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Feliz descubrimiento con mi tío Blas

en Amor filial

Feliz descubrimiento con mi tío Blas

Desde bien pequeña ya empezó a saber de qué iba todo aquello del sexo. Los primeros contactos fueron con sus jóvenes compañeras de aquel colegio interno de monjas. Luego vinieron muchas más cosas hasta el día que se encontró con su tío Blas en el apartamento que este y su tía tenían en la playa…

 

I see a red door and I want it painted black

no colors anymore I want them to turn black.

I see the girls walk by dressed in their summer clothes

I have to turn my head until my darkness goes.

I see a line of cars and they’re all painted black

with flowers and my love both never to come back.

I see people turn their heads and quickly look away

like a new born baby it just happens ev’ry day.

I look inside myself and see my heart is black

I see my red door and it has been painted black.

Maybe then I’ll fade away and not have to face the facts

It’s not easy facin’ up when your whole world is black.

No more will my green sea go turn a deeper blue

I could not foresee this thing happening to you.

If I look hard enough into the settin’ sun

my love will laugh with me before the mornin’ comes…

Paint it black, THE ROLLING STONES

 

Me llamo Fabiola y descubrí el sexo ya desde bien jovencita. Ya a los nueve años empecé a recorrer mi cuerpo, el cual iniciaba sus primeros desarrollos, descubriendo poco a poco el placer que el mismo podía proporcionarme. No tardé en llevar a cabo mis primeras masturbaciones en la soledad de mi cama o en el baño mientras me duchaba todavía acompañada por aquel pequeño patito que por entonces siempre me acompañaba en mis visitas al baño. Mis deditos fueron los primeros en recorrer aquella rajita que tanto placer podía ofrecerme, un placer desconocido pero que conseguía hacerme perder la razón cada vez que lo acariciaba arriba y abajo.

Poco más tarde empezaron a desarrollarse mis primeros contactos con alguna que otra amiga del colegio. Con Adela nos masajeábamos los pechitos durante el recreo, escondidas en alguno de aquellos cubículos de los lavabos. Sentadas en la taza del váter nos subíamos las faldas, bajándonos después las braguitas y con los dedos o con las lenguas nos recorríamos nuestros sexos una y otra vez hasta acabar conociendo placeres inigualables para unas renacuajas como nosotras éramos por aquel entonces.

Nos aficionamos tanto a aquellos menesteres que, en ocasiones, ni siquiera aguantábamos a llegar al patio empezando en la misma clase a rozarnos los muslos y las piernas bajo nuestros pupitres aprovechando la soledad que nos ofrecía la última fila. El momento más propicio era el de la clase de música de la tarde que nos daba Sor Patrocinio, aquella buena mujer de cerca de sesenta años que tanto y tanto tiempo llevaba impartiendo clases de música y lengua en aquel colegio. De pelo como la panocha, barbuda, panzona y algo corta de vista y de entendederas comprenderán que ante aquel panorama unas jovencitas con las feromonas desatadas hacíamos con ella lo que queríamos.

Pero no sólo con mis compañeras pude disfrutar de los placeres de Lesbos pues alguna de las propias monjas era también partícipe de aquel oscuro libertinaje procurándose placer ellas mismas e incluso con alguna de sus compañeras. Los días en un colegio interno de aquel tipo suelen ser bastante aburridos, siempre con las mismas tareas a realizar, así que las jóvenes novicias eran los elementos más fáciles para poder sucumbir en las redes de los placeres de la carne.

En cierta ocasión gocé con la presencia pecaminosa frente a mí de una de aquellas jóvenes novicias. Volvía yo una noche tras confesar mis últimos pecados con Sor Patricia, la madre superiora, cuando cruzando uno de los pasillos escuché un débil suspiro de emoción. Sin ser vista por ella y escondida en un rincón oscuro de aquella estancia de altos techos, pude observar a una de las novicias tumbada en un amplio sillón, con el hábito levantado hasta la cintura y masturbándose con celeridad inusitada.

Observando con más detenimiento pude ver que se trataba de la hermana María Constanza la cual llevaba en el colegio no más de un año. Movía sus dedos de forma rápida y experta recorriendo su rajita y su sexo de vello oscuro y frondoso. A cada roce de las yemas de sus dedos se retorcía aguantando a duras penas las ganas que debía tener de gritar a los cuatro vientos su enorme placer. La hermana María Constanza no hacía más que sollozar de forma apenas perceptible con cada caricia que sus dedos le prodigaban. Aquella joven muchacha de aún no veinte años, era bella y de formas juveniles y resultaba tan encantadora la turbia y obscena imagen con la que mis ojos se deleitaban que no pude hacer otra cosa que mantenerme oculta disfrutando de tan exquisito espectáculo. Además era sumamente difícil que ella descubriese mi presencia estando como estaba tan ocupada gozando de sus caricias y con la mirada completamente perdida.

De ese modo no pude menos que acompañarla en tan intenso placer, llevando mis manos entre mis piernas y masturbándome hasta que acabé mordiendo mis labios alcanzando mi mudo orgasmo igual que veía hacer a aquella hermosa joven.

