Diciembre 2003
Si alguna vez en mi vida había tenido la oscura sensación de haber sobrepasado todos los límites, fue aquella noche. Una comida navideña con unos amigos había desencadenado en un desenfreno de sexo puro y duro, y aunque el alcohol y las drogas habían estado de por medio, a mí no me servían como excusa. A pesar de no estar acostumbrado a beber, tenía claro que tres cubatas no me podían hacer perder la cabeza de aquel modo, la culpa fue del sexo, siempre del sexo…
Pasada la calentura inicial, me comenzó a invadir la culpa. Por aquella época todavía creía en la fidelidad, en el amor eterno y todas esas pamplinas que la sociedad nos inculca como sinónimo de felicidad. He de añadir, que yo durante aquella etapa de mi vida era más inocente, más noble y nada cínico. Por eso al ser consciente de todo aquello que acabábamos de hacer mi novio y yo, con Paloma y su ligue temporal, Nacho, me sentía la peor persona del mundo.
Cualquiera podría pensar que, a pesar del libidinoso exhibicionismo, yo únicamente me había limitado a chupársela a mi novio, mientras a unos metros escasos, nuestra amiga le hacia otro tanto a su chico y que no existía traición hacia Enrique, primero porque él estaba delante y segundo porque todo había sido un mero juego.
Pero como buen cristiano, soy conocedor de que se peca de palabra, obra, pensamiento y omisión. Por mi mente había circulado el deseo de estar con Nacho y si no lo había hecho fue debido a mis trabas mentales que me obligaban a clasificar las cosas como correctas e incorrectas.
Mientras observaba cómo mi novio y el otro chico limpiaban su pelvis con unas toallitas húmedas, me sentí enormemente sucio y, desasosegado, lancé una mirada a Paloma, quien(a diferencia de mí que le daba mil vueltas al asunto) seguía en su mundo ideal y dejaba que una bobalicona sonrisa le inundara el rostro.
Al mismo tiempo que borraba de sus senos todo rastro de esperma, la chica hizo algo que me dejo descolocado: llevó la otra mano a su entrepierna y comenzó a acariciarse el sexo.
Volví mi mirada hacia Enrique, pero si yo me sentía molesto con la actitud de nuestra amiga, él parecía disfrutar con ello y una maliciosa sonrisa se pintó en su rostro, de un modo tal que hasta sus ojos parecieron brillar por la lascivia. Egoístamente ignoró por completo mi incipiente incomodidad y, clavando su mirada en Nacho, dijo algo que me sorprendió, tanto por lo inapropiado, como porque aquel tipo de comentarios no me cuadraban en él:
—La Palomita sigue con ganas de pollas Nacho y ni tú ni yo estamos para nada… ¡De momento!
El superficial chico, haciendo alarde de esa arrogancia que le caracterizaba, respondió a mi novio como si este le hubiera lanzado un desafío:
—Tú deja que ella siga tocándose, que esta con un poco que le toquen las palmas se anima —Al decir esto último se llevó la mano a los genitales y los agarró alardeando de manera manifiesta de su virilidad.
Si algo molestaba a Enrique, era que la gente más joven presumiera de ser más “hombre” que él y pese a que no había sido la intención de Nacho, sus palabras fueron interpretadas por mi novio con ese malintencionado sentido. Lo miró de arriba abajo, como si le perdonara la vida y desnudando sus palabras de cualquier gentileza le dijo:
—¡La verdad es que la amiga está bastante buena, no te creas que porque tengo novio le hago ascos a un buen coño!
La brusquedad de sus palabras fue para mí como un jarro de agua fría, consiguiendo que la escasa fogosidad que aún quedaba en mi cuerpo se esfumara, bajándoseme por completo la picha.
No podía creer lo que oía, el amor de mi vida descubría de repente, y ante un extraño, una faceta que yo desconocía. Pues… ¿desde cuándo le gustaban a Enrique las tías? Siempre que habíamos hablado de mi ex novia y los problemas que me supuso aceptar mi homosexualidad, él, una y otra vez, había argumentado lo mismo: “Son etapas de la vida, yo también pasé por ahí”.
