Despierto junto a Avelinda, estamos abrazados y me sonríe con una expresión encantadora en su rostro al mismo tiempo que acaricia suavemente mi rabo. En apenas unos minutos consigue que una erección salude al encapotado y nevado día ("que manera más estupenda de darme lo buenos días; anda, métela en mi sexo y luego te doy lo que te apetezca, cómo me excitas, mi niño"), se arrodilla a cuatro patas sobre la cama ("me gusta mucho hacerlo al estilo perro") y empiezo a empujar con verdaderas ganas en un coño ya empapado.
Voy a decirle que me queda muy poco cuando la joven se corre sin decir nada, callada y quieta durante el largo rato que dura su orgasmo; después se da la vuelta y me come estupendamente la polla hasta que eyaculo, traga mi leche intentando no perder nada, lame hasta limpiarme por completo y me da un beso profundo que deja en mí el sabor de mi propio semen ("¡cuánto me gustas!, cuando sea mayor de edad me iré a vivir contigo, amor; vamos a ser muy felices, ya verás").
Estoy intentando asimilar lo que acabo de oir cuando llaman muy fuerte e imperiosamente a la puerta ("será mi abuela, como no he dormido en mi habitación se figurará que estoy aquí"), cojo el batín y no sin cierto miedo abro: "Menos mal hija que eres lista pero hazme el favor de dejarme una nota porque me asusto si despierto y no se dónde estás. Qué, joven, espero que haya tratado bien a mi nieta y esté contenta, se lo merece". Sin cortarse ni un pelo levanta el batín con la mano para mirarme el sexo: "Bueno, no es como mi tercer marido -el brasileño-, pero supongo que no está mal. Por cierto, niña, como eres menor de edad haz el favor de ser discreta, siempre hay mucho hipócrita suelto por el mundo. Adecentaos y bajad a desayunar conmigo, no me gusta hacerlo sola".
En el comedor presento a Clara y su nieta a los demás viajeros mientras arrecia la nevada en el exterior, lo que provoca que los ánimos no estén muy altos en el grupo (la verdad es que no se muy bien la razón dado el entretenimiento de tipo sexual que entre todos nos hemos montado). Cuando nos sirven el copioso desayuno encargado sólo quedamos las dos damas toledanas y yo, el resto se ha ido marchando a las habitaciones tras consultar las películas que van a emitir en el video comunitario del hotel.
"Espero que no te escandalices, Luis, de la actitud de Avelinda ni de mi permisividad al respecto. A sus dieciseis años es toda una mujer, sexualmente activa desde hace al menos dos y absolutamente madura como mujer. Mi forma de pensar sobre el sexo y la educación no es precisamente conservadora, pero es que con mi nieta lo he tenido fácil. Eso sí, no permito tomaduras de pelo en ningún sentido y menos que puedan hacerle daño, ¿de acuerdo?"
¿Qué se puede contestar a una pregunta de este estilo?. No he abierto la boca aún cuando una especie de gigante muy moreno de unos cincuenta años se acerca a nuestra mesa vestido con un elegante traje gris. "Es Florián, nuestro chófer y mayordomo, me acompañó cuando volví a España desde Santo Domingo y se marcha el próximo verano a casarse con la hija de una prima y a abrir un negocio de comidas". (En voz muy baja: "Sí, si piensas lo que yo creo, echaré de menos a Florián en todos los sentidos, pero, ya no soy joven y él necesita quitarse la morriña que le agobia hace años")
"Encantado, señor. Señora, la previsión indica que al menos tres días estaremos aquí. Desaconsejan intentar viajar y creo que es sensato permanecer en el hotel"
Clara dice estar un poco cansada y que tiene que tomar sus medicinas por lo que Florián acompaña a su señora a la suite.
"¿Qué te parecemos, no te habrás escandalizado?. Mi abuela es así desde siempre y a mi me ha educado con total libertad y permisividad"
"No, no. La verdad es que es una suerte tener una abuela que piense así y evidentemente, tu edad no se corresponde ni con tu desarrollo físico ni con tu personalidad ni con la educación recibida"
"Me encanta ésto último que has dicho. Oye, ¿conoces la sauna del hotel?, quiero estar allí desnuda a tu lado, aunque seguro que me excito. Anda, vamos"
Bajamos hasta el gimnasio en donde parece no haber nadie. Nos desnudamos en el vestuario y besándonos y jugueteando la joven me lleva hasta la vacía sauna. Accionamos en el panel para que haya más vapor y nos sentamos juntos en uno de los bancos a tomar las copas que nos hemos bajado del bar. Es muy excitante esta chica (más desde que se su edad), me acaricia con pericia la polla hasta ponerla tiesa y dura como un trozo de metal, se arrodilla y mirándome a los ojos comienza a chuparla lentamente. No dejo que hable, sujeto la cabeza de sus rizados cabellos, meto y saco el rabo de esa boca viciosa de manera que no deje de mamar ni un momento; ¡joder cómo me ha puesto!, no quiero correrme todavía, le obligo a darse la vuelta apoyada en el respaldo del banco y la meto ("qué bien, mi chico; qué dura está, sigue, sigue") en su agradecido sexo para darle unos buenos pollazos ("así, qué bien; sigue, amor, más fuerte, más, más") buscando mi orgasmo que no llega a pesar de las fuertes contracciones vaginales y del grito largo, poderoso que da Avelinda al tener su corrida.