Pronto comencé a probar los muchos placeres que el sexo masculino podía ofrecerme. Fue al poco de salir de aquel colegio con no más de quince años y el estreno fue con mi propio hermano. Mi querido hermano, un muchacho un tanto débil de espíritu, resultaba por aquel entonces con sólo un año más que yo un joven agradable y delicado. Una tarde en que mi madre no se encontraba en casa, se había dejado la puerta abierta del baño y sin esperármelo me lo encontré en la ducha acariciándose aquel largo y grueso animal que para mí resultó una experiencia altamente perturbadora. Pese a su juventud tenía un miembro de buen tamaño y en el que se marcaban unas venas azuladas que parecían querer reventar bajo el lento movimiento que sus manos ejercían. Los dos quedamos parados y sin pronunciar palabra alguna, tan sólo disfrutando yo de tan formidable descubrimiento y él sin saber dónde meterse.

Mi juvenil curiosidad me hizo meterme a la ducha con él haciéndole callar antes de continuar con mi lento avance. Ciertamente aquello resultaba nuevo para mí y no sabía muy bien el camino que debía seguir. Sin embargo, no tardé mucho en aprender relevándole en las caricias con las que mi hermano parecía encontrar agradables sensaciones y mundos desconocidos. Agarré aquel enorme cilindro entre mis manos y empecé a moverlo tal como le había visto hacer a él. Poco a poco mis pequeños deditos fueron tomando mayor velocidad lo cual provocó en Alberto leves gemidos de placer.

Con el suave masajeo de mis manos le notaba temblar y estremecerse mostrándome así lo mucho que aquello le estaba gustando. Así continué no más de dos largos minutos acariciándole y masturbándole su inexperto sexo hasta que llevé uno de mis dedos hacia su agujero anal tratando de penetrárselo como había aprendido a hacer con mis jóvenes compañeras. Alberto, nada más sentir la entrada de mi dedo en su culito, lanzó un ahogado sollozo mientras llenaba mis manos con aquel blanquecino y espeso líquido que no supe hasta mucho más tarde el significado que entrañaba. Ahora y visto desde una perspectiva lejana y mucho más madura, tengo la total certeza que aquella en apariencia inocente caricia, fue el inicio de aquel camino que llevó a mi hermano Alberto a convertirse en un total invertido despreciando por completo al género femenino.

Por mi parte y desde aquel día, no hice otra cosa que experimentar y experimentar las muchas variantes que el sexo me presentaba tanto con hombres como con mujeres. Sexo con maduros que sólo buscaban en mí un cuerpo joven que les diese placer, fantásticas felaciones, tríos sugerentes aprovechando todas sus muchas posibilidades, relaciones esporádicas pero muy satisfactorias con un matrimonio de perversos cincuentones e incluso, una vez, me vi envuelta en una enorme orgía en una discoteca de Ibiza de ambiente más que dudoso pues tan pronto me encontraba en brazos de una de mis amigas como no paraba de follar con algún que otro tipo de tendencias claramente bisexuales.

Así pues a mis diecinueve años puedo decir sin temor a equivocarme que soy una verdadera viciosa y que ya pocas cosas me quedan por probar en el sexo. Me encantan las tiernas caricias de una boquita femenina sobre mi sexo o mis pequeños pechitos pero igualmente, puedo alcanzar los más sonoros orgasmos con una buena polla entrando y saliendo de mi vagina o sodomizándome a conciencia. Largas y maratonianas sesiones de sexo me han enseñado a disfrutar tanto de las atenciones femeninas como masculinas aunque debo decir que quizá me sienta más completa con el sexo duro y enhiesto de un buen macho golpeándome sin cesar hasta decir basta.

Aquella mañana del mes de Agosto me hallaba sola en el apartamento que mi tío Blas y mi tía Luisa tienen en un conocido pueblo costero y donde solía pasar unos días disfrutando de la tranquilidad del verano y del calor del sol. Me había levantado tarde y mis padres y mis tíos se habían avanzado a mí bajando a la playa junto a mis sobrinos. Mi tía Luisa solía dejar la comida preparada por la noche así que por las mañanas aprovechaban para darse un buen chapuzón en la playa antes de tumbarse en las toallas a tostarse sus cuerpos desnudos. Yo normalmente bajaba después que ellos ya que siempre me levantaba más tarde pues por las noches solía llegar tarde tras haber pasado un buen rato con mis amigos del pueblo.

Tal como les decía aquella mañana soleada del mes de Agosto me hallaba sola en el apartamento de mis tíos tras haber desayunado cualquier cosa. Estaba tumbada en el sofá del salón viendo la tele que a aquellas horas estaba dando un programa en el que salía uno de mis presentadores favoritos y con el que me había hecho grandes pajas imaginándome follando con él. Tendría cerca de treinta años y siempre aparecía con aquella barba de tres días que tanto me gustaba. Pese a tener las puertas de la terraza completamente abiertas hacía un calor realmente sofocante, el cual junto a las imágenes de aquel atractivo presentador hizo que mis deseos empezaran a ponerse en marcha.

Me levanté de un salto y, aprovechando que estaba sola, me dirigí a mi cuarto en busca de mi gran consolador.

Una buena paja antes de bajar a la playa me vendrá bien –pensé sonriendo para mí misma mientras encaminaba mis pasos por el pasillo yendo hacia mi dormitorio.

