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La muchacha de la boca de fresa

en Sexo con maduros

La muchacha de la boca de fresa

 

Desoyendo las palabras de amigas y familia, se dejaba llevar por sus propios instintos y toda la vorágine de placeres y sensaciones con las que el hombre maduro la deslumbraba…

 

 

Cogidos de la mano, los enamorados paseaban a las afueras del pueblo camino del mismo. Los pies pisando blandamente sobre el verde manto de la hierba algo reseca, el sol se veía apagar con el caer de la tarde. El hombre la estrechó suavemente por la cintura mientras ladeaban ambos las caras en busca de un nuevo beso. Ella, sin decir palabra, pidió más elevándose sobre los pies para así alcanzarle mejor. El beso, primero suave y blando, se hizo ahora mucho más acentuado y profundo tratando las lenguas de entrar en la boca del otro. Lenguas juguetonas y deseosas de mucho más, las respiraciones todavía mudas con la mezcla de alientos.

El beso como decimos se hizo largo y prolongado, disfrutándolo la pareja sin que ninguno de ellos pretendiera darle fin. Enlazada con el brazo, Ernesto la besaba notando el responder ansioso de la boca femenina junto a la suya. Ella le buscaba, rozando los labios de forma dulce pero que tantas cosas prometía. Separaron los rostros un breve instante, sonriéndole él al tiempo que la joven muchacha se apartaba los cabellos atrás con un leve movimiento de los dedos.

-          Bésame amor –musitó ella en voz baja reclamando un nuevo roce con aquellos labios que desde apenas unos meses atrás tan embebida la tenían.

En silencio y con la mano apoyada en la nuca del hombre maduro, abrieron las bocas mínimamente para al momento acabar fundidos en un nuevo beso cálido y apasionado. Pegados el uno al otro, nada a su alrededor importaba ahora, solo ellos dos y el momento placentero que disfrutaban. A Beatriz le gustaba besar y ser besada, lo disfrutaba de manera agradable y plena. Jugar con las lenguas mezclándolas una con otra en el interior de las bocas, fundir los labios con avidez y deseo, sentir al aliento de su amante crecer en intensidad malsana. Ernesto lo hacía bien, consiguiendo con ello un instante único para ambos, los labios juntos y jugosos mientras la pegaba a él envolviéndola entre sus brazos.

Mucho más pequeña que él, la encantadora Beatriz se dejaba llevar por su hombre, por aquellos besos que la incitaban a mucho más, a seguir dejándose llevar por la emoción que la embargaba. Los ojos cerrados y reclamando nuevos besos al escaparle un gemido involuntario de entre los labios.

Tan pronto cogidos de la mano como enganchados por la cintura, los amantes dirigieron sus pasos hacia el pueblo. La muchacha riendo feliz y tontamente con la cabeza abandonada sobre el hombro masculino, los dedos del hombre enredados en el rojo brillante de los cabellos sedosos de ella. Sin decir palabra pero diciéndoselo todo con el roce de las manos y los cuerpos, la pareja notaba crecer la necesidad por el otro. Una necesidad urgente en la intimidad de la amplia y espaciosa casa de campo.

Ya en la casa, ambos se entregaron a lo que tanto deseaban. Los besos volvieron a ellos, uniendo las bocas de manera procaz y obscena. La joven veinteañera entreabrió los labios lo que dio pie a su amante a introducir con descaro la lengua juntándola a la de ella. Beatriz se acercó más al hombre y le apretó su cuerpo contra el amplio pecho.

-          Bésame –exclamó abrazándose con fuerza a él que la tomó entre sus brazos sintiendo el aroma fresco del perfume femenino.

Junto al amplio ventanal, los enamorados siguieron jugando uno con otro, en una continua sucesión de besos y caricias con las que irse excitando y perdiendo el control. Subiendo las manos le tomó del cuello al notar las manos masculinas en su cintura atrayéndola ya de manera insufrible. La cercanía de los cuerpos la tenía completamente alerta, escuchándose sus exiguos y tenues gemidos llenar la estancia.

-          Eres preciosa pequeña –la voz ronca y firme del maduro y experto cuarentón resonó junto a su oído.

-          Oh sí, bésame mi amor… bésame –la boca de ella se abrió recibiendo con fruición el beso que él le entregaba.

Las respiraciones aumentaban en entusiasmo y vigor según el roce de los cuerpos lo hacían del mismo modo. Se deseaban, se deseaban y ambos sabían bien lo que querían. Separando los rostros un instante, una sonrisa cómplice les envolvió mirándose de manera fugaz a los ojos. La nariz del uno pegada a la del otro, sin decir palabra Beatriz arqueó el cuerpo en busca de un nuevo beso. Las fuertes manos del hombre caídas sobre las amplias caderas de la joven, pronto encontraron el trasero femenino que el tejano guardaba. La muchacha gimió sonoramente, retorciéndose inquieta bajo aquellas manos.

Se conocían hacia tres meses escasos. Del mismo barrio, no vivían cerca uno del otro aunque tampoco lejos. Al principio todo fue bien, a escondidas se veían siempre que podían. De ese modo llegaron los primeros besos y caricias de conocimiento por parte de ambos y a los quince días de conocerse hicieron el amor por primera vez en el coche del hombre. Por supuesto los padres de ella nada sabían de la relación que ambos mantenían. En cuanto se enteraron, de carácter burgués y conservador además de fuertes convicciones religiosas como lo eran, pusieron el grito en el cielo como no podía ser de otro modo. A su pobre madre, una mojigata y beata de tomo y lomo casi le da un patatús al saberlo.

Las amistades así como también las amigas de la facultad, en su mayoría la trataron de loca por ese idilio que difícilmente llegaría a buen puerto. Tan solo se vio apoyada y animada por Marta y Andrea otras dos locuelas adorables como ella lo era. Beatriz ningún caso hizo, enamorada hasta las trancas como lo estaba de aquel hombre pensaba luchar por lo suyo. Durara lo que durara, tozuda como lo era y movida por la rebeldía que la mocedad ofrece, no iba a dar su brazo a torcer tan fácilmente. Ernesto encontraba en la muchacha la ilusión y vitalidad de la juventud que empezaban a faltarle mientras ella se sentía completamente obnubilada por la infinita experiencia y seguridad que el hombre maduro le proporcionaba. Se complementaban bien, llevaban poco tiempo juntos pero en la situación que la muchacha vivía eso ciertamente ya era mucho.

