SIN QUERER, QUERIENDO- 14
La semana pasó tranquila. Relajado, sin presiones por procurar tropiezos libidinosos con mis victimas. Como el sábado siguiente tendría viaje de compras con las tres nietas al Otro Lado, hasta prefería evitarlos. De alguna manera procuraba "restringirme". ¿Para qué desgastarme en escaramuzas rápidas si ese fin de semana tendría a mis tres favoritas, sin prisas para mí solito? Pero no, no se pudo... Ya, mi tolete policiaco, era muy demandado. Logré escaparme un par de veces de Maru, mi cuñadilla taciturna. Quería que fuera por ella al colegio, sin que nadie se enterara y me la llevara al motel a ensartársela por la colita otra vez. Le gusto!
Incluso la segunda vez que me lo pidió lo hizo por escrito, en un recadito que me entregó al pasar junto a ella en la casa:
Jorge, ya no aguanto. Necesito tenerte dentro de mí otra vez. La colita se me abre sola al pensar en cómo me la metiste el sábado por ahí. No seas malito, pasa por mí mañana a las 2 PM al colegio. Como me lo dijiste esa noche: Ya estoy lista para otra chinga y quiero que me la chingues mucho con tu superverga. Te espero: M.
No se pudo. Esa tarde le tocaba visita a Lorena con el ginecólogo. Se quedó esperándome.
Otra que me pidió "servicio" esos días, fue Daniela, la madre de Nena. Hasta me llamó varias veces al trabajo. La ultima vez hasta lloró en el teléfono. Me reclamó: "Lo que pasa es que ya no me amas". ME LLEVA LA CHINGADA!, qué mujer más indigesta. Lo que hice fue que, una noche de esas, la invité a correr conmigo al parque deportivo de la colonia. Allá le di una buena sesión de besos, una buena fajada y la dejé que me mamara la verga un rato, escondidos en la penumbra y entre los árboles. Diciéndole en todo momento "que me traía loco de amor". Tampoco era el caso lastimar a una señora tan frágil y, sobre todo, tan primorosa y tan buena para mamar y coger, no?
Las hermanitas, Sara y Nora también demandaban atención. La primera se me colgaba del cuello y me estampaba su boca en la mía en cuanto estaba cerca de mí. Nos dábamos un entremés de 3-4 minutos y la despachaba haciéndome el inseguro, el miedoso de que alguien nos sorprendiera, y prometiéndole algo más, más adelante. La segunda, la rubia, a sus casi 12 años -los cumplía en diciembre- también ya requería acción continua. Esa canija me puso en aprietos una de esas noches, estrenando una video-casetera en formato "beta", de las primeras que salieron al mercado:
Viendo una película, a oscuras en la sala que para el efecto se tenía en esa casa, con mi suegra presente, sentada a un costado del televisor. Nora se vino a sentar en mis piernas, exactamente sobre mi garrote dormido. Ni permiso pidió, simplemente vino y se sentó sobre mí, como si nada a ver la tele conmigo. El aparato estaba frente a mí, mi suegra tenía que voltear a verme, y yo la tenía de frente.
-Y ora tú?, qué traes?- le pregunté en voz alta y sonriéndome divertido, qué más hacía?, mientras ella, callada, se limitaba a meterse un dedo a la boca y chupárselo sin contestarme.
-Te digo que estas niñas ya te quieren más que a sus papás, jajaja- intervino su abuela al voltear y observar a la niña en mi regazo -Chiquilla chiflada! Quieres mucho a tu tío, verdad, hijita?
-Sí, abue. Lo quiero mucho- le respondió sacándose el dedo pulgar de la boca y volviéndolo a meter, a chupárselo de nuevo, acurrucándose cariñosamente conmigo.
-Tan linda mi´ja!, jajaja- respondió mi suegra encantada.
-Yo también la adoro a mi niña bonita- secundé yo, dándole un beso en la frente.
