Me despierto anquilosado sobre la moqueta de la habitación. Estoy solo, con sensación de frío y cansancio.
Son unos días de mucho trabajo, salgo de Madrid con urgencia en un par de ocasiones y apenas piso la sede del periódico. Casi a diario intento entrar en contacto con Manuela. O no estaba o estaba en una reunión o había orden de no interrumpirla o está prohibido dar teléfonos y direcciones personales o estará fuera varios días o no sabemos nada de ella, .... Imposible.
La muerte de un familiar lejano que sorprendentemente se había acordado de mí en su testamento me obliga a adelantar las vacaciones y a pasar más de un mes en la comarca de donde mi familia es originaria arreglando todo tipo de papeles y documentos: venta de tierras, de ganado, pagar impuestos, saludar a antiguas amistades y familia casi olvidada, .... Una temporada en contacto con la naturaleza desbordante de los Pirineos con la alegría de acceder a una muy importante cantidad de dinero y sin una mujer cerca (o casi) que llevarme a la boca o al pene. Es una de las temporadas que más pajas me he hecho, tengo la sensación de que mi rabo se parecía entonces al mando de un "scalextric".
Este es el momento de contar que una noche, tras insistirme mucho y ayudado por las copas, voy con un antiguo amigo de infancia a uno de los clubs de carretera cercanos a mi pueblo. No está tan destartalado como puede parecer por su aspecto externo y la docena de mujeres ligeras de ropa que por allí hay no están nada mal. Tras una copa y un poco de vacile con algunas tías, mi amigo se pierde tras una cortina con una rubianca delgada y muy alta, de tetas redondas muy blancas, vestida con un camisón rojo transparente.
"¿Tu no te animas o es que las putas de este pueblo somos poco para el señorito de Madrid?" Una mujer de unos cuarenta años, más bien baja, pelo corto castaño y con algún quilo de más me mira a los ojos con una mueca de vacile mientras ahueca el exagerado escote de su vestido negro para lucir un par de tetas grandes que no parecen necesitar sujetador para llamar la atención.
"¿Eso que enseñas es de verdad?, ¿no son de silicona?. ¡Que aspecto más impresionante!".
"Todo lo mío es de verdad. ¿Te gustan?, por aquí tienen fama las cubanas que hago. ¿Quieres probar?, por mil duros te hago un completo que te va a dejar nuevo y por diez mil pasamos la noche entera. No puedes negar que vas salido, corazón".
Se me debe notar mucho. Cojo el vaso y sigo a Maru ("Maruja o María, llámame como quieras") por una empinada escalera situada tras la cortina. Buen culo, sí señor; grande, con forma de pera, bamboleándose, con aspecto de ser fuerte y duro. No puedo contenerme y le doy un fuerte azote sonoro ("chico malo, eh").
"¿Que quieres que hagamos?, cariño. Puedes darte el gustazo que te apetezca y te ponga bien. ¿Estoy buena, eh?; ya se te va poniendo dura, ladrón. Si no usamos condón tendré que cobrarte un poco más, ¿vale?, pero tu no te preocupes, amor, que aquí somos todas limpias y sanas. El médico es un buen cliente".
En una habitación pequeña presidida por una cama muy grande y con varios espejos en las paredes reflejándola, Maru es una reina y lleva razón, la polla me exige ya ponerme en funcionamiento. Se apoya en el cabecero de la cama enseñándome su tentadora parte trasera. Me agarro a esas fuertes caderas y follo como un poseso en un coño caliente y mojado como una piscina. No duro un asalto, en pocos minutos echo casi todo lo que llevo dentro.
"Ibas quemado, tío. ¡Vaya vitalidad, qué lechada, qué corrida más grande!. Descansa un poco que te voy a hacer todo lo que quieras. De aquí vas a salir relajado como nunca".
