Yo estaba segura de que mi relato "Hijos del Diablo- 5" sería el último que compartiría con ustedes, amables lectores, antes de partir con mi hermana Nena a los EEUU; pero en estas semanas han ocurrido cosas nuevas que quiero compartir con ustedes, cosas llenas de morbosidad y locura.
Tal vez, más que nada, lo que pretendo al hacerles mis confesiones es desahogar el gran sentimiento de culpa que presiona mi pecho y mi garganta después de haber abusado de mi cuerpo, del de mi hijo y, ahora, del cuerpo de una "inocente": Karla, la vecinita de mi hermana de 11 años de edad (Hijos del Diablo-2).
Y digo después porque sólo después de haber hecho lo que hago, es que caigo en cuenta de que estoy mal; pero antes y durante, no me puedo controlar. La calentura que me invade puede más que yo; y mi vista y razón, nubladas por la excitación, impiden que mida las consecuencias de mis actos sexuales, llevándolos a limites peligrosos.
Sí, amigos. Como lo escribo. Fui incapaz de controlar mis instintos morbosos con esta niña, quien también a pesar de su corta vida, está cargada de sexo y lujuria. Les platico:
Después del problema surgido con Jaime, mi hijo, cuando prácticamente reventó vaginal y analmente, a su prima Lucy y días después trajo a casa a su amigo Diego, pretendiendo tener una orgía conmigo y con su primita, las cosas se pusieron muy tensas entre él y yo. Casi no nos dirigíamos la palabra y nuestras relaciones incestuosas y de todo tipo, estaban en cero. Ni pensaba en eso, eran otras mis prioridades.
Mi urgencia principal era conseguir que Fer me firmara los documentos necesarios para la venta de la casa y el coche, juntando así lo más que pudiera en efectivo e irme con Nena y sus hijos, a vivir fuera de México.
Después de tener todo lo necesario para la venta e incluso clientes para mis cosas, caí en un delicioso estado de relajación motivado por haber conseguido ya mis objetivos inmediatos.
Era de esperarse, mi cuerpo empezó a pedir acción. Los días eran una auténtica pesadilla y las noches un infierno. Mi vulva estaba inundada a toda hora. La calentura que traía me hacía mirar borroso. Ni la lectura, ni el trabajo, ni la TV, ni las amigas, ni las duchas a todas horas, NADA impedía que mi cuerpo hasta temblara ante el más mínimo recuerdo del cercano pasado. Claro, si hacía pocas semanas que a diario, sin importar que estuviera en período de regla, era atendida sexualmente por mi hijito, y ahora nada de nada... Me estaba volviendo loca, ¡deveras! Tenía sueños diabólicos, donde aparecían mi hijo y su amigo Diego el hermoso, atendiéndonos a Lucy y a mí, con sus imponentes vergonas.
Empinadas, mi sobrina y yo, nos dábamos lengua perversamente, mientras mi hijo la clavaba a ella y Diego me reventaba con su fierro a mí. Clarito podía sentir la gordura y extensión de la vara de él invadirme la vagina hasta las tripas. Bañada en sudor y bufando, despertaba y ya no podía dormir en todo lo que restaba de las noches. Me levantaba peor, muy caliente y muy cansada. Incluso bajé como 6 ó 7 kilos. En algo me ayudó, me puse muy guapa. Mi cintura se redujo y se marcó y los pechos se me redujeron un poco, pero las piernas siguieron llenitas, además mi rostro se me afiló; me veo más bonita y joven, pero muy ojerosa.
Planeaba cosas absurdas como darle a Jaime pastillas para dormir, de las que toma Nena mi hermana y por las noches deslizarme a su cuarto y gozármelo sin que se diera cuenta. Pero una noche que pasé por allí, él estaba bien dormido y desnudo boca arriba en su cama.
