Todo comenzó el verano de 1993, cuando me fui de vacaciones a México DF. Yo soy Eduardo, me dicen Lalo. Soy de Sonora y por aquel entonces tenía 19 añitos de edad. Era un joven típico norteño, alto y muy fuerte. De 1.80 m y 75 ks. De pies y manos muy grandes y de otras cositas también. Muy poco correteado en las artes del amor. Sólo había tenido una novia, más bien feyona y sin ninguna consecuencia interesante, porque ella nunca se dejó, y seguramente sería con la que me hubieran casado. Nuestros padres ya hasta estaban de acuerdo, pero no se les hizo.
Mis amigos, los mismos desde mi infancia, y yo éramos muy calenturientos, siempre andábamos con el fierro parado. Por todo se nos paraba. Cuando veíamos una mamacita en la calle, cuando nos platicábamos nuestras aventuras (que desde luego eran más bien fantasías), y cuando veíamos a nuestras hermanas mayores, y hasta menores, en minifalda, o en calzones por la casa. Esto último desde luego no nos lo platicábamos; pero por dentro, todos sabíamos que eran el principal tema de nuestras chaquetas, pajas, para los lectores extranjeros, más descocadas y sabrosas; las mujeres de mi tierra, desde niñas se ponen muy sabrosas, menos mi novia, desde luego. Por ese entonces ya yo estaba completamente perdido por mi hermanita Priscila de 10 años.
Prici estaba agarrando cuerpo, y sus muslos y nalguitas eran de infarto. Además de que sus cara era, y es, bellísima. No me perdía la oportunidad de mirarla cuando se metía a la regadera o cuando se salía. A escondidas la espiaba para tener material para mis chaquetas, hasta tres diarias, pensando en lo que le había visto. Nunca hubo acercamiento sexual con ella de ninguna especie. Ella no lo hubiera permitido y se hubiera rajado con mis padres. Papá era un hombre muy duro, seguramente me hubiera medio matado a golpes y después me habría corrido de la casa. Pero yo soñaba con mi hermana, era mi sueño inalcanzable. En lo más descocado de mis fantasías soñaba con montármela en la cara para chuparle su chuminito y que ella cabalgara así, sobre mí, ahogándome y embarrándome sus delicias en la boca. O me imaginaba yo montado sobre su pecho pasándole mi fierro por la carita tan bonita, pasándoselo por las mejillas, la frente, la nariz y finalmente por su boquita, haciéndola que me lo besara y me lo mamara hasta hacerme bañarla toda con mi leche.
Sólo fantasías, nunca me aventé. Ni la toqué ni hice que ella me tocara; siempre tuve mucho miedo de las consecuencias; y ella no se habría prestado a tener otro tipo de relación con uno de sus hermanos, más que el fraternal. Ni modo, no me quedaba más que darle uso en mis pajotas, las más sabrosas que tuve cuando era chavo. Me venía como energúmeno pensando en mi hermanita, me traía enfermo.
Por esas fechas de mayo de 1993, mi tía Flora que se había ido al DF desde hacía 10 años cuando se casó con un chilango, le habló a su hermana, mi mamá, y le dijo que se irían a Sonora ella y sus hijos, a pasar unos días con nosotros, pues su marido no tendría vacaciones de verano. Que él iba a trabajar a Los Ángeles y de pasada los dejaría con nosotros. Desde hacía como 5 años que no los veíamos y mi madre se puso feliz.
Para junio la cosa cambió. No iban a poder venir. Estaban comprando casa nueva y el papeleo se haría por esas fechas, y Flora tenía que estarse al pendiente. Entre hermanas hicieron otro plan. Nosotros iríamos a verlos hasta la ciudad de México. Pero Papá no quiso. Quería a su vieja cerca y él no podía ir. Luego se manejó la idea de que yo fuera con Prici, solos. ¡¡Hay papá!!, pensé, ¡ya se me hizo! Llevarme a mi hermanita conmigo: son casi 24 horas de viaje en autobús... solitos, y todas las vacaciones, dos meses con ella. Hasta me frotaba las manos. Otra vez Papá no quiso. Dijo que yo estaba muy bruto y que a la mejor perdía a la niña en la gran ciudad. Tenía razón, yo quería perderla, pero en otra forma. Si me la han soltado, quizás yo ya mejor ni hubiera regresado de allá, sólo se las hubiera enviado. Ya sabía lo que me esperaba. De pendejo regresaba.
A mediados de junio me fui yo solo. La hermana de mi madre insistió en que de perdis fuera alguien de la familia, que ella ya se había hecho ilusiones de vernos. No muy contento, pero obligado por papá y mamá, agarré el bus hasta el Distrito. Iba bien lleno. Me toco un viejo gordo de compañero de asiento. Yo me quería hacer una buena chaqueta, pensando en mi hermanita, tapado con una cobija que llevaba, y pues cómo. Con el marrano que iba a mi lado, no podía ni moverme, menos puñeteármela.
