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Hombres calientes en unos baños públicos (1 de 2)

en Gays

El orín de JJ se derrama   torrencialmente sobre la blanca cerámica y  la satisfacción de vaciar su hinchada vejiga  se pinta en su cara. No ha terminado todavía de evacuar todo el amarillo líquido y  percibe que en el urinario contiguo a él se ha colocado un individuo. Lo mira por el rabillo del ojo y lo que ve no le desagrada por completo: un chaval de veintipocos años, de cabello moreno, guapetón, delgado, no muy alto, con  un pequeño “percing” adornando su labio...  Como si fuera un movimiento reflejo, el sevillano baja la mirada hacia la zona del  cuerpo del veinteañero   que está introducida en el meadero y sus ojos captan sorprendidos algo que no se esperaba: el chaval está  empalmado. Si esto no fuera suficiente  para darle entender que allí había tema,  ve como sus  manos acarician un majestuoso pene de no menos dieciocho centímetros de largo, aunque más que acariciarse, el muchacho lo que hace es masturbarse descaradamente.

Es subir la mirada y siente  como ésta es perseguida por los ojos del chico, el cual le saluda con un guiño. Como si de una enfermedad contagiosa se tratase, ante la visión del tieso cipote,  la polla de Juan José crece de manera descompasada. Con la osadía  propia de su edad, el joven deja más a la vista  su miembro con el único cometido  de provocar, más aún,  al hombre que tiene junto a él. Sin pudor alguno, este alarga la mano y aprieta suavemente el enorme falo entre sus dedos. Una mueca de placer se dibuja  en la cara del joven, quien  remeda su acto, alcanza el  tieso nabo del cuarentón y lo agarra con fuerza. Cuando se quieren dar cuenta están pajeándose    mutuamente.

Ensimismados como están, no perciben como la puerta principal  de los servicios públicos  se abre, ni advierten tampoco como un hombre de  mediana estatura, de unos cuarenta y pocos años, varonil, un poco calvete y mal encarado entra en la habitación.  El tipo lejos de sorprenderse ante el espectáculo de los dos hombres pajeándose, los mira morbosamente y casi de manera ritualista, pasa su mano por su pecho, tocándose unos abultados pectorales,   después baja su mano por una prominente barriga y se detiene en  entrepierna, donde ya se deja ver un crecido bulto.

Hay un momento  en el que  los dos hombres que se masturban  delante de los urinarios son consciente de su presencia.  Sin embargo consciente de  la buena predisposición del recién llegado, ni se cohíben, ni interrumpen la tarea en  la que están sumidos. Uno de ellos, el más joven, hace un gesto con la mano e invita  al cuarentón  a unirse a ellos.

No se hace rogar  y  avanza hacia ellos, se baja la cremallera del pantalón y descubre  unos slips que evidencian su estado civil. Solo a un casado, cuya mujer tenga un concepto endeble del erotismo y para quien la palabra desmadre  signifique  hacer el amor con la luz apagada, se le ocurriría usar unos calzoncillos  tan horrorosos  como los  que lleva aquel hombre. Menos mal que cuando los baja y muestra la apetitosa polla regordeta y venosa que  esconde tras la prenda íntima, su morbo sube bastantes enteros.  Tanto es así,  que JJ no tiene  más que remedio que invitarlo  a que se incorpore a la fiesta.

Una vez llega a la altura de ellos, el muchacho palpa su cipote y al  comprobar que su glande está impregnado de líquido pre seminal, empapa la yema de sus dedos en ellos para terminar llevándoselos a la boca. Los saborea de un modo tan soez como excitante.

El mal encarado tipo posa su mano en la nuca del chaval y lo empuja hacia abajo, obligándole con ello  a agacharse para que le chupe la polla. Una vez  el joven se encuentra postrado de rodillas ante los dos cuarentones, y  sin dudarlo, se mete el miembro del calvete en la boca, mientras que con la otra mano masajea la polla de JJ. 