Su cosota descansaba en su muslo: gigantesca, gorda, rica. Eran fácil 20 centímetros de verga en reposo total que dormían como él. Pasé con cuidado al interior de la habitación, para verla mejor, y me llegó el tufo a alcohol, a borracho. Ya estaba bebiendo todos los días sin control. Eso me hizo desechar la idea de "dormirlo" con pastillas. No fuera yo a intoxicarlo o a envenenarlo. ¡Madre santa!, deseché la idea.
A los dos días se enfermó de la garganta; se puso muy mal y lo tuve que cuidar. Ni modo, es mi hijo. Lo velaba y lo medicaba como buena madre, pero siempre fijándome como se le paraba la bestia con sólo sentirme cerca. El muy cabrón se descubría las sábanas y se la zarandeaba cuando le tomaba la temperatura o le llevaba las medicinas. ¡¡Madre mía!!, como que le creció más. La tiene inmensa de larga y gruesa. Además los huevotes los tiene más grandotes, se le ven pelotudotes. ¿Será porque anda de padrote o porque se está desarrollando? Quién sabe...Total que yo me hacía como que no se la miraba, pero me la quería tragar todita, te lo juro. Luego él me quería meter mano por debajo de la falda cuando estaba al lado de su cama. Yo simplemente le decía, con calma, que si se quería quedar solo con sus enfermedad que me siguiera manoseando... Nada tonto me soltaba y ahí quedaba todo. Salía temblando de su cuarto y me iba a la cocina a meter las manos en agua con hielo; te juro que me moría por masturbarlo y chupársela todo el día, como antes.
Nuestras relaciones mejoraron. Nos hablamos y nos tratamos otra vez civilizadamente.
Pero yo seguía empeorando. La calentura y la necesidad de verga me mataba.
Me metí por la vagina pepinos y envases de todo tipo y tamaño. De shampoo, de desodorantes, etcétera. No. Nada me servía. Necesitaba una muy buena verga, ya me había acostumbrado. Andaba como perra en celo. Un sábado le llamé a Fer con la esperanza de que me aceptara invitarlo a platicar de nuestro hijo a algún café y ya allí, insinuármele para que me diera calor. ¡Sí aceptó! Me puse muy linda: minifalda sin medias, negra como a él le gustaba. Blusa blanca de manga larga, pegadita a la cintura y de fuera. Zapatillas abiertas con un buen tacón. Muy maquillada de los ojos y con los labios muy rojos. Bien perfumada. Con el cabello suelto y voluminado. ¡¡Matona!! No se me podría escapar. Total, era un palito, nada más...
Llegó algo tarde y de pasada con su vieja!! Los dos se dieron cuenta, de volada, del plan que yo llevaba. ¡Parecía puta! Cómo no se iban a fijar... se tomaron su café y se fueron inventando algo y presionado por ella, maldita.
Acabé peor, cansada, más caliente y... deprimida... me lleva la fregada!
Pedí una cerveza y un tequila. Quería ahogar mi vergüenza , mi derrota y mi calentura. Me sentía mugre, te lo juro. A la hora de estar ahí sentí una mano en mi hombro y un saludo. Era Leo, mi cuñado que iba a comer allí con una dama. Papito! Estaba más delgado y guapo. Me presentó a su amiga y de pie me decía algo que ni escuchaba ya que yo, disimuladamente, le miraba el bulto que se le dibujaba en el pantalón. Hay mamá, que sabrosa se le veía. Abultaba la bragueta delicioso. ¡Que urgida andaba! Si no hubiera venido acompañado, yo misma le hubiera pedido que me llevara a un motel y me ensartara esa delicia que se le notaba en la entrepierna, ¡me vale madre!.
Le pregunté por su hija, Lucy. Me dijo que estaba bien, que se veían una o dos veces por semana para "comer o cenar". Sí tú, pensé otra vez... "mientras tengas esa hermosura de 22 centímetros, gruesota y cabezona, que ya conozco... ella seguirá comiéndote y cenándote, cabrón". "Si hubieras venido solo, yo te la comía ahorita y te la cenaba al rato... a mamadas, chiquito, estás bien bueno". Qué bárbara, andaba ardiendo y con los tequilas...