Llegué bien jodido de cansado. Allí en la central de autobuses estaba mi tía y una de sus cuñadas esperándome. Nos saludamos con gusto y nos fuimos para su casa.
Cuando llegamos y entramos, vinieron sus dos hijos a saludarme. ¡Casi me caigo de la impresión!. El niño, de 9 años de edad (casi 10, los cumplía en julio), era el vivo retrato de Priscila mi hermana, mi sueño prohibido. "Hola primo, soy Alan. Cómo estás?", me dijo muy educado. Tan educado que hasta noté cierto tonito amanerado. Me saludó de mano. La tenía demasiado suavecita y frágil, ni mi hermana tiene las manos tan tersas. La niña, Florita de 5 años, me hizo inclinarme para darme un besito cariñoso. Pobrecita, tiene síndrome de down. El que llamó mi atención desde que llegué fue Alan. Tanto por su parecido con Prisci, como por su maneritas tan raras. Hasta cuando caminaba se le notaba lo jotito. Se desplazaba con una gracia muy delicada, inusual en un baroncito de casi 10 años. Además me inquietaba, me medio incomodaba la forma en que me miraba, con cierta atención femenina, como pispireto, como si yo le gustara y como si me estuviera coqueteando. Su mamá lo mandó a la cocina a traerme una coca y desde allá me echaba ojitos y sonrisas, como si fuera una mujercita coqueteándome. ¿Pues de qué se trata?, pensaba yo
Cuando mi tía se alejó, a contestar el teléfono, yo me puse a observar a Alan. Es muy delgado de la cintura para arriba. Es blanco, casi sonrosado. Más alto que mi hermana, mucho más, como de 1.40 mts y bastante más cuerpudo, pero flco. Enclenque. Tiene los hombros muy estrechos y los brazos muy delgados. Pero de la cintura para abajo es más ancho, tiene las nalgas muy respingadas y redonditas (traía un short apretado y muy corto, con una camiseta de tirantes y unas chancletas sin calcetines), tiene las piernas muy largas, delicadas y redonditas, ni parecen de hombre sino de nena, muy suavecitas y lampiñas. Los pies perfectos, sin un solo defecto por futbol o tropezones, característicos en niños de su edad. Trae el pelo algo largo, castaño oscuro, le llega hasta la nariz y se lo pone muy seguido atrás de las orejas con sus manos, haciendo mohines de mujer. La cara es muy bonita, preciosa, tiene la nariz pequeña y los ojos muy grandes y pestañudos, hasta parece que se levantara las pestañas él mismo, de lo grandes que se le ven. La boca es muy rosita y delicada, mediana y se moja muy seguido los labios, como si quisiera que le brillaran. Las manos son muy finitas, con dedos largos y delgados. Con las uñas algo largas, pero muy cuidadas. Se me hace que nunca ha tocado una pelota en su vida, pensé.
Cuando mi tía se desocupó, platicamos un rato. Me fui a dar una ducha y me recosté, andaba muerto por el viaje. Dormido soñaba que Prisci estaba conmigo en México, y de repente sentí que me movían por un hombro. Primo, primo, despierta, me decían. Era Alan que me iba a hablar para cenar. Me desperté y lo vi parado a un lado de la cama. Yo estaba en pura trusa, sin camiseta y destapado. Traía una erección que se notaba hasta Sonora. La protuberancia de mi calzón era grosera. Mi primito la observaba con atención, con curiosidad. Qué pasó, primito?, le pregunté sin hacer por taparme. Al contrario, me estiré como desamodorrándome para que se me notara más, para acercársela un poco más a sus ojos. Na-nada, Lalo. Que mi mamá te llama a cenar. Que-que-que ya va a servirte la-la-la cena, me dijo tartamudeando sin separar los ojos de mi bien visible chorizón. ¡Ya tengo hambre!, le contesté, medio sentándome en la cabecera de la cama y sobándome la panza, sacando bien mi abdomen para que se me viera más el bultote y haciéndole platica. ¡Ya estás bien grande Alan!, desde hace 5 años que no te veía. Entonces estabas muy bonito, pero ahora estás más. Vas a ser un jovencito muy lindo. Le dije probando hasta dónde se podría llegar con él. Tú también estás bien guapo, primo. Estás bien altote y ponchado, me dijo admirando mi pecho, mis piernas y mi bien parado fierrote. Así te vas a poner tú si haces mucho deporte como yo lo hacía. Le dije. A mí no me gustan los deportes, Lalo, me dijo. A no?, entonces que te gusta?, pregunté. La moda y la música, pero más, más: la moda, me dijo ya con una vocecita y una carita de putito muy notables que hicieron que la verga me diera un brinco. Se veía muy rico el jotito, hablaba muy femenino entrelazando las manos con felicidad al hablarme de la moda. Hey primo, se te movió ahí!, me dijo asombrado cuando vio como se me sacudió el garrote. Sí Alan, es que ya me ando orinando, le respondí apretándomela muy obscenamente, con toda la intención de seguir llamando su atención. Híjole, hasta parece que se te va a reventar! La tienes bien hinchada, verdad?