-Tengo mucho frío y sueño- se quejó la huera en mis brazos.
-Toma, cúbrela con esto. Ha andado malita de gripe, no se vaya a enfriar- me dijo la abuela lanzándome una cobija ligera, pero tapadora. No nos va a dejar ver la película, duérmela mejor.
Nos cubrimos con el cobertorcito y nos pusimos a ver a Rambo. Ella solita se levantó la faldita y me puso su colita justo sobre la verga empezando a moverse muy despacio sobre ella, frotándola con sus redondeces tibias. Desde luego que aquella se enderezó poco a poco, invadiendo de lado a lado ese traserito tan hinchado y rico. Luego tomo mi mano y la depositó en sus piernas para que se las acariciara. La fui subiendo, sintiendo la suavidad y tersura de sus muslos firmes hasta su calzón y ella se lo removió a un lado, dejándome el camino libre para pasarle mis dedos sobre la rajita tan caliente que tenía esa noche. No sólo la rajita le ardía, toda ella la sentía demasiado caliente sobre mí.
Mi suegra estaba bien concentrada en la película, ni parpadeaba. Vigilándola, le empecé a lamer la manita a la niña, la mano que tenía en su cara con el dedo metido en su boca, mientras ella me miraba fijamente. Le fui recorriendo la manita con la lengua, hasta que llegué al dedo. Cuando mis caricias bucales llegaron bien cerca de su boca, sobre su mano, lo sacó y lo sustituyó por mi lengua. Muy lentamente, para no despertar sospechas o hacer ruidos delatores, le pasaba la lengua por dentro de la boca y ella me pasaba la suya, dándonos un gran beso sigiloso, pero muy rico. La apoyé con la boquita para arriba y sin dejar de vigilar a la señora, le hundía toda la lengua hasta la campanilla, metiéndola y sacándola como si fuera una verga, sintiendo a la niñita que me la chupaba dócilmente. Mientras, mis dedos hurgaban su papita con dureza, incluso dos de ellos se resbalaban en sus humedecidos interiores, con la confianza que da el tiempo que ya teníamos en la cosecha. Ya más de seis meses disfrutando de su lascivia infantil.
Me saqué la vergota bien parada y se la empecé a frotar en la patatita descubierta, con su calzoncito de lado. La niña la agarró con su manita y ella sola se la cabeceaba a lo largo de la vaginita, suspirando muy quedito. Los bombazos en la película estaban a peso y los bombazos, debajo de la manta, estaban a dos por peso. La Doña y las niñas estaban emocionadas con aquel soldado ridículo y tartamudo matando chinos, y yo estaba más emocionado, pasándole toda la tartamuda a la criatura por su chinito calientísimo.
A los 15 minutos Nora se empezó a aguijonear la vagina con la punta del bruto, como queriendo introducírsela, punzándose algo fuerte con la cabezota en la puertita. Yo saqué mi mano y me eché una buena cantidad de saliva en los dedos y se los apliqué en la ranura y luego otra cantidad que apliqué en la dilatada cresta del fierro. Si eso es lo que ella quería, bueno... que hiciera el intento, no? Tal vez por lo que había presenciado que les hacía a su hermana y a su prima, ella ya quería calarse. Bien, pues que ella misma "manejara". Yo sólo iba a empujar sosegado. Ya andaba demasiado caliente con la situación y esta niña, con ese cuerpecito tan esponjoso y desarrollado moviéndose temerariamente encima mí, me sulfuraba bastante.
Increíblemente se le fue la cabezota. Poco a poco, cediendo a los espolonazos que ella sola se daba con mi verga en su mano, la chompa se depositó dentro de su elástica vaginita. Le tuve que tapar la boca con la mía cuando la abrió queriendo quejarse en un "aaahhh" bastante justificado. Sus piernas se tensaron y me besó muy voluptuosamente a pesar de su corta edad. Descansando con su espalda en mi brazo y en el del sillón, se quedó quieta, descubriendo eso tan nuevo para ella. Despacio le empecé a mover la vergona adentro, tranquilo, sólo moviéndola, no haciendo el mete-saca, no. Cimbrábale la verga con mis músculos para que se inflamara y se desinflamara en su vagina, para que apreciara sensaciones cavernosas dentro de su fundita pequeña.
