada. La mujer, bramando en su desesperación, cerró las piernas atrapándome la mano en el interior de aquel manantial de jugos que era su sexo. Los ojos le ardían de deseo, reclamando que siguiera abrazándole la intimidad escondida y necesitada de algo más. Una descarga eléctrica se apoderó de ella en el momento en que hundí mis dedos entre los abultados labios que tan amablemente los recibían. Quería calentarla al máximo, que me lo pidiera entre gritos sofocados, provocar en ella las sensaciones que toda mujer precisa. Debía excitarla de forma conveniente y lograr prepararla para lo que seguro vendría. Entonces empecé el ataque a la tierna flor femenina.

Metiéndome entre sus piernas comencé a indagar entre los abultados labios, aspirando y chupándolos ayudado por mis dedos que los abrían permitiendo el paso de la lengua irrefrenable. La mujer agradecida pegó un respingo de emoción nada más notar el calor de la lengua por encima de ella.

-           Ufffff mi amor... continúa... dame placer, dame placer.

La introduje en el coñito carnoso, penetrándola tímidamente para después lamer y chupar de arriba abajo la totalidad de la rajilla. La invasión del ejército enemigo se hizo por tierra, mordisqueándole los labios y envolviéndolos con los míos en busca del tan sensible botón. Me apoderé del mismo, chupándolo y excitándolo sin consideración alguna. Pese a mis años, sabía que si logras derrotar el centro de operaciones, el resto del territorio acabará cayendo en tu poder de manera que me dediqué a saborear el clítoris camino de su rendición total.

-           Joder muchacho, qué bueno eres... sigue chupando sigue... ¿se lo haces así a mi hija?

Sin contestar, atrapé el clítoris estirando del mismo envuelto entre mis labios. Aulló complacida, restregándose contra mí envuelta en la emoción del placer que la hizo doblar, incorporándose adelante para al momento caer vencida sobre el lecho donde su marido y ella dormían. Ni un segundo de descanso le di, lamiéndole el clítoris al subir la lengua bajándola seguidamente a lo largo de la raja, raspándola con la humedad de mis babas que la abrían hecha un mar de flujos. Bebía de ellos, saboreando el calor de la hembra satisfecha y que de forma tan ufana se entregaba. Fue el momento del avance de los exploradores, resbalando vagina adentro ayudados por la enorme lubricación femenina. Moviéndose el dedo adentro y afuera, empecé a follarla acompañando el lento deslizar con un segundo dedo.

-           ¡Vamos Toni, fóllame... mueve los dedos deprisa! -gritaba mordiéndose la mano para enmudecer aquella locura que la consumía.

-           ¡Ummm nene, qué bueno... qué bueno eres, qué bueno... me vas a hacer correr como una perra si sigues así. Ojalá mi marido me hiciera estas cosassss!

Aquella confesión me hizo intensificar las entradas y salidas en el interior de su encendido coñito, entrándole y saliendo y follándoselo con rapidez y denuedo. La mujer que a no mucho tardar sería mi suegra jugaba con sus tetas, masajeándolas, meneándolas arriba y abajo con los golpes de sus manos. Llevando una de ellas a su boca, la vi chuparse ella misma el pezón. El rostro desencajado por el placer que presentaba me pareció la imagen más estimulante que pudiera recibir. Los labios temblándole bajo sus continuos jadeos, los ojos clavados en el blanco techo del dormitorio, las pecas marrones cubriéndole los hombros y que le daban un aspecto juvenil esparcidas por su nariz chata y los pronunciados pómulos. Cogiéndome la mano para plantarla en su conejito, mis dedos la penetraban y uno de ellos se atrevió a mucho más camino de  su ano. Aguantó la respiración sin duda sorprendida por tan inesperada caricia. Así me lo hizo saber.

-           ¡Muchacho eso no... no todavía! -se lamentó dando pie sin embargo a podérselo probar más adelante.

De ese modo continué jodiéndole el coño de manera furiosa, rozándole cada pliegue, penetrándola a buen ritmo, elevando ella el vientre en busca de los dedos que la maltrataban. Se retorcía entera, se removía pidiendo más, saltaba en la cama sin control alguno de sí misma, no tardaría en correrse estaba bien seguro de ello. El dedo juguetón volvió a desmandarse transgrediendo el agujero posterior mínimamente. Beatriz se tensó levantando el culo de grandes proporciones.