Pues por lo visto, aquello de que te gustaran las tías era un viaje de ida y vuelta, al que Enrique parecía que se quería comprar un billete.
Si las contundentes palabras de mi chico me habían dejado anonadado, pareció tener el mismo efecto en nuestros dos acompañantes.
La que primera reaccionó fue la modernita niña bien, que cogiendo por la calle de la poca vergüenza y sin dejar de acariciarse su sexo dijo:
—Enri, tú y el Nachito se habéis corrido ya, y a mí nunca me ha gustado ser segundo plato. Quien todavía esta enterito es el amigo Mar y, que yo sepa, lo que tiene entre medio las piernas es una polla.
Con el todo vale como premisa de la noche, los acontecimientos iban cuesta abajo y sin freno, con todos intentando sacar tajada personal de aquello. Mi novio insinuando querer tirarse a Paloma, ella intentando hacer lo mismo conmigo. Tanto más quería controlar la situación, más se me iba de las manos.
La tensión del momento parecía que se podía cortar con un cuchillo, pues al insinuárseme, nuestra amiga había rechazado sin pretenderlo a Enrique, a quien aquello no le sentó nada de bien, ni intento disimularlo.
Con el tiempo supe que si mi pareja no le dijo una grosería fue por los intereses profesionales que lo unían a ella, pero que ganas no le faltaron “¡Quien se había creído aquella putita que era para hacerme de menos!”, fueron sus palabras cuando con el tiempo comentamos lo sucedido.
Pero como siempre que lo material nos obliga a hacer cosas que no deseamos, culpamos de nuestra mala suerte a otro y desahogamos nuestra mala leche con él. Aquella noche, yo era el otro y quien soltaba toda su bilis, Enrique.
—¿Mariano? Si a él lo único que le gusta es chuparla y que le den, ¡me parece que las rayas de coca te han sentado peor de lo normal!
El sonido de su voz retumbó durante unos segundos en mi cerebro. No daba crédito a lo que escuchaba, no solo estaba contando mis intimidades sin ningún tapujo, sino que sus verdades a medias lograron dañarme tanto, o más, que mentiras completas.
Pensé en rebatir sus palabras pero sopesé que sería inútil y opté por dejarlo en evidencia, cediendo a los deseos de la calenturienta dama. Con todo el aplomo que pude, me levanté e intentando hacerme dueño de la situación dije:
—Enrique, parece que se te ha olvidado que tuve novia una vez y el que haya cruzado la cera no quiere decir que se me haya olvidado que en el otro lado hay cosas buenas y nuestra amiga Paloma lo es, y de las mejores.
Disfrazando mi dolor de arrogancia y chulería, me agaché ante la muchacha, aparte la mano de su coño y metí la cabeza entre sus piernas. Ninguno de los allí presente lo sabía, pero era la primera vez que realizaba el sexo oral a una mujer, pues a mi ex esa práctica sexual no le hacía demasiada gracia (Tampoco, claro está, es que yo le insistiera mucho en ello).
El olor de los efluvios femeninos me trajo recuerdos de una etapa de mi vida en la que yo luchaba con mi realidad y lo que todo el mundo esperaba de mí, aferrándome a un amor sin demasiada pasión y a una relación llena de falsedades que se marchitaba cada día un poco más. Un amago de noviazgo con una chica de mi pueblo a la que destrocé aquellos años de su vida, al engañarme sobre mis verdaderos deseos y usándola a ella como coartada ante la galería.
Borré aquel recuerdo y puse cada uno de mis sentidos en intentar demostrarle a Enrique que, a pesar de mis preferencias, seguía funcionando como heterosexual.
Incrusté suavemente las manos en los muslos de Paloma, abriéndome paso hacia su caliente raja, di un pequeño lengüetazo sobre el gelatinoso trozo de piel, el calor que emanaba y el sabor de sus flujos me pareció agradable, tanto que sentí como mi dormida polla se despertaba de su letargo.