Los dos individuos que están de pie se miran fijamente y, sin mediar palabras, unen sus labios en un apasionado beso. Las manos del sevillano buscan el pecho del calvete, le quitan los botones de la veraniega camisa de cuadros y hunden sus dedos en una pelambrera de vello rizado por el que asoman algunas canas.  A todo esto, el joven cansado de chupar el cipote del calvete coge el nabo de JJ y se lo mete en la boca de golpe hasta la garganta. El delgado cuarentón se estremece de placer al sentir sobre su erguido falo  el calor de los labios del veinteañero.

En el momento que  el recién llegado es consciente de que su verga ya no recibe las atenciones de la boca del jovenzuelo, tira de los pelos de la coronilla de éste y le reclama que vuelva a mamársela.  El muchacho, quien ha probado el exquisito sabor de la polla de JJ, no está dispuesto a dejar de hacerlo. Con la intención de contentar las exigencias del otro hombre, se mete ambas pollas en la boca. A pesar de su juventud, sus labios y su lengua, demuestran una   magistral habilidad en satisfacer a los dos miembros al unísono. 

La escena que se encuentra un cuarto hombre que entra en la habitación es digna de una película porno: dos hombres besándose y magreándose mientras un tercero les hace una mamada a ambos.

El nuevo individuo  es corpulento, de estos que son grandes de altura y de proporciones enormes. Lleva el cabello corto, una barba descuidada y  viste un mono de trabajo (de mecánico puede ser).  El tipo no parece sentirse incomodo con la improvisada fiesta sexual que se ha montado en los servicios de los grandes almacenes.  Al contrario, da la sensación de sentirse satisfecho con la excitante visión que tiene ante sí.

Con total desparpajo, sus rudas manos buscan la cremallera de su uniforme de trabajo y la bajan hasta la cintura, dejando un  ancho pecho peludo al descubierto. Su abdomen, sin ser pura fibra de gimnasio, es plano y no hay apenas resquicios de grasa en él. Cuando el calvo nota  su presencia, le hace una señal para que se una a ellos, éste, a la vez que niega con la cabeza, responde con una voz tan roca como ruda:

—No, si no os importa, prefiero mirar.

En respuesta a  la contestación del hombre del mono, el improvisado trío prosiguen con lo que estaban haciendo, sin ningún pudor, como si les diera más morbo aún el ser observados por un desconocido.   La puerta se vuelve a abrir, esta vez  quien entra es un hombre de unos treinta y tantos años, con pinta de pijo repelente: pelo engominado, rostro bien afeitado, viste traje de oficina y lleva un maletín en la mano. Cuando ve al muchacho agachando y llevándose a la boca las dos pollas que tiene delante, su primera reacción es huir pero el obrero voyeur lo detiene violentamente. Antes de que pueda gritar, una de las rudas manos del agresor tapa la boca del ejecutivo, mientras con la otra le mete mano bruscamente al paquete.

—Hola, ¿pero qué tenemos aquí?... Si es un chupatintas. —La voz del mecánico está cargada de desparpajo e ironía por igual — ¡Mucho rollo, mucho rollo con querer irte!, pero la polla  se te ha puesto como una roca…

El muchachito mamapollas, ante la agresiva escena,  hace ademán de marcharse e intenta levantarse, no obstante   detenido por el calvo, quien de un modo bastante grosero le dice:

—¡No, tú te quedas hay hasta que me saques la última gota de leche!

El chico levanta asustado la vista buscando alguna complicidad en JJ, quien, de manera cobarde, esquiva solapadamente su mirada. Sin otra opción posible, continua con la labor de lamer los dos hermosos nabos que tiene ante sí.

Mientras tanto, el tipo del mono, sin el consentimiento del hombre del traje, le ha desabrochado el cinturón y ha bajado la bragueta.

