Esta historia ocurrió hace, aproximadamente, tres años. Yo me llamo Miguel (por ejemplo), tengo 28 años y trabajo en una oficina. Junto a mi trabajan otras seis personas, cuatro hombres y dos mujeres. Una de las mujeres es una chica joven (22 años) de nombre diremos que Sonia y con un cuerpo digno de una modelo, además de un rostro bastante agraciado.
Sonia es una chica alta, delgada, rubia (aunque yo descubrí algo después que era teñida), ojos marrones, pecho no muy grande pero si bien firme y con un trasero que quita el sentido. Viendo su figura cualquiera adivina porqué fue escogida en el trabajo (el director es un sátiro que durante los dos años que ella estuvo en la empresa se dedicó a perseguirla, sin conseguirla y por eso fue despedida al final).
Yo no soy lo que se dice un donjuán, precisamente, pero sé escuchar a las mujeres y, lo que es mejor, se darles lo que necesitan en cada momento.
Desde el primer momento que entró Sonia por la oficina todos los hombres babeamos por ella y la otra mujer (una cincuentona bastante calentorra y muy pasada de rosca) se dedicó a hacerle la vida imposible a base de comentarios sobre su estilo e indumentaria (excesivamente moderno según ella).
Bueno, me dejaré de preámbulos e iré a la historia.
Era primavera, en mi ciudad hace un calor bochornoso durante la primavera y por eso vestimos con ropa cómoda y ligera. Además desde el mes de mayo, debido al calor, en la oficina no se trabaja por las tardes. Ese día confluyeron una serie de factores que lo convirtieron en el más maravilloso de mi vida. Por la mañana tuve una discusión con la calentorra porque me había pillado mirando las braguitas de Sonia (ésta llevaba un pantalón de algodón con el tiro muy bajo y al agacharse a recoger unos papeles que habían caído al suelo yo me quedé mirando a su trasero, del pantalón sobresalían unas minúsculas braguitas). Al día siguiente yo debía entregar un trabajo y estaba seguro de que no me daría tiempo de acabarlo. Me daba pánico pensar que podríamos perder el cliente por ese motivo (que no era mi culpa pues me avisaron del final del plazo ese mismo día), así que tendría que quedarme trabajando hasta acabarlo. Como soy muy lento escribiendo en el ordenador le pedí a Sonia que me ayudara por la tarde (ella es secretaria y es mucho más rápida que yo, la vieja es la más rápida pero no me apetecía aguantarla toda la tarde), además así podría centrarme en el trabajo y simplemente dictárselo a ella. Ella accedió, pero después de mucho insistirle porque a su novio no le gustaría aquello y porque no tenía dinero para quedarse a comer en la oficina, de manera que tendría que invitarla yo. Evidentemente acepté gustoso a invitarla a comer con tal de que me ayudara a terminar el trabajo.
A las tres de la tarde terminamos la jornada de trabajo y todos nos fuimos de la oficina. Sonia y yo salimos por separado, para disimular, pero quedamos luego en un restaurante italiano no muy lejano. Allí nos pegamos un soberano homenaje, necesario para la fatigosa tarde de trabajo que se avecinaba. Estuvimos almorzando, tomando café y charlando hasta las cuatro y media aproximadamente. Cuando hablaba con ella me di cuenta de que, además de hermosa, era una mujer simpática e inteligente. Un auténtico bombón, que por el momento gozaba con un mecánico (su novio), celoso, medio retrasado y contrahecho, por lo que ella me contó. Yo supuse que el mecánico debía tener una buena palanca, para estar con una diosa como aquella. Cuando terminamos con todo esto decidimos ir a terminar el trabajo y nos pusimos manos a la obra inmediatamente.
A las siete de la tarde habíamos terminado el trabajo (ella sentada delante de mi ordenador y yo, desde detrás dictándole). Lo revisamos un par de veces, ella me sugirió un par de mejoras y lo dimos por terminado. En ese momento ella era para mí la mujer más maravillosa del mundo entero (guapa, inteligente, simpática y, sobre todo, me había ayudado a mantener mi trabajo).
Ella se volvió en la silla giratoria y se colocó frente a mi. Mantuvo una amplia sonrisa en los labios durante unos pocos segundos y me dijo: "Al final nos ha dado tiempo y hasta podemos seguir charlando un rato". Yo asentí y me senté frente a ella. Comenzamos a charlar de mil y una banalidades, que si el calor, que si las vacaciones, etc. De pronto ella se descalzó y comenzó a acariciarse los pies, me preguntó "¿Te molesta? Es que me duelen un poco y se me hinchan mucho con el calor."