-           ¡Toni por favor... deja eso, déjalo! -su voz hecha un leve balbuceo nervioso.

Abandonándolo sintiéndola recuperar el aliento, continué la follada lengüeteando y succionándole el clítoris en busca de su placer. De nuevo entrándole y saliendo, estimulándole con la nariz la vulva, una vez más retorciéndose, pataleando en el aire sin encontrar donde apoyarse. El orgasmo se hizo visible en forma de grito desgarrado, el cabello enmarañado  por encima del rostro de mi suegra, la espalda separándose de la cama, arqueándose al notar el orgasmo apoderarse de ella. Cayó rendida en brazos de un placer sincero y arrebatador, el placer que le había brindado con mis dedos y mis besos. Tumbada en la cama completamente aplatanada y con una sensación inmensa de bienestar, respiró con fuerza para después humedecerse los labios juntando uno con otro. Admirable, había disfrutado como hacía mucho no lo hacía y así me lo hizo saber.

-           Fantástico nene, realmente fantástico... me has dejado agotada pero feliz como hacía mucho no sentía. Gracias, bésame Toni ven...

La besé dulce y cariñoso y con suavidad le susurré al oído:

-           Me encantó Bea, me encantó verte tan dispuesta y excitada.

-           Qué bueno muchacho... qué gusto me has dado... gracias, gracias... hacía tanto tiempo que no sentía algo así... - solo pudo responder tratando de recuperarse poco a poco.

-           Pero aún no hemos acabado -aseguré, la mirada clavada en sus ojos cansados.

Los pezones se le notaban duros y el coño no paraba de producir jugos. Tenía los labios resecos y se mordía levemente el inferior para calmar la emoción. Entre sus piernas le concedí el último agravio degustando la deliciosa ambrosía, tenía un sabor entre dulce y salado y metiendo la lengua le raspé el coñito carnoso. Los ojos de la madura quedaron en blanco escuchándola gemir al dedicarme una sonrisa bobalicona y de absoluto agrado.

-           ¡Qué cabrón eres... dame un respiro, lo necesito!

Estuvimos así unos minutos, dándonos pequeños piquillos mientras con las manos nos acariciábamos manteniendo vivo el calor de nuestros cuerpos. Abrazados hablamos de lo sucedido entre ambos, los dos queríamos continuar y nos lo hicimos saber sin dejar de besarnos, tan pronto besos apasionados como otros mucho más delicados y tiernos. Beatriz me confesó que quería que le hiciera el amor, que desde que me vio con su hija no pensaba en otra cosa. Alargando la mano, buscó el bulto de mi entrepierna que para entonces mostraba el aspecto más deseado. Yo me dejé hacer como podéis imaginar, notando su mano alcanzar el paquete por encima del tejano. Cerró los ojos, suspirando largamente al estrujarlo entre los dedos con satisfecha curiosidad.

-           ¡Qué bueno Toni... qué bueno lo que aquí se siente!

-           ¿Te gustaría probarlo?

-           No deseo otra cosa en este momento -declaró con voz temblorosa.

-           Hazlo entonces -la animé con mi tono igualmente trémulo.

Incorporándose para quedar de lado, se quedó embobada mirando el volumen creciente que el pantalón ocultaba. El bulto se veía ya terrible, alterado por todo lo anterior y el leve presionar de sus dedos. Me provocó sobremanera el verla excitarse disfrutando la sensual caricia, los ojos cerrados al apoyar la mejilla por encima de mi entrepierna. Soltando la hebilla del cinturón y bajando luego la cremallera, la ayudé a quitarme los tejanos bajándolos ella con premura hasta hacerlos desaparecer por los pies. Quedé en calzoncillos esperando todo lo que me tenía reservado. La mujer empezó acariciándome el muslo, rodeando la entrepierna para subir después por la barriga y hacia el pecho. Lo hacía con lentitud, saboreando cada caricia y cada poro de mi piel, produciéndome cosquillas al contacto con el vello. La mano nuevamente hacia abajo pasándola ahora sí sobre la temible silueta. Se entretuvo provocándola, haciéndose al tamaño más que considerable aunque todavía no en su total esplendor. Gemí por lo morboso de la situación, allí casi desnudo delante de mi suegra que me encendía con sus suaves caricias.

