SIN QUERER, QUERIENDO- 17
-¿Sara?, Sarita... ¡mi´ja!- llamé la atención de la Rojis que, impactada por la función que Nena y yo le acabábamos de ofrecer, permanecía abstraída mirando a su prima debajo de mi cuerpo con mi salchichón a medio parar después de haber empantanado de leche bronca los infantiles órganos reproductores de La Diosa. Ésta aún estaba temblando, sintiendo cortos y fugaces orgasmitos en su aventajado cuerpazo, en su anatomía tan poco controlada por su, todavía, cerebro tierno.
-¡Híjoles! ¡Cómo lo hacen!- me respondió Sara despertando de su letargo.
-Nos salió bien, ¿vedad?- le expresé sacando de Nenita el carajo escurriéndome caldito de ella y malteada mía, haciéndome una espuma resbalosa que me forraba el madero. Mi Amorcito se cerró de piernas y se puso de lado, de frente a su prima, con una sonrisa de satisfacción y jactancia y se llevó una mano a la entrepierna, acariciándose con suavidad.
-Nombre Nena, ya sabes bastante- le comentó Sara, mirando la cara de satisfacción de la morena, que cerraba y abría sus ojazos en señal de deleite.
-¡Qué rico! Me lo hiciste bien bonito, tío. Dáselo así a Saris. Nombre prima! Vas a ver qué rico, huey- nos respondió, frotando sus muslazos con su mano para confirmar y demostrar lo mucho que le gustó la deschongada que le di.
-Al ratito. Déjenme reponerme un poco, mi almas. Me dejan p´al arrastre!- les pedí paz, en cuclillas en la cama, con el fierro baboso ya completamente desinflado y apuntando para abajo a los pies de Nena- vamos a cenar algo. ¿No tiene hambre?
-Sí, pero de ESO- respondieron al mismo tiempo, medio en broma y medio en serio, el par de ninfomanitas incansables, indicando con sus dedos al cíclope dormido, aparentemente derrotado.
-¡Canijas! Ándenle, báñense y arréglense para ir al restaurante.
Se metieron a su baño y yo me fui al mío. Al terminar me dijeron, recostadas en la cama, que no querían salir de las habitaciones, que tenían flojera y mejor pidiera algo al comedor para que nos lo llevaran, algo ligero pues habíamos comido hamburguesas como a las 5 de la tarde. Apenas iban a dar las 9. Llamé al restaurante y pregunté a qué hora cerraban la cocina y el servicio a cuartos, me dijeron que a la 1 AM. Se los hice saber y acordamos "hacer hambre". Pedí hielo y sodas para preparamos unos jaiboles con el wishky que compré. Sara prefirió cerveza y las atendí como lo que eran: Unas infantas aristócratas. Me traje uno de los sillones de mi cuarto y nos sentamos los tres alrededor de la mesa que cada habitación tenía. Todos estábamos envueltos en las toallas húmedas.
Mirando la televisión y conversando relajados estuvimos cerca de una hora bebiendo animadamente. Aunque no eran primerizas en lo que a ingerir alcohol se refería, sí se notaba que sus estómagos de niñas no eran muy resistentes. Nena empezaba a arrastrar las palabras y Sara se notaba algo mareada, pues dejó de beber cerveza y cambió a licor desde hacía ya buen rato. Las dos estaban muy burbujeantes y risueñas. Ya sus toallas estaban en el piso y, desnudas, seguían platicando y parándose al baño a orinar los tragos. Tomé el teléfono y pedí una bandeja de carnes frías y botana, como cacahuates, papitas y nueces, para que las niñas digirieran mejor el alcohol y les serví, a cada una, un buen vaso de agua mineral sola.
Sara, en uno de esos viajes al baño, de regreso, se me montó en el regazo y empezó a besarme moviéndose sobre la toalla que tapaba a Mostrenco, tranquilo todavía. Su cuerpo fresco y ligero se pegaba al mío con voluptuosidad. Su boca se estampaba con la mía y su lengua larga y ágil me exploraba toda la concavidad, las encías, los dientes, el paladar, ¡hasta en la campanilla sentía la punta de esa serpentina estilizada y agitada! Los besos de Nena, mi Sirena, eran muy placenteros, casi divinos. El simple hecho de saber que la boca que besaba era la de ella, ya era motivo para catalogar esos ósculos como fabulosos; pero, sin tomar en cuenta la gran adhesión romántica que yo sentía por ella, como besos, lo besos de la pelirroja eran bastante superiores. Lo dije relatos atrás: Esa niña era capaz de hacerle explotar una eyaculación a un hombre con sólo besarlo como ella sabía, lo juro.