Yo, la verdad, es que no notaba hinchazón alguna, pero no me importaba nada (hacía unos años había salido con una chica a la que le encantaba que le sobaran y lamieran los pies y en ocasiones me había parecido hasta erótico). Así que respondí: "No, en absoluto."
Ella continuó dándose el masaje mientras yo la miraba embelesado, realmente tenía los pies más bellos que yo había visto nunca. Sonia, sonriendo, comentó: "Es una suerte para ti que no me huelan, ¿eh?"
Y yo le dije "Imposible, con el calor que hace. Lo que pasa es que yo no huelo nada por que fumo demasiado."
Ella insistió "Que no, que te juro que no huelen nada. Compruébalo tú mismo."
Lo que ocurrió a continuación me dejó totalmente trastornado, sin saber que decir y mucho menos qué hacer. Riéndose levantó el pie derecho hasta ponerlo a la altura de mi cara y me dijo "Venga, a ver si huele". Lo cierto es que no olía mal. Aún olía a jabón de haberse duchado por la mañana. Por mi mente pasaban un montón de pensamientos en ese momento, yo no sabía si quería burlarse, si se estaba insinuando o si era simplemente un juego, pero si sabía que me encantaría besar ese precioso pie femenino que se me ofrecía.
Pasado un primer momento de estupor decidí pasar a la acción, y agarrando fuertemente el pie por el tobillo comencé a besar el talón. Ella intentó retirar el pie (supongo que debió creer que aquello había ido demasiado lejos) pero yo la sujetaba fuerte y continué besando hacia los dedos, recorriendo toda la planta con los labios y la lengua. Al llegar a los dedos cesó la resistencia por parte de ella y comencé a chuparlos y morderlos suavemente como si se tratara de un racimo de uvas. Aquel aroma y la suavidad y dulzura de su piel me tenían totalmente erotizado.
Solté el pie derecho, depositándolo suavemente junto a mi pene y cogí el izquierdo. Le hice el mismo masaje bucal que en el otro y cuando ya estaba saciado de sus pies le pregunté "Te gustó el masaje". Por única respuesta tuve una pequeña caricia de sus pies a mi pene, en ese momento me encontraba totalmente empalmado y ella lo notó. Me dijo: "Pues si que tienes calor" y se puso a reírse.
Acto seguido se volvió a colocar las sandalias y me dijo "Yo me marcho que si llego muy tarde mi novio me mata" y comenzó a andar hacia la puerta. No me considero fetichista, es decir, para mi el juego con los pies no había sido más que un preámbulo y necesitaba algo más de aquella extraordinaria mujer, así que corrí tras ella impidiéndole la salida. La tomé por la cintura y me abracé a ella, colocando mi mano sobre la puerta para que no pudiera abrirla. Ella me dijo que no insistiera, que íbamos a hacer una tontería y que nos podía costar el puesto de trabajo a los dos.
Pero yo insistí, acariciando su vientre, plano y fuerte. Ella, por segunda vez en aquella tarde cesó en sus resistencias y se dejó acariciar por mi. Fui subiendo la mano hacia sus senos, pensé que se volvería a resistir pero no fue así, se dejó acariciar. Con un movimiento suave pero firme introduje mi mano entre su sostén y su pecho, buscando el pezón. Cuando logré encontrarlo comencé a masajearlo y pellizcarlo suavemente, con lo que ella comenzó a respirar de una forma más sostenida. Intenté quitarle la camisa pero no me dejó.
Luego empecé a bajar la mano, hacia su vientre, ella se dejaba acariciar y yo estaba como loco por poseer aquel cuerpo sensual que me acompañaba. Cuando llegué a la cintura comencé a acariciarla por encima del pantalón, noté sus labios hinchados y húmedos e intenté bajarle los pantalones (se sujetaban únicamente por una cinta elástica) pero ella no me dejó. Me dijo "Prefiero jugar un poco más y además no quiero hacer nada aquí". Yo me quedé petrificado y le pregunté "¿Me vas a dejar así, no me vas a dejar que termine la faena? Porque si lo que buscas es calentarte para ir a follar con tu novio por mi te pueden dar por el culo". Ella me miró disgustada, yo sabía que me había pasado varios pueblos pero estaba harto de chavalas calientapollas y no pensaba permitirle a ésta que jugara conmigo como habían hecho otras. La respuesta fue inmediata, me cruzó la cara de un guantazo que aún me duele al recordarlo y acto seguido me dijo: "Llévame a un hotel".
