Todos la llamaban Asraf, pero ese no era su nombre y todos lo sabían. Su nombre no se podía pronunciar. Una tormenta de desgracias caería sobre el que lo hiciera, hasta destruirlo. El verdadero nombre solo lo podían decir, como deslizándolo, las madres en el oído de sus hijos. Pero estos ya no lo podían repetir jamás, o él y los suyos serían aniquilados.
Algunas mujeres morían de parto y no podían enseñar El Nombre a su hijo. O morían cuando la criatura era demasiado pequeña para aprenderlo. No había remedio. Aquellos desgraciados formaban una clase aparte, junto a los leprosos. Porque no podían adorarla, ni invocarla a favor de Qumm, ni ayudar a mantener el Templo con ofrendas ni mediante la Prostitución Sagrada. No podían tener propiedades, ni mujer, ni sepultura. Porque no era posible que figurasen en los registros del Templo, que daban fe de todo. Lo que no existía en el templo, no existía.
Su estatua se alzaba, imponente, en medio del Templo. Su bello rostro de matrona, severo y orgulloso. Sus grandes pechos ubérrimos. Sus torneados brazos y la parte de las hermosísimas piernas que dejaban ver las glebas, eran de alabastro. El cabello y las sandalias de oro. La coraza era de plata. La espada y la rodela de bronce dorado. Y tenía en el centro una cabeza de león rodeada por un círculo mágico de serpientes.
La altura de la estatua era de treinta codos. Si un designio de Baal la hicieran caer, aplastaría Templo, Palacio y Zoco y a los que en el pululaban como hormigas.
La palabra Asraf es equívoca. Puede significar Madre Protectora Vengadora, simplemente El Vientre o conceptos tan complicados como Madre del Odio Sin Fin, Madre del Horror Que Has de Vivir para Siempre. O Naturaleza cruel..
Qumm no era muy grande, sí muy rico porque estaba en la salida de un desfiladero, único camino a Tiro y Sidón para las caravanas que venían de Palmira, o más allá: de Mari, junto al río Eufrates o aún mucho mas lejos, de Nínive, Assur o Accad, sobre el Tigris.
Desde la más cercana Damasco hasta las remotas Babel. Ecbatana, Susa, la región de El Kedar y el Desierto Arábigo, la India, todas las caravanas habían de pasar por su desfiladero y dejar su óbolo en el Templo a las prostitutas sagradas
Y comprar o cambiar en el Zoco víveres o agua, ropas para presentarse dignamente en Tiro o guarniciones para los camellos, enriqueciendo a los Qummnitas.
El ejército era voluntario y en su mayoría mercenario, pocos varones eran atraídos por las armas en aquella ciudad llena de abundancia, pero sin industria ni agricultura, sin más trabajo que el fácil trueque.
Sin embargo todas las mujeres estaban obligadas a someterse a la Prostitución Sagrada. Al cumplirse su madurez, una noche las princesas reales, seis días las nobles, doce las notables y una luna entera todas las demás. Algunas se entregaban voluntariamente y para siempre a la diosa enardecidas por su grandeza.
No se admitían las extranjeras si no eran de estirpe real y hacían una importante aportación al tesoro del Templo. Además, debían prestar servicios lésbicos y simplemente domésticos a las Qummnitas que en aquel momento sirvieran en el prostíbulo Sagrado. Los sacerdotes del Templo, tenían que respetar a sus pupilas bajo las más severas penas.
Tres días antes la Princesa Real contó al salir de cumplir su obligación con la Diosa, que el Supremo Sacerdote, un hombre vigoroso de cuarenta años, la había importunado. Los demás sacerdotes lo entregaron llenos de ira, aunque ofreció tres niños pequeños para el sacrificio a cambio de su integridad.
Se le practicó una abertura en el vientre, se le sujetó firmemente al suelo, brazos y piernas bien abiertos, en aspa, y se dejó que los perros lo fueran devorando.
