SIN QUERER, QUERIENDO- 19
Quién sabe qué tanto me platicaba Nora, ni la escuchaba. Toda mi atención estaba en los grandes ojos muy pestañudos de Nancy que recorrían ávidos y curiosos la protuberancia completa de mi salchichota bestial de grande y gorda, que deformaba la tela roída del short acabado que traía puesto. La Rubia se había sentado a mi lado en el sillón individual que ocupaba yo desde hacía unos minutos, cuando empecé la función con Mary, la chacha, quien ya se había convencido de que ya no iba a haber nada conmigo, por lo pronto, y se había retirado a otra sección de la casa a seguir con sus labores. Nancy se había puesto de rodillas en el suelo y se apoyaba con sus antebrazos del borde del sillón, muy cerca de mi hombro, a mi izquierda, precisamente hacia donde apuntaba la bazooka. La niña veía a pocos centímetros el detalle completo del arma, hasta la marca y el número de serie, aunque estuviera cubierta por una delgada funda. Pero... ¡cuidado!, estaba cargada... bien cargada...
Norita se apretujaba conmigo, pues el sillón era sólo para una persona. Así que no hubo más remedio que ponerla de ladito, a mi derecha subiendo su pierna sobre las mías y echándole mi brazo por su espalda y cintura, para caber mejor. Pero traía pantalones, por el frío, así que el contacto no era todo lo real y sentido que yo hubiera querido. Ella, como quien no quiere la cosa, dejó caer su manita derecha sobre el lomo de mi vergaza escondida y agazapada; pero atenta, muy atenta como la pequeña y mirona Nancy, que no perdió detalle del contacto que "descuidadamente" su ojiazul amiguita hacía en la frutona que ya quería tronar la telilla del corto y respingar sobre la carita incrédula de la visitante.
Yo me movía muy lentamente debajo de la palma de la mano de Nora, mi monstruo viajaba un par de centímetros de un lado al otro, casi imperceptiblemente, sólo la Rubia sentía el movimiento de mi trasero en su manita, por lo que la separaba un poco, rozándola contra mi vergona, ahora sí completamente llena de sangre, al full. Ella al sentir esos movimientos, ya no pudo estarse quieta y me la empezó a apretar en las mismísimas narices de Nancy. Con su carita en mi pecho, haciéndose la bebé, Nora apretujaba mi mondongote por en medio y luego subió y maniobró el hongo de la cabezota, como si fuera una palanca de velocidades, siempre sin dejar de contarme algo, sin dejar de hablarme de sus cosas. A Nancy casi se le caen los anteojos. Se impresionó mucho con los distraídos y despreocupados movimientos de la manita de la Rubia. Con sus manos en sus chapeadas mejillas, miraba para abajo la blanca manita de Nora, acariciando suavemente, como si se tratara de una mascota, mi rugoso tolete, pues por lo roído de la telita del short, se me traslucían perfectamente las venotas; hasta los latidos que me daban se percibían, sentía muy tibia la mano de mi Rubia.
-¡Voy al baño!- dijo la visita y se enderezó apurada, como si se fuera meando. Iba muy impresionada la pobre niña.
Apenas salió de la sala y me saqué la verga completa por un lado del short, por la pernera izquierda. Nora, mal la vio emerger altiva y muy roja y la rodeó, bueno en un decir, porque la manita no le daba para arropar apenas la mitad del cavernícola aquel. Sin decirle yo nada, ella misma empezó a recorrer el pellejo para verme la cabezona completa y a cubrirla de nuevo para tapar otra vez el tomatazo en que se me había convertido la punta del fierro. Por lo atrasado que andaba, se me salió un par de goterones de jugo seminal, ella los esparció con sus deditos por todo el tomate, con esa viscosa caricia se salieron otras gototas y la niña los repartió entre la cabezona y los primeros diez centímetros del tronco, deslizando con eso la suave pajota que me hacía. Agarré bien la base del animal, cerca de mis pelos y lo saqué bien; ella, con la palma de la mano me tallaba la pelona algo fuerte, provocando la salida in interrumpida de caldos, sentía que me ardían los huevotes.
