La historia que voy a contar es totalmente real, aunque todas dicen que lo son pese a que son difíciles de creer. Esta historia relata como fueron mis primeras experiencias con el sexo.
Mi nombre es José, y cuando ocurrieron estos hechos yo tenía 17 años. Por aquel entonces sólo había salido con una chica, limitándonos a besarnos con muy poco magreo (de hecho nunca le toqué las tetas). Soy de estatura media, pelo castaño, delgado y, aunque no guapo, en alguna que otra ocasión me han definido como atractivo.
Esta historia transcurre en el viaje de fin de curso del instituto que hicimos en COU a Mallorca. La verdad es que yo no me había planteado ningún "plan" para este viaje pues, aunque había algunas chicas guapas en mi clase, no había ninguna que me llamase la atención especialmente; posteriormente las cosas cambiaron notablemente.
Llegamos a Mallorca en avión desde Sevilla, y del aeropuerto fuimos directamente al hotel. Los profesores nos distribuyeron las habitaciones, algunas con dos y otras con tres camas; claro está, separando chicos de chicas. A mi me tocó con mi amigo Luis, un tío muy simpático con mucho éxito entre las chicas.
Ya la primera noche, tras cenar (nos dieron muy poca comida, la verdad), fuimos a una discoteca impresionante. Allí coincidimos con otro instituto de Madrid, lo que nos vino muy bien pues aparte de las dos excursiones no había mucha gente ya que era un martes de primavera. Por suerte para nosotros había muchas más madrileñas que madrileños en el otro grupo. Mi amigo Luis y yo nos pusimos a hablar con cuatro de ellas. Las chicas tenían bastante "ganas de marcha", y a Luis no le costó mucho enrollarse con una de ellas: no era la más guapa de ellas pero estaba bastante bien y además era rubia, las preferidas de él. Yo seguí hablando un rato con las otras pero, aparte de un pico bromeando con una de ellas, no conseguí nada. Al poco se me acercó de nuevo Luis y, muy nervioso, me pidió monedas: al parecer había tenido más éxito del esperado y la madrileña (se llamaba Elia) le había propuesto irse a nuestra habitación para follar, por lo que necesitaba comprar condones y en los servicios había una máquina expendedora. Él, como yo, era virgen, lo que explicaba en parte su nerviosismo.
Luis se fue a nuestra habitación, pidiéndome que no fuera hasta que él volviese a la discoteca. Yo seguí por allí, bailando y bebiendo y, efectivamente, al cabo de algo menos de una hora apareció de nuevo Luis. Aunque se le notaba aún nervioso, estaba bastante contento. Automáticamente se convirtió en el héroe del viaje pues, aunque no fue ni mucho menos el único que "mojó", sí fue el primero.
Al día siguiente fuimos a algunas visitas culturales con poco ánimo, ya que apenas habíamos dormido unas pocas horas. Comimos fuera del hotel, al que volvimos a media tarde. Esa noche los profesores decidieron que no podíamos salir, ya que al día siguiente teníamos que levantarnos muy pronto para cruzar en bus la isla para otra excursión. Decidimos entonces nuestro grupo de amigos quedar en la habitación de Rafa (un amigo mío) para echar el rato y beber unos cubatas ya que casi todos llevábamos alguna botella de whiskey o ginebra entre nuestros equipajes. Al final nos reunimos casi treinta personas en pijama en una única habitación, y entre la gente estaba la chica que me lleva a escribir esta historia: Marina.
Ya sabía que yo le gustaba a esta chica desde hacía un tiempo; de hecho creo que lo sabía todo el mundo. No era una tía espectacular como lo son las de casi todos los relatos, pero tenía un cuerpo esbelto bien formado, poco pecho, un buen culo y sin ser especialmente guapa sí que era una chica mona y muy simpática. Como quien no quiere la cosa se sentó en el mi suelo a mi lado (todos estábamos sentados en el suelo, ya que retiramos las camas contra la pared para hacer más sitio). Estábamos riendo y charlando cuando, al oído, me preguntó si quería ir con ella a algún sitio con menos gente. En el momento no estaba seguro qué responder, porque no es que me gustara especialmente, pero después del "triunfo" de Luis de la noche anterior pensé que por qué no, así que accedí.
Salimos de la habitación sorteando a la gente sentada en el suelo, y al pasar junto a Luis le guiñé el ojo, que entendió lo que quería decirle y me respondió con una sonrisa. Nos fuimos a mi habitación, y antes que nada tuve que ir al servicio, ya que entre los nervios y los cubatas me iba a reventar la vejiga. Me lavé rápidamente los dientes y cuando salí Marina estaba recostada en mi cama. Yo estaba bastante nervioso, prudentemente me senté a su lado y aunque quise decirle algo no se me ocurría nada que no sonase ni muy salido ni muy cursi. Ella fue la que dio el primer paso acercándose levemente hacia mi, así que la besé suavemente en los labios, introduciendo después mi lengua en su boca muy despacio. Fue un beso largo y muy lento, en el que nuestras lenguas jugaron de manera muy suave y erótica. Yo no podía considerarme un experto en artes amatorias, pero sí sabía (y sé) besar bastante bien. Separamos nuestros labios y nos miramos a los ojos, cuando ella me dijo en un susurro:
- Me gustas muchísimo.
