SIN QUERER, QUERIENDO- 18
Antes que otra cosa, me disculpo con mis Amables Lectores por la tardanza. Se presentó la oportunidad de viajar por toda Europa durante cuatro semanas. Aunque ya conocía por allá, nunca dejo ir ocasiones como éstas, es un viaje inolvidable. Además me encontré con que mi computadora estaba infectada con el SPYWARE , un maldito virus muy perro que te madrea todo el sistema y te obstruye la entrada a Internet. ¡CUIDADO!, es una verdadera pesadilla. No sé, tal vez uno de mis hijos se metió a algún portal caliente y valió mais. Aprovecho este conducto para dedicarles una monumental mentada de madre a los hijos de puta que andan regando esos virus por la red. ¡Me costó 200.00 dólares la reparación y 5 días sin compu, hijos de su pinche madre!
Gracias, a todos y todas, por su espera y paciencia. Con su venia, continuamos:
Regresamos los tres, Nena, Sara y yo, a la casa cargados de regalos, ropa, electrónicos, juguetes, etcétera. Cargados de experiencias y recuerdos ardientes, también. Incluso ellas ya no serían las mismas. Se notó desde el preciso momento en que llegamos. La felicidad que demostraron sus respectivas madres y abuela al verlas en casa de nuevo, contrastó con el desenfado y poca emoción con que ellas se dejaban abrazar y besar por sus progenitoras. Tuve que "ordenárselo" a ambas con mis ojos. A una silente seña mía, cambiaron su indiferente actitud y correspondieron al entusiasmo de las mayores por hacerlas sentir felices, también, por el regreso. Iba a tener que hablar con ellas seriamente de estos episodios. No eran buenos esos cambios tan notables en sus actitudes, menos después de haber estado solas conmigo. Pendejitas.
Fui a la recamara de mi esposa y nos saludamos con un besito. Me dijo que ya estaba por reventar, que nuestro hijo había estado dando mucha lata en las últimas horas, que casi no había dormido esa noche. Si supiera que yo tampoco... Al poco rato se quedó bien dormida y yo me fui a rendirle cuentas a mi suegra.
En la sala esparcimos todo lo traído de Laredo, Tx.. Las señoras se sentaron emocionadas a pasar lista de lo encargado contra lo comprado. Yo de rodillas en la alfombra sacaba cada una de las cosas que mi suegra leía en la lista que me habían hecho. LAS MUSAS estaban detrás de ellas, recargadas en el marco de la puerta que daba al comedor, dándome el frente a mí. La morena y la pelirroja vestían los pants y las sudaderas con que habían iniciado el viaje un día antes, las ropas que se cambiaron en el restaurante de Ciénega de Flores, el pueblito aquel donde desayunamos ¿se acuerdan? Bueno.
A dos o tres metros de sus madres y abuela les valió, se empezaron abrazar y a acariciar morbosamente, mirándome a mí fijamente. Como se los escribo: a espaldas de las señoras, entretenidas con las compras, Sara recargó a Nena en el marco de la puerta y le abrió la boca con la suya empezándose a pasar lengua y saliva mutuamente. No sé que era mayor, si mi nerviosismo o mi excitación. Seguramente el primero, pues la verga no respondió, dichosamente, ante semejante espectáculo. Ya me imaginaba yo enseñándoles a las damas aparte de los regalos, mi vergona bien parada debajo de mi pantalón. Sara metió peligrosamente sus manos por debajo de la sudadera de Nena y le acariciaba los senos sin dejarse de devorar ávidamente las bocas. Por más miradas reprobatorias que les lancé no me hicieron caso y siguieron jugueteando una con la otra. Incluso se sonreían divertidas y perversas al notar el grado de perturbación en que me ponían.
Afortunadamente, ante mi insistencia silenciosa y disimulada, la Rojis sacó sus manos de entre la ropa y los pechos de la More y se compusieron un poco, abrazándose solamente y acariciándose ya más tranquilas caras y cabellos, pero sin dejar de mirarse con una visible calentura. Y digo afortunadamente porque a los pocos minutos apareció Nora, la rubia, y no venía sola. La acompañaba otra niña. Una morenita de anteojos, un poco más bajita que la Rubia. Ésta, emocionada por verlas de nuevo, lógico, les preguntó inocente a su hermana y prima que si ya habían llegado y aquellas, sin soltarse de su abrazo ni interrumpir sus "cariños", le respondieron majaderamente: -No. Todavía estamos allá- ¡groseras cabronas! Lo dicho: Ya jamás serían las mismas, nunca más. La niña, la amiguita de Nora las miró con sus ojos extrañados debajo de sus lentes. Le asombró la manera en que ellas, prácticamente de su edad, se acariciaban y por la forma en que le contestaron a Norita.
