Soy Vivi (La Vivi me llamaban) y éste es mi recuerdo de mis primeras experiencias sexuales
Este recuerdo proviene de hace varias décadas, de cuando yo tenía unos 10 años. Era solo una nena, y calculo que era ésa mi edad porque estaba en 3ro. o 4to. grado de la primaria.
Hablaba con la nariz obstruida y tenía muchos granitos en la cara, todo lo cual provocaba por entonces que mis compañeras de aula se riesen de mí y que no tuviese forma de unirme a ningún grupo.
Había escuchado de mis compañeras de escuela algunos comentarios acerca de "jugar al doctor" y pude saber, pese a que lo hacían bajo cierto secreto y rodeadas de misterio, que lo hacían entre ellas cuando se juntaban dos o más en casa de alguna de ellas.
Yo no participaba en ese juego por lo que solo podía imaginarlo, y eso me provocó por primera vez una excitación importante, como nunca antes, porque lo vinculaba con mi intimidad aunque sin saber por qué.
Por eso empecé a desear y soñar con jugar al doctor con una de mis compañeras. Era la que más me atraía porque una vez, en clase, había deslizado su mano entre mis piernas, yo las entreabrí para permitírselo y para que me tocara pues me provocó algo muy lindo que me gustaba mucho. Nunca le dije cuánto me había gustado ni volvió a repetirse ese momento.
Mi imaginación acerca de ese juego consistía en que ella me tocaba y que me hacía masajes en las entrepiernas. Y eran tan recurrentes mis ganas de que eso ocurriese de verdad que en mi cama me entregaba a tocarme sola. Soñaba que era ella quien lo hacía y con mi mano y mis dedos me acariciaba abajo hasta que llegara a gustarme muchísimo, hasta un límite que hasta entonces no había vivido y que yo misma no podía creer. Me mojaba mucho y también se me ponía muy duro el clítoris cuando lo tocaba con mis dedos. Creo que era eso lo que más me gustaba.
Mis juegos de chicos, cuando tenía esa edad, quedaban limitados a los de mi soledad y a los que podíamos inventar en el patio de mi casa con un vecino también chiquito, un año mayor que yo, casi todos los días a partir de las 7 de la tarde más o menos.
Entre otras cosas, él me enseñaba experimentos muy elementales de química y yo le prestaba un juego de "cerebro mágico" pero fabricado por mi papá, lo que en poco tiempo terminaba aburriéndome y posiblemente a él también.
Una vez que los juegos de química y de cerebro mágico y otros parecidos se hicieron rutina con mi amigo, se despertó en mí el deseo de jugar de verdad al doctor y de hacerlo con él. Se lo propuse tal como yo soñaba que era. Me acuerdo que yo no tenía para nada vergüenza, la que incorporé en años posteriores.
Existía en el patio de casa uno de los lugares en que jugábamos, detrás de las macetas y las flores, donde había unos cajones medios tapados por cierta penumbra. No recuerdo por qué estaban esos cajones allí ni de qué eran.
Tenía muchas ganas de jugar al doctor de verdad y lo que no le había propuesto a mi compañera de la escuela me atreví a pedírselo a él. Varias veces le rogué que jugáramos al doctor, que lo hiciésemos allí y que esos cajones podían ser la camilla del consultorio.
Durante unos días él no quiso. Fueron varias las tardes en que se negó, presumo ahora que fue porque él imaginó igual que yo que se trataba de algo íntimo y que eso le provocaba una timidez de la que yo carecía.
Un día finalmente me acosté boca arriba sobre la "camilla" y le dije muy excitada "Doctor, a mí me duele acá", o algo parecido. Me había levantado el vestido decididamente para que, en bombacha, él me pudiese revisar desde la cintura para abajo. Y le señalé la parte inferior de mi vientre.
Mi vecino al fin dejó de negarse, se acercó y seguramente juntando coraje creo que dijo: "Bueno, vamos a ver qué le está pasando ... ". Luego de ello decidió tocarme suavemente con los dedos y después con la palma de una de sus manos la piel de mi vientre, arriba del elástico de la bombacha que me había animado a bajarme un poquito.
La excitación que me provocó su mano fue distinta y más importante que la que sentía de noche en la cama cuando jugaba a tocarme sola. Tanto me gustó que me asusté y detuve el juego. A él se les pusieron sus mejillas rojas, seguramente a mí también, y creo que algo debió gustarle porque primero quedó raro y en silencio y después seguimos muy amigos, sin reproches y como si nada hubiese pasado, jugando a otra cosa y sin hablar nada de lo que habíamos hecho.
Esa misma noche me toqué en la cama hasta tarde, comenzando con acariciarme suavemente con el reverso de mi mano el lugar donde había estado la mano de mi vecino, pero mi excitación estaba potenciada por el recuerdo de cómo él lo había hecho esa tarde cuando jugamos al doctor. Imaginaba que era él y prolongué el placer hasta dormirme.
En esos días él y yo fuimos, sin decirlo, cómplices en silencio de algo que hicimos una vez, y que a partir de entonces, casi siempre por iniciativa mía, empezamos a repetir casi todos los días en esa penumbra. Ambos estábamos seguros que había algo indebido, pero ninguno se lo comentó al otro e igual continuamos jugando a ese juego que tanto me seducía.
A partir de entonces jugar sola a tocarme me gustaba más, pero igual eran mejores esos pequeños momentos en que él apoyaba su mano tibia, casi sobre mi pubis donde aún no tenía vello alguno.
Algunas veces llegué a quedarme sola en el aula en horario de recreo, cuando tenía ganas de pensar en él, para tocarme y disfrutar todo lo que podía.
