Llegué a Barcelona a finales de agosto. Había interrumpido mis vacaciones familiares en Cádiz para acudir a una cena de negocios. Me llamo Enrique, tengo 54 años y una pequeña empresa del sector de la construcción. A través de un grupo catalán nos había surgido una buena oportunidad en Casteldefells, una pequeña población cercana a Barcelona. Desde el aeropuerto fui directamente a un estupendo hotel en la Diagonal, dejé mi maleta en la habitación y salí a dar una vuelta, para hacer tiempo hasta la hora de acudir a la cena. El calor era agobiante y húmedo, por lo que decidí sentarme a beber algo fresco en una terraza de la plaza de Cataluña.
Allí estaba, disfrutando de la sombra de un toldo, de un ron con coca-cola y de la increíble animación de la plaza, cuando un grupo de cinco potentes motos se detuvo, rugiendo sus motores, en un semáforo muy próximo. Típicos "moteros" con trajes de cuero, máquinas de gran cilindrada, cascos de brillantes colores. Uno de ellos, a bordo de una enorme Honda, llevaba de "paquete" una mujer delgada, cuyos rizos rubios salían debajo del casco, y cuya menos que exigua ropa contrastaba con el agobiante cuero del "motero" al que se abrazaba. Un pequeño "top" cubría sus pechos, dejando al aire los hombros, el vientre y la espalda. Una faldita multicolor de volantes, increíblemente corta, dejaba sus dorados muslos al aire, y completaba el atuendo con unas bonitas playeras blancas. Seguro que, al moverse la moto, la faldita dejaría ver incluso las nalgas de la putita.
Me di cuenta que la mujer me miraba a través de la visera del casco. Luego, levantó un poco la visera y dijo algo al "motero" que la llevaba, quien también giró la cabeza hacia mí por unos instantes. Los cascos me impedían ver sus rostros y pensé si los conocería de algo. En eso, el semáforo se abrió y las cinco motos arrancaron rugiendo. Como había supuesto, las nalgas de la mujer quedaron desnudas a la vista. No llevaba bragas o como mucho, un pequeño tanga. Me quedé incómodo, soy muy "caliente" y activo, y la putita me había dejado una inconfundible excitación en los huevos y la polla. Pensé que después de la reunión tendría que buscarme una fulana para pasar la noche.
Media hora después casi había olvidado a la mujer de la moto, cuando las cinco máquinas reaparecieron y pararon rugiendo junto a la acera, cerca de la terraza donde me encontraba. La mujer llevaba ahora una moderna mochila al hombro y se bajó con agilidad de la Honda. También lo hicieron los "moteros", quitándose todos los cascos. El que la llevaba en su moto la tomó por la cintura y apretándola contra él se besaron con un beso intenso y profundo. Ella se frotaba visiblemente contra el paquete de su compañero y éste bajó las manos para coger las nalgas y apretarlas con dureza por debajo de la faldita.
La escena se repitió, uno por uno, con los cinco "moteros". Por como se movía, debía estar cachonda a tope. "Ésta debe ser más puta que las gallinas pensé, seguro que todos la han follado hasta cansarse". Noté el cosquilleo en mis huevos y cómo mi polla crecía y se ponía dura.
- ¡Adiós, Vicky! ¡Hasta la siguiente! gritó el primer "motero", mientras se ponía el casco y subía de nuevo a su Honda.
Los demás le imitaron y las motos arrancaron con nuevos rugidos y se perdieron Diagonal abajo. La mujer llamada Vicky quedó sola, en el bordillo, con la mochila al hombro izquierdo y el casco bajo el brazo derecho. La melena rubia le caía a guedejas hasta los hombros desnudos. El vientre desnudo estaba cruzado por una cadenita dorada. En el top elástico se marcaban los pezones de unos pechos pequeños. La faldita de volantes era una provocación, empezaba dos dedos por debajo del ombligo y llegaba justo a la unión de los muslos en el pubis, de manera que, al ondear con cualquier movimiento, dejaba ver parte de las ingles y las nalgas.
Vicky me miró y tuve la vaga sensación de que la conocía, pero no conseguí centrar el recuerdo. Esbozó una sonrisa y con un curioso andar ondulante, que agitaba aún más los vuelos de la minifalda, echó a caminar directamente hacia mi. "Esta buscona me ha elegido como cliente", pensé mientras se acercaba a la mesa. Y la verdad es que la tía me ponía cachondo, pero me cortaba un poco la situación en una terraza llena de gente en su mayoría muy normalita.