El hombre se encontraba separado desde año y medio antes de una mujer absorbente y celosa a morir. Con tres hijos a la espalda, los dos mayores casi de la edad de la muchacha, Bea resultaba para él la frescura, la disponibilidad, el atractivo de lo prohibido. Una jovencita hecha ya mujer, en lo mejor de la vida y que el encontrarla en su camino supuso para él toda una nueva experiencia de lo más agradable e intensa. Con la joven recuperó atractivo y confianza en sí mismo, manteniendo como podía el ritmo alto que ella le marcaba. En su lozanía extraordinaria, la vivaracha pelirroja orgasmaba varias veces mientras su maduro amante la correspondía con dos de los suyos. De ese modo, Ernesto se sentía en una segunda juventud, paseando ambos las calles cogidos de la mano, compartiendo desayunos, comidas o cenas en compañía del otro para acabar acostados disfrutando de sonoros y escandalosos orgasmos por parte de la chica. Una vez incluso llegó Beatriz a mearse sin remedio, quedando el hombre encantado ante la entrega que la chica mostraba.

En el silencio de la habitación que solo algún ruido del exterior rompía, ella avanzó ayudándole a despojarse de la camisa abierta. La prenda de recia viella desapareció por los brazos como antes lo había hecho hombros abajo. De ese modo, quedó tan solo cubierto por la blanca e impoluta camiseta que a la muchacha tanto ponía. Beatriz se apretó, levantando los ojos al hombre al entreabrir los labios. Ernesto la besó profundamente sintiendo en su boca la lengua incisiva de su amiga pugnando por entrar. Dejó que lo hiciera, mezclando las lenguas entre los ligeros murmullos que ambos producían.

Ella tanteaba la figura masculina con sus manos, apoyadas sobre el fino algodón para enseguida pasarlas por la espalda, abrazada con fuerza a él. Las lenguas ávidas y deseosas trabajaban a destajo, acallando los mutuos gemidos, uniendo el ardor de las salivas en un largo beso que parecía no encontrar final.

-          Deja que te quite esto –susurró Ernesto de forma apenas audible mientras le bajaba el blazer con algo de torpeza.

La hermosa muchachita gimió ahora de forma sonora, abandonada por entero al poder del macho. Las manos le resbalaban el trasero y la parte baja de la espalda, para rápidamente subir hasta acabar cayendo con fuerza sobre los pechos. Pechos de gran tamaño, redondos y firmes que la fina camisetilla, igualmente blanca, ocultaba a la vista. Lo que no ocultaba eran los gruesos pezones que imparables se marcaban bajo la tela. Sin despegarse continuaron besándose y amándose sin darse un segundo de respiro.

Al fin el hombre se decidió a bajarle los tirantes, quedando así los senos elevados y firmes ante él. Beatriz suspiró con apremio haciéndolos elevar aún más. Ernesto la contempló con indisimulado deseo, la jovencita veinteañera era mucho más de lo que un hombre como él, entrado ampliamente ya en los cuarenta, podía imaginar que la fortuna le obsequiara. Disfrutó del tamaño de los mismos, sopesándolos bajo las manos entre los débiles lamentos que la boca femenina lanzaba. Sin parar de gemir, ella se volvió quedando de espaldas y permitiéndole acariciar y apretarle los pechos entre los dedos. El hombre maduro aprovechó para hacerle sentir el cálido aliento sobre la fina piel del cuello. Bea se estremeció toda ella nada más notar la lengua rasposa correrle arriba y abajo mientras con los dedos le pellizcaba suavemente los pezones que al instante se enderezaron excitados.

Ella misma fue la que se abrió el botón del tejano y pronto su mano cayó ansiosa sobre la del hombre que ya empezaba a rozarla por encima de la braguilla. Esa triple caricia, ese triple ataque en cuello, pezones y entrepierna la estaba poniendo a mil. Además y por atrás, podía sentir el miembro masculino responder y crecer pegado a su trasero. Ernesto comenzaba a responder de la mejor manera a los muchos encantos que su bella compañera le ofrecía.

-          Cariño, oh cariño… continúa… qué cachonda me tienes…

El hombre continuó apretando y rebuscando sobre la tela de la braguilla, acompañado de las manos de ella por encima de las suyas. Con la nariz pegada al cuello y a sus cabellos, percibía el fresco aroma del perfume femenino. Volviendo el rostro, Bea alargó el brazo hasta alcanzarle por detrás la cabeza. El roce de la mano se hacía más profundo por momentos, estrechando la tela con firmeza lo que la excitaba más. Y de pronto moviéndose arriba y abajo por los costados haciéndole notar un puro escalofrío.

-          Sigue mi amor, sigue… acaríciame los pechos… juega con ellos.

Una mano sobre el pecho y la otra en su entrepierna, Beatriz se estremecía llevada por un placer creciente. Él parecía no mostrar prisa alguna, avanzando lentamente en cada uno de sus roces para que el deseo se apoderara poco a poco de ella. Por abajo y con cierta dificultad fue bajándole el tejano a lo largo de los rollizos muslos. La muchacha tan solo sonreía bobalicona, una mueca de satisfacción pintándole los labios al abandonar levemente la cabeza en el hombro de su chico. Ernesto comenzó a pasarle las manos por los muslos, sintiendo la piel erizarse al acariciárselos arriba y abajo. Luego fue el turno del culillo, rozándolo con los dedos y respondiendo la pelirroja al echarlo peligrosamente atrás, elevándolo duro y consistente en todo su encanto. Las manos no cesaban en su empeño por recorrer las sinuosas formas que se les brindaba, reconociendo tan pronto las caderas como los glúteos o los muslos. Bea dejó que la besara, las respiraciones de uno y otro encendidas por la pasión que les consumía.