Al ver la aplicación con que miraba la cabezota del pene, bien frotada con su suave y resbalosa manita, le dije que le diera un besito y acercó sus labios a ella, besando y lamiendo la punta y los bordes como le había enseñado desde hacía mucho. Luego le pedí que me la chupara tantito y abrió todo lo que pudo su boquita, depositando con trabajos la cabezona completa, empezando una mamadita serena, pero muy rica y húmeda. Como todavía traía resabios de su enfermedad, seguramente tenía un poco de temperatura, pues sentía el interior de su boca muy calientito, delicioso.
La separé de su dulcezote y la enderecé para besarla. Ella se me montó en el abdomen sin que yo lo quisiera así, le nació a ella misma hacerlo y nos empezamos a besar de lengua, ¡qué niña más sabrosa! Se empezó a mover sobre Mostrenco, como si me la estuviera cogiendo, sin dejar de besarme con pasión y de acariciarme la cara, riquísima la Rubia. Bajé una mano y le puncé dos dedos en la vaginita, sobre su pantalón de mezclilla, se los pasé fuerte por ahí y me solté de su beso para decirle: -Ya quieres que te lo haga como a tu hermana, ¿verdad? Mi vida, ¿ya quieres que te la meta por aquí como a Sara? Contéstame...
No abrió la boca para nada, sólo me miró con sus azules ojos más encendidos que nunca y movió su cabeza afirmativamente sin dejar de mirarme.
-Ve a tu cuarto y ponte una falda bonita, mi Huerita, cortita de preferencia ¿sí? Le dices a Nancy que tienes calor, si te pregunta; y me pides que les ponga una película, allá en el cuarto de la tele, ¿sale?
Me lo afirmó con su carita y la desmonté de mí. Me guardé el animalón y ella se fue corriendo a su habitación. A los pocos minutos regresó Nancy, -¿Dónde esta Nora, tío? Fue lo primero que preguntó y también fue la primera vez que me decía tío. Pero mi cara no fue lo primero que sus ojos buscaron, no; sus ojitos cafés mal entraron a la sala y se posaron sobre el bulto descortés que ahora estaba más grotesco que cuando se fue al baño.
Fue a su cuarto, creo que al baño también. Si quieres ir con ella, ¿ya sabes dónde es, verdad?- le respondí tocándome la verga suavemente sobre el corto, agarrándola de la base cerca de mis huevos para enderezarla un poco, para que no le quedara duda de que se la estaba enseñando a ella e invitándola a tomar decisiones, demostrándole que ella era dueña de las situaciones. Parecía que me habían aventado una taza de salsa graivy en la entrepierna, el caldillo me seguía saliendo del fierro, descontroladamente, manchando el short, traspasando la tramilla y embarrándome la mano, dejándomela toda embadurnada.
-No. Aquí la espero con usted- respondió, mirando claramente cómo se me estaba derritiendo el témpano tapado... ahí la llevaba yo... Me la solté y puse mis manos en los codos del sillón, me estiré y entrelacé mis piernas, sabiendo bien como con eso aumentaba bastante el volumen y la presión que se provocaba en la tela que me guardaba la Tarada.
-Tutéame, no me hables de usted. ¿Qué, no soy tu tío?- le dije viendo sus ojos tras los cristales bien atentos en ella. A al bestia.
-Sí, ¿verdad?- me respondió sonriente y se medio sentó en el descansa brazos del sillón doble que estaba frente al mío.
Ya la pude ver con más detenimiento. Traía puesta una camiseta deportiva de manga larga, de cuello con tres botones a la derecha, era de hombre, de jovencito, color blanco, pegadita y algo desgastada, con eso se le podía ver traslucido su brassier blanco. Tenía los pechos grandes, más grandes que los de mis tres Amores, casi tan grandecitos como los de Marucha, mi cuñada de 16 años; seguramente esta niña regló desde hacía años, estaba muy desarrollada para sus 12 añadas. Su carita era muy bonita, de facciones muy agraciadas, pero con esos lentes algo pasados de moda; aunque eso le daba un aire muy especial, no le quitaban gran cosa de su belleza, al contrario, por su edad se veía muy guapa. Abajo llevaba un pantalón de mezclilla, algo apretado, de hombre también, lo noté por el sipper, a la derecha.