Sí Alan, ya me anda. Es que en el autobús casi no orinaba, el baño estaba muy sucio. Haber si no me enfermo. Le dije haciéndome el adolorido y agarrándomela con las dos manos sobre el calzón, dibujándosela toda sobre la tela, como si agarrara un pepino con la trusa. Viendo como se mojaba los labios cuando veía nervioso lo que le enseñaba a medio metro. Pues no sabía si verme a la cara cuando le hablaba o verme a la vergota.
Pues ve al baño, a la mejor te vas a sentir mejor Lalo. Se te ve demasssiiiaaado hinchaaada. Dijo muy, pero muy puto, comiéndosela con los ojos.
¡A ver si llego!, le dije levantándome de un brinco que lo hizo retroceder unos pasos.
Pasos que aproveché para bajarme la trusa a medio muslo, apurado, como si me fuera preparando para mear. Me saqué mis 22 centímetros bien morados ante sus ojos y caminé de frente a él amasándomela con la mano y despreocupado haciéndome el inocente. La expresión de su cara lo dijo todo, sus ojos bien abiertos se posaron sobre la longitud y grosor de mi garrote. Nervioso, yo creo que pensando que se la iba a estrellar en la cara, se hizo más para atrás con gesto de resignación, recargándose en un mueble que estaba allí, y se quedó quietecito, mirándome la verga fijamente, esperando el vergazo... ¡y yo pasé a su lado rumbo al baño!; no había prisa. Tenía que medir el riesgo, estar a al segura. Entrecerré la puerta del baño y me dispuse a orinar. Sólo escuché cuando me gritaba que le iba a decir a su mamá que ya iba y que me esperaba allá para cenar. Con sólo unas cuantas sacudidas me vine, me la chaquetié pensando en lo que pasó, dejé todo el escusado batido de leche. Pinche niño, me dio una buena calentada. Me hizo pensar que así se vería mi hermanita de linda si, alguna vez, me quisiera ver la verga bien parada.
Pero ya chaqueteado me preocupé, qué tal si ahora mismo se estaba quejando con mi tía? ¡En la madre! Me asusté.
Me puse un pantalón de mezclilla y una camiseta y me fui a cenar con ellos. Desde que iba bajando la escalera pude ver a Alan mirarme directo a la bragueta con interés. "Le gustó al nene lo que le enseñé, je je je", pensé "No creo que vaya a haber pedo"
Me senté y cenamos muy a gusto.
Cuando terminamos, Alan y Florita se fueron a jugar y mi tía y yo no pusimos a platicar en la mesa. Su esposo ya tenía unos días en Los Ángeles y no volvería hasta agosto, tenía mucho trabajo.
Me dijo lo feliz que la hacía al estar en su casa. Que como ella no tenía a nadie más que a su familia política en la Capital, mi visita la ponía muy contenta. Me preguntó qué me parecían sus niños. Le dije que eran muy lindos los dos, muy amables y educados.
Me dijo algo muy interesante: Que la niña por su problema la tenía algo triste, pero que ya lo había aceptado, que así se la había mandado Dios y que ellos la querían igual; pero el que más le preocupaba era Alan. Le dije que para mí, él era un buen niño y muy sano, que a qué se refería. Me respondió que no me hiciera loco, que allá en Sonora los hombres, desde niños, son muy hombres y que a su hijo luego luego se le veía que estaba agarrando pal monte, que a poco no lo había notado. La respondí que algo, pero que yo pensaba que era lo normal por acá, además de por lo educado que lo tenía.
- No mi´jo. Alan es muy amanerado. Su padre se enoja mucho con él. Yo lo controlo, no quiero que me lo vaya a traumar, pero a veces le dice cosas muy feas.
- Y porqué se ha hecho así, tía?
Porque somos puras viejas, mi´jo. Las hermanas de mi viejo son mujeres todas, él fue el único hombre de la casa y nunca está en la ciudad, viaja mucho. Nunca se le pegó a su hijo. Desde niño Alan se acostumbró a estar con puras mujeres y ellas jugaban mucho con él, y yo pues nunca me fijé, nunca lo impedí.
