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La tía Romina 2

en Amor filial

La tía Romina 2

 

Pese a las tensiones y el cansancio acumulado de final del día, los amantes acabaron enredados en un nuevo episodio de resultado imprevisible e incierto para ambos…

 

 

Como decía desde aquel día ya nada volvió a ser igual para los dos y no tardamos mucho en volver a la gresca. Apenas dos días más tarde, tal vez demasiado tiempo según como se mire y vistas las muchas ganas por el otro que teníamos. Esta vez de noche y poco antes de ir a dormir, acabando los dos entregados en el salón, nuevamente encendidos en busca de nuevas emociones todavía más descontroladas si ello era posible.

Tras la cena y esperando que Carlos llegara de sus cosas, en el sofá del salón me encontraba tumbada, cómoda y confiada disfrutando la película de la noche sin nada mejor que hacer. Una gruesa sudadera y solo con la braguita, las imágenes del televisor poco interés tenían para mí. Más bien algo de sueño me estaba entrando, escapándome de tanto en tanto algún revelador bostezo. El día en la gestoría había sido duro con aquella clienta llamando una y otra vez en relación con su tema laboral que se estaba enquistando más de lo conveniente. Hora y media más tarde de lo habitual salí de la oficina y al llegar a casa no deseaba otra cosa que tumbarme en el sofá y relajarme.

Con el runrún de la tele no tardé en amodorrarme, no sería más de diez minutos. El cierre de la puerta al saltar, me advirtió la llegada de Carlos a casa. Recuperándome lentamente del sopor, esperé tumbada en mi total desgana escuchándole a lo lejos dejar sus cosas en el cuarto. Estirada cuán larga era, con las piernas dobladas me sentía cansada pero a gusto al tiempo. Con la suavidad de los dedos me acariciaba el vientre arriba y abajo mientras Carlos seguía en su dormitorio. Sin llamarle y en mi total complacencia esperé pacientemente que se acercara.

-          ¿Romina, dónde estás? –la voz del chico resonó en el pasillo de entrada al salón.

-          Viendo la tele… ven anda.

En un momento le tuve a mi lado, acercándose los pasos con lentitud allí donde me encontraba.

-          ¿Qué tal el día?

-          Buffff, ocupado en la biblioteca mirando unos libros que me hacían falta. Mira qué horas, estaba deseando llegar a casa –confirmó echándose hacia mí para sin rubor alguno plantarme un corto piquillo.

Yo nada dije ante su atrevimiento, al fin y al cabo ya nos lo habíamos dicho todo así que no valía la pena poner ahora puertas al campo. Además que me sabía a gloria cada vez que conocía su boca pegada a la mía, aunque solo fuese en forma de leve contacto.

-          Estuve con la gente del proyecto, compañeros y Victoria, la jefa del proyecto que estuvo dándonos ciertas referencias interesantes para poderlas poner en práctica.

-          Fenomenal Carlos, me alegro que te relaciones y no estés solo aquí encerrado entre estas cuatro paredes. De tanto en tanto va bien escapar y tomar un poco el aire para aclarar las ideas.

-          Estoy contento la verdad, Victoria tiene un montón de experiencia e ideas a desarrollar que me irán de maravilla. Hemos quedado para vernos la semana que viene.

-          Eso está muy bien, un seguimiento exhaustivo y continuo para comprobar los progresos que vas haciendo.

-          ¿Y tú qué tal? –preguntó ahora el chico, allí sentado en el sofá a mi lado.

-          No me hables, cansada y con mucha faena en la gestoría. Salí tarde y apenas cené. Solo tenía ganas de tumbarme y no hacer nada.

-          Bueno, míralo por el lado bueno. Si saliste tarde es que hay trabajo y clientes.

-          Una buena forma de verlo, pero a veces resulta un tanto agobiante. Y tengo una clienta pegada al teléfono con un problema con el que lleva tiempo y no hay forma de resolver.

-          Paciencia, todo se resolverá a su debido tiempo. Ven aquí –dijo inclinándose para caer peligrosamente sobre mí.

Sentí los besos sobre la piel desnuda, haciéndome temblar con el simple roce de sus labios corriéndome expertos y presurosos. Besos delicados y llenos de cariño que me hicieron revolver inquieta, en el momento que su boca se apoderó del cuello haciendo todo aquello mucho más apasionado. Gemí vibrando de emoción al recordar lo del otro día.