- Tú a mi también - le respondí.
En realidad no me había gustado mucho hasta el momento en que, saliendo del baño de mi habitación, la vi sobre mi cama; la verdad es que, debido a la situación, la vi más atractiva que nunca, pese al pijama de estilo masculino que llevaba (camisa y pantalón). Ella me besó en los labios y, tirando de mi, se tumbó totalmente en mi cama quedando yo a medias sobre ella. Nos seguimos besando más apasionadamente, mientras sus manos me acariciaban la espalda y la cabeza. Me coloqué totalmente sobre ella y empecé a besarle por el cuello y sus orejas, lo que parecía que le gustaba bastante a tenor de sus suspiros.
Yo no sabía muy bien hasta dónde quería llegar Marina, por lo que al tiempo que la besaba ya con total pasión empecé a acariciar sus brazos y hombros, para pasar luego a acariciar su costado. Me incorporé un poco sobre ella y acerqué mis manos a sus pechos, posándolas sobre sus costillas. Paré ahí mis manos y, dejándola de besar por un momento, le pregunté si quería que siguiera. Ella me miró, muy excitada, y con un movimiento de cabeza me dijo que sí. Empecé a tocarle las tetas por encima del pijama mientras volvía a besarla en la boca. Ella me abrazó fuertemente con sus brazos y piernas mientras me devoraba literalmente con sus besos, ya nada suaves sino todo lo contrario: pasábamos de jugar con nuestras lenguas a mordernos y chuparnos nuestros labios y casi toda la cara. Ella estaba bastante sonrojada por la excitación, y me imagino que yo lo estaría otro tanto.
Ella me tenía fuertemente abrazado con brazos y piernas, y de momento intentó girarse para colocarse encima mío; yo colaboré tumbándome sobre la cama para dejarla que se colocase sobre mi. Marina empezó a besarme con mucha excitación, y aproveché la postura para meter mis manos bajo su pijama y tocar sus pechos, aunque me encontré con que llevaba sostén. Para mi sorpresa ella se incorporó, aún sentada sobre mi, y se desabrochó la parte superior del pijama, dejando a la vista un sostén blanco bastante recatado. Aprovechando la situación le levanté el sujetador dejando descubiertos unos pequeños pero firmes pechos con unos rosados pezones totalmente erectos. Yo estaba totalmente excitado máxime cuando eran los primeros pechos que tocaba en mi vida. Me senté en la cama, con ella encima, para chupar y morder violentamente las tetas de Marina, ya fuera de sí, que jadeaba y gemía sin ningún disimulo.
Yo tenía una gran erección, que sin duda ella notaba estando como estaba sentada sobre mi pene. Me quité la parte superior de mi pijama, a lo que Marina reaccionó besando mi torso y mordiéndome los pezones, lo que para mi sorpresa me dio bastante placer. En esos momentos, Marina empezó a moverse rítmicamente, frotando su vulva con mi pene a punto de estallar, apenas separados por las telas de los pijamas. A mi este movimiento no me daba ningún placer especial, pero me excitaba mucho verla disfrutando. Ella gemía y se frotaba con mi pene cada vez a mayor velocidad mientras yo, tumbado, le tocaba las tetas y pellizcaba sus pezones. Sus suspiros y jadeos, cada vez mayores, me indicaban que estaba disfrutando mucho (no así yo, pero me estaba gustando verla). Cuando llevábamos un tiempo así me dijo que me tumbara yo encima de ella y siguiera haciendo lo mismo; es decir, que fuera yo el que me "frotara", porque quería sentir mi cuerpo sobre el suyo.
Nos giramos y cuando fui a tumbarme sobre ella decidí ir un poco más allá: estando ella tumbada boca arriba empecé besándole la boca, bajé por el cuello, seguí con sus pechos, donde me entretuve con sus puntiagudos pezones para continuar más abajo por su vientre, besando y jugando con mi lengua en su ombligo. Su respiración estaba muy acelerada, y hacía pequeños pero perceptibles movivientos elevando las caderas. Me decidí por avanzar y, mientras besaba su ombligo, mis dedos cogieron la cintura de su pantalón y empezaron a bajarlo; ella al principio dudó, pero al momento elevó sus caderas para ayudarme. Quedó en ese momento con unas braguitas blancas muy sencillas, un tanto infantiles, lo que me excitó más aún si cabe. Acaricié sus piernas, y notaba que tenía la piel de gallina. Pasé mis manos por sus muslos, que literalmente temblaban bajo mi roce, y acaricié su vulva por encima de las braguitas, donde notaba su húmedo calor. Hice un primer intento por bajárselas, pero no me dejó.
