En julio del año pasado, Andrea -mi novia- y yo nos hicimos un espacio en el trabajo y decidimos, por fin, viajar a Tenerife. Hacía más de un año y medio que Sheila, una amiga de Andrea, nos había invitado. Ella es uruguaya, y conoció a mi novia en la universidad. Más tarde se fue a España por un trabajo y, desde ese momento, no paró de invitarnos a su casa, cerca de la playa. Así que no lo dudamos más y nos fuimos: serían quince días inolvidables.
Cuando llegamos, al anochecer español, nos estaban esperando en el aeropuerto Sheila y su novio, un portugués llamado Alex. Hacía tanto tiempo que no la veía que me había olvidado de lo hermosa que era. Cómo explicarlo... Era algo así como una Barbie en tamaño real, pero más linda. En su alrededor de 1,70 metro se exhibía una figura de lujo, que podría ser la envidia de cualquier modelo top. Era rubia, de ojos claros, un pelo lacio que parecía tiritas de oro envolviendo una cara angelical. Tenía una tetas impresionantes, las más grandes que había visto, redondas y firmes; su cadera, fina, estilizada; una cola de antología. Y todo esto se apreciaba a pesar de las camisa y el pantalón holgado que llevaba.
En su auto (un Porche 911 descapotable de hace unos cuantos años, pero en un estado impecable) nos llevaron hasta la casa. Era lindo un chalet de dos plantas, algo viejo pero bien reciclado, con un gran fondo en el que había una pileta. Una vez adentro, nos mostraron cada rincón del hogar, en el que Alex y Sheila vivían juntos hacía seis meses. Y nos ofrecieron una habitación en el primer piso que parecía un cuarto de hotel cinco estrellas.
-Estos tipos viven como reyes- le dije a Andrea cuando quedamos solos en la pieza, desarmando las valijas. Ella, todavía encantada por todo lo que había visto en unas pocas horas, sólo atinó a asentir con la cabeza.
Comimos y estiramos la sobremesa, entre copa y copa, hasta pasadas las 11. Después nos fuimos a dormir pensando en todo lo que teníamos por hacer -y descubrir- al día siguiente.
Como cada vez que puedo, me levanté cerca del mediodía. Andrea ya no estaba en la cama. Pasé por el baño, salí al fondo y vi que el día estaba espléndido. Allí estaba mi novia, en malla, tomando mate con Alex.
-¿Un portugués tomando mate?- pregunté.
-Sí. Sheila me metió el gusto- respondió Alex. Hablaba con un acento raro, un portuñol bastante simpático y particular. Era un tipo alto, de más de 1,90 metro, con los músculos de todo el cuerpo bien marcados y bronceados. Tenía el pelo muy corto y oscuro, con algunos rulos, y un arito en la oreja derecha. Estaba con un slip tipo nadador, y ya desde lejos se notaba que debía hacer mucho ejercicio.
En eso aparece Sheila, con un diminuto bikini rojo que resaltaba todos sus muchos atributos naturales. Según habían arreglado mientras yo dormía, iban a ir a la playa. Así que subí, me puse la malla y partimos.
La playa quedaba a unos 5 minutos en auto. Era amplia y no había mucha gente. En cuanto dejamos las cosas en la arena, Sheila se sacó la remera y la parte de arriba del bikini. Sus enormes pechos quedaron al descubierto: eran como dos peras gigantes, adornadas con grandes pezones rosados, que se movían en libertad al compás de su cuerpo. Por el lógico efecto de la gravedad habían caído un poco, pero seguían siendo hermosos. Por unos segundos -a mi me parecieron horas- no pude mover la vista ante semejante espectáculo. Mi cara, colorada, me delataba; y ella lo notó de inmediato.
-Espero que no te incomode. Acá siempre tomo sol así. Es que odio las marcas...- dijo, y se quitó también la tanga, dejando ver su escultural culo y, cuando giró, su coño, afeitado y apenas cubierto por unos pocos pelitos rubios- ¿Y vos, Andre? ¿No te animás al topless? Dale, que acá es re-normal y no te mira nadie...
-No sé, me da un poco de vergüenza- dijo mi novia, y me miró, como buscando algún gesto de aprobación. Mi cara seguía petrificada por lo que acababa de ver; Andrea interpretó eso como un "sí, dale", y también se sacó el corpiño.
Debo decir que mi novia me parece hermosa. No es tan vistosa como Sheila, pero a mí me vuelve loco. Es alta (1,76, incluso más que yo, que apenas paso el metro setenta), tiene el pelo y los ojos de un negro mate muy oscuro, y es flaca. Sus tetas son chicas pero hermosas, con dos pequeños pezones que apuntan al cielo; sus finas caderas son una delicia y su culito inspira todos los deseos imaginables. Sus medidas -se las tomé varias veces- son 81-62-90. Para mí, podría desfilar en cualquier pasarela europea.
En ese momento, éramos pocos y parió la mamá, como reza el dicho popular. Alex se sacó el slip y también se quedó en bolas. Lo que me llamó la atención fue el tamaño de su pene: era chiquitísimo. No sé, pero debían ser menos de 5 cm los que le colgaban entre sus peludas piernas.
Se imaginan que en ese momento yo ya estaba a mil, con una erección de aquellas por las dos bellezas desnudas que tenía ahí nomás, a unos pasos. Y justo a este portugués se le ocurre decir esto en vos alta: "Solamente falta voce desnudarse...".
Si tan sólo hubiese imaginado lo que iba a pasar en unos minutos me habría puesto en bolas al instante. Debo admitir que soy bastante tímido y la idea de desnudarme delante de todo y dejar al descubierto mi tremenda erección no me agradaba. Pero...
CONTINUARA