La Maru se ganó las veinte mil pesetas que me pidió por la mañana ("vuelve pronto por aquí, señorito de Madrid"). Una buena mamada corriéndome en su boca mientras le decía: "Manuela, ¡golfa, puta!"; unos fuertes azotes en ese culo fantástico ("sólo con la mano, eh; con el cinturón nada de nada que eso sólo se lo dejo a mi novio") antes de una paja cubana salvaje y un polvo lento, tranquilo, a primera hora de la mañana mientras me insultaba con ganas ("me da un poco de corte, ésto lo piden poco por aquí; maricón chupapollas, hijoputa"). Algo relajado sí salgo, la verdad.
Un lluvioso viernes voy en coche de vuelta a Madrid. Es mi intención ir tranquilo, casi de paseo, durante todo el fín de semana. Cerca ya de Zaragoza el coche que me acaba de adelantar a demasiada velocidad hace un extraño y se sale de la carretera dando tumbos. Me acerco a intentar ayudar en el momento en que por su propio pie y sin daño aparente salen del automóvil una mujer de poco más de treinta años y un jovencito.
Los de tráfico y la grúa certifican que el coche tiene para muchos días de taller. La cara de desolación y contrariedad de la elegante señora me lleva a ofrecer llevarles donde necesiten. "Muchas gracias, mi familia tiene un chalet no muy lejos de aquí. Allí nos dirigíamos a pasar el fín de semana mi sobrino y yo".
Camino del chalet me cuenta que se llama Carmen, esposa de un militar de alta graduación destinado en otra región y que su sobrino Félix vuelve de estudiar en el extranjero. El chalet es todo un palacio situado en la mejor zona residencial de la ciudad. Salen a recibirnos varios sirvientes y en pocos momentos me veo instalado en una cómoda habitación. Tras asearme y descansar unos minutos bajo las escaleras con destino al salón, en dónde arde un acogedor fuego de chimenea.
Carmen se levanta de un sofá y es en ese momento cuando puedo apreciar su tremendo atractivo: elegante de movimientos, estatura mediana, delgada, morena con abundante melena rizada, curvas realzadas por un ajustado vestido negro. Tiene de todo, de tamaño pequeño, pero en su sitio.
"No he tenido ocasión de agradecerte tu amabilidad al traernos hasta esta casa. Haré todo lo posible para compensarte". Bueno, ¿palabras equívocas o simple buena educación por su parte?. Preferiría lo primero.
Una estupenda cena, charla agradable y divertida, luz de candelabros, abundantes copas, calor de chimenea, ... Sin ningún preámbulo y con naturalidad apabullante, Carmen se sienta a mi lado, me besa lenta y tranquilamente y acaricia el pantalón en el lugar de mis momentáneamente sorprendidos cojones. Si a ella no le importa que el sobrino esté presente, a mí menos aún. Tras unos minutos de largos besos meto mi mano bajo la falda y descubro que no lleva bragas. "Quítate el vestido, quiero verte". "¿No te importa que esté aquí tu sobrino?".
"No es la primera vez que mira mientras lo hago. A Félix le encanta y a mí me excita mucho."
¡Qué buena está!. Pechos pequeños, como si fueran limones puestos de punta con sonrosados pezones, caderas redondeadas dando abrigo a un culo pequeño duro y respingón, piernas largas y finas y una total y absoluta depilación. Jamás había visto a una mujer sin un solo vello en su cuerpo. Se me hace raro, pero es excitante.
Me ayuda a desnudarme, besando y lamiendo las partes de mi cuerpo que van quedando al descubierto. Miro hacia atrás y veo al sobrino desnudo tocándose con ganas un largo rabo. Es curioso, tampoco tiene vello en ningún lugar de su cuerpo.
"¿Pretendeís un trío?. Los hombres no me gustan nada de nada".
"No te preocupes, él sólo hace lo que yo le digo"."No va a participar si tu no quieres".
En silencio, con lentitud y mucha tranquilidad, Carmen va lamiendo mi cuerpo al mismo tiempo que no para de tocarme el rabo con las manos. Se para un rato en mis pezones, baja hasta mi excitada polla y continúa chupando los testículos. Toda la escena es lenta y en silencio, como en una película muda.