- Soy virgen - me dijo -... y no sé si quiero hacer el amor.
- No te preocupes - le respondí, porque no se me ocurrió ninguna respuesta.
- No creo que debamos hacerlo.
Al ver que ella no quería, le dije que no pasaba nada. Volví a besarla, recostándome sobre ella, y notaba su temperatura y su corazón latiendo muy deprisa. Volví a hacer mi recorrido bajando mientras besaba su cuello, sus pechos, su vientre; hice un salto para pasar a besarle sus muslos y sus ingles, notando por primera vez el intenso olor de su sexo, que palpitaba bajo la fina tela de sus bragas. De nuevo intenté bajárselas: ella en un principio no me dejó, pero al insistir yo me permitió que se las quitase, quedando al aire su pubis, cubierto por una notable cantidad de pelo negro, que seguramente no había sido cortado. Nunca me han gustado mucho las vulvas peludas, pero la excitación de ver por vez primera una y de tocarla y olerla me tenía a mil, más excitado que nunca.
Marina estaba tumbada con los ojos cerrados, y seguía teniendo la piel de gallina. Su respiración era entrecortada. Lentamente acerqué mi cara a su pubis rozando con mi nariz sus pequeños y negros rizos, lo que le provocó un repentino estremecimiento. Yo estaba muy excitado a la vez que nervioso, pues aunque había visto en muchas películas como hacer un cunnilingus la inexperiencia me hacía dudar. Sin pensarlo mucho pasé mi lengua a lo largo de toda su vulva, saboreando sus flujos. Ella se incorporó a medias y me dijo que no lo hiciera:
- Es que no sé si voy a poder corresponderte - me explicó.
Le dije que no se preocupara por nada y que se relajara. Ella me miraba sonrojada por la excitación, expectante por ver qué iba a hacer. Volví a meter mi cabeza entre sus piernas empecé a buscar su clítoris, tal y como había visto en las películas. Sus pelos no me ayudaban en la búsqueda, pero mi lengua se supo abrir camino y dar por fin con ese pequeño botoncito. Empecé a lamerlo mientras la miraba: aún estaba semi-incorporada mirándome, aunque entornaba sus ojos y gemía levemente. Yo continuaba dando lengüetazos en su vulva, notando su calidez, su sabor salado, su carne palpitante en mi boca. Marina se recostó en la cama y empezó a jadear, cada vez más alto, gozando. Yo realmente disfrutaba de la situación, haciendo gozar por primera vez a una mujer, teniéndola desnuda para mi, saboreando su sexo. Yo me encontraba más excitado que nunca, con unas ganas enormes enormes de quitarme el pantalón y penetrarla en ese mismo momento, pero me contuve y seguí chupando su clítoris, cada vez más rápidamente.
- ¡Sigue!... ¡sigue!... ¡no pares! - me dijo, entre jadeos.
Marina estaba cada vez más excitada, y empezó a mover rítmicamente sus caderas elevándolas, por lo que aceleré mis lamidas. Ella empezó a emitir pequeños grititos y, agarrándome la cabeza con ambas manos, me presionó contra su sexo mientras soltaba un largo y sonoro suspiro. Había alcanzado un orgasmo, y yo continuaba pasando mi lengua por su vulva, ahora más suavemente, mientras ella recuperaba la respiración al tiempo que me acariciaba mi cabeza.
- Me ha... gustado mucho - me dijo, con la respiración acelerada.
Empecé a subir besándole el vientre, los pechos, el cuello... Ella tenía una enorme sonrisa de felicidad en el rostro, y las mejillas muy coloradas. Nos dimos un largo beso tras el cual, mirándome a los ojos, me dijo que nunca había sentido nada ni parecido, que era el primer orgasmo de su vida.
- Gracias - me dijo sonriendo.
Yo le respondí con un beso. Marina me acarició la cara y me dijo que me tumbara sobre la cama. Así lo hice, y noté que me miraba el enorme bulto que formaba mi erección bajo el pantalón del pijama. Ella se incorporó y me dijo que ahora me tocaba disfrutar a mi. Me besó en el torso, mordisqueando mis pezones, mientras su mano tocaba mi pene sobre el pantalón. Dejó de besarme y arrodillándose a mi lado me bajó el pantalón, quedando liberado mi erecto pene, muy colorado debido a la sobreexcitación. Ella alargó su mano y lo tomó suavemente, proporcionándome con el simple roce un placer inimaginable hasta entonces.
- Es la primera vez... - me confesó sonrojada - nunca había visto ninguno.