-           ¡Menuda cosa se ve aquí... madre mía!

Continuó el avance, frotando el bulto sin prisa alguna, notándolo responder bajo tan cálido tratamiento. La alianza de casada resaltándole en la mano asaltante, produjo en mí miles de pensamientos a cual de ellos más erótico. El poder follarme a la mujer casada y además mi futura suegra era tremenda idea que no dejaba de rebotar en mi cabeza una y otra vez. La perversa madura introdujo la mano por debajo del calzoncillo rozando mi miembro con delicadeza suprema. Me estremecí entero con el lento masajeo de sus dedos.

-           Bufff Toni, qué duro estás... qué enorme diossss.

Entre los dedos lo atrapaba, masturbándolo lentamente, llevando la piel atrás. El movimiento oscilaba pausado bajo la prenda, mirándonos a los ojos sin decir palabra. Sonrió maliciosa, excitada con el roce continuo sobre la turgente presencia. Al fin asomó tímidamente la cabeza por el borde lateral, siguiendo la masturbación entre sus largos dedillos de un modo que me encantó.

-           Aquí está al fin... madre mía qué cosa tienes muchacho.

Tirando la tela atrás, agachó la cabeza para rozar débilmente el tronco a media asta. Diossss, qué sensación más fantástica. La punta de la lengua de la mujer tan deseada excitando mi virilidad sin vergüenza alguna, llevada por el propósito carnal que la dominaba. Unos segundos interminables, la imagen llena de erotismo de la lengua, los dientes y labios resultaron de lo más procaz para mi mente calenturienta. De arriba abajo lentamente, el miembro descansando sobre el muslo recibía los lengüeteos y besos que la mujer experta le proponía.

Lo tomó ahora entre sus dedos, levantándolo para llevárselo a la boca e iniciar las primeras succiones por encima del glande encabritado. Lo envolvió con los labios chupando mimosa el grueso capuchón, metiéndoselo mínimamente y sacándolo en su paulatino chupar. Acercando mis dedos al rostro de suaves facciones, encontré la unión que mi miembro y la comisura del labio formaban. Era aquello algo que siempre me excitaba desde mis primeras relaciones. Ajena a mis movimientos, Beatriz continuó saboreando el delicioso helado que se le ofrecía. Chupaba y chupaba con gesto de tremendo placer, se notaba que lo disfrutaba. La lengua rodeando el glande en circulillos, para a continuación atraparlo en el interior de su boquita de hembra entendida en tales menesteres.

-           ¿Estás bien?

-           De maravilla pequeña, ¿cómo quieres que esté?

-           Bien, sigamos pues...

Cerrando los ojos abrió los labios engulléndola de un solo bocado más de la mitad. Empezó a chupar amorrada entre mis piernas. No se apartaba, más bien todo lo contrario ahogándose sin dejar de comer y comer metiéndose cada vez más trozo de carne. Comía con fruición, metiéndola y sacándola acompañada por el movimiento continuo de los dedos por encima del tronco venoso. En tiempo record quedó desplegado en toda su rotundidad, enhiesto y brillante de sus babas. Apoyado en mi vientre, le pasó la lengua excitándome con el lento roce a todo lo largo. Luego bajó a los huevos que atrapó entre sus labios lamiéndolos, introducidos en la boca y comiéndoselos con enorme apetito. Succionaba sin descanso con el semblante ido, los ojos entrecerrados al volver a chupar tirando del par de huevecillos.

Sin dejar de mirarme con gesto obsceno, lamía el glande succionándolo y recorriendo con la lengua la totalidad del tronco. El arte de la felatio parecía no tener secretos para aquella mujer que no cejaba en su empeño de proporcionarme y proporcionarse placer con el continuo lamer y chupar. Comía con experiencia, ahora sabía de dónde había sacado Judith la habilidad. Moviendo los dedos con rapidez escupió en el glande para esparcir las babas a lo largo del pene, humedeciéndolo arriba y abajo con la calidez de su mano. Con los dedos me rozaba los testículos, al tiempo que mordisqueaba con suavidad el grosor azulado produciéndome una emoción muy cercana al nirvana. Respiré hondo centrado en cada roce que me daba, en aquella lengua provocándome, en aquellos dedos y aquella mano masturbándome una y otra vez. Lo hacía lentamente, entretenida en cada nuevo paso, retardando mi placer de manera intencionada. Entonces se lo metió hasta el final, notando llegarle al paladar y más allá, llenándole la boca hasta hacerla atragantar. Tosió al soltarla pero enseguida volvió a metérsela hinchándose el rosado carrillo por la incontenible presión.

