Alicia tengo 19 años bien proporcionada. perdi la virginidad con mi primo Miguel, era 3 años mayor que yo, aunque fue Juan, su hermano quien sin querer me incito. De niños, Juan y yo jugábamos como suele ocurrir entre primos, y desde los 10 años empezamos a curiosear con nuestros cuerpos. Solíamos subirnos a la azotea del edificio donde él vivía, y yo le tocaba su pene, que se ponía duro, y el observaba y tocaba lo mío. Pero los toqueteos de Juan y los míos habían despertado mi gusto por aquellas partes y fui descubriendo la masturbación. No extrañé a Juan ni tuve deseos de varón, porque mis dedos me daban más placer que aquellos escarceos infantiles, pero pasaron algunos años, la educación sexual y la calentura de las amigas, fueron despertando mi curiosidad. Juan y yo nos separamos un poco al inicio de nuestra adolescencia, pero seguíamos en contacto. El creció y se puso más o menos guapo, y pronto empecé a fantasear con Miguel, más guapo y desarrollado que Juan, pero eran fantasías.
La fantasía dejó de serlo en una tardeada-baile de la secundaria. Como no quería ir sola le pedí a Juan que me acompañara, como un gran favor, y que no dijera que era mi primo, él accedió. Como yo había pensado, Juan fue la sensación y la envidia de mis amigas. Le pedí me besara y solo de sentir su lengua, y sus manos en mi cuerpo, me ponía cachondísima. Mis padres pasaron por nosotros al cole, y ese día ahí terminó todo, pero yo me quedé con ganas de más, un sábado, recuerdo, fui a casa de mis primos, con el pretexto de pedirle a Juan ayuda para no con una tarea, y luego de fingir ante mis tíos, le pedí que subiéramos a la azotea de su edificio, para ver la ciudad, y así empezamos, como antes a tocarnos.
Jugábamos a ser novios, a ser adultos, arriba de los cuartos de azotea, según nosotros, fuera de la mirada de las sirvientas. Miguel, mi otro primo, dormía en el cuarto de azotea que correspondía a su departamento y era generalmente arriba de él donde nos tocábamos, mientras Miguel estaba en la escuela. Aquellas sesiones consistían en darnos besos y tocarnos, casi siempre el en trusa y yo con la pura falda y las tetas al aire, y las últimas veces, yo le hacía la paja. Lo malo fue que no supe enseñarle a masturbarme, así que al llegaba a casa me encerraba en mi habitación y me masturbaba.
Así pasaron como dos meses, hasta que un viernes saliendo de la escuela fui a casa de Juan sin haberle avisado. Al acercarme, vi en la puerta del edificio a Miguel, que besaba a su novia, Lilí. Alcancé a Miguel subiendo las escaleras, ya cerca de su departamento, y le pregunté por Juan. Me dijo que Juan había salido y no tardaría en llegar, que lo esperara, y entramos al departamento. Ahí estuve diez minutitos hasta que Miguel me preguntó "¿no quieres un refresco, de mi reserva?" Sorprendida primera vez que me ofrecía algo-, subí con él a su cuarto, y ahí, admiré el decorado y el frigobar del que extrajo una cerveza para él y una coca cola para mí. me senté en la cama, admirándolo, cuando él soltó: "¿no jugarías conmigo a lo que juegas con Juan?" eso me dejo perpleja, tartamudeando le pregunté, ¿nos has visto? y dijo que solía pajearse viendo nuestros fajes y juegos, "porque estás buena, primita, y eres muy cachonda". Yo creí que se burlaba, ¿cómo él, tan guapo y con una novia tan linda, me decía eso? Viendo que titubeaba, me ordenó que me parara y dijo "date una vuelta", acercó su banco hasta tenerme al alcance de su mano.
Llevaba el uniforme deportivo y estaba sudada, y apenas me había dado la media vuelta cuando él me acercó hacia sí, y hundiendo su nariz entre mis pechos, aspiró profundamente y dijo: "hueles ganas de sexo, de verga ". Me sonroje un poco y no supe si tocarlo o quedarme parada, pero sí supe que quería "jugar" con él, y terminar lo que Juan había empezado.
Tras olerme, se separó de mí y me pidió que me descalzara y me quitara la blusa y el short. Con voz que no era mía le dije: "sólo si me dejas verte desnudo". Cuando se desnudó por completo, yo obedecí quedando sólo con mi ropa interior. Mientras me sacaba la blusa y el short, él se había sentado y con la mano izquierda empezó a acariciarse el pene, cuyo tamaño empezaba a asustarme. Cuando me hube quitado esas prendas, me jaló y dejándome parada frente a él, luego, su mano volvió a subir, desde mi cintura hasta mi nuca, y me dio el primer beso de la tarde, rozando apenas sus labios con los míos, y luego introduciendo despacio su lengua entre mis dientes, tocando la mía, muy distinto de los torpes besos de Juan.
Hasta entonces moví mis manos, tocando sus pectorales y cuello. Eso no duró mucho, porque me separó de sí y me ordenó que estuviera quieta, y luego de observarme unos segundos, me ordenó que me quitará el bra, y luego me tomó la mano y empezó a besarme los dedos índice y medio, y luego se los metió en la boca, recorriéndolos y succionándolos despacio, de abajo hacia arriba, y dijó: "¿aprendiste? Ahora haz así con mi verga", y me llevó la cabeza hasta su miembro.
Me dio asco, pero yo estaba bajo su control, y cerrando los ojos, traté de reproducir las maniobras que él había hecho con mis dedos. Con su mano, me obligó a ir despacio, y pronto empezó a gustarme, no el sabor (en ese momento no, después me gustaría.) si no la sensación de saber que lo tenía a mi merced, y que lo estaba haciendo gozar, como mostraba la tensa rigidez que iban adquiriendo sus muslos y sus nalgas, y los gemidos que dejaba escapar. Eso y pensar lo que me esperaba, me tenían muy caliente, y mi panochita empezaba a segregar sus jugos.
No se cuanto llevaba así cuando él me levantó, metió su mano debajo del calzón y, al sentir mi humedad, dijo: "magnífico, estás lista", y me bajó la última prenda que cubría mi desnudez. Me acostó, y supe que ya era hora, que perdería aquello que toda mujer bien nacida sueña perder con su principe azul. Puso en la entrada de mi panochita la dura punta de su verga, y empezó a presionar. Yo sentía cómo se abría paso con una mezcla de miedo, de dolor y de placer. Luego de varios movimientos de entrada y salida de su punta, sin decir nada, ni advertirlo de manera alguna, me la metió hasta el fondo de un solo golpe.
No pude ahogar un grito, y él me mordió la oreja y susurró: "aguanta, aguanta", y se movió muy suavemente, hasta que el dolor fue disminuyendo y el placer regresó, un dulce y continuo mete saca de su pene en mi panochita me elevo al cielo. De pronto se quedó quieto, y supe que se había venido, pues sentí algo calido en mi interior.
Luego de un rato retiró su pene y me estuvo acariciando los pechos, el estómago, los hombros, hasta que me fui relajando, y entonces me masturbó. Me estaba quedando dormida cuando dijo: "se va a hacer tarde y tus papás van a preguntar por ti". Me ayudó a vestirme y antes de dejarme ir me jaló del brazo, me dio un largo beso y me ordenó "ven mañana, antes de comer. Sube sin pasar a ver a Juan". Me fui a mi casa, adolorida pero feliz, y llena de preguntas, pero dispuesta a obedecerle.