La verga empezó a responder ante semejante asfixiada bucal que la Rojis me estaba propinando. Ella la sintió crecer bajo su vagina y aumentó, como si fuera poco, la pasión de sus lengüeteadas en mi boca y sus caricias en mi cara, cabello y pecho con sus preciosas y largas manos. Me le separé, pues no era de palo y sentía que los huevos me empezaban a cosquillear como queriendo vaciarse. La levanté un poco y me prendí de sus tetitas sonrosadas, medianas, algo más grandes que las de Nena. Quería devolverle un poco del placer que me dio con su boca. Le chupé y mordisquié los pezones hasta dejárselos bien paraditos y sensibles. Ella echaba su cabeza para atrás, soportándose en mis manos en su espalda, ofreciéndoseme completa a mi boca. Nena observaba con sus ojos brillosos, bebiendo su agua mineral en silencio, sin intervenir, como lo hizo su primita un rato antes.
Cuando mis manos pasaron por las nalguitas de Sara, acariciando su trasero suave, deslicé mis dedos por el orificio apretadito y lo acaricié a dos manos. Ella se quejó suavemente con mi boca en sus senos y yo avancé mi dedo medio derecho entre su vaginita recogiendo el moquillo que estaba generando ya en cantidad y bien empapado lo forcé en su culito metiéndole la mitad algo fuerte. Quería comprobar si el alcohol ingerido había logrado efectos anestésicos en ella y en su anito. Lo moví con decisión dentro de él y se lo hundí completo sin dejar de chuparle muy fuerte los pezones y acariciar con mi mano izquierda su pierna derecha y su nalguita.
Poco a poco le fui forzando más la colita a la Rojis. Cuando decidí meterle el segundo dedo, los meados eran ya incontrolables en mi vejiga y la tuve que desmotar de mí y desmontarle el dedo del culo para ir al baño. Cuando la levanté en vilo de la cintura y la deposité en el piso se medio quejó. ¡Le había gustado mucho la invasión dedal que le hice en el futis! Me enderecé y me paré para encaminarme mirando su semblante de descontento.
-Déjame ir a hacer pis, mi vida, ya no aguanto. Además quedamos en descansar un buen rato.
-Quedaste tú. Chinelas! Ya me estaba gustando mucho lo que me hacías- me reclamó alcanzándose con su mano la colita, acariciándosela con sus dedos para convencerme de lo que me decía. Se veía preciosa, de pie a mi lado, echando su esbelta pero sinuosa cajuela para atrás y llevándose el brazo para allá, mirándome bien caliente y mareada por el efecto de los tragos que se tomó. Me deshice de la toalla y le enseñe la verga, lista para otro round.
-Mira! Ya casi me revienta de las ganas que traigo de orinar.
-Mmmm, qué rica... ya se te puso como me gusta- me respondió acercándose a mí y acariciando la bestia despierta. La adosé a mí y le dije al oído:
-Ahorita que vuelva te la voy a meter por la colita, mi vida. No te da miedo?- le pregunté pasándosela por el estómago, deslizándosela de ladito sobre su abdomen perfecto y blanco.
-No. Sentí muy rico tu dedo adentro de mi colita. Quiero sentir esta cosona también- me respondió mirando cómo se la friccionaba en al pancita linda.
Me fui a mear ¡una pinche bronca! La verga me apuntaba para arriba por lo que me dijo y cómo me lo dijo esa mocosa; además, con lo hinchada que la traía, la chis no quería salir. Después de un rato por fin terminé. Cuando regresé me encontré con algo que no entendía bien. Mientras estuve en el baño, ellas sacaron sus maquillajes de sus bolsas y se empezaron a pintar sus divinas caritas.
-No que no querían salir?- les pregunté al observar como una y otra se esmeraban en ponerse bellísimas.
-No, no vamos a salir, pero me quiero poner guapa para ti- respondió La Diva con notable vocecita borrachita.
-Yo también, tío. Quiero que me lo hagas como me dijiste ahorita- intervino Sara, pidiendo batalla. Dándome a entender las dos que ya se daba por terminada la tregua.
Tocaron a la puerta de mi habitación, estábamos en la de ellas y fui, envuelto en la toalla, a recibir los platillos. Cerré la puerta intermedia de los cuartos, para que el camarero no viera a Las Ninfas y firmé la nota. Cuando regresé ellas ya casi estaban listas. Mamacitas!, no escatimaron cantidad de maquillaje ni esfuerzo alguno para iluminarse los rostros como si fueran al matadero, como si las fueran a ofrecer en subasta libidinosa. Hermosas, infamemente antojables las dos perritas. Parecían muñecas muy caras, putitas gran de lujo e inalcanzables.
Sara se recogió el cabello con una pincita por un lado, por encima de su oreja alba, pálida y dejó que la mitad de la melena rojiza le cayera sobre media cara. Se veía sumamente sexual, no sensual, SEXUAL! Sus párpados muy oscurecidos, sus ojos muy delineados, sus pestañas muy espesas y alargadas y sus labios muy rojos, formaban un conjunto facial digno de retratarse para echar mano de esas fotos en una buena sesión de puñetas continuas y desbocadas cuando no se pudiera contar con ella en vivo.