- Hola, Enrique, cuánto me alegra verte dijo al llegar junto a mí.
El sobresalto al oír mi nombre fue mayúsculo, pero de repente le reconocí a través del ligero maquillaje y de la peluca rubia. ¡Caray! Si no era una tía, sino un marica que me había follado en febrero en un hotel de la costa. De hecho, fue la primera vez en mi vida que había montado un marica yo soy heterosexual sin ambigüedades, y por mucho que no me gustase reconocerlo había disfrutado a tope. Fue una mañana loca y le hice de todo. Me corrí en su boca, le monté poniéndole a cuatro patas con el culo en pompa y luego poniéndole boca arriba y levantándole las piernas bien abiertas, le "calenté" las nalgas a correazos, le oriné en la cara, le hice fotos Una experiencia fantástica.
Ahora le tenía delante, más mujer si cabía, con esa piel dorada y suave, sin rastro de vello, y con esos movimientos ondulantes que tanto me habían excitado meses atrás. La polla estaba ya tiesa como un poste, lo que en mi caso, muy gruesa y más de una cuarta de larga, se hacía incómodo. Sin pedir permiso, acercó sus labios a los míos en un rápido beso y se sentó en una silla junto a mi, las nalgas desnudas directamente sobre el asiento de aluminio. Decidí hacer caso omiso de lo que pensaran las gentes de las mesas de alrededor y puse mi mano velluda sobre su muslo izquierdo, muy arriba, rozando la ingle. Noté cómo se estremecía.
- Hola, no te había conocido. Estás fantástica. Y con esas compañías seguro que esos cinco tíos te han follado hasta cansarse.
Se echó a reír, con un insinuante movimiento de cabeza y hombros.
- Sigues igual de directo, Enrique y eres un mal queda. Quedaste en llamarme y me has tenido cachonda pensando en ti más de una noche
- Es verdad, y no ha sido por falta de ganas, he tenido mucho trabajo pero tu te consuelas fácil, ya se ve. Dime, ¿a que te han follado los cinco motoristas con los que venías? Y por cierto, te pega mucho ese nombre de Vicky Claro que esas tetas no las tenías en febrero.
- Seguro que te hubiera gustado ver cómo me montaban, cabrito se echó a reír de nuevo, y las tetas siguen igual tonto, son pura silicona debajo del "top", un poquito de decorado para poneros más calientes a los machos. Claro que me han follado los cinco, y bastantes más. He estado diez días por aquí con un grupo de veintiocho "moteros". De objetos sexuales, como tu dirías, íbamos seis golfas y dos maricas, y todos nos han follado a todas. Orgías en grupo. Una noche me pasaron por la piedra los veintiocho, de dos en dos, uno por la boca y otro por el culo. Uno de ellos, uno de los cinco que han venido a despedirme, tiene una polla de más de treinta centímetros y gruesa como mi muñeca, y al único que conseguía metérsela entera, hasta golpear mis nalgas con sus huevos, era a mí, a ninguna de las seis tías ni al otro marica. No se la de veces que me ha montado, y me hacía ver todas las estrellas, oye.
- Joder, no eres una tía, pero eres la hembra más puta que he conocido. ¡La de pollas que te habrán clavado en tu vida!
- Miles, ya te dije. Y cada vez me gusta más. Es fantástico sentir las pollas de los machos penetrándome, forzándome y haciéndome temblar al mismo tiempo de dolor y de excitación. Cuanto más grandes son y más daño me hacen, más me gusta Pero, oye ¿qué haces que no me estás llevando ya a darte una fiesta conmigo?
- No es por falta de ganas, tengo la polla que me va a reventar. Pero estoy aquí por trabajo y tengo una cena temprano. Apenas quedan un par de horas ¡que carajo! Vamos al hotel, que hay tiempo para romperte el culo un par de veces, maricona.