Ya en mi cuarto no tardé mucho en encontrar aquel enorme vibrador de tacto muy suave y en brillante color negro. Volví con él al salón y me senté en el sofá sintiéndome sola y segura. Empecé a lamer y besar aquel duro pene el cual semejaba la forma de un auténtico miembro masculino con su glande, sus venas y sus gruesos testículos. Estuve jugando con él lamiéndolo de arriba abajo mientras me acariciaba con mis dedos mi coñito tras haberlos metido bajo el fino tejido de mi pequeño bikini de color fucsia que tan bien pegaba con mi bronceado veraniego y con mis rubios cabellos.

Enseguida empecé a notar cómo mi entrepierna se mojaba y cómo mi piel ardía bajo las lentas caricias que mis dedos me propinaban recorriendo una y otra vez mi rajita al tiempo que mi lengua y mis labios lamían mi duro pezón. Gozando de aquel maravilloso placer que yo misma me daba, mis ojos cubiertos por una ligera neblina veían la imagen de aquel guapo muchacho que reía una y otra vez al otro lado de la pantalla. Débiles gemidos de inmenso placer escaparon de mi boca gracias al tratamiento que mis dedos me dispensaban ganando, segundo a segundo, en rapidez e intensidad.

Tras humedecer convenientemente aquel falso pene con mis babas, puse en marcha el vibrador empezando a escuchar el dulce vibrar de aquel incansable compañero. Separando mis labios acerqué el consolador a la entrada de mi vagina y nada más sentir el roce de aquel temblar empecé a vibrar yo también estremeciéndome y sollozando de placer. Con las piernas bien abiertas fui pasando el vibrador por todas las zonas de mi sexo sin parar de gemir un solo segundo. Hacía ya rato que me había olvidado por entero de las imágenes del televisor y de aquel guapo presentador. En esos instantes mi interés tan sólo se centraba en el restregar de aquel fantástico aparato que tanto placer podía ofrecerme.

Con los dedos que mi mano libre dejaba sin ocupar, acaricié mis pezones estirando de ellos y retorciéndolos con fuerza hasta verme obligada a gritar en voz baja. De forma rápida me deshice de la diminuta braguita del bikini y me tumbé sobre el respaldo del sofá. Inicié un lento movimiento de mis nalgas contra la piel de aquel cómodo asiento el cual noté de una frialdad deliciosa. Dejando a un lado unos segundos el vibrador, abrí mis redondas montañas las cuales moví y removí contra el sofá sin poder evitar lanzar un fuerte suspiro de felicidad.

Con los cabellos cayéndome sobre la frente y parte de mi rostro descompuesto, acabé con la cabeza apoyada en un amplio almohadón y totalmente estirada sobre el sofá, con los pies sobre el frío suelo y las piernas bien abiertas gozando de las caricias de mis dedos sobre mi pequeño botón el cual se mostraba ya duro e irritado. Buscando de nuevo aquel cálido juguete, lo tomé entre mis manos recreándome con el mismo y recorriéndolo arriba y abajo una y otra vez como si de un verdadero pene masculino se tratase. De tacto agradable y de un refinamiento sin par, era realmente enorme, uno de los más grandes que había podido encontrar en aquel sex-shop que había visitado aquella tarde en compañía de mi amiga Adela. No era fuerte ni poderoso como un miembro masculino pero en su lugar tenía la ventaja de resultar completamente incansable logrando con sus interminables caricias varios orgasmos que acababan por dejarme totalmente abatida y saciada. Ciertamente en esos momentos hubiese preferido tener junto a mí la presencia de algún buen macho arrancándome sonoros orgasmos pero aquel lúdico juguete sabía comportarse del modo debido encontrando los puntos más sensibles de mi anatomía.

Continuando con mis caricias, entreabrí al máximo mis húmedos labios y así estuve unos segundos jugando con ellos y con mi clítoris el cual luchaba con mis dedos mostrándose intranquilo y arrogante. Sin esperar más introduje el consolador hasta lo más profundo de mi ser, gozando aquella fuerte entrada entre sollozos de dolor. Siempre me ha gustado esa sensación de desgarro en mis paredes vaginales sintiéndome cruelmente follada. Jadeando de forma tímida lo estuve disfrutando allí atrapado entre mis paredes hasta que metiéndolo y sacándolo inicié un tranquilo movimiento dentro y fuera. Mordí ligeramente el almohadón que tenía junto a mí mientras gozaba con aquel delicado amante que tan profundo placer me estaba proporcionando. Al tiempo que jugaba con mi empapado tesoro, mi otra mano no podía mantenerse quieta acariciándome los pechitos y el liso vientre para bajar luego a mis caderas y mis desnudos muslos. Tenía los pezones rígidos y la rosada aureola que los envolvía me dolía de los fuertes estirones que les había dado.

Mi coñito sonaba con cada ingreso que aquel falso pene le hacía entrando en contacto con aquellos empapados labios llenos por entero de mis jugos. Presintiendo la cercanía de mi primer placer elevé la velocidad de las entradas y salidas creyendo con ello perder por completo mi poca capacidad de razonamiento. Acompañé los diabólicos movimientos de mi amigo con los de las yemas de mis dedos sobre el clítoris y finalmente un rápido escalofrío, casi un latigazo, me corrió por toda la columna vertebral hasta llegar a mi cerebro donde acabó explotando en un encantador orgasmo que me dejó cansada pero feliz y dichosa.