-          Cariño, ca… riño sí…

Mi mano caída sobre su brazo y volví el rostro hacia el chico al notar lo ansioso de su boca. Sonreí al notarme correr la boca, para acabar besándome levemente la nariz en una caricia que me pareció simplemente encantadora. Y ahora sí abrí la boca, besándonos al unir los labios en un beso suave y corto. Le tomé el cuello con la mano, atrayéndole más como si de ese modo le hiciera un poco más mío. Me abandoné a las caricias y los besos, relajada como por arte de magia de toda la tensión anterior. Carlos resultaba el mejor reparador para mis momentos de cansancio y debilidad. Con él conseguía ponerme pronto las pilas, recuperando las fuerzas y el ánimo perdidos.

-          Bésame cariño, bésame –exclamé ante lo tierno de la caricia, volviendo su boca a caer sobre el cuello sensible.

Subiendo y bajando por el mismo, enganchando entre los labios la fina piel y provocando en mí un profundo suspiro satisfecho. Acercándome la boca nos besamos esta vez de forma mucho más intensa. Me encantaba cómo lo hacía, amoroso y considerado con lo que no podía más que conocer la gloria. Así y reclinada la cabeza sobre el amplio almohadón me dejé besar, cruzándole los brazos por detrás del cuello para atraerle más. Nos comimos las bocas con fruición, respirando acelerados por el creciente deseo, abriendo las bocas y juntando las lenguas en un combate sin freno.

Y mientras, por abajo pude notar la mano masculina reconociéndome la figura, resbalándome por encima de la nalga para enseguida alcanzarme la entrepierna repasando los dedos la tela de la braguilla. Gimoteé entusiasmada por su osadía. Por mi parte y con una mano, le acariciaba el cuello y la cabeza al tiempo que removía la otra a lo largo del hombro. Carlos volvió sobre sus pasos, besando y lamiéndome el cuello que mi cabeza ladeada le ofrecía. Aquello me ponía muy cachonda, gimoteando ahora en voz alta ante lo agradable del roce. Aquel maldito sabía lo que se hacía, provocando en mi persona las mejores sensaciones que una mujer puede desear.

-          Sigue muchacho, sigue… dios qué bien lo haces…

Llevado por la locura, tan pronto me besaba el cuello como subía su boca a la mía, jugando uno con otro de manera acentuada al mezclar las lenguas en el interior de su boca. Noté su lengua muy húmeda junto a la mía, enredados en un beso largo y profundo con el que perder el aliento. La mano del chico me agarraba el pecho con desesperación, luchando los dedos con el algodón de la molesta sudadera. Yo con la mía, subía y bajaba la espalda de mi joven sobrino pudiendo sentir todo lo atractivo y varonil de su joven silueta. ¡Me ponía, me ponía completamente loca, debo reconocerlo!

Carlos, dejando los besos a un lado, fue bajando muy lentamente hasta llegar entre mis piernas donde empezó a recrearse haciéndome rabiar. Nuevos besos y lametones, esta vez encima de la barriguilla que la sudadera subida dejaba a la vista. Resbalándole la nariz sobre la piel firme y tersa que el mucho ejercicio me costaba. Sin decir nada, solo viéndole hacer, un reguero de gemidos, suspiros cortos y jadeos entrecortados acompañaban su lento correr entre mis piernas. Corriendo por encima pero sin buscarme todavía el centro de sus deseos, Carlos se entretenía besándome y deslizando los labios a lo largo de mis muslos que las piernas dobladas tan bien mostraban.

-          Así cariño, así… continúa por favor… me encantaaaaaaaaa.

Con las piernas bien abiertas y soportando el largo suplicio como buenamente podía, abrí los ojos un breve instante al verle cerrarme las piernas y agarrar la braguita haciéndola desaparecer bajo mis pies. De tantas ganas como tenía, ayudé en la tarea elevando femeninamente el trasero y sonriendo ante lo perverso de lo que pretendía. Nada bueno, desde luego. La mirada del chico no engañaba, tan refulgente y profunda con la que me traspasaba.

-          ¡Qué buena estás Romina! –declaró con sinceridad desmedida lo que me produjo un mayor deseo por él.

-          Oh cariño, me encanta que me digas esas cosas –dije respondiendo con vehemencia a sus palabras.

-          Sabes que es cierto lo que te digo. Sabes cuidarte y el cuerpo te lo agradece… ¡Tía, me encantan tus largas y bien formadas piernas, tu pecho terso y duro, tus besos cálidos y llenos de sensualidad!

-          Oh calla muchacho, me harás ruborizar con tanta palabra bonita.

