Las llamas chisporroteaban vivamente en la chimenea iluminando el placentero y babeante rostro de un anciano. La vieja mecedora de roble barato en la que estaba sentado, se zarandeaba frente al fuego una y otra vez, sumiéndole en un reconfortante estado de bienestar. Junto a él, el resto de la familia Flu aprovechaba el día festivo para jugar a "Tabú, palabras fuera". A Colín, el menor de los tres hijos del matrimonio, un chico vivaracho de pelo y ojos castaños, le tocaba coger carta e intentar que su compañero de equipo, su apático hermano Lipo, el habitante más perro de todo Muli-muli, acertase la palabra que le había tocado.
Pues sí que tengo mala suerte, me ha tocado "incinerar". Mierda de palabreja. ¿Qué diablos significará eso? Sólo tengo seis años - pensaba el pequeño mientras tomaba un sorbo de desagradable agua caliente con barro para aclararse las ideas -. ¡Puaj! Y las tres palabras tabú son: "abuelo", "fuego" y "morir".
El abuelo seguía a duras penas la partida. Normalmente le interesaba mucho ver como el pequeño Colín ponía en evidencia al resto de la familia, pero ahora luchaba contra el sueño, su adversario más temido, aquel que siempre le derrotaba. Colín llevaba tres años jugando de modo profesional y jamás había dicho una sola palabra tabú, un maquinón el muchacho. Era el niño más querido de la aldea y todo un orgullo para la familia. Él era el único motivo por el cual el anciano no se había dejado caer aún en brazos de tan ansiado descanso. Toda la familia sabía lo mucho que le gustaban estas partidas domingueras al abuelo, pese a no haber jugado jamás, ya que a la temprana edad de diez años, un lamentable incidente marcó su vida. Aquello siempre permanecería en su recuerdo, bueno, hasta lo de aquel golpe en la cabeza.
Era un día muy caluroso, muy propio de los veranos de aquella región. Abejo, así es como se llamaba el abuelo, paseaba junto a Menji, su novia rubia de bote, por el bosque que había cerca de la aldea. Desde hacía unos meses se había convertido en el chico más envidiado. Menji era la muchacha más bella de la aldea y su amistad con el feo de Abejo mostraba claramente su aprecio por el dinero, pero a él eso no le importaba. Ese día Menji parecía más alegre y bella de lo habitual y en vez de regresar a la hora de la comida tras el paseo por el bosque, como era normal, la muchacha le pidió insistentemente ir al río. La idea no parecía mala, así que aceptó. Nada más llegar allí ocurrió algo totalmente sorprendente. Menji se quitó la poca ropa que llevaba sin decir nada y tras invitarle con un gesto a que hiciese lo mismo, se lanzó al río de cabeza... y se la reventó. Los sesos se esparcieron por el fondo de un río que en verano solía estar seco. Menji no se había dado cuenta, era invidente, mientras que Abejo se lo había callado. Pensó que la escenita sería muy graciosa... pero no lo fue, había matado a su novia. Normalmente era un muchacho muy alegre, pero al ver un cadáver con el cráneo reventado formando un río de sangre se desanimó un poco, pero no se puso nervioso en absoluto, sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Se dirigió a casa de los padres de Menji a contar una historia que se había inventado por el camino. Era un genio de las excusas.
Así es señor, Menji se abalanzó sobre mi asestándome diversas puñaladas con un enorme machete y clavándome sus colmillos, así que tuve que pensar rápido. Desarmé a la miserable ciega, le clavé una estaca en el corazón y la lancé al fondo del río de vuelta al infierno de donde había salido - ahora, viendo la atónita e incrédula expresión en el rostro de los padres de Menji se paró a pensar sobre lo que había contado. Sus palabras habían sonado más creíbles por el camino pero ya era demasiado tarde. Morocco, el padre de la difunta Menji, considerado por los más sabios de la aldea como la representación humana de la tranquilidad y la bondad, le rompió la columna vertebral, el tabique nasal y las dos piernas con un trozo de pan duro y tras hacer las paces con él, Morocco no era rencoroso, le acompañó a su casa.