Cuando pude recuperar mínimamente el control, me incorporé parando el vibrador el cual había cumplido a la perfección con su cometido. Pese a todo, aún necesitaba mucho más pues mis muchas necesidades todavía no habían sido solucionadas en su totalidad. Entreabrí los ojos viéndome allí tirada, sudorosa y deshecha tras el orgasmo obtenido. Tras recoger a mi amigo de color fui a la cocina bebiendo un refrescante vaso de agua pues tenía la boca realmente seca. Dejando el vaso sobre el mármol de la cocina volví a mi dormitorio guardando el consolador y cogiendo esta vez unas traviesas y encantadoras bolas chinas que siempre me acompañaban en mis momentos de mayor placer.

Ya en el salón me tumbé desnuda y completamente abierta de piernas comencé aquel nuevo juego que tanto gusto me iba a dar. Como había hecho con el consolador, chupé y lamí aquellas redondas bolas con denuedo y frenesí crecientes. Al mirarlas las vi brillantes y relucientes lo cual me hizo sonreír maliciosamente sabiendo plenamente cual sería el siguiente paso. Nuevamente las llevé entre mis labios para luego dirigirlo a mi coñito sobre el cual inicié una suave presión logrando al fin que entrara una de aquellas perversas bolillas. Gemí al notar aquella forma esférica llenando mis paredes vaginales y abriéndose paso gracias al empuje que mis dedos le dispensaban. La sensación resultaba agradable notando el suave roce de aquel juguetón aparato en el interior de mi sexo. Una vez la primera bola estuvo dentro de mí me dispuse a repetir la misma operación con la segunda la cual pareció entrar con mayor facilidad. Un nuevo gemido satisfecho se escabulló por entre mis labios obligándome a dejar caer la cabeza sobre el almohadón.

Así estuve metiendo una bola tras otra hasta acabar con las cinco de que estaba formado aquel maligno juguete. Nada más tener metidas las cinco bolillas un sonoro orgasmo acudió entre mis piernas haciéndome cerrar los ojos fuertemente mientras una gran riada de flujos llenaba mi sexo corriéndome sin remedio. No me conformé sin embargo con aquello sino que profundizando mucho más en mi caricia empecé a mover las bolas tirando de la cuerda que las unía de modo que una detrás de otra fueron saliendo de mi vagina acabando en un nuevo clímax aún más escandaloso que el anterior.

Cuando todavía no había acabado de gozar mi intenso placer, mis ojos observaron la presencia de mi tío Blas el cual se hallaba apoyado en el quicio de la puerta del salón mirando el tremendo espectáculo que su sobrinita le estaba dando. Estaba tan ocupada con mi propio placer que ni me había enterado de que estaba allí. Pese a su presencia no me acobardé pues estaba más que claro lo que allí ocurría como para poder ocultarlo. Mi tío me miraba de arriba abajo recorriendo con su vista mis desnudas formas sin poder apartar su vista de ellas. Era más que evidente que le estaba gustando aquello que veía…

Llevaba una camiseta gris de verano y sin mangas y un pantalón blanco de deporte bajo el que se veía una más que considerable erección. Ahora fui yo la que no pude evitar apartar mi vista del bulto formado entre las piernas de mi tío. En ocasiones esas cosas ocurren. Tan experta y conocedora de los hombres y sin saber cómo, no había prestado atención a aquello pese a tenerlo tan cerca de mí. Mi tío Blas tenía treinta y cuatro años y era el hermano menor de mi madre. Estaba casado con mi tía Luisa desde hacía ya ocho años y tenían dos hijos, la famosa parejita que todo el mundo quiere tener. Algo rechoncho por culpa de las muchas cervezas con las que se alegraba la vida, parecía en cambio tener una buena razón de peso entre las piernas que yo, tonta de mí, no había sabido apreciar.

El rostro de Blas pasó de la sorpresa inicial a un gesto de inmenso deseo disfrutando de mi cuerpo desnudo el cual no me había preocupado lo más mínimo en tapar. Sin dejar un solo momento de fijar su vista en mí, llevó la mano entre sus piernas tratando de calmar levemente la tremenda tienda de campaña que se había formado allí. ¡Dios, aquello parecía realmente enorme y allí estábamos los dos solos!

¿Querido tío, te gusta lo que ves? –pregunté provocándole y tomando yo la iniciativa antes de que él pudiera decir nada.

Sin decir una sola palabra recorrió la distancia que nos separaba hasta acabar parado frente a mí. Sus ojos vidriosos por la sorpresa no paraban de ir desde mis pechos hasta mi vientre para bajar finalmente a mis muslos y mis piernas entre las cuales fijó su atención observando mi empapado y joven sexo. Se arrodilló entre mis piernas y agarrando con fuerza mis muslos los abrió devorando con su mirada mi pubis que tan amablemente cubrían mis rizados pelillos.

Eres una perra, sobrinita…una perra realmente preciosa –susurró en voz baja mientras magreaba mis muslos arriba y abajo con las palmas de sus manos.