Poco después se separó de mí rugiendo de modo animal. Respiraba entrecortada, los ojos brillándole al acercarse escalando por mi cuerpo, buscando mi boca con su lengua hasta acabar besándome con vicio infinito. Nos besamos apasionados entremezclando las lenguas en el interior de su boca, sintiendo sus labios arder al alargar el beso de modo ávido. Mis manos la acariciaban y ella disfrutaba las caricias, rozándose contra mí con la voluptuosidad de la mujer fatal. El muslo sobre el mío, los vientres abrazados en la sensualidad del momento, Beatriz se pegaba a mí sin dejar de jadear y estremecerse. Con los besos saboreé mi propio sabor mezclado con su saliva, el líquido preseminal que alguna vez había probado en mis íntimos momentos masturbatorios. La lengua introduciéndose entre sus labios, llené su boca golpeando el paladar con violencia. Ella respondió, trepando sobre mí hasta quedar sentada y con la mano atrapándome la espalda. Los dos riendo tontamente, enganché la punta de su lengua como forma de estimular su libido. La madura se movía provocándome con el constante ir y venir, adelante y atrás moviendo el culo al ritmo que las caderas le marcaban.

-           Toni por favor, hazme el amor... házmelo, necesito sentirte dentro de mí...

-           ¿Estás segura cariño? ¿realmente lo deseas?

-           ¡Me muero de ganas por que lo hagas.. no me hagas esperar mássss!

Abrazada, los quejidos débiles junto al oído resultaban el mejor indicador de la mucha excitación que la mujer sentía. Estaba cachonda perdida y los quejidos, gemidos y lamentos que su boca emitía perfectamente lo demostraban. Llegados a ese punto no podía menos que cumplir con mi parte del negocio, aparte que me moría de ganas como ella. Enlazándola por la cintura la llevé contra mí, elevándola sin dificultad mientras por abajo me cogía el pene para llevarlo a su sexo. Fue ella misma la que se clavó, cerrando los ojos beatíficamente y manteniendo el aliento al quedar sentada lentamente. Un lamento de puro placer escapó de sus labios al sentirse llena de mí. Entonces abrió los ojos como platos al sonreír con el mismo gesto beatífico de un instante antes.

-           ¡Sí, por favor, sí... te siento, te siento muchacho!

Sin darse cuenta de lo que hacía, se empinó más de lo debido escapando el pene de tan agradable rincón. Ahora fui yo quien lo agarré situándolo en la entrada, apuntando los labios húmedos para rozarlos suavemente. Bien colocado se lo envainé de un solo golpe, absorbiéndolo los labios al permitir el deslizar de un brusco empujón. Mi querida suegra gritó esta vez, apretándose más a mí al clavar las uñas en mi espalda. Así me fui abriendo paso en ella, dejándola acostumbrarse al recio visitante. Un largo suspiro satisfecho y quedó quieta haciéndose al tamaño palpitante de mi sexo.

-           Uffff, qué grande... qué cosa más enorme Toni.

A horcajadas y cómodamente sentada, inició el ritual del lento cabalgar, trotando primero para buscar el ritmo que más le convenía. Estaba tan mojada que el solemne momento de la copula resultaba de lo más fácil para ambos. Las manos caídas en sus nalgas, la veía subir y bajar explorando su propio placer que también era el mío al disfrutar de tan bella hembra moviéndose de forma pausada y gradual. Elevándose como una diosa, el miembro salía de ella viéndose medio tronco al escapar para, al momento, descender hasta que mis huevos hacían tope con su piel. Esto la hacía gemir cada vez que la sacudía. Pronto nos acomodamos al ritmo del otro, embistiéndola acompasado a su lento cabalgar. Empezamos a movernos, copulando entre un mar de jadeos y palabras inconexas por su parte. Musitaba derrotada, los labios trémulos hechos un puro lamento cada vez que subía para al momento volver a caer ensartada. La vulva se abría bajo el empuje de mi gruesa daga. La imagen de los labios femeninos abrazando la hinchazón del glande me hacía enloquecer dominado por su peso. Ella solo se removía, apoyadas las manos en mi pecho y meneando la pelvis alrededor del eje ardiente.