La delicada braguilla cayó piernas abajo, quedando así desnuda por entero. Removiéndose uno contra otro, la calentura se hacía ya insoportable para ambos. La joven deseaba que la acariciara, que los dedos expertos la penetraran hundiéndose en ella sin reservas. Gemía en voz baja, meneándose tentadora entre sus brazos, pidiéndole nuevas caricias que la llenaran el cuerpo de miles de sensaciones agradables.

-          Continúa… dios continúa –su voz apagada y entrecortada no paraba de reclamar.

Lanzando la mano atrás y de forma aviesa buscó el sexo del hombre. Lo necesitaba, necesitaba notarlo entre sus dedos crecer y palpitar. Enfrentados ahora el uno al otro, con la mano bajo el tejano el miembro masculino se sentía duro y dispuesto. Una más que sugestiva erección aparecía para el disfrute de la joven Beatriz que, con los dedos no paraba de acariciarle moviendo la mano arriba y abajo y a lo largo del prometedor regalo. Mirándose a los ojos, ella no cejaba en su ataque masturbándole con cierta dificultad al tiempo que el hombre gemía y respiraba encendido por la tierna caricia.

-          Diosssss, me encanta… qué dura, gruesa y larga se siente cariño…

-          ¿Te gusta nena? .preguntó el maduro animado por los dedillos que tan bien le excitaban.

-          Pues claro que sí… ¿qué pregunta tonta es esa? –preguntó ella riendo a su vez, entretenida en el músculo cada vez más irreverente y desbocado.

Abriéndole el tejano, lo fue bajando con pasmosa tranquilidad, sin prisa alguna, y enganchando con las manos el oscuro slip, bajo el que saltó orgulloso y zalamero lo que tanto deseaba. No pudo menos que sonreír abiertamente ante el dardo elevado y firme que se le ofrecía. Un murmullo leve de admiración, los ojos clavados en los del hombre para hacerlos caer a continuación sobre la presa tan codiciada. Frente a ella, el pene ya plenamente en forma apuntaba amenazante el bello rostro de la joven. Ernesto le habló con voz cálida y grave.

-          ¿Qué tal si juegas con ella pequeña brujilla? –la invitó él a hacerlo.

-          Pues claro que sí… ya sabes lo mucho que me gusta –exclamó Bea relamiéndose frente a la tormentosa imagen.

No se acostumbraba nunca a aquello. Pese a lo mucho que lo conocía y lo mucho que lo había disfrutado y degustado en diversas ocasiones, el pene masculino resultaba para la muchacha una aventura llena siempre de nuevas emociones. El entregarse por entero al hombre maduro, el poder gozar de aquella seguridad y experiencia de la que ella carecía, el ser poseída de aquel modo tan sincero y pleno la hacían sentir animada a experimentar cualquier cosa con la que Ernesto o ella misma pudieran fantasear.

Subiéndole las manos por encima de la camiseta, la joven alcanzó finalmente el grueso miembro para, con los dedos, llevar la piel atrás hasta hacer aparecer la cabeza vanidosa y altiva por entero. Luego comenzó a lamer dulcemente el glande irritado. Ernesto no pudo evitar un gemido de alivio ante la tímida caricia con la que la muchacha le complacía. Un besito cohibido y cariñoso por encima del animal encabritado, repitiendo la misma maniobra sobre el tronco besándolo levemente y así una vez y otra más. Mientras lo hacía, en ningún momento apartaba la mirada de la de su enamorado como si de ese modo la unión entre ambos fuera más franca. Un nuevo beso, para sacar seguidamente la lengua rodeando el capuchón de forma experta y acabar metiéndolo en la boca bien recogido entre los labios.

Con los ojos cerrados de placer, comió y devoró el recio instrumento haciendo con ello las delicias del hombre que, de pie ante ella, no se movía un ápice del estado en que se encontraba. Tomándolo suavemente entre los dedos y abriendo de nuevo la boca, Beatriz sacaba la lengua lamiendo la parte alta del sexo masculino para metérsela una vez más dentro, saboreándolo con fruición. Le encantaba aquello, chupar y lamer lentamente el grueso animal y ver la agradable respuesta que en su amante producía.

Ernesto gemía de forma poco audible, aguantando como podía las muchas ganas de dar a conocer el placer que aquella jovenzuela le hacía sentir. Teniéndolo bien sujeto, tragaba llenándose la boca hasta el fondo, notando la cabeza pujante rozarle el paladar. Se ahogaba con ella pero no quería parar, abriendo los labios cuánto podía para envolver el miembro cubriéndolo de saliva en su totalidad. De ese modo resbalaba con facilidad, adelante y atrás, llenándole el rosado carrillo hasta hacerlo abultar de manera escandalosa.

En su locura y frenesí, Beatriz chupaba y lamía con voracidad malsana, devorando golosa aquella polla que tanto la ponía. Y así sin darse ni darle descanso, adentro y afuera, jugando con el glande al golpearlo con la lengua, acariciándolo entre continuos ronroneos de enamorada. Pajeándole entre los dedos y luego firme con la mano, movía la palma arriba y abajo disfrutando el palpitar que la caricia producía en su amigo.

-          Sigue muchacha, sigue –la voz del hombre se notaba cada vez más entrecortada.

Abriendo la boquita para ocultar el grueso juguete, sonreía maliciosa viéndole lo mucho que sufría. Deseaba hacerle correr, que le llenara la boca y saborear el líquido espeso y blanquecino entre los labios y por encima del rostro. Luego ya se encargaría ella de volver a ponerle a tono para su propio disfrute. Cerró los ojos hundiéndosela con maestría y dedicación, tantas veces lo había hecho que ya pocos secretos guardaba para ella.

Y así continuó masajeándola adelante y atrás entre los dedos, la agitación del hombre creciendo exponencialmente a cada instante que pasaba. Él bajó la mano al cabello femenino, hundiéndole los dedos para de ese modo acompañar el movimiento de la cabeza. Teniéndola a su merced, Ernesto empezó a empujar la boquita con movimientos fuertes y secos, follándola hasta hacerla ahogar. La joven tuvo que soltarla, tosiendo sin remedio por las arcadas que el grueso músculo le provocaba.