Juro que no sabía si contemplar tan hermosa cara o acercarme a besar esa boca de grana, tan invitante a comérsela completa a besos o acercarle la verga y pasársela por todo el rostro para acabar, también, depositándosela entre esos labios omnipotentes. Nena no quedó menos bella. También se esmeró maquillándose para mí, para su tío-novio. En colores más en mate y violeta que los de su prima, iluminó su agraciada facia. Sus labios gorditos y más pequeños que los de la pelirroja, tenían un color rojo-cerezo-quemado que invitaba a hacerle las mismas inmundicias que a la otra. El wishky en mi sangre ya estaba surtiendo sus efectos, quería llenar a esas niñitas de cochinerías hasta que quedaran bien llenas de sexo, hasta que todo espacio de sus caras, pieles y orificios estuvieran colmados de mis impudicias y fluidos de sátiro cabrón y abusivo.
Les preparé otro trago y nos pusimos a botanear un poco. ¡Quién fuera un rollito de jamón, un pedazo de queso, un pobre cacahuate o una chingada nuez!, para visitar esas bocas y esas gargantas benditas e infantiles. ¡Qué sexis se veían comiendo! ¡Bueno, qué sexis se veían haciendo de todo! ¡Hermosas impúberes que Dios, la suerte o el diablo puso en mis manos! No sé, ni me he interesado en averiguarlo, ¿para qué? Con el Primero no quiero problemas, algo me debe tener deparado y no debe ser nada bueno- no creo que se le hayan olvidado los IMPERDONABLES pecados cometidos con esas pequeñas; la segunda es alimento y mierda, esperanza y excusa de la estulticia humana; y con el último, no hago negocios, mis respetos, pero no nos saludamos. Así que quién sabe...
Cuando quedamos satisfechos nos cepillamos los dientes y nos fuimos a recostar en mi cama, a la otra habitación. Una a cada lado mío, desnudos los tres y recargados en la cabecera. Yo tomado de sus menudos talles, recorriendo con mis manos sus caderas y sus desafiantes nalgas. Ellas con una pierna enredada en las mías, acariciándome los muslos, los testículos y la deformidad que el alcohol y la apariencia de las niñas habían provocado en el engendro babeante. Sara me jalaba muy despacio el animal, lubricando sus manoseadas con caldo de huevo que le brotaba del hocico y Nena me rascaba y acariciaba las bolas. No decíamos nada, los tres silentes. Ellas se esmeraban en sus "cariñitos" a mis genitales, o suyos, casi ya les pertenecían, tenían Patente de Corso sobre ellos. Ya no eran propiedad ni siquiera de mi esposa, su tía. Ellas los usaban más, inconmensurablemente más.
No quería ni besarlas ni acercarlas a besar y mamar a la vergonona caliente, no quería que se despintaran, se veían divinas, muy bonitas. Parecían ángeles maliciosos matándome con sus manos exasperantes o vampiresas siniestras rodeando su cena ensangrentada, yo. Sus cuerpos los sentía tibios, sus pieles más suaves que de costumbre, sus alientos más dulces y perfumados. Miraba sus inmensos ojos tan cerca de mí. Parecían de mentiras, irreales. Los cuatro brillaban demoníacamente perversos. Parecían otras. De aquellas niñas fresas y modositas que conocí meses atrás, no quedaba ni la sombra. Seguían siendo todo lo hermosas y majestuosas que eran cuando las traté al principio y no era la primera vez que las veía tan maquilladas, pero ya no eran las mismas. De hecho, después de ese viaje, nunca más volvieron a ser las mismas. Nunca más.
Empecé de nuevo a atacar el ojito trasero de Sara con mi dedo medio izquierdo. Se lo pasé por la chuchita y recogí un poco de su suero vaginal para facilitar la invasión. Ella me miraba fijamente, imperturbable. Se lo hundí de refilón para ver si se quejaba y sólo abrió su hermosa boca, provocándome unas inmensas ganas de acercarme a que me atormentara con su lengua, como sólo ella sabía hacerlo, pero me controlé y seguí moviéndole el dedo ya bien metido en su ardiente anito. Ella soltó a Mostrenco y Nena, al verlo solito, lo rodeó con su manita, más pequeña y corta que la de su prima, pero igual de suave, igual de adiestrada ya para jalar vergas. Le pelirroja se empezó a mover solita sobre mi dedo ensartándose y saltando sobre él, tomándose de mi hombro izquierdo, abriendo su boca y drogándome con su aliento fresco y fragante. Ni por el alcohol, ni por los alimentos ingeridos las bocas de esas Diosas olían a nada más que no fuera perfume imberbe y juvenil. Su hermosísima cara con su cabello tapándole medio rostro quedó muy cerca de mí, exhibiéndose ante mis impresionados ojos que pocas veces habían visto una estampa tan bella.