Tengo que detenerme para recobrar el aliento a pesar de que el rabo exige seguir y Avelinda se sienta para descansar; el golpeteo de la sangre acelerada en mis oídos me despista y creo oir un grito contenido dos o tres metros a nuestra derecha, me adentro entre las densas nubes de vapor y me sorprendo al ver al mulatón Florián desnudo, de pies, con los brazos cruzados, recibiendo lo que parece una gran mamada por parte de Julia, arrodillada, con los ojos cerrados y en actitud de adoración a una polla muy oscura, larga, gruesa, muy grande.
Avelinda está a mi lado mirando con expresión divertida y otra vez excitada, agarra mi rabo para menearlo arriba y abajo con decisión y con la mano izquierda se toca el sexo con rapidez mientras habla a mi oido ("un par de veces le vi hacerlo con mi abuela y las criadas de casa le persiguen por ese pene tremendo; nunca me he atrevido a intentar hacerlo con él pero me he masturbado docenas de veces en su honor"). No estoy dispuesto a que me haga una paja, así que para no dejar de ver la fervorosa actuación de Julia, me siento en un banco y pongo sobre mí (mirándome a la cara con su mejor expresión de mujer cachonda) a la joven, que se mete el rabo dando un alegre gemido e inmediatamente cierra los ojos y comienza un sube-baja lento y profundo que agradece sobremanera mi necesitado pene.
La mamada que está recibiendo esa polla de película porno debería enseñarse en video en las escuelas como modelo a seguir (algunos quedaríamos en ridículo si se comparan tamaños y grosores); la glotona rubita cuarentona no ha abierto los ojos en los muchos minutos que lleva de actuación y cuando un lechazo que parece el chorro de una manguera sale por el negro rabo, chupa y lame intentando no perder una gota, lo que es imposible y su cara, pelo, cuello, tetas se ponen llenas de semen.
Me encanta ver el semen sobre el cabello rubio de la mujer, lo que sumado al polvo excelente que me está echando la aplicada joven toledana me hace correrme en silencio con un orgasmo largo y satisfactorio. Avelinda me da unos cuantos de sus besitos cortos (más adelante me dirá que son besos de pajarito) y sigue intentando subir y bajar, pero mi polla está arrugada e inútil por lo que se levanta y se masturba el clítoris a toda velocidad con una mano e introduce dos dedos de la otra en su coño, en pocos minutos se corre, vuelve a besarme, me arrastra de la mano hacia la salida de la sauna y nos metemos en la pileta de agua templada. Durante un buen rato, a lo largo del cual no nos encontramos con nadie (ni Florián ni Julia salen de la sauna), nos damos un baño de lo más relajante mientras hablamos ("no me gusta que tengas novia, pero no me importa; ¿no serás un chorra de esos que capan cuando se casan?") hasta que el sueño nos aconseja subir a la habitación, cada uno a la suya ("luego voy a buscarte").
La humedad que siento en mi pene me hace despertar sin saber muy bien en dónde me encuentro y pensando que tengo ganas de orinar aunque en seguida comprendo que la joven Avelinda está jugando a chupar con una lengua que más bien es un maravilloso instrumento de dulces torturas. Me encanta una lengua de mujer que sepa excitarme, para mí es un placer añadido que engrandece mis orgasmos y esta joven morena es la mejor lamepollas que he conocido hasta la fecha; su lengua se ensancha y engorda o se hace fina y larga según dónde esté lamiendo de manera tal que en todo momento consigue que no sólo la polla sino el cuerpo entero esté pendiente de lo que hace. Me ha puesto en un estado tal que le debe gustar ("cómo me gusta tu pene gordito, amor"), se sube encima y tras meterse la polla se mueve arriba-abajo, en círculos, a derecha e izquierda, con mucha rapidez y provocándome una corrida mañanera de órdago. Sigue moviéndose durante un minuto y su casi callado orgasmo transforma los rasgos tensos de su cara en la representación del relajo y la tranquilidad, me moja aún más mientras sigue teniendo contracciones y poco después descabalga para tumbarse a mi lado, darme un beso y quedar dormidos ambos.