Era más delgadita de abajo, como Sara, aunque la pelirroja estaba más balanceada de arriba y de abajo, pues su tórax y sus hombros eran más recogidos que los de Nancy. Era difícil que una niña de 12 años pudiera ser tan hermosa como mi Rojilla. No cabían las comparaciones entre ellas y, en los símiles detallados, Nancy saldría perdiendo con Sara, no era el caso. Pero ésta estaba muy guapa también. Su pelo no era lacio del todo, era delgado y ligero y algo rizado, o no rizado, más bien cairelado. Eso. Largo, le caía sobre la cara y la espalda, eso le daba un grado más de atractivo. Los lentes, sin ser de fondo de botella sí eran algo grandes de la armadura dorada que tenían, parecían también de hombre. Tal vez, como se acostumbra en los pueblos, a las niñas les va tocando lo que dejan los hermanos mayores. Casi nunca tienen cosas propias, puros gallos.
Le pregunté por su familia y me dijo que eran cinco, su papá, su mamá, dos hermanos mayores y ella, la más chica de la casa. Le inquirí si sus hermanos usaban lentes y me dijo que sí, que todos los usaban por un problema congénito, no veían bien de lejos. Me convencí de lo que pensé a cerca de los legados de sus ajuares y anteojos, y continuamos charlando. Sus mejillas ya estaban muy rojas, estaba muy irritada con el espectáculo que presentaba Mostrenco bien dilatado y húmedo en mis bragaduras y ahora, con sus miradas, había empezado a danzar como él sabía, estremeciéndose debajo de mi short y asombrando los débiles ojos de la forastera. La forzaba más con mi abdomen y brincaba como los caballos de Tony Aguilar, y sin música alguna. Ella, pobrecilla, miraba el galope que me daba la yegua gordinflona, sin ponerme ninguna atención a lo que yo le comentaba.
En eso estábamos, cuando apareció Nora, mi Norita linda. Por poco me caigo del sillón. Le pedí que se pusiera una faldita bonita, pero ¡caramba¡ Se enfundó una falda roja de su hermana, de tela de camiseta como mi short, raboncísima y muy apretada. Como Sara era más delgada de caderas y de muslos que ella, ya sabrán cómo se le veía la dichosa falda, impactante. Nunca la había visto así, como era la más chica no le compraban ni le permitían lo que a las mayores, Sara y Nena, su prima. Siempre la veía en pantalón o toda desnuda, cuando abusaba de ella. Tenía unas piernonas de campeonato, como las de mi Nena, pero blancas y muy suaves, con finísimos bellitos de oro, deliciosas, y sus nalguitas redondísimas y muy abultadas, hermosa de verdad. Arriba se puso una camiseta de tirantes blanca, con un moñito rosa en medio del escotito redondo, adornando las promesas de sus senitos infantiles.
Nancy le preguntó por ese cambio de prendas y ella le dijo que tenía mucho calor, yo para disimular le dije que todavía estaba enfermita y que podía empeorar. Ella, rápidamente, me respondió que les pusiera una película y que nos tapábamos con una colcha a verla, para que no le diera el frío, recordando seguramente, aquel episodio de días atrás, cuando viendo a Rambo y sus mamadas, me la había trabado cabeceramente debajo de una cobija en las mismas narices de su abuela.
Les dije que nos fuéramos para el cuarto de la televisión y prendí la pantalla y la video casetera, así como un gran calefactor de gas que tenían allí, estaba bastante frío el cuarto, y apagué las luces, sólo dejé encendida una lámpara tenue que estaba en una mesita al lado del gran sillón que íbamos a ocupar. No había colchas, así que Nora se sentó conmigo y Nancy a su lado, es decir la Rubia quedó en medio. Ella se acurrucó conmigo, echándole la culpa al frío. Nancy se acurrucó con ella. La película era de terror, no recuerdo el nombre, pero sí estaba bastante macabra. Les dije que si la cambiaba y me dijeron que me esperara, emocionadas por el suspenso con que comenzó. Nora estaba a mi izquierda y la verga apuntaba para allá, por lo que empezó a acariciarla sin quitar la vista de la pantalla. No así Nancy quien no sabía qué mirar, si las manos de su amiga recorriéndome todo el garrote o la película.