Mis ganas de prenderme de esa boca eran incontrolables al tenerla tan cerca y tan abierta sobre mi cara. Pero me controlé, me encantó cómo se veía así, tan bien maquillada. Le empecé a sumir el dedo índice también, junto con el medio y le entró apretadito. Ella se echó sobre mi pecho al sentir como se le abría inusualmente el culito y Nena le ofreció la verga con su manita al verla tan cerca de ella. Sara acudió a la cita con la cabezuda y yo la controlé del cabello diciéndole que sólo la lamiera, que no quería que se fuera a despintar la boca.
Esa larga y exploradora lengua hizo que me revolviera en la cama. Me relamía toda la cabezota completa. Cuando atacaba los bordes del glande de verdad sentía infartarme. La manita de la morena no dejaba de subir y bajar y la lengüetilla traviesa de la pelirroja no dejaba de mariposear sobre la punta y el agujero del tarado, poniéndolo más estúpido de lo que estaba ya. Mis dedos estaban haciendo un auténtico hoyo del culo de Sara. Los movía sin ninguna consideración dentro de ella que ni se quejaba, más bien se echaba de nalgas sobre mi mano, buscando más profundidad sin dejar de lamer calabaza y boquete de verga.
Le dije a Nena que se levantara, que se pusiera de pie frente a mi cara y me diera de su dulce, de su golosina lujosa. Ella se paró en la cama y se plantó ante mi rostro tomándome con una mano de las greñas y con la otra abriéndose la flor, la rosa húmeda de su vaginita. Yo saqué la lengua y se la recorrí con gusto y apetito de los buenos. Qué deliciosa!, estaba más jugosita y agradable, aunque sí sabía un poco a mecos de Mostrenco, le sabía rico de a medre! La morena me echaba encima sus 45 kilos, quería meter mi cara completa en sus entresijos, estaba desbocada, me cabalgaba como guerrera posesa. Mi Amorcito lindo, me embadurnaba la nariz y los pómulos con sus supuraciones glutinosas. Mi lengua taladraba lo más que podía su vagina, como a ella le gustaba, como a las dos les gustaba, como a las tres les gustaba, como a las cuatro les gustaba, como a las cinco les gustaba, como a las seis les gustaba.
¡Qué bruto! ¡Era un auténtico mamador de papayas en esos tiempos!
Todas se ponían como locomotoras cuando les atacaba el bizcochito con la lengua. Todas estaban exquisitas y embriagadoras. ¿Ya no habría más? Sí. Cuando regresáramos de este viaje, me encontraría con una sorpresa... ¡Otra clienta de mi lengua! Les contaré próximamente.
La morena estaba desbocada en mi cara. Casi me desnucaba, me utilizaba gachamente con sus manos y sus piernonas fuertes, además me jalaba muy duramente con sus dos manos de los pelos, encajándose mi rostro hasta el alma misma, quejándose fuerte, explotando en orgasmos que hacían temblar todo su cuerpo encima de mí. Sara se iba de bruces sobre la cabezona del garrote, queriéndosela meter a la boca y yo la controlaba del pelo, para que no se destiñera la boca. Aquello era una verdadera batalla de jalones de cabelleras, aunque con fines contrarios: Nena me estiraba de los cabellos para sumergirme los más que pudiera en medio de sus piernas, y yo se los estiraba a Sara para evitar que se metiera hasta el esófago el Madero de San Juan.
Sara se enderezó y se sentó de lado sobre mi mano izquierda, cuyos dedos medio e índice, nunca abandonaron sus interiores anales. Yo la situé sobre mis piernas, empinadita hacía mí a la altura de mis rodillas. Quería ver como iba la distensión de su fundillito. Nena pasó un pie sobre mi panza y quedó de frente a mi cara, recargándose con una mano de la pared y con la otra me seguía forzando la cabeza entre sus piernonas fabulosas. Yo sacaba lo más que podía la lengua trepanando bien ese paraíso vaginal, pero me faltaba el aire y me le separaba para aspirar un poco, sólo para provocar que Mi Amor, me atrajera de nuevo a su papita y me sofocara otro par de minutos, orgasmándose continuamente.
Cuando La Diosa vio el espacio que había entre su prima y yo, se puso de espaldas a mí, vino y sin avisar, se fue sentando de cuclillas sobre la verga. Poco a poco se fue enterrando el pitón en su papita, mirando a su prima de cañoncito frente a nosotros, con mis dedos dentro de ella. La morena quedó bien encajada, con sus pantorrillas y sus pies a mis costados, junto a mis caderas y se empezó a mover en círculos largos, sintiendo cómo la aberración de mi verga le removía todo el aparato reproductor.
Saqué la mano del trasero de Sara y le dije a Nena que ella le metiera dos deditos en la colita a la pelirroja. No quería, así que le agarré la mano derecha y la dirigí al culo de la flaquilla; sólo le pasaba los dedos, pero no se animaba a invadirle el ano dedalmente. Nena ya estaba más que bien ensartada en mi garrote y empezaba a temblar y a descontrolarse, sintiendo como casi le tocaba, con la punta del bruto mamalón, las iniciales de mi nombre que ya traía tatuadas en el corazón. La agarré de la cintura y empecé a subirla y bajarla, a meter y sacar fierro en sus profundidades juveniles. Como auténtica patrulla la Reina empezó a quejarse sobre mí. Yo le lamía la espalda y le jaloneaba los pezones, notando como se le ponía la carne de gallina. Le dije, lamiéndole y metiéndole mi lengua al oído, que le metiera los dedos a Sara en la colita, que probara y que también la tenía muy rica.