Fuimos a un hotel en las afueras de la ciudad, cuatro estrellas, piscina climatizada, jacuzzi, sauna y todas esas tonterías. Yo no es que ganara mucho dinero, pero estaba soltero, vivía con mis padres y apenas tenía vicios, así que me podía permitir un lujo de vez en cuando y a esta maravillosa mujer no la iba a llevar a la pensión cutre donde suelo llevar a otras "amigas".
Cuando entramos en el hall del hotel vi la cara de asombro que ella ponía, se notaba que el mecánico no solía llevarla de viaje, así que decidí que debía aprovechar la ventaja que tenía. Pagué la habitación por adelantado y la recepcionista sonrió cuando comprobó que no llevábamos maleta (la recepcionista estaba bastante bien, 1,60 de altura, bastante proporcionada y un rostro angelical a la par que pícaro).
Al entrar en la habitación Sonia me dijo que el sitio era precioso pero que había pasado un corte tremendo cuando la recepcionista se sonrió al vernos llegar. Yo quité importancia al asunto intentando convencerla de que era normal que la recepcionista sonriera, pero lo cierto es que pensaba lo mismo que ella, que ambos debíamos llevar escrito en la frente lo que iba a pasar en la habitación.
Acto seguido la abracé fuerte y ella correspondió al abrazo, se dejo acariciar por todo el cuerpo, así que decidí que era el momento de comenzar a desnudarla.
Estábamos de pie, enfrentados y lentamente acerqué mis manos a su camisa. Al principio iba con mucha precaución pensando que en cualquier momento podría echarse para atrás y volver a dejarme tirado. Pero eso no ocurrió, cuando vi claro que ella no se iba a retractar comencé a quitar los botones de la blusa, oliendo su aroma, besando sus orejas, su cuello, sus pechos que subían y bajaban al ritmo de una respiración acompasada.
La recosté sobre la cama para terminar de desnudarla. Le quité la blusa dejando libre un sostén de encaje blanco, muy fino y suave. El sostén me permitía ver sus sonrosados pezones, pequeños como guisantes y con una leve aureola. Eran justo como a mi me gustan. Lancé un ataque directo sobre el sostén para liberar aquellas joyas cuando ella me paró. El parón volvió a mosquearme, lo cierto es que pensé que ya volvíamos con el ahora si, ahora no, pero esta vez no dije nada. Sonia dijo: "Sigue como antes, despacito, lo prefiero". Que susto, solo era eso. Así que decidí continuar besando su vientre, pasando mis labios por cada centímetro de su piel, oliendo su aroma dulce y sintiendo toda su calidez bajo mi boca. Me entretuve un poco en su ombligo, fino y delicado hoyito donde comencé a meter la lengua, luego seguí bajando.
Al llegar a la cintura le fui quitando los pantalones poco a poco, aprovechando para mordisquear suavemente su piel. Con cada mordisquito ella respondía con un leve gruñido de aprobación. Se notaba que le estaba gustando. Tenía las piernas sedosas y morenas, me gustaba besarlas. Le quité las sandalias, para poder soltar por completo aquellos pantalones que tanto me habían estorbado. Aproveché para acariciar aquellos pies que me habían hecho soñar con la gloria por una vez. Poco margen de juego quedaba ya, ella estaba tumbada sobre la cama, vestida solamente con su sujetador blanco y unas braguitas a juego. Volví a subir hasta su pecho, continuando con el juego que ella había marcado. Seguí besando, lamiendo y mordisqueando todo su cuerpo. Yo me encontraba muy excitado, no solo porque estuviera junto a una escultura viviente, si no, sobretodo, porque esa escultura correspondía a mis acciones con auténtico gozo.
Al quitarle el sujetador ella sonrió y me dijo: "Ves, así es mejor". Lo cierto es que yo estaba acostumbrado a los polvos de aquí te pillo, aquí te mato y tuve que reconocer interiormente que tenía razón. Acerqué mi boca a su pecho, con clara intención de besar los pezones y ella me detuvo. "Todavía no. Ahora hay que desnudarte a ti".
Se incorporó y sus firmes pechos quedaros a la altura de mis ojos. Eran un prodigio de la naturaleza, que estaban a mi disposición, aunque solo fuera por una tarde. Ella fue desabrochando los botones de mi camisa a la vez que me mordía la piel, la sensación era maravillosa, mezcla de dolor y gusto. Me quitó la camisa a la vez que me preguntaba "¿Qué colonia usas? Huele muy bien". Yo no pude contestar, tumbado como estaba, totalmente extasiado y absorto en su cuerpo. Ya no podía más así que opté por quitarme yo los pantalones y dejarme de juegos.