-Qué groseras!- desde luego no se iban a salvar de un regaño de la abuela la niña sólo las quiere saludar. Porqué le contestan así?
-Ay abue, ni le hicimos nada- le respondió Nena, altanera pendeja!
-Ya Nena, te callas por favor- le espetó su madre, Daniela, molesta por lo mismo.
-Vente! Vámonos a mi cuarto- intervino Sara tomando de la mano a su prima y alejándose de ahí.
-Mejor. Andan insoportables- les alcanzó a decir su abuela todavía. Ya habría tiempo de que yo mismo las arreglara. Estúpidas.
-Tío!!- gritó mi huera y se lanzó en mis brazos- qué me trajiste?
-Muchas cosas, mi cielo. Cómo seguiste- le respondí queriendo saber de su estado de salud.
-Ya mejor, me están inyectando- me respondió. Como les dije, ella no pudo ir con nosotros por un repentino ataque de bronquios.
-Qué bueno. Y esta niña tan bonita, quién es? Tu amiguita?
-Es la nieta de mi comadre Teresa. Se la trajo de allá, de Anáhuac a pasar las vacaciones de Navidad con nosotros. Es muy amiga de las niñas- intervino mi suegra. Saluda, Nancy.
-Hola señor. Me llamo Nancy, para servir a usted- me dijo la nena muy educadita, extendiendo su manita para estrechar la mía.
-Nancy. Qué bonito nombre- le respondí apretando suavemente su mano.
-Le puedes decir tío. Verdad tío?- le aclaró Norita.
-Claro!, porqué no? Soy Tu tío. Ok?- les respondí, motivando la risa de las presentes.
-Éstas ya quieren que todo el mundo sea tu sobrino!- dijo la suegra divertida.
Nancy era una bonita niña de 12 años. En primera instancia, noté lo siguiente: Morena clara de grandes ojos color café suave, de larguísimas pestañas y carita muy bella. Con sus lentes se veía muy guapa; inteligente, pero con ese aire inocente que tienen las chicas de los pueblitos. Era delgadita, le daba un parecido al cuerpo de Sara; pero, increíblemente, sus senos eran más grandes. Ese día traía un suéter de cuello de tortuga, muy pegadito y sus pechos sobresalían mágicamente a pesar de su corta edad. Incluso, como venían de la calle y el día estaba frío, sus rosetitas eran claramente visibles.
Cuando terminamos de "pasar lista" de los encargos, me senté a un lado, a tomarme una cervecita. Venía algo crudo por la botella de wishky que me atravesé esa noche de invasiones anales. Las señoras, no sé, cosas de ellas, se dispusieron a envolver para regalo TODO lo que traje. Si ya lo habían visto todos, bueno, cosas de mujeres. Fui por otra cerveza y me acordé de Las Ninfas, de las ordinarias y respondonas Ninfas. Fui y les toqué a la puerta del cuarto de Sara, pues la puerta estaba cerrada por dentro. Me abrió Nena después de varios toquidos. Sólo asomó su cara, pero en cuanto vio que era yo abrió la puerta para que pasara y se dio media vuelta encaminándose a la cama.
Traía la sudadera puesta, le daba un poco debajo de las caderas. Cerré la puerta tras de mí y vi cómo ella se subía la prenda, caminando lentamente de espaldas a mí, dejándome ver que no traía calzones. Su redondo culito emergió desafiante, ella lo contoneaba de más, sabiéndose observada por mis ojos. Sara estaba acostada en la cama, completamente tapada. Cuando me vio cerca se deshizo de las cobijas y me dejó ver que también estaba desnuda totalmente. Seguramente estaban bien entretenidas cuando les vine a tocar a la puerta. La Reina se subió de rodillas en el colchón y sin abrir la boca se hincó y luego se puso a gatas en la cama, empinándose bien, ofreciéndome un espectáculo total de su nalgatorio insuperable. Desde luego que sin perder un instante me deposité de hocico entre esas nalgas lindas y metí mi nariz bien adentro, aspirando los olores del perfume maléfico que emanaba de todo el conjunto: A culito, a vagina, y a saliva de Sara, pues se notaba que ya tenían rato comiéndose hasta el alma el par de zorritas. Sara le quitó la sudadera a su primita y se desplazó sobre sí misma hasta quedar convenientemente acomodada bajo las nalgas de Nena, cerca de mi entrepierna, estiró su brazo y empezó a sobarme el garrote sobre mi pantalón.