Pues a lo mejor con la edad, tía. Cuando vaya creciendo se compone el niño, no?
Y si se me pone peor, Lalo? Nombre estoy muy asustada. Quiero que me ayudes, mi´jo.
Tú dirás.
Quiero que te le pegues Lalo. Que el tiempo que estés conmigo me lo pongas al tiro, haber si se le quita lo mariconcito a mi niño, ¿cómo ves?
Claro tía, a ver qué se puede hacer. No te preocupes.
¡Desde ese mismo día en que llegué, esa misma noche! No lo podía creer. Volteé a ver a Alan, estaba tirado de barriga en un sillón de la sala viendo una revista. El short le llegaba casi a media nalga, los muslos se le veían muy apetitosos, y las nalgas... Hijito!, yo te voy a hacer más putito de lo que eres, vas a ver!, pensé. Seguí hablando con mi tía.
No te preocupes tía, no creo que sea un problema todavía. Es un niño.
Eso crees tú, vente vamos allá afuera. Me llevó a la cochera y nos sentamos a hablar a solas.
Qué pasa tía?
Mira ya hubo un problema grave. No le quise decir nada a mi esposo, para que no lo maltratara, capaz que me lo mata. Hace como un mes me mandaron hablar del colegio. Fui y su maestra, la miss, me dijo ¡que Alan tenía novio!, ¿te imaginas?, novio. Ya mero me desmayo, no lo podía creer. Me dio los detalles. Es un niño de 11 años, compañero de él, se llama Aldo y los encontraron besándose y medio desnudos escondidos, ¿cómo ves? Le pregunté y lo enfrenté para que se abriera conmigo, como amiga. Me dijo que las mujeres no le gustaban, que lo comprendiera, que a él le gustaban los hombres. ¿Te imaginas a mi esposo donde se entere?
A caray. Entonces no va a ser tan sencillo, tía.
Te digo. Pues ahi te lo encargo, has lo que puedas. Te lo agradeceré bastante, mi´jo. Fíjate, la semana pasada que apenas se había ido su papá, yo salí de compras con mi hermana. Tuve que regresarme porque ella no podía ir y me lo encontré maquillándose con mis pinturas. Pero hasta parece que sabe cómo. ¡Estaba perfectamente maquillado!. Le di una buena regañada. Estoy desesperada. Lalo.
Vamos a ver, tía. Algo se podrá hacer.
Me puse a observar más a Alan. Con los días me convencí. No había duda, era un auténtico jotito. A sus 10 años estaba declarado: ¡Era puto!. Sus miradas hacia mí eran más descaradas. Se sentaba frente a mí y cruzaba sus piernas muy femeninamente. O se subía más los shorts cuando caminaba, dejándome ver hasta muy arriba de sus muslos. Se sentaba cerca de mí y con su mano en su barbilla me platicaba cosas, como si fuera niña. Hablaba mucho de cantantes, de grupos musicales, de diseñadores, etc; de puros hombres, casi no hablaba de mujeres, sólo de hombres, hasta decía lo guapos que estaban tal o cual cabrón. ¡Hasta la voz de niña tenía!, muy aguda.
Yo buscaba el tema del futbol, de los deportes y nada. No sabía nada del futbol nacional; del béisbol de grandes Ligas, menos. Odiaba los deportes.
Me sentaba en una mecedora de la cochera con él. Cuando su mamá no estaba cerca, él se me acercaba y se apoyaba con las manos de los tubos descansa-brazos y se metía entre mis piernas. Haciéndose el niñito pequeño, y lo era, se columpiaba y me pasaba sus muslos y su pitito por las rodillas. Me acercaba demasiado, peligrosamente, su cara a la mía, como provocándome, sintiendo su aliento muy cerca cuando me hablaba muy bajito, diciéndome cualquier pendejada. Sentía su pitito parado en mi rodilla y yo lo tomaba de la cintura y lo restregaba en ellas, primero en una y luego en otra, viendo como se le formaba una carpita en su short, agarrándonos confianza, poco a poco. Lo acariciaba por la cintura, caderas y espalda como si fuera nena y veía en sus ojos un claro sesgo de excitación, con su hermanita jugando a nuestro lado. Ella ni cuenta se daba, vivía en su mundo, pobrecita niña.