Tras deshacerme de las braguitas, me incorporé hacia él dejando que me arrancara la sudadera y luego el sujetador quedando de ese modo mis pechitos excitados al aire. Provocativos, elevados y firmes ante el joven macho que los acogió entre sus dedos mientras nos besábamos como los enamorados que nos sentíamos en esos felices días. Bajando la mano me agarró el pecho, apretándolo con firmeza y suavidad al tiempo, sopesándolo bajo los dedos y sacándome un gritito desconsolado al pellizcarme poco después los pezones.

-          Con cuidado cariño, me haces daño –falsamente me quejé demostrando de ese modo lo mucho que me gustaba.

Cogiéndole por detrás del cuello, volvimos a los besos entre los lamentos y gemidos acallados que ambos producíamos. Las bocas se abrían llenas de ansia por nuevos besos y choques entre las lenguas empapadas y ardientes. Mezclando las salivas en el interior de la boca del otro, nos removíamos por encima del sofá, ajenos por entero a todo lo demás. Ahora fui yo quien le desnudó, quitándole la camiseta por encima de la cabeza y buscándole la hebilla del cinturón que de manera diestra supe ir soltando.

Sin embargo y cayendo atrás con la mano de mi joven sobrino enlazándome la espalda, Carlos se apoderó nuevamente de la parte alta del pecho, besándolo con un punto de malsano desvarío. De nuevo y subiendo a mi boca, nos besamos del modo apasionado y sensual que tan bien conocíamos mientras, entre mis piernas, los traviesos dedos comenzaban a jugar con mi flor rosada.

Besándome el vientre mientras se acomodaba, Carlos me llenó de suaves besitos descendiendo de forma gradual hasta caer finalmente donde más le convenía. Yo, con las manos en mis pechos e incorporada adelante, observé paso a paso cada uno de sus lentos avances.

-          Es precioso –exclamó echándose atrás para mirar embobado mi cálida hendidura.

-          Oh gracias –no pude más que agradecer sintiéndome vibrar con sus palabras.

El muchacho se entretuvo acariciándome con los dedos los labios abultados, rozándolos levemente sin pretender de momento otra cosa que empaparse con la imagen de mi coñito entreabierto y dispuesto a todo. Enseguida le tuve al fin entre mis piernas. Envolviéndolo con los labios, lamió y chupó de forma ligera el tierno botón, arrancándome con ello el primero de mis largos y profundos gemidos. Con la lengua empezó a escarbar, llevando los labios a los lados con sus dedos. Así, lamía y sorbía introduciendo suavemente la lengua entre las acogedoras paredes. Con los ojos entreabiertos y estirándome atrás, llevé la mano a sus cabellos para apretarle más contra mí.

-          Así muchacho así… cómemelo cariño… có… memelo todoooo –gruñí con las primeras sensaciones que aquella lengua malvada producían en mi delicado coñito.

Con maestría infinita saboreó y devoró el manjar que se le entregaba, bebiendo y sorbiendo los jugos que de forma descontrolada empezaban ya a abandonarme. Metiendo la lengua hasta donde podía, oliendo los cálidos aromas que la vagina empapada despedía, removiéndome yo complacida con el roce que la lengua producía pasando y repasando una y otra vez por encima de la rajilla irritada.

Entonces comenzó a hacerlo más rápido, ayudado con dos de sus dedos que introdujo comenzando a moverlos a buen ritmo. Bramé de puro gusto, pidiéndole más y reclamando con mi voz entrecortada mayor velocidad por su parte. Elevando el vientre al tiempo que me apretaba los pechos entre las manos, pellizqué los pezones con rabia mal contenida. Me gustaba lo que me hacía, me sentía bien cachonda y en espera de mucho más.

Los dedos entraban y salían con facilidad ayudados por el manantial de jugos que mi vagina era, resbalando adelante y atrás provocándome un placer creciente. Y mientras, con la lengua atacaba el clítoris ya inflamado y deseoso de las caricias con que el chico lo martirizaba.

-          Sigue Carlos… así así, lo haces perfecto… chúpamelo así… sigue sigue…

El muchacho, ya con toda la confianza que entre ambos existía, sacó el dedo para llevárselo a la boca y saborear los jugos amargos de mi sexo ardiente. Aquella imagen produjo en mí una excitación especial, verle allí saboreando y disfrutando mi feminidad completamente entregada a lo que de mí quisiera hacer. Luego, hizo lo mismo acercándome los dedos para que yo misma degustara el néctar de mi pecado relamiéndome como una bendita. Me encantó sentirlo entre los labios, mitad amargo mitad dulce al chupar y lamer los dedos de mi joven amante.