—Tú dirás que no quieres, pero tu polla está  tiesa como un leño. ¡Mucho anillo de casado, pero para mí que lo que eres es una maricona reprimida!

El hombre enmudecido por la mano de su atacante, sólo puede responder con un quejido y una mirada de la que reboza el pánico.

No le ha dado tiempo al mecánico de sacar al aire la polla de su víctima y  en la habitación irrumpe un sexto hombre: un segurata del centro comercial. El guardia es un tío de los que quitan el hipo, treinta y pocos,  alto, musculoso, atractivo a más no poder y con una perilla que le daba aspecto de canalla. ¡Para comérselo y mojar pan en la salsa!

El uniformado individuo ante la escandalosa escena sale precipitadamente de la habitación. Los cinco  hombres  se han quedado como petrificados  y se miran entre ellos con cara de circunstancia.  Tanto JJ como el calvorota se empiezan a subir el pantalón y el jovencito se ha puesto de píe, sus gestos reflejan preocupación ante lo que pueda hacer o decir el guardia de seguridad. Ni se han terminado de vestir siquiera, cuando de manera inesperada, el vigilante  vuelve a entrar en los concurridos WC públicos.

—¡Ya está! He puesto un cartel en la puerta diciendo que usen el de otra planta, que este está estropeado. Con la  puerta cerrada por dentro, nadie podrá molestarnos.

La seguridad y tranquilidad con la que el vigilante dice lo que dice, deja con cara de pasmo a los cinco individuos, quienes no son capaces de  digerir  lo que están oyendo. Pero en el momento que ven al enorme individuo avanzar hacia ellos desabrochando la enorme hebilla de su cinturón, a la vez que dice en tono chulesco: “No creeríais que se iban ustedes a montar una fiestecita de esta envergadura sin mí”, no tienen más remedio, que creer lo que están escuchando.

Cuando el terror por ser descubierto abandona la mente de los calientes hombres, vuelven a lo que estaban haciendo, el chico vuelve a agacharse delante de JJ y su alopécico acompañante; el trabajador vuelve a  intentar seguir metiéndole mano al pasivo ejecutivo, todo ello como si se tratara de una escena de un video porno,  que se reiniciara  tras dar de nuevo a la tecla “on”.

El sexto actor en escena, se regodea mirando como el chaval se come casi al mismo tiempo las dos churras, sin pensárselo, se acerca en plan chulesco, le tira de los pelos del cogote  y le dice en un tono brusco:

— ¿Pero que tenemos aquí? ¡Una putita! ¿Te gusta mamar pollas?

Al muchacho se le ponen los cojones de corbata,  contesta afirmativamente con la cabeza y los ojos, sin sacarse la polla de JJ de la boca y sin dejar  de masturbar al otro hombre. 

El guardia se desabrocha el estrecho pantalón y deja a la vista una  frondosa pelambrera púbica, a continuación se baja unos bóxer blancos y saca un enorme vergajo que a pesar de estar morcillón, marca muy, pero que muy buenas maneras.

—Pues si quieres polla, aquí tienes una como Dios manda– Pronuncia  blandiendo el enorme falo ante la cara del joven mamapollas.

 Este no se hace de rogar y se mete el semierecto miembro en la boca, dejando de proporcionarle placer a JJ.  Observa unos segundos como el chaval engulle de golpe, y hasta el tronco, aquel enorme trozo de carne, después mira a su acompañante y, sin consultar a éste, se agacha para tragarse  su gordo y venoso miembro.

A la misma vez que esto sucede, en el otro rincón de la alicatada estancia, el duelo entre el obrero y el hombre del maletín, lejos de suavizarse, se ha vuelto más violento aún. El del mono de trabajo le ha sacado la polla al otro, quien empalmado y caliente como una perra, se revuelve ante el placer que le quieren proporcionar y dice, con una voz histriónica,  cosas como:

—¡ Déjame, maricón! ¿No has visto mi anillo de casado?