En la siguiente oportunidad en la mecedora, una tarde me puse un short de su papá, hacía calor y me monté a Alan en una pierna, cuando se me acercó. Le acariciaba las piernas y las nalgas y él se movía sobre mi muslo con suavidad, sintiendo el contacto de mis vellos y quejándose muy quedito. Empezamos a hablar de futbol y él, raro, me preguntaba cosas como las reglas del juego y el nombre de los equipos. Salió su mamá y ni se fijó, él era un niño y yo pues su primo, además como escuchó que hablábamos de fut, hasta gusto le dio. Pensó que era normal nuestro contacto, que nos estábamos ya conociendo bien. Nos dijo que se iba al hospital a ver a una comadre que estaba internada, que llegaba por la noche y que nos dejó de cenar; nos dio un beso a cada uno y me encargó a sus hijos. Me cerró un ojo como para hacerme saber que ahi la llevaba y se fue feliz.
Yo me seguí refocilando con su hijito, ya sin restricciones. Me lo monté completamente sobre mí y lo abracé de la cintura. Mi verga estaba al tope de parada. Él la podía sentir perfectamente en sus entresijos. Le cruzaba desde su culito hasta sus huevitos y le salía muy por delante, donde se adivinaba muy bien la cabezota. Me tomaba del cuello y se movía sobre ella con disimulo. Le empecé a preguntar por Aldo, su novio.
Qué onda con Aldo? Alan.
¿Mamá te contó?
Sí. Algo me dijo de que es tu mejor amigo, ¿no?.
Pues sí. Somos muy amigos, ¿qué más te dijo?
Sólo eso. Cuéntame. ¿qué, son más que amigos? Tenme confianza, vamos. Somos primos. Me interesa lo tuyo. Su cara denotó cierta tristeza melancólica. Se recargó con sus manos de mi pecho y bajó su mirada, apesadumbrado.
Ya casi no lo veo, no me habla. Su papá le prohibió juntarse conmigo.
Porqué?
Nos cacharon besándonos en el colegio. Dijeron que estábamos haciendo mañas. Le mandaron hablar a nuestros papás y les dijeron eso. Su papá le pegó bastante y ahora tiene miedo de que lo vean conmigo.
¿Era tu novio, o qué?
Pues... pues, sí.
¿Y qué hacían? Cuéntame. ¿Porqué se enojaron tanto sus padres?
Nos besábamos, nos acariciábamos, nos hacíamos cositas, pero no mañas como dijeron.
¿Qué cositas?
Nos tocábamos el pene y las pompis.
¿Te gustaba?
Sí, mucho. Sentía muy rico.
¡Carajo!, la verga se me estaba saliendo por el short. La sentía palpitando debajo de él. Le acariciaba las piernas y el culito sin ningún enfado, sin fijarme en nada. Él me miraba desconcertado como lo movía sobre mí, sintiendo como mi verga le hincaba su entrepiernita. Me empezó a temblar la voz, no me podía controlar.
¿Le tocabas el pene?
Sí.
¿Se la chupabas?
Las últimas veces, dos veces nada más.
¿Te gustó?
Sí, mucho. Por eso dicen que soy marica, ¿es cierto Lalo?.
¿Quién te lo dice?
Los del colegio y mi papá. Él se enoja bastante conmigo, me grita muchas cosas.
¿Te gustan las niñas?
No, para nada. Me caen gordas. Nunca me han gustado.
Alguna, supongo que te gustará, ¿no?
Para nada. Ninguna.
Entonces son los que hombres los que te ataren, ¿te gustan?
Sí, los hombres si me gustan. Sobre todo los altos y chulos.
¿Te gusto yo?
Este, este, sí. Me gustas mucho. ¿Eso es malo?
Malo no. No es que sea malo o no. Así eres y ni modo, eres mi primito y te quiero mucho; entre primos no puede haber nada de malo, siempre y cuando haya comunicación, ¿me entiendes? Mira si no lo manejamos bien sí puede verse mal. Debes ser más discreto, más precavido.
¿Cómo? ¿qué hago?.
Mira, tienes que comportarte más hombrecito delante de tu mamá. Ella está preocupada por ti. Tienes que demostrar que te interesan las cosas masculinas, los deportes, los juegos de hombre. Porque si no ya no te va a tener confianza. ¿Te dijo que te juntaras mucho conmigo mientras esté en tu casa?
Sí, ante noche me dijo eso.
Ya ves. Si quieres que ella esté contenta debes hacer lo que yo te digo. Si no lo haces también te van a separar de mí, como de Aldo; ya no me van a tener confianza. Y yo me voy a tener que ir antes de lo esperado. ¿Cómo ves?
Bueno, voy a hacer lo que me digas.
Para empezar no digas absolutamente nada de lo que platicamos y hacemos. A todo lo que te pregunte de nosotros, dile que es secreto de hombres y que no lo deben saber las viejas; pero has la voz gruesa, ¡como hombre!