Abejo deseaba olvidar este incidente cuanto antes y sabía que no le haría gracia a sus padres saber que había matado a una niña por pasar el rato, así que ocultó su estado de tetraplejia para no tener que dar explicaciones a nadie de por qué se había quedado así. Durante los siguientes sesenta años permaneció sentado en la mecedora. Con la misma postura, ropa y aspecto todos los días, pero llevando una vida totalmente normal aunque un tanto introvertida. Cuando le preguntaban por qué siempre estaba sentado él decía que por comodidad y continuaba con su siesta. Le fue difícil encontrar novia sentado todo el día allí pero finalmente se casó y milagrosamente tuvo un hijo, Bill, también conocido cariñosamente por los niños de la aldea como Borrachuzo Billy.
Esa era la historia que le obligaba todos los días a mecerse frente a la chimenea, sin poder mirar a ningún otro sitio salvo hacia delante, sin poder eliminar el molesto picorcillo que le apareció a los cuarenta años tras su oreja derecha y que tanto sufrimiento le había producido. Pero él era feliz, a su modo claro. Ya habían pasado sesenta años desde el incidente pero aun así su orgullo le impedía revelar a nadie su minusvalía. La suerte en cierto modo le sonrió cuando, un par de días después de la muerte de Menji, Morocco y su mujer decidieron marcharse de la aldea, llevándose la trágica noticia con ellos. Fue entonces cuando Abejo decidió llevarse el secreto a la tumba, y así lo hizo.
La partida familiar de Tabú continuaba al calor del fuego. Bill sonrió al ver el gesto de preocupación en la cara de su hijo y dio vuelta al reloj de arena que marcaba los dos minutos que tenía de plazo el pequeño. La larga y blanca barba del abuelo caía por sus piernas hasta casi llegar a la chimenea como un blanco riachuelo precipitándose ladera a bajo. Ahora, al igual que todos y cada uno de los días desde que Colín empezó a jugar al Tabú, intentaba adivinar la palabra que le había tocado a su nieto. Se podría decir que tantos años de práctica le habían dado un cierto poder al que llamó telepatético. Ahora, si cerraba los ojos, se le representaba poco a poco, letra a letra, la palabra clave. Todo hasta entonces era normal, completamente rutinario. Un día más en la vida que pasaría inadvertido, que enseguida se olvidaría. Pero no fue así, el destino no lo quiso.
La noche se acercaba lentamente y el reloj de arena iba ya por la mitad. Colín seguía sin saber el significado de "incinerar" así que fijó la mirada en la mecedora que tantas veces le había ayudado a pensar, pero la expresión de su rostro cambió repentinamente al ver como ardía en el fuego la descuidada barba de su abuelo. El anciano parecía no haberse enterado, pero poco a poco la barba se iba consumiendo entre las llamas proporcionándole un calorcillo muy reconfortante. El pequeño estaba a punto de avisar al resto de la familia que estaba de espaldas a Abejo, pero una repentina necesidad de ir a cagar le apremió y tuvo que salir corriendo.
El fuego seguía avanzando implacable por las piernas del anciano haciéndole soltar una lagrimilla de dolor. En su sonrojado rostro se reflejaban las llamas que le estaban consumiendo y el humo le obligaba a agitar penosamente la cabeza en un intento desesperado por no morir asfixiado. El olor a carne quemada se extendió por toda la habitación mezclándose con el olor a pavo que salía de la cocina, formando así un olor a pavo quemado que tanto agradaba a la familia. La puerta del salón se abrió bruscamente y Colín entró en la habitación con rostro complaciente. La partida de Tabú prosiguió y el pequeño, de frágil memoria, continuó pensando como si tal cosa. El anciano, en sus últimas horas de vida, veía pasar su cutre vida ante sus ojos. Aquel día de verano que estaba sentado en la mecedora oyendo como jugaban a Tabú, aquel otro día de invierno que sentado en la mecedora oía jugar a Tabú, y aquel otro día que en fin... vio pasar ante él su penosa vida sentado en la mecedora, completada con un penoso final; se había convertido en leña para el fuego. En unos pocos segundos el abuelo se había transformado en una enorme bola de fuego inmóvil. Su corazón estaba dejando de latir y el molesto picor le amargaba los últimos minutos de existencia. Esto no podía acabar así, no debía acabar así.