-           ¡Más, más, más! -reclamaba gimiendo descontrolada al pasar la lengua humedeciéndose los labios resecos.

Las entradas y salidas se fueron haciendo más rápidas y veloces, empujando yo y clavándose ella hasta quedar llena. Suspiraba sin darse un segundo de respiro, la voz entrecortada, casi gutural con el continuo entrechocar de las pelvis. Yo gemía como ella, no era para menos, la mujer tan deseada cabalgándome como la auténtica diosa que en ese momento para mí era. Desde mi posición, podía disfrutar en primera fila del espectáculo de sus pechos botando arriba y abajo al ritmo que la mujer imprimía. Se los cogí, pellizcándole los pezones duros como piedras mientras continuábamos el rápido vaivén, los glúteos generosos golpeándome los muslos. Ella brincaba gozando enloquecida, revolviéndose el cabello al tomarse la cabeza con las manos. Gemía, reía, bramaba moviéndose con frenesí y sin parar de quejarse. Pese a sus negativas anteriores, le metí un dedo en el ano y quedó quieta respirando con fuerza para acabar lanzando un suspiro largo y placentero.

Paramos, desmontando Beatriz a un lado para quedar tumbada a mi lado. Se la veía tan débil y preparada que no pude más que lanzarme sobre ella, deseando continuar con la fiesta. Cogiéndole las piernas, las llevé sobre mis hombros y así estuve un rato saboreando con facilidad la humedad femenina, corriendo arriba hasta alcanzar el agujero estrecho del ano. Una vez más respingó al sentir la caricia en tan sensible zona de su cuerpo, esa vez ya no dijo nada solo se estremeció con el roce constante por encima de la vulva y el ano. Entre sus manos me apretaba contra ella, contrayendo las piernas al ahogarme entre ellas. Nuevamente empezó a gemir cada vez de forma más intensa, con los ojos cerrados y tirando de mis cabellos. Seguí atacándola lamiendo y chupando como sé que le gustaba, entrando la lengua en la vagina, sacándola para raspar la raja sonrosada, rodeando el clítoris palpitante al notar la lengua presionarle. Los gemidos de la mujer se hicieron un hilillo retraído, quedando quieta y sollozando derrotada con la llegada del orgasmo placentero.

-           Me corro... me corro muchacho... ¿dónde aprendiste a hacerlo tan bien?

Subiendo sobre ella, el miembro erecto quedaba completamente a la vista. Supo bien lo que venía e intentó separarse, supongo como movimiento de defensa o para excitarme más de lo que ya lo estaba. Aunque seguramente lo deseaba tanto como yo. El glande cabeceando rozó los labios empapados para la nueva copula.

-           ¿La quieres Bea?

-           Sí sí, métemela cariño... métela despacio.

Con una de sus piernas colgándole y la otra sobre el hombro, apreté suavemente la entrada haciéndola rabiar al lanzar adelante el vientre buscándome. Era evidente lo mucho que lo necesitaba y no quise hacerla sufrir más. Entré en ella de forma suave, lenta, exquisita sintiendo la flor abrirse con el empuje de mi sexo.

-           Sí cariño sí... qué gusto me das... vamos fóllame...

Con el rostro contraído y semblante de tremendo deleite, la mujer madura era el mejor estímulo para mi mente calenturienta. Echándome atrás me dejé caer sobre ella con todo el peso de mi cuerpo. Cerró los ojos quejándose al notar el músculo imparable llenarla. Sollozaba, gimoteaba implorando más en un leve susurro. Resbalando sobre ella la silencié con el beso más tierno que encontré. Bien acomodado, inicié el lento movimiento de la follada, elevándome y penetrándola sin consideración alguna. Adentro y afuera, adentro y afuera tomado ahora por las piernas que tan amablemente me enlazaban por detrás. La mujer experta sabía bien lo que hacer y de ese modo ayudó en el movimiento acompasado que ambos formábamos.

-           Fóllame... fóllame sí... hazme el amor me encantaaa - jadeaba obscena.

-           ¿Te gusta así cariño?

-           Me gusta sí... me pones muchacho, no sabes cómo me pones- respondió abrazados en posición misionero, suspirando entrecortada junto a mi oído.

