Empezaba a hacer calor cuando crucé la puerta del banco. Era muy temprano todavía, así que tuve la impresión de que el día iba a ser sofocante. Me paré a preguntar al guardia de seguridad de la puerta cómo podía llegar al departamento de informática. Antes de contestarme me recorrió con la mirada de la cabeza a los pies con absoluto descaro haciendo una larga parada en mis piernas. Por enésima vez me pregunté si mi madre no tendría razón y aquella falda no sería demasiado corta. De todas formas no me importaba demasiado. Aquella falda hacía que me sintiera bien, sexy, segura. Conseguía que mis piernas parecieran más largas y destacaba mi bronceado. Y aquella mañana necesitaba sentirme segura.
El principal problema de trabajar en verano es que hay que cubrir los huecos que van dejando todos los que se marchan de vacaciones, y la mitad de las veces acabas haciendo trabajos para los que nos estás ni mucho menos cualificada. El tipo callado y esmirriado que llevaba la sección de economía en mi periódico se había ido de vacaciones dos días antes y había dejado dos entrevistas pendientes. La primera me había tocado a mí. Por mucho que me había resistido y había protestado, aportando todos los argumentos que se me habían ocurrido y alguno más, mi redactor jefe insistió en que me ocupara yo. Así que me había pasado los dos últimos días estudiando reportajes y datos que no entendía sobre los nuevos programas informáticos aplicados a la economía, un tema que, por decirlo de forma suave, no domino demasiado.
Y allí estaba, después de madrugar demasiado para mi gusto, de camino a entrevistar a un jefe de sección de no sé qué. Veía venir el desastre.
Subí al ascensor y recé para que se estropeara, no funcionara o por lo menos fuera lento para tardar en llegar y tener algún tiempo más para prepararme. Sé que no sirve de nada, pero qué le vamos a hacer, nunca puedo evitar desear que los malos tragos se retrasen todo lo posible. En contra de mis deseos, en menos de dos minutos había llegado a mi piso. Salí a un vestíbulo y vi un escritorio vacío a mi derecha. Supuse que habitualmente allí debería haber una secretaria o una recepcionista, pero en aquel momento no había nadie, así que me dispuse a buscar por mí misma a mi entrevistado. Avancé por el pasillo fijándome en todos y cada uno de los letreros. No había casi nadie. Salvo dos o tres personas que deambulaban por el pasillo con cara de sueño, la planta parecía vacía. Pensé que, en mi manía por ser puntual, tal vez había llegado demasiado pronto.
Por fin encontré el lugar que buscaba. La puerta estaba cerrada. Golpeé con los nudillos y esperé hasta que una voz me indicó que pasara. Respiré hondo, giré el picaporte y entré. Cerré la puerta detrás de mí mientras me tomaba tiempo para mirar tranquilamente a mi alrededor. Era una sala grande, con una docena de escritorios, mucha luz, una máquina de café junto a la puerta y tres puertas cerradas en el lateral derecho. Sólo uno de los escritorios, bajo la ventana, estaba ocupado.
El hombre apartó la mirada de la pantalla de su ordenador para preguntarme qué deseaba. Le di mi nombre y el de mi periódico y le expliqué a qué venía. Me indicó que el tipo al que iba a entrevistar era su jefe y me señaló cuál de las tres puertas cerradas era su despacho, pero me aclaró que todavía no había llegado. Sonrió y me ofreció un café Alegué que no quería molestar y me ofrecí esperar fuera, pero me aseguró que había llegado a trabajar antes de su hora y no tenía demasiadas ganas de empezar.
Me acercó una silla y me preguntó cómo quería el café. Lo pedí solo y con mucho azúcar. Fue a buscar dos vasos de café a la máquina y luego se sentó frente a mí, me tendió uno de los cafés y volvió a sonreírme. "Me llamo Thomas", me dijo. Insistí en que no quería ser una molestia, pero me dijo que no me preocupara, que bastante iba a tener con hablar con el tipo al que tenía que entrevistar. "No tienes idea de cuanto", le contesté.