Desconocía si lo que hacía le proporcionaba placer a nuestra amiga quien se había quedado petrificada, como parada en el tiempo, pues estaba tan sorprendida de mi reacción como los chicos a quienes, como pude observar por el rabillo del ojo, mi modo de tomar la iniciativa había dejado fuera de juego y me observaban expectante.
Aparqué todas mis inseguridades y me crecí ante la situación, no quería quedar mal y que mi intento por demostrar mi “hombría” quedara en aguas de borrajas. Ordené mis pensamientos de la mejor manera que la situación me permitía, y a la vez que lamia el coño de Paloma, en pos de darle más placer, recurrí a mis más oscuros instintos.
Aquella mojada gruta no tenía nada que ver con la polla de Enrique, pero salvando las diferencias anatómicas era muy parecido a su culo al cual estaba habituado a dar placer con la lengua. Extrapolé mi técnica a la hora de chuparle el agujero a mi chico y la apliqué de lleno a la humedecida raja que tenía ante mí.
Escruté cada milímetro de aquella hendidura con la lengua, endureciendo la punta y tocando con ella su botón central. Unos placenteros grititos de Paloma me constataron que caminaba por el sendero correcto.
Puse tanto esmero y dedicación en regalar todo el placer del que era capaz, que la muchacha, caliente como estaba, no tardó en alcanzar su primer orgasmo. Los bufidos femeninos, tras el culmen sexual, destrozaron por completo el profundo silencio que se había creado en el pequeño salón.
Me incorporé un poco y, sin decir esta boca es mía, lancé una mirada desafiante a Enrique, quien cogió el guante y me lo lanzó a la cara diciendo algo que, no por previsible, me dolió menos:
—Sí, eso está muy bonito cariño… ¡Pero a las tías le gusta que le den gusto follándosela! ¿Te ves capaz?
Lo desproporcionado de sus palabras y su gratuito empecinamiento por humillarme me retorció las tripas. Enrique estaba muy acostumbrado a salirse siempre con la suya, sin importarle nada a cambio, y mucho menos, mi maltrecha autoestima.
Intentar buscar un razonamiento para todo lo que hago es una de las cruces de mi vida, aún hoy me pregunto el por qué hice lo que hice y las respuestas no me contentan nunca. El caso es que miré a Nacho, seguía en su papel de figurante protagonista, busqué con la mirada a Paloma, las drogas, el alcohol y el sexo habían hecho mella en ella y sus ojos pedían a la noche más emociones, y por último, clavé mis ojos en Enrique, quien era un dechado de arrogancia, con cierta chulería alargué una mano hacia él y le dije:
—¡Dame un preservativo!
Volví a romper sus esquemas, se tragó su orgullo y se dirigió a su cuarto a buscar la caja de profilácticos.
En los breves segundos de espera un extraño nerviosismo se apoderó de mí, lo cual terminó afectando a la rigidez de mi pajarito. Observé fugazmente a Nacho, quien volvía a estar empalmado, y automáticamente la lujuria comenzó a nadar en mis pensamientos, dando como resultado que el vigor volviera a visitar mi entrepierna.
Cuando mi novio trajo la indumentaria del sexo seguro, mi polla miraba al techo de manera palpable. Enrique nos miró a Nacho y a mí, dejando entrever que nuestra más que evidente predisposición sexual le molestaba.
De muy malas ganas me dio un preservativo, sin dilación de ningún tipo procedí a vestir a mi pene para la ocasión. Mientras enfundaba mi verga, posé mi mirada en Paloma, se encontraba allí en cuerpo pero no en alma, pues su mente, por la expresión de su rostro, se había dejado llevar a un lugar donde todo debía ser mucho más hermoso.
Acomodé a la extasiada mujer sobre el sofá, abrí sus muslos y acoplé mi pene en el centro de su vulva, acaricie el centro de aquella fruta viscosa y mis dedos se empaparon levemente de sus flujos vaginales, instintivamente lleve el mojado dedo a mi nariz y aspiré su aroma.