Diez minutos después estábamos en la habitación del hotel, tras haber ignorado lo mejor posible la mirada sardónica del conserje al entregarme la llave. En el ascensor y por el pasillo ya había monoseado su vientre y sus nalgas, y le había cogido la entrepierna por las ingles. Yo tenía de nuevo la polla a reventar, tiesa y dura como un palo. Nada más entrar en la habitación me bajó la cremallera del pantalón, cogió mi polla y mis huevos y los sacó. Temblaba de excitación y ansiedad. Antes de que pudiera decirle nada se había puesto de rodillas y metía mi polla en su boca ansiosa. Noté su lengua enroscándose en mi pene y sus labios chupando.
- ¡Puta! ¡Espera un poco! Primero quiero que te desnudes para mí, quiero ver cómo te quitas todo, la falda, las bragas y el top le grité, apartando su cabeza de mi pene y dándole un par de bofetadas bien fuertes, con ganas. Dio un gritito, entre dolorido, sumiso y placentero.
Se levantó temblorosa, acariciándose los muslos, las nalgas y el vientre, mientras se movía con esa ondulación sensual que me ponía a mil. Con un gesto femenino y erótico se sacó primero el top y se despegó las pequeñas tetas de silicona que llevaba debajo. Luego, acariciándose el pecho y el vientre, sin dejar de moverse, bajo las manos hasta la faldita de volantes y con un delicioso gesto femenino descorrió una pequeña cremallera al lado derecho y la dejó caer a sus pies, quedando sólo con un mínimo tanga rosa, que tenía bordada una flor de vivos colores en el pequeñísimo triángulo que cubría sus pequeños huevos y su pequeño pene. Se quitó las playeras blancas, dejando ver las uñas pintadas de sus finos pies, delgados y femeninos. Sobre sus pechos reales los pezones se habían puesto tiesos y duros, como los recordaba de aquella mañana de febrero.
Yo estaba tan salido que notaba que me podía correr en cualquier momento. La hice arrodillarse de nuevo y con las manos atraje su cabeza para introducir mi tieso pollón en su boca. Empujé hasta la garganta mientras la insultaba: "¡Chúpamela bien, puta! ¡Te voy a hacer tragar más leche que todos los machos que te han revolcado estos días, guarra! ¡Métela hasta la garganta y chupa, zorra!". Todo su cuerpo se estremecía y temblaba mientras su lengua se enroscaba una y otra vez en mi tieso pene. Notaba como mi glande golpeaba su garganta y penetraba en ella, provocando sus arcadas, pero no se resistía, al contrario, intentaba tragar más.
No pude resistirme y mi orgasmo llegó brutal, con una eyaculación brusca y violenta dentro de su garganta. Noté como mis chorros de leche salían uno tras otro, tres, cuatro, cinco veces el maricón tragaba todo lo que podía, pero el semen rebosaba por la comisura de sus labios. Todo su cuerpo temblaba y de nuevo sentí ganas de castigarle, pegarle, hacerle sentir que yo era su dueño y él mi esclava. Aparté su cara y esta vez le di, uno tras otro, seis bofetones con todas mis ganas. Las mejillas se le pusieron bien coloradas. Se puso de pie tembloroso, moviendo las caderas y acariciándose de nuevo los muslos, el vientre y los pechos. "Pégame más, mi macho, disfrútame, soy tuya para todo lo que quieras" me dijo con voz susurrante. Al muy putón se le extraviaban los ojos de excitación y placer.
- ¡A la cama, puta! ¡Quiero verte a cuatro patas, como una perra!
Fue a la cama y adoptó la postura que yo recordaba de febrero. Apoyada en los codos y las rodillas, con las nalgas bien en alto y las muslos entreabiertos para ofrecer el culo. El agujero tenía esta vez el tamaño de una moneda, se veía que los "moteros" le habían dejado bien abierto a pollazos. Con el puño cerrado golpeé fuerte en el agujero y de nuevo lanzó esos gemidos de dolor y placer que me excitaban a tope. Escupí en el agujero y con toda la brusquedad que pude metí tres dedos por él, sintiendo como se abría y ofrecía, mientras los gemidos aumentaban la dureza de mi polla. Saqué los dedos y esta vez metí cuatro. Sus gemidos y grititos se hicieron más intensos, pero no hizo nada por resistirse, al revés, siguió moviendo las nalgas y abriéndose todo lo que podía.