¿Así?: ¡Son secretos de hombres! (Ni así se le oyó voz de hombre, de vieja forzada, más bien)
Nos reímos de buena gana. Se carcajeó arriba de mí poniendo su cabeza en mi pecho, abrazándome por el cuello. Cuando se levantó se veía muy lindo. Su boca sonrosada y sus dientes tan sanos y blancos me encandilaron. Lo tomé de la cabeza y lo besé en los labios. Cuando me separé de él, me abrazó completamente del cuello y me besó de a lenguita. Nos dimos un cerrado y profundo beso salivoso a más no poder de varios minutos y me lo fajaba de piernas y nalgas, como si fuera una vieja; hasta que caí a la cuenta de que estábamos en la cochera, a pocos metros de la calle. Lo retiré y vi como estaba de caliente el niño.
- Ya vamos para adentro a ver la tele. Tráete a tu hermana.
Lo bajé de mi regazo y me puse de pie. En cuanto me vio la carpota que traía me dijo que si ya me andaba orinando otra vez. Le pregunté por qué y me señaló la verga que casi reventaba el short de su papá. bueno es un decir porque me quedaba muy flojo, él era más gordo. Le dije que sí, que iba al baño y el muy putito me dijo que si me ayudaba. Le dije que mejor se encargara de Florita y me metí a mear y a sacudírmela un poco. La traía bien apeñazcada de dura y parada. Me di un baño rápido para asearme un poco y sólo me puse el short sin los calzones. Ya era hora de ver si Alan era tan putito como decían.
Me senté en un sillón a ver la tele con ellos. Alan estaba en el sillón vecino y la niña jugaba y hablaba sola, como siempre. Sin perder tiempo me empecé a acariciar la verga sobre el short. Rápidamente respondió ante la atenta mirada de mi primito que miraba mis maniobras genitales, bien iluminadas por la luz del televisor y la de la cocina. Yo veía la tv y Alan me comía la verga con los ojos. Ni cuando lo volteaba a ver separaba su mirada de mis manos, estaba muy interesado en lo que hacía yo, sentadito con sus piernas recogidas de lado y con su codo en el brazo del sillón y su manita en su barbilla, como una damita. Me dejaba de sobar la verga y alzaba mis brazos sobre mi cabeza, sacando lo más que podía mi vientre para que se me exagerara la de por sí, exagerada carpa que le enseñaba al niño-niña.
Él solito, sin que yo le dijera nada, se vino a sentar conmigo al mismo sillón, a mi lado. Casi pegado a mi cadera. Me saqué por un lado la verga y me la empecé a jalar y a sacudírmela. Alan se le quedó viendo, con sus ojos bien abiertos, incrédulo del tamaño y apariencia de mi garrotón bien gordo y cabezón.
Agárrala, ¿no quieres primito, no te gustaría?
La tienes muy grandota, Lalo. ¿porqué?
Así la tenemos en Sonora, ¿no te gusta?
Sí. Mucho.
Pues tócala, ándale.
Con su manita me la rodeó, pero era imposible que la abarcara. Lo puse de pie entre mis piernas y la dije que usara sus dos manos, ni así.
¡La tienes muy gordota!, me gusta mucho Lalo. La siento muy rica en mis manos.
Si, mi hijito. ¿qué sientes?
Como algo muy grande, muy caliente, y siento cosquillas en la mía.
Haber, enséñame la tuya.
Se la sacó bajándose los shorts y la trusita hasta las rodillas, mientras yo me la seguía pelando. Asomó un pitito minúsculo, paradito pero muy chiquito, como de 7 cms, parecía más bien un pibote de llanta. Esa cosita no le iba a servir en su vida más que para orinar. Le dije que la tenía muy bonita también y se la agarré con mis dedos, parecía un clítoris de una vieja. Lo subí al mueble con sus pies a mis costados y de pie frente a mi cara le chupé la verguita. Me la metía toda en la boca, incluso hasta sus huevitos, también diminutos. Con mis manos en sus nalgas, mientras se la chupaba, se las acariciaba encantado de su suavidad y redondez. Se la mamé un rato y lo recosté en la mesa de centro y seguí chupándosela. Quería comprometerlo para que me la mamara bien él también, según yo, aunque estaba gozando con mamarle el pito al nene, para qué digo que no, si sí Le besaba las piernas y se las lamía, las tenía muy sabrosonas, hasta le olían rico, a crema suavizante. Lo puse boca abajo y le lamí el culito, rosita, rosita. Parecía la colita de una niña, de mi hermanita Priscila. Me enderecé y le pasé mi vergota por las nalgas hermosas que tenía, y tiene. Lo cabecié con mi garrote en el anito, era impresionante ver como se le abría cuando se la pasaba por allí, como si solo se preparara para recibirme. Parecía una boquita de pescado queriendo agarrar aire, cuando sentía la cabezota de mi verga.