Respondió ella recogiéndole con fuerza y pajeándole ahora con rapidez inaudita, buscando el cercano orgasmo del hombre. Tan pronto lo metía en la boca como lo sacaba, llevándose los huevos cargados a la boca para devorarlos y apretarlos entre los labios, haciéndole cerrar los ojos con fuerza entregado a un placer diferente y desconocido. Aquella muchachita aprendía rápido, sabía bien qué hacer y cómo comportarse sin necesidad de decirle nada. Las piernas le temblaban, le costaba mantener el equilibrio, los pies parecían no querer aguantarle en pie y supo que no tardaría en correrse por vez primera. Pese a ello trató de atrasarlo todo lo posible y, separándola brevemente de su lado, consiguió alargarlo un poco más disfrutando la cálida y tierna caricia de la húmeda lengüecilla pasándole por encima del glande amoratado.

-          Eres fantástica pequeña… continúa, continúa no pares…

-          ¿Te queda mucho? –preguntó ella esperando la respuesta con urgencia.

-          No mucho pero déjame gozar un poco más… lámela y juega con ella –reclamó mezclándole de nuevo los dedos en el cabello.

Ella, obediente, paró unos momentos el turbio tratamiento ofreciendo así una pequeña tregua al sexo desplegado y fanfarrón. Atacando nuevamente con la lengua, recorrió de abajo arriba el tronco subiendo luego hasta el glande que sintió vibrar bajo los labios. Tiernos besitos llenaron la piel del músculo encabritado, uno, dos, varios otros notándolo gruñir complacido. Lo atrapó de forma segura y sin necesidad de las manos, apoyadas firmes en los muslos de Ernesto, iniciando de ese modo un continuo chupar y lamer acompañada ahora sí de la mano llevándola adelante y atrás. Y cada vez más deprisa, los ojos clavados en los del hombre, el miembro cubriéndole la boca hasta hacerla ahogar, sacándolo seguidamente para pajearlo sin descanso al conocer la cercana eyaculación.

Finalmente le hizo correr entre gritos sonoros y desconsolados de pura satisfacción, quedando quieto al empezar a brotar el líquido blanquecino e inagotable que la muchacha recibió con evidente entusiasmo. Un trallazo seco le fue a dar en el rostro, alargando el siguiente hasta la frente por la inusitada violencia al saltar sobre ella. Ambos cerraron los ojos, ella para no sufrir el picor en ellos de la explosión masculina y él disfrutando como un bendito el largo orgasmo al que la joven le había llevado. Aquella nena le tenía loco, una segunda juventud le estaba haciendo vivir con cada nueva sensación que compartía a su lado.

El rostro de la joven, hecho una pena, se veía cubierto del abundante líquido viscoso de su amante. El pelo pringoso, la comisura de los labios cayéndole el semen a los pechos, recogiendo morbosa parte con la lengua para llevárselo a la boca ayudada por los dedos. Le encantaba saborearlo, sentirlo amargo entre los labios para luego tragarlo por entero garganta abajo como mejor forma de entrega a él.

Ernesto resoplaba satisfecho, tardando un rato largo en recuperarse. Cascado como comenzaba a estar por los años y los estragos que el tabaco hacían en él, cada vez aquellos esfuerzos le costaban más… evidentemente la edad no perdonaba.

Pero la hermosa y lozana Bea quería más y enseguida se lo hizo saber. Poniéndose en pie y hablándole en un apenas perceptible susurro, al oído el hombre la escuchó reclamar ahora lo suyo.

-          Me tienes muy cachonda cariño. Te deseo, hazme tuya… lo necesito…

-          Por favor pequeña, déjame respirar un poco o acabarás conmigo.

-          Está bien, iré despacio –dijo la joven teniendo entre los dedos el miembro fláccido y caído mientras le acercaba los labios para que la besara.

Tan cercanos el uno al otro como estaban, se besaron dándose un leve piquillo, ronroneando ella como una gatita en celo tal y como ciertamente se encontraba. Entre las piernas un calor sofocante le subía el cuerpo, el coñito empapado en jugos. Necesitaba que la follara con urgencia, entregarse al macho hasta el final y sin reserva alguna, notarle en su interior empujándola con violencia extrema y correrse juntos abrazada a él.

Sin soltarlo, le masturbaba despacio al dejarse besar por el hombre que la tomaba con delicadeza de la mejilla. Un largo beso de agradecimiento se dedicaron, los labios fuertemente unidos para entreabrirlos poco a poco ofreciendo ella su lengua traviesa. Echando la veinteañera la cara a un lado, Ernesto la besó en el cuello y la pequeña orejilla, apoderándose luego del lóbulo lo que provocó en la joven un escalofrío que la hizo gemir largamente. Respiraba agitada, las caricias del hombre la excitaban aún más… a ese paso se correría solo con eso.

-          Cariño, cariño bésame… ámame, me tienes loca –sollozaba pegada al hombre maduro.

Por abajo, se acariciaba ella misma pasando los dedos por encima de la peluda entrepierna de hirsutos y castaños vellos, por encima de la rajilla húmeda y carnosa, metiéndoselos levemente para volver a sacarlos paseando los labios abultados. Una sacudida instintiva la asaltó corriéndole el cuerpo, la raja jugosa y entreabierta, los dedos haciéndola sentir cada vez más cachonda, un puro fuego ardiendo en ella. De su respiración acalorada escapaban inevitables gemidos, también aullidos placenteros mordiéndose el labio para intentar acallarlos pero sin resultado efectivo. Bien mojada se encontraba, Ernesto era el culpable único de hacerla poner así de encendida y dispuesta a todo.