Sin sacar mi cara de entre esa fiesta de carnita me desabroché los pantalones y saqué a mostrenco. Ya La Rojilla estaba recostada cómodamente delante de mí. Volteé a Nena y la recosté junto a su prima, de panza, con sus angelicales caritas muy juntas, apoyadas en sus codos. Les pasé la verga de boca en boca, forzándoselas más de lo acostumbrado. La que más se quejaba era Nena. Su pequeña boca era casi reventada por la violencia con que le retacaba el garrote sin piedad. La Rojis aguantaba más, tenía la boca más grande y elástica que su prima, pero mi violencia era también mucho mayor que la ejercida con la Morena.
-Agghh, tío... aagghh... guakhhh.... tío... me das muy fuerte... aaagghh... me... vomito!
-Cállese!, y abra el hocico, cabrona!- le respondí a Sara cuando se quejaba de lo fuerte que se lo hacía. Los hilos de saliva eran interminables y apenas la dejaba agarrar aire. Luego le sacaba los 25 centímetros de la garganta y se los ponía a Nena en la boca. Ella quería limpiar un poco la cobija de saliva de su prima que me cubría la bestia, pero yo no la dejaba, le retiraba las manos y se la retacaba empapada hasta el esófago, despiadado.
-Nnnhhhoo... tío... guakhhhh... nnnhhhoo....- decía la pobre chiquilla dándome a entender que no podía más.
-No qué?, cabroncita... no qué... chúpele mi´ja... chúpele fuerte, pinche madre.
-Ya, tío. Nos estás tratando muy feo, ya déjala- intervino la pelirroja con su desocupada boca mamadora, cuando vio que ignoraba a su prima y, por el contrario, le atoraba otro par de centímetros de grueso bate babeado.
-Feo?, las trato feo?, así como ustedes trataron a tu hermana y a tu abuelita. Así les gusta, no? Bueno, pues aguántense- le respondí sacando despacio centímetro a centímetro de camote de la lastimada boca de la morena. Hora!, sigues tú- le dije a la asustada Rojilla blandiéndole el animal enfurecido en las jetas hinchadas. Ella dócilmente se acomodó y abrió sus labios dispuesta a ser abusada por el chacal de su tío, antes cariñoso y considerado, pero siempre chacal. Enredé mis dedos entre su brillante y cobrizo cabello y de allí la manipulé para jodérmela ferozmente por la boca.
-Eres bien malo con nosotras, tío- me dijo Nena casi llorando, al ver con qué violencia tomaba a su primita bucalmente, al advertir como se balanceaban mis testículos, como si fueran un columpio impulsado por la fuerza y rapidez de mis insutilezas en y dentro de la cara de su prima.
-Ustedes también lo son. Mmmmhhh, qué rico.... con Norita y con su abuela, no? A lo mejor así les gusta más. Abre bien la bocota, cabrona!, me estás mordiendo, no te fijas?- le dije a Sara sin dejar de embucharle medio garrote en la boca.
-¡¡Ya perdónanos!!- me gritó La Diva y se me echó al cuello, abrazándome y llorado. Ya no lo vamos a hacer, ya déjala. No seas malo.
Le saqué la vergona a Sara de la boca y ella también, tosiendo, se enderezó y se unió a su prima en el llanto, abrazándose a mí por mi cuello. Yo las recibí, cariñoso como siempre y las consolé calmándolas y aclarándoles que sólo les quería dar una lección, pues su comportamiento nos iba a acarrear muchos, pero muchos problemas. Así estuvimos unos minutos, no sé, 10 tal vez, acariciando sus caderas, espaldas y nalgatorios, mientras las turnaba en besos muy apasionados a cada una. Ellas se separaron de mí y se pusieron de espaldas en la cama, paralelas, ofreciéndome sus florcitas lindas. Les aclaré que estaban castigadas, que no se los iba a hacer. Las dos reptaban en sus lomos sobre el colchón, con las piernas bien abiertas, surcándose con los dedos las rajitas brillosas y con caras de desesperadas por sentirme dentro. ¡Trece años! ¡¡No mames!! Cuánto habían cambiado en una horas...