El olor del sexo femenino desató en mí algo inesperado, si en un principio había tomado la determinación de penetrar a nuestra amiga fue, solo y exclusivamente, por no amedrentarme delante de Enrique, sin embargo fue oler aquel fuerte efluvio y me entregué por completo al libidinoso acto. En la medida que mi verga se adentraba en aquella caliente y húmeda cueva, mis sentidos se rendían ante la efusividad del momento y, consecuentemente, disfruté con ello.
Desde que cumplí los veintidós años, había dejado de alternar el sexo femenino con el masculino. Desde entonces las mujeres eran para mí compañeras, amigas,… pero nunca la diana de mis deseos. Aquel día, tras mucho tiempo, estaba volviendo a penetrar a una chica y, para sorpresa mía, me estaba resultando de lo más satisfactorio.
Los movimientos casi mecánicos se transformaron en una simbiosis de placer, cada vez que mi tórax se acercaba a sus pechos y mi pelvis se pegaba con la suya la lascivia removía mis sentidos. Sensaciones que creía olvidadas visitaron de nuevo mi cuerpo, de manera fortuita la abracé y de manera consecuente besé sus labios. Ella me respondió con desgana, pero a medida que la pasión se mezcló con el afecto, la fuerza con la que su lengua bailaba con la mía fue in crescendo.
Nacho inspirado por nuestra pequeña “actuación” acariciaba su erecta verga la cual tanto más la veía más a apetitosa se me antojaba, por su parte Enrique agarraba sus atributos soezmente en un vano intento de que la vitalidad regresara a ellos. A pesar de lo estimulante del momento, quien en aquel momento era mi pareja no podía apartar de su mente el hecho de que Paloma me hubiera elegido a mí en vez de a él y, como las pollas todavía no tienen un resorte que pulsándolo se pongan firme, sus intentos por agrandar su virilidad quedaron en nada. Es lo que suele pasar, cuando la soberbia tiene muchísimo más peso que la lujuria del momento.
—Chiqui, ¡ven para acá y te subes al sofá! —Dijo Paloma poniendo la palma de su mano sobre el cuero negro.
Nacho, como si se tratara de un cachorro amaestrado, se fue aproximando luciendo su miembro viril como si fuera el asta de un barco. Una vez se puso de rodillas junto a nosotros, la mujer, quien parecía no estar satisfecha con el esmerado trabajo que yo le estaba efectuando, acercó su boca a aquella esplendorosa verga y se puso a mamarla.
La postura era tan rocambolesca como excitante, yo empujando mi pelvis contra la de Paloma y Nacho confinado en una estrecha porción de sofá. El “guaperas”, en su empeño por satisfacer a su chica, había invadido mi espacio vital, de un modo tal, que tuve que echar la cabeza sobre el hombro izquierdo de Paloma para evitar que rozará mi cara con su polla.
Me incorporé un poco y sin interrumpir el ritmo de mis caderas, busqué a Enrique con la mirada. Mi novio se encontraba a unos pasos de mí, inmerso en la tarea de subir y bajar la piel de su polla, batalla que se me antojaba más que perdida, pues su miembro viril se negaba responder. Cuando comprobé que sabía que lo estaba mirando, moví la cabeza en un claro gesto de que viniera hacia mí.
Se acomodó en mi lado izquierdo y, sin dejar de clavar mi verga en la caliente vulva, introduje su flácido miembro entre mis labios con el único objetivo de que el calor de mi boca hiciera fluir la sangre a través de él.
Sin planificarlo los cuatro nos habíamos acoplado en una morbosa escena. Paloma y yo mamábamos los nabos de nuestros chicos, al tiempo que nuestros sexos se fundían en uno.
De pronto la mano de la mujer se posó entre los muslos de Enrique y como no quiere la cosa comenzó a acariciarle los pelos de sus testículos. A mi novio aquello no le molestó lo más mínimo, al contrario me dio la sensación de que le excitaba, pues sentí como el vigor recorría su polla y la hacía aumentar de tamaño en el interior de mi boca.