Con la emoción y el miedo que le daban las escenas sangrientas del filme a la Rubia, ella empezó a apretarme y a jalarme el bruto sobre los pantaloncillos. Yo simplemente estiraba mis piernas y sacaba bien mi abdomen, sintiendo las manitas de mi huera trabajarme toda la reata completa. Hasta mis huevotes eran atendidos furtivamente, por la miedosa chiquilla, dependiendo de la pavura de la escena que se viera en la TV. Nuestra visitante estaba en estado de shock, mirando como su pequeña amiga me ponía en semejante estado de excitación con sus decididas caricias sobre eso que ella todavía no conocía, pero por la expresión de su bonita cara, quería conocer. Ante esto, le dije que nos hiciera el favor de ir a buscar a Mary, la muchacha y le dijera que nos mandara unas cobijas, pues sentía a Nora muy fría.
Ella salió a buscar a Mary y Nora me sacó el fierro por un lado del short, estaba de colección, gigantesco. Casi ni tuvo que inclinarse para alcanzarlo y empezar a lamerlo como si fuera una paleta Payaso. Le forcé un poco la cabeza y la hice que me la recorriera a mordidas desde los pelos hasta los bordes del glande, ida y vuelta, varias veces, andaba ardiendo. La metí entre mis piernas y la hinqué a lamerme y a besarme los huevotes bien hinchados y urgidos por vaciarse. Ella solita se me soltó y se puso de pie ante mí, se jaloneó la faldita y se la subió hasta las caderas y la cintura... ¡no traía calzones! Se me quiso montar para que se la metiera por adelante, pero no la dejé. Escuché los pasos de Nancy y la senté como estaba, a mi izquierda, pero no me guardé la verga, la dejé así, salida por la pernera del short. Le agarré la mano a Nora y la puse a masturbarme. Nancy entró con una colcha doblada en varias partes y se acercó a nosotros.
Lo primero que vio fue la diminuta mano de Norita recorriéndome la vergononona de arriba para abajo y luego de vuelta, el viaje completo, la huera ya tenía mucha experiencia y su falda roja hasta la cintura, enseñando sus piernas completas y su chuminito mondo. Se quedó parada frente a nosotros tapando la tele, mirando como boba semejante aberración: Un sátiro con 25 centímetros de verga de fuera y una niña hermosa como un ángel, medio desnuda junto a él acariciándole aquello. Nora la quería rodear, como si estuviera viendo la tele y Nancy no se lo permitiera, al alejarse de mí para ver la televisión que le tapaba su amiga, a Nora se le soltó mi resbaladiza vergota y ésta se quedó solita, balanceándose como un gran bolo que estuviera por caer. Le dije a Nancy que desdoblara la colcha y que nos la echara encima, agarrándole a Norita la mano y poniéndosela alrededor del tronco del bruto, para que me la siguiera exprimiendo. Ella como autómata lo hizo y nos cubrió, con demasiada calma, quería extender lo más que se pudiera ese show pornográfico.
Nos tapamos los tres y recogí un poco la cobija para que se viera claramente lo que Nora hacía debajo de ella. Nancy en su lugar, al lado de la Rubia, miraba claramente los movimientos que hacía su amiga con su mano, adivinaba perfectamente lo que sucedía debajo del cobertor. Me bajé los pantaloncillos hasta medio muslo y volví a poner las manos de Norita sobre mis genitales, ahora totalmente de fuera. Ella me sobaba los testículos sin dejar de sacudirme la vergota que golpeaba y movía mucho la frazada. La pobre Nancy estaba de unos nervios... apenas podía respirar.