Se despidió y se fue.
Después de varios tequilas y cervezas, me fui a la casa derrotada, nada se me daba, estaba jodida. Eran las 5 PM cuando llegué y me encontré con el colmo: Jaime y Diego, los gigolós, en la casa bebiendo y de pasada los dos en traje de baño mojados quesque porque según ellos venían de una fiesta de piscina.. No les dije nada desarmada por la amabilidad y el encanto de Diego el bello, que al verme de inmediato me chuleó diciendo que estaba muy bonita y delgada. Claro, con esa minifalda me veía muy rica. Me invitaron a sentarme con ellos y a tomarme unos tragos. Ambos, uno por un lado y otro por el opuesto me sirvieron bebida y botana. Ufff, a cada lado de mi cara tenía sus chorizos perfectamente dibujados en sus bikinis mojados. ¡Impúdicos!, cómo podían andar así. Ya me imagino a mujeres y hombres en la alberca esa donde andaban, devorándoles con la mirada los paquetones.
El calzón de mi hijo era color celeste y el de Diego blanco algo más larguito. Como semi bóxer, muy arriba en sus musculosas piernotas que tiene y que me enloquecieron la última vez que estuvo aquí. Jaime se sentó a mi lado y el otro canijo se trajo un banco de la cocina y se plantó a un lado de mí. Su calzón se transparentaba muy bien y se intuía perfectamente la forma de su chile y su huevotes. Ni una manota de luchador podría cubrir ese bultote.
Yo con los tragos que me tomé en el restaurante ya andaba muy suelta y le veía con descaro el camotote que me enseñaba maliciosamente a 50 centímetros de mi cara, recordando lo que le había dicho semanas antes, que su verga era la más grande y hermosa que hubiera visto jamás.
Seguimos bebiendo hasta después de las 6 y yo ya me sentía muy peda y caliente. La temblorina de mi voz era muy notable. Estaba muy caliente y nerviosa viendo como la verga de Diego casi se salía por un lado del traje de baño, excitado por mis constantes miradas y coqueteos. Y estaba muy impresionada por esa visión, parecía que traía una víbora adentro del calzón. Gruesota y como que se le enroscaba hacia un lado sobre el muslo, imponente.
Me levanté y fui al baño. Cuando estaba sentada Diego entró y sin más se sacó el animalón y se puso a mear en la regadera, según él porque ya no aguantaba y mi hijo se había ido al baño de arriba. El chorro de pipí que lanzaba me dejó asustada, ¡parecía caballo! Yo terminé de orinar y ni me moví, quería ver todo el show. La reata le daba a medio muslo, semi erecta, gruesota y pesada. Cuando terminó se la sacudió y se la jaló adrede un poco, para que yo se la viera. Ya no pude más, lo jalé del traje de baño a medio muslo y lo volteé de frente. Sin perder tiempo metí mi cara en sus íngles a besarle el portento de huevos que tiene, mientras él se seguía masturbando sobre mi cabeza, para que se le parara toda.
Al sentir los golpecitos que me daba en la cabeza con su vergona ya erecta, me enderecé y le empecé a chupetear la cabezota con desesperación, con locura.
Le agarré el fierrote con ambas manos. ¡Gigantesca, terriblemente grande y poderosa! Mis manitas se disminuían sobre semejante bestialidad y mi boca era forzada por él para metérmela, pero era imposible... nunca iba a entrar esa locura de miembro entre mis labios.
Al sentir su insistencia le dije que lo olvidara que jamás me entraría en la boca y me respondió que me la quería meter aunque fuera a fuerzas. Le respondí ya muy salida y descontrolada que si quería metérmela me la diera todita por la vagina. Me quité los calzones y me subí la falda hasta la cintura. Sentándome en el inodoro sobre la tapa y abriéndole las piernas le grité que ya me la diera, que no esperara. Ya me andaba.