Yo le sonreí y le acaricié tiernamente la cara; ella me devolvió la sonrisa. Empezó a masturbarme con mucha delicadeza, como si temiera hacerme daño, muy despacio. El placer que me proporcionaba era enorme; ella estaba sobre sus rodillas junto a mi, muy concentrada mientras movía su mano a lo largo de mi pene. Me miró observando cómo era yo el que disfrutaba en esos momentos y, sin pensárselo dos veces, se inclinó sobre mi sexo y lo besó. Creí que me iba a correr en ese mismo momento, pues era una sensación increíble para mi por aquel entonces. Marina sacó su lengua y empezó por lamerlo poco a poco, centrándose más en el glande. Su lengua recorrió todo mi pene, y una vez que todo él estaba húmedo, se metió la cabeza en la boca. La tibia humedad de su boca, la suave presión de sus labios, el roce de lengua en mi glande... la sensación era indescriptible, gozaba más que nunca. Empezó un suave movimiento de cabeza de arriba a abajo, introduciéndose cada vez un poco más de mi pene en su boca. Su inexperta pero cariñosa mamada me estaba haciendo disfrutar hasta cotas desconocidas. Dejé escapar un gemido de placer, por lo que ella paró:
- ¿Te he hecho daño? - me preguntó, casi asustada.
- No, claro que no - le tranquilicé -. Me está gustando mucho.
- Así me gusta - dijo sonriendo -. Una cosa... no termines en mi boca, por favor.
Le prometí que no lo haría, tras lo cual ella siguió con aquella increíble mamada. Agarraba con su mano derecha la base, al tiempo que su boca subía y bajaba, metiéndose algo más de la mitad de mi pene. Yo sentía que iba a estallar, mi corazón latía como si fuera a salirse del pecho. Estaba disfrutando como nunca. Me hubiera gustado haber podido hacer un 69, pero no sabía si Marina accedería. Ella seguía mamando, cada vez más rápido; y yo me di cuenta que no podía dejar de mirarla mientras me la chupaba. Al placer se unía el morbo de, por vez primera, tener una mujer desnuda en mi cama.
Tras un rato de estar chupándomela, noté cómo me estaba acercando al orgasmo. Hubiera dado cualquier cosa por correrme en su boca, pero le había prometido que no lo haría, así que le avisé. Ella se sacó mi pene de su boca, pero siguió masturbándome: quería que yo también terminara. Empezó a mover su mano casa vez más rápidamente, ya sin ninguna delicadeza. Yo estaba disfrutando como nunca, y a ella aquello también le estaba excitando, ya que su cara así lo expresaba. Su mano recorría con rapidez la longitud de mi pene, el cual estaba de un color rojo oscuro, parecía que iba a explotar. Marina, llevada por la pasión del momento, se inclinó para que sus pechos tocaran mi sexo mientras me seguía masturbando, lo que nos excitó aún más a los dos. El contacto de mi glande con sus pechos aumentó el placer más si cabe. Yo estaba gimiendo, cercano al orgasmo, y ella jadeaba de manera acelerada.
Al cabo de unos instantes empecé a notar que iba a correrme: el orgasmo que sentí no era comparable a ninguno de los que había conocido anteriormente masturbándome; el placer se había amplificado, multiplicado por mil para inundar todo mi cuerpo. Mi corazón estaba desbocado, jadeaba de manera salvaje. Cuando noté que iba a empezar a eyacular elevé mi cadera para que mi pene quedase entre sus pechos, y así salió el primer borbotón, con una fuerza desconocida por mi, que manchó sus tetas y cuello; el segundo chorro fue más potente aún, y le llegó un poco a la cara, pero no le importó, y seguía masturbándome fuertemente mientras me seguía coriendo. En total saldrían cinco o seis borbotones de esperma, vertiendo una cantidad increíble para mi. Manché sus pechos, cuello, mejilla; su mano derecha quedó totalmente llena de semen, así como una gran cantidad que cayó sobre mi vientre. Por suerte no manché la cama, ya que tendría que haber dormido sobre esa misma sábana.
Después de haber sentido el mayor orgasmo de mi vida hasta entonces quedé casi inmóvil en la cama, mirando a Marina desnuda junto a mi, que aún seguía agitando suavemente mi pene, palpitante después de aquella experiencia. Ella me miró con una bonita sonrisa dibujada en su cara, con un aire ingenuo absolutamente irresistible.
- ¿Te ha gustado? - me preguntó divertida.
- No sabes cuánto - le dije, también riendo.
Marina se me acercó y me besó dulcemente en los labios. Como mi corrida nos había manchado a ambos le propuse que nos ducháramos juntos, cosa con la que ella estuvo de acuerdo. En la ducha, enjabonándonos mutuamente, acaba esta primera parte de mi relato. En breve terminará con la segunda parte del mismo.
José.