La emoción de saber que me estaba cogiendo a esa niña rubia de ojos azules, tan hermosa, en las mismas narices de su abuela, me emocionaba hasta la locura. La señora seguía absorta con la película, muy emocionada a cuatro metros de donde un maldito perturbado se clavaba a su bellísima nieta de casi 12 años, y ésta se incineraba, con las piernas abiertas, en los brazos de él, encubiertos solamente por un cobertor, arropando la desemejante invasión a su virginidad con una verga adulta de 23 centímetros, tan gruesa como el antebrazo de la niña. PUTA MADRE!!, qué pinche morbo!
-Te duele?-le pregunté en secreto a Norita, moviéndome un poco más, ahora sí, sacando y metiendo.
Ni me respondió, sólo movió su cabeza a modo de negativa, como siempre, sin decir nada, dándome una de sus más azules y brillantes miradas a modo de respuesta. Pero también movió sus caderas hacia adelante, deslizándose contra la verga, cooperando conmigo en la cogidita que le daba. Así estuvimos un buen rato, matando palomita. Le pasaba los dedos por donde mi capuchón se incrustaba en su cuerpo y sentía su abertura muy distendida, muy exigida por la obesidad de mi carajo metido sólo por la punta en ella. Sin embargo, la chiquilla no se quejaba nada, al contrario, ya se me habían cansado los brazos por tanto sostenerla y soportar sus embestidas de sentón, para evitar que se echara encima del animal con intenciones de comerse más porción. Me daba terror pensar que inocentemente, en uno de esos intentos, se rasgara sola ¡y en la madre!, el puto grito que iba a dar le hubiera ganado en sonoridad a la película, que de por sí, tenía bastante alto el volumen. Mejor se la saqué y se la puse entre las piernas, a que me la jalara con sus blancas manitas.
Al oído le pedí que se hiciera la dormida, que le quería comer su cosita y quería que me la chupara ella a mí. En lo más movido de la película, le dije a mi suegra que me iba a llevar a Nora a su cama, que estaba ya bien dormida. Sólo me dijo que sí, ni siquiera me volteó a ver. Con la cobija encima y con la verga de fuera me llevé a la niña a un cuarto, en su casa estaban sus padres, y no me sería difícil decir el porqué la había dejado allí. Mal la acosté y ella sola se alzó la falda, se abrió de piernitas y se hizo el calzoncito de lado. Yo caí de bruces entre ellas y me puse a curar con saliva los estragos que mi vergajo le había hecho. El chochito le ardía, pensé yo que por la fricción y el esfuerzo que hizo por albergar la manzanota de mi cabezota, pero a besarle las piernas hermosas que tanto me gustaban, también las sentí demasiado calientes.
Le acomodé el chonino, le tenté la frente y estaba ardiendo, pero en cantidad! Ni modo, yo quería sofocarla un rato con la verga y darle a beber lo que tanto le gustaba, pero me la tuve que guardar. La cargué y me la llevé a la habitación de mi esposa, donde tenía el termómetro y le dije de mis sospechas. Lorena usó su termómetro con la niña y sí, estaba ardiendo en calentura, pero de la mala, de enfermedad. Me mandó por su mamá y se lo dije a la señora. Dejó la película y fue con su hija a ver a la nieta. Tenía bronquitis. La bañaron con agua fresca y la inyectaron, no sería posible que nos acompañara a Laredo en los días siguientes.