Levantó una ceja como preguntando cuál era el problema mientras daba un sorbo al café. Confesé mi total ignorancia en las materias sobre las que trataba la entrevista. Puso cara de sorpresa. Lo entendí. Mi periódico tiene una buenísima sección de economía. El tipo silencioso domina su tema tan bien como yo el mío, pero en aquel momento me sentía como un pez fuera del agua. Volví a maldecir a mi redactor jefe para mis adentros, por milésima vez en dos días, creo, y luego me imaginé al tipo silencioso escribiendo la crónica de la final de la Liga de Campeones. Deseé que en algún momento se viera en la situación y lo pasara tan mal como yo en aquellos momentos.
Dejé de lado todos mis planes de venganza cuando Thomas se ofreció a resolver cualquier duda que yo pudiera tener. Bien mirado, trabajaba allí, ¿quién mejor que él para echarme una mano? Le miré con cara de ilusión y se rió. Me gustó el sonido de su risa y por primera vez lo miré con atención.
Me atrajeron sus ojos, chispeantes y oscuros detrás de los cristales de las gafas. No tenía rasgos llamativos, pero en él había algo terriblemente atractivo que me hizo sentir un intenso cosquilleo dentro de mí. Nunca me han gustado los hombres demasiado guapos.
"¿Empezamos?", me preguntó, y empezó a resolver mis dudas. Llegados a un determinado punto, sin embargo, me aclaró que la mejor forma de que comprendiera lo que me estaba explicándolo era viéndolo en la pantalla del ordenador y me pidió que me acercara. Empecé de pie al lado de su silla y a medida que me iba metiendo más y más en la explicación acabé sentándome sobre la mesa para ver mejor.
No recordé hasta qué punto era corta mi falda hasta que me di cuenta de que Thomas ya no miraba a la pantalla, tenía la vista clavada en mis piernas. Si no las tuviera cruzadas, estoy segura de que tendría una visión perfecta de mis braguitas. De pronto me sentí atrevida. Por lo visto, podíamos seguir esperando un buen rato. Parecía que yo le gustaba, él me atraía y durante los dos últimos días había estado tan tensa que empezaba a necesitar un desahogo. ¿Por qué no?
Lentamente separé las piernas para permitirle una vista perfecta de mi tanga negro. Se inclinó hacia atrás, me miró y movió su silla hasta colocarse directamente frente a mí. Me miró mientras yo colocaba los pies en su silla, uno a cada lado de sus caderas. Apoyé las manos sobre el escritorio, recostándome, y le sonreí.
En cuestión de segundos sus manos estaban en mis tobillos, sobre las tiras de mis sandalias, y empezaban a subir por mis piernas. Se movían lentamente, suaves, calentándome la piel mientras me miraba fijamente a los ojos. Se paró un momento antes de empezar a avanzar bajo mi falda y clavó la vista entre mis piernas.
Me estremecí cuando la punta de sus dedos rozó la tela de mi ropa interior. Abrí las piernas un poco más mientras notaba como empezaba a acariciarme suavemente por encima del tanga. Suspiré mientras notaba cómo empezaba a mojarme. Levanté las caderas para que me levantara la falda y me quitara las bragas. El escritorio resultaba agradablemente frío debajo de mi piel. Suspiré.
Mientras terminaba de sacarme el tanga levantó mi tobillo izquierdo y se lo acercó a los labios. No tuve más remedio que tumbarme sobre la mesa. Sus labios y su lengua se deslizaron por la parte interior de mi pierna mientras dos de sus dedos se mojaban en mi vagina Empezó a penetrarme lentamente, juntando y separando los dedos mientras su boca seguía subiendo por mi pierna. Besaba, lamía, mordisqueaba... y todo el rato seguía follándome con los dedos, cada vez más rápido.
Empecé a retorcerme sobre la mesa. En aquel momento ya no me importaba qué podía tirar en medio de mis movimientos cada vez más descontrolados, aunque una parte de mi mente no dejaba de dar vueltas a la idea de que la puerta no estaba cerrada con llave y cualquiera podía entrar y sorprendernos en cualquier momento. Es más, alguien debía entrar muy pronto y no teníamos forma de saber cuando. Creo que grité sin poder contenerme cuando se metió mi clítoris en la boca al mismo tiempo que me clavaba tres dedos hasta el fondo. Me di cuenta de que estaba a punto de correrme y la respiración de Thomas casi no había empezado a acelerarse.