Yo me dejaba hacer por él deseando que todo aquello fuera mucho más allá así que removiendo mi pelvis le provoqué a lanzarse sobre mí. Llevando sus dedos a mi chochito lo acarició de forma lenta consiguiendo que brotaran mis primeros suspiros. Me notaba con la almeja sensible e irritada y cachonda perdida tras los orgasmos que yo misma me había hecho sentir y ahora con la presencia de mi tío Blas masturbándome allí a mi lado. Estirándome bien en el sofá me dejé hacer por él adoptando una actitud completamente pasiva, sólo disfrutando de lo que él me hacía. Y lo cierto es que no se comportaba nada mal. Primero jugó con mis labios los cuales se hallaban húmedos y deseosos de alguien que los hiciese vibrar. Inclinándose sobre mí besó mi cuello dándome fuertes chupetones con sus labios. De ahí pasó a mi orejilla lamiéndola una y otra vez y haciéndome con ello jadear de forma débil agradeciéndole así el placer que me hacía sentir. Yo no hacía más que gemir y gemir disfrutando del roce de sus labios sobre mi pequeño lóbulo.

Quitándome mis gafas de montura de pasta las dejó suavemente sobre la mesilla que reposaba junto al sofá y entonces se dobló uniendo sus labios a los míos los cuales besé con las fuerzas que aquella relación incestuosa me proporcionaban. Resultaba verdaderamente morboso estar allí con mi propio tío, con el hermano de mi madre e imaginar todo aquello que en pocos minutos estaríamos haciendo. Su boca sabía cálida y jugosa y la disfruté todo lo que pude juntando mi lengua a la de él con el mayor descaro. Ambos nos sentíamos a cada momento más y más excitados, deseando continuar con aquello que habíamos empezado.

De mi boca fue bajando por mi cuello hasta llegar a mis redondos pechos que agarró sin dificultades entre sus grandes manos masajeándolos con exasperante lentitud. Una vez se cansó de acariciarme los pechitos pasó a mis pezones los cuales maltrató con sus labios y su lengua hasta conseguir sensibilizarlos al máximo. Yo le animaba llevándole contra mí con mi mano mezclada sobre los cortos cabellos de su nuca.

Hazme el amor…hazme el amor…-reclamé musitando apenas cada vez que sus labios succionaban mis oscuros pezones.

Él continuó todavía unos segundos más chupando mis pechos y mis pezones como si de un bebé se tratara. De pronto me estremecí mordiendo mi labio inferior al notar uno de sus dedos entrar en mi coñito con suma facilidad. Estaba tan caliente que no hacía falta mucho para que de mi vagina no parasen de brotar jugos y más jugos. Resultaba verdaderamente exquisito el suave masajeo con el que mi tío Blas me estaba obsequiando.

Imaginaba que no tendríamos mucho tiempo para nosotros pero, al mismo tiempo, no se le veía nervioso por tener que volver con su mujer y mis padres así que me acomodé aún mejor esperando disfrutar de una buena sesión de sexo junto a mi querido tío. Estaba bien dispuesta a follarme al hermano de mi madre y no me cabía la menor duda que él también deseaba gozar de mi joven cuerpo sin pensar en nada más.

De ese modo siguió masturbándome entre mis continuos lamentos hasta que, poniéndose en pie, me hizo incorporarme quedando sentada frente a él. Allí tenía delante de mí aquel bulto que parecía haber perdido parte de su poderío. Sin embargo, sabía que con mis caricias no tardaría mucho en recuperar su esplendor. Llevando mi mano a su paquete la dejé reposar antes de empezar a menearla sobre aquel oculto animal el cual respondió al instante a mis delicadas atenciones.

Chúpamela Fabiola, chúpamela…vamos putita chúpamela –exclamó cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás.

Sin hacerme mucho de rogar le cogí el pantalón por los lados y lo fui haciendo caer lenta, muy lentamente para luego hacer lo mismo con el pequeño slip bajo el que su excitado pene no hacía más que cabecear en busca de una válvula de escape que le permitiese poder respirar. Al deshacerme del slip ante mí apareció uno de los más grandes instrumentos con los que me había encontrado hasta entonces que, por cierto, eran muchos y muy variados. Aquello mediría algo más de veinte centímetros y era gordo, gordísimo. Libre ya de la prenda que lo cubría saltó hacia delante mostrándose desafiante y orgulloso con sus venas verdosas que recorrían todo el tronco desde la base hasta la cabeza del glande.

¡Joder tío, menuda polla que tienes! ¡La tía estará contenta contigo! –dije tratando de excitarle aún más con mis palabras.

Ciertamente era muy larga y gruesa y cabeceaba hacia arriba girando ligeramente a la izquierda. Sin dejar de mirarle a los ojos me relamí los labios imaginando el festín que me iba a dar con aquello. Apoyando mis manos con fuerza en sus muslos abrí mi boquita y me la metí de una sola vez tragándola hasta la mitad. Se sentía tan caliente y palpitante que no pude menos que empezar a chuparla con mayor decisión. ¡Qué maravilla! Entraba y salía de mi boca con facilidad pasmosa y yo no hacía más que jugar con mis labios y mi lengua recorriéndola en su totalidad, arriba y abajo, arriba y abajo…

Sacándola de mi boca la estuve mirando unos segundos que se me hicieron eternos teniendo entre mis dedos aquel inesperado compañero de fatigas. Mi tío Blas, mientras tanto, recogió de manera delicada mis cabellos con su mano y sin decir palabra me indicó que continuara dándole aquel inmenso placer que estaba bien segura que tanto le estaba gustando. Tirando hacia atrás la piel que cubría el glande apareció delante de mí aquella redonda cabezota de un oscuro color amoratado.