Mis manos volvieron a caer entre sus cabellos, apretándole entre las piernas con desesperación. Rugiendo con los ojos en blanco, el placer más intenso golpeando las puertas de mi cerebro. De pronto, Carlos abandonó la diabólica caricia para dedicarse ahora a recorrer un muslo y luego el otro que sus manos tenían bien sujetos. Rabié exigiendo que siguiera con lo que me hacía un instante antes. Evidentemente y al punto que me había llevado, no estaba para tiernas caricias sobre los muslos. ¡Necesitaba más y lo necesitaba ahora!

Pero él poco caso hizo a mis súplicas en forma de lamento irascible, notando el roce delicado y suave de sus labios y la lengua por encima de la piel erizada. Supongo que el muy ladino perseguía hacerme sufrir aún más, viendo el lastimoso estado en que me encontraba. De ese modo, siguió ahora sí haciéndome crecer el placer al dedicarse de nuevo al tierno juego de chupar y succionar de mi rajilla inflamada. De nuevo gruñendo y con la mano en el pelo descuidado del chico, la lengua me trabajó con suavidad y delicadeza extremas. Hundiéndose en mi interior y pudiendo notar el roce de su respiración golpeando tan sensible zona de mi anatomía.

-          Muchacho, eres fantástico… ¿Dónde aprendiste a hacerlo así? –me sentía loca de emoción por aquella lengua que me hacía perder el oremus con cada nuevo ir y venir.

Raspándome la entrada, cubriéndola arriba y abajo y subiendo al clítoris sobre el que volvió a caer tirando del mismo entre mis sollozos violentos. Fuertes espasmos me corrieron el cuerpo, elevándome adelante para al momento caer desplomada sobre lo mullido del sofá. No lo abandonó el muy canalla, sabiendo bien que con aquello arrancaba lo peor de mí misma. El vientre me temblaba, pataleaba encendida ante lo atrevido de su caricia, apretando los labios al suplicar más y más con los cabellos revueltos por encima del rostro. Carlos continuó sin darme tregua, los gemidos y ayes escapando de mi boca con volumen desbocado para notar en ese momento cómo los dedos me follaban entrándome y saliendo con tremenda rapidez y sin respiro hasta conseguir sacarme el primero de los orgasmos. Morí de gusto en ese instante cayendo atrás derrotada e hipando entrecortada por el terrible placer al que me había llevado.

-          ¡Joder nene, joder… eres el mejor… menudo experto estás hecho! –grité su mucho saber en el arte del cunnilingus.

Cansada y agotada pero feliz con tan agradable compañía, me aparté los cabellos atrás al bufar el completo estado de inquietud en que me hallaba. El coñito empapado y escocido por el largo tratamiento al que me había sometido, el chico se dedicó a chupar y lamerme sin prisa en busca de un nuevo placer para mí. Verdaderamente me encantó su dedicación infinita hacia mi persona. Desde luego Carlos no mostraba las prisas que mis otros amantes me dispensaban, jugando en cambio conmigo de forma lenta y premiosa. Teníamos todo el tiempo del mundo para disfrutar de nosotros. Sin duda cualquier otro ya me hubiera penetrado.

Pero como cualquier otra cosa aquello también tuvo su final, al incorporarnos uno y otro quedando pegados en un beso de total agradecimiento por mi parte. Labios contra labios, mordiéndoselos como forma de dar a conocer lo muy excitada que me encontraba, los tímidos quejidos tras el atroz frenesí vivido quedaron así aplacados en su boca.

Sentada frente a él, no pude menos que bajar las manos a su entrepierna reconociendo el pantalón ya abierto facilitándome la tarea. Tomándole el bóxer y el pantalón los hice bajar con interés infame por saborearlo.

-          Ahora te toca a ti sufrir. Déjame jugar contigo –dije con el deseo por devolverle aunque solo fuese una pequeña parte de lo que él me había dado.

Con gesto serio pronto alargué la mano a su pene a medio empalmar. Grueso, venoso y con la piel recogida, ya mismo me apoderé del miembro viril empezando a jugar con el mismo. Moviendo la cabecita adelante y atrás, el grueso animal comenzó a quejarse en forma de lento crecimiento malsano. Las manos del chico apartándome los cabellos, chupé con mi también maestría escuchándole lanzar los primeros suspiros placenteros por encima de mi figura doblada. El miembro aún sin tensar entre mis dedos, entregada al placer del macho al que tan dedicada me sabía.