Busqué a la niña, Florita. Estaba absorta con los Simpson, quizás ni sabía que estábamos ahí. Levanté a Alan y lo senté en el sillón. Él dócilmente se dejó llevar. Yo parado frente a él me pelaba toda la verga, brillosa por tanto jugo que me salía de la cabeza babeante y que me untaba por todo el tronco. Como lo soñé con mi hermanita tantas veces, se la pasé por la frente, por las mejillas, por la nariz, por los labios y barbilla, disfrutando de la sensación tan suave que su carita le provocaba a mi vergota, viendo cómo le quedaba el rostro empapado de mis babas genitales, y le dije:
Abre la boca mi hijito, chúpamela como a Aldo.
A la mejor no me cabe, Lalo. Tú la tienes bien grandota.
¿Así la tiene Aldo, no? y se la has chupado a él. Le dije esperando su respuesta, que seguramente me iba a llenar de orgullo, sin dejarle de apuntar a su boca mi tremenda erección, erección que ni en mis más desbocadas pajas había yo visto.
¡Nombre primo, para nada. Tú la tienes super grandota y super gordota!
¿Sí?, pues como quiera. Abre tu boca papito, ahí te va.
Bien apretadita que le entró. Su boca se distendía al máximo para poder aceptar mis 22 centímetros de verga dura. Sólo le entraron como 10 ó 12. Ya no le cabía tanta verga, se empezó a quejar de que le dolía la boca. Yo ni caso le hice, lo agarré de las orejas y me la empecé a pajear con su boca. Incluso le tapaba las fosas nasales, me gustaba verlo ahogarse de verga. ¿Eres puto?- pensaba- pues para que sepas lo que te espera, cabrón. Le salía saliva en cantidades industriales. Lo dejaba que agarrara aire y que echara el exceso de saliva y lo volvía a ahogar de verga. Ya planeaba en metersela por el culito, se me hacía que llegaba su mamá y nos interrumpía, cuando sonó el teléfono. Lo agarré de la mano y me lo llevé conmigo hasta la mesita del teléfono y me senté en la silla que estaba ahí, lo puse de rodillas y le metí la verga en la boca otra vez, a que siguiera mamando mientras contestaba. Era mi tía.
Sí tía, ¿qué pasó?
Nada hijo. Mal y de malas. Mi comadre está muy grave. Me voy a quedar toda la noche en el hospital. ¿Ustedes cómo están? ¿Ya cenaron?
Alan está cenando ahorita. Florita está viendo a los Simpson, cuando se acaben le doy de cenar. Tú no te preocupes por nada tía. ¿Quieres hablar con Alan? Aquí lo tengo cerca.
Bueno, pásamelo.
Batallé para sacarle la verga de la boca. no se quería separar de ella ni para hablar con su jefa el muy puto. Lo levanté y le di el teléfono. Mientras hablaba le bajé la camiseta hasta la cintura y le empecé a chupar los pezoncitos. Los tenía bien paraditos, también muy sonrosados, como todo su cuerpo. Se los mordía suavemente y él me tomaba de la cabeza y me los metía más en la boca. En un acto ya muy cliente, enderecé la cabeza y le metí toda la lengua en la boca. Sólo se oía el guiri-guiri de su madre mientras nosotros nos devorábamos las bocas a raja madre. Cuando escuchó que su mamá le llamaba la atención, simplemente soltó el teléfono sobre mí y se puso de rodillas a seguirme chupando la verga. Yo tomé el auricular y hablé.
Bueno, bueno. Tía, ¿sigues ahí?
Sí Lalo, pero ese niño no contesta. ¿Qué le pasa?
Nada tía, dice que tú eres la que no contestabas. Lo que pasa es que está cenado, tiene mucha hambre.
¡Vaya! Pues si nunca quiere comer nada. Según él no quiere engordar.
Pues si lo vieras cómo está comiendo. Se ve que le gustó lo que le serví.
Hay mi´jo, eres un ángel. Te los encargo mucho. Mañana llego temprano.
Hasta mañana tía, cuídate.
Colgué y miré a Alan. Tenía los ojos cerrados. Se notaba que gozaba de a madre de la vergota que se estaba tragando, ¡pero encantado que estaba!. "Hay pinche putito, que te viera tu papá como gozas con la boca llena de garrote de macho", le dije y él sólo me miro, queriendo sonreírse con la boca llena.
Te gusta mucho, ¿verdad Alan? Te gusta mi verga.
Mmmm, sí. Me encanta primo. La tienes mucho más rica que Aldo.
Lo separé de mi fierro y abrí las piernas. Lo metí a que me chupara los huevos y me los besara. Me los llenó de saliva también. Quería venirme en su boca. Había tiempo de reponerme y romperle el culito, tenía toda la noche.