Un inaudito sentimiento me asaltó, se podía decir que, al mostrarme realizando el acto sexual con otra persona delante de Enrique, ambos teníamos libertad para hacer lo que quisiéramos, no obstante, en mi egoísmo más profundo, ver como Paloma tocaba los atributos de mi chico, hizo crecer en mí algo tan oscuro y mezquino como los celos.
Dominada por el desenfreno, la mujer abandonó el nabo de Nacho y acopló su cara junto a la mía, sin gesticular siquiera comenzó a lamer el tallo del falo de Enrique, al tiempo que yo chupaba la cabeza. Sentir como las dos lenguas al unísono mimaban su aparato sexual, propició que el “bienalimentado” ego de mi novio se creciera hasta el punto de soltar, entre bufidos, una grosería:
—¡Chupad, chupad putitas! ¡Sacadme toda la leche!
Mis ojos lo buscaron, pues no me podía creer lo que estaba escuchando, pero él ignoró mi inquisidora mirada y sin darme una explicación, volvió a inferir unas frases, cuanto menos inapropiadas:
—¡Y tú reviéntale el coño a esta tía! ¡Enséñale que los maricones también somos hombres!
Quise creer que era una especie de juego verbal para calentar el ambiente, pues no me cuadraba para nada el que “mi” Enrique fuera tan borde. Corrí un “estúpido velo” y proseguí moviendo mis caderas y mi boca al compás que me marcaban los tambores de la depravación.
Los morritos de nuestra amiga subieron por el tronco de carne hasta posicionarse junto a mis labios y haciendo gala de unos más que vulgares ademanes, me lo arrebató y comenzó a chuparlo de manera frenética.
La cara de pasmo que se me tuvo que quedar tuvo que ser de órdago, pues hasta detuve por un instante los descompasados movimientos de mi pelvis, observé detenidamente como Paloma se tragaba casi al completo la verga de mi chico y sin miramientos hacia mí de ningún tipo.
Enrique por su parte, para facilitar el trabajo de la muchacha, se había colocado una de sus rodillas en el sofá, acercando su miembro viril más al rostro de nuestra amiga, la cual estaba completamente fuera de sí y se tragaba el caliente falo como si se tratara de lo último que fuera a hacer en su vida.
Tan volcado estaba en intentar asimilar lo que sucedía entre Paloma y mi novio que me había olvidado por completo de Nacho, un carraspeo me recordó su presencia. Lo miré por el rabillo del ojo, blandía su cipote al aire como si fuera un trofeo. Se colocó en mi flanco derecho, acercando su polla a mi cara de un modo netamente peligroso. Mis impulsos luchaban contra mi raciocinio, cuando parecía que iba a vencer este último, la mano de Enrique giró mi cabeza hacia donde estaba el ligue de Paloma y empujó bruscamente mi nuca contra la hermosa verga, la cual se hundió de golpe hasta mi garganta.
El delicioso sabor de aquel “chupachup” de carne hizo que mi verga se hinchara aún más. Había perdido tanto el control, que instintivamente inculqué a mi boca la misma potencia que a mis caderas.
Pese a la calentura del momento, el sofá estaba empezando a ser bastante incómodo y quien más molesto estaba era Enrique, por lo que,sin abandonar su manida civilidad social, nos invitó a pasar a su dormitorio.
Nacho tuvo que ayudar a Paloma a incorporarse, los excesos del día parecían hacer mella en la menuda mujer, pero no por ello se la veía con ganas de renunciar a nada. Estaba más que dispuesta a pegarse un atracón de sexo y lo demás se la traía al pairo.
Se tendió sobre la cama, abrió sus piernas mostrándonos a los tres de manera provocativa el interior de su rasurado coño. Enrique me dio otro preservativo y, con un gesto casi despectivo, me indicó que prosiguiera penetrándola.