Cuando el joven y riquísimo comerciante Harum llegó a la plaza, solo quedaban dos manos y un pié amarrados a sus estacas.
Harum era poderoso, pero respetaba a los Dioses, que todo lo rigen, y quiso rendir su tributo a la que por necesidad llamaremos Asraf.
Al atardecer subió las imponentes escalinatas del Templo y las altas puertas de bronce se abrieron. Hacía fresco dentro y sintió los pasos apresurados de los cantores del templo que corrían a su lugar. Un Sacerdote salió de las sombras y se le acercó, rígido, casi sin mirarlo.
- ¡Gloria y Honor a la Gran Diosa, la Única, la Incomparable! Ni Astharté, Diosa del Cielo, ni la bellísima e impetuosa Anath, Diosa del Amor y de la Guerra, ni Shapash Diosa Sol, pueden resistir su mirada. Dijo Harum.
El Sacerdote se tapó la cara con las manos.
-¿Qué servicio pretendes? - Preguntó.
-¡El mejor!
El Sacerdote batió palmas tres veces y luego gritó:
-¡Nimrathi!
De las sombras salieron unos sirvientes del Templo, colocaron un dorado asiento para Harum y empezaron a derramar sobre él perfumes. Los músicos empezaron a cantar.
Nimrathi era la mas vieja de las prostitutas del templo, ya nadie sabía su edad y se decía que era siete años mayor que la que Ashati que la seguía en edad. Pero era la más preciada, a la que los poderosos aspiraban. Porque el mérito de la donación estaba en lo mucho que se daba y en lo menos que se recibía... Por eso Nimrathi tenía al menos un cliente al día mientras algunas bellezas eran olvidadas.
Al cabo de un rato empezaron a sonar campanillas y cuatro sacerdotes salieron sacudiéndolas en sus manos, se pusieron en torno a Harum y así la acompañaron a los aposentos dedicados al Amor de las servidoras de la Diosa.
Era una enorme habitación, con un techo altísimo en el que había un vano que ya dejaba ver la luna y proporcionaba la única iluminación. En el centro había una, pequeña cama dorada, lujosa como solo pueden serlo las cosas de Oriente, rodeada pieles de fieras.
En ella ataviada de gasas transparentes, llena de joyas hasta los dedos de los escuálidos pies, con un ceñidor de oro y perlas que caían hacia su sexo, estaba Nimrathi. Una colosal tiara se le encajaba hasta las cejas, dejando escapar escasos cabellos blancos. Ahora, por los años, ya era menuda. A través de las gasas blancas y rosas se veían sus hombros agudos, sus brazos flacos terminados en manos sarmentosas, sus pechos secos, arrugados como bolsas de pergamino vacías que le llegaban hasta el vientre hundido, los huesos prominentes de las caderas y el pubis recubierto de pelo blanco abundante y largo.
Harum se acercó para verle la cara, entre asqueado y excitado y se sentó en el borde de la cama. Tenía unos ojos verdes enormes e inexpresivos como cuentas de cristal que ni lo miraban siquiera, perdidos en el espacio y hundidos en moradas ojeras. La nariz alguna vez fue fina. La boca permanecía abierta dejando ver el interior tenebroso de aquella sepultura humana.
Harum empezó a desnudarse, separó las gasas y dejó al descubierto el huesudo tórax y las aplastadas tetas que resultaron muy suaves. Una muchacha, juvenil y rotunda para contraste, salió de las sombras y le quitó el cinturón a Nimrathi y así las gasas cayeron y quedó desnuda.
Harum ya estaba desnudo. Chupo los largos y finos pezones de la anciana prostituta, que no pareció enterarse de nada si no fuera por un lento abrir y cerrar la boca. Ya estaba Harum en una fuerte erección y le separó los muslos y acarició su cara interna, tan suave, y corrió entre ellos su pene hasta rozar el coño tan pálido que se confundía con las gasas. Detrás de unas cortinas se oía a los cantantes del templo entonar suaves coros.