Pasé mi brazo izquierdo sobre Nora y alcancé la cara de la visitante, le acaricié las mejillas tan calientes que tenía por la turbación en que se encontraba. Luego le pasé mi dedo pulgar por la boquita, sólo por los labios. Poco a poco se lo fui metiendo entre los labios y al ratito ya estaba recorriéndole la boca por dentro, dándole a probar, por vez primera, de los jugos de un macho, pues traía el dedo embadurnado de lo que me salía sin tregua de la verga; ella dócilmente se dejaba hacer. Con la otra mano me bajé el short más abajo y en un movimiento rápido me lo quité completamente y lo saqué por debajo con mis pies, Nancy vio claramente que ya estaba sin short, éste yacía a mis pies. La película seguía corriendo, pero sólo Nora la veía, eso sí, jalándome bien la vergota con sus dos manos y suspirando muy visiblemente, alcanzando los tres, la temperatura adecuada para continuar con esos jueguitos morbosos.
Retiré mi pulgar del interior de la boca de Nancy y bajé mi mano para alcanzar sus tetitas. Ella en un acto reflejo, se jorobó al sentir mi mano en su seno, queriendo alejármelo, retirármelo. Seguí buscándoselo y lo alcancé. Muy duro, delicioso, se lo estuve sobando unos minutos y ella se enderezó para que lo alcanzara mejor. Al ver que ya estaba en el juego, poco a poco deslicé la cobija y emergió la bestia maldita, bien asida por las blancas manitas de mi Rubia. Dejé de acariciar los pechos de Nancy cuando vi la cara de sorpresa que ponía al ver completa mi herramienta. Retiré la manos de Nora y me la exprimí bien con mi mano, desde abajo, saliéndole una buena gotota de miel, se la enseñé completa a la forastera, a que la contemplara toda, me tenía muy orgulloso. Agarré a Norita de la nuca y la acerqué a las gotas de semen mancebo que me salían como hemorragia del capuchón y ella lo levantó con su lengüita, despacio para que Nancy la viera separarse en un hilillo que se reventó a 15-20 centímetros de la punta de mi vergototota, y se quedó pegado a los labios de tan hermoso angelito de cabellos de oro, ojos azules y apetito voraz. Luego, la huera se prendió de la cabezota y me la empezó a chupar muy rico, echándole una buena cantidad de salivazos, como le había enseñado desde hacía ya más de medio año, para que le pudiera entrar una ración de tronco, no sólo la cabeza.
-Enséñame tus pechitos, mi´ja- le pedí a Nancy.
Ella algo dudosa, se fue levantando la camiseta y me dejó ver ese brassier blanco. Lo forcé por debajo y se le salió un pecho perfectamente desarrollado, ya era un seno bien formado y completo de aureola pálida y de pezón grandecito, hermosa tetita. Le levanté el jubón apurado y se lo dejé sobre las tetas. ¡Qué hermosura de senos tenía esa criatura! Redondos y perfectos, caían deliciosamente en su torso. A pesar de ser tan jóvenes su peso los obligaba a depositarse hacia abajo, pero aunque eran grandecitos, su botón apuntaba hacia el frente y un poco hacia arriba, perfectos a pesar de estar todavía algo renga, escondiéndolos por la pena de mi mirada impúdica. Le pedí que se enderezara bien y lo hizo. Así pude ver el par de pechos infantiles más hermosos que había visto hasta la fecha.
-¡Mamita! Qué rica estás... ven vida mía, acércate- le pedí y la tomé de la mano, pasándola por encima de Nora, que seguía entretenida lamiendo y sorbiendo consomé de testículo directo de mi grifote.
La puse entre mis piernas y le desabroché el sostén dejándolo sobre sus senos, con la camiseta levantada. La tomé de su espalda con las palmas de mis manos, forzándola a que se enderezara bien y miré esos portentos pectorales a 20-30 centímetros de mis ojos incrédulos, que no daban crédito a la vista de semejantes bellezas. Los empecé a apretar suavemente, ella los retiraba algo asustada y yo la atraía a mí de su cintura con una mano mientras que con otra me paseaba de una a otra teta, sopesándolas y encantándome con su deliciosa presión y textura. Los pezones respondieron a mis toqueteos y alcanzaron un tamaño divino, qué niña tan extraordinaria.