Cuando vieron que no me convencían se voltearon boca abajo y se abrieron las nalguitas, enseñándome el ojito risueño de su culito, dedeándoselo para antojarme, invitándome a traspasárselos, mirando mi engendro sobado por mi mano; hablándole a él, llamándolo... mamacitas!, qué hermosas se veían; qué pinches huercas tan impúdicas!
Les dije que no, que no se las iba a meter, que estaba muy enojado con ellas. Les indiqué que se pusieran de nuevo como estaban, a gatas frente a mi verga. No querían, tenían miedo de que volviera a ahogarlas, a asfixiarlas. Les prometí que no y se enderezaron. La primera fue Nena. Se la metí muy despacio, poco a poco. Chupó calmosa, como a ella le gustaba, saboreando cada vena, cada borde, cada gota de savia que le daba, que me salía del chilón. Luego se la saqué y se la pasé a Sara. También la dejé que ella sola me la mamara tranquila. Que la lengüeteara como tanto le gustaba, que la latigueara con su largo y estilizado flagelo, que la llenara mucho de saliva para que le resbalara por toda la cavidad bucal hasta las amígdalas.
Luego les dije que se besaran frente a mi vergonona, mientras yo me la jalaba. Se pusieron de frente, así como estaban, apoyadas en manos y rodillas y se empezaron a pasar la lengüita por las bocas mutuamente. A los 5 minutos las regué de leche. Dirigí mis chorros a sus bocas pegadas una con la otra y duché sus besos lésbico-incestuosos. Cada una se tomó un turno para limpiarme bien la verga con su lengua y saliva, pichicateando hasta la última gota de crema que encontraron. Me limpié la verga con la sábana y me la guardé.
-Hasta cuándo nos vas a perdonar, tío?- me preguntó Nena, recostándose y abriendo sus poderosas piernas, acariciándose la vagina mientras me lo preguntaba maliciosamente sonriente.
-Pronto, depende de ustedes- le respondí mirando semejante delicia y haciendo un esfuerzo sobrehumano por no caer de rodillas a adorar con mi boca sus entresijos venerados.
Me dirigí a la puerta y ella misma me dijo que la cerrara con el seguro, como estaba cuando les toqué. Cuando volteé a verla para decirle que sí, ya estaba Sara de cara entre sus piernas, entre esas insuperables piernas, recorriendo con su lengua toda su vaginita, ocupando el lugar que yo no quise aprovechar.
Al otro día volvimos a la rutina. Al trabajo y a las atenciones a mi parturienta esposa. Para el miércoles, 9 de diciembre, nació mi primer hijo. Cesárea con internamiento hospitalario, 4 días. Me la pasaba entre la maternidad y la chamba; a la casa sólo iba a darme un baño y a dormir un rato. El sábado siguiente mi suegra me echó la mano y se fue todo el día con su hija, al otro día salía, el domingo; me dieron el sábado de descanso, ya andaba muy cansado... y muy caliente. Ese día busqué a mis Mosqueteras, traía mucho de mí para darles a las dos a llenar y por todos lados... y nada.... Sara se fue con su abuela paterna todo el fin de semana y Nena se fue con sus padres a la tienda de ropa, había mucha venta navideña y se fue a ayudar, me lleva la chingada! Me arrepentía de no haberme clavado de bruces entre las piernonas de mi Nena, el domingo pasado. Es más, estaba seguro que me hubiera podido quedar con ellas toda la noche, ni quién se hubiera dado cuenta. Hubiera vaciado toda la lumbre de la semana. Ese día parecía que traía dos costales de cemento entre las piernas, pero de 60 kilos en bolsas de 50, me cae. Sentía los huevos empedernidos.
Estaba la muchacha solamente en casa. Le pregunté por Nora y me dijo que había ido a la casa de doña Tere, la comadre de mi suegra a jugar con Nancy. Esa gatita siempre me echaba el ojo disimuladamente; bueno pos a falta de pan... Ni modo, andaba muy apurado.