Avancé hacia ella y lo que se inició siendo una especie de aceptar el desafío de mi novio, estaba convirtiéndose en un viaje hacia una variedad de sexo que creía olvidada. Apoyé mi pelvis contra la suya, coloqué mi pene en la entrada de la caliente gruta y empujé suavemente, para posteriormente aumentar poco a poco la fuerza de mis envites, hasta perder el control.
Nacho se puso de rodillas a nuestro lado y cuando creí que iba volver a dar “el biberón” a su chica, se puso a mi lado y aprisionando suavemente mi cabeza entre sus manos, metió de lleno su polla en mi boca. Descubrir que Nacho no era tan heterosexual como él nos hacía creer, aumentó el morbo que bullía en mi mente y dividí mi capacidad de regalar placer entre el coño de Paloma y su apetitosa verga.
De buenas a primeras sentí que me untaban lubricante en el culo. Volví levemente la cabeza y me encontré con mi novio, quien se había puesto un preservativo y se disponía a entrar en mí. Sus ojos brillaban del mismo modo que la primera vez que me penetró.
Ver como mi cuerpo era colmado de atenciones sexuales por las tres personas que me acompañaban, me hizo sentirme alguien importante. Impresión que se esfumó de golpe y porrazo, cuando Enrique a la vez que introducía su erecto falo en mí, me susurró al oído:
—¡Toma polla, pedazo de puta!
Quise seguir suponiendo que era una especie de juego dialectico, un añadido más en “el todo vale” que habíamos iniciado aquella noche. Quería pensar aquel hombre me amaba más que a nada en el mundo y que si habíamos cruzado la puerta del sexo en grupo, era porque nos queríamos tanto que la satisfacción carnal no era nada comparado con lo que sentíamos.
Detuve el movimiento de mi cintura y deje que fuera mi chico quien empujara mi cuerpo. La fuerza que me inculcó hizo que Paloma y yo pegáramos un placentero quejido.
Sentir el calor del húmedo sexo de una mujer, mamar un enorme y hermoso nabo, al tiempo que sentía como taladraban mis entrañas era más placer del que podía resistir y si hasta el momento había aguantado el sensual asalto, sentí como la temperatura de mi termómetro de placer iba en aumento y sin poderlo evitar llegue a la cumbre de la satisfacción.
Saqué por completo la polla de mi boca y compulsivamente empecé a arquea la espalda para extraer mi pene fuera del caliente sexo femenino y echar fuera de mí, al intruso que atravesaba mis esfínteres. Una sensación de gozo inundó todo mi ser y mientras mi rostro se contraía en extrañas muecas, el profiláctico se llenaba de una pequeña porción de blanca vida muerta.
El mundo pareció detenerse durante un instante y, poco a poco, al marcharse la lujuria de mi mente, la realidad vino a destronar una situación casi perfecta.
Abrí los ojos y comprobé que el único que se había corrido era yo, mi novio y Nacho seguían con el pene mirando techo; Paloma, por su parte, estaba dispuesta a seguir consumiendo todo el sexo que fuera capaz de circular por aquella cama.
Enrique se desprendió del preservativo, lanzó una mirada a nuestra amiga quien seguía en su país de las maravillas y a continuación clavó sus ojos en Nacho. Adoptando una pose, arrogante e impersonal por igual, se dirigió al muchacho y, señalándome como si yo no estuviera allí, dijo:
—¿Te lo quieres follar, mientras yo me lo hago con tu chica?
Analicé todas y cada una de las palabras de aquella frase ¡no daba crédito a lo que escuchaba! Si la proposición de mi novio me pareció fuera de lugar, más inaudito fue la dejadez con la que asintió el ligue de mi amiga.
Intenté negarme, pero Enrique ya había decidido lo que iba a ocurrir y en qué orden. Dio un preservativo a Nacho y casi me empujó para que me colocara sobre la cama. Me senté junto a nuestra amiga que seguía en un “país multicolor”, consciente de todo pero sin control sobre sus actos.
—¡Date la vuelta y ponte de rodillas sobre la cama! —La voz de mi chico estaba cargada de autoritarismo y sin ningún asomo de amabilidad.