¡POBRE CHIQUILLA! Temblaba como una liebre aterrorizada. En cualquier momento se me soltaría y saldría corriendo de la habitación dejándome solo con Nora y muy insatisfecho de esos duraznos admirables y, seguramente, muy dulces. Previendo esto, le saqué la verga de la boca a la Rubia y me recargué en el sillón, mostrándosela, sabiendo como Mostrenco hipnotizaba a las adolescentes, como las sosegaba y las hacía relegarse de aprensiones y temores estorbosos a mis planes, a y los de él. De cómo las fascinaba con su apariencia, con su longitud, con su grosor, con su brillo, con su peso y consistencia fuerte... y amigable, para ellas, para las pequeñas impúberes, inquietas y siempre tan curiosas. ¡¡MAMACITAS RICAS!!
Me abrí bien de piernas y la erguí toda, como lanza de romano, apuntándola a ella, mi nueva víctima, la nueva víctima de mis 9.5 hipnotizantes pulgadas. Se la puse de lado, para la izquierda y para la derecha, se la puse de panza, para que viera bien la venona de 20 y tantos centímetros que la cruzaba desde los huevos hasta conectarse con la mandarina que la coronaba. La zarandeé fuerte, luego lento. Me la pelé toda mientras la tomaba de la base y la presionaba a salir más de mi cuerpo, enorme, viendo a la niña con sus senos de fuera, y casi con sus ojos también, abrumada por tanta carne brillosa, por semejante músculo babeante. Ya los borbotones de sopa hombruna eran continuos, ya no se me detenían, me estaba rebasando, ya no había cupo para tanto moco que me rebosaba los huevotes que también eran expuestos a los ojos de Nancy.
Recibí con satisfacción su gesto de complicidad, sus facciones recuperaron la apariencia que tenían cuando estábamos en la sala, mientras Nora se cambiaba. El relax se manifestó en las suaves líneas de su cara bonita, morenita clara de facciones muy agraciadas, carita de niña encantadora y muy guapa, a pesar de sus feos lentes de hombre. Con incredulidad recorría con sus envitrinados ojos todo lo que le estaba enseñando. Estiré mi mano y le ofrecí que la tomara. Ella estiró la suya y la agarró. La acerqué a mí y la hice que se montara en mi muslo derecho, Nora seguía a mi lado izquierdo, expectante, mirando como su amiguita se subía al carro de la docilidad, ocupando uno de los últimos asientos desocupados. Todavía quedaban varios.
Nancy se montó en mi pierna, con sus pantalones de mezclilla y me miraba fijamente a los ojos, interesada en saber qué seguía. Levanté mi vergononona desde la base y se la pasé por los pantalones. Ella volteó y la miró de cerca, tocada por la impresión. Yo se la sacudía en el muslo haciéndole sentir su peso y firmeza, la forcé un poco y logre tocarle el estómago a cabezazos y ella se limitaba a ver y sentir los golpecitos.
-Tócala, Nancy. No muerde, mi´ja. Ándale, mira qué bonita ¿No te gusta?- le pregunté alzando una de mis manos y arropando su tetitas.
-Está bien grandota... nunca había visto una... me respondió avanzando su manita derecha, acaparando tiernamente la cabezona en ella, -está caliente y mojada- comentó, pasándole la palma de la mano por el agujero babeante.
Apenas me iba a prender de una de sus chichitas hermosas cuando tocaron a la puerta, la bajé rápidamente de mí y la deposité a mi derecha, en el sillón, tapándonos los tres con la cobija y recogiendo mi short con los talones, poniéndolo debajo de mis pies.
-Pase- grité, -está abierto.
-Oiga, señor, le habla la señora por teléfono- era Mary, la sirvienta.
-Voy para allá- le respondí y ella salió cerrando la puerta.