Mary se llamaba la sirvienta. Era una morocha de unos 25 años, nada del otro mundo, más bien llenita, sin ser gorda, pero tenía muy buenas nalgas. Era casada, así que de seguro aguantaría mis 25 del águila sin mucho problema. Nomás habría que convencerla de que se diera una buena, buena, buena, buena, buena, buena, buena, pero muy buena bañada. Bueno, tenía que convencerla primero de lo primero, no? Así que me subí a mi casa y me calé un short aguadón de pierna, sin calzones y ya muy viejito, para sentarme frente a ella y hacer, disimuladamente claro, que Mostrenco saliera a escena. Ya la había sorprendido varias veces haciéndole bizquitos a mi animal cuando llegaba yo de correr y la traía medio parada, pensando en qué chingaderas hacerle a mis pobres Niñas. Lo único malo es que estábamos como a 15 grados centígrados, ni pedo. Todo sea por vaciar huevo. Era momento de sacrificios, no? Yo iba a aguantarme el puto frío y ella, pos se iba a tener que bañar. Cada quien sus pinches desventuras. Así es esto.
Bajé la escalera no muy convencido de lo que estaba por hacer, pero qué me quedaba. Me volvería loco si los mecos me llegaban al cerebro y era cuestión de tiempo, de horas solamente para que eso me sucediera. Tenía toda la semana sin descargar la miel y esa casa olía a mis Amores; TODA estaba impregnada de ellas. Con sólo respirar la verga me goteaba, lo juro.
-(Con la gata, chingada madre. ¡Con la gata, cabrón!)- iba pensando mientras me acercaba a la sala, que era donde ella estaba en sus labores habituales de aseo y limpieza. Qué haciendo, Mary? Cómo trabaja usted!- le dije, buscando conversación para que se quedara allí, tampoco era plan andar tras ella por toda la casa, por donde anduviera trabajando buscando la manera de que me viera la verga.
-Pos aquí, oiga. Limpiando- respondió mirándome y mirando mi atuendo. No tiene frío?
-Algo, pero quiero irme a correr, cómo ve?
-Nombre, hace mucho frío, pá qué va? Además está lloviendo- me aconsejó poniendo sus ojos en mi desmayado carajo, apuntando para abajo, bien visible.
-Sí, verdad? Deje me siento a platicar con usted un ratito. A ver si se pasa el agua.
Me senté en un sillón, frente a ella que sacudía un muble grande. Ya la verga había respondido al primer contacto haciéndome una buena carpa en el corto. Estiré mis piernas y las crucé por los tobillos haciendo que la mandarria forzara más la tela del short. Mary la vio furtivamente y siguió limpiando el mueble aquel con un trapo húmedo. Le dije que sí era cierto, que estaba haciendo frío, que ya lo estaba sintiendo, que me estaba engarrotando del frío, jugando con las palabras. Ella volteó a mirarme la verga, mordiéndose el labio inferior y mirando hacia fuera por la ventana más próxima, como buscando que nadie se acercara. En sus ojos se leyó el mensaje claramente de "enséñamela".
Seguro de que ya había caído, me la empecé a molestar por encima de la delgada tela del pantaloncillo y cuando estaba por sacármela para enseñársela, escuchamos los pasos y las risas de niñas. Mary se puso a limpiar, como si nada hubiera pasado y yo me la acomodé como pude, ya era muy difícil que no se me notara, la traía al mil. Grité que quién andaba ahí y era Nora con Nancy. Les dije que se acercaran y la Rubia vino y se paró frente a mí, aclarándome que la abuelita de Nancy las había ido a dejar de vuelta pues iba para la maternidad a reunirse con mi suegra y mi esposa. La verga me hacía un escandaloso toldo en el short. Desde luego que Norita ni se inmutaba, como siempre, nunca se impresionó, o al menos no lo demostraba, cuando veía mi chorizón. Es más, me platicaba aquello como si nada, como si no tuviera a un hombre de 1.85 metros con un pantalón tan corto y con una erección tan notable a escasos centímetros de sus manitas.
La que no estaba tan calmada era Nancy. Recargada con una manita en el brazo del sillón donde yo estaba sentado, con la otra mano se acomodaba sus anteojos, mirando en primera fila eso que parecía una manguera muy gruesa descansando de lado sobre mi muslo escondida debajo de la telilla de mi short. Sus lentes recorrían todo el puente de su tabique nasal, acomodándolos con sus dedos a diferentes alturas, pensando quizás, que estaban defectuosos. No podía creer lo que su disminuido sentido de la vista registraba. Un auténtico mango petacón y mucho muy alargado debajo de una fina pieza de tela de cotton elástica, coronado por un champiñón que parecía sombrilla.