-          Ummmm , sigue preciosa…

Moviendo la boquita con rapidez sobre el tallo sensible, ayudando la caricia con mis dedos adelante y atrás. Me la metí entera gracias a su tamaño todavía no completo. Los ojos cerrados, me ahogaba frente a su vientre, las manos de mi sobrino empujándome contra él para hacer la mamada más profunda.

Poco a poco y con mis malas artes, el miembro herido fue desplegando su terrible presencia ante mí. Ahora sí se notaba dura y gruesa, aunque le faltaba algo para quedar parada en su total esplendor. Me dediqué esta vez a jugar con sus bolas que noté cargadas bajo mis labios. Lamiéndolas divertida, metiéndolas en la boca como si del mejor tesoro se tratara, redondas, firmes y delicadas al tiempo bajo el roce de mi boca maliciosa. Entre los dedos las sopesé, velludas y duras confirmando todo lo mucho que para mí guardaban. Elevé la mirada hacia Carlos, observándole con la mirada perdida y gimoteando complacido por lo que le hacía.

Cerrando los ojos, volví a entregarme al placer del chico. Creo que ya dije lo mucho que me gustaba lamer y chupar, disfrutando el total placer que a mi pareja le daba. Abandonándolo un segundo, me dediqué a lamer el grueso champiñón con suaves y profundos golpes de lengua que le hicieron vibrar. Orgulloso lo vi enderezarse curvado, mostrando ahora sí el aspecto amenazante que tan bien le conocía. Entre los dedos lo pajeé palpitante por las miles de sensaciones que recibía. Adelante y atrás, arriba y abajo con la piel recogida y el glande brillante y ya en completa tensión.

-          ¡Me encanta tu polla! –declaré con la mirada clavada en la suya.

Temblándole las piernas, el chico con gesto febril daba pena, tan poderoso y débil al tiempo. Le tenía a mi completa merced y de ello iba a aprovecharme. Acariciándole los huevos me la metí lo que pude. Chupándola y devorándola entre mis fauces no quería dejarla nunca. Adentro y afuera, una y otra vez y aguantando la respiración para hacerle el placer mayor. Sacándola, con la lengüita jugueteé nuevamente con el glande inflamado, pasándola por encima para luego bajar el tronco hasta la base y volver a subir entre los sollozos de delirio que el chico producía.

-          ¿Te gusta muchacho?

-          Mmmmm, sigue Romina, sigue.

Un rato estuve así entretenida, la mirada fija en el músculo palpitante y pasando una y otra vez la lengua tronco arriba y tronco abajo sin descanso. Masturbándole a buen ritmo, el miembro me llenaba la boca por entero costándome ciertamente respirar. Yo, en  mi total inconsciencia, trataba de tragarla hasta el final cosa que no pude teniendo que abandonarla entre continuas arcadas. Pero nunca me cansaba, con sus gemidos y lamentos veía lo mucho que gozaba con lo que me entregué con mayor dedicación a mi labor.

Una larga y deliciosa mamada le di, acariciándole los huevos y sin parar de succionar y lamer el recio aparato. Cogiendo velocidad empecé a chupar con rapidez, la boquita corriendo a lo largo del tronco sin interés alguno por dejarlo de lado. Y eso hizo que el joven semental aumentase en sus lamentos, boqueando y jadeando su insano sinvivir. Haciendo caer la mano a lo sinuoso de mi espalda, continué comiendo polla para acabar subiendo hacia mi hombre, besándonos enamorados mientras entre los dedos le pajeaba arriba y abajo sin renunciar a tan agradable amistad.

-          Te deseo Carlos, te deseo… dame polla… dá… mela toda.

Pese al susurrante pedido no dejé de jugar con él, sentado ahora y con mi cabeza metida entre sus piernas. La cabeza adelante y atrás, saboreaba su virilidad con una sonrisa en los labios. Tanto era lo que me gustaba hacerlo. Moviendo la mano arriba y abajo para acabar acogiéndolo entre mis labios golosos. La imagen que el miembro henchido mostraba resultaba realmente espantosa. Brillante de mis babas, enderezado frente a mis ojos se dilataba como si de pura magia se tratase.

Y lo chupé, mamando de forma apresurada, escuchándole lamentarse, el rostro contraído en un rictus de deleite completo. Sonriéndole traviesa, haciendo fricción con la lengua sobre las venas azuladas que bajo mis labios se veían. Rozándole tímidamente luego, el glande erguido de manera arrogante. Entre los dedos le masturbé sin control de lo que hacía, murmurando el chico y dando a conocer su próximo placer. Pero supo pararme a tiempo aunque no me hubiera importado que me lo diese todo.