Se puso de rodillas y me la empezó a clavar riquísimo, lento y de seguidito... ¡Papito! Me estaba matando del gusto. Me estiraba toda la vagina, me la abría como nunca una verga me la abrió. Sólo cuando nació y luego cuando me cogió, Jaime mi hijito, sentí que se me abría tanto. ¡Qué vergota me estaban atrancando!
Volteé para abajo y no iba ni a medio garrote, eran como 15 centímetros los que faltaban por meterme y yo ya estaba gozando como nunca. Lo agarré del cuello y me prendí de su boca en un beso muy, muy necesitado; hambriento, diría yo. Me desabroché la blusa y le aventé encima mis pechos, Diego se prendió de ellos, no sin antes decir que los tenía muy bonitos; con eso me ganó por completo. Después de sentirme todo el puto día que tuve , como una mugre, eso me sirvió mucho, me levantó la moral y viniendo de semejante ejemplar de hombre... mejor! Sentí como desde los más profundo de mi cuerpo venía mi primer orgasmo en semanas. Lo sentía llegar fuerte. Casi lo escuchaba y... DING, DONGDING, DONG...
¡¡El timbre!! Mi hermana, de seguro. Quién más... Y seguían tocando. A lo lejos escuché a Jaime gritar que tocaban a la puerta. Todavía estaba en el baño. Le dije a Diego que me soltara y que me la sacara, que de seguro era la tía de Jaime quien tocaba. Que se quedara en el baño hasta que se fuera, que ni se le ocurriera salir. Si Nena veía como se le notaba el garrote a éste no iba a poder explicarme nunca.
Sin ponerme la tanga fui a abrir la puerta y nada. No era mi hermana, era Karla su vecinita, la niña que "jugaba" con Lucy y con Jaime. La de la boca grande que les platico en "Hijos del Diablo-2". Venía llorando fuerte. Su pechito se estremecía cuando quería agarrar aire. Asustada le pregunté qué le pasaba y la metí a la casa cerrando la puerta después de fijarme si no venía alguien más con ella. Viéndola así se me hacía raro que viniera sola.
La senté y le seguí preguntando qué le pasaba. Ella entrecortada, casi atacada, respondió que sus papás se habían peleado muy feo. Que su papá le había pegado a su madre y que ella estaba muy asustada. Le acaricié el cabello con pesadumbre sincera y la traté de calmar. La senté en un sillón y la recosté sobre mi falda, sobre mis muslos vaya, ya que sentada la falda me llegaba muy arriba. Diciéndole que se calmara, yo volteaba a ver la puerta del baño, donde estaba encerrada la salvación de todas mis calenturas, esperando que esta nena se calmara y se fuera mucho al carajo. Quería seguir en lo que dejé pendiente. Traía la vagina inundada, encharcada.
En eso llegó Jaime, mi hijo. Al ver como estaba Karla se sentó en el suelo y la empezó a acariciar también de los cabellos y a decirle tiernamente que se calmara. Hasta las fosas nasales de mi hijo llegó el olor de mi entrepierna desnuda, de mi vagina abierta y muy mojada por el camotote que me habían metido cinco minutos antes. Curioso se acercó más y se asomó entre mis piernas, por debajo de la mejilla de la niña y se encontró con mi vulva muy mojada y olorosa. Jugando, haciéndose el chistoso, le cantó a Karla: "Mi mamá no trae chones, mi mamá no trae chones". Yo lo llamé al orden, pero la nena se medio separó de mí y desde donde estaba se asomó por debajo de mi faldita y notó mi peludito chocho.
-Viste?, le preguntó Jaime
-No, no es cierto, dijo Karla.
-Sí, mira, mete la mano... Le dijo mi hijo.