La Diosa se animó por fin y de a dos, sin los preámbulos del uno por uno, le fue dando dedos a la rojilla, empinada sobre mis rodillas. Ésta se aventaba de nalgas sobre la mano de Nena y yo me aventaba de abdomen sobre la vagina de la Reina. Sus dedos y su papita provocaban estragos en el culito y en la tabla, de Sara y mía, respectivamente. Así estuvimos unos minutos hasta que la morena estalló en uno de los orgasmos más largos y penosos que le había notado hasta entonces, cayendo en un sopor delicado entre mis brazos, con su nuca en uno de mis hombros, como si se hubiese quedado dormidita bien ensartada en el tótem de carne que se depositaba por todo lo amplio de su largo vientre.
La fui recostando hasta que quedó de lado en la cama, conmigo detrás de ella todavía conectados genitalmente. Sara se acostó boca abajo, a un lado de mis piernas con su cabeza a los pies de la cama, cuando sintió que su prima le destrabó el culo. Yo me iba a salir de Nena para ir tras el hoyito trasero de la Rojis, pero sentí tan delicioso el tener el cuerpecito de Mi Amor, así de ladito metido en ella, que empecé otro vaivén tomándola de la cinturita. Ella se quejaba bajito, casi dormida, cuando entraba y salía de su vaginita desde atrás. Sentía sus redonditas nalgas en mi vientre y sus cachetitos interiores tan pronunciados en el lomo del garrotote, deslizándose con facilidad por tanta humedad que había allá abajo. Mis brazos la rodearon completamente, pasándose por su pecho como si fueran carrilleras de soldadera, pegándola bien a mi cuerpo, con su espalda bien unida a mi pecho y la atacaba con golpes cortos de verga, martirizando su sensible vaginita.
Al voltear a ver a Sara, a nuestros pies, boca abajo sobre las sábanas, noté como se abría las nalguitas y me ofrecía su colita, mirándome fijamente con sus ojazos sumamente maquillados, invitándome a desvirgar ese agujerito que ya se veía bien dislocadito, listo. En un primer intento por separarme de Nena, le empecé a sacar la verga de sus profundidades, pero ella me agarró con las uñas de un muslo y me dio a entender que no quería que me saliera todavía. Así que lo que hice fue darle la cogida más dura que hasta esa fecha le había propinado a mi pobre Beba. Con violencia inusual la prendí bien del tronco y sólo con mis caderas la ataqué con fuerza, hasta casi sacarle sangre por la papita, hasta casi freírsela con la fricción de mi venoso cacharro.
La pobre se quejaba lastimeramente al sentir semejante agobio dentro de su mini vagina con semejante salvaje bien metido en medio de ella. Pero no era dolor, era puro placer escondido en ese cuerpo infame que ni su dueña podía controlar. La Linda explotó en otro tembloroso orgasmo múltiple y se volvió a quedar como dormida, así, de lado. Le saqué el tarugo y me fui a colocar sobre las piernas de Sara, recostada boca abajo, abriéndose ella misma las cachas de su culito. Le puse la verga estirada de panza entre las nalgas y se la moví como si fuera la vara de un violín y la batí de frente y para atrás, deslizándosela ayudado por la miel de la Princesa que me cubría todo el tolete. Sentía su puntiaguda colita mordisquearme el garrote, delicioso.
Me separé de ella y así, yo montado sobre sus piernas cerradas, la apunté a su risueño agujerito. Se lo cabecié un par de veces y la Rojis, sin soltarse las nalgas abriéndoselas, se echaba de pompis al sentir el contacto del maldito. Poco a poco se le fue la cabeza y luego pude arropar media verga en su culín elástico, como toda ella. Empecé a atacárselo con movimientos no muy delicados, cuando observé lo poco que le incomodaba el grosor del animalejo. Ella se soltó las nalgas y se cogió de las sábanas, dejándome sentir, ahora sí, la frotación completa de sus nalguitas alrededor de la verga.
Al ver su carita de perfil sobre la cama, quise verla completa y le saqué el vergón del culito. La puse de espaldas al colchón y le abrí las piernas como si se la fuera a meter de misionero por la papita, pero se la apunté al anito. Otra vez se la encomendé a medias, pero ahora sí podía ver su hermosa carita completa. Su rostro hermoso, contrario a lo que se debiera suponer, no mostraba signos de esfuerzo. No había venas saltadas o nervios faciales descompuestos provocados por la lógica incomodidad que mis dos kilos de verga debían provocar en una niña de 13 años, atacada analmente por un maldito sátiro como yo. No, sus facciones no cambiaron. Bueno, el placer que estaba experimentando le iluminaban más su bellísimo semblante.