-          Para, para o me harás correr –exclamó con congoja al retirarme de su lado.

-          Está bien, hagamos otra cosa entonces –dije poniéndome en pie para enseguida montarle encima en busca de la necesaria penetración.

Con el pie firmemente apoyado y el largo instrumento enganchado entre los dedos, de forma lenta pero segura me fui dejando caer hasta quedar completamente llena de él.

-          Ummmmm cariño, qué dura la siento… es enormeeeee.

Con el gesto descompuesto y los huevos pegados bajo mi culo, las manos del chico me tomaron las ancas subiéndolas luego a los costados. Comenzamos el lento y gradual movimiento de los cuerpos, trotándole encima con mis primeros gimoteos de dicha. Cómodamente unidos, el agradable cabalgar fue ganando en profundidad e intensidad.

-          La siento, la sien… to…

-          Muévete Romina, disfrútala cariño.

-          Oh sí, me llena hasta el final… fóllame chico.

Hecha una diosa le cabalgué con gran placer. Meneándome sobre mi amante, botando arriba y abajo y alrededor del eje ardiente en forma de círculos. Así me dediqué a ordeñarle, cabalgando a buen ritmo, desapareciendo la polla de mi interior y volviendo a hundirse con terrible brusquedad. Eso me hacía aullar de placer infinito, las manos apoyadas en sus muslos al echarme atrás con los pechos elevados adelante. Carlos me tomó con dificultad uno de ellos debido a mi ágil zarandeo, follándome yo misma hasta lo más profundo. Jadeaba hondamente, apretando los labios para luego caer estremecida sobre mi joven compañero, la aflicción apoderándose de mi persona con cada nueva entrada.

El orgasmo me llegó enlazándolo con un segundo que sentí mucho más prolongado y profundo, dejándome abrazar por el muchacho que me apretaba con fuerza a él. Sollozando mi placer, los ojos vidriosos por la horrible desazón que me devoraba. Nos besamos apasionados, unidas las lenguas de manera lasciva, golpeándolas sensualmente una contra otra.

-          Diosssss, eres tremendo muchacho… ¿dónde estabas todo este tiempo?

Separándome de su abrazo, me incorporé atrás volviendo a adoptar la postura de antes. De nuevo las manos del chico posadas en mi trasero, quietos los dos disfrutando lo sublime del momento. La mirada fulgente del uno en la del otro, observé los bonitos ojos oscuros de mi sobrino que me miraba con gesto de total enamoramiento. Humedeciéndonos ambos los labios resecos por el cansancio, volví a besarle dejándome coger el rostro entre sus manos. Las respiraciones ahogadas tan cerca del otro, las palabras ardientes y tan llenas de perversión.

-          Ven levanta –musitó junto a mi oído haciéndome levantar enlazada por la cintura.

Cogida en brazos me hizo levantar quedando los dos en pie. De ese modo y de espaldas al hombre, con la pierna doblada y apoyada en el brazo del sofá, Carlos se dispuso a continuar la fiesta. Pero primero jugó con mi conejito, lamiéndolo y chupándolo aún más si es que hacía falta. Lengua viene y lengua va, reconociendo cada rincón de mi vagina abierta, rodeando el botoncillo de mi placer para luego envolver los labios con los suyos y succionar profundamente entre mis grititos descontrolados.

-          Sí chúpamelo… me encanta, con… tinúa.

Situado entre mis piernas me las hizo abrir más, gimoteando yo como desesperada deseando conocer su próximo movimiento. Evidentemente desde mi posición no podía verle, ni tan solo adivinar lo que podía pretender de mí. Sobre el redondo trasero solo notaba su respiración forzada y cómo la lengua buscaba deslizarse una vez más entre mis glúteos bien seductores y levantados. Con la lengua rozó nuevamente la entrada del coño, para subir y pasarla ahora por encima de mi otro agujero mucho más escondido. Pegué un respingo nada más notarlo, tratando al tiempo de separarle al conocer bien sus depravadas intenciones.

-          Estate quieto, deja eso no seas malo.

-          ¿Malo por qué? ¿Acaso no te gusta? –preguntó rozando de nuevo con el dedo la entrada todavía cerrada.

-          ¿Lo has hecho mucho? –pregunté a mi vez sorprendida por su descaro.

-          Bueno, en realidad no mucho.