Pero a su agresor esto se la trae al pairo, al contrario  parece ponerle aún más, por lo que lo pajea y magrea con más ahínco.

El vigilante se ha bajado el pantalón por completo, dejando a la vista de JJ y el calvorota  (quienes se encuentra de espaldas a él), un perfecto culo  peludo, duro y prieto. La escena de sus manos apoyadas sobre sus glúteos mientras empuja su cipote al interior de la boca del muchachito, parece poner cachondo  a los improvisados voyeurs, propiciando que  JJ se esfuerce más en  darle placer a la polla que tiene en la boca.

Pasea la lengua por su capullo, se la traga entera de golpe, para después recorrer desde la punta a los huevos,  probando con ellos  todos y cada uno de los rincones del  exquisito manjar.  Es tanto el empeño que pone en la tarea, que su eventual compañero de sexo se retuerce de placer, al tiempo que, entre gemidos, le profiere insultos ininteligibles.

El segurata hace que el joven comepollas se incorpore un poco, con la intención  de tener acceso a su trasero. Primero le da unas cachetadas, más tarde acaricia de manera lasciva sus glúteos, para a continuación bajarle el chándal y unos ceñidos  bóxer rojos. En el momento  en el que tiene  por completo a su alcance el redondo  culito, sus bastos dedos caminan por él en pos de su agujero. Un gritito inaudible escapa de los labios del muchacho, al sentir como  sin dilatación previa, el enorme individuo le introduce un dedo en su esfínter. El rozar del calloso apéndice contra la delicada piel del joven, aunque le causa un poco de dolor, lo soporta cual  tributo necesario para el derroche de placer que vendrá después.

Al otro lado de la sala, la fingida violación sigue su curso, y el brutote del mono  se encuentra agachado tras el  ejecutivo, quien  a pesar de no estar conforme con la situación, no puede parar de proferir suspiros de placer ante la salvaje comida de ano que le están metiendo. La lengua del machote trabajador degusta cada uno de los rincones del delicioso y peludo agujero. La visión no escapa a la mirada del tío al que JJ le chupa la polla,  así que un gesto de mimetismo ante lo que ve, se da la vuelta y se  baja el pantalón y la ropa interior hasta los tobillos:

—¡Cómeme el ojal, cabrón! ¡Mátame de gusto! —Grita con una ahogada voz que suena más a suplica que a orden.

Por otro lado, el vigilante ha  conseguido meter dos dedos ensalivados en el culito del chaval, quien  se retuerce de placer y  sin dejar de mamar el pollón que tiene  ante sí. La boca del joven parece  estar fundida  al viril miembro, a semejanza de los engranajes de una máquina, el gran trozo de carne entra y sale de su boca de una manera salvajemente mecánica. Nadie podría haber imaginado que aquella pequeña boca pudiera albergar tanto en su interior. Un hilillo de baba resbala desde sus labios  hasta los enormes y peludos huevos,  a los que el chico regala,  de vez en cuando, una caricia.

No hay duda de que el viril cipote del guardia jurado es todo  un portento de la naturaleza: gordo, grande, cabezón... Aunque lo que más llama la atención de él es su pálido color, nada que ver con su tez, que es  bastante más oscura.  La blanquecina  piel le da un morboso aspecto, asemejándolo  a un plátano de enormes dimensiones.  Verlo  entrar y salir de forma frenética de la pequeña boca del jovenzuelo, es un fenómeno platanormal que merece la pena observar.

Sin dejar de mirar todo lo que acontece  a su alrededor, JJ ha puesto a cuatro patas a su compañero sexual y pasa su lengua desde su agujero hasta sus huevos. Entregado como está  a la labor de dar placer, tira del venoso miembro del machote calvorota para atrás, poniéndolo a la altura del pirineo, una vez allí chupa el glande de manera frenética, lo que   provoca en el casado cuarentón  unos incontenibles  quejidos de placer.

En dos viernes volveré la segunda parte y última de esta historia

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