Aunque sabía que obedecer a mi novio era de lo más desacertado, el caos del momento había hecho mella en mí y pese a que sabía que, una vez eyaculaba me dolía horrores que me tocaran el ano, miré de reojo al atractivo muchacho que se disponía a taladrarme y sopese los pros y los contras. ¡Qué más daba un poco de sufrimiento con tal de sentir aquel pedazo de verga en mi interior!
Con el deseo cabalgando al caballo desbocado que era mi corazón, accedí plenamente a la orden de Enrique, me puse de rodillas sobre la cama, encorvando la espalda y sacando el pompis hacia fuera. Nacho ante una posición tan sumisa, apoyó su verga en la entrada de mi ano y sin refinamientos de ningún tipo la metió de golpe.
Unas dolorosas estrellas visitaron mis sentidos, sin embargo a pesar de la brusquedad y del evidente daño, mi cuerpo sucumbió ante su virilidad, la lujuria regresó a mis pensamientos y mi polla volvió poco a poco a la vida, dando muestras de estar preparada para luchar en un segundo asalto.
Una vez mi cuerpo y mi mente asimilaron el proyectil que horadaba mis entrañas, volví a ser consecuente con lo que estaba haciendo: me estaba dejando sodomizar por otro hombre que no era mi novio. Si a eso le añadimos que Enrique fue quien desvirgó mi ano y que nunca le había sido infiel, la trascendencia del momento no podía ser mayor.
Giré la cabeza hacia donde estaba Paloma y lo que me encontré me desconcertó más aún. Mi chico estaba acoplado sobre ella y la cabalgaba como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Observé el rostro de Enrique y un arrogante placer se paseaba por cada milímetro de sus facciones. Examiné sus ojos, estos rebozaban de soberbia y cuando fue consciente de que lo observaba, hizo un mohín despectivo.
La tristeza aplastó mi corazón al tiempo que Nacho me proporcionaba todo el placer de que le permitía su cuerpo. Una mescolanza de sensaciones aterrizó sobre mi cuerpo y contradictorios pensamientos llenaron mi mente. Quería irme de allí y borrar de un plumazo lo ocurrido, quería quedarme allí y disfrutar al máximo del momento.
Volví a mirar a mi chico, quien había cambiado de postura y con la muchacha sentada sobre él, cogiéndola por los hombros y manejándola como si fuera un muñeco, le clavaba la polla de un modo de lo más brutal.
Intenté apartar el gesto de desprecio de Enrique de mi pensamiento y sentirme más “carpe diem”, pues el amigo Nacho estaba poniendo su mayor empeño en hacerme gozar y yo, en vez de disfrutarlo como Dios manda, me entretenía haciéndome las peores pajas mentales del mundo.
Abrí mi mente, mi cuerpo y me lancé de lleno a sucumbir a los placeres de la carne. Rechacé toda idea racional y me dejé llevar por los envites sobre mis glúteos. De nuevo clavé mis ojos en mi novio, esta vez no analicé los motivos que le llevaban a follarse a Paloma con tanto fervor, solamente me limité a contemplar como el cuerpo de la mujer subía y bajaba al tiempo que era empalada por el caliente falo.
La visión de las tetas de nuestra amiga moviéndose descontroladamente se me antojó excitante, tanto que mientras el cipote de su actual ligue me perforaba, no puedo reprimir tocarme la polla y masturbarme con la inspiración de los voluptuosos pechos danzando como plumas al viento.
No sé qué me producía más satisfacción, si sentir como el hermoso cipote atravesaba mis entrañas o ver como Paloma cabalga sobre Enrique, como si estuviera montada en una especie de tío vivo. El bacanal momento era un himno a la lujuria y a la demencia por partes iguales. Si hubo un espacio de tiempo en el cual quise escapar de allí, el ansia de vicio que gobernaba mi raciocinio se había encargado de olvidarlo. Sólo quería sexo, sexo y más sexo.