No me parecía demasiado justo, así que hice un esfuerzo y me senté sobre la mesa. La vista de su cara perdiéndose entre mis piernas casi me hace desistir, pero me decidí a ponerle las manos en los hombros y obligarle a recostarse en la silla. De la mesa pasé a sus rodillas y aproveché para besarle. Un beso largo, rápido y profundo, con nuestras lenguas jugando y mi saliva mezclándose con la suya.
No dejé que durara. Le abrí ligeramente las piernas y seguí resbalando hasta acabar de rodillas en el suelo, frente a él. Le abrí la bragueta y dejé que su pene saliera de dentro de los pantalones. Me acerqué hasta pegar la cara a su polla. Disfruté un segundo de su calor antes de empezar a besarla. La recorrí con besos ligeros y rápidos y luego jugueteé un momento con ella entre mis labios y la punta de la lengua.
Me acerqué todavía más para acurrucarme entre sus piernas, con los brazos alrededor de su cintura. Levanté la vista y disfruté de su expresión excitada, ansiosa, expectante. Clavé mi mirada en sus ojos, recreándome en la forma en que su mirada se oscurecía de deseo a medida que acercaba la boca a su verga. Cuando sólo faltaban un par de centímetros para que pudiera rozarle con los labios, saqué la lengua y empecé a lamerla. Escuché el primero de sus gemidos en el momento en que llegaba a la punta y aprovechaba para besarla jugueteando suavemente con los labios. Volví a recorrerla lentamente en toda su longitud, una y otra vez, marcando el ritmo de sus gemidos.
Sabía que el tiempo se nos echaba encima, pero no me sentía capaz de darme prisa. Su calor y su sabor a hombre excitado me intoxicaba. Volví a salpicar su verga de besitos. Me sentía arder. No podía contener el placer que me producía verle cada vez más excitado, más abandonado a mi lengua y mis caricias. Abrí lentamente la boca para permitir que su polla fuera entrando suavemente. Dejé que avanzara unos centímetros y cerré los labios con firmeza a su alrededor. La rocé con los dientes delicadamente y empecé a succionar cada vez con más fuerza hasta que no pudo contenerse y sus manos bajaron hasta mi cabeza, ejerciendo una ligera presión hacia abajo.
Sólo entonces volvía a avanzar. Me la metí en la boca tanto como pude y la dejé salir hasta que otra vez tuve sólo unos centímetros dentro. Sus manos volvieron a presionar y empezamos un juego inconsciente en el que yo trataba de llegar un poco más lejos cada vez y luego la dejaba salir acariciándola con la lengua en toda su longitud. En cada viaje el volvía a impulsarme hacia abajo, cada vez un poco antes, hasta que sólo pude hacer un suave movimiento de vaivén mientras mi lengua y dientes se aplicaban sobre su piel.
En el último intento de tratar de abarcarla entera hice un esfuerzo por llegar un poco más adentro. Cuando ya no pude mas dediqué todo mi esfuerzo a succionar. Sus gemidos resonaban cada vez mas fuerte en mis oídos, sus dedos se perdían entre mi pelo y me acariciaban llenando mi mente de una sensación dulce y relajaste.
De pronto me di cuenta de que había descuidado una parte importante de su cuerpo. Retrocedí hasta acabar con un último lametón en la punta de su polla. Sonreí al ver su expresión desorientada. Apoyándome sobre él le obligué a bajar una de sus piernas. Me incliné un poco más y abrí la boca tanto como pude. En un momento, sus huevos estaban dentro y yo apoyaba mi mejilla sobre su pierna. Mi lengua le recorría incansable mientras la punta de mis dedos se colocaba sobre su polla para empezar a acariciarla.
El sonido de un reloj dando la hora me obligó a volver parcialmente a la realidad. Con suavidad dejé que sus huevos salieran de mi boca y los sujeté con una mano. La otra se cerró sobre la base de su verga mientras volvía a metérmela en la boca tanto como pude. Empecé moverme más y más rápido, masturbándole al mismo tiempo que lo lamía. A pesar de que pensaba que ya no sería posible, noté cómo crecía todavía un poco más en mi boca, entre mis manos.