Yo tampoco lo había hecho mucho, apenas dos veces y solo recordaba sentirme fuertemente dolorida ante el brutal empalamiento que ahora el chico buscaba. Sabía que era eso lo que quería, no tenía duda de ello. Tranquilizándome levemente al ver que lo abandonaba volviendo sus pasos sobre mi flor abierta, suspiré largamente con el continuo restregar de la lengua entre mis piernas. De manera instintiva eché el culo más atrás, mostrándome apetecible a su caricia.

Pero de nuevo y sin avisar, el tortuoso roce se apoderó de la entrada trasera volviendo yo a quejarme pero sin poder escapar al tenerme bien cogida con sus manos. De las caderas enganchada noté la lengua humedecerme, escupiendo incluso encima para favorecer así la lubricación. Entonces reconocí la entrada lenta y decidida de un dedo, dos y hasta tres abriéndome sin remedio a su placer. Aguanté la respiración sabiéndome transgredida y vulnerada de aquel modo tan inesperado. Gemí sin poder evitarlo con el solo roce del dedo introduciéndose levemente.

Aguanté nuevamente la respiración, apoyada firmemente en el brazo del sofá y en completa tensión. Un rato que creí eterno estuvo cambiando de un agujero al otro, seduciéndome con sus caricias, tranquilizándome convenientemente y poco a poco para dejarme preparada y dispuesta. Quieta sobre el sofá apreté los labios esperándome lo peor. Sin embargo, Carlos me penetró por delante encajándomela entera y de un solo empellón. Aguantando el aliento ante  lo salvaje de su intento, comenzó a moverse resbalando entre el humedal de mi coño.

-          Despacio muchacho, por favor –grité suplicante dirigiendo la mirada hacia él.

-          Abre las piernas cariño, apóyate en el sofá –dijo autoritario aprisionando fuertemente mi muslo entre sus dedos.

Con la pierna doblada y bien expuesta, me folló como quiso y a su total disposición, clavándose hasta el fondo, sacándome verdaderos alaridos de puro placer. El miembro erecto y firme taladrándome y martilleando hasta lo más hondo. Bufando como un toro herido y delirando yo en mi entera indefensión. Pero al tiempo me encantaba, volviéndome loca su violencia y lo rudo de su actitud. Me corrí agotada ante lo montaraz de su empuje, dándome una y mil veces, casi desmayada en mi orgasmo extremo.

Mi joven y atractivo sobrino paró saliendo de mí, en un breve instante de respiro para ambos. Con la mirada perdida le observé cogerse la polla, reconociendo ahora sí lo que buscaba.

-          Por favor cariño no, no por favor –gimoteé buscando conseguir un último punto de lucidez en el muchacho.

Pero Carlos ya no atendía a razones, presionando con el dedo para tratar de romper mi resistencia.

-          Tranquila, iré con cuidado. Confía en mí.

Apoyó la gruesa cabeza del glande en la entrada de mi culito y poco a poco empezó a empujar muy lentamente. El émbolo bien engrasado, de ese modo lento fue logrando lo que deseaba hundiéndose paso a paso con el abrir casi milagroso de mi estrecho y débil agujero trasero. Costó, claro que costó pero seguramente mucho menos de lo que imaginaba, teniendo instantes después buena parte del recio mango en mi interior.

-          ¡Aaaaah despacio chico… despacio o me vas a matar! –sollocé los dos quietos procurando acomodarnos al demencial acople.

Llorosa, con los ojos encendidos y abiertos como platos me sentí traspasada y cómo un dolor intenso en forma de terrible aguijonazo se apoderaba de mi pobre culito. Cerré los ojos, sollozando fuertemente nada más lo tuve dentro de mí. Casi no podía ni respirar de tan llena como me sentía. Quietos los dos, poco a poco fue moviéndose tratando de conseguir la necesaria confianza por mi parte. Adelante y atrás y muy despacio empujó abriéndose paso en el estrecho agujero, dilatándolo bajo su presión de forma increíble. Parecía mentira que aquello tan grueso pudiera entrar en mi hasta entonces poco visitado culito.

Tomada de las nalgas y con los dedos buscándome la vulva, Carlos fue sodomizándome cada vez de manera más cómoda. Entrando y saliendo, deslizándose entre mis paredes muy lentamente permitiéndome así soportar mejor la presión.

-          Muévete Romina… ayúdame vamos… verás que pronto se acostumbra.

Y así lo reconocí aunque ciertamente aún me dolía, empujando contra mí haciéndome ver las estrellas.

-          Me duele muchacho, me quema… es demasiado grande.