La jalé de las piernas y las puse sobre mis muslos. Ella se afianzó con sus largas manos de mis piernas y se dejaba mover de la cinturita sobre el deforme fenómeno, casi a tres cuartos dentro de su cagoncito, no se lo quería mandar completo, se me hacía muy delgadita, muy frágil para poder con él entero. Ya no pude más, se veía irreal de lo hermosa que estaba esa noche, así que me recosté sobre ella para besar su proterva boca. Mi Rojita se prendió de la mía para darme una buena ración de serpentina lacia de carne, explorando con suavidad todos los rincones de mi hocico de burro embelesado. Claro, por supuesto que ya no aguanté mucho esa lengua diabólica y sentí la venida encaminarse por todo el apretado cilindro que le guardaba a esa Infanta descocada.
Me moví fuerte dentro de su culito, fuerte de verdad. Sarita abrió su boca sobre la mía, solamente eso, nunca se quejó. Al sentirme libre de su exasperante boquita la pude observar bien. Qué linda se veía, qué belleza de mujercita! Se la saqué y me puse de pie, llevándomela conmigo y poniendo su rostro debajo de mi vergaza, muy grande y gruesota, como nunca. Me masturbé en sus narices, quería cubrirle toda la cara de lefa cachonda, estaba perdido por el placer y el alcohol, y su bella cara me sacaba de mis casillas. Los chorros salieron a presión golpeándole las mejillas y la frente con fuerza. Le dije que abriera la fresa de boca que tenía y le metí la cabezota como se pudo, casi no le cabía y me seguí descargando en su buchaca, dándole el resto de leche que viajaba a la luz por el túnel del pito.
Todavía me la estuve exprimiendo metida en su boquita, hasta que ya no salió nada se la saqué y se la pasé por los labios, embadurnándoselos con la humedad que la rodeaba, con los restos de atole que traía de mostachos y de barbitas en sus lisitas mejillas. Le solté y como si lo estuviera esperando, cayó de lado, como adormecida, con una manita en su culito, cubriéndolo solamente, como si todavía sintiera algo metido en él. Volteé a buscar a Nena y estaba recostada, pero sobre su otro lado. Es decir, se acomodó para presenciar el espectáculo que Sara y yo protagonizamos.
-Qué bárbaro, tío. Casi la desarmas, jijiji- me dijo impresionada.
-Nombre, mi amor. Casi ni se quejó.
-No, verdad? Como que le gustó mucho.
-Sí, muchísimo. Es rico, quieres?
-Bueno. Pero despacito, eh? Desde acá se te veía gigantesca la esa.
-La qué?...
-La vergononona! Se te veía bien apretada en la colita de Saris. Qué barbara! Cómo le cabe?! Es demasiado- me respondió. Seguramente veía, por entre mis piernas, como le retacaba el culo a su primita, con mis rodillotas bien apoyadas en el colchón.
-Tú estás más grandecita que ella. Lo intentamos? Te animas?
-Ándale, vente- me dijo abriéndome sus lindas piernas y agarrándose el blanquecino culín con su mano derecha, enseñándomelo decidida. Seguramente contagiada por el momento y por lo que presenció.
-Al ratito, mi vida. Déjame tomarme un wuishkito y probamos, sí?
-Ok. Me voy a dormir un ratito, me dejaste muy cansada, jijiji.
-Ándele, mi amor. Duérmase mi vida.
Fui al baño y me lavé la verga. Mojé una toallita de manos y vine y se la puse a Sara entre las nalgas, para menguar un poco las molestias que seguramente, iba a sufrir en una horas.
Me serví otro trago, bien cargado y me senté cerca y frente a la cama, a ver de cerca de mis Amores dormidos, en santa paz, aunque sea momentáneamente.
Qué hermoso cuadro. Hasta dormidas se veían sicalípticas esas adolescentes. De verdad que eran muy guapas y agraciadas. Parecían ángeles inmorales recostados en una nube, imperturbables y serenos, inalcanzables. Y tan pequeñas, tan jovencitas, tan tiernas. Inocentes, pues ya no tanto, pero no dejaban de ser una niñas, unas sublimes niñas tiernitas, pero congestionadas de libídine, de sexualidad, de desenfreno.
Nena boca arriba, con sus piernas morenitas y muy torneadas en "4", mostrando su rajita divina, capaz de enloquecer a cualquier hombre hasta la locura, hasta el suicidio. Con su mano derecha sobre un muslo, muy cerca de su vagina, como si se la estuviera acariciando para arrullarse. Aún dormida sus pezones apuntaban para arriba, bien hinchados; ella bien dormida, pero sus botones bien despiertos, preparados para una boca. Su otro brazo doblado abajo de su nuca, mostrando la perfección de su axila nívea, clara, nacarada, y dulce, muy dulce. Ya se me había hecho vicio degustárselas, lamérselas todas cuando la hacía mía, llenárselas bien de mi saliva, sentir su tibieza y gran suavidad con mi lengua.