Él la acompañó en el roce que los dedos le prodigaban, una mano sobre la otra, gimiendo cada vez más alto la pelirroja complacida. Los largos dedos del hombre le separaron los gruesos labios, jugando por encima de la almejita húmeda y abierta, haciendo círculos sobre el clítoris para acabar hundiéndose sin reservas en ella. Uno, dos e incluso un tercero que obligó a la joven a retorcerse entre los brazos de su amigo. En esas, la visitó un nuevo espasmo de placer, haciéndola doblar casi las rodillas, la mano femenina buscando afanosa un lugar al que agarrarse. Le faltaba la respiración, los ojos cerrados por un placer máximo que la hacía arquear la espalda mientras se entregaba ardiente.

Los dedos corriéndole la vagina, con la otra mano Ernesto la tomaba las nalgas redondas y prietas. Toda una tentación la carne joven y fresca de la muchacha, un pinchazo sintió entre las piernas pese al orgasmo de un instante antes. Pese a que le costaba recuperarse aquella muchachita resultaba el mejor alivio al cansancio. De espaldas al hombre, le tenía enganchadas las tetas que acariciaba diligente jugando con los oscuros pezones. Los apretó con fuerza haciéndola gritar impaciente, erizándole los pezones indómitos con el solo pellizco delicado sobre ellos. Ella se echaba atrás buscándole, deseando notar el miembro fláccido y cansado pegado al trasero elevado. Le encantaba provocarle, sentirse perversa y deseada por su hombre.

-          Acaríciame… acaríciame amor… métemelos Ernesto…-sollozaba reclamando un mayor interés en su entrepierna.

El culillo echado atrás descontrolado, gimoteando y llenando de suspiros la estancia con el roce continuo que los dedos le procuraban. Explorándole el sexo con la mano izquierda, uno de los dedos repasaba arriba y abajo el monte de venus. La follaba con rapidez, entrándole y saliendo una y otra vez. Beatriz, con los labios apretados, no podía apagar los hondos suspiros; estremecida y con voz profunda y gimiente no hacía otra cosa que exigir mayor velocidad en la caricia.

Mientras y con vehemencia extrema su compañero repitió el mismo tratamiento hasta que, incapaz de contenerse, el dedo juguetón se vio arrastrado por la cavidad apretada y candente de la hembra. Volviendo el rostro contraído, dejó que la besara mientras entre sus piernas un calor bien conocido le crecía en forma de próximo orgasmo. No tardaría en correrse, Ernesto sabía cómo ponerla a tono con sus caricias y el ritmo endiablado de sus manos y dedos. Las manos por encima de los muslos rollizos, clavándole los dedos en sus glúteos de forma brusca y algo indecente.

Los dedos entrándole y saliendo tibiamente acompasados, la muchacha de agradables y sinuosas formas sintió la respiración fallarle, agitada sin remedio, los constantes e irreflexivos estremecimientos llenando su bella figura. Se moría, se moría de gusto, el brazo poderoso rodeándola con firmeza la cintura y el dedo infame metido hasta el nudillo trabajándole y atacándole en forma circular la flor tierna y húmeda hecha un completo sufrir. El hombre comiendo y llenándole la piel suave y tersa del cuello con algún que otro chupetón malvado, no aguantó mucho más, apenas unos segundos cuando un gemido ahogado brotó de sus labios temblorosos sumiéndola en una espiral de placer como pocas veces antes había experimentado. Ernesto, solícito, acalló el torrente de hipidos y sollozos que la boca femenina empezaba a exhalar, besándola y dándole pequeños piquillos de enamorado que a la joven supieron a gloria. Cayendo sobre el hombro desnudo, se lo cubrió de besos tímidos, fugaces y sinceros. Bea, la bella Bea, jadeó mimosa y sonriente entreabriendo los ojos mientras la calidez de la habitación volvía a ella.

-          Ufff mi amor, qué bueno… qué bien sabes hacérmelo… -exclamó notando tras ella la respuesta de su amigo en forma de evidente erección.

El placer profundo e intenso de la muchacha le había puesto nuevamente en forma y listo para un nuevo combate. Ambos tenían ganas del otro. Se besaban con fruición, comiéndose y dándose las lenguas al tiempo que él le mordía el labio inferior a lo que respondía la bella joven atrapándole entre sus dientes del mismo modo.

-          Fóllame cariño –pidió en un rumor sofocado, escapando al dominio masculino al caer sobre la amplia y mullida cama.

A cuatro patas, hermosa en su total belleza con las piernas algo abiertas y el trasero bien expuesto, esperaba excitada el necesario acople. Metido tras ella, el hombre la chupaba y lamía preparándola convenientemente para el coito. Aunque no le hacía mucha falta, tan mojada y empapada se encontraba. Abriéndole los cachetes, le enterraba la lengua entre las paredes lengüeteando y recorriendo la zona de forma hambrienta.

-          ¡Qué cabrón… qué cabrón! –se quejaba ella removiéndose ofrecida así como estaba.

La lengua rasposa y curiosa reconocía los labios abultados que se le ofrecían, pasando abajo y arriba y subiendo más allá hasta llegar incluso al agujero estrecho y oscuro. Bea suspiró, saltando en un respingo gozoso al sentir la lengua en tan escondido rincón de su anatomía. Nunca se lo había pedido hasta entonces pero sabía lo mucho que Ernesto deseaba desflorárselo. Cuidadoso y considerado como lo era con ella, esperaba el momento en que la muchacha se lo pidiera sin necesidad de forzarla a ello. Un día u otro sería; mientras tanto y en silencio aprovechaba de tanto en tanto para ponerla en alerta haciéndole saber que algún día sería suyo. La joven pelirroja deseaba del mismo modo aquello aunque tampoco nada había dicho hasta entonces, guardándose para ella la perversa fantasía. Era virgen por el estrecho agujero pero al fin había encontrado el hombre al que entregárselo llegado el momento. Ernesto era ese hombre, estaba completamente segura de ello.

El cálido roce continuó implacable, golpeándola la lengua sin descanso ni un momento de respiro. Jadeando, suspirando inquieta, los ojos cerrados y apartándose el pelo a un lado al echar la cabeza atrás sin poder ver lo que le hacía, tan solo imaginándolo en su loca cabecita y llena de ideas de lo más indecentes y obscenas. Si su pobre madre la viera ahora… La boca bien abierta hipaba y sollozaba complacida por un placer intenso y agradable, su amante llenándola de besitos el interior de los muslos, ahora el uno ahora el otro. Abriéndose ella más mientras con la mano se acariciaba el pecho excitado, apretando entre los dedos los duros pezones.