Hijo, tengo algo que decirte - dijo el anciano con unas debilitadas palabras que parecían desaparecer fuera de su boca -. Soy... soy...
No interrumpas paaaa, que estamos a mitad de una partida - respondió Bill metiéndose media botella de tintorro del malo.
Creo que soy tetrapléjico, pero es sólo mi humilde opinión, claro
Bill - le susurró al oído su mujer -, creo que el viejo está chocho.
No lo sé Piluca, mi padre jamás me ha mentido, y si lo ha hecho debía estar demasiado pedo como para recordarlo.
¿Crees que si de verdad fuese tetrapléjico no nos hubiésemos dado cuenta? - preguntó su mujer con cierto enfado.
Pero Bill ahora no prestaba atención a Piluca, las palabras de su padre le traían muchos pensamientos a la cabeza, daban respuestas a preguntas que se había estado formulando durante años. Siempre le había resultado extraño que su padre pasase tanto tiempo sentado. Bill se quedó durante unos minutos callado, reflexionando, hasta que el abuelo, desesperado cual cerdo en el matadero, interrumpió.
¿No oléis a quemado?
Las palabras devolvieron la memoria al pequeño Colín. Miró a su abuelo y volvió a contemplar la penosa escena. El viejo estaba ardiendo.
¡Eh, mirad! ¡El abuelo se quema! - gritó el muchacho.
Un bocinazo rugió en el silencio del hogar. Bill había cogido la bocina del Tabú y la hacía sonar con todas sus fuerzas cerca del oído de su hijo, ensordeciéndole, enloqueciéndole,...
Has perdido hijo, "abuelo" es una de las tres palabras tabú que no podías decir. Tu madre y yo hemos ganado la partida. Mañana tendrás que ordeñar al perro y a la vecina de enfrente.
El pequeño se quedó afrentado por la payasada de su padre. Pero tras unos segundos de reflexión volvió a gritar lo mismo consiguiendo que el resto de la familia se fijase en el anciano. El abuelo miró de reojo la escena soltando un suspiro de alivio. Pensaba que jamás se iban a dar cuenta. Le hubiese gustado darse un pellizco para saber si todo era un sueño pero no podía, era tetrapléjico.
¿Qué haremos papá? ¿Apagamos al abuelo o seguimos jugando? - la aguda pregunta de "cachoperro" Lipo le puso en un aprieto a Bill.
Era día festivo y por lo tanto, cualquier acto que requiriese un esfuerzo físico sería considerado una violación de las leyes del dictador Xuxa, un guerrero de penoso nombre que durante años había oprimido a la aldea de Bill por medio de un poderoso ejército que infundía temor a todos sus enemigos. Desde su llegada al poder había establecido leyes gilipichis que nadie entendía pero que tampoco nadie cuestionaba. Nadie excepto unos pocos rebeldes que todavía se oponían al gobierno del dictador. Aquella ley del día festivo no era mas que una más, y pese a que nunca hubiese osado desobedecerla, ahora se encontraba ante una difícil decisión, salvar a su padre y convertirse en el objetivo de los sádicos y despiadados guerreros de Xuxa o respetar las leyes y permitir que su padre ardiese en la chimenea al igual que lo hacían los leños que alimentaban el fuego proporcionando calor al hogar. El ruido de las llamas al arder inundó la sala. Toda la familia presenció la escena con rostro impasible.
Hijo, algún día comprenderás que hay cosas que se deben hacer sin pensar en las consecuencias. Esta no es una de ellas pero tenía ganas de decirte esta frase - dijo Bill a su hijo revolviéndole los mugrosos cabellos. La decisión estaba tomada.
Al día siguiente una feroz ventisca azotó la aldea. Bill, tras pasar una noche más calentita de los normal, se dirigió en medio de la nevada a la casa del jefe del pueblo. Las calles estaban vacías y cubiertas de un manto blanco. Llamó discretamente a la puerta con la rabadilla, como ordenaban las leyes, pero al ver que nadie respondía intensificó los golpes.
¡Pase, pase, está abierto! - gritó una voz ronca desde el interior.