Me paré y me puse el corto, diciéndole a Nora que llevara a Nancy a su cuarto y le prestara una falda de Sara para que estuviera más cómoda. Quería ver cómo se vería la Forastera con las descarados atavíos de Las Ninfas, para seguir traveseando. La Rubia le tuvo que llamar la atención a Nancy tres veces, pues la cieguita seguía sentada, embelesada con el salvaje bulto que se me miraba en el short a la altura de su cara; tenía la verga a su máxima expresión, lista para trastornar y deformar pollitas exaltadas. Viéndola así, tan interesada, me la saqué y se la pasé por los labios. Le dije que abriera su boquita y le metí la cabezota en ella. Me la chupaba muy suavemente, sentía sus dientes rozarme el glande. No había tiempo de enseñarle, me esperaban en el teléfono, así que se la retiré y me la guardé de nuevo; tiempo me sobraba para enseñarle bien a mamar verga.
Salí de allí y me fui a contestar el teléfono, era mi suegra que llamaba de la maternidad donde estaba internada Lorena mi esposa y mi hijo.
-¿Bueno?
-Jorge, ¿cómo estás?
-Bien, suegra. ¿Usted? ¿Qué novedad?
-Todo bien. Sólo hablaba para ver si ya te habías levantado. Mi comadre dejó a las niñas ahí de pasada para acá. Me preocupaba que estuvieran solas; ya ves cómo es Nora de traviesa, mi´jo.
-Ya las vi, no se apure. Les puse una película y les prendí el calentador. Pero andaban bien mojadas, como que se salieron al patio a jugar antes de que yo me levantara y saliera de mi cuarto. Ya les dije que se cambiaran. Le dije a Nora que le prestara a Nancy algo de ropa de Sara; ¿cómo ve?
-Muy bien. Ya ves que Nora todavía no está bien del todo y qué bueno que pensaste en la nietecita de mi comadre, no se vaya a enfermar también.
-No se apure. Aquí voy a estar ¿Cómo están su hija y su nuevo nieto?
-Bien. Ya están listos para salir mañana. Dijo el doctor que los dos están perfectamente bien.
-Qué bueno. Me los saluda mucho. A ver si al rato me doy la vuelta.
-¿Para qué sales? Mejor cuídame a la niñas. Teresa y yo nos vamos a quedar con ellos, tú ya andas bien cansado, mi´jo. Ya Lorena está muy bien, no te apures. Ahí quédate en la casa. Tu suegro se fue de pesca, regresa hasta mañana y Mary me dijo que ya se iba, ahorita que me contestó el teléfono. No me dejes a esas traviesas solas, son capaces de hacerme una de las suyas ¿cómo ves? ¿Me haces ese favor?
-Ok. No se apure. Aquí me quedo. Les pido a las niñas una pizza para comer y les pongo películas todo el día.
-Excelente, Jorge. Te hablo a la tarde o por la noche.
En eso escuché que alguien me llamaba, era Mary que me decía adiós, que ella ya se retiraba. Levanté mi mano y la despedí sin dejar de hablar con la señora.
-Ya se fue Mary. Ya se despidió de mí.
-Te digo. Imagínate a ese par solo ¡Nombre, para qué quieres!
-Yo mero... no se apure. Nos vemos.
Con la plática con la suegra se me bajó la hinchazón del monstruo, lo que provocó que el calducho se saliera más fácilmente, suelto me circulaba por el muslo izquierdo, dirigiéndose a mi rodilla. Me encaminé a la escalera y me fui quitando el short y la camiseta mientras me jalaba bien la Bestia para que recobrara la apariencia de Mata Niñas que tenía minutos antes. Iba directo a la puerta del cuarto de Sara y Nora, aquel donde estuve el domingo pasado sofocando y castigando con la verga a aquellas dos perritas majaderas. Allí estaban otras dos de mis mártires, ¿para qué esperarlas en el cuarto de la Tv? El animal que iba pulsando entre mis manos no se quería esperar, le urgía vomitar todo el fuego que traía almacenado desde ese domingo, precisamente.
Iba a hacer bucear a la Forastera en leche, me cae. Le iba a lavar y a enjuagar los lentes con litros de malteada de banana...