El silencio de la habitación solo se veía roto por los débiles suspiros que la joven lanzaba cada vez que su amante besaba las mollas de sus nalgas, cada vez que la lengua y los labios la cubrían. Inmersa en un puro sinvivir, miles de sensaciones creciéndole entre las piernas, la muchachita notaba la lengua corriéndole los labios mayores, rozándole la entrada de la vagina, rodeando después el botoncillo tan receptivo y sensible a las caricias. Loca de emoción, tensaba el cuerpo, retorcida sobre las sábanas arrugadas y en las que clavar las uñas. Afuera ya era noche cerrada, solo alguna luz lejana se vislumbraba a lo lejos aunque evidentemente ninguno de ellos estaba en ese instante para esas cosas.

El maduro chupaba y lamía, mezclando el calor de su saliva con los aromas y efluvios de la joven muchacha, sorbiéndolos y bebiéndolos satisfecho al escucharla bramar y gimotear desaforada al verse sorprendida por un nuevo orgasmo que al instante se alargó convertido en un latigazo electrizante que la dejó cansada y yaciente. Caída adelante, Bea respiraba con la dificultad que el éxtasis había creado en ella, removiendo el redondo y hermoso culillo, elevando mínimamente la cadera y mordiéndose instintivamente la parte interna del labio inferior. Los ojos cerrados, alargando los dedos para clavar las uñas con la misma fuerza con la que el orgasmo la va abandonando al encontrar el amplio almohadón donde agarrarse en busca de protección y alivio.

-          ¡Sí! ¡Sí! ¡¡Aaahhh!! Uuffff me matas.

¡Diosssss, se sentía tan a gusto! Ernesto la deshizo lentamente del tejano, escapando primero una pierna y luego la otra a través de la tela ceñida y clara. El rostro hundido en la cama, se encontraba ahora sí preparada para la unión perfecta.

Elevándose tras ella, el hombre la enlazó con rapidez y presteza penetrándola de un solo golpe y abriendo la chica como platos sus bonitos ojos grises al verse ensartada de aquel modo brusco con el que perder la respiración. Beatriz, se quejó tratando de desasirse, musitando abiertamente palabras de súplica al notarse arder las entrañas. Dominada y a su merced, Ernesto no la escuchaba, buscando ahora su placer que sería también el de ella. Las manos en la arrebatadora desnudez de aquellas ancas, quedó quieto unos segundos permitiendo a la joven acomodarse al formidable intruso. Ahogada en sus gemidos, sintió abrírsele las entrañas, rompiéndola por dentro la gruesa estaca que la llenaba hasta el final. Toda ella ardía de pasión y dolor intenso, le dolía horrores pero también era consciente que ese dolor pasaría pronto a ser placer apoderándose de su bonita figura.

Los dos quietos, la hizo incorporar atrás atrayéndola con la misma firmeza de antes. Así la hizo pegar a él notando la curvilínea y esbelta espalda junto a su pecho sudoroso. Los amantes sudaban, hacía calor en la estancia y pegados uno al otro los cuerpos sudaban envueltos en el arrebato del momento. Ernesto besó su cuello, rozándola por encima con la breve barba de dos días para subir más allá hasta alcanzarle la oreja. Ella se dejaba hacer respirando profunda y lentamente sin poder resistirse a tan cariñoso ataque. El hombre sabía bien lo mucho que eso le gustaba y continuó provocándola de ese mismo modo, pasándole la boca arriba y abajo. Recogiéndole el cabello, le besó ahora la nuca, degustándola con la lengua y haciéndola sentir el aliento sobre su piel erizada por el deseo. Su joven compañera temblaba apasionada, las manos del hombre subiéndole los costados hasta hacerse con los senos endurecidos y firmes. Bea no pudo menos que respirar profundamente echando el pecho adelante, hermosa en su figura de diosa.

Entonces es cuando el maduro volvió a  acercarle la boca al cuello, regalándole un leve besito de enamorado.

-          ¿Te gusta pequeña? –le musitó roncamente al oído.

La muchacha, en el estado en que se encontraba no se enteraba de nada, se creía estar volando por los aires, la cabeza le daba vueltas girando todo a su alrededor y lo único que podía era asentir dejando caer la melena atrás.

Él continuaba hablándole quedo al oído, con frases cortas de un ritmo pausado y lento, sonando su voz profunda y llenándole el pensamiento de palabras soeces, indebidas y terriblemente estimulantes con que hacerla estremecer. Encogida sobre sí misma, la jovencita se tensó aún más con el pellizco en el culo con que la obsequiaba. Entonces entreabrió los ojos indecisa, lamentándose inquieta pensando no poder más.

-          Ummm mi amor, sigue cariño, sigue – no pudo más que decir.

La pasión extrema en el hombre, un fuerte chupetón con que dejar marca le dio y fue cuando la joven se retorció al notar todo un torrente eléctrico correrle la espalda hasta acabar golpeando su cabeza cansada. Se removió entre los brazos del hombre, un murmullo tenue abandonándole los labios resecos mientras sentía una inesperada punzada en su tierna flor haciéndose patente el nuevo orgasmo en forma de abundantes jugos. La pobre Bea suspiró sin fuerzas creyendo mearse de gusto en su enorme placer, cayendo adelante sobre la cama para gimotear en busca de nuevas energías.

Enseguida le notó golpeando tras ella sin haberse acallado todavía los sollozos y lamentos que producía. Encima de la mujer, comenzó a moverse con lentitud cayendo sobre ella hasta hundirse más de la mitad. Le quemaba, la presencia recia y gruesa la traspasaba haciéndola correr un fuego intenso en su interior. Respiró largamente buscando aguantar el aliento ante la quemazón continua del dardo arrebatador. Le gustaba, le fascinaba y embelesaba la fuerza montaraz que el macho mostraba cayendo una y otra vez a un ritmo más que apreciable. Moviendo las nalgas se dejaba follar, pidiéndole más, mordiéndose los labios y muriendo de deseo al verse rendida al placer más entusiasta.