Me lo llevé al sillón de vuelta y miré a Florita. Estaba bien dormida con la tele prendida, mejor para nosotros. Me acosté en el sillón y le dije a Alan que se montara en mi cara. Quería llevar a cabo la fantasía que tenía con mi hermanita Priscila. Le comí sus huevitos y su pitito un rato y le lenguetié el culito, le metía lo más que podía la lengua y sentía como se estremecía arriba de mí, gozaba mucho, y goza todavía, cuando le maman el culo. Lo senté otra vez en el sillón y le volví a meter la verga en la boca. Me masturbé con ella, y en ella, hasta que sentí mis mocos llegarme a la punta de la verga. Quedó cubierto de leche. ¡Inundado!. Le escurría por toda la cara como si le hubieran dado un pastelazo. Se la quitaba con un dedito y se lo chupaba, sin que le dijera yo nada.
¿Qué es esto primo?
Lo que vas a comer los días que me pase con ustedes. ¿Te gusta?
Sí. Sabe rico. ¿qué es?, dime.
Es leche de hombre. ¿No te daba Aldo de la de él?
No. No le salía nada a él.
Ha pues sí; es que sale después de los 12 años.
Sí, él tiene 11. Chup, chup, chup. Me gusta el sabor, Lalo, sabe a la lechera de Nestlé.
¡Hay cabrón! Hasta a golosina le sabe, pensé. Nombre no hay más que hacer con él. Ya valió. Que mejor se resigne mi tía, y su esposo, me cae. Este ya no tiene remedio.
Todavía me la lamió toda, hasta los huevos hasta dejarme limpio. No se le escapó ni una gota. ¡Qué bruto! Cómo le gustó desde esa vez la esperma. Se envició con ella.
Me la guardé y le dije que se fuera a bañar y que se lavara bien, que ya íbamos a cenar. Limpié todo el desmadre que hice con agua y jabón, y eché desodorante ambiental. Desperté a Florita y cenamos tranquilos. Me metí a duchar y los acosté. Me fui a mi cuarto y me recosté recordando excitado todo lo acontecido ese día. ¡Qué putito era mi primito!, le encantaba, y le encanta, la verga. Tan chiquillo. Quién iba a decirlo. En eso estaba, viendo al techo, cuando sentí una mano recorriéndome la pierna, escurriéndose por entre mi short, acariciándome un huevo.
Me enderecé a verlo. Ya sabía quién era, pero me sorprendió mucho al observarlo: Venía completamente desnudo y maquillado. Traía colorete en la boca y los cachetes, y los ojos pintados y con pestañas postizas de su mamá. Me sacó la verga a medio parar por un lado del short y se puso a contemplármela. Se puso de barriga entre mis piernas y así, me la revisaba, agarrándomela como si se me fuera a romper, con mucha delicadeza.
Qué mi´jo. ¿qué le ves?
Lo bonita que la tienes. Está bien grande. ¡Mira cómo va creciendo! ¿Te la has medido? ¿Cuánto te mide?
22 centímetros, pero como tú me la pones, se me hace que más.
¡22 centímetros! Es bastante, primo. ¿Y de grueso?
No sé. De ancho nunca me la he medido. Unos 6 centímetros. No sé.
¡Voy por una regla!
No, no, ven. Luego la medimos. Dime, ¿porqué andas así? Maquillado.
Cuando estoy solo, siempre me maquillo. Me gusta verme así. ¿No te gusto?
Mucho, te ves muy lindo. ¿Y por qué viniste en cueritos?
A dormirme contigo. Cuando hablamos con mamá nos dijo que no iba a venir en toda la noche, así que mejor me vengo a quedar contigo. ¿ No quieres?
Sí, estaría muy bien. Pero a la mejor no me aguanto y te la meto toda.
¿Por la boca? No me cabe, ya viste. Pero si quieres le hacemos la lucha, yo encantado.
No. Por la colita, chiquito. O ¿tienes miedo?
Pues, aunque tenga; ya quedamos que iba a hacer todo lo que tú dijeras, ¿no?. Además me arde mucho la cola cuando te veo, desde que llegaste y te vi por primera vez, y más ahora cuando me acaricias o te acaricio. Como que quiero que me la metas por ahí.
Pinche niño. Sacó la lengua y me empezó a lamer la verga, otra vez me la puso en posición de firmes, sin dejar de mirarme fijamente a los ojos. Parecía una muchacha muy hermosa. Andaba muy bien maquillado, ni mucho ni poco. Perfecto. Se veía muy sexi el cabrón mocoso. Era todo un putazo.
----------------C O N T I N U A R Á------------------