Cómetela sobrina, vamos cómetela entera. Es toda para ti –me invitó con aquella voz entrecortada que me demostraba el profundo deseo que le estaba atormentando.

Así pues y siguiendo sus instrucciones al pie de la letra me sumergí entre sus piernas y volví a tragarme aquella herramienta pero esta vez mi ritmo se hizo más rápido metiéndola y sacándola y acompañando aquellas caricias con el suave masajeo de mi mano. Con mi otra mano apretándole el culo, chupé y lamí sus huevos, que se notaban duros y bien cargados, dándoles pequeños golpes con la punta de mi lengua para seguidamente ir subiendo por el largo tallo hasta llegar a la cabeza y bajar nuevamente hasta sus testículos. Abrí mi boca todo lo que pude y lo fui empujando centímetro a centímetro hasta conseguir notar su cabeceo contra mi paladar. La tenía entera dentro de mi boca y aquellos instantes me parecieron los más maravillosos de mi vida con aquella tremenda banana golpeando contra mí una y otra vez. Con cada golpe de riñones que me daba aprovechaba para ensalivarla arriba y abajo hasta que, buscando aire que respirar, la saqué de mi boca pese a los movimientos en contra que mi tío Blas hacía apretando mi cabeza entre sus muslos.

¡Déjame respirar cabrón o me harás ahogar con esto tan grande que tienes! –exclamé mientras le sonreía de forma maliciosa como desmintiendo aquello que le decía.

¡No la saques ahora, maldita zorra, que estoy a punto de correrme! –casi gritó empujándome de nuevo hacia aquel bello espécimen.

Y ciertamente no me engañaba doblándosele y temblándole las piernas al acabar reventando sobre mi rostro. Varios fueron los goterones de blanquecino y pegajoso líquido que me lanzó, yendo a parar los mismos sobre mi frente, mi nariz, mis labios y mi boca y que degusté y recogí entre mis dedos al tiempo que le colgaba de la punta un hilillo de blanco semen que cayó sobre mis senos y que masajeé empapándome con aquel elixir tan masculino.

¡Qué gusto me has dado zorrita! –pronunció mientras se recuperaba de su placer entreabriendo sus cansados ojos.

Yo seguía apretándole las nalgas y lamiendo y saboreando el semen caído sobre mis labios y mi barbilla como si se tratara del mejor de los alimentos.

¡Joder querido tío, menuda corrida te has pegado! ¡Estará contenta mi tía contigo! –dije volviendo a sonreírle de forma maliciosa mientras decía aquellas palabras.

Pero que mala que eres sobrinita. Eres muy, muy mala –repuso mi tío Blas agachándose sobre mí y besándome con dulzura y profundo agradecimiento.

¿Acaso no te ha gustado? –le pregunté para después pasarme la lengua por los labios para así provocarle aún más.

Me ha encantado. Realmente sabes como complacer a un hombre –aseguró dándome ahora su lengua la cual acogí en mi boca de forma rauda y veloz mezclándola con la mía.

Mientras hablábamos y nos besábamos observé que el tamaño de su pene mantenía un buen estado pese a su tan reciente corrida. Mi joven tío no paraba de sorprenderme más y más a cada momento que pasaba. Tenía ganas de que me follara con aquella magnífica herramienta que le colgaba entre las piernas así que me dejé tumbar por él sobre el sofá arrodillándose ahora él frente a mí. Acercó sus labios a mis muslos y los empezó a besar y lamer cada vez de modo más apasionado de tal forma que no pude evitar ponerme en guardia al instante imaginando sus siguientes pasos. Nada más sentir aquella lengua chupándome creí morir de infinito placer. Mi coñito temblaba de deseo notándome tan llena y feliz. Así estuvo cerca de cinco minutos lamiéndome el coñito y metiéndome dos de sus dedos a buen ritmo haciéndome gemir y gemir sin parar disfrutando del roce continuo de aquellos labios y aquella lengua devorándome sin cesar. Incluso llevó sus dedos a la entrada de mi culo, cosa que me hizo dar un fuerte respingo antes de correrme entre sus brazos como una fiera enloquecida.

Sin dejarme descansar de mi último orgasmo, mi tío Blas me abrió las piernas y, llevando su polla que ya volvía a estar completamente dura, la fue metiendo paso a paso entre mis piernas arrancándome un fuerte gemido de dolor. Pese a mis muchos jugos y a que entró con relativa facilidad, era demasiado grande y parecía querer desgarrar las paredes de mi vagina. La notaba entrar lentamente mientras le animaba a seguir y seguir metiéndomela hasta el fondo.

¡Métemela cabrón…vamos métemela hasta el final! –gritaba una y otra vez al tiempo que yo misma me iba follando golpeando mi pelvis contra él.