Pronto, un sabor salado en mi lengua me indicó que Thomas estaba muy cerca del orgasmo. Saqué totalmente la polla de mi boca para poder recoger las primeras gotas con la lengua. Las saboreé con calma y me puse de pie entre sus piernas. No hizo falta que dijera nada. Sus manos se colocaron inmediatamente en mis muslos y subieron con un movimiento rápido hasta acabar sujetándome las caderas. En el proceso, mi falda quedó recogida a la altura de la cintura. Como pude me acomodé sobre él, entre su cuerpo y el escaso espacio que nos dejaba libre la silla, mientras sus manos me guiaban hasta encontrar una posición cómoda. Me levanté sobre las rodillas para apretarme contra él y besarle. Su boca se hizo inmediatamente con el mando. Sus labios entreabiertos me provocaban, su lengua jugaba con la mía y la llamaba hasta que acababa siguiéndola hasta su cuerpo. Entonces, sus dientes aprovechaban para mordisquearla arrancándome un gemido tras otro.
Me retorcí sobre él, frotando mi pecho contra el suyo. Mis pechos estaban más duros de lo que yo recordaba que hubieran estado nunca. Mientras me apretaba contra su cuerpo me di cuenta por primera vez de lo alto que era. Lo suficientemente alto como para que, a su lado, me sintiera pequeña y femenina.
Sus manos se deslizaron hasta mi culo, cálidas y fuertes, y lo acariciaron haciendo crecer mi deseo hasta el límite. Acariciaba, apretaba, pellizcaban ligeramente, se hundían entre mis nalgas hasta hundir desde atrás los dedos en mi coño. Sus labios empezaron a alternar los jugueteos en mi boca con las escapadas a mi cuello. Cogí su pene con una mano y, con la otra apoyada en su hombro, la coloqué a la entrada de mi vagina. Nos miramos a los ojos mientras sus manos en mis caderas me guiaban en mi movimiento hacia abajo. Enganché mis piernas en las suyas y me impulsé para seguir bajando, incluso cuando supe que ya lo tenía completamente dentro. Me sentí deliciosamente llena y mis caderas empezaron a moverse de forma inconsciente, buscando todas las formas posibles de contacto. Cada movimiento en mi interior provocaba múltiples sensaciones que me forzaban a agitarme con más rapidez, sentir con más intensidad.
La presión de sus manos en mi culo, la velocidad de los movimientos de su lengua en mi boca, la forma en que sus caderas me embestían, me estaba volviendo loca. Nuestros movimientos se aceleraban cada vez más. Mi cuerpo empezó a temblar y supe que no iba a tardar en correrme. Le besé, probando el sabor de sus gemidos.
Me apretó contra él mientras se vaciaba en mi interior. Yo tampoco pude esperar más y los espasmos de placer me recorrieron en el momento en que sentí su semen deslizándose dentro de mí. Acabé recostada contra él, con la frente escondida en su cuello mientras él me acariciaba la espalda en suaves círculos. Me invadió una intensa sensación de calma a medida que me relajaba entre sus brazos.
Con un par de enormes sonrisas nos miramos a los ojos y nos dimos un último beso rápido antes de separarnos. Las piernas me temblaban ligeramente cuando volví a levantarme. Thomas esperó a mi lado mientras volvía a colocarme la ropa en su sitio y me acompañó hasta mi silla, al otro lado de la mesa. Se llevó el vaso de plástico del café y medio minuto después estábamos sentados otra vez con un par de tazas humeantes entre nosotros.
Durante unos cinco minutos reinó un silencio completo y acogedor. Luego, el sonido de pasos y una conversación que llegaba desde el fondo del pasillo nos avisó de que estábamos a punto de tener compañía. Miré el reloj. Suponiendo que una de las personas que se acercaban fuera el motivo de mi visita al banco, llegaba casi cuarenta minutos tarde. Mi sonrisa creció todavía más mientras pensaba que en el fondo debería estarle agradecida.
La puerta se abrió y entraron tres hombres trajeados. El mayor de ellos se acercó a mi y me tendió la mano mientras se presentaba y se disculpaba por el retraso. Le seguí al interior de su despacho mientras le aseguraba que no tenía que disculparse y miraba atrás mientras giraba la cabeza justo a tiempo de ver a Thomas guiñándome un ojo.
Cerré la puerta detrás de mí, dispuesta a empezar mi trabajo con mucho mejor ánimo del que tenía a primera hora de la mañana. En uno de los bolsillos de la chaqueta de Thomas quedaban mi tanga negro y un papel con mi número de teléfono.