Un atardecer de varios días después, al cabo de otros entretenimientos le propuse jugar al doctor y él aceptó como siempre. Yo tenía muchas ganas. Me acosté sobre los cajones, me levanté el vestido, me bajé sin pudor la bombacha hasta los pliegues de las ingles, y le dije "Doctor, me duele acá".
Él repitió lo de las veces anteriores, poniéndome su mano debajo de mi vientre como me gustaba, pero ese día quise que me tocase más. Corrí para abajo un poquito más la bombacha, muy excitada tomé su mano y se la llevé para sentirla bien abajo, allí donde yo me tocaba, con la excusa o el argumento que era en ése sitio donde me dolía.
Conseguí que me tocara donde más me gustaba, en mi clítoris que estaba muy duro y a los labios que según creo se me hincharon como cuando me tocaba. Y me excité como nunca antes. Le pedí que me hiciera masajes y lo hizo, pero con una brevedad de solo dos o tres segundos al cabo de los cuales retiró su mano. Le pedí que lo repitiera y él lo hizo, pero con la misma brevedad.
Me di cuenta que estaba muy mojada y que se iba a mojar también mi bombacha limpia. Aunque estaba segura que no me había hecho pis supuse que él podía creer eso, por lo que sumamente excitada me incorporé y con la bombacha subida a medias me fui al baño. Le dije que iba a hacer pis y que enseguida volvía.
En el baño me toqué mucho durante un rato pensando cómo recién él lo había hecho donde yo quería, pero ahora dueña de manejar el tiempo porque era mía la mano. Después me sequé y me limpié.
Por varias semanas repetimos ese juego, una y más veces casi calcadas, de que me acariciase allí abajo y de ir sola al baño a tocarme y seguir gozando. Hasta que un día me di cuenta que, junto con sus mejillas rojas de todas las veces, también pasaba algo atractivo en las entrepiernas de él, debajo de sus pantalones, donde se tocaba repetidamente o se cambiaba algo de lugar.
Al día siguiente, con esa imagen de la entrepierna de su pantalón que persistía desde la tarde anterior, le dije que yo quería hacer de doctora y que él fuese mi paciente.
Él no aceptó el cambio de papeles pero sí que jugáramos al doctor como siempre, y así lo hicimos. Esta vez él rompió el silencio de esos bellos momentos cuando me preguntó "¿ Por qué lo tenés tan chiquito ?".
Mi ignorancia, igual a la suya, hizo que su pregunta quedara sin respuesta, pero aquello que me dijo provocó que aumentara mi excitación y que se acentuaran mis ganas de que cambiásemos los roles.
Ese mismo día, luego de haber vuelto del baño otra vez continuamos con el juego pero, a regañadientes, conseguí que aceptase ser mi paciente y que se acostase sobre los cajones.
Después que lo hizo le pregunté si le dolía acá, y me contestó muy bajito que sí. Acto seguido comencé a abrir su pantalón para tratar de llegar a sus entrepiernas. Él colaboró en ese trámite, pero poco.
No sin agradable sorpresa encontré que lo tenía diferente al mío, duro pero más grande, y así lo tuve y se lo revisé en mi mano. Era largo y rápidamente encontré la explicación de por qué pasaban esas cosas que me gastaban dentro de su pantalón, donde él se tocaba después de tocarme a mí. Se multiplicó mi excitación y empecé a explorar más a ver cómo era todo eso.
Seguramente él tuvo vergüenza de su estado erecto y casi de inmediato se incorporó sumamente enrojecido y debimos jugar a otra cosa, sin mediar palabra alguna.
Las tardecitas posteriores seguimos con los mismos juegos, pero solo lograba que él me pasara apenas unos segundos su mano o sus dedos en mi entrepierna. Igual me mojaba, iba al baño para tocarme sola y a mi gusto por el tiempo que quería. Luego volvía y al rato me acostaba otra vez en la camilla para repetir todo con él y volver al baño a tocarme. Eran dos goces distintos. Creo que en el baño yo trataba de completar lo que él no se animaba a extender.
A él se le levantaba el pantalón y esa era mi gran atracción, pero no sé si llegaron a tres las veces que conseguí que fuese él mi paciente, para poder tocárselo y explorarlo aunque sea un poco. Esas pocas veces que me lo permitió lo tenía grande, duro, muy tibio y eso me gustaba y me excitaba.
Y sola, por las noches, continuaba tocándome mucho tiempo en la cama pensando en los juegos con mi vecinito. El nunca supo que además de jugar al doctor, yo me tocaba sola. Era mi secreto y sigue siéndolo.
Mi madre me dio una explicación, a su modo, el día que le pregunté por qué las diferencias entre el mío y el de mi vecinito, pero esa es otra historia.
Un psicólogo me dijo que era posible que, cuando jugaba así con mi vecinito, estaba mojando la bombacha con pis. Yo no lo creo.
La vida me alejó geográficamente de él, en forma temprana y para siempre. Allí comenzó también otra historia.
Creo que amé y sigo amando a mi vecinito, a quien nunca volví a ver desde que teníamos 10 y 11 años.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Tengo un marido, hijos ... , pero hasta hoy, cuando me masturbo y quiero hacerlo dulcemente, lo hago con el recuerdo de cuando jugaba al doctor con aquel vecinito al atardecer. Ese sigue siendo mi secreto.
Me estoy mirando al espejo y estoy lejos de ser aquella nena de 10 años, como obviamente él tampoco debe ser ahora aquel nene de 11. Solo me queda el gratísimo recuerdo de nuestro juego, que por fortuna pude mantener vívido para mi placer íntimo.
Las historias bellas, como la vida misma, son irrepetibles.
Vivi