No señor, no puedo entrar, está cerrada - dijo Bill arrancando con estrépito el pomo de la puerta. Miró a ambos lados de la calle y se lo metió en el bolsillo. Bill era cleptómano, pero de los cutres.
Entonces entre por la ventana si no le importa. Yo no me puedo levantar, tengo artritis.
Bill se quedó un tanto extrañado por la petición pero sin pensárselo dos veces cogió algo de carrerilla y se lanzó contra la ventana rompiendo el doble cristal reforzado con la cabeza. Tras recuperar la consciencia se puso en pie, se limpió los cristalitos de la chaqueta y se arregló la peluca. Bill era calvo también.
¿Qué ha sido ese ruido? - preguntó una voz desde el fondo del pasillo.
He sido yo. He entrado por la ventana como usted dijo, pero no se preocupe estoy bien.
Tenías que haber entrado por la otra imbécil, por la abierta...
Glubs. Lo siento - se disculpó Bill. Salió por la puerta y entró con gran facilidad por la ventana abierta. - ¿Mejor así? - No hubo respuesta.
Miró por el pasillo y vio al fondo la luz de un fuego. De un modo sosegado se dirigió allí observando con atención todos los muebles de la casa. Hubo uno en partículas que le llamó la atención; el mueble-bar. Se aseguró de que nadie le veía, sacó unas ganzúas y abrió la cerradura. Allí había más bebida de la que jamás se había metido ( y eso ya es decir). Se metió terribles lingotazos de todas ellas y tras guardarse varias en las mangas y en el pantalón avanzó por el pasillo. Sus pasos resonaron en el corredor... cada vez más ruidosos... cada vez más vacilantes. Un ruido secó retumbó en el pasillo y alguien comenzó a entonar una machacona cancioncilla:
Una botella de vino no sé qué no sé cuántos. Glu, glub, glub, una pa dentro. Dos botellas de vino no sé qué no sé cuántos. Glub, glub, glub, pa dentro como el agua. Tres botellas de vino...
¿Le ocurre algo Bill? Está tardando demasiado ¿No cree? - preguntó el dueño de la casa extrañado por la actitud de su anónima visita.
Una tambaleante silueta apareció en el salón. Sostenía una botella en la mano derecha que le resultaba familiar. Noko, el jefe de la aldea, se encontraba sentado frente a la chimenea observando un medallón dorado con una foto (¿?) en el interior. Bill metió el cabezo por medio para ver quién salía en la foto y se sentó panchamente al lado de Noko.
¿Quién es el esperpento de tía que sale en el medallón? - preguntó Bill lanzando la botella vacía al fuego.
Era mi mujer - respondió Noko con ojos llorosos apretando el medallón -. Ha muerto esta misma mañana -. Tapó la foto y se lo guardó en la camisa.
Te comprendo perfectamente, yo también lloraría si tuviese una mujer tan fea. Pero deja de contarme tu vida, hablemos de cosas más importantes.
¿A qué debo tu visita? Algo grave debe haber pasado para que salgas de casa con este tiempo.
Sí, es cierto - dijo Bill sacando otra botella de la manga - mi padre se ha quemado en la chimenea -. La falta de sentimientos siempre había sido su rasgo distintivo.
Cuanto lo lamento. Es terrible, es el tercero en esta semana. ¿Sabes Bill?, en mis tiempos no ocurría esto, todo era distinto.
No si eso es lo de menos, mis hijos tienen otro abuelo por parte de madre - echó un trago a la botella y eructó sonoramente la escala musical en fa menor -. El problema es que me empiezo a cansar de ese dictador - el rostro de Noko se volvió severo. La tristeza se convirtió en enfado en cuestión de segundos.
Yo que tú no iría por ahí diciendo esas cosas. Sigue así, Bill, y te meterás en serios problemas con los guerreros de Xuxa.
Pero es cierto. Esas estúpidas leyes nos obligan a hacer cosas que no queremos hacer, nos complican mucho la vida. ¿No es cierto?
No - respondió con rotundidad Noko - se levantó del asiento, se bajó los pantalones y se rajó para avivar el fuego ocasionándose múltiples quemaduras en el culo de segundo y tercer grado.
Hablo de cosas como esas, por ejemplo. No entiendo qué sentido tienen.