Decidí que había llegado el momento de hacerle sufrir de verdad. Me levanté, fui al baño y tomé de mi neceser un frasco de crema suavizante, con la que me embadurné bien toda la mano. Al volver junto a él seguía en la misma postura, tembloroso, moviendo las nalgas el agujero del culo tenía ya el tamaño de una moneda grande. Yo me sentía de nuevo a punto de reventar. Junté todos los dedos de la mano y en tres o cuatro empujones la introduje entera por su agujero, mientras sus gemidos se convertían en gritos de dolor. Le puse una almohada en la boca para que la mordiera y sofocar el ruido de sus gritos. El muy putón lloraba a lágrima viva mientras toda mi mano se movía ya dentro de su intestino, pero no intentaba liberarse, al contrario, proyectaba sus nalgas como pidiendo una penetración más profunda.
Yo no podía más. Con brusquedad saqué el puño de su culo y le hice darse la vuelta y ponerse boca arriba. Tenía la cara arrasada en lágrimas, pero sin que le dijera nada levantó sus piernas, tan abiertas como una bailarina de ballet y me ofreció su agujero, brutalmente abierto. Hundí mi pene con tanta violencia como si fuera a atravesarle de parte a parte y empecé a bombear como una taladradora mientras mordía sus pezones tiesos. Sus gemidos, gritos y lágrimas me ponían a tope y tuve un orgasmo tremendo. Mientras mis chorros de semen inundaban sus entrañas todo el cuerpo del maricón temblaba espasmódicamente. Tenía un orgasmo anal intensísimo mientras su pequeño pene se había reducido a una miniatura ridícula.
Cuando terminé de correrme dejé mi polla dentro de su culo y me dejé caer relajado sobre su femenino cuerpo. En esa posición esperé unos minutos, hasta que noté que mi vejiga quería descargar la orina. La tenía a rebosar, porque ya había notado ganas de orinar cuando estaba sentado en la terraza. Me relajé y el chorro de orina salió fuerte y prolongado, inundando sus intestinos. Gimió dulcemente al notar el chorro caliente y apretó bien el esfínter para llevarlo hacia su interior. Cuando terminé de mear se apartó poco a poco, hasta liberarse de mi polla y se levantó con los movimientos suaves y ondulantes de siempre. "Voy un momento al baño, macho mío, tu retrete tiene que dejar correr tu meada". Le había gustado ser mi retrete, pensé mientras oía como se liberaba de la imprevista lavativa.
Luego recogió su mochila y las ropas caídas a la entrada de la habitación, volvió al baño, se metió en la ducha y poco después reapareció limpio y perfumado como una rosa, con el top y las falsas tetas, la minifaldita de volantes y las playeras blancas. La peluca rubia había recuperado su esplendor y las guedejas caían de nuevo sobre sus hombros desnudos.
- No se si te acuerdas, pero tienes que ir a una cena de trabajo y han pasado más de las dos horas que me ibas a dedicar.
- ¡Caray, es verdad! respondí sobresaltado, mientras me levantaba de un salto y me dirigía al baño. Oye, si quieres puedes esperarme aquí. Yo volveré a eso de la una.
- No, macho mío. Son muchas horas. Voy a echarme a la calle, a exhibirme un poco y ver si hago de puta para un par de tíos salidos. Si quieres, vuelvo luego para que pases una buena noche. Además, esta vez no me has dado correazos en las nalgas y lo echo en falta aunque también me gusta que me calientes la cara a bofetones y que me metas el puño por el culito. Me tienes colgada, tío.
Los dos reímos con ganas mientras yo me duchaba y me vestía para la cena. Cuando bajábamos en el ascensor le dije que iba a pedir otra tarjeta de la habitación para dársela y se negó: "Ni hablar tío. Yo soy tu puta y te espero a partir de la una ahí fuera, en la esquina, como una buena puta callejera. ¿Vale?". El muy maricón sabía cómo excitarme Nos despedimos con un beso en los labios y se fue, calle arriba, con su característico movimiento de caderas, que hacía ondular los volantes de la minifalda y dejaba ver parte de sus nalgas. Seguro que no le iba a costar mucho encontrar "clientes", como le gustaba decir para sentirse más puta. Yo me notaba eufórico y satisfecho, en las mejores condiciones para ir a mi cena de negocios.
(Todo es real en esta historia, menos mi nombre, claro)