-          Fóllame Ernesto, fóllame con fuerza…

El hombre perdía el aliento al poder disfrutar el cuerpazo maravilloso de la joven veinteañera. Empujaba con determinación creciente, entrándole cada vez más hondo, escuchándose el rebotar de sus testículos al golpear las redondeces traseras. El hálito desencajado del uno se unía al de la otra igualmente desencajado e irregular. Adentro y afuera, cubriéndola por completo, las bellas formas femeninas soportando el peso masculino cada vez que le caía encima. Los dedos se le clavaban con firmeza en el muslo para pasar luego al trasero agarrándolo con desesperación infinita.

-          Con fuerza… fóllame con fuerza sí –volvió a reclamar en su total locura.

Meneando los apetitosos y apetecibles glúteos le provocaba a darle con mayor vigor y entereza. Sabía cómo provocarle, cómo hacer para conseguir atraerle en su propio beneficio. El vientre pegado a su trasero, para volver a salir y enseguida de nuevo adentro arrancándole un gemido herido. Levantando ella el culo como si de ese modo se pudiese sentir más entregada a su hombre, el rostro descompuesto reflejaba lo mucho que lo gozaba, lo muy excitada y satisfecha que se sentía bajo el empuje incansable. Los bramidos y gruñidos del hombre la hicieron saber lo bien que también él lo pasaba, apretándola con fuerza, enterrándose complacido en la almeja hecha un manantial de jugos.

Incorporándose sobre la cama quedaron los dos de pie, el hombre tras ella volviendo a las andadas del coito conmovedor y exquisito. Al momento, el miembro viril la golpeaba una vez más de manera feroz y casi salvaje. Escapándoles jadeos y gemidos, dándose besos y mordiscos, abriendo Bea su boquita de fresa con desesperación en busca del aire que le faltaba, el dardo envenenado penetrándola y arrancándole un gemido de protesta y deleite al tiempo. Follándola adelante y atrás, clavándose en ella de forma virulenta y ya sin consideración lo que sin embargo producía en la joven una encantadora y agradable punzada corriéndole sus bellas formas.

-          Aaaah, sigue Ernesto… dámela toda, me mueroooo – repetía sin dejar de gimotear muy fuerte, bastante fuerte y desbocada como loca por la turbación como se hallaba.

-          ¿Te duele pequeña? –la voz del hombre abrazándola en un momento de parón de ambos.

-          Un poco pero también siento un placer increíble –sollozó la muchacha volviéndose ligeramente hacia él.

Alargando la mano, le agarró la nuca mientras el maduro la enlazaba nuevamente por la cintura. Respiraban ahogados por el cansancio, comenzando a satisfacerse dándose muerdos lentos con mucha saliva y rebosantes de un vicio latente. Se besaban en un silencio ahogado, morreándose lentamente y pudiendo el hombre saborear aquella lengua suave junto a la delicia de su saliva.

Envuelto en un calor sofocante que no le permitía respirar, se deshizo de la camiseta dejándola caer a un lado. Una vez más empezó a moverse lento y tomándole una de las piernas se la hizo doblar para una mejor entrada. De ese modo, el sexo empapado y hambriento le recibía con mayor facilidad y de una forma más cómoda. Ernesto entró en ella de un solo golpe y hasta el fondo.

-          Mmmmm, aaaaaaa… -aulló la pelirroja notando las bolas rebotarle con una brutalidad enfermiza.

La sensación placentera volvía a apoderarse de ella, el constante entrar y salir atormentándola. El culillo se abría bajo el tratamiento atroz al que la sometía, metiéndosela una y mil veces acompasados de forma perfecta el uno al otro. Lanzando pequeños grititos, manifestando entre jadeos y ayes lujuriosos lo mucho que lo disfrutaba, lo mucho que la hacía vibrar el miembro de dimensiones más que considerables de su complaciente amante. El cuerpo arqueado, los pechos generosos y tersos de la joven tomados por las manos que los sopesaban, se la veía hermosa y fogosa hecha mujer y ya bien formada. La mano en su trasero, enganchándola con la otra del cabello y follándola sin recato hasta quedar de pronto parados, mirándola él a los ojos desmayados por la fatiga. Jadeaba con fuerza, hecha un mar de nervios y esperando continuar la completa locura que les embargaba.

-          No te pares, por favor no te pares ahora –imploró en un retraído y casi vergonzoso sollozo al separarse mínimamente de su lado.

-          No sufras pequeña… solo cambiemos de posición…

Murmurando débilmente, ronroneando mimosa, le vio caer boca arriba junto a ella. Echándose los cabellos a un lado con un golpe experto de mano, a cuatro patas trepó sobre la cama acercándose cada vez de forma más peligrosa a su presa. Se besaron tímidamente, un corto pero agradable golpe de labios mientras por abajo le masturbaba, lenta y premiosa, moviendo los dedillos adelante y atrás. Echando la pierna sobre él, quedó encima para buscar el miembro con la mano, llevándolo con presteza junto a la rajilla. Al instante se sintió clavada, tirando las nalgas atrás al tiempo que se elevaba lozana como si de la mejor amazona montando su corcel se tratara. Contuvo la respiración en su total belleza, emitiendo un primer lamento al que pronto siguieron muchos más con el inicio del lento remover.

-          Te siento cariño, te siento… es tan enorme.

-          Muévete nena, siéntela vamos siéntela.

-          Me llena entera… dios me tienes loca.

Apoyada en el pecho velludo y cogida por la cadera, la pelirroja comenzó a cabalgar y removerse sobre el eje masculino. La mano del hombre subiéndole a la teta, haciendo presión con los dedos y la mano cerrada que enseguida acompañó la chica con la suya, gimiendo roncamente, alzando su bella figura y volviendo a caer ensartada con decisión. Si antes era Ernesto quien llevaba la iniciativa, ahora en cambio la muchacha de tremendas formas era quien dominaba la situación. Sentada sobre el hombre podía notar el ardiente aguijón poseyéndola hondamente y con descaro. Bea se removía, cayéndole pronto encima en busca de un beso que la calmara mínimamente si es que aquello era posible en el estado de completa alteración en que se encontraba. El maduro recogió el guante que se le ofrecía, besándola con ardor, buscándole la boca y la lengua de forma exaltada, quedando fundidos ambos en un morreo eterno.