Y de ese modo aquel pedazo de cabrón me levantó una pierna haciéndola apoyar en su hombro y, disfrutando de mi total entrega, comenzó un maravilloso movimiento de vaivén dándome a sentir aquella enorme humanidad la cual me llenaba por entero para al momento salir de mí obligándome a quejarme débilmente. Notaba aquella redonda cabezota rozar mis entrañas en un lento entrar y salir que fue adquiriendo mayor velocidad al mismo ritmo que nuestros gemidos iban ganando en intensidad. De pronto lo sentí detenerse quedándose unos segundos quieto dentro de mí pero sólo fueron unos pocos segundos para enseguida volver a follarme esta vez entrando hasta lo más hondo de una sola vez, para allí quedarse de nuevo parado y volver a sacarla y luego entrar repitiendo el ritual anterior dándome una fuerte estocada.

¡Sí vamos querido tío…fóllame fuerte…clávamela entera vamos! –chillaba y chillaba con cada entrada de aquel hermoso eje que me quemaba entera por dentro.

Separándose de mí me hizo levantar y entonces fue él quien se sentó en el sofá con su larga lanza levantada. Poniendo cada pierna a un lado monté sobre él a horcajadas cogiéndole al mismo tiempo aquel tremendo instrumento que tanto placer me estaba ofreciendo. Me fui sentando y de ese modo fui notando cómo entraba en mi vagina pero en ese caso la ventaja es que yo era quien llevaba las riendas teniendo a mi querido tío en posición totalmente pasiva. Gracias a ello podía ser yo quien adoptara el ritmo que más me conviniese, lento para así sentirlo de forma mucho más agradable o más rápido si mi intención era notarme totalmente llena de él. Así lo hice empezando a trotar ligeramente mientras arqueaba mi cuerpo para luego cabalgar y cabalgar haciendo aquello realmente insoportable para ambos. Apoyadas mis manos sobre su pecho varonil, cerraba mis ojos con cada sentada que le propinaba notándolo entrar hasta hacer tope con sus huevos. Era entonces cuando mis pobres ojillos se ponían completamente en blanco disfrutando de aquel dulce martirio.

¡Muévete zorrita…muévete más deprisa! –me decía mi tío Blas teniéndome bien cogida de las caderas y dejándome botar y botar sin descanso.

¡Joder, menudo polvo! ¡No imaginaba que fuera a ser así de bueno! –confesé cabalgándole y cabalgándole de forma demencial entre fuertes berridos que tenían que ser oídos desde el exterior pues las ventanas de la terraza se habían quedado abiertas.

Mis tetas se movían con el rápido balanceo de nuestro fornicar y no pude menos que echarme hacia atrás para luego caer rendida sobre mi tío el cual me cogió enlazándome por la cintura empezando ahora él a moverse dentro de mí dándome fuertes golpes de riñones sin saber yo de dónde podía sacar las fuerzas. Llevábamos ya un buen rato follando y aquello parecía no tener fin. ¡Menudo animal estaba hecho mi querido tío! Me sentía en la gloria con aquel macho que había encontrado y que tenía tan cerca de mí. Mis cabellos caían sobre mi rostro una vez que volví a incorporarme gimiendo y jadeando de forma entrecortada. Ahora me puse en cuclillas haciendo fuerza con mis pies y empecé de nuevo a subir y bajar sobre aquel martillo que no daba señal alguna de cansancio. Al parecer la corrida anterior le había hecho totalmente insaciable, pudiendo aguantar así mis continuos ataques cosa que yo agradecía gozando sin fin. Mi tío Blas me agarró mis pechos y los estuvo amasando delicadamente mientras yo no dejaba de sentirme en el cielo disfrutando de aquel incansable macho.

¿Es que no te cansas nunca cabrón? –le pregunté sonriéndole y sin parar de estremecerme con cada uno de sus golpes.

¿No era esto lo que querías? Sobrinita, imaginaba que eras una putita pero debo reconocer que me has dejado gratamente sorprendido.

Eres malo conmigo, querido tío. ¿Qué pensaría mi tía si nos viera así? –volví a preguntarle entre pequeños gemidos satisfechos.

¿Qué yo soy malo contigo? Recuerda cómo estabas cuando llegué –dijo sin parar de masajear mis pechitos entre sus manos.

Tras esta corta conversación que sabía que no iba a llevarme a ningún lado, descabalgué echándome a un lado mientras trataba de recuperar el resuello. Enseguida volví a notar la presencia de mi tío Blas junto a mí besándome el hombro mientras me daba la vuelta y me ayudaba a ponerme a cuatro patas. Empezó a recorrer mi espalda y mi culo dándome besitos y luego cambiando a leves mordiscos que fueron ganando en intensidad tanto que me dolían y me gustaban al mismo tiempo.

Abriéndome las nalgas con sus manos comenzó a jugar con su lengua sobre mi pequeño agujerito haciéndome con ello estremecer de pura emoción. ¡Qué gusto empezaba a sentir! La verdad es que me encantaba aquello pues siempre me ha gustado que me lo chupen desde la primera vez que me lo hicieron. Aquella lengua era realmente hábil y yo no paraba de incitarle moviendo mi culito adelante y atrás o bien haciendo pequeños movimientos circulares.

Fóllame… quiero saber qué se siente con todo eso metido dentro de mi culito –le animé a hacerlo removiendo mi trasero de forma sensual adelante y atrás.