Sara, boca abajo. Con sus piernas igual que Nena, pero con su papita sobre el colchón y sus ampulosas nalguitas bien sacadas para arriba con la toallita en medio de ellas, curando un poco mis inmoralidades, mis atentados sobre ella, tan bella. La línea de su espalda tan frágil y grácil hacía juego, por arriba, con la perfección de su cuello de cisne, largo y muy delgado. Por abajo, la brevedad de su cintura era increíble. ¿Cómo era posible que en un espacio tan reducido pudieran caber estómago, intestinos, hígado, riñones, órganos reproductivos, etcétera? Observándola invitaba, en verdad, a razonar el cómo. Luego venía la curva desesperante de las caderas, esa curva de casta, pues todas las mujeres de esa familia la tenían. Y por fin, sus nalgas. Bien paraditas, bien pompuditas, riquísimas. Sus larguísimos brazos descansaban bajo de su cabeza rojiza y sus cabellos cubrían gran parte de ese rostro tan magnífico. ¿Quién pudiera tener asegurado el amor de esa diosa? Se preveía que en pocos años sería una de las mujeres más hermosas que se hayan visto en este país. Y vaya que lo fue! Y lo sigue siendo, ya de 29 años: IMPRESIONANTE MUJER.
Mis reflexiones muy profundas y mis tragos muy cargados iban al parejo. Cavilando, fumando y bebiendo se me fueron dos horas y casi media botella de wishky. Nena se despertó y me sonrió, levantándose y saludándome con un besito en los labios. Fue al baño y de regreso se sentó en mi regazo y se acomodó como mi bebita linda. Platicándole y compartiéndole de mi bebida, poco a poco nos empezamos a sentir acalorados de nuevo. Nos besábamos suavemente, a fuego lento. No acariciábamos más como novios que como amantes, muy tiernamente y seguíamos conversando.
Se nos despertaba una sed rara que apaciguábamos con licor a grandes tragos, entre beso y beso. Mis manos recorrían su estómago y sus muslos, maravillado de semejantes textura y contornos, que no me cansaba de conocer y reconocer. No lo podía creer: Desnuda completamente, recostada encima de mí, desnudo también, como lo soñaba meses atrás, cuando buscaba la manera de sentármela en las piernas, cuando llegué a vivir a esa casa. Cuando andaba cerca de mí y la tomaba de la mano y le decía: -Ven para acá, Reinita. Quiero hacerte cariñitos- y ella depositaba sus exquisiteces en el regazo de su tío que tantas ganas le traía. Que tantas inmundicias soñaba con hacerle en todas las partes de su tan exasperante morfología de niña linda.
No dejaba de decirle, mientras recordaba aquello, lo hermosa y rica que estaba y ella no dejaba de aclararme que era toda mía. Era como un sueño muy romántico. A los 20 minutos ya estaba borrachita. Sus ojos empezaban a adquirir ese brillo perverso, anunciándome la metamorfosis sufrida por estas adolescentes cuando se convertían de niñas tiernas en mujeres siniestras. Nuestros besos crecieron en rigor y al poco ya mis dedos la exploraban vaginalmente, con confianza masculina. Sus piernazas estaban bien abiertas sintiendo como le recorría el chochito completo y su boca también, sobre la mía, besándome cálidamente.
Con dos dedos bien embadurnados de su loción, empecé a forzarle el anito, hasta que se lo traspasé. Los moví dentro y sentí como daba de sí. La puse de pie en la alfombra y alcancé el tubo de vaselina que tenía en el buró, el que compré en la farmacia. Lo abrí y me apliqué una buena cantidad en la punta y alrededor del animalote, esparciéndolo bien por todo el cañón. La Diva miraba algo temerosa la brillosa escopeta que pretendía mandarle a guardar, así que sin darle tiempo a seguir razonando la volteé y de espaldas a mí, la fui bajando a sentarla en él. Le apunté el cernícalo en medio de sus portentosas nalgas dejándola caer suavemente sobre él, sobre la punta, ya bien dilatada mi Niña. Ella se sostenía de los brazos del sillón, meneando instintivamente, el trasero redondo para que fuera dislocándole el cagoncillo. Cuando le entró casi la mitad, se salió y se echó un delicioso pedito sobre la cabezota del cíclope, nos reímos y se acomodó de nuevo para meterse de seguidillo la verga, hasta el mismo punto en que estaba antes de su episodio musical.
Poco a poquito se la hundí casi toda. Como a Sara, no pensé que le fuera a entrar todo, sería demasiada carne para Mi Reina metida de semejante manera en su cuerpo. Pero no, me equivoqué, se le fue completa! Cuando estaba plenamente ensartada la empecé a mover sobre la verga, circularmente como ella lo había hecho antes. Sentía que me cercenaba el fierro con el culito tan apretado y devorador. El anito de Sara me volvió loco, pero éste me estaba matando, lo juro. Su temperatura era mayor al de la Rojis y la vista infame de su traserazo en mi regazo era demencial, embrutecedora.