Mi suegra se quedó con su nieta y mi esposa, luego la madre de la enfermita se unió a ellas y entre las tres la atendieron, allá, en el ala contraria de la casa. Desde luego que yo volví a donde la película se exhibía y me senté a verla. Iba a medias y mis Niñas, en cuanto me vieron solito, se vinieron a sentar a mi sillón, cada una a mi lado. Me taparon con una cobija grande y los tres quedamos convenientemente encubiertos. Sara traía un pants, pero Nena, la Reina, llevaba puesta su falda de la escuela, de tablones en colores rojo y verde. Tanto una como la otra pusieron una de sus piernas sobre mi regazo, me abrazaron y pusieron sus cabezas en mis hombros. Mi manos exploraban las deliciosas piernas de la morena y una la metí entre ellas, encontrándome con su vagina mortal apretada por su bombachita.
La pelirroja me empezó a acariciar la verga sobre el pantalón, ella estaba sentada a mi izquierda, por lo que el fierro apuntaba hacia ella, recostado sobre mi muslo izquierdo, también. Nena, la morena, también estiró su brazo y lo quiso alcanzar para agarrármelo, pero su prima le retiró la mano de un empellón. Aquella reaccionó y le tiró un manotazo a Sara golpeándola en el dorso de la mano y cuando ésta quiso responder con mayor fuerza todavía, la otra retiró rápidamente la mano y el celoso madrazo me dio en la pura verga, que como ya estaba a medio parar, me dolió encabronadamente.
-Oh, qué la chingada!, qué les pasa?, ya me pegaron. Por qué pelean?-les pregunté con el poco aire que me dejaron y sobándome el pene adolorido.
-Esta pendeja, tío. Se cree tu dueña!-dijo en un rugido la morena, enfurecida.
-Pendeja, tú, babosa!- respondió la rojilla, también muy enojada y haciendo el intento de cruzarle a la otra la cara de una bofetada que pude detener en pleno viaje al hermoso rostro de la Diva. Y ésta felinamente, también le envió una guantada la cual evité, con mis manos, que se estrellara en el no menos hermoso semblante de Sara.
-Heytale!, tranquilas las dos... qué es esto?, ya es demasiado. Siempre están igual.
-Es que esta cabrona idiota!... -respondieron al mismo tiempo las dos, agrediéndose todavía. No las dejé terminar...
-Basta!, ya estuvo bueno. Se acabó! Si siguen así mejor cancelamos el viajecito, capaz que allá se mientan la madre, se desarman a madrazos o se desgreñan en una tienda. Qué vergüenza! Qué vocabulario tienen las dos! Tan bonitas, quién las viera.
-No, tío, no!, ya no vamos a pelear. otra vez me respondieron a unísono. Asustadas con mi amenaza.
-Prométanmelo. Las dos.
-Lo prometemos!, prometemos que ya no vamos a pelearnos- otra vez al mismo tiempo, ya parecían dueto.
-Yo sufro mucho al ver como se maltratan una a la otra. Las quiero muchísimo a las dos. Además me preocupa que por sus celos y pleitos alguien se llegue a dar cuenta de lo que hay entre nosotros y ya no podamos estar juntos nunca más. No lo entienden?
-Tienes razón, tío. Yo te amo y me dolería mucho que ya no pudiéramos "estar". Por eso te prometo que ya no voy a pelear con Sara nunca más- me dijo Nena, acariciándome la cara con su manita suave. Muy emocionada
-Yo también, te juro que nunca vuelvo a pelearme con ella, tío. No estés enojado, yo también te amo- secundó la pelirroja, también acariciando mi rostro con su, creía yo hasta el momento en que me la estrelló en la verga, ligera y pálida manita.
-Gracias. Yo también las amo, las adoro, son mis Niñas. Dense la mano, como lo que son- les dije y cuando se saludaron, mi calenturiento cerebro, como siempre, inventando chingaderas, se iluminó morbosamente. Dense un besito, como primitas que son.