Ella volvió a elevarse poderosa y hermosa para caer al instante, los ojos en blanco y abrumada al sentir el grueso dardo llenarla las entrañas. Con gesto de enamorada se dejaba follar, empujándola tan pronto el hombre con golpes secos de riñones como siendo ella la que saltaba arriba y abajo. La veterana mano acariciándole la sinuosa espalda para bajarla luego a la redondez trasera que llenó de manotadas haciéndola resonar. Montada a horcajadas con las piernas echadas atrás, la pareja se movía acompasada, combinándose los bramidos masculinos con el continuo suspirar de la veinteañera.

-          No pares, más adentro… hasta el final –la voz de la joven pedía mientras meneaba las caderas adelante y atrás para sentirle mucho más adentro.

Los ojos tan pronto cerrados como ligeramente entreabiertos, jadeaba ordeñándole sin descanso, moviéndose en círculos y atrapando el pene enorme al rotar el pubis alrededor del mismo. Aquella maravillosa escena que los amantes formaban se alargó aún un rato más. Un breve respiro y de nuevo volvieron a la carga. Nunca tenían bastante, la relación que mantenían les hacía ser insaciables.

La pierna nuevamente doblada, contra la ventana comenzó a follarla los dos de pie. Una mano en el marco de la ventana y la otra encima del cristal, que el aliento entrecortado de la muchacha empañaba, desde atrás la ensartó entre grititos placenteros, clavándola sin contemplaciones y haciéndola levantar de la fuerza con que le dio. La llenaba casi hasta el fondo de la matriz, la barra de carne corriéndole la almeja jugosa mientras tras ella la besaba de manera cariñosa y brusca al tiempo. Bea, frunciendo los labios, abrió las piernas cuanto pudo sintiendo el ataque feroz del macho, ya perdido el control de sí mismo. Adelante y atrás, adentro y afuera y cada vez con mayor rapidez y soltura, chocándole los huevos contra el hueco de los cachetes que de forma esplendorosa se entreabrían bajo el empuje masculino. De repente escapó de su interior, escuchándose un sonido seco como cuando se destapa una botella de champán. La muchacha se introdujo entonces un dedo, lanzando un murmullo agradable al enterrárselo por entero y notando la calidez de la vagina al rozarla con su bien cuidada uñilla. No estuvo mucho rato así, obligándola el hombre a dejar el agujero libre.

La penetró hasta el fondo y comenzó a darle muy rápido y fuerte, como si un vigor creciente se hubiese apoderado de su persona. Con el rostro descompuesto y medio girado podía ver cómo él gemía y se estremecía de placer con cada nueva entrada. Tomada de aquel modo tan pleno e indómito, cogida de la cadera suspiraba y gemía ahogada por el poderío incansable de la presencia varonil.

-          Aaaaaa –el rostro femenino era todo un poema a la belleza, envuelto en los cortos y sofocados sollozos que la escena amorosa producía en ella.

-          Tómala pequeña, tómala…

-          Mmmmmm….. aaaaaaaa, sí sí, sigue mi amor –el mechón descontrolado cayéndole por encima del ojo mientras el aguerrido semental batía contra ella sin descanso.

Gritando levemente, gimoteando entrecortada, sus bonitos ojos abriéndose con dificultad suprema acompañando el abrir de la boca al estremecerse cuando el pene se apropió una vez más de su sexo. Quedando quietos, el vaho del aliento volvió a empañar una enésima vez el cristal en que se reflejaba el tórrido encuentro que formaban. Vueltos cara a cara, los labios carnosos de la joven envolvían los del maduro, besándose amorosos al cruzar las miradas con la del otro.

Cayendo lentamente entre las piernas velludas, en cuclillas se apoderó del miembro masculino pajeándole entre los dedos. Beatriz le masturbaba con rapidez malsana, sacando la lengüecilla frente al glande brillante y amoratado y en espera de la cercana y necesaria eyaculación final. Deseaba que se corriera sobre ella, que se lo diera todo una vez más, que la llenara su bonito y atractivo rostro en forma de triángulo inverso y en el que sus prominentes pómulos destacaban en especial. El hombre gemía y se quejaba ante el infernal agitar de la mano y lo muy próximo del orgasmo. Los sonidos en su boca se quebraban, la respiración vacilante, los ojos clavados en los de su joven compañera que con la mirada no hacía más que animarle al más intenso placer.

-          Córrete Ernesto, córrete… dámelo todo, vamos dámelo –la boquita abierta y los ojos medio cerrados.

Así se corrió finalmente satisfecho y con cara de inmenso gusto, un primer latigazo sobre la lengua y el labio rosados para seguidamente un segundo escapar abundante, golpeando con violencia la luna de la ventana. Bea continuó masturbándole en busca de mayor arsenal seminal que la llenara en su locura de hembra enamorada de aquel hombre que la turbaba con su sola presencia. Y así fue, la velocidad del pajeo y el rato que el maduro llevaba aguantando le hicieron cubrirla con otras varias descargas del semen caliente y viscoso. La pobre muchacha acabó perdida pero feliz, el líquido pegajoso resbalándole la barbilla y los pechos, saltándole furioso por encima de la ceja e incluso de la frente y sus desmechados cabellos. Al fin todo había acabado, corriéndose también ella con su furioso masturbar entre las piernas que la habían hecho caer exánime y sentada sobre el frío suelo en un deleite concentrado del que no querer escapar. Levantando la vista sonrió agradecida, lamiéndole tímidamente el glande del que todavía colgaban los últimos restos del tremendo encuentro vivido.

Fuera y en el frío de la vacía calle, de tanto en tanto solo se veía el pasar de los faros de algún vehículo suelto a través de la oscura y cerrada noche…

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