Está sonando el teléfono y el despertador dice que es hora de comer. Avelinda se está duchando y la voz fuerte y agradable de Clara termina por despertarme: " os espero para comer, como parece que el día está algo mejor me gustaría acercarme a la hora del café a ver a una amiga de infancia que vive cerca de aquí. Ya he quedado con ella, tu nos acompañarás, ¿verdad?".
En algunos Paradores se come excelentemente y desde luego el San Marcos es uno de ellos. Alrededor de las cinco subimos al impresionante automóvil que conduce Florián y gracias a las cadenas y a su habilidad sorteamos los muchos obstáculos que nieve y hielo han provocado, consiguiendo llegar a un impresionante chalet de una zona residencial situada en el otro extremo de la ciudad en el preciso momento en el que comienza a nevar. Entramos a la casa y una simpática y emocionada anciana señora nos recibe (por supuesto a Clara) como si fuéramos el hijo pródigo, acompañándonos después a un acogedor rincón de un amplísimo salón. Varias horas de anécdotas infantiles compartidas, de reconstruir toda una vida (en realidad dos) entre dos amigas, de tomar café y varias copas, de merendar y hablar del tiempo (está nevando y la cellisca se ha reproducido), nos llevan a aceptar quedarnos a cenar y tras avisar al hotel, quedarnos a dormir.
A media tarde llega a la casa la hija (Marita) de nuestra anfitriona, una agradable y de muy buen ver señora de unos cincuenta años que tras saludarnos me parece que queda prendada de Florián, que muy discretamente está presente en la velada siempre atento a su señora. La cena es muy buena, al más puro estilo leonés, y la sobremesa es una continuación de las simpáticas y agradables horas compartidas. Un evidente pero disimulado exceso de copas de todo tipo nos lleva a todos a decidir que ha llegado la hora de dormir. Me asignan una habitación en el primer piso situada frente a la de Florián y alejada de las de Clara y Avelinda ("más tarde voy a tu habitación, tengo ganas de ti").
He dormido más de cuatro horas y tengo ganas de beber agua, salgo para ir al cuarto de baño y a la vuelta no puedo dejar de oir, a través de la puerta entornada, un pequeño escándalo en la habitación de Florián; la curiosidad puede con mi prudencia, me asomo y a la luz de la lámpara de la mesilla veo al gigante encular con su oscura herramienta a Marita, que arrodillada en el suelo con el cuerpo doblado sobre la cama y agarrada al borde de ella está recibiendo unos tremendos pollazos que la mueven adelante y atrás y también mueven la cama produciendo un ruido sordo de golpeteo, acompañando los gritos semiahogados por la ropa de cama que da la mujer. ¡Joder! que follada le está pegando el mulato al culo grande y duro (cada tres o cuatro pollazos da un sonoro azote en el trasero con unas manos que parecen palas) de la gritona cincuentona y que cachondo me está poniendo verlo.
Me sobresalto un poco al oir: "te excita, eh; a mí también, vamos a tu habitación; ya tengo que sentirte dentro"
Avelinda ha estado a mi lado durante los últimos minutos mirando el espectáculo de Florián y Marita, evidentemente se ha puesto tan caliente como yo ("¿qué quieres hacer?, mi niño; pocas veces me han dado por detrás pero házlo, quiero tener tu gordo rabo en el culo") y doy gracias a los dioses del sexo por haber podido conocer a tan maravillosa y cachonda joven. Se tumba boca abajo en la cama ("entra así y si me duele me das crema o algo, ¿vale?"), beso y lamo durante un rato ese culo moreno de piel perfecta e intento penetrar en el pequeño agujero; apenas he metido la puntita en ese estrecho lugar ("me duele, para; no, sigue; para, sigue, ay, ay ...") cuando la saco y me acerco al cuarto de baño para buscar alguna crema suave que podamos utilizar. A mi vuelta está a cuatro patas esperándome con uno de sus dedos gordos metido en el culo ("¿traes algo suave?, quiero que te folles mi culo; ¡métela!"), suelto una tremenda cantidad de crema para las manos en el trasero, extiendo el amarillo producto (ojalá no tenga mentol o algo parecido) y meto uno de mis dedos en el ojete, con las manos impregno mi tiesa polla y aprieto en el pringoso culo intentando meterla. Al cuarto o quinto intento consigo meter el capullo (he puesto demasiada crema) y después ahí va el resto ("qué bien, Luis; qué gorda, mi chico; me gusta, ¡muévete!") que entra en un culo ajustadísimo, muy estrecho, que parece un cojín mullido de terciopelo caliente. El roce no me provoca de momento ninguna sensación desagradable y me voy animando a moverme más y más rápido hasta dar a Avelinda buenos pollazos, mientras ella con su mano derecha ha anidado en su sexo haciéndose una paja al ritmo de mis embestidas. Se corre la joven dando un par de fuertes grititos, soltando sus abundantes jugos y tumbándose en la cama, con lo que sigo dentro de ella intentando continuar el bombeo que tanto necesito. Tras descansar unos minutos, Avelinda acompaña mi traqueteo con el movimiento de sus caderas y al poco tiempo tengo una estupenda y gratificante corrida.