No lo podía creer, sentía los deditos de la niña recorrer mis muslos por en medio, dirigiéndose a mi gruta. Los cerré sin pensar, sólo para que mi propio hijo me agarrara de las rodillas y me abriera bien las piernas. Incrédula sentí los fríos dedos de la chiquilla recorrer los labios de mi vagina caliente, humeante. Está bien mojadita, Jaime, le dijo a mi hijo. Sí, Karla, te gusta?, le preguntó mi hijo. Después de responderle que sí, que le gustaba mucho, esta pequeña me empezó a levantar la falda y al no poder hacerlo pues me queda muy apretada, me miró como invitándome a cooperar, no lo podía creer, yo sola me enderecé y me llevé la mini prenda hasta la cintura.
Tan pronto me acomodé en el sillón con la falda bien enrollada, ella se dirigió a mi ingle y curiosa la recorrió con sus deditos, mientras mi hijo, confiado se dedicó a besarme y lamerme las piernas. Lo retiré de ellas de un empellón y le dije que no me tocara. Qué estúpida, verdad. Se hizo a un lado, sin poder disimular un puchero y mirándome con tristeza se le llenaron sus ojazos de llanto, sintió feo mi pobre bebé, qué mala... Le dije que viniera y me lo acomodé en el pecho, me saqué una teta y le dije cariñosa que me perdonara y que me la chupara rico, mientras Karlita me empezaba a comer sin que nadie le dijera nada. Podía sentir como la lenguita de la nena me llegaba bien adentro de la vagina y jugueteaba ágilmente en mis interiores. Sacándome suspiro tras suspiro, encantada, con mi hijo ya con mis dos pechos de fuera, alternándose feliz sobre cada uno.
Jaime, tomándola del cabello la separó de mí y le dijo que siguiera lamiendo. Cuando la separó me dijo:- ¡Mira, mamá, mira la lengua de Karla! "Iiiihhh, ¡Qué barbaridad!", dije muy sorprendida. Larguísima, muy delgada y ágil. Pero lo más sorprendente es su longitud: De 10 a 12 centímetros; parecía una lengua de serpiente que me localizaba el clítoris y lo latigueaba con destreza y exactitud, volviéndome loca. Qué delicia...
Ya en el colmo de mi calentura, agarré a mi hijo y le dije que me comiera él también, que si ya no le gustaba y él me respondió que sí, que era lo que más le gustaba, pero que tenía miedo que lo rechazara. Le dí un beso en la boca y le repetí que me perdonara y lo bajé al suelo a chuparme también. Eché mis piernas hacia delante y las abrí lo más que pude y tomé a cada uno de ellos de sus cabezas, hundiéndomelas sin compasión, ahogándolos con mi necesitada vagina. Sentí infrenable mi orgasmo tan atrasado y necesario; les bañé las bocas y las mejillas a estos diablillos que me tenían al borde del desmayo. Pude ver como se besaban. Allá abajo, entre mis piernas se intercambiaban mis jugos, dándose lengua mutuamente. De mi vagina salía vapor, te lo juro.
Estaba de lo más entretenida viendo como Jaime gozaba de la larga lengua de Karla, en un beso demoníaco, justo frente a la vagina mojada y humeante de su madre, entre mis piernas todavía, cuando sentí unas manotas en mis pechos, sobándolos con pasión. ¡Era Diego, el hermoso!, ya se me había olvidado en el baño. La atienden bien, Señora?, preguntó. Yo sólo le sonreí y le dije, casi inconsciente por la lujuria- Dame tu vergota, mi amor, te la quiero mamar. Desde allá atrás la pasó por encima del respaldo del sillón, como si fuera manguera y me la acercó a la boca, enorme. Se la chupetié y le dije que la tenía muy rica. Se brincó por encima del sillón y quedó sentado a mi lado, viendo como se besaban "los niños".