De repente Enrique aparto a Paloma de su regazo y le pidió que se arrodillara ante él. Se quitó el condón y lució su erecto miembro a la vista de todos. Tras masajearlo levemente un enorme chorro de leche brotó de él y llenó la cara y los pechos de Paloma, la visión de aquel geiser blanco impregnando a la pizpireta muchacha alimentó mis más oscuras fantasías, hundiéndome, por completo, en aquella espiral de sexo desmedido.
Tan entusiasmado estaba viendo a mi novio correrse sobre nuestra amiga que no me percaté de que Nacho había abandonado mi retaguardia, me volví levemente para ver el motivo de su deserción y comprobé que no había sido otro que el emular a Enrique.
Si me excitó ver como el semen de Enrique recorría el rostro y los senos de la mujer, ver como aquella leche más joven y espesa se desperdigaba sobre la blanca piel femenina me puso como una moto.
Como parecía que el fin de fiesta era pintar los voluptuosos pechos de blanco, me incorporé y tras unas intensas sacudidas el pegajoso líquido blanco voló desde mi glande a las tetas de Paloma. Ignoro como pude echar tanta cantidad de esperma, pues no hacia ni quince minutos que me había corrido abundantemente.
Extenuado me tendí en la cama. Unos cinco minutos después mientras Paloma se duchaba con su chico, Enrique y yo nos tomábamos una copa en el salón. A pesar de estar desnudos, un manto de opacidad nos cubría a ambos.
En el mismo instante que pegué el primer sorbo de la bebida, presentí que mi novio se tomaría su tiempo para hablar y que lo que le iba a escuchar, iba ser de todo menos agradable.
—Por fin he conocido al verdadero Mariano. —Sus palabras fueron como afilados cuchillos, los cuales agujerearon mi autoestima con el único fin de destrozarla.
Callé como una puta, sabiendo que cualquier cosa que dijera o hiciera no iba cambiar nada y que únicamente empeoraría el concepto que parecía tener de mí.
—¿Te crees que no he visto que te comías al Nachito con los ojos? Vas contado de que haces las cosas por amor y demás zarandajas y ¡al final eres tan puta como todos!
—Pero tú, empujaste mi cabeza contra su polla… —Mis palabras sonaron como quejidos, como rayos que anunciaban una tormenta de lágrimas.
—Sí, fue una prueba que te puse… pero también te podías haber negado. —La pose chulesca que adoptó ante mí fue la gota que colmó el vaso y mis ojos rebozaron saladas gotas de culpa.
Amaba a aquel hombre más de lo que nunca llegaré a amar a otro, pero la poca dignidad que me quedaba, me impidió seguir siendo humillado. Me vestí lo más rápido que pude y me marché sin despedirme siquiera.
Aquella noche de diciembre marcó un antes y un después en nuestra relación. Aunque volvimos a salir, nos pedimos perdón y nos repetimos una y mil veces lo mucho que nos amábamos, algo en mi interior se había roto. Y pese a que la venda de su amor seguía cubriendo mis ojos, de vez en cuando la levantaba y veía al verdadero Enrique.
Si como decía una canción de los sesenta: “si yo tuviera una escoba, cuantas cosas barrería”. Aquella noche de Diciembre la borraría de mi vida, pues significó un momento de inflexión en mi modo de ver las cosas. Destrozó mi forma idealista de ver el mundo y abrió puertas que debieron permanecer cerradas. Maduré en una noche más que en veintiocho años y aunque perdí la mirada inocente para con el mundo, el camino que quedaba por recorrer me descubriría que aunque hay enormes tonalidades de grises, siempre hay resquicios que dejan pasar un atisbo de esperanza y hay seres humanos que merece la pena conocer.
Nota del autor: Este texto es un extracto (con algunas revisiones) del relato: Si yo tuviera una escoba, que fue publicado en mi cuenta el veintiséis de mayo del dos mil catorce. He decidido darle una nueva oportunidad con este nuevo formato y con un título más sugerente. Espero que si no lo conocías te haya gustado, y si ya lo habías leído, no te haya molestado recordarlo.
Un saludo.