Volví a tumbarla sobre la cama y me quité los boxer que llevaba puestos. En ese momento me di cuenta del tamaño que había adquirido mi erección. Nunca la había tenido tan gorda y tan tiesa. Ella rió nerviosamente y se despojó de las braguitas con un movimiento rápido (ese movimiento me dejó un poco acojonado al principio, se notaba que la tía tenía tela de experiencia). Tenia el vello púbico moreno y recortado en forma de triángulo. Un minúsculo y sabroso triangulito por encima de sus labios. Bajé a su intimidad y empecé a olerla, otra vez su aroma, pero esta vez unido a un sabroso olorcillo de hembra excitada. Lamí sus labios, sonrosados y carnosos y jugué pasando lentamente con mi lengua por su clítoris. Nunca había estado tan cerca del sexo de una mujer (sobre todo porque me daba asco dadas las guarras entre las que yo me movía), y pensé que quizá nunca volvería a estarlo, así que me recreé en la jugada durante un largo rato. Creo que ella debió llegar a obtener un par de orgasmos porque me detuvo un par de veces para descansar.
Coño, pensé en ese momento, estoy más caliente que nunca, con la chica más fantástica que haya podido imaginar y no tengo ganas de metérsela. Francamente, me parecía increíble. De pronto la mano de ella sobre mi pene me sacó de estos pensamientos. Ella se acercó y comenzó a frotarme. Alguien dijo que las mejores pajas son las que se hace uno mismo, ¡¡ y un carajo, eso es porque no se las ha hecho esta chica!!. Que ritmo, que suavidad. Sabía llevarme del todo a la nada en diez segundos. Tal era mi excitación que ya no podía esperar más, así que volví a recostarla y me tumbé encima. En ese momento me asaltó un terror absoluto. No llevaba preservativos. Ella debió adivinar mis temores porque me dijo sonriendo "Hace dos años que tomo la píldora". Ella encogió las piernas y yo, con un movimiento suave de la pelvis, intenté penetrarla sin ayuda de mis manos. Dada la gran excitación de ambos, y también claro está de mi amplia aunque costosa experiencia, fue fácil. Fue como si un misil hubiera sido guiado por rayo láser, pero sin muertes colaterales.
Si algo me ha distinguido por mis relaciones sexuales ha sido la rapidez. A las chicas no les había dado tiempo de untarse la vaselina cuando yo ya, prácticamente, me había ido. En esta ocasión no fue así. Aunque yo estaba encima era ella la que guiaba "despacito, despacito, hazme sentir, no es una carrera". Y yo la seguía. Tardé cerca de media hora en eyacular. El orgasmo fue cojonudo. Estaba rendido, al borde del infarto, y sin embargo me sentía pletórico. Ella también debía haber disfrutado porque, tumbada, desnuda y con los senos hinchados me dio un beso en la boca por primera vez y me dijo "nunca había sentido nada igual".
Luego nos fuimos a la ducha, donde yo la froté y ella me frotó, pero ya sin excitación, con calma. Con una tranquilidad como si nos conociéramos de toda la vida. Nos vestimos y la llevé a su casa.
Al dia siguiente, en la oficina nos esperaba una sorpresa monumental. Los dos fuimos llamados al despacho del director, quien tenia un video y un televisor. Cuando entramos a su despacho estaba muy molesto y puso en marcha el video, donde se nos veía a Sonia y a mi meternos mano (bueno, en realidad se me veía a mi meterle mano a ella). Al parecer sospechaba que la cincuentona calentorra estaba robando en la empresa y se instalaron cámaras de seguridad para pillarla, pero lo que habían pillado era a nosotros con nuestros jueguecitos.
Nos dijo que se podía quedar uno pero el otro debería marcharse de la empresa, por supuesto firmando una renuncia voluntaria (el hijoputa del director sabía que o bien sería yo quién me iría porque Sonia lo tendría más difícil para encontrar trabajo en una ciudad pequeña como la nuestra o bien podría chantajear a Sonia para que nunca se conociera aquella historia).
Bueno, yo después de esa noche sabía que no podría volver a trabajar con Sonia sin desconcentrarme así que rápidamente decidí dimitir. Pero Sonia me sorprendió diciendo que ella también se marchaba, que no podría volver a su vida anterior y que había decidido irse a vivir a una ciudad más grande.
Actualmente estamos casados, vivimos en una gran ciudad del Sur de España, tenemos un hijo al que adoramos y mi vida junto a Sonia y mi hijo es lo más maravilloso que nunca hubiera imaginado.