Lo masturbé y le acaricié la cabezota del chile y perversa le hablé a Karla y le dije que mirara lo que tenía en mis manos. La nena dejó de besar a Jaime y fijó su mirada hipnotizada sobre la monstruosidad que le enseñaba. Yo, con los dedos de una mano recorría todo el tronco de la reatota de Diego, mostrándosela a la niña y con los dedos de la otra me recorría la raja de mi vulva, descontrolada, casi inconsciente de la diabólica calentura que sentía. Qué vicio y qué placer ver a esta niñita de 11 añitos a nuestros pies, mirando extasiada esta vergona de película, que yo malévolamente le enseñaba.
La chiquilla miraba incrédula y sorprendida la longitud y el grosor de la vergota, mientras me masturbaba y le preguntaba si quería. Sólo afirmó con la cabeza y se arrimó al mastodonte que le ofrecía.
Diego la tomó con una mano de la nuca y con la otra se agarró la verga y se la frotó a la niña en toda la cara. Al mirar a mi hijo solito, le hice la seña de que viniera y se comiera a su madre otra vez. Sin rodeos se metió de cara entre mis piernas y me empezó a chupar toda la vulva. Yo puse mis pies, calzados todavía con mis zapatillas de tacón, sobre la mesa de centro y lo agarré de la nuca con ambas manos, ensartándomelo en la vagina, ahogándolo en mi vulva, perdida completamente, entregada al vicioso momento.
"El Hermoso" le dijo a la nena que abriera bien la boca y yo incrédula y escéptica nunca pensé que le fuera a caber eso en la boquilla. No podía ser posible...
Qué espectáculo macabro ver como poco a poco Diego iba invadiendo la cabeza de la niña por la boca con su impresionante hombría. Karlita estaba casi de pie, con sus manitas se apoyaba de las piernas de él. Hincada no hubiera podido maniobrar para mamarle el coso a este hombre. Tiene una reata como de 28 centímetros de larga y unos 7 de ancho, inmensa. La cantidad de saliva que generaba la boca de la niñita era escandalosa. Circulaba para abajo del cañón de Diego como si fuera una pileta rebosada. Las venas del camote se dibujaban claramente, poderosas y brillantes de tanta humedad.
Al rato de forzarla, ya clavada en su boca, él empezó un mete-saca con ritmo, tomando a la nena de las orejas. Parecía que se estaba masturbando con la cabecita de ella. El contraste de sus muslotes con la delgadez y fragilidad de ella era muy notable. Uno de sus muslones era tan ancho como el torso de la niña.
Así estuvimos un buen rato: Sentados en el mismo sillón, uno al lado del otro, él abusando de la niñita y yo de mi hijo. Obligándolos a satisfacer oralmente nuestros respectivos sexos.
Jaime hacía un esfuerzo por no asfixiarse en mi vagina. Yo no medía la presión de mis brazos al metérmelo entre las piernas. Ya no me chupaba, ya no me mamaba, sólo se dejaba usar como frotador en mi vulva. Yo no tenía ojos más que sólo para ver el espectáculo que me daban Diego y Karla. Jaime no me importaba. Es más, no me importaba nada que no fuera Diego, el machote y lo que él hacía.
En un gran esfuerzo mi hijo hizo que lo soltara y viendo cómo estaba absorta presenciando la invasión de la boca de la niña, se bajó el traje de baño y me acercó su macanota a mi vagina, queriendo invadirla también.
De una patada lo retiré de mis entresijos y le dije que no, que eso ya no... Él se quedó de piedra, callado. Yo me eché encima de Diego a besarlo con furia contenida, con pasión de la buena. Me bajé con Karla al piso y entre las dos nos pusimos a hacerle los honores a ese portento de hombre con nuestras bocas. Ella se la chupaba por la cabezota y yo se la mordisqueaba y lamía por los costados. Cuando la nena se bajaba a los huevotes yo me prendía de su cabezona y le metía la lengua en el orificio del glande, tan grande que parecía un culito. Me di el lujo de prenderme de la boca de la niña en un beso lésbico delicioso, nunca en mi vida había besado a otra mujer. Quién sabe si este beso valdrá para decir que soy bisexual. Me vale, la boca de esta nenita es manjar de reyes y su lengua es un postre demoníaco; la sentía por todos los rincones de mi boca. Allí me venía un nuevo orgasmo. ¡Qué bárbara, cómo besa esta niña!