Hay muchas cosas que no entendemos Bill, pero eso no quieren decir que sean malas. Bueno, yo casi me quedo ya de pie, total...
Entonces... ¿Me ayudarás o te quedarás aquí con el trasero quemado haciéndole la pelota a Xuxa? - preguntó Bill con un brillo en los ojos, propio de los borrachos, esperando la más sincera de las respuestas. Por primera vez en toda su vida defendía una causa justa, estaba dispuesto a luchar por lo que creía sin importarle las consecuencias.
¿Te conformarías con un par de botellas de orujo?
Claro.
El resto del día permaneció bastante confuso para borrachuzo Billy, pero llegada la noche despertó ante la puerta de la casa de Anguile, uno de los rebeldes que luchaban contra los guerreros de Xuxa por la libertad. La contraseña eran dos cabezazos y treinta golpes con la rabadilla. Tras sacar fuerzas de flaqueza comenzó a golpear la puerta pero tras veintitrés golpes cayó herido de gravedad sobre la nieve. La puerta se entreabrió lentamente y una cabeza de cabello rubio asomó. Dos ojos de mirada penetrante examinaron detenidamente a Bill. La puerta se abrió del todo y un hombre de corta estatura le cogió con suma facilidad y lo introdujo en la casa. Al cabo de unos minutos, Bill despertó frente a un fuego encendido. Una silueta agachada frente a la chimenea se encargaba de avivarlo, pero no según mandaban las leyes, sino con un fuelle... En la habitación había dos hombres más, dos figuras en las sombras que miraban atentamente a Bill. Una era enorme, de casi tres metros y parecía no tener pelo. La otra era mucho más pequeña y desgarbada, y por el ruido que hacía parecía estar afilando unos cuchillos.
¿Qué... qué hago aquí? ¿Donde estoy? - preguntó desorientado.
Usted es... - dijo con una voz inquietante la figura de la chimenea esperando que completase la frase.
¿Qué? Yo... yo me llamo Bill, Bill Flu, de los Flu de Masticago.
Encantado señor Flu. Me han dicho que no tienes gran aprecio a Xuxa. Sus guerreros se han enterado de tu rebeldía y piensan matarte. Se siente.
¿Quiénes sois vosotros? - preguntó Bill incorporándose y mirando nerviosamente a los tres hombres -. ¿Me vais a entregar a esos matones?
Disculpe mis modales, me presentaré. Soy Aldius, pero mis amigos me llaman Anguile - el rostro de Bill mostró gran sorpresa y admiración -. Y ellos son Letak y Chawol - ambos saludaron discretamente.
Pero... vosotros... vosotros sois rebeldes ¿no?
Y ahora tú también - dijo Anguile indicándole que le acompañase al piso de arriba.
Los cuatro subieron las escaleras y entraron en una habitación de reducidas dimensiones. Por lo que podía ver Bill, la casa no parecía habitada pues no había muebles, si bien tampoco parecía llevar mucho tiempo vacía pues estaba limpia. Al entrar en la habitación, Letak, un guerrero de enorme corpulencia y brillante calva cerró la puerta mientras Chawol se plantó ante la ventana mirando a ambos lados. Esa habitación sí que estaba amueblada. Anguile invitó a Bill a que se sentase.
Me ha dicho un amigo que necesitas ayuda - dijo Anguile sentándose en un pequeño taburete de madera después de dejar su espectacular espada bajo la cama.
Sí, estoy harto de tener que hacer todo lo que se le antoja a Xuxa. Antes de que llegase todo iba estupendamente. Éramos felices sin que nadie nos mandase. Se cree que por tener un ejército puede hacer con nosotros lo que quiera.
¿Y no es así? - preguntó Anguile esbozando una pequeña sonrisa - Letak se sentó junto a ellos y se incorporó a la conversación.
Eres bastante valiente para ser un simple aldeano. ¿No temes que te entreguemos al soberano a cambio de una ridícula suma de dinero? - preguntó el grandullón mientras indicaba a su amigo que dejase de mirar por la ventana y se sentase con ellos.
He oído muchas cosas sobre vosotros. Sé que no estáis contentos con lo que está ocurriendo y que estáis dispuestos a plantar cara a esos guerreros. Vosotros sois parte del pueblo, servís al pueblo, sé que nos ayudaréis.
