Los personajes nunca existieron, las situaciones relatadas forman parte exclusivamente de la imaginación y los sueños del autor. Cualquier parecido con situaciones o personajes reales es fruto de la coincidencia.
El recuerdo de la primera vez se diluye, se
pierde, inevitablemente. El tiempo lo convierte en una amalgama imprecisa de
emociones.
Se borran las imágenes, los detalles. Se rompe el orden de las escenas y el recuerdo se convierte en una extraña película de sensaciones. Porque sólo permanecen vivas las emociones sentidas... como las que dejan los sueños más abstractos, al instante siguiente de abrir los ojos.
Es ansiedad, nerviosismo, una excitación que no tiene -en principio- ni un atisbo de carnalidad. Es un miedo que atenaza los sentidos y entorpece esa conversación banal y nerviosa, culpable, que mantienen los amantes antes de consumar su pecado. Pero la conciencia de culpa no impide que prevalezca el deseo de llegar al final. Porque la decisión está tomada y no es posible volver atrás en esa húmeda y oscura tarde de mar Cantábrico brumoso, de hotelito desierto, de miradas nerviosas de complicidad, ante el conserje.
Un último cigarrillo antes de empezar. Como si esa efímera pausa pudiera prolongar eternamente la virginidad moral que están a punto de romper.
No hay tiempo para fumar, otros placeres mayores aguardan, aunque nadie lo diría, a juzgar por la ansiedad que invade ahora a los amantes. No es pudor. El pudor se refugia en la inocencia... y ellos no son inocentes. Están a punto de ser culpables.
El sabor acre del cigarrillo... y el miedo, se diluye en las bocas ansiosas que se besan impúdicamente. La ansiedad da paso a la vorágine del deseo. El campo sensorial se reduce. Ya no oyen ni ven más allá de sus ojos, de la piel que pugna por mostrarse en primer plano.
Ahora sólo sienten. Sienten sus manos buscarse a través de la ropa, explorando los rincones nunca visitados. En su excitación, incluso pierden el placer de la mirada. El deseo urge, ahora todo vale. Llegó el momento de demostrar lo que se aprendió en incontables sesiones de entrenamiento. Esa paciente labor del atleta que ensaya miles de veces sus movimientos, esperando anhelante el momento de la verdad.
Por fin ha llegado. Después de largos años de ejecución metódica, mecánica... esperando pacientemente un momento de auténtica pasión... el momento del triunfo.
Los labios, las lenguas, recorren cada centímetro de piel. Ahora es inevitable hacerse consciente de la diferencia. Es otro cuerpo. Otro olor. Responde de forma diferente a las viejas caricias, tantas veces repetidas. Ahora, los amantes se concentran en el placer del otro. La atención se centra en las reacciones, los movimientos. Por fin se encuentra el lugar exacto, el ritmo preciso... Para acariciar.
Caricias húmedas....
Insolentemente precisas....
sorprendentemente eficaces...
Y los dos amantes se acoplan como si siempre hubieran formado parte de un mismo
ser. Es el misterio del sexo, que hace que dos cuerpos, que nunca antes se han
amado, encuentren juntos la sintonía gloriosa, sin palabras, sin instrucciones.
Y llega la victoria, el triunfo derramado sobre la ansiedad y el nerviosismo. Han sido capaces de cruzar el umbral. Han dado el paso definitivo.
¿ Y la culpa?
No existe. La niebla del recuerdo no la incluye. En su lugar prevalece el deseo vehemente de aferrar el momento, como si nunca más pudiera volver a repetirse. Como si esa tarde, la lluvia de Laredo pudiera detener el tiempo. Congelar el instante. Prolongar eternamente las sensaciones de los amantes.
Las sensaciones de él, que acaba de conocer por primera vez en su vida la intimidad total con una persona distinta a la de siempre, siempre, siempre, siempre, siempre , siempre. Que acaba de experimentar la mayor emoción: la pasión auténtica.
Las de ella: que renuncia hoy a sus viejos principios, guiada por un corazón herido. Despechado. Cicatrices recientes, que buscan ahora en el amor prohibido el bálsamo que ayude a curarlas.
Las de él: que se siente a la vez héroe y villano, pero héroe o villano enamorado.
Las de ella, ciega de amor, que no quiere pensar más allá del momento vivido, que no quiere mirar más allá de las pupilas del hombre que acaba de descubrirle un placer insospechado... quizá por prohibido.
Pasean ahora los amantes junto al mar, tiernamente enlazados por la cintura, inocentes, adolescentes, con una felicidad ¿indecente? No hay mundo a su alrededor, no hay futuro, no hay regreso, no hay familia.
No hay nada. Tan sólo amor.