Pero entre mis cachetes parecía decir lo contrario, clavándose ahora el chico de forma mucho más fácil y natural. La presión cada vez costaba menos, parecía mentira pero así era. Tal vez como un mecanismo de defensa me iba adaptando al recio empuje. De ese modo y cogida de las caderas, mi guapo sobrino comenzó a moverse sodomizándome tan entregada como ahora me mostraba. Mis débiles lamentos se unían a los bufidos del macho enredado en la difícil tarea de la sodomía.

-          Despacio Carlos, despacio –le pedía con los ojos vidriosos y mordiéndome el labio para así tolerar mejor la energía de mi joven compañero.

Yo misma y sin saber cómo, empecé a removerme moviendo las caderas y tirando la cabeza atrás llevada por la mano del chico que me sujetaba con fuerza el cabello. Empezamos a movernos los dos, empujando él y respondiendo yo del mejor modo que supe o pude. Tragando buena parte de su polla, tal vez más de la mitad, todavía no notaba los huevos golpearme entre los cachetes abiertos. Echándose encima, Carlos me agarró el pecho acariciándolo con su fascinante delicadeza que tanto me gustaba. Y mientras por abajo, me masturbaba el clítoris con lo que me hacía soportar mejor lo que en el otro agujero sucedía.

-          ¿Te gusta pequeña? ¿Dime te gusta ahora?

-          Sí cariño… to… davía me duele pero ya no tanto.

-          Sigue mi amor, sigue –de manera imprudente me escuché pedirle

Carlos, al escuchar mis palabras, imagino pensó lo tenía ya todo ganado y así, enganchada por los glúteos, inició un rápido rebotar ganando paso a paso el ritmo necesario. Grité dolorida al saberme follada con mayor ímpetu, entrándome centímetro a centímetro el músculo horrible. Metiéndome dos de sus dedos en el coñito que casi no notaba, toda mi sensibilidad centrada en la parte trasera.

Entonces escapó con un sonido seco como cuando se descorcha la botella de champán, enterrándose al momento en la vagina que se abrió atormentada. Me cogió por la cintura pegándome a él y pudiendo sentir el torso velludo cubrir mi espalda.

-          Te deseo Romina… dios todo esto es un sueño.

-          Sí cariño sí… ámame mi niño, hazme el amor.

-          Eres preciosa, me vuelves loco –las manos bajándome y subiéndome la piel erizada por tanto deseo mal contenido.

Empecé a mover las caderas desesperada, dándome y dándole el gusto que tanto apetecíamos. Suspirando profundamente con el aliento del chico cubriéndome el hombro. Dios, qué maravilloso polvo aquel… ¿alguna vez encontraría un amante como aquel muchacho? Echada la cabeza hacia él, nos miramos para enseguida besarnos apasionadamente. El miembro encabritado hiriéndome la vulva empapada en jugos, la mirada perdida de ojos en blanco por el inaudito suplicio.

Todo aquello lo continuamos esta vez en la conocida posición del misionero, tumbada yo boca arriba en el sofá y con el chico martilleándome encima sin compasión. Las piernas abiertas y medio dobladas, el culo algo elevado que me hacía bajar con su constante entrar y salir dejándose caer sin respiro. La polla hecha fuego, se clavaba lacerándome la hendidura con toda la fuerza del joven macho. Una y otra vez entre mis gimoteos desconsolados, acompañando mis jadeos entrecortados el incesante ir y venir con que me satisfacía.

-          Sigue mi niño, sigue… me harás correr otra vez – dije con el orgasmo a punto de presentarse nuevamente entre mis piernas, irritadas por tanto folleteo como me daba.

Carlos me la sacó de golpe, apareciendo ante mí el miembro soberbio y amoratado por el roce continuo.

-          ¡No no, no te salgas ahora… Sigue…!

Pero sin embargo, le vi masturbarse él mismo entre los dedos hasta acabar eyaculando sobre mi vientre el objeto de su placer. La leche espesa corrió sobre mi vientre, llenándome por encima del pubis y los pelillos que lo cubrían, saltando piel arriba dejándome perdida con dos, tres, cuatro goterones de su semen abundante y blanquecino.

Me corrí yo también alcanzando el último de mis orgasmos, entre los grititos que el rápido hurgar de mis dedos sobre el clítoris y abriéndose seguidamente paso entre los labios me hacían exhalar. Sobre la almohada quedé derrengada, desfallecida y muerta bajo el peso del chico al que sentía jadear junto al cuello, un beso ahogado acariciándome el hombro. Abrazados con fuerza y recuperando el resuello con grande dificultad, poco a poco nos vimos envueltos por el universo lejano del sueño reparador.

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