¿Acaso piensas que esta es la única aldea que está sometida a la crueldad de Xuxa? - Anguile se levantó y sacó de un cajón una enorme bolsa de dinero -. La aldea vecina nos ha pagado 100 mocodolares por acabar con los leprosos. Y no sabes el trabajo que cuesta hacer eso. Si queréis que derroquemos a Xuxa deberéis pagarnos el doble...
Y en billetes pequeños - especificó Chawol.
¡Pero esto es absurdo! - gritó Bill -. ¿Desde cuando los héroes cobran? Debería ser una cosa de principios o algo así. Es lo típico, os necesitamos, os llamamos y nos salváis.
¡Y tú que sabrás! - gritó Anguile furioso arrojando la bolsa de monedas al suelo -. Los héroes también comen, al igual que sus familias. Y necesitamos armas y caballos. Los héroes también necesitamos dinero. Antes acabábamos con los ladrones y con los asesinos gratis, pero nos veíamos obligados a robar y a matar para conseguir dinero. Era un tanto absurdo. Ahora nos hemos dado cuenta de que es mejor cobrar. Mucho más legal. Danos dinero y te ayudaremos, se acabó la discusión pesao. Tienes tres días de plazo para conseguir el dinero, una vez pasado ese tiempo tendrás que duplicar la cantidad para que te ayudemos. Letak, aporréale hasta dejarlo inconsciente, no debe saber donde está nuestro escondite. Te llevaremos hasta la puerta de tu casa y allí te despertaremos.
Yes, my lord.
El enorme guerrero se levantó del taburete y tras sacar un "peacso" martillo descargó un duro golpe al pobre Bill. La sangre bañó la habitación. Su rostro quedó deformado por el martillazo pero seguía consciente. Letak le agarró del cuelo con la mano izquierda y lo levantó. Agarró con fuerza el martillo y le asestó otro golpe. Las costillas se quebraron y perforaron los pulmones. El esternón estalló en mil pedazos reventándole la caja torácica. Bill no estaba inconsciente. Un tercer golpe fue dirigido a la columna vertebral. La espalda se quebró al igual que el cuello y la cabeza quedó colgando inerte. Seguía consciente. Los cuatro golpes siguientes le hirieron el estomago, la pelvis, la cintura y de nuevo la cabeza. El suelo se tiñó de rojo. Las tripas de Bill asomaban por la boca, seguía sin estar inconsciente, había muerto.
Ups jefe, se me fue la mano.
Mira cómo me has puesto, estoy lleno de sangre y sabes perfectamente que estas manchas no se van - Anguile se quitó la camisa y con ella se limpió el rostro. No era mala gente, se merece que le ayudemos.
Un poco tarde ¿no? - dijo Chawol clavándole una nota en la cabeza que ponía: "Un trabajo más de los guerreros de Xuxa". Lo arrojó por la ventana y se limpió las manos.
Durante unos días el caos se adueñó de la aldea. La gente estaba quemada por el elevado número de muertos en los últimos días, pero por otro lado estaban contentos, un borrachuzo menos era una botella más en la despensa. Incluso la familia Flu estaba contenta. Tras la muerte del abuelo habían quedado cinco miembros y uno de ellos debía aguantarse sin jugar al Tabú. Pero ahora que Bill había muerto eran cuatro, el número ideal para jugar. El pueblo entero se había concentrado en la plaza para celebrar la muerte de Bill, pero en mitad de la jarana, un gong hizo el silencio. Tres figuras se alzaron entre la multitud con las armas en alto.
Pueblo de Muli-muli, soy Anguile, el guerrero más poderoso de aquí pa allá.
¡Fuera que haces sombra! ¡Vete cabezón! - gritaba el pueblo al completo molesto por el cese de la música. ¡Que salga la tía del strip-tease!
¿No entendéis que he venido a devolveros lo que más apreciáis? Pienso daros la libertad pero para eso necesitamos la ayuda de todos vosotros. Juntos acabaremos con Xuxa y con sus hombres. ¿Estáis con nosotros?
¿Y qué ganaremos a cambio? - preguntó el más tonto del pueblo demostrando su agudeza.