A cada nuevo empujón murmuraba en un tímido gemido, mitad placentero mitad de queja. Las piernas dobladas en ángulo se dejaba follar complaciente. No pasó mucho tiempo sin que un nuevo orgasmo la visitara, llenando la habitación de decaídos lamentos y palabras sin sentido alguno. Pero yo quería seguir y mantener la acción todo lo posible.

-           ¡Dios muchacho... me vengo, me vengo otra vez... menudo polvo Toni!

Volví a la carga tumbándola en la cama con las piernas abiertas, me dediqué a martillearla sin descanso. Adelante y atrás, clavándola y desclavándola a velocidad de vértigo. Ella gritaba, chillaba, aullaba con el inmenso placer que le producía. El follar continuó agradable para ambos, me hundía en ella, reconociendo las paredes vaginales con el empuje del miembro penetrándola. No sé cuánto tiempo duré dentro de ella, hasta que un escalofrío de puro gusto se hizo presente en ella, convulsionándose entre miles de temblores plenos del deleite más intenso. Se corrió una vez más, chorreándole las piernas sin que mi polla saliese en ningún momento. Me sentía cómodamente insertado y no pensaba en salir por el momento. Más bien todo lo contrario. Comencé a sacudirla, chocando con facilidad hasta hacer tope gracias a lo muy empapado de sus paredes que me atraían hasta el fondo. Agarrándola de los hombros me hundí con un fuerte golpe de riñones, observando el rostro invadido por el goce y la congoja. Supe que me corría y quise echárselo dentro, como forma de hacer más único el tremendo placer que ambos sentíamos.

-           ¡Me voy a correr... me voy a correr Bea!

-           Sí sí, córrete Toni... vamos córrete... lo quiero todo.

Abrazado por sus manos clavadas en mis hombros, lo que seguramente la mujer madura no esperaba es que me pudiese correr dentro de ella. Lo cierto es que tampoco se retiró. Excitado al máximo y tan descontrolado estaba que no pensé en escapar, arqueándome y empezando a escupir leche en el ardor del sexo que me acogía. No sé cuánta leche eché pero debió ser mucha, tan excitado me encontraba por haber podido hacer mía a la mujer tanto tiempo deseada. Caí derrengado sobre la que iba a ser mi suegra, respirando agitado encima de las sábanas arrugadas y deshechas por el cálido encuentro. Ella solo me tomó la cara, enganchándome la boca para besarme con desesperación, la desesperación del último orgasmo que a ella también visitaba.

-           Ufff, eres tremenda Bea -reconocí tumbado a su lado.

-           Tú también lo eres... ¿sabes?, llevaba días deseando estar contigo.

-           ¿Qué tal te encuentras? ¿te gustó? -le pregunté saliéndome las palabras con infinita dificultad.

-           Ha sido maravilloso. ¡Me dejaste agotada! -exclamó pegándose más a mí al tiempo que me cruzaba las piernas por detrás.

Abrazados nos fuimos recuperando poco a poco, besándonos y comiéndonos casi sin fuerzas. Tan agotados nos encontrábamos. Salí de ella pensando que era hora de marchar. El pene flácido se veía pegajoso por el duro combate mantenido. Mirándola encogida y todavía con las piernas abiertas, la feliz hembra gimoteaba doblándose sobre sí misma con el gesto de la mayor de las satisfacciones. Llevándose los dedos al coño, acarició los inflamados labios para después degustar el néctar viscoso de mi placer.

-           Vaya muchacho, te corriste dentro. Tendré que tomar la pastilla, no quiero que le des un hermanito a Judith, ¿no crees? Aún estoy en edad de procrear -declaró sonriendo perversa.

-           No claro que no -asentí escapando de ella y viendo correr el líquido blanquecino hasta acabar cayendo sobre el blanco de las sábanas.

-           ¿Volveremos a vernos? -preguntó mimosa, firmemente apoyada en los codos en posición de lo más lasciva.

-           Tengo que irme -respondí tratando de eludir la pregunta directa.

En apenas cinco minutos me había vestido, abandonando a hurtadillas el domicilio matrimonial. No había pensado en ello, aquello lo había tomado solo como un leve flirteo, un dejarnos llevar por los sentidos aunque al parecer no había sido solo eso para la madura mujer según sus palabras me indicaban. ¡Realmente estaba metido en un buen lío!

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