Sin pensarlo dos veces, me solté de Karla y me levanté, a velocidad luz me despojé de la falda y la blusa y me monté sobre el animalón de Diego. Sin batallar se me fue parejito hasta el fondo. Ya no sabía de mí. Sólo sentía como esa tranca me rellenaba todo el útero, completito. Sentía como mis nalgas se separaban de más por la presión que esa descomunal vergota causaba en la parte inferior de mi cuerpo. Seguramente hasta mi esqueleto estaba sufriendo cambios ante tal invasión. No me importaba, sólo quería que me la clavara toda.
Los orgasmos se sucedieron uno tras otro, seguidos, ruidosos. Después de media hora llegó el de él. Poderoso, violento. Sentí como el camotón se la ensanchó más y explotó con terrible presión. Todavía yo seguí cabalgándolo como posesa, sintiendo su resbalosa viborota deslizarse dentro de mí, besándonos... yo con amor y él, no sé.
Me depositó a su lado en el sillón y se levantó diciendo que iba a bañarse, que estaba muy sudado. Yo, enamorada, lo vi caminar al baño del segundo piso, embelesada contemplé sus nalgas y sus piernotas. Papacito, qué hombrote, lo amo- pensé.
Hasta que desapareció recalé en "los niños" y al voltear a verlos los dos estaban con la boca abierta. Impresionados por el espectáculo que les habíamos brindado. Jaime cerró su boca y bajó su cara con infinita tristeza. Mi sentimiento de madre pudo más que todo y lo llamé a mi lado. Al principio se negó, orgulloso y dolido; pero al fin vino a mí. Disgustada, le dije reclamándole que a quién chingados se le ocurría platicar de nuestras relaciones, que si estaba pendejo o qué. Me dijo que lo sentía, que nunca volvería a ocurrir y que si por eso decidía ya no estar con él nunca más, que lo aceptaría.
Lo recosté sobre mi pecho y lo apapaché, enternecida por su respuesta.
Después de unos minutos y cuando escuché abrirse la ducha le dije quedito: -Métemela, hijito, todavía traigo muchas ganas. Ándale. Pero que sea rápido no quiero que nos vea Diego...
Me acostó sobre el sillón a lo largo y me la hundió TODA, todita me cupo. Ya no se quedó nada de fuera. Sus 24 centímetros se me fueron rico, se los aguanté toditos.
Le dije a Karlita que viniera a besarme y se acercó dócil a meterme su viborilla de lengua que tiene hasta la garganta. Después de un ratito le dije que se quitara la ropa y que se montara en mi cara para comerle su cosita. Algo dudosa lo hizo y se subió encima de mí.
Le recorrí su pepita con mi lengua y aprendí a comer chocho; no quedé muy convencida, no me gustó mucho. Mejor me la bajé a que me siguiera besando.
Incluso la arrodillaba en el suelo y me pegaba su barbilla en la cintura. Le decía a mi hijo que me la sacara y yo misma se la daba en la boca. Me gusta ver cómo se atraganta; me excita mucho verle la vergona a Jaime rebosante de mi juguito y ver como la niña se la come así, húmeda, empapada de mi esencia.
Qué ricura, que bien atendida estaba; después de sufrir tanto, ahora tenía a estos dos "pequeñines" y arriba me estaban lavando la locura de verga que más me ha hecho feliz en la vida, para gozarla toda la noche. Ni crea Diego que se va a ir, me vale lo que cueste. Voy a tener lana en el banco. Al rato le hablo por teléfono a la mamá de Karla y le digo que está muy asustada, que me la deje unos días, que no se preocupe y de aquí a que me vaya a los EEUU, me voy a dar mi "despedida", con mi Diego, mi Karla y mi... Hijo del Diablo...
FIN