Así, bien engarzada en mi cavernícola, me puse de pie y la subí de rodillas en el sillón, apoyada en el respaldo. La tomé de la cinturilla y le di calor y algo más durante 10-15 minutos. Le salía lumbre de culo a esa Heroína, y a mí me salía lumbre de los oídos, de la nariz y de la boca. Le di una pavorosa cogida por la colita a esa pobre niña, estaba poseído por el alcohol y la lubricidad. La voluptuosidad de las nalgas de la Nena, de mi Nena, me abarrotaban las entendederas, me llenaban de mecos el cerebro. La Diva casi despegaba sus rodillas del asiento por los impulsos tan largos y fuertes que le propinaba embutido, por la verga, dentro de su castigado fundillito.
Se quejaba muy fuerte, muy afligidamente, como si la estuvieran atormentando. Y cómo no?, si eso era lo que le estaba haciendo el trastornado de su tío a quien ella tanto quería. Me valía queso que la escucharan en la habitación contigua y por el pasillo del piso del hotel, me valía la quesería completa, ¡que rico culito me estaba chingando! Cambié de "técnica" y adopté movimientos lentos y muy largos, sacando mis 9.5 pulgadas, casi completas hasta dejarle sólo la punta del bruto en la puerta anal y luego los iba hundiendo poco a poco, sintiendo cada granito inflamado del maltrecho ano de mi Reinita, casi convirtiéndoselos en hemorroides y haciéndola sentir cada venota de la salvajada que sin parar le metía y le sacaba lentamente.
De repente se enderezó y con ambas manos me empujó para atrás, haciéndome entender que se la sacara urgentemente. Me asusté, pues pensé que ya le había descompuesto algo por dentro, no sé, que ya le había reventado el culito. Pero apenas saqué la cabezona, cubierta de caquita de niñita violada y escuché la deliciosa sinfonía de peditos continuos que le entregó al bruto, hasta su brisilla pude sentir sobre la húmeda cabezona de la verga. Igualita que su madre cuando le destrocé el culo en aquel motel, cuando empezamos. La Diosa le heredó sus talantes artísticas y musicales. Cuando puso fin a su concierto, ella misma se echó de nalgas sobre su amiguín y se lo fue guardando completo, de nuevo. Durante todo el trayecto del tubo vergueril en su futis, me miraba por encima de su hombro, demostrándome lo mucho que le gustaba ese nuevo método de arbitrariedad infantil que le estaba enseñando, ese novedoso procedimiento de depravación inicua, desconocidos para ella, hasta ese día.
Ya no di más. Era demasiada lubricidad. El sólo hecho de saber que tenía prendida completamente por el ano a esa Deidad tan deseada, me desbocó el mar de flemas que deposité sin pausa directamente dentro de ella. Hasta que sentí completamente vacíos mis costales, le saqué la verga a esa pobre niña. Su ojito quedó muy distendido, muy abierto y desbocinado. La tuve que llevar cargada al baño y sentarla en el inodoro, a cagar y expulsar el jarabe de su tío y algunos buenos pedazos de mierda que se vinieron acompañando el suero.
Abrí la regadera y le lavé bien el culín, por dentro y fuera. Se quejó un poco, pero más que nada del cansancio que sentía. La jornada fue larga en verdad. Ya teníamos 20 horas de andanza. Eran casi las 4:00 de la mañana. La recosté con su prima y me fui a la cama de ellas, al otro cuarto. Primero fue Sara la que me alcanzó allá, como a las 7 am, luego a la hora, sentí que Nena también se acurrucaba con nosotros. Así despertamos, a las 12 del día, con las dos encima de mí, bien abrazadas al pecho de su tío amado, todos desnudos.
Nos metimos a bañar y yo me reporté a la casa, para informarles que pagábamos el hotel, desayunábamos y salíamos para allá. Mi viaje fue muy solitario, Mis Estrellas se acomodaron cada una en un asiento y todo el camino lo hicieron inconscientes, abrumadas y colmadas de obscenidades y de cansancio. Agotadas por los juegos mordaces del degenerado de mí, su querido tío político.
Cuando entramos a la ciudad, las desperté. Les compré una soda en un Super 7 y la bebimos platicando los tres. Sara estaba encantada, dichosa e impaciente por repetir la experiencia. Cómoda, no se quejaba de nada, decía que se sentía muy bien. Nena lo mismo, juraba que no sentía ninguna molestia y que estaba lista para otro viajecito. Cuando terminamos nuestro refresco, a La Reina le tocó llevarse las botellas desechables a un bote basurero a unos 10 metros de nosotros, Sara y yo la observamos, nos miramos extrañados por el raro caminar de Nena y la guasona pelirroja le empezó a cantar:
... &... Paaaasito tun-tun, pasito tun-tun, pasito tun-tun...&... pasito tun-tun...&... pas....
¡¡ ALMA MÍA!!