Con una paciencia y delicadeza infinita mi tío Blas estuvo lamiendo y humedeciendo el oscuro agujero de mi ano hasta hacerme vibrar entre interminables gemidos. Con ese tierno tratamiento al que me sometía logró que me fuera relajando para así facilitarle la posterior entrada dentro de mi culito. Dándome un par de cachetes me hizo chillar pero también disfrutar con aquello. Unos cuantos cachetes en mi culo me gustaron y me hicieron poner aún más loca y preparada para lo que se avecinaba.

Al fin mi querido tío se puso detrás de mí y fue empujando su capullo cada vez con más decisión. Pese a mi total relajamiento me dolía bastante debido a su tamaño y grosor. Amablemente se paró unos momentos para dejar que me fuera acostumbrando a aquel duro taladro. Sin solución de continuidad me metió un poco más entre mis berridos de dolor y de placer. Siguió un poco más hasta hacer el dolor insoportable para mí pero sin parar de seguir con su duro trabajo.

¡Me duele… me duele… qué grande que es! Es realmente tremendo –no pude más que decir empezando a sentirme empalada por aquel hinchado cilindro.

Cuando ya tenía metida más de la mitad la sacó y empezó a follarme el coño y el culo de manera alternativa entrando y saliendo de cada agujero de forma lenta pero precisa. Teniéndome bien cogida por el hombro me apretó uno de mis pechos, me mordisqueó el cuello y comenzó a decirme toda una serie de guarradas al oído mientras me chupaba la oreja.

Eres una putita que te encanta que te follen el culo, ¿verdad que sí? Estás deseando que te folle el culo hasta que te haga reventar de gusto… zorra, más que zorra.

Sí fóllamelo hasta el final y llénamelo con tu leche. Tienes una polla enorme pero que me vuelve loca.

De esa manera y sacándola finalmente de mi vagina la llevó a mi culo y, ahora sí de un empujón que no parecía humano, me clavó la parte inicial de su sexo. Sentí como un trallazo y la quemazón que me indicaba que había introducido su gordo champiñón. Después dio un par de golpes más y ya todo su pene se alojó en mi culito que se dilató de forma milagrosa. Dios mío, me estaba matando por dentro con aquella barra de carne tan dentro de mí. Sin dejarme descansar mi horrible dolor, empezó a sodomizarme sin parar de decirme palabras de alto contenido erótico una y otra vez:

¡Tómala perra… tienes un culito muy estrecho y te lo voy a destrozar hasta que acabes rendida… qué gusto Dios!

Me folló el culo con fuertes envites, enlazándome la cintura con sus poderosos brazos y metiéndomela sin piedad, dentro y fuera, dentro y fuera. Me dolía mucho pero a la vez me gustaban aquellas rápidas oscilaciones de mi poderoso macho. Entre tremendos chillidos llegué a un nuevo orgasmo mucho más salvaje que los anteriores que me dejó derrumbada pero terriblemente dichosa. Estaba cachonda perdida y muy húmeda pese al dolor que sentía en mis entrañas resistiendo las entradas de aquel hombre entre profundos gemidos y quejidos lastimeros. Mi tío me dedicó un desenfrenado mete y saca sin dejar de enterrármela y de decirme cosas. Aquel profundo dolor se fue tornando en un placer sin límites que parecía hacerme sentir elevada en los aires sujeta tan sólo por aquel duro eje masculino que no cejaba en su follada. De repente me la clavó entera y me vi obligada a morder el almohadón para poder aguantar su insultante entrada.

Cuando me tuvo bien sujeta alargó su mano en busca de mi coñito el cual empezó a acariciar buscando mi clítoris y acompañando todo aquello de su suave meneo, sodomizándome a conciencia hasta notarme flaquear las piernas. Pronto fui yo misma la que se movía restregando mis nalgas contra su polla para que me la introdujera hasta el final y así poder enloquecer sin remedio.

¡Me estás matando… pedazo de animal, que eres un animal! –le dije entre sollozos y cayéndome mis primeras lágrimas por mis mejillas.

Me corrí por última vez temblándome el cuerpo de la cabeza a los pies mientras él seguía dándome y dándome sin parar, cada vez de forma más brutal hasta que de su boca salió un rugido animal y empezó a soltar leche y más leche abrasándome mis paredes con su encantador semen el cual notaba golpear con fuerza dentro de mí.

Joder, qué polvo más salvaje me has pegado –apenas pude decir pues me encontraba muerta, agotada y dolorida pero al mismo tiempo muy feliz y relajada.

¿Fabiola, te ha gustado, pequeña putita? –preguntó tumbado sobre mí y sin parar de sudar.

Menudo bestia estás hecho. ¡Qué polla tan enorme tienes y qué aguante! Me has dejado hecha polvo pero ha sido sensacional.

Soltándose de mí miró el móvil con urgencia y, recogiendo sus cosas, me dijo que me arreglara que nos estaban esperando en la playa para comer, que hoy comíamos fuera. Acercándome a él y cruzando mis brazos por detrás de su cuello nos dimos un beso apasionado con el que sellábamos el inicio de aquella relación que estaba segura que me iba a proporcionar grandes satisfacciones junto a aquel hombre que tan cerca tenía y al que tan poco caso había hecho hasta entonces.

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