Siguiente pregunta por favor.
¿Tendremos que pelear? - preguntó el hermano del más tonto del pueblo demostrando que la capacidad intelectual viene de familia.
No hombre, no - aseguró Anguile montado junto con sus dos amigos en el mismo caballo -. vendréis de paquete únicamente. Para hacer bulto. Nosotros tres pelearemos. Aunque agradeceríamos un par de caballos más.
Así fue como los tres grandes guerreros seguidos por una multitud enfervorizada marcharon al castillo de Xuxa a arreglar cuentas. Al llegar encontraron el puente elevado y en las almenas un centenar de arqueros. El soberano había sido alertado por algún traidor. Nadie en la aldea había visto jamás el castillo. Era de grandiosas dimensiones, parecía una construcción imposible de echar abajo, imposible de conquistar. Casi un millar de expertos guerreros trabajaban al servicio del dictador mientras que los aldeanos eran la mitad en número y empuñaban azadas y palos. El caballo de los tres héroes avanzó hasta casi llegar al foso del castillo y allí reventó de cansancio. Tres hombres eran demasiado peso para un potro.
Somos Anguile, Letak y Chawol y venimos para matar a vuestro señor - Anguile jamás había sido un buen orador y mientras repasaba mentalmente lo que había dicho para encontrar el fallo, los arqueros soltaron sonoras carcajadas -. Esto... que sí, que lo dicho.
Una trompeta resonó en el interior del castillo y el puente levadizo bajó. Del otro lado diez guerreros marchaban en fila hacia los héroes. Una figura más permaneció inmóvil en el lado del castillo, era Xuxa, su olor corporal le delataba pese a ir con la cara tapada.
Luchad contra mis guerreros. Son los mejores. Si les derrotáis me rendiré. ¿Aceptáis? - preguntó el dictador.
¿Sólo diez? - se mofó Anguile -. Yo sólo podría con ellos.
Pues que así sea - contestó Xuxa. Levantó el brazo y todos los arqueros tensaron sus arcos. Lo dejó caer y un centenar de flechas se clavaron en Letak y en Chawol arrancándoles la vida. Los aldeanos enmudecieron. Anguile se quedó afrentado.
Mi madre siempre me dijo que era un bocazas, pero no importa, sólo necesito de mi espada para derrotarlos.
Los diez guerreros portaban brillantes armaduras y armas mejor forjadas de lo que jamás hubiese podido imaginar Anguile. Todos eran altos, corpulentos, con fuertes manos aferrando sus armas. Andaban lentamente pero ya estaban a un par de metros del héroe. Este tanteó su cintura para agarrar el mango de su espada pero no encontró nada. Miró a su cinto de armas y vio que no la llevaba. Entonces una imagen le llegó a la mente. Por la mañana, justo después de desayunar había dejado su espada en el armero para que se la afilase. Seguro que se le había olvidado recogerla.
Menuda cagada macho. Cuando creía que no me superaría... Bueno pelearé con los puñ... - pero antes de que pudiese terminar la frase los guerreros descargaron severos espadazos amputándole miembros, perforándole el corazón, decapitándole, convirtiendo a uno de los más famosos héroes de la historia en una ración de tacos para llevar.
Xuxa cruzó el puente y se dirigió al jefe de la aldea. Una capa negra le cubría todo el cuerpo y mientras avanzaba se quitó el yelmo para liberar su larga melena. Se detuvo ante Noko y le dio una bolsa repleta de dinero. Miró a los aldeanos aterrorizados y les dijo:
Podéis marchar a vuestras casas. Vuestro héroe ha muerto.
Se acercó al descuartizado cadáver de Anguile y cogió la espada que llevaba colgada en la espalda. Limpió la sangre que la manchaba con la ropa del muerto y la envainó en la funda vacía que colgaba de su cinturón. Cogió la oreja del héroe y dijo susurrando:
Eres un payaso. Siempre lo fuiste hermano, siempre lo fuiste.
Nota del autor: Realmente no eran hermanos, lo he hecho para que el final fuera un poco típico. Por cierto, horas más tarde en el castillo hubo una orgía sangrienta. Que no se diga que en este relato falta sangre y sexo...