Tengo ganas de penetrar su sexo. Me atrae que no tenga vello y que se vea muy mojado y brillante. Se apoya en el brazo del sofá doblando la cintura y ofreciéndome el sexo. Ni siquiera mi rápida penetración arranca de ella más que un breve suspiro. El jovencito se coloca a nuestro lado para ver bien la escena mientras sigue meneándose la polla sin ninguna prisa.
Empieza a moverse suavemente antes de que yo comience a empujar. Me amoldo a su ritmo (no recuerdo un polvo tan lento y cómodo para mí) y me dejo llevar por él. De repente aumenta el ritmo y empieza a gemir, un minuto más tarde parece que monto en una atracción de feria que se mueve bruscamente a derecha e izquierda, arriba y abajo. Me tengo que agarrar con fuerza a sus caderas mientras los gemidos pasan a ser gritos roncos y sordos, hasta que un fuerte y largo suspiro me da idea de su orgasmo. Las convulsiones de su coño duran muchos segundos y coinciden con mi eyaculación. Me doy cuenta de que el sobrino se ha corrido sobre el cuerpo de su tía.
Tras unos minutos descansando, tía y sobrino me dan las buenas noches y se van a dormir. Subo a mi habitación y el cansancio del día me vence rápidamente.
Cuando despierto son más de las doce y llueve como si fuera el diluvio. Tengo hambre y tras una larga ducha bajo a la cocina ("la señora está en el invernadero, ha dejado dicho que le espera tras su desayuno").
El invernadero es una gran construcción con abundancia de ventanales acristalados y con una vegetación exhuberante. Parece una selva tropical, humedad y calor asfixiante incluídos. Carmen está sentada al fondo, apenas vestida con un salto de cama, mientras que el omnipresente sobrino está desnudo en un sillón cercano. Sobre una mesa unas botellas de ron están algo más que empezadas y ambos dan señales de una cierta embriaguez.
"Hola Luis, ¿has descansado?. Bienvenido a la selva de la familia, aquí cualquier cosa puede suceder. Tómate unas copas a ver si nos alcanzas. Mi marido llega esta tarde para recogernos y llevarnos a casa. Estamos combatiendo la depresión con ron".
"¿Es tan malo ir a casa a reunirte con tu marido?".
"Te ruego no ahondes en la herida. ¿Crees que en Valladolid Félix y yo nos podemos permitir nuestros juegos y alegrías?. ¡Viva el ejército y la puta que lo parió!".
Se sienta sobre mis rodillas ("sin vello parezco una niña, ¿verdad?. Es un capricho de mi marido, pero a mí también me excita. Toca mi coñito suavemente") y empieza a besarme. Una vez desnudo, empujo su cabeza hacia abajo para que me la chupe. También lo hace con suavidad y lentitud, tomándose todo el tiempo del mundo y con largos y profundos lametazos. Me pone bien, bien.
"Tengo ganas de follarte, ven y súbete a mi polla." Lo hace y apenas se mueve, parece como si sólo intentara acariciar y apretar el cipote con el interior del coño.
El sobrino ya está cascándosela mientras no pierde ojo de lo que hacemos su tía y yo. A Carmen ya le han empezado las prisas y sube y baja sin parar provocándome rapidamente una corrida tremenda. Se baja de mí y se dirige hacia el jovencito: "ven Félix, como tu sabes, dáme polla mi niño". La verdad es que de niño no es. Se pone tras su tía y le mete un rabo que parece sacado de una película porno. Unos cuantos pollazos tremendamente fuertes y rápidos y los dos se corren sin apenas decir nada de nada.
Quien sí lo dice es una de las criadas que se acerca hasta la ventana junto a la que nos encontramos: "señora, señora, su marido acaba de llegar; dése prisa, está en el comedor".
"Luis, tu quédate aquí, no quiero que te vea. Nos marcharemos enseguida y la criada vendrá a buscarte". Se acerca, me besa y se despide: "gracias por todo".
Son las cinco de la tarde y ya estoy en el coche camino de Madrid. Sigo acordádome de Manuela, pero no consigo animarme a telefonear. ¿Cómo estaría ella con todo el cuerpo depilado?. Es una idea que me excita.