"Tengo que volver al dormitorio, mi abuela no querría que sepa su amiga que estamos metiendo tu y yo, aunque después de ver a Marita; ¿seguirán dándole al asunto?. Sabes, a Florián siempre le ha gustado que le vean follar, en casa siempre deja las puertas entornadas para que las criadas se pongan a mirar; yo también le he visto chingar alguna vez para después masturbarme. ¿Has visto lo que está cayendo?, mañana no se si podremos volver al hotel"
Después de uno de sus besitos de pajarito me deja para ir a dormir (antes nos asomamos los dos a la habitación del mulatón y no podemos dejar de reirnos al ver que siguen en plena faena sexual con la mujer subiendo y bajando sobre el cipote moreno) y yo caigo en una especie de desplome físico y sopor que me tiene durmiendo todo lo que queda de noche.
Me ha despertado Florián ("señor, son las once de la mañana y tenemos que intentar ver qué ocurre con el automóvil y la nevada") y tras asearme bajamos a la calle para confirmar que no hay manera de circular, lo que provoca un estallido de alegría en las dos ancianas amigas y un gesto de satisfacción en Marita. He telefoneado al San Marcos y sigo sin tener noticias de Charo; pasamos la mañana en agradable charla, viendo fotografías, comentando anécdotas de toda una vida y desde bastante temprano deleitándonos con todo tipo de aperitivos propios de la fuerte cocina astur-leonesa que prepara la excelente cocinera de la casa. Doña Clara y su amiga se recogen para seguir hablando en otra salita, Marita ha desaparecido para dormir la siesta y Florián ha salido muy discretamente tras ella.
"Ahora podemos estar juntos sin que nadie nos moleste; vamos a tu habitación, mi chico"
Nos besamos y acariciamos mientras hablamos e intento conocer algo más acerca de esta joven agradable, simpática y tan atractiva sexualmente:
"Con catorce años me enamoré con desesperación (en realidad sólo era necesidad de sexo) del joven profesor de música que me daba clases en casa. Había visto a mi abuela y a Florián hacer el amor, a las criadas entregarse al mulato casi con desesperación y yo ya necesitaba conocer y saber en propia carne qué era eso que me inquietaba y no me dejaba ni siquiera dormir. Las primeras tres o cuatro ocasiones no me resultó especialmente agradable (no tuve dolores ni sensación de desfloramiento pero el tipo no era precisamente experimentado) pero a partir de entonces empecé a desmadrarme, a perder miedos, a intentar probar qué era lo que de verdad me gustaba. Durante algo más de un año el sexo fué mi única ocupación con el músico y algún que otro compañero de clase, después tuve un par de novietes (y una novia durante unas semanas) y hace seis meses que no tengo hombre; bueno, a partir de ahora serás tu, claro está".
¡Qué bien suena algo así a los oídos de un hombre camino de los cuarenta encamado con un bombón menor de edad!; lo suficientemente bien como para provocar una erección, está claro. Avelinda se ha dormido después de practicar ambos un rápido y gratificante sesenta y nueve. Lo de la lengua de esta mujer no tiene precio, es verdaderamente fabulosa.
Antes de la hora de la cena ha dejado de nevar y el parte meteorológico televisivo nos avisa de que en un par de días la tormenta invernal va a desaparecer y el rápido aumento de las temperaturas mejorará la situación de las comunicaciones en muy poco tiempo. Doña Clara dice que aprovechemos para volver al hotel y así lo hacemos, con el más que evidente disgusto de Marita.
En el comedor del restaurante nos encontramos todos los huéspedes retenidos en León en un ambiente alegre premonitorio de que la reclusión va a terminar en cualquier momento. Nos divertimos amigablemente mientras tomamos unas copas, intercambiamos direcciones, teléfonos y deseos de vernos lo antes posible para continuar y sedimentar nuestra reciente amistad. Nos dan una alegre noticia: las comunicaciones telefónicas se han restablecido, lo que provoca una desbandada camino de las respectivas habitaciones y los teléfonos.