Harum fue deslizando su miembro a lo largo de todo el cuerpo y lo depositó en la boca abierta. Nimrathi empezó a chupar maquinalmente, pero con avaricia y la mirada perdida en la nada. Harum se estremecía. A pesar de la falta de expresión de la mujer la chupada era intensa y profunda, la lengua iba y venía con suprema sabiduría y cuando Harum le levantaba la cabeza a la prostituta, llegaba con el pene hasta la glotis, hasta el fondo de la garganta. Se producían algunas contracciones del vientre, como nauseas y habría mucho y automáticamente los flacos muslos pero Harum siguió hasta que se corrió dentro de la boca. La mujer tuvo un acceso de tos y chorretes de semen le salieron por la nariz.
Harum se separó un momento y la muchachita rotuna apareció corriendo para limpiarle a ella la cara sin estropear el llamativo maquillaje.
Harum le dio la vuelta a Nimrathi, metió las manos por debajo para cogerle las tetas y le puso la polla en la raja del culo puntiagudo y curiosamente cálido, pero sus reacciones eran simples temblores.
Unas campanillas empezaron a sonar. Un sacerdote y varios servidores entraron con unos braserillos humeantes y unas bandejas e indicaron a Harum que se apartara. Luego volvieron a poner a Nimrathi boca arriba le acercaron los braserillos y echaron en ellos puñadas de pequeñas setas rojas. Una humareda fétida salió de las brasas. Los hombres se tapaban la boca y las narices con paños empapados de vinagre pero a ella casi le metían la cara en los braserillos para que respirase el humo.
Primero tosió cada vez más fuerte y dio signos de ahogo. Luego tuvo convulsiones más y más intensas, hasta parecer que iba a descoyuntarse. Después masculló cosas incomprensibles, empezó a moverse rítmica y grotesca al mismo tiempo y cuando sus caderas empezaron a subir y bajar y ella a reírse, los hombres se retiraron con sus braseros alucinógenos y dejaron a Harum solo para que hiciera con ella lo que quisiera,
Harum la abrazó y en un momento, sin saber como, se la encontró encima. Ella misma le cogió la polla y la levantó y levantando su cuerpo hasta la vertical, se la apuntó en el culo y se dejó caer de golpe. Soltó un grito fenomenal y Harum se corrió de golpe. Pero ella no daba cuartel: subía y bajaba, el ano se le abría cuando la polla entraba y se estrechaba cuando de levantaba, como si lo estuviera ordeñando. La tiara se le había caído dejando ver su cabeza casi calva, los ojos ahora parecían llamas verdes que ora lo miraban hambrientos ora se volvían hasta enseñar el blanco y sus tetas saltaban como banderolas. De la boca le salían chorros de palabras malsonantes y cuando se corría blasfemaba a gritos pidiéndole a Harum que la despedazase junto a la puta que lo había parido, que les rasgase el coño a las dos y que metiera un brazo en cada una hasta arrancarle a las dos las entrañas.
De repente se cayó sobre una de las pieles, con sonido de leña seca. Harum creyó que se había matado, pero vio que se seguía agitando y se precipitó sobre ella para clavarla a fondo por delante, por su coño blanco-peludo, pero ella le cogió el miembro y balbuceando "¡Trae que te lo limpie, trae que te lo limpie!" le chupó polla y testículos que se metió con delectación en la boca.
Luego Harum la folló con todas sus fuerzas y cuando los dos se corrieron juntos, ella quedó exánime, casi sin respirar.
Entonces entraron corriendo el sacerdote y los sirvientes, le hicieron el boca a boca para reanimarla y se la llevaron mientras a Harum lo lavaban y lo vestían varias muchachas del Templo.
Al salir dejó una bolsa de monedas de oro a los pies de la diosa