Ellas se besaron en las mejillas, lógico, de medio lado. Pero yo les insistí que así no, que se besaran en los labios, que los besos de juramento se daban en los labios. Se miraron una a la otra, como indecisas y ante mi insistencia, se fueron acercando. Cuando estaban pegabas por las bocas cerradas, las tomé a cada una de la nuca y les dije que yo ya les había enseñado a besar, y que eso no era un beso. Al mismo tiempo abrieron sus boquitas y se fundieron en un beso incestuoso-femenino-infantil, que iluminado por la tenue luz del televisor, quedó grabado en mi mente por siempre, eternamente.
Con la oscuridad y lo apasionado de su beso, sus lenguas se confundían. No sabía cuál era una y otra. Esas omnipotentes boquitas se frotaban mutuamente abriéndose y cerrándose una sobre la otra, demostrándome lo buen maestro que era yo. Estas niñas eran capaces de desmayar a un cabrón sólo con besarlo! Qué bárbaras, qué besos daban! Las jalaba del cabello y las separaba unos centímetros y ellas se seguían dando lengua, parecían serpentinas largas y precisas, tiritas juguetonas de carne joven y fresca. No se los había platicado, pero en una ocasión hicimos un experimento: Ver quién se podía tocar la punta de la nariz con la punta de la lengua y tanto Sara como Nena lo podían lograr, sin mucho esfuerzo. Ya se podrán imaginar la calidad de besos que daba ese par de bellezas infantiles: INIGUALABLES!!
La verga me latía. Ya no sólo me dolía por el manazo que me dieron, sino que me latía enfurecida. Me la saqué y me puse a contemplar esa lúdica visión, jalándomela muy despacio, pasmado por el espectáculo que me daban apoyadas en mis muslos. Me destapé de la cobija hasta que emergió el engendro y se los ofrecí poniéndolo cerca de sus boquitas. Ellas, al sentir el conocido contacto húmedo del glande de mi salchicha en sus barbillas, se dejaron de besar y se pusieron a bazuquearlo cada una por un lado del inflamado corazón.
Nena se apoderó de la cabezota y se la metió en la boca y Sara se puso a recorrerme el cuerpo de la vergota a mordidas, como le había enseñado en la alberca. Estábamos desbocados, a lo lejos escuchábamos los balazos y las explosiones de la película. Y me vino a mí la explosión... en la mismísima boca de la Reina deposité dos chorros de lefa ardiente. Ella se tuvo que retirar cuando se convenció que no iba a poder con el tercero. Sara ocupó su lugar y recibió otros tres lechazos, pero tampoco pudo y se hizo a un lado, pasándose por la garganta lo recibido. Nena, ya repuesta, vino de cara al animal tembloroso y lo tomó con una mano, masturbándolo para que le diera más juguito. Entre las dos, sin pleitos, sin celos, me limpiaron la verga con las listillas de sus lenguas como si fueran pinceles, hasta dejármela brillante y limpia.
De repente se olvidaron de mi verga. Se miraron a los ojos y se aproximaron una a la otra, calladas, sin decirse nada, pero con sus bocas abiertas y se fundieron en otro beso al mismo tiempo demoníaco y divino, pero ahora sazonado con mi malteada, pasándose una a la otra residuos de saliva suya y savia mía.
-Ya ven... qué les cuesta compartir- les dije acariciando sus sedosos cabellos.
Ellas se separaron y me brindaron otra de sus sonrisas enigmáticas, con sus ojos a medio cerrar, destellantes a pesar de que la televisión estaba atrás de ellas, somnolientas por la calentura que traían todavía, y se volvieron a prender, por las bocas, una de la otra, apoyadas sobre mis piernas, pero como si yo no estuviera presente.
En ese momento, al ver con qué pasión juvenil se devoraban una a la otra, tragué saliva y me pregunté, en silencio: ¿Sería capaz de satisfacerlas